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Estaba a punto de pagar el precio de una pasión robada… Kenzie decidió abandonar a Dominick Masters cuando se dio cuenta de que nunca la había amado ni tenía la menor intención de darle un hijo. Pero ahora tenía un problema y no le quedaba más remedio que pedirle ayuda a su marido, a pesar de haberse separado. Sabía que Dominick le pediría algo a cambio… pero no esperaba que ese algo fuera pasar una semana de pasión con él y estar completamente a su servicio. Kenzie no tuvo más remedio que aceptar, sin imaginar que estar con él fuera a resultarle tan tentador… Pero, ¿cómo reaccionaría Dominick cuando oyera la noticia que Kenzie tenía que darle?
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Seitenzahl: 164
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.
DELICIOSA TENTACIÓN, Nº 1821 - enero 2012
Título original: The Billionaire’s Marriage Bargain
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-462-0
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
CUANDO oyó sonar el teléfono interno, Dominick lo miró con desagrado. Debería haberle dicho a su secretaria que no le pasara las llamadas durante un par de horas. Después de cuatro meses de planearlo cuidadosamente, estaba a punto de conseguir su objetivo, y estaba disfrutando serenamente de aquel pensamiento mientras miraba por el ventanal de su despacho, con vistas al Támesis.
Cuatro meses. Aunque había parecido más tiempo. Mucho más tiempo. Pero de no haber empleado ese tiempo, el plan de su venganza no habría tenido éxito.
La venganza era un plato que se servía frío, decían. Y ahora estaba frío.
Y pensaba saborear cada minuto de la caída del hombre que había herido su orgullo hacía cuatro meses, cuando le había quitado a Kenzie.
Dominick se puso de espaldas a la magnífica vista del exterior y apretó el botón del teléfono interno.
-¿Sí? -dijo con evidente irritación.
-La señora Masters está en la línea uno -respondió Stella, su secretaria, ajena a su malhumor.
¿Lo llamaba su madre?, se preguntó Dominick.
No comprendía por qué su madre se seguía haciendo llamar señora Masters después de haberse casado y divorciado varias veces después de divorciarse de su padre, hacía treinta años.
-Dile que estoy ocupado -respondió.
-Se lo he dicho. Pero dice que es urgente.
Dominick suspiró.
-Recuérdame que no te dé la bonificación de Navidad este año, Stella -murmuró Dominick. Y tomó la línea uno-. ¿Mama? Sea lo que sea, ¿puedes darte prisa? Tengo…
-Dominick…
Todo pareció detenerse. El movimiento. La respiración.
Simplemente su nombre, pronunciado en aquel tono sensual, era suficiente para detener su organizado mundo.
Hacía cuatro meses que no veía ni hablaba con Kenzie. Y no sabía por qué lo llamaba. Aunque era una coincidencia que lo hiciera cuando él estaba a punto de llevar a cabo su venganza.
-¿Dominick?
No era su madre, después de todo.
Sino la mujer que hasta hacía poco había sido su esposa. La que aún era su esposa. Aunque lo hubiera dejado para estar con otro hombre. El hombre al que él haría ponerse de rodillas.
Dominick respiró profundamente, y dijo:
-Kenzie…
Kenzie reconoció aquel tono frío. Dominick era lo que ella lo había llamado durante la discusión que había precedido a la ruptura de su corto matrimonio.
¿Discusión?
No. Sólo la frialdad de Dominick y su propia incredulidad ante las acusaciones que había hecho contra ella.
La mano de Kenzie apretó el móvil. Ella no había querido hacer aquella llamada. Hubiera hecho cualquier cosa antes de hacer cualquier movimiento de acercamiento a Dominick después de aquellos meses de silencio. Dominick la había odiado por decidir marcharse. Y seguramente su odio habría aumentado con el tiempo.
-¿Tú dirás? -preguntó él con impaciencia.
Era el mismo impaciente de siempre, pensó ella. Siempre en medio de un acuerdo de negocios o algo así. Nunca tenía tiempo de escucharla, ni para intentar comprenderla.
No había estado segura de que Dominick estuviera en Londres cuando lo había llamado, pero ahora podía imaginarlo perfectamente, detrás de su escritorio en su lujosa oficina del imperio que él mismo había levantado. Era dueño de una línea aérea, de una cadena de televisión y un casino en el sur de Francia, y además era dueño de varios hoteles exclusivos en las capitales más importantes del mundo.
Sí, podía imaginarse a su esposo en aquel momento, con su pelo oscuro algo crecido, sus ojos marrones que podían volverse negros durante una discusión acalorada, sus anchos hombros, sus largas piernas, envuelto en un traje italiano…
Con sólo recordarlo su corazón se ponía a latir agitadamente.
-O me dices para qué has llamado, Kenzie, o cuelgas. Tengo trabajo -ladró Dominick.
-Eso no es una ninguna novedad -respondió ella.
-¿Y? -se impacientó Dominick.
Oír la voz de Kenzie no lo predisponía a tener una conversación placentera.
Claro que ella nunca le había despertado sentimientos tiernos…
Al principio, cuando la había visto por primera vez, había sido fiero deseo lo que había sentido por ella. Luego, cuando ella se había marchado con otro hombre, lo había asaltado una furia helada.
-Yo… Tengo que hablar contigo, Dominick -le dijo ella.
-¿No es un poco tarde para hablar? -respondió Dominick-. Hace un mes que recibí los papeles del divorcio -agregó con dureza.
Los había recibido y los había guardado en un cajón.
¿Tenía tanta prisa en terminar legalmente con su matrimonio Kenzie, que hasta estaba dispuesta a hablar con él personalmente para conseguir una respuesta positiva?
¿Querría volver a casarse?
Jerome Carlton, el hombre con quien se había ido, estaba dispuesto a darle todo lo que él no podía darle.
No debería haberse casado con ella, puesto que jamás había estado en sus planes casarse. Hasta que la había conocido…
Le había bastado el ejemplo de sus padres y sus posteriores fracasos matrimoniales para descartar el matrimonio de su vida… Y nunca había pensado traer un niño al mundo…
Toda su infancia había sido una pesadilla de seudopadres y madres debido a los numerosos matrimonios de sus padres una vez que se habían divorciado. Y ninguno de ellos había durado mucho tiempo.
Pero hacía un año y dos meses había conocido a Kenzie en una fiesta para celebrar la inauguración de un nuevo hotel Masters, y en cuanto había visto a la famosa modelo había decidido que sería suya. Su belleza era deslumbrante, y su sensualidad suficiente para acelerar su pulso. Y como tenía fama de mujer difícil, para él había sido un desafío conseguirla.
Dominick la había invitado a salir y, a medida que la había ido conociendo más, había sentido más deseo por ella.
Kenzie era muy especial. Él se había dado cuenta del motivo por el que ella permanecía alejada de las habituales aventuras de las modelos famosas. Debajo de aquella supuesta supermodelo llena de glamur, seguía estando la sencilla muchacha del pueblo de Inglaterra donde se había criado. La sofisticación sólo era una fachada, y lo que ella deseaba realmente, y en lo que creía, era en un amor para toda la vida.
Cuando había intentado hacerle el amor, se había encontrado con que era virgen. Kenzie se había reservado para el hombre de su vida, y no había tenido intención de involucrarse en una relación a corto plazo, ni con él ni con ningún otro hombre.
Y sin saber qué locura le había dado, él le había propuesto matrimonio. Tal vez hubiera sido su necesidad de poseerla. De tener algo único, escaso, en su mundo de relaciones pasajeras que no habían significado nada para él ni para las mujeres con las que se había relacionado… O tal vez hubiera sido la desesperación por apagar un deseo que lo quemaba día y noche…
Lo único que sabía era que su ardiente deseo por hacer suya a Kenzie se había intensificado de tal manera, que hasta su negocio se había visto afectado, puesto que él no hacía otra cosa que pensar en llevarla a la cama… ¡Algo que no le había pasado nunca!
Era una situación que sabía que no iba a poder continuar.
Y había una sola solución: el matrimonio.
Después del shock inicial, se había dicho: «¿Por qué no?». Al fin y al cabo, no iba a ser tan estúpido de enamorarse. Eso le ahorraría el dolor y la desilusión que se habían infligido mutuamente sus padres durante su matrimonio, y desde entonces.
Tenía treinta y siete años, había pensado en aquel momento, y además de llevarla a la cama, tener una esposa, sobre todo una esposa guapa como la famosa modelo internacional Kenzie Miller, podía ser un astuto movimiento que redundase en beneficio de sus negocios. El hecho de que no estuviera enamorado de Kenzie, y de que estuviera determinado a no amar a ninguna mujer, no lo había tenido en cuenta para tomar aquella decisión. Al contrario.
Era algo de lo que había empezado a arrepentirse nueve meses más tarde de su boda, ¡cuando Kenzie lo había dejado por un hombre que evidentemente podía darle lo que ella necesitaba!
Kenzie, por su parte, se alegraba de que aquella conversación tuviera lugar por teléfono; se sentía aliviada de que Dominick no pudiera ver lo pálida que estaba, y la cara de estrés que le provocaba el volver a hablar con él.
Ella se había enamorado de él en cuanto lo había visto, y se había vuelto loca de alegría cuando había visto que él había correspondido a su interés.
Durante las dos primeras semanas habían sido inseparables, antes de que Dominick la sorprendiera totalmente llevándola en su avión particular a Las Vegas para casarse con ella.
Ella se había lamentado en aquel momento de que sus padres y hermanas no pudieran estar presentes en la boda, y había sabido que su familia también se sentiría decepcionada. Estaba segura de que sus padres siempre habían pensado que ella tendría una boda tradicional, con su típico vestido blanco, como las bodas de sus hermanas.
Pero ella había estado tan enamorada de Dominick, y secretamente había deseado tanto ser su esposa, que enseguida se había olvidado de aquellos lamentos, con el entusiasmo de que su sueño se hiciera realidad.
De lo que ella no se había dado cuenta hasta pasados unos meses de su matrimonio era de que, aunque Dominick se había casado con ella, no sentía el mismo amor. Sólo se había sentido atraído sexualmente por ella, y además la consideraba un logro para su negocio.
¡Pero ninguno de aquellos recuerdos la ayudaría en la situación actual!
-No te he llamado para hablar del divorcio, Dominick -le dijo Kenzie suavemente.
-¿No? Han pasado cuatro meses, Kenzie. ¿No has convencido a Jerome Carlton para que te proponga matrimonio?
Ella se encogió al oír el sarcasmo, preguntándose cómo había podido creer que aquel hombre estaba enamorado de ella. Pero se negaba a discutir acerca de Jerome Carlton. Hacía cuatro meses Dominick se había negado a creer en su inocencia en lo concerniente a Jerome Carlton, y por su tono de voz, sabía que aún no le creía.
-Todavía estoy casada contigo, Dominick -le recordó Kenzie.
-De momento -respondió Dominick.
-De momento, sí.
Una vez que los papeles de divorcio estuvieran firmados ante testigos, y hubiera un reconocimiento legal de su separación, tal vez ella pudiera seguir adelante con su vida.
Aunque eso no incluía volver a casarse con otra persona.
¿Cómo iba a poder hacerlo, si seguía amando a Dominick?
Lo amaba, pero sabía que no podía vivir con él, porque Dominick jamás podría sentir lo mismo que ella. Como esposa, ella no había sido más que un adorno en su ordenada vida, un accesorio.
-Tengo que hablar contigo adecuadamente, Dominick, y no puedo hacerlo por teléfono…
-No estarás sugiriendo que nos encontremos, ¿verdad? -comentó Dominick con desprecio.
Kenzie suspiró.
Ella tenía tan pocas ganas de verlo como él. ¡Sería muy doloroso verlo y recordar que nunca la había amado, y que nunca la amaría como ella lo amaba a él!
Pero ella sabía que la negativa de Dominick a verla tenía otro origen. Ella representaba su único fracaso. Y el fracaso, como ella bien sabía, era muy difícil de reconocer. Y menos por Dominick.
¡De hecho, ella había estado esperando durante aquellos cuatro meses algún movimiento de desquite de parte de él por haberse atrevido a dejarlo!
Al ver que no había sucedido, ella había pensado que tal vez la venganza fuera su silencio, porque suponía que Dominick podía imaginarse perfectamente la inquietud que podía provocarle a ella. Y debía de estar disfrutando con ello.
-Tengo que verte. Tengo que pedirte algo -dijo ella.
A pesar de su situación, ella se moría por verlo. Pero no al hombre frío y distante de su último encuentro, el hombre que adivinaba al otro lado del teléfono, por su tono de voz. Sino al hombre que ella había amado y amaba.
-Tengo que… pedirte un favor, Dominick -insistió Kenzie.
-¿A mí? -preguntó, asombrado, Dominick.
¡Dominick recordaba claramente que el día que Kenzie se había marchado, le había dicho que jamás le volvería a pedir algo!
Excepto el divorcio, claro.
-¿Tienes la desfachatez de aparecer después de cuatro meses y pedirme algo?
-Dominick, por favor…
-¡No! ¡Tú, por favor! -la interrumpió-. Tú me dejaste, Kenzie. Y te fuiste a los brazos de otro hombre. ¿Y ahora quieres que te haga un favor?
-¡No te dejé por otro hombre! -respondió ella con energía, sabiendo que él nunca le había creído.
-No es lo que tengo entendido -dijo Dominick.
-Tú no sabes nada de mí, Dominick -suspiró ella-. Nunca lo has sabido.
El shock por haber vuelto a saber de ella había pasado ya. Y ahora tenía la sospecha de que aquella conversación era una coincidencia. Al fin y al cabo, Kenzie no sabía que la espada de Democles estaba por caer sobre ella.
-No… El favor que tengo que pedirte no es para mí. Bueno, realmente no. Tal vez… -dijo, incómoda.
-Eso lo juzgaré yo. Dime qué necesitas de mí, y yo te diré si te lo concedo.
-Por teléfono no, Dominick. Necesito explicarte algunas cosas primero, para que comprendas. ¿Podemos vernos para comer?
Dominick levantó la ceja al escucharla. Una cosa era hablar con ella por teléfono y otra verla personalmente.
-¿Hoy?
-Sí, claro, hoy. Si es posible -agregó Kenzie bruscamente.
Dominick abrió la agenda innecesariamente, porque ya sabía que aquel día estaba libre a la hora de la comida.
-Me temo que no es posible. Pero esta noche voy a cenar en Rimini a las ocho, si quieres acompañarme.
Kenzie se encogió al pensar en cenar con Dominick. No se trataba de un ambiente bullicioso e informal a horas de oficina. Ellos habían ido muchas veces allí a cenar.
-¿No podemos encontrarnos para tomar una copa o algo así antes de que vayas a cenar? Lo que tengo que pedirte sólo me llevara unos minutos, y…
-¿Tienes miedo, Kenzie? -la interrumpió Dominick.
-¿De ti? En absoluto… -respondió ella-. Sólo que no comprendo para qué vamos a estropearnos la noche mutuamente.
-Sólo la mía. Después de todo has sido tú quien ha propuesto este encuentro, así que tengo derecho a poner las condiciones.
¡Ella había imaginado que Dominick diría eso!
-Entonces supongo que tendré que aceptarlas, ¿no?
-Es mejor que no parezcas muy entusiasmada con la idea, Kenzie. Así no me hago una idea equivocada.
-Yo que tú, no me la haría. No ha cambiado nada. Simplemente tengo que hablar contigo.
-Debe de ser algo muy importante si estás dispuesta a volver a verme -Dominick sonrió malévolamente.
Luego se puso serio al recordar que Kenzie lo había dejado diciéndole que él era incapaz de amarla como ella lo amaba a él, y que después de nueve meses de estar casada no podía seguir viviendo con él.
Pero aquello había sido una mentira para ocultar su aventura con Carlton.
Dominick se puso completamente serio cuando imaginó a Kenzie en brazos de otro hombre, acostándose con él.
Él sabía que, a pesar de sus promesas de amarlo y serle fiel en su matrimonio, Kenzie había estado involucrada en la relación con otro hombre durante semanas, antes de que su matrimonio llegara a su fin.
Pero ahora, al parecer, ella necesitaba algo de él.
Su venganza caería sobre Jerome Carlton solamente. Pero sabía que la caída del poder de Carlton afectaría el mundo de Kenzie también.
Pero Kenzie había vuelto a aparecer en su vida.
Y él disfrutaría. Haría como la araña con la mosca.
KENZIE no tenía idea de qué hacía sentada en un restaurante esperando cenar con Dominick Masters, su casi ex marido.
Él llegaba tarde. Deliberadamente, estaba segura. Para ponerla nerviosa.
¡Como si no se sintiera suficientemente nerviosa ya!
Un hecho del que Dominick se daría cuenta. Como también se daría cuenta de la seriedad de la situación para que ella hubiera estado dispuesta a llamarlo, y estar esperando allí.
Y por eso debía de estar haciéndola esperar.
Su rostro era bien conocido, y despertaba la curiosidad de los otros clientes del restaurante. No sólo había aparecido en la televisión muchas veces, sino que ahora era la cara de Cosméticos Carlton.
Kenzie Miller, modelo internacional, llevaba esperando quince minutos, sentada sola a una mesa de dos. ¡Evidentemente, la persona con la que había quedado le había dado plantón!, pensaría la gente.
Seguramente aquello era una pequeña venganza de Dominick por haberlo abandonado. Pero si él no aparecía en tres minutos, ella se marcharía…
En aquel momento apareció Dominick.
Y ella se puso tensa y sintió un estremecimiento ante su proximidad.
Su atracción hacia él todavía seguía allí. Y aquello la contrariaba.
Dominick estaba increíblemente atractivo, pensó Kenzie, al verlo con aquel traje oscuro a medida y aquella camisa blanca de seda. Ella imaginó su cuerpo musculoso y fuerte debajo de aquella ropa.
Él ni siquiera estaba mirando en dirección a ella. «¡Maldito sea!», pensó ella. Lo vio hablando con el maitre relajadamente.
A ella se le hizo un nudo en el estómago. Y de pronto se dio cuenta de la magnitud de lo que estaba haciendo.
Pero no tenía opción.
Dominick caminó hacia su mesa, aparentemente indiferente a la presencia de ella. ¡Y al hecho de llegar veinte minutos tarde!
-Espero no haberte hecho esperar -dijo Dominick fríamente cuando se sentó frente a ella-. Ha habido algo importante en el último momento.
Estaba tan atractivo como siempre.
Dominick había visto a Kenzie en cuanto había llegado al local, y al verla se había quedado impresionado. Se había detenido a hablar con el maitre para que le diera tiempo a recuperarse y estar más controlado cuando la viera.
Kenzie estaba hermosa aquella noche, con su pelo negro suelto cayéndole por la espalda, y aquel vestido verde sin tirantes, que dejaba al descubierto unos hombros de satén y el comienzo de unos pechos blancos. Su vestido hacía juego con sus ojos de esmeralda, bordeados de unas larguísimas pestañas oscuras. Y aquellos labios carnosos, promesa de una pasión que ella había conocido con él.
Pero Kenzie no era sólo hermosa. Tenía algo más. Una gracia y una sensualidad innata.
La primera vez que la había visto había sentido como si alguien le hubiera dado un puñetazo. Y en aquel momento, en otras circunstancias, sintió lo mismo cuando la miró.
Pero disimuló sus sentimientos.
-Tienes buen aspecto, Kenzie -dijo Dominick, mientras asentía con la cabeza para agradecer al camarero que les estaba sirviendo dos copas del vino que Dominick pedía siempre cuando cenaba allí-. Al parecer, te sienta bien tener un amante.
-Parece que tu imaginación no deja de trabajar, Dominick -respondió ella, echándose el pelo hacia atrás, tratando de no verse afectada por su presencia.
Ella se había arreglado cuidadosamente para su encuentro, decidiendo llevar el pelo suelto como le gustaba a Dominick, y un vestido ajustado que resaltaba su figura.