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Rachel Bailey

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Beschreibung

Hijas del poder.4º de la saga. Saga completa 6 títulos. El decoro frente al destino. Aunque era la hijastra de un magnate de los medios de comunicación de Washington, Lucy Royall no era ninguna princesa mimada y se estaba labrando sola su futuro como periodista. No obstante, cuando el detective contratado por el Congreso, Hayden Black, acusó a su padrastro de haber realizado actividades ilícitas, Lucy decidió defender a su familia. Pero las cosas entre Lucy y Hayden se calentaron… ¡y terminaron en la cama! Menudo conflicto de intereses. ¿Podría aquella pasión convertirse en algo más duradero a pesar de la enorme controversia que iba a causar?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Deseo inadecuado, n.º 104 - abril 2014

Título original: No Stranger to Scandal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4285-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Hayden Black ojeó los documentos y las fotografías que tenía encima del escritorio de su suite de Washington hasta que encontró lo que buscaba. Unos preciosos ojos castaños, la melena rubia y brillante hasta los hombros. Los labios rojos. Lucy Royall, la clave de aquella investigación para el Congreso, con la que conseguiría hundir al padrastro de esta, Graham Boyle.

Después de haber realizado la investigación preliminar desde Nueva York, Hayden había decidido que la heredera, de veintidós años, era el punto débil de Graham Boyle, al través del que podría encontrar información de todas las actividades ilícitas de este. Lo primero que había hecho esa mañana había sido pedir una fotografía de la señorita Royall, para estar preparado cuando la conociera.

Dejó a un lado la fotografía y tomó otra en la que la joven hacía publicidad de la cadena de noticias de Boyle, American News Service, en la que ella trabajaba como reportera júnior. A pesar del tono de voz profesional y de llevar los ojos muy maquillados, parecía demasiado joven, demasiado inocente, para estar mezclada en los negocios sucios de ANS, desde donde se estaban pinchando teléfonos de los amigos y familiares del presidente. Pero las apariencias podían engañar, sobre todo, cuando se trataba de princesas mimadas. Y nadie lo sabía mejor que él.

Graham Boyle había adoptado a Lucy Royall cuando esta tenía doce años, y después de que la niña hubiese heredado una inmensa fortuna de su padre biológico. No había nacido en cuna de oro, sino en cuna de oro incrustada de diamantes.

Hayden tomó la fotografía de otra periodista rubia: Angelica Pierce, una experimentada periodista de ANS. Hacía diez minutos que había salido de una entrevista con ella, así que estaba seguro de que tenía la sonrisa tan blanca y los ojos tan azules como aparecían en la foto. Había algo extraño en el azul de sus ojos, que parecía más de lentillas de colores que natural. Angelica Pierce llevaba media vida delante de una cámara de televisión, así que era normal que intentase presentarse lo mejor posible ante sus telespectadores.

Se había mostrado dispuesta a ayudarlo y había comentado que aquel escándalo perjudicaba a todos los periodistas. Sobre todo, había accedido a ayudarlo con el tema de Lucy Royall. Al parecer, nada más terminar sus estudios, Boyle la había contratado a pesar de haber tenido otros candidatos mucho mejor cualificados. Según Angelica, Lucy se paseaba por la redacción como si fuese una estrella de cine, se negaba a hacer ta-reas que no le gustaban y daba por hecho que tenía ciertos privilegios.

Hayden volvió a mirar la fotografía de Lucy, que iba vestida con una camisa de seda y unos sencillos pendientes de diamantes, todo muy fino y discreto, pero que dejaba entrever su riqueza y clase, y no le sorprendió que se creyese con ciertos derechos.

Pero, durante la entrevista, Angelica había hecho algo particularmente interesante. Le había mentido al contarle que Lucy la había amenazado. Su lenguaje corporal había sido muy sutil, pero Hayden se había entrevistado con muchas personas a lo largo de los años y estaba acostumbrado a ver lo que otros no veían.

Aunque Angelica podía tener motivos para mentir, tal vez estuviese nerviosa al ver ascender en el escalafón a una joven y bella periodista que, además, era familia del dueño de la cadena. Había gente que mentía por mucho menos todos los días.

Pero Hayden sabía que había algo más. Era cierto que él solía desconfiar de los periodistas porque pensaba que estaban demasiado acostumbrados a manipular hechos para conseguir una buena historia, pero toda aquella investigación estaba centrada en periodistas, así que, por el bien de su objetividad, tendría que intentar olvidarse de eso y tomarse las cosas según se fuesen presentando.

Rebuscó entre las fotografías hasta que encontró una de Graham Boyle. Todas las averiguaciones que Hayden estaba llevando a cabo para el comité que se había creado para investigar los casos de piratería y otras actividades ilegales lo terminaban llevando hasta Boyle.

Y su hijastra.

Era posible que Angelica Pierce le hubiese mentido al decirle que Lucy Royall la había amenazado, podía haberlo hecho para proteger su puesto de trabajo, pero a Hayden no le costaba nada creer que la señorita Royall fuese una princesa malcriada que estaba jugando a ser periodista. Conseguir que esta le confesase que su padrastro estaba jugando sucio sería pan comido. Hayden tenía experiencia más que suficiente con herederas consentidas y sabía muy bien cómo tratarlas.

Lucy Royall iba a caer, y su padrastro con ella.

Lucy sujetó el teléfono con el hombro y siguió escribiendo unas preguntas para Mitch Davis, el presentador de uno de los programas nocturnos de ANS. Este iba a entrevistar a un senador de Florida cuatro horas después y quería tener las preguntas a mediodía para poder familiarizarse con ellas. Así que Lucy tenía exactamente diez minutos más, y después, a la una, tenía que reunirse con Hayden Black, que formaba parte de un comité de investigación contra la piratería. Así que aquella llamada de la productora Marnie Salloway llegaba en muy mal momento. Aunque su trabajo siempre era así, tenía demasiadas tareas y demasiados jefes.

–Marnie, ¿puedo llamarte dentro de quince minutos?

–Voy a estar en una reunión. Necesito hablar contigo ahora –replicó la otra mujer.

–De acuerdo. ¿Qué quieres?

–Necesito la lista de los lugares a los que vamos a mandar esta tarde a nuestros cámaras para grabar las imágenes del reportaje de la hija del presidente.

Lucy frunció el ceño y siguió tecleando.

–Te la he mandado esta mañana.

–Me has mandado diez lugares. No es suficiente. Necesito veinte antes de las doce y media.

Lucy miró el reloj que había en la pared. Eran las doce menos nueve minutos. Contuvo un suspiro.

–De acuerdo.

Colgó el auricular y malgastó veinte preciosos segundos apoyando la cabeza en el escritorio. Nada más terminar la carrera, Graham le había ofrecido trabajo de periodista a tiempo completo, pero ella lo había rechazado. Entonces, le había ofrecido que trabajase como presentadora los fines de semana. Solo quería ayudarla. Era lo que llevaba haciendo desde que tenía doce años, pero ella no quería ocupar un puesto alto.

Bueno, eso no era cierto, por supuesto que quería llegar alto como periodista, pero quería ganárselo, ser buena. Que la respetasen por su trabajo. Y la única manera de conseguir esa experiencia era trabajando a las órdenes de grandes periodistas, para poder aprender de ellos.

Pero en días como aquel cuestionaba aquella decisión. No era la única periodista novata de la cadena, pero sí la única a la que todo el mundo trataba como si fuese una criada. Y la que peor la trataba era Angelica Pierce, periodista que, hasta entonces, había sido su heroína. Lucy respiró hondo y siguió escribiendo las preguntas de la entrevista de Mitch Davis. Poco después se las había enviado por correo electrónico. Entonces se puso con el trabajo que le había encargado Marnie.

Desde el primer día, le había quedado muy claro que al resto de trabajadores de ANS no les gustaba tener a la hijastra de Graham cerca. Se rumoreaba que era su espía. Y ella comprendía el rechazo que suscitaba, pero no podía permitir que eso la afectase. Lo que había hecho hasta entonces había sido mantener siempre la cabeza agachada y realizar cualquier trabajo que le pidiese otra persona más antigua que ella, aunque se tratase de algo ridículo.

Le envió la lista ampliada a Marnie, tomó su bolso y salió corriendo por la puerta para dirigirse a la reunión con Hayden Black. Si tomaba un taxi y no había mucho tráfico, llegaría con tiempo de sobra. Salió a la calle, compró un café y una magdalena, metió esta en su bolso y le dio un sorbo al café antes de tomar el taxi. No quería llegar tarde a aquella reunión. El Congreso estaba desperdiciando tiempo y dinero en una búsqueda inútil al investigar a su padrastro. Aquella era su ocasión de defender a Graham. Este siempre la había apoyado en todo, en esos momentos le tocaba a ella compensarlo.

El taxi la dejó en el hotel Sterling, donde se alojaba Hayden Black y donde estaba llevando a cabo las entrevistas. Al parecer, le habían ofrecido un despacho, pero él había preferido trabajar desde un territorio neutral. Una decisión interesante. A casi todos los detectives les gustaba la autoridad que les confería un despacho oficial. Lucy se terminó el café en el ascensor y se miró en el espejo; el viento la había despeinado. Mientras las puertas se abrían, se peinó un poco con los dedos. La primera impresión siempre era importante, y Graham dependía de ella.

Comprobó que no se equivocaba de número de habitación y llamó a la puerta con la mano en la que tenía el vaso de café vacío, mientras con la otra se estiraba la falda. Miró a su alrededor en busca de una papelera, pero volvió a mirar al frente al oír que se abría la puerta y empezó a esbozar una sonrisa con la que transmitir que no tenía nada que ocultar.

La sonrisa se le quedó a medias al ver a un hombre alto, vestido con una camisa blanca, corbata carmesí y unos pantalones oscuros muy bien planchados. Hayden Black.

Lucy notó cómo el aire se espesaba. Había conocido a muchos hombres poderosos en el trabajo, en la vida, pero ninguno con la presencia de aquel. Tuvo que hacer un esfuerzo por respirar.

Él frunció el ceño. Sus ojos marrones la estudiaron y no pareció gustarle. Lucy sintió frío. Aquel hombre ya la estaba juzgando y la entrevista todavía no había empezado. Se puso recta. En realidad, estaba acostumbrada a que la gente la juzgase solo por su riqueza, por su modo de vida y por la familia en la que había crecido. Y aquel hombre era solo uno más. Levantó la barbilla y esperó.

Él se aclaró la garganta.

–Señorita Royall. Gracias por venir.

–Un placer, señor Black –le respondió en tono educado, tal y como le había enseñado a hacer su madre para cuando quería conseguir algo.

«Se atrapan más moscas con miel que con vinagre, Lucy».

Él alargó el brazo para indicarle que entrase.

–¿Quiere tomar algo antes de que empecemos? –le preguntó casi gruñendo.

–No, gracias.

Lucy se sentó y dejó su bolso en el suelo, a su lado.

Hayden ocupó el sillón de enfrente y la miró de manera condescendiente.

–Le voy a hacer algunas preguntas sencillas acerca de ANS y de su padrastro. Si me responde con la verdad, no tendremos ningún problema.

Lucy sintió calor. Menudo imbécil. ¿Cómo que si le respondía con la verdad no tendrían ningún problema? Tenía veintidós años, un título de la Universidad de Georgetown y era la propietaria de un sexto de los grandes almacenes más importantes del país. ¿No pensaría aquel tipo que iba a permitir que la tratase como a una niña?

Le dedicó su sonrisa más inocente, tomó su enorme bolso rojo y lo dejó en el escritorio que tenía delante. Entonces combinó la dulce voz de su madre con la firmeza que había aprendido de Graham y dijo:

–Creo que voy a tomarme un vaso de agua, si es posible. Me he traído una magdalena y me gustaría comérmela. No le importa, ¿verdad? Es que no he podido comer porque tenía que venir aquí y creo que pienso mejor con el estómago lleno.

Él dudó un instante y después murmuró:

–Por supuesto.

Y se levantó a por el agua.

Ella respiró satisfecha, había conseguido desestabilizarlo. Cuando lo vio volver con el vaso de agua, le tendió el vaso de papel del café.

–¿Y le importa tirar esto a la basura, ya que está de pie? No quería meterlo en el bolso por si se manchaba y no he visto ninguna papelera en el pasillo.

Él tomó el vaso, pero no pareció hacerle gracia.

Lucy volvió a sonreírle.

–Gracias. No sabe cuántas personas se niegan a hacer cosas así de sencillas, pero, bueno, es que usted es detective.

Tomó un trozo de magdalena y se lo metió en la boca.

Él volvió a tomar asiento y la miró fijamente, con dureza. Al parecer, había recuperado el equilibrio.

–Señorita Royall...

Ella tragó saliva y buscó una libreta en su bolso.

–Voy a tomar nota de lo que hablamos. Creo que es importante acordarse después de lo que se dice en las entrevistas, sea lo que sea. Ayuda a ceñirse a la verdad y así no tendremos ningún problema.

Tomó otro trozo de magdalena y se lo tendió.

–¿Le apetece?

Él frunció el ceño y Lucy se preguntó si no habría ido demasiado lejos.

–No –se limitó a responder.

–Está muy buena –comentó ella, metiéndose el trozo en la boca antes de buscar un bolígrafo en el bolso.

–¿Está preparada? –le preguntó Hayden con voz tensa.

–Solo un momento. Esta es una conversación muy importante.

Dejó el bolso en el suelo y escribió en lo alto de la hoja: Entrevista con Hayden Black. 2 de abril de 2013.

Luego le sonrió de oreja a oreja.

–Ya estoy preparada.

Hayden se resistió al impulso de gemir y, en su lugar, adoptó la expresión neutra que tan fácil le resultaba poner en una entrevista. Lucy Royall era exactamente como en la fotografía y, al mismo tiempo, no se parecía en nada. Tenía el pelo brillante y rubio, pero despeinado. Los labios eran iguales que los de la fotografía, pero llevaba un pintalabios en color bronce, carnosos, sensuales. Muy a su pesar, a Hayden se le entrecortó la respiración. Tenía los ojos color avellana, pero en persona brillaban con inteligencia. Estaba seguro de que estaba intentando jugar con él, y estaba teniendo cierto éxito. Lo que no sabía Hayden era si eso lo irritaba o lo divertía.

Lo que no le hacía ninguna gracia era cómo había reaccionado al abrir la puerta y verla. Se había quedado atónito.

No era una mujer bella, era impresionante. Tenía una luz alrededor, en su interior. Un brillo tan atrayente que había tenido que hacer un gran esfuerzo para no tocarla. Porque no había una mujer en el mundo por la que fuese menos apropiado sentirse atraído. Era la hija del hombre al que estaba investigando. Una mujer que, si no estaba equivocado, podía ser cómplice de las actividades ilegales de su padrastro.

Ella arqueó las cejas, bien al ver su expresión de disgusto, o porque estaba allí sentada, bolígrafo en mano, esperando a que él empezase la entrevista.

Hayden se aclaró la garganta y le dio a un botón para iniciar la grabación.

–Hábleme de su relación con Graham Boyle.

Ella no dudó.

–Graham ha sido mi padrastro desde que tengo doce años. Es un hombre dulce, con un gran corazón.

¿Dulce? A Hayden le entraron ganas de echarse a reír. Boyle era dueño de una cadena de televisión y era un hombre muy temido, tanto por sus competidores como por sus aliados. Para Graham Boyle, el fin justificaba los medios y todo valía con tal de conseguir una noticia.

Y alguien que había formado parte de su familia desde hacía diez años no podía ser ajeno a su crueldad.

–No es así como se le percibe –comentó en tono moderado.

–¿Lo ven sus padres del mismo modo que sus amigos, señor Black? ¿Que sus novias? ¿Que sus empleados? ¿Que sus jefes? –preguntó ella, tomando aire y estirando la espalda todavía más–. Mi padrastro tiene un trabajo que le exige tomar decisiones difíciles, y las personas que no están de acuerdo con ellas pueden verlo como a un hombre cruel, pero conmigo siempre ha sido bueno y generoso.

–Me alegra oírlo, pero no se le acusa de tomar decisiones difíciles, señorita Royall. Se le acusa de autorizar, o al menos consentir, escuchas telefónicas ilegales para obtener información acerca de la hija ilegítima del presidente.

Ella se quedó inmóvil. Lo único que se movió fue su pecho al respirar. Luego, se inclinó lentamente hacia delante.

–Permita que le diga cómo es Graham. Cuando mi madre murió hace tres años, él se quedó destrozado. Casi no podía andar después del entierro. Dos amigos de la familia tuvieron que llevárselo. Luego, a pesar de tener mucho trabajo, y a pesar de su propio dolor, estuvo llamándome, yendo a verme, haciéndome regalos. Asegurándose de que yo estaba bien.

Volvió a sentarse recta, pero su cuerpo siguió en tensión.

–Es un buen hombre –añadió.

A Hayden aquella apasionada defensa de su padrastro le resultó atractiva. Se le cortó la respiración al ver cómo le brillaban los ojos. Se le aceleró el pulso, pero hizo caso omiso. Era un profesional.

–Al Capone era muy bueno con toda su familia –comentó.

Ella se ruborizó.

–Esa insinuación no me ha gustado nada.

Él sacudió el bolígrafo que tenía en la mano derecha y arqueó una ceja.

–No pretendía insinuar nada, solo que ser bueno con la familia no significa que alguien no realice actividades ilegales.

Lucy se limitó a mirarlo fijamente y él aguardó con paciencia.

Ella bajó la cabeza y su pelo rubio cayó hacia delante. Hayden no pudo evitar imaginarse enredando los dedos en aquel pelo y haciendo que Lucy volviese a mirarlo para inclinarse después hacia ella y probar la suavidad de sus labios, la pasión...

De repente, notó que le apretaba el cuello de la camisa. Se maldijo. ¿Qué estaba haciendo? No se podía sentir atraído por una testigo de una investigación tan importante.

«Contrólate, Black», se dijo.

Tomó aire y la miró hasta que vio a una mujer que intentaba encubrir a un delincuente.

–¿Ha participado en alguna vigilancia ilegal de ANS? –le preguntó, con más dureza de la que había pretendido.

–No –respondió ella, entrelazando los dedos sobre la mesa que tenía delante.

Hayden continuó.

–¿Sabe si se ha realizado alguna vigilancia ilegal en ANS?

–No –respondió ella en tono tranquilo.

–¿Ha participado, o ha sabido de alguna actividad ilegal en ANS?

–No.

–¿Trabajó con los experiodistas de ANS, Brandon Ames y Troy Hall, cuando estos pincharon teléfonos para destapar la historia de la hija ilegítima del presidente?

–No.

–¿Cumplían órdenes de su padrastro?

–Por supuesto que no.

–Al principio, dijeron que las escuchas las había llevado a cabo un detective que había trabajado para la cadena de manera temporal, pero luego se descubrió que este estaba limpio. ¿Sabe quién pudo ayudarlos en ANS?

–Que yo sepa, nadie.

–¿Qué piensa de las acusaciones realizadas contra ANS y contra Graham Boyle?

Ella espiró lentamente.

–Las personas que consiguen algo en la vida siempre atraen a otras que quieren destrozarlas.

–¿Qué piensa que hizo ANS para conseguir destapar la noticia de la hija del presidente Morrow? Este fue senador por Montana antes de la campaña presidencial, no era la primera vez que se investigaba su pasado.

Por primera vez, Lucy pareció dudar.

–No lo sé. Yo no he trabajado en esa noticia.

Él supo que debía insistir, pero al ver aquella expresión en su rostro, lo que deseó fue tranquilizarla. Tomar su mano y decirle que todo iba a ir bien. No obstante, su yo más cínico le dijo que era probable que estuviese actuando y que tenía que hacerla hablar más.

–Pero seguro que habla con otros periodistas –le dijo, intentando hablar en tono escéptico–. Todo el mundo ha hablado de esta historia. ¿No me querrá hacer creer que no ha oído nada acerca de cómo se consiguió destapar la noticia?

–Supongo que gracias al buen periodismo de investigación de toda la vida –respondió ella en tono forzado.

Pero Hayden no tuvo la sensación de que le estuviese mintiendo. Todo lo contrario que la anterior mujer que se había sentado en aquella silla. Aquella mujer no se llevaba bien con sus compañeros, se sentía excluida por ellos, pero no quería decirlo. Hayden no pudo evitar sentir ternura.

No obstante, Angelica Pierce le había dejado claro de quién era la culpa de que Lucy Royall no estuviese integrada. Era peligroso sentir pena por ella. Hayden se pasó una mano por la cara. Aquella entrevista no estaba yendo bien, no le estaba llevando a ninguna parte. Tal vez la falta de sueño de los últimos meses estuviese empezando a hacer mella en él.

Hayden se miró el reloj. Tal vez lo mejor fuese terminar temprano, recoger a su hijo, que estaba con una niñera en la puerta de al lado, e ir a dar un paseo a alguno de los parques de Washington. Ya volvería a entrevistar a Lucy Royall cuando estuviese más fuerte.

–Gracias por su tiempo –le dijo–. La llamaré cuando necesite volver a hablar con usted.

Ella se guardó la libreta y el bolígrafo en el bolso y se puso en pie.

–Señor Black, comprendo que está haciendo su trabajo, pero espero que no haya descartado la posibilidad de que Graham Boyle sea inocente.

Él se puso en pie también.

–Si las pruebas demuestran que es inocente, señorita Royall, yo se lo trasladaré al Congreso.

Pero su instinto, que jamás lo traicionaba, le decía que el padrastro de Lucy Royall era culpable. Y él solo tenía que demostrarlo.

Le abrió la puerta y luego vio cómo balanceaba las caderas por el pasillo. Su belleza, fuerza y determinación lo habían sorprendido.

Pero estaría preparado la siguiente vez que tuviese que hablar con ella.

Capítulo Dos

Lucy entró en silencio en el despacho de su padrastro.

Su secretaria le había dicho que estaba hablando por teléfono, pero que podía pasar de todos modos. Graham asintió al verla y luego dio un par de órdenes más a quien estuviese al otro lado de la línea.

Lucy aprovechó la oportunidad para admirar las vistas panorámicas de Washington desde el ventanal. Le encantaba aquella ciudad. Se había mudado allí con doce años, cuando su madre se había casado con Graham. Tanto la ciudad como Graham le habían sentado bien.

Desde una cesta que había en el suelo, Rosebud, el bulldog de Graham, levantó la cabeza y, al reconocerla, se acercó a saludarla. Lucy dejó su bolso junto al sillón y se agachó a acariciarla.

–¿Qué tal, Rosie? –le susurró.

Graham realizó un último comentario en tono tenso y después colgó el teléfono y atravesó la habitación.

–¡Lucy! –exclamó, sonriendo y abriendo los brazos.

Ella se dejó abrazar y se olvidó de todas sus preocupaciones por unos segundos. Graham era la única persona con la que siempre podía contar. Su única familia.

–Espera –comentó él–. Tengo algo para ti.

Ella no pudo evitar sonreír. Aquella era una frase que había oído muchas veces.

–No hacía falta.

–Por supuesto que sí.

Era su manera de demostrarle lo mucho que la quería. Ella también era la única familia de Graham. En ciertos aspectos, formaban una extraña pareja, pero que funcionaba bien.

Graham abrió la puerta de uno de los armarios que había pegados a la pared y sacó una caja de terciopelo azul oscuro. Se la tendió sonriendo con orgullo. Ella la abrió y sacó un delicado bulldog de cristal.