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Rachel Bailey

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Beschreibung

Dos bebés y un escandaloso secreto. Descubrir que era padre de una niña recién nacida cuya madre había muerto a los pocos días de darle la vida había puesto patas arriba el mundo de Liam Hawke. Había sido una suerte dar con una niñera como Jenna Peters, que se había ganado a la pequeña desde el primer momento. De hecho, él mismo había caído pronto prisionero de sus encantos. Jenna se esforzaba por mantener las distancias, pero estaba enamorándose de Liam. Y cuando este descubriese que era una princesa, tendría que despedirse del sueño de la familia que habrían podido formar. ¡A menos que él le hiciese una proposición que no pudiese rechazar!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Rachel Robinson

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un gran equipo, n.º 2046 - junio 2015

Título original: The Nanny Proposition

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6281-4

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Uno

Liam Hawke frunció el ceño. Lo que la persona al otro lado de la línea acababa de decirle no tenía sentido alguno.

–¿Señor Hawke? ¿Sigue usted ahí?

–Sí. Espere un momento, por favor –respondió, y se salió al arcén de la carretera para detenerse.

Su hermano, que iba sentado junto a él, lo miró y enarcó una ceja.

–Escucha esto –le dijo Liam en voz baja, y pulsó el botón del altavoz del teléfono móvil.

–¿Podría repetir lo que ha dicho?

–Soy una matrona del hospital Sacred Heart, y estaba diciéndole que es usted padre de una niña; enhorabuena –respondió la mujer.

Liam volvió a fruncir el ceño y Dylan puso los ojos como platos.

–Su hija, Bonnie, nació hace dos días, y aún está aquí, con su madre –continuó la mujer–. Por desgracia hubo complicaciones después del parto, y me ha pedido que me ponga en contacto con usted. Será mejor que venga cuanto antes.

Liam se desabrochó el primer botón de la camisa, que de repente parecía estar asfixiándolo. Tenía que tratarse de un error. Los bebés no aparecían de la nada así, por arte de magia.

Liam tragó saliva y le preguntó a la mujer:

–¿Seguro que no se equivoca de persona?

–¿Es usted Liam John Hawke? –inquirió ella.

–Sí.

–¿Y ha tenido una relación con Rebecca Clancy?

–Sí –si es que a lo que había habido entre ellos se le podía llamar relación–, pero no estaba embarazada cuando rompimos.

Claro que de eso hacía bastante, pensó, intentando recordar cuánto tiempo hacía de la última vez que se habían visto. ¿Ocho meses? Tal vez sí fuera posible que aquel bebé fuese suyo, pensó, sintiéndose incómodo. Entonces cayó en la cuenta de algo que había mencionado la matrona.

–Ha dicho que había habido complicaciones después del parto. ¿Está bien Rebecca?

La mujer se quedó callada un momento.

–Creo que sería mejor que hablásemos de eso en persona.

–De acuerdo; voy para allá –dijo él, y colgó.

Mientras volvía a incorporarse a la carretera, Dylan sacó su móvil.

–Llamaré a los demás para cancelar la reunión.

–Gracias –contestó Liam.

Cuando Dylan colgó, giró la cabeza hacia él y le preguntó:

–¿No tenías ni idea de esto?

–No, y no acabo de creerme que esto pueda ser verdad –respondió Liam, pasándose una mano por el cabello–. Puede que sí, que hace nueve meses estuviese saliendo con Rebecca, pero eso no prueba que sea el padre de su bebé.

De hecho, había oído que había empezado a salir con otro poco después de que rompieran. Lo primero que haría sería pedir una prueba de paternidad.

Cuando llegaron al hospital la matrona salió a recibirlos.

–Rebecca empeoró después de que lo llamase –le dijo a Liam–, y han tenido que volver a llevársela al quirófano. Sus padres han bajado también. Bonnie está en la sala nido –les explicó mientras se dirigían allí.

Cuando llegaron, entró ella sola y salió con la pequeña, envuelta en una mantita.

–Mira, preciosa –le dijo la matrona–: tu papá ha venido a conocerte.

Y antes de que Liam pudiera siquiera mencionar que quería que se hiciese una prueba de paternidad, la mujer le puso el bebé en los brazos. Los grandes ojos de Bonnie parpadearon, mirándolo con curiosidad. ¡Parecía tan frágil!

–Los dejaré unos minutos a solas para que se conozcan –dijo la matrona–. Ahí tienen un sofá, si quieren sentarse –añadió señalándoles un rincón.

Cuando se hubo alejado, Dylan carraspeó y le dijo a su hermano:

–Voy a... eh... voy a por un par de cafés.

Liam apenas le estaba prestando atención. Solo tenía ojos para Bonnie. No recordaba cuándo había sido la última vez que había tenido en brazos a un bebé, y no estaba muy seguro de estar haciéndolo bien, pero la atrajo hacia sí y aspiró su suave y dulce olor.

Una sonrisa se dibujó en sus labios.

Sus dos hermanos y él tenían el pelo como su madre, de un color castaño rojizo, y el de Bonnie tenía ese mismo color. Por supuesto pediría la prueba de paternidad de todos modos, y tendría una seria conversación con Rebecca por habérselo ocultado, pero estaba seguro de que aquella pequeña era suya. Cuando se sentó y se quedó mirándola a los ojos, el mundo se detuvo. Aquella chiquitina era hija suya..., pensó con el corazón encogido de emoción.

Perdió la noción del tiempo mientras estaba allí sentado, con el bebé en brazos, hablándole de su familia, de sus dos tíos y sus abuelos y de cuánto la iban a querer y a mimar. Hacía una hora iba de camino a una reunión de negocios con Dylan en representación de la empresa familiar, Hawke´s Blooms, y de repente su vida había dado un giro de ciento ochenta grados.

Oyó pasos que se acercaban y, al alzar la mirada, se encontró con una pareja de mediana edad que se paró en seco al verlo.

–¿Quién es usted? –quiso saber la mujer, que iba muy maquillada.

Debían de ser los padres de Rebecca.

–Liam Hawke –contestó educadamente–, el padre de Bonnie.

El hombre frunció el ceño y dio un paso hacia él.

–¿Cómo se ha enterado?

–Rebecca le pidió a la matrona que me llamara –como no quería que el bebé se alterara, Liam permaneció sentado y no alzó la voz–. Lo que no entiendo es por qué no se me ha informado hasta ahora.

–Es imposible que Rebecca haya hecho eso –replicó la mujer entornando los ojos–. Cuando le den el alta nos las llevaremos a casa al bebé y a ella. Hace dos meses que se vino a vivir con nosotros. Le ayudaremos a criar a Bonnie, así que haga el favor de dárnosla y marcharse antes de que suban a Rebecca. Si quisiera verlo nos los habría dicho.

Por delicadeza, Liam se contuvo para no responder de un modo grosero, ya que su hija estaba en el quirófano, pero estaban muy equivocados si creían que iba a renunciar a sus derechos como padre.

–¿Así que no pensaban decirme nada?

–Era Rebecca quien no pensaba decirle nada –lo corrigió el hombre.

Liam no podía dar crédito a lo que oía.

–¿Por qué? ¿No se le ocurrió que yo querría saberlo? ¿Ni que Bonnie necesita un padre?

La mujer resopló con desdén.

–No puede darle usted nada que no podamos darle nosotros. La riqueza de su familia no es nada comparada con la nuestra, y estará rodeada de gente capaz de darle amor.

A Liam no le pasó desapercibida la crítica velada al estatus social de nuevos ricos de su familia, y sintió que le hervía la sangre en las venas. No era la primera vez que se topaba con alguien con esa clase de prejuicios, gente que no había trabajado en su vida, gente que había heredado una fortuna y lo único que habían hecho era vivir de las rentas.

Liam se preguntó qué le habría dicho Rebecca de él a sus padres. No es que hubieran quedado como amigos precisamente después de romper, pero tampoco habría dicho que Rebecca pudiera estar resentida con él. Aunque ahora que lo pensaba... ¿no le había dicho ella en una ocasión que sus padres eran fríos y manipuladores? Podría ser que la opinión que tenían de él no se debiese a nada que ella les hubiese dicho.

En ese momento apareció un hombre con bata de cirujano y fue hasta ellos.

–¿Son ustedes el señor y la señora Clancy? –inquirió muy serio, mirando a los padres de Rebecca.

La madre agarró la mano de su marido y asintió.

–Me temo que traigo malas noticias. Rebecca luchó con todas sus fuerzas, pero los daños que había sufrido en la matriz... Lo lamento.

La señora Clancy emitió un gemido ahogado y se derrumbó llorando sobre el hombro de su marido. Este se volvió hacia ella y la atrajo hacia sí.

En ese momento la pequeña Bonnie rompió a llorar también, y Liam bajó la vista hacia ella, aturdido. La vida de la pequeña se vería irremediablemente afectada por esa tragedia.

Justo a tiempo reapareció la matrona, que la tomó de sus brazos mientras el médico seguía hablando con los padres de Rebecca.

–Lo siento mucho, señor Hawke –le dijo la mujer.

–¿Qué...? –Liam se aclaró la garganta–. ¿Qué pasará ahora con Bonnie?

–Su madre cumplimentó el certificado de nacimiento y en él figura usted como su padre, así que a efectos legales es quien tiene la custodia. Si no puede hacerse cargo de ella, creo que los padres de Rebecca están dispuestos a criarla. ¿Quiere que llame a la trabajadora social del hospital para que lo asesore?

Liam bajó la vista a la pequeña, que ya se había calmado. Cerró su mano en torno al puño de Bonnie, que sobresalía de la mantita en la que estaba envuelta.

–No será necesario –dijo alzando la vista hacia la matrona–. Yo me haré cargo de ella; es mi hija.

La matrona esbozó una sonrisa de aprobación.

–Le enseñaré lo básico, como darle el biberón y cambiarle los pañales, y podrá llevársela.

Liam parpadeó. ¿Así, sin más? Se acercó la madre de Rebecca y le lanzó una mirada desafiante a Liam antes de alargar los brazos hacia la matrona.

–Démela –dijo–; nos vamos a casa.

Sin vacilar, la matrona le entregó la pequeña a Liam.

–Lo siento, pero el señor Hawke es el padre. Así hizo que constara su hija en el certificado de nacimiento, y por tanto es a él a quien le corresponde la custodia.

El señor Clancy, que se había acercado también, puso una mano en el hombro de su esposa y miró a Liam con los ojos entornados.

–Eso ya lo veremos. No está capacitado para criar a un bebé, y lo diré en un juzgado si es necesario.

Liam no se inmutó. Podían intentar lo que quisieran, pero nadie iba a quitarle a su hija.

Jenna, que estaba cambiando las flores del jarrón del salón, oyó que se abría la puerta. A juzgar por las voces que llegaban desde el vestíbulo del ático, parecía que Dylan venía acompañado de su hermano Liam. Lo había reconocido al instante por esa voz profunda y aterciopelada que siempre la hacía derretirse por dentro.

Era completamente inapropiado que pensara en esos términos de un familiar del hombre para el que trabajaba como asistenta. De hecho, no debería tener esa clase de pensamientos románticos con respecto a ningún hombre. Había sido eso lo que la había llevado a la situación en la que se encontraba.

Recogió de la mesa los tallos que había cortado, los echó en la bolsa de plástico en la que había metido las flores mustias y se dirigió a la cocina antes de que los dos hombres llegaran al salón. Una de las cosas que había aprendido al haber crecido en un palacio era que se esperaba del servicio que se hiciese notar lo menos posible, como si fuesen hadas quienes limpiasen y cocinasen.

Sin embargo, al llegar a la cocina oyó el llanto de un bebé y se quedó escuchando. Si pudiera a ella le gustaría tener consigo a su pequeña de ocho meses, Meg, pero no tenía más remedio que dejarla en la guardería mientras trabajaba. ¿De quién podría ser aquel bebé? Dylan y sus hermanos, Liam y Adam, estaban solteros.

Se oyeron pasos acercándose por el pasillo y Dylan asomó la cabeza por la puerta abierta.

–Jenna, ¿podrías venir? Necesitamos que nos eches una mano con un pequeño problema.

–Claro.

Jenna se secó las manos con el paño de la cocina y lo siguió hasta el salón, en medio del cual estaba plantado su hermano Liam con un bebé en los brazos que no dejaba de llorar.

–Liam, te acuerdas de Jenna, ¿verdad? –le dijo Dylan a su hermano–. Ella sabrá qué hacer.

Jenna lo miró perpleja.

–¿Con qué?

–Pues con el bebé –respondió Dylan como si fuese evidente–. No conseguimos que deje de llorar.

Liam estaba mirándola con recelo, como si no se fiase de dejarle el bebé a cualquiera.

–Tengo una hija de ocho meses –le dijo ella–. Si dejas que pruebe creo que podría calmarlo.

–Es una niña –le aclaró él–, se llama Bonnie.

Jenna se conmovió al ver como se suavizó la mirada en sus ojos verdes cuando pronunció el nombre de la pequeña.

Finalmente Liam dio un paso hacia ella para pasarla a sus brazos, y Jenna la tomó con cuidado y la colocó contra su pecho, acunándola suavemente mientras caminaba por la habitación. Poco a poco el llanto fue amainando, hasta que finalmente Bonnie levantó la carita bañada por las lágrimas y la miró con curiosidad.

–Hola, chiquitina –la saludó ella con una sonrisa, volviendo junto a los hermanos.

–Buen trabajo, Jenna –dijo Dylan.

Liam, visiblemente perplejo, se aclaró la garganta y le preguntó:

–¿Cómo has hecho eso?

–La he puesto contra mi pecho –le explicó ella, acariciando el fino cabello oscuro de Bonnie–; a los bebés les tranquiliza sentir los latidos de un corazón.

–Gracias –dijo Liam, y su intensa mirada hizo que el estómago se le llenase a Jenna de mariposas.

Tragó saliva y se aclaró la garganta.

–Es preciosa –dijo–. ¿Estás cuidando de ella?

–Supongo que podría decirse que sí –contestó él en un tono quedo–. Su madre ha fallecido.

A Jenna se le encogió el corazón y bajó la vista a la pequeña, que estaba quedándose dormida.

–¡Cuánto lo siento! –dijo alzando de nuevo la mirada hacia Liam–. ¿Es hija tuya?

Él asintió y Dylan intervino para explicarle:

–Antes de abandonar el hospital la matrona le estuvo enseñando a Liam los cuidados básicos, mientras, yo fui a comprar un capazo para el todoterreno, pero cuando estábamos en la carretera camino de su casa Bonnie empezó a llorar y no había manera de que parara, así que le sugerí que viniéramos aquí, que a lo mejor tú conseguías calmarla.

Jenna miró a Liam de reojo preguntándose por qué no parecía tan afectado como cabría esperar por la muerte de la madre del bebé y por qué no había tenido preparado de antemano el capazo.

–Bueno, por lo menos se ha calmado –dijo Jenna, y se acercó a él para devolverle a la pequeña.

Bonnie se movió un poco, pero Liam le acarició la espalda y volvió a dormirse.

–Vives abajo, ¿no? –le preguntó.

Jenna asintió.

–En el primer piso, con mi hija Meg.

El pequeño edificio, propiedad de Dylan, tenía tres plantas. Ella ocupaba la inferior y Dylan el ático.

La había contratado cuando estaba embarazada de cuatro meses y llevaba más de un año trabajando para él. Había sido una auténtica suerte encontrar un trabajo que le había proporcionado además un pequeño piso donde vivir.

Ser madre soltera era algo inconcebible para una princesa de la familia real de Larsland, y por eso había abandonado su país antes de que nadie lo descubriese, para empezar una nueva vida en Los Ángeles, dejando atrás su verdadero nombre, Jensine Larsen, para convertirse en Jenna Peters. Allí no tenía amigos ni nadie en quien apoyarse, así que no quería poner en peligro aquel empleo.

–En fin, debería volver al trabajo ya que... –comenzó a decir, pero Liam la interrumpió.

–¿Y dónde dejas a tu hija mientras trabajas?

–La llevo a una guardería.

–¿Y no preferirías tenerla contigo?

Jenna vaciló y miró primero a uno de los hermanos y luego al otro. La respuesta era evidente, pero no podía hablar con libertad delante de Dylan, para quien estaba trabajando.

–Bueno, en un mundo ideal por supuesto que querría pasar el día entero con ella, pero como tengo que trabajar para que podamos vivir, no tengo más remedio que hacer algunos sacrificios. Pero Dylan se porta muy bien conmigo y le estoy muy agradecida por tener este trabajo. Y hablando de trabajo, voy a volver a mis tareas, todavía tengo un montón de...

–Espera –la llamó Liam, y Jenna no tuvo más remedio que detenerse.

Liam miró a la asistenta y le dijo:

–Voy a necesitar ayuda con Bonnie.

Ella esbozó una sonrisa y asintió.

–Criar solo a un hijo no es fácil –dijo con ese musical acento escandinavo que tenía–. A lo mejor vuestros padres pueden echarte una mano.

–Lo malo es que no volverán hasta dentro de un par de meses.

–Bueno, podrías contratar a una niñera –propuso Jenna.

Eso mismo había pensado él. Liam miró a su hermano pequeño.

–Vas a hacerme un favor, Dylan.

–¿Ah, sí? –inquirió este cruzándose de brazos–. ¿Qué favor?

–Vas a dejar que Jenna deje su puesto sin preaviso.

–¿Qué? –exclamó ella parpadeando.

Dylan descruzó los brazos y se plantó las manos en las caderas.

–¿Y por qué iba a hacer eso? Estoy muy contento con ella.

Liam sonrió y le dijo:

–Porque no puede seguir trabajando para ti cuando va a ser mi niñera.

–¿Niñera? –repitió Jenna aturdida.

–No puedo hacerme cargo de Bonnie cuando esté trabajando, y necesito a alguien que pueda enseñarme también cómo cuidarla.

–Pero yo lo único que sé de cuidar niños es lo que he aprendido sobre la marcha criando a mi hija –replicó Jenna sacudiendo la cabeza–. Hay gente más capacitada para eso; deberías contratar a una niñera de verdad.

Liam bajó la vista a su pequeña, que seguía dormida, y luego volvió a mirar a Jenna.

–Pues a mí me parece que lo que has conseguido con Bonnie contradice lo que estás diciendo.

Jenna sacudió la cabeza de nuevo y, con un gesto cargado de elegancia, se metió por detrás de la oreja un mechón rubio que se le había escapado.

–Lo único que he hecho ha sido calmarla –apuntó ella–. Todavía hay muchas cosas que no sé y estoy aprendiendo como madre. Leo todo lo que puedo sobre el cuidado de los niños en revistas y libros, pero la mayor parte del tiempo me guío por mi instinto.

Liam se encogió de hombros. Aquello no le preocupaba.

–Pues ya sabes más que yo. Solo necesito que compartas tus conocimientos conmigo. Aprendo rápido, y en nada de tiempo sabré todo lo que haga falta saber sobre los bebés.

Ella enarcó las cejas y se quedó mirándolo como si estuviera debatiéndose entre reírse o no.

–¿Entonces qué? ¿Aceptas?

–Bueno, es que... aquí además de tener un trabajo también tengo un hogar –contestó ella vacilante, llevándose un dedo a los carnosos labios–. ¿Qué pasará cuando hayas aprendido todo lo que necesitas saber? Para entonces Dylan ya habrá contratado a otra persona, y no podré volver.

–Era una forma de hablar; lógicamente seguiré necesitando una niñera por lo menos hasta que Bonnie empiece a ir al colegio.

Ella se mordió el labio y se frotó la frente con los dedos.

–¿Puedo pensármelo?

–Preferiría que me dieras una respuesta ahora. Quiero llevarme a Bonnie a casa y me gustaría que vinieras conmigo para ayudarme a cambiarle los pañales y esas cosas.

–¿Ahora? –inquirió ella, poniendo los ojos como platos.

–Mete en una maleta lo que puedas necesitar para esta noche. Recogeremos a tu hija de camino y mañana mandaré a una compañía de mudanzas para que traigan el resto de tus cosas.

–¡Eh!, ¿y qué pasa conmigo? –inquirió Dylan, mirándolos a los dos perplejo.

Liam agitó la mano, como si sus problemas no tuvieran la menor importancia.

–Estoy seguro de que sobrevivirás sin una asistenta hasta que la agencia te envíe a otra persona –se volvió hacia Jenna–. ¿Entonces qué? –repitió–. ¿Aceptas?

Ella los miró a uno y otro, indecisa.

–Pero...

–No le des tantas vueltas, Jenna –la interrumpió él–. Necesito una niñera y estoy seguro de que eres la persona idónea para el puesto. Te pagaré lo que te esté pagando Dylan, y le añadiremos un veinte por ciento. Además tendrás un techo bajo el que vivir, y lo mejor de todo es que no tendrías que dejar a tu hija en la guardería. Solo tienes que decir que sí. Vamos –la instó con una sonrisa–, di que sí.