Dejar entrar en casa a Jesús - José Antonio Pagola Elorza - E-Book

Dejar entrar en casa a Jesús E-Book

José Antonio Pagola Elorza

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Beschreibung

Una magnífica herramienta para la pastoral matrimonial. Pagola lleva años recorriendo España para promover los Grupos de Jesús "y, al finalizar mi exposición –explica él mismo–, los participantes casi siempre me preguntan: '¿No hay algo semejante para ayudar a los padres?'. Enseguida tomé nota". En estos tiempos en que desciende el número de personas que acuden a la parroquia a celebrar su fe y escuchar el Evangelio, tal vez lo más urgente es recuperar la fe y el clima cristiano en nuestros hogares. Este libro está pensado para ayudar directamente a las parejas cristianas a construir un hogar más humano y más cristiano, y puede servir también para organizar jornadas en las parroquias y diferentes movimientos matrimoniales, así como en cursillos prematrimoniales.

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PRESENTACIÓN

Este libro tiene dos partes claramente diferenciadas. En la primera parte expongo «Algunas claves para construir hoy un hogar cristiano». Estos capítulos pueden ayudar directamente a las parejas cristianas, pero pueden también servir para organizar en las parroquias o en los diferentes movimientos matrimoniales jornadas para padres de familia. También pueden ser utilizados como base de formación en los cursillos prematrimoniales.

En el primer capítulo, que lleva por título «El amor de la pareja, experiencia del amor de Dios», abordo un tema ignorado casi siempre en la educación de las parejas cristianas. Siguiendo de cerca el libro bíblico del Cantar de los Cantares, me detengo antes que nada a exponer el amor erótico como regalo sorprendente y don gozoso del Creador a los enamorados. Lo hago para descubrir luego en el fondo de ese amor una experiencia privilegiada que puede conducir a la pareja hacia el Misterio de Dios y hacia la experiencia de su amor insondable. Considero después la fragilidad y los límites de ese amor erótico, que, para ser vivo y creativo, está pidiendo desde su misma entraña ser impregnado por un amor nuevo que, sin anularlo, lo despliegue y ensanche aún más. Por último, subrayo la actualidad del Cantar de los Cantares y la importancia de su mensaje para nuestros días.

En el segundo capítulo expongo, como dice su título, la «Originalidad del matrimonio cristiano». Antes que nada, señalo brevemente los cambios más importantes que se han producido en la visión teológica del matrimonio cristiano en estos últimos años a partir del Vaticano II. Considero luego la realidad humana de todo matrimonio: convivencia sexual, comunión de amor, realidad social, comunidad abierta a la fecundidad. Solo después abordo detenidamente la originalidad del matrimonio vivido como sacramento cristiano: proyecto de vida matrimonial; sacramento del amor de Dios; estado sacramental. Termino indicando algunas dimensiones del matrimonio: liberación de la soledad; mutua complementación; disfrute de la dimensión sexual; comunidad de amor creciente; comunidad de mutua comprensión y perdón; culminación del matrimonio como fuente vida.

En el tercer capítulo trato de «Cómo vivir la fe en la familia actual». Después de una breve aproximación a la realidad compleja de las familias en la sociedad actual, expongo algunas dificultades para vivir hoy la fe –falta de comunicación; desacuerdo generacional; dificultad para educar en la fe–, para afirmar, sin embargo, que ningún grupo humano puede competir con la familia para educar en la fe, pues puede ofrecer como nadie «valores cristianos y experiencia religiosa más afecto y cercanía». Señalo luego algunas condiciones básicas para vivir la fe en la familia: amor real entre los padres; afecto hacia sus hijos; clima de comunicación; coherencia ante los hijos; pasar de una fe individualista a una fe compartida. Abordo a continuación directamente la oración en familia: la oración de la pareja; ambiente apropiado; cómo enseñar a orar; cómo orar en familia; la celebración del domingo... Señalo, por fin, algunas pautas para educar en la fe: no descuidar la propia responsabilidad de padres; atención a la imagen de Dios que transmiten con su conducta; el carácter decisivo del ejemplo; no caer nunca en el autoritarismo.

El objetivo del capítulo cuarto es ayudar a las parejas a abrir las puertas de casa para «Acoger a Jesús en el hogar». Comienzo por exponer que abrir las puertas de nuestra casa a Jesús es aprender a vivir «reunidos en el nombre de Jesús» y «seguir a Jesús» con verdad y fidelidad desde la familia. Abordo luego un tema de gran relevancia: cómo entender y vivir la familia como comunidad fraterna de Jesús. Para ello, hemos de romper el modelo de familia patriarcal; vivir en familia como un espacio sin dominación masculina; cuidar la igualdad y dignidad de la mujer en nuestros días; los pequeños como centro de atención y cuidado. Por último, señalo algunos pasos para ir caminando hacia una familia comprometida en el proyecto humanizador del Padre: acoger el reino de Dios desde la familia; de una familia instalada a una familia abierta y comprometida; hacia una experiencia nueva del amor fraterno hacia fuera de la familia.

En el capítulo quinto, titulado «El amor cotidiano en la pareja», recojo algunos pensamientos de carácter práctico extraídos de la Exhortación La alegría del amor, del papa Francisco en su capítulo cuarto. Francisco ofrece algunas consideraciones que pueden ayudar a las parejas a vivir día a día su amor en el seno de la familia. Así, va tratando de la paciencia; la actitud de servicio; el amor no tiene envidia; el amor no hace alarde ni es arrogante; el amor es amable; el amor no busca su propio interés; el amor no se irrita; el amor no lleva cuentas del mal; el amor no se alegra de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; el amor lo disculpa todo; el amor confía en el otro; el amor todo lo espera; el amor lo soporta todo.

* * *

La segunda parte del libro es muy diferente y lleva como título «Compartir el Evangelio de Jesús en pareja», pues en ella propongo a las parejas cristianas, y, más en concreto, a los padres que desean construir un hogar más humano y más cristiano, hacer juntos un recorrido para conocer mejor a Jesús y dejar entrar en la familia la fuerza liberadora y transformadora del Evangelio. Os explico de dónde proviene esta idea.

Lo he repetido muchas veces estos años. En estos tiempos en que en la sociedad moderna se está produciendo un cambio sociocultural sin precedentes, en la Iglesia necesitamos una conversión también sin precedentes. Necesitamos sencillamente volver a Jesús para reavivar la fe rutinaria y gastada que vivimos con frecuencia en nuestras parroquias y comunidades cristianas, y para anunciar y contagiar de manera renovada la fuerza de su Evangelio.

Por eso, el año 2014, con la publicación del libro Grupos de Jesús y la apertura de la página web del mismo nombre, empecé a promover los «Grupos de Jesús». El objetivo principal de estos grupos es vivir juntos un proceso de conversión individual y grupal a Jesucristo, ahondando de manera sencilla en lo esencial del Evangelio. Esto es lo primero y decisivo: hacer juntos un recorrido que nos lleve a conocer mejor a Jesús y, sobre todo, a arraigar nuestra vida de seguidores de Jesús con más verdad y más fidelidad en su persona, su mensaje y su proyecto de hacer un mundo más humano: lo que Jesús llamaba el «reino de Dios». Desde estos Grupos de Jesús queremos responder a la llamada del papa Francisco, que nos invita a vivir, en estos tiempos difíciles para la fe, una «nueva etapa evangelizadora, animada por la alegría de Jesús» (La alegría del Evangelio 1).

Para promover estos grupos he recorrido durante estos años muchas diócesis de España y, al finalizar mi exposición sobre el proceso que se vive en ellos, el clima que se crea y lo que sienten los participantes, casi siempre me han hecho esta pregunta: «¿No hay algo semejante para ayudar a los padres a alimentar un clima más cristiano en los hogares?». Enseguida tomé nota de su petición, pues comprendí que estos padres y madres tenían razón. En unos tiempos en que está descendiendo el número de personas que acuden a la parroquia a celebrar su fe y escuchar el Evangelio, tal vez lo más urgente y decisivo sea recuperar la fe y el clima cristiano en nuestros hogares.

Al iniciar la segunda parte de este libro indico brevemente todo lo necesario para ahondar en doce temas. En cada uno de ellos propongo reflexionar sobre un texto evangélico y ofrezco diferentes ayudas para descubrir juntos el mensaje de Jesús, y también sugerencias para estimular vuestra reflexión, concretar vuestro compromiso y hacer oración en pareja. Sé que el encuentro con Jesús puede reavivar vuestro amor de pareja, enriquecer vuestra relación con los hijos y crear un clima más entrañable y cristiano en vuestro hogar.

PRIMERA PARTE

ALGUNASCLAVESPARACONSTRUIRHOYUNHOGARCRISTIANO

1

EL AMOR DE LA PAREJA, EXPERIENCIA DEL AMOR DE DIOS

 

El Cantar de los Cantares es, sin duda, el libro más sorprendente de cuantos están incluidos en la Biblia. Según el escritor francés Ernest Renan, su presencia turbadora en el Libro santo se debería a un «momento de olvido» de quienes fijaron el canon bíblico. Sin embargo, según un rabino judío, «el día en que el Cantar fue puesto dentro de la Biblia es el más grande de los días de la historia».

Joya de la literatura universal, el Cantar es el libro bíblico más universal y leído a lo largo de los siglos y, al mismo tiempo, uno de los más ignorados por los cristianos. Ha alimentado la pasión amorosa de místicos y buscadores de Dios de todas las épocas y, sin embargo, apenas está presente en la celebración litúrgica. Siempre ha suscitado este Cantar la admiración de quienes han captado la hondura de su mensaje. Rabí Aqiba decía que, «si no hubiéramos recibido la Torá, el Cantar de los Cantares habría sido suficiente para guiar al mundo». El gran teólogo suizo Karl Barth lo considera, junto al capítulo segundo del Génesis, «la segunda carta de la humanidad».

Estos poemas de amor recopilados hace veinticinco siglos parecen escritos para anunciar un mensaje de importancia vital para el hombre y la mujer de nuestros días. En un primer momento nos detendremos a contemplar el amor erótico de los dos enamorados del Cantar como regalo sorprendente y don gozoso del Creador. Descubriremos después en el fondo de ese amor una experiencia privilegiada que puede conducir al varón y a la mujer hacia el Misterio de Dios y la experiencia de su amor insondable. Consideramos luego la fragilidad y los límites de este encuentro erótico, que, para seguir vivo y creativo, pide, desde su misma entraña, ser impregnado por un amor nuevo que, sin anularlo, lo despliegue y ensanche aún más. Señalaré por último la actualidad del Cantar de los Cantares y la importancia de su mensaje para nuestros días.

 

 

1. El amor erótico, regalo del Dios creador

 

El Cantar de los Cantares celebra y canta el amor concreto de un hombre y una mujer que se buscan, se miran, se enamoran, se entregan el uno al otro, se estremecen de amor y disfrutan del placer de vivir una comunión total.

Durante siglos se ha leído este Cantar como un relato alegórico donde, según las diversas interpretaciones, se nos habla del amor entre Dios e Israel, entre Cristo y su Iglesia o entre Dios y el alma. Este modo de leer el texto del Cantar es legítimo y ha alimentado la experiencia religiosa y mística de muchos. Sin embargo, el Cantar habla directamente del amor de dos enamorados; para descubrir en este amor un contenido alegórico, hemos de introducir en el texto un significado oculto más allá de su sentido inmediato y directo. El Cantar se convierte así en un texto codificado que solo puede ser leído en su realidad profunda por aquellos que conocen la clave y creen que este diálogo de los enamorados es solo una forma de hablar de algo invisible y trascendente, que es el amor entre Dios y el ser humano.

Esta lectura alegórica muestra la riqueza y las variadas posibilidades de la palabra bíblica, pero entraña el riesgo de hacernos olvidar que el Cantar es, en realidad, un conjunto de poemas que, en su origen, cantan el amor misterioso y sorprendente de un hombre y una mujer enamorados. Lo que este libro nos transmite directamente es un mensaje sobre el amor humano de la pareja: los enamorados no hablan de Dios, sino de su amor desbordante 1. No es necesario que este libro hable de Dios para ser santo. Es en el amor humano de estos jóvenes donde hemos de descubrir la obra del Creador y donde podemos vislumbrar un signo del misterio último de Dios, que es amor.

 

 

a) Bondad del amor erótico

 

Aunque no pocas traducciones y comentarios hablan del «esposo» y la «esposa», nada hace pensar que estos dos enamorados estén casados. No hay en el Cantar ninguna alusión al matrimonio o al lazo conyugal. Su amor no está legalizado por institución alguna. Sencillamente disfrutan de su amor sin que nadie lo haya autorizado: «Llévame contigo, sí, corriendo, / a tu alcoba condúceme [...] / a celebrar contigo nuestra fiesta» (1,4). Su encuentro amoroso tiene sentido y valor por sí mismo. Su gozo no necesita ser justificado desde fuera 2.

Por otra parte, no hay alusión alguna a la reproducción. Los enamorados se entregan el uno al otro atraídos por su mutuo deseo, no para engendrar hijos. Se encuentran para disfrutarse y gozarse el uno en el otro. No hay otro objetivo sino el disfrute mismo de los dos amantes. Su encuentro amoroso es bueno por sí mismo, sin referencia a la procreación. Tiene sentido en razón de la comunión que vive la pareja, plenitud afectiva de su amor y expansión sexual de sus cuerpos.

El Cantar celebra, pues, el amor erótico de un varón y una mujer que se desean, se buscan y disfrutan el uno del otro y el uno con el otro. No se habla todavía de institución matrimonial ni de generación de hijos. Se destaca así el valor primigenio del encuentro sexual, cumplimiento de la atracción y el deseo de los dos enamorados. Lo que busca y desea la enamorada es ser besada, acariciada, abrazada, penetrada: «¡Que me bese con besos de su boca! / Son mejores que el vino tus amores» (1,2); «Pone la mano izquierda bajo mi cabeza / y me abraza con la derecha» (8,3); «Entra, amor mío, en tu jardín / a comer de sus frutos exquisitos» (4,16). El amante se expresa de manera semejante y responde al deseo de su amada gozando de ella como ella de él: «Tu boca es un vino generoso que fluye acariciando / y me moja los labios y los dientes» (7,10); «Qué amorosas son tus caricias [...] / qué deliciosos tus amores» (4,10); «Ya vengo a mi jardín, hermana y novia mía, / a recoger mi bálsamo y mi mirra» (5,1).

 

 

b) Rasgos del amor

 

El Cantar no habla de obligaciones matrimoniales ni de exigencias morales, pero no es un amor cualquiera. Los enamorados viven su encuentro con una hondura y una calidad humana que es fácil percibir.

Su encuentro es alegría desbordante, éxtasis, estremecimiento de placer, fascinación y delicia de los cuerpos; se besan con los ojos, los labios y las manos; se acarician con las palabras y el silencio; se funden en un abrazo total. Lo decisivo, sin embargo, es su encuentro como personas. Cada uno de ellos encuentra su riqueza en el otro, no en sí mismo. Cada uno goza y es feliz siendo fuente de gozo y de felicidad para el otro. No se mueven a nivel del puro deseo de sexo; no convierten al otro en objeto de la propia satisfacción. Su encuentro es diálogo respetuoso y creativo, llamada a la libertad del otro, invitación al encuentro. El ser amado es un «tú» único: «Azucena entre espinas es mi amada entre las muchachas» (2,2); «Manzano entre los árboles silvestres / es mi amado entre los jóvenes» (2,3); «Una sola es mi paloma» (6,9); «Mi amado [...] descuella entre diez mil» (5,10). Su relación no es con el sexo del otro, sino con la persona entera en su originalidad y misterio: aquel al que yo amo y que me ama es único.

Por eso su encuentro es comunión y mutua pertenencia: «Mi amado es mío y yo soy suya» (2,16). Entre los enamorados hay reciprocidad y mutua dedicación. Son responsables el uno del otro. Su encuentro los libera de la soledad; ya no están solos; descubren por experiencia la verdad que encierran las palabras dichas por el Creador en los orígenes de la humanidad: «No es bueno que el hombre esté solo» (Génesis 2,18). Por eso sufren en la separación, se buscan y se complementan (Cantar 3,1; 5,6).

Su amor es, por otra parte, encuentro entre iguales. La mujer es de igual dignidad que el varón. No hay conquistador ni conquistada. La palabra de la mujer es igual que la del varón. También ella expresa su deseo y su placer tan abiertamente como el hombre; también ella canta la hermosura del cuerpo del amado. Hay plena reciprocidad. «Ni es más el varón ni menos la mujer, ambos se buscan mutuamente, ambos se encuentran, de tal forma que, al hallar el uno al otro, descubre cada uno lo más hondo de su entraña» 3. El Cantar destaca así la igualdad original del varón y de la mujer, que, en el milagro del enamoramiento, se descubren iguales en su dignidad y llamados a enriquecerse en sus diferencias. El amor de estos amantes es un despliegue del gozo sorprendido del primer varón al encontrarse con la primera mujer: «Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Génesis 2,23).

Este amor nace de la libertad y la elección mutua. No hay invasión, violación o profanación del otro. No hay manipulación, chantaje ni flirteo. Cada vez que una mujer y un varón llegan a encontrarse en verdad, allí hay celebración y fiesta, hay respeto y libertad. Los amantes del Cantar no se mienten ni se engañan, no se presionan ni se coaccionan. Entre ellos hay entrega confiada: «No molestéis ni despertéis a mi amor hasta que ella quiera» (Cantar 2,7).

Otro rasgo de este amor es la gratuidad. Los enamorados son regalo el uno para el otro. Son apoyo y compañía: «¿Quién es esa que sube del desierto / apoyada en su amado?» (8,5). En el amor verdadero hay donación, no posesión. Cada uno se entrega confiadamente al otro. Todo es gracia, nada es deuda. «Amado mío, ven, vamos al campo [...] / allí te daré mi amor» (7,12.13).

El amor de estos enamorados es fiel. No buscan el placer en otra parte; no andan tras la aventura ocasional; no conocen la promiscuidad, incapaz de liberar de la soledad. Viven la gran aventura de la vida arraigados en su encuentro. Conocen la ausencia del amado y la desolación, la inquietud y la búsqueda, pero su corazón permanece fiel: «Encontré al amor de mi alma: / lo agarré y ya no lo soltaré» (3,4). Su amor intenso y fuerte pide eternidad. «Grábame como un sello en tu brazo, / como un sello en tu corazón, / porque es fuerte el amor como la muerte [...] / las aguas torrenciales no podrán apagar el amor / ni anegarlo los ríos» (8,6-7).

 

 

c) El amor de la pareja, don de Dios

 

Este amor del varón y la mujer no es algo divino, sino humano. Para descubrir y saborear su bondad no es necesario mitificarlo ni divinizarlo. El deseo erótico y su cumplimiento en la comunión amorosa de la mujer y el varón es un don del Creador. «El amor entre una mujer y un hombre vale en sí mismo como culmen de la creación entera» 4.

La tradición bíblica no deja lugar a dudas: la creación ha nacido buena del corazón de Dios. Según el relato del Génesis, Dios se asoma cada atardecer a mirar complacido su obra y ve que es «buena». El último día, como culmen de toda la creación, Dios crea al ser humano, pero lo hace bisexual, para que, al encontrarse en el amor y la comunión total, varón y mujer puedan reflejar y vivir algo de su propio misterio. «Creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó: varón y mujer los creó» (Génesis 1,27). Al contemplar ya al primer hombre y a la primera mujer sobre la tierra, Dios «vio todo lo que había hecho, y todo era bueno» (1,27). Más tarde, al terminar su obra creadora, repite de nuevo: «Dios vio todo lo que había hecho, y todo era muy bueno» (1,31) 5.

El amor erótico entre la mujer y el varón es un regalo del Creador. Sus manos moldearon los primeros cuerpos sexuados, su aliento infundió en ellos el deseo mutuo. Como dice bellamente Nicolás de la Carrera, «al diseñar la primera pareja, Dios inventó el erotismo. Desde aquel momento, cuando se encuentran en el amor un hombre y una mujer, Dios se pasea con ellos a la brisa de su ternura» 6. El intenso gozo y el entretenimiento misterioso que experimentan corresponden al deseo profundo de Dios. Por eso los enamorados del Cantar se contemplan el uno al otro, celebran mutuamente la hermosura de sus cuerpos y cantan agradecidos lo bueno y hermoso de su amor repitiendo el grito complacido de Dios ante su creación: «¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres!» (Cantar 1,15); «¡Qué hermoso eres, mi amado, / qué dulzura y qué hechizo! / Nuestra cama es de frondas» (1,16); «¡Qué hermosa estás, qué bella, / qué delicia en tu amor!» (7,7); «¡Qué amorosas son tus caricias, hermana y novia mía, / qué deliciosos tus amores!» (4,10).

Los enamorados no pronuncian propiamente una beraká, es decir, una bendición explícita a Dios, fuente última de su placer, pero sus gritos de gozo y complacencia son reconocimiento de la bondad de la creación y cumplimiento del deseo del Creador. El regalo de la vida, y en concreto de la vida compartida en el amor, no genera en estos amantes una oración explícita a Dios, pero sí el disfrute sano de sus dones. Los enamorados del Cantar agradecen el regalo de Dios disfrutándolo 7.

 

 

2. El amor de la pareja, signo de Dios y apertura a su misterio

 

Las lenguas no conocen sino una sola palabra para designar los múltiples matices del amor. Hay muchos amores en el mundo; el amor de los padres a los hijos; el amor de los hijos a los padres; el amor entre hermanos, amigos o compañeros; el amor a las cosas; el amor al propio pueblo; el amor a un ideal o un proyecto... Pero el amor más profundo y misterioso, el que sirve de referencia para una experiencia privilegiada de Dios, es el amor de los enamorados. Este amor no es solo «alegoría» del amor de Dios. Es una realidad humana querida por el Creador donde la mujer y el hombre pueden intuir el misterio de Dios y escuchar la llamada a abrirse a su Amor insondable.

 

 

a) La unión de los enamorados, signo de Dios

 

La teología ha afirmado a lo largo de los siglos que el hombre es «imagen de Dios», pero, de ordinario, se ha argumentado que el ser humano, a diferencia de otras criaturas, es imagen de Dios por su dignidad de persona dotada de inteligencia y libertad. Con ello se olvida el sentido profundo del Génesis: «Creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó: varón y mujer los creó» (Génesis 1,27). Ni el varón ni la mujer son en cuanto tales imagen de Dios, sino en su unión y complementariedad. Lo que permite vislumbrar en la humanidad la semejanza con Dios es el encuentro del varón y la mujer, su historia de amor, su vida disfrutada y compartida en pareja, verdadero signo y manifestación de Dios. Como dice con acierto Xabier Pikaza, el texto del Génesis «significa que Dios no se revela en el varón en cuanto tal ni tampoco en la mujer, sino en la unión que los vincula: el mismo amor humano, como realidad creada, es signo de Dios para los humanos» 8.

Este es el mensaje diáfano del Cantar de los Cantares: donde brota el amor misterioso y desbordante entre una mujer y un varón, donde ambos se buscan, se encuentran y se complementan en una experiencia de gozo y de fidelidad, allí acontece algo que apunta hacia Dios. Varón y mujer están heridos de amor; han sido creados con ese vacío que solo el otro puede llenar. Por eso se atraen y se buscan hasta que, encontrándose, descubren y disfrutan de su amor compartido. El fondo de ese amor es signo del misterio original del que ambos provienen: un Dios que es Amor.

Xabier Pikaza llega a hablar de una «teodicea del encuentro intersexual»; más allá de otras vías y argumentos conceptuales para aproximarse a Dios, la vida compartida gozosamente por el varón y la mujer es verdadero argumento que permite vislumbrar al Creador. Puede decirse: «¡Dios existe! Lo encontramos allí donde un varón y una mujer se miran y se enamoran, se buscan y se entregan mutuamente» 9. Un varón y una mujer amándose son signo privilegiado de Dios, la experiencia que nos dice que en el origen de la vida late el amor de Dios.

 

 

b) El amor de la pareja, revelación de Dios

 

No cualquier encuentro del varón y la mujer transparenta de la misma manera a Dios. El amor descrito por el Cantar no es un amor cualquiera. Es un encuentro libre y gozoso de personas que se respetan en su dignidad e igualdad; es comunión transparente, mutua pertenencia, regalo gratuito el uno para el otro, fidelidad. Este amor es el que, emergiendo en medio de la creación, revela a Dios. Siempre que el amor triunfa sobre el egoísmo, el engaño y la mentira, allí se hace transparente el amor de Dios sobre la tierra. Siempre que el amor de una pareja despliega toda su fuerza, en plenitud de gozo y de exigencia, de búsqueda encendida y de entrega fiel, de encuentro placentero y de comunión transparente, allí se revela de modo creatural, pero real, el amor de Dios, origen misterioso de la vida.

El Dios que se revela en ese amor de la pareja no es un Dios frío e indiferente, ajeno al gozo o al sufrimiento de sus criaturas; no es un Dios sancionador que sigue con mirada escrutadora los pasos de los humanos. El Dios que enciende y sostiene el amor de los enamorados es un Dios enamorado que busca y anhela el encuentro gozoso con el ser humano y con la creación entera; un Dios amante que invita a hombres y mujeres a compartir la aventura de adentrarse en su amor insondable. Los enamorados lo pueden intuir en su propia experiencia. Así habla el profeta Isaías: «Como goza el esposo con la esposa, así gozará contigo tu Dios» (Isaías 62,1).

La fe cristiana confirma el profundo mensaje del Cantar. «Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Juan 4,8). No se ha dicho nada más grande de Dios ni del amor. El privilegio de los enamorados es vislumbrar que es así: si Dios existe, es estremecimiento de amor. Desde su amor compartido pueden intuir la pasión amorosa de Dios y poner emoción y calor a las elaboraciones conceptuales de los teólogos sobre el amor divino. Guido Ceronetti dice así: «La lectura en clave erótica del Cantar es la más segura, pero no tiene sentido si el lecho de los amores no queda iluminado con una pequeña lámpara por la que, a través de esos amores transparentes, alumbre al Escondido» 10.

 

 

c) El amor del varón y la mujer, experiencia de apertura a Dios

 

El amor entre la mujer y el varón no es solo signo que apunta hacia Dios. Es camino que puede conducir a él. No es difícil para los enamorados entender, sentir y captar que el ser humano está hecho para amar y ser amado: ahí está la verdad última de la vida. Hay en el ser humano una gran «herida de amor»: venimos del amor, buscamos el amor, desde lo más hondo de nuestro ser anhelamos amar y ser amados.

Podemos ahondar más en esta experiencia. Cuando nace el amor, se despierta en los enamorados un deseo de plenitud que los desborda y va más allá de lo que ellos mismos pueden darse el uno al otro. En el fondo del ser humano hay un vacío último difícil de llenar. Incluso en la mayor plenitud de su gozo, el enamorado sabe que la persona amada con tanta pasión no puede curar plenamente esa «herida de amor» abierta en lo hondo de su ser. ¿Qué buscan, entonces, varón y mujer, seres limitados y finitos, cuando se abrazan sin poder saciarse mutuamente ese deseo de amor infinito y eterno que se despierta en ellos? M. Frisch hace esta penetrante observación: «Os deseáis, pero no para encontraros, pues ya estáis aquí; os deseáis para trascenderos, pero juntos» 11.

En su experiencia de amor, los enamorados salen de sí mismos al encuentro el uno del otro; se liberan mutuamente del aislamiento; su vida se desborda; buscan plenitud y dicha total fuera de sí mismos. Por así decir, inician el camino del amor, pero en el amor nunca se llega al final; el misterio permanece siempre; el deseo sigue vivo. Tarde o temprano, su misma experiencia lleva a los enamorados a descubrir que la persona amada no es el término final. Ese «tú» cercano y cálido, abrazado y acariciado con ternura, es camino y presencia del «Tú» absoluto. Como dice el Cantar, el amor es «llamarada divina» (Cantar 8,6). Cuando dos seres humanos se abandonan el uno al otro en un abrazo de amor intenso, pero frágil y limitado, un «Tú» emerge misterioso, fascinante, inabarcable, que sigue invitando a ambos a una mayor plenitud. Cuando dos seres llegan a tocarse interiormente, hasta perderse el uno en el otro, la persona amada no es fuente de dicha absoluta, pero sí puede ser «lugar de encuentro con el Absoluto». Algo de esto experimenta el poeta Miguel d’Ors cuando canta estos hermosos versos: «Con tu mirada tibia / Alguien que no eres tú me está mirando. / Siento / confundido en el tuyo otro amor indecible. / Alguien me quiere en tus “te quiero”, Alguien / acaricia mi vida con tus manos y pone / en cada beso tuyo su latido» 12.

 

 

3. La fragilidad del amor erótico

 

Todo esto es bello y atractivo, pero ¿quién ama como se aman los enamorados del Cantar? Es cierto, como dice Francisco Contreras, que «el amor nace limpio siempre de su fuente, que es el corazón humano alumbrado por la gracia de Dios» 13, pero el varón y la mujer son criaturas frágiles que llevan en su corazón el aliento de Dios, aunque han sido hechos de barro. ¿No vemos constantemente el fracaso del amor, los matrimonios rotos, la aventura frívola o la infidelidad permanente, los abusos y malos tratos, la degradación del encuentro sexual, la violación y las manipulaciones?

Ulrich Beck, prestigioso sociólogo de Múnich, y su esposa Elisabeth publicaron un denso estudio titulado El normal caos del amor 14, donde estudian la situación decadente y contradictoria de la experiencia del amor en las sociedades modernas. Según los Beck, el caos del amor forma ya parte de la normalidad. Se convive en pareja estable y de manera ocasional, en matrimonio y sin matrimonio, con uno o más divorcios, a través de nuevas y diversas familias. Se necesita como nunca el calor de la pareja, pero crece el temor a adentrarse en los «laberintos de un extraño»; se añora la unión estable, pero no se renuncia a la aventura; se abomina del matrimonio, pero se repiten los casamientos; se busca la entrega íntima al otro, pero aumenta la desconfianza anticipada; ya no se trata solo de establecer previamente la separación de bienes; en Alemania y en Estados Unidos se firman documentos en los que se dispone que el lugar de vacaciones será elegido alternativamente por una y otra parte. ¿Dónde queda el encanto de los enamorados del Cantar?

 

 

a) Límites y fragilidad del encuentro erótico

 

El amor que celebra el Cantar es una realidad frágil y siempre amenazada. Señalo dos de sus más graves limitaciones 15.

La experiencia feliz del amor borra o disimula las imperfecciones y defectos de la persona amada. El amor erótico queda atraído por la belleza y el encanto del momento. No se contempla el lado oscuro y negativo del ser amado. Así canta el amante: «¡Toda eres hermosa, amada mía, y no hay en ti defecto!» (Cantar 4,7). Sin embargo, pronto aparecerán las limitaciones, defectos y egoísmos de ambos. Es entonces cuando la seducción puede desvanecerse. El enamorado que solo ama con amor erótico tiende a amar en el otro lo que es fuente de su propio gozo y placer, al tiempo que se distancia de lo que le genera desazón y disgusto; desea y ama al otro «a medias», solo en lo que tiene de atractivo. Si no trasciende ese amor erótico, corre el riesgo de buscar al otro, no en su totalidad de persona amada, sino como objeto al servicio del propio interés. Es entonces cuando desaparece la belleza, el encanto y la fascinación del encuentro entre varón y mujer, regalo del Creador, pues todo enamorado que se confía y se entrega al otro está pidiendo ser acogido y aceptado enteramente, con sus limitaciones y sus penas, con sus luces y sus sombras.

Por otra parte, el amor erótico borra del escenario a todas las demás personas. El mundo queda como olvidado y ausente. Los amantes están solos sobre la tierra; no existe el tiempo, no existe el mundo, no existe nadie; solo ellos en su encuentro emocionado. Así aparece en el Cantar: la madre de la enamorada, los hermanos, las amigas, el rey y su harén, los guardias que patrullan la ciudad... solo forman como el telón de fondo que sirve para exaltar todavía mejor el encuentro único de ambos. Sin embargo, pronto ese mundo se entremezcla en su historia de amor. Si se encierran en su amor erótico, quedarán incomunicados de la vida real, replegados sobre sí mismos, recluidos en un aislamiento compartido. Sin embargo, cuando se entregan mutuamente, los enamorados no renuncian a sus raíces ni a su entorno vital, no desean ser mutilados en sus proyectos personales, no esperan ser despojados de su condición social, sino potenciados para la convivencia.

Así pues, para seguir vivo como fuente de enriquecimiento humano, el amor erótico está planteando a los amantes dos graves cuestiones: ¿queréis vivir cada uno vuestro amor al otro en su totalidad, compartiendo gozos y penas, alegrías y sinsabores, disfrute y ayuda mutua, o deseáis estrujaros el uno al otro como objetos de satisfacción placentera? ¿Queréis saborear vuestro amor aislándoos en vuestra propia dicha y encerrándoos en una soledad compartida o deseáis conocer y desarrollar la expansión de vuestro amor en las diferentes dimensiones de vuestra vida individual, familiar y social?

 

 

b) Ensanchamiento del amor erótico

 

El término eros, habitual en la literatura griega, es un término que se emplea sobre todo para hablar del amor con que se ama al otro por lo que se recibe de él: gozo, placer, compañía, seguridad, consuelo. Eros significa, por tanto, un movimiento hacia aquella persona de la que esperamos o en la que encontramos satisfacción y cumplimiento de nuestro deseo. No hemos de confundir este amor erótico con la mera búsqueda de satisfacción sexual. Cuando el enamorado solo busca disfrutar del sexo del otro, olvidando la totalidad de su persona, lo trata como una cosa y, por tanto, no sale de sí mismo hacia el encuentro personal mutuo; sigue encerrado en su propio egoísmo. Cuando, por el contrario, ama con amor erótico, busca el encuentro gozoso con la persona amada y sale hacia ella para disfrutar juntos la dicha de su comunión misteriosa.

Así pues, el amor erótico despierta un deseo que no tiene por qué ser posesivo; trata incluso de «atraer a la persona amada como un factor de la propia dicha» 16, pero no tiene por qué cosificar o desvirtuar el encuentro amoroso. Más aún, ¿puede en realidad el ser humano amar si no es con amor erótico? Solo Dios es amor absolutamente gratuito, amor amante, sin indigencia alguna, capaz de amar sin recibir ni ser enriquecido. El ser humano, por el contrario, pobre e indigente, no parece que pueda amar sino esperando o deseando recibir: da amor esperando ser amado 17. El riesgo del amor erótico, condicionado por lo que recibe del otro, es quedar prisionero de sí mismo, con la amenaza de apagarse en la medida en que el otro no responde al propio deseo.

A la luz de Jesús, revelación del amor gratuito e incondicional de Dios, las comunidades cristianas difundieron otro término para hablar de amor, agape, que subraya el amor con que se ama a la otra persona atendiendo a su necesidad o deseo, y buscando su bien aun cuando apenas se recibe de ella nada gratificante. En las primeras comunidades cristianas se citaba incluso un dicho atribuido a Jesús: «Hay más dicha en dar que en recibir» (Hechos de los Apóstoles 20,35). Se trata, pues, de un amor con gran peso de gratuidad, no condicionado solo por lo erótico, un amor que incluye la aceptación del otro en lo que tiene de negativo y poco grato, la atención a la persona amada en su debilidad, la paciencia y hasta el perdón 18.

Este amor de agape no excluye ni elimina el amor erótico, pero lo cuestiona e interpela, pues recuerda que amar es querer el bien para el otro o, de otra manera, ser feliz haciendo feliz a la persona amada. Esto obliga a revisar si en el encuentro amoroso tiene prioridad la propia satisfacción o el derecho de la otra persona a su felicidad. Eros y agape no se excluyen, sino que se complementan y enriquecen mutuamente. Son como «los dos rostros del amor» plenamente humano 19. Nada mejor que un amor erótico impregnado en todo tiempo por el amor incondicional del agape; nada mejor que un amor agápico vivido con la ternura, el gozo y el calor del eros 20.

 

 

4. El mensaje del Cantar en nuestros días

 

El Cantar contiene un mensaje lleno de promesas y llamadas. Señalo brevemente algunos aspectos.