Entre los dos - Rachel Bailey - E-Book

Entre los dos E-Book

Rachel Bailey

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Beschreibung

Un accidente de coche dejó a April Fairchild sin memoria y propietaria de un hotel de lujo que no recordaba. Entonces conoció al guapísimo empresario Seth Kentrell, cuyo difunto hermano era el antiguo propietario del hotel. Seth estaba seguro de que April era una cazafortunas… ¿y cómo iba a negarlo ella si ni siquiera recordaba su nombre? Seth haría lo que hiciera falta para recuperar el hotel familiar, pero April se negaba a firmar nada hasta que recuperase la memoria. De modo que tendría que persuadirla para que lo hiciera. Y disfrutaría haciéndolo… al menos hasta que descubriese la verdad.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Rachel Robinson.

Todos los derechos reservados.

ENTRE LOS DOS, N.º 1809 - septiembre 2011

Título original: Million-Dollar Amnesia Scandal

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-738-9

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capitulo Uno

Capitulo Dos

Capitulo Tres

Capitulo Cuatro

Capitulo Cinco

Capitulo Seis

Capitulo Siete

Capitulo Ocho

Capitulo Nueve

Capitulo Diez

Capitulo Once

Capitulo Doce

Epilogo

Promoción

Capítulo Uno

Seth Kentrell observaba la habitación privada del hospital de Nueva York con las manos en los bolsillos del pantalón. El mejor tratamiento médico en una habitación que no estaría fuera de lugar en uno de sus hoteles de lujo. Pero no esperaba nada menos para la famosa cantante de jazz April Fairchild.

Con los ojos cerrados, su piel de porcelana pálida… era más fascinante de lo que había esperado. La había visto muchas veces en fotografías, pero en persona era exquisita. Incluso dormida.

¿Era eso lo que su hermano había creído? ¿Era así como lo había manipulado hasta conseguir que prácticamente le regalase uno de los más preciados hoteles de la familia? Al pensar en su hermano, sintió una opresión en el pecho. Habían pasado ocho días y aún no podía creer que se hubiera ido… Jesse estaba muerto.

Seth apretó los puños dentro de los bolsillos, como si así pudiera aliviar el dolor. Pero nada podía hacerlo. Nunca volvería a ver a su hermano.

Y aquella mujer había sido la última persona en ver a Jesse con vida. No sabía las lesiones que sufrió en el accidente en el que Jesse había perdido la vida porque los medios de comunicación no habían dado esa información. Por eso estaba allí.

April se movió un poco y la vio fruncir el ceño. ¿Estaría sufriendo? ¿Habría heridas o hematomas bajo las sábanas? Tal vez debería llamar a una enfermera…

Nervioso, se pasó una mano por el pelo. No podía olvidar por qué estaba allí: necesitaba recuperar el hotel Lighthouse o podría perder las alianzas que tanto le había costado forjar en el consejo de administración de Bramson Holdings. Dejando la misma cantidad de acciones a sus hijos legítimos e ilegítimos, su padre había intentado unir a las dos familias pero sólo había conseguido complicarlo todo.

Tras la muerte de Jesse, las acciones de los dos habían pasado a ser sólo suyas, pero eso significaba que su hermanastro Ryder Bramson y él tenían a partir de aquel momento el mismo poder en los hoteles de la cadena. Y ahora había aparecido otro hombre, J.T. Harley, diciendo ser un hijo perdido de Warner Bramson y exigiendo su parte.

Pero no lo conseguiría, Seth se encargaría de eso.

Y tampoco tenía intención de darle el poder a Ryder Bramson. En unos meses había perdido a su padre y a Jesse, no pensaba perder también la cadena de hoteles por vulnerable y frágil que April Fairchild le pareciese.

La puerta se abrió tras él y una mujer alta y delgada entró en la habitación.

–¿Es usted médico? –le preguntó, con aire decidido.

–No.

–¿Fisioterapeuta?

–No, tampoco.

–¿Es usted periodista?

–No. Mi nombre es Seth Kentrell.

La mujer lo miró, sorprendida.

–¿Y cómo ha entrado aquí?

Una pregunta razonable. Le había dicho al guardia de seguridad que era del bufete de abogados que representaba a April Fairchild, mostrándole su nombre en el contrato que tenía en la mano. Y el guardia apenas había mirado el documento.

De ser empleado de la empresa de seguridad de Bramson Holdings, Seth lo habría despedido.

Pero no estaba allí para hablar de la seguridad del hospital.

–La pregunta que debería hacer es por qué estoy aquí.

–Es usted el intruso, de modo que yo haré las preguntas –replicó la mujer–. ¿Por qué está aquí?

Seth intentó disimular una sonrisa.

–Para evitarle a la señorita Fairchild una desagradable y pública batalla legal. Créame, debería hablar conmigo, es por su propio interés.

En ese momento, oyeron un ruido procedente de la cama. April había despertado y parpadeaba para evitar la luz que entraba por la ventana. Y cuando abrió los ojos, unos enormes ojos castaños, Seth se quedó sin aliento. Era como una flor rota y, sin embargo, exquisitamente bella. Tenía la piel de porcelana y su melena de color caramelo caía sobre la almohada…

Había demasiada luz en la habitación y, con la intención de contener el extraño deseo de acercarse a ella, se dirigó a la ventana para bajar un poco la persiana.

–April, cariño, estás despierta –dijo la mujer.

La joven frunció el ceño y luego hizo una mueca, como si el gesto le provocase dolor.

–Creo que… comete un error.

Seth levantó las cejas.

–Está despierta, de modo que no es un error.

Ella negó suavemente con la cabeza.

–Mi nombre no es April.

La mujer apretó su mano y le habló despacio, como lo haría con una niña:

–Eres April Fairchild, mi hija.

De modo que aquella mujer era su madre, pensó Seth. Y la representante de April Fairchild, según sus pesquisas.

Seth la miró atentamente. Le recordaba a una araña, con sus delgadas y largas extremidades. Y miraba a su hija como esperando que April cayera en su tela.

El instinto le decía que no debía confiar en aquella mujer.

April levantó la cabeza para mirar atentamente a su madre y después volvió a caer sobre la almohada, agotada.

–Lo siento, no te conozco. Tiene que ser un error.

–Entonces háblame de tu madre. Dime tu nombre.

La joven volvió a abrir los ojos y miró de uno a otro con expresión asustada.

–No te preocupes, cariño, los médicos han dicho que pronto recuperarás la memoria.

–¿Ha perdido la memoria? –exclamó Seth.

April puso una mano sobre su pecho.

–¿Cuánto tiempo llevo aquí?

–Ocho días –respondió su madre–. Estuviste inconsciente los primeros cinco días, pero has despertado de manera intermitente durante los últimos tres.

–¿Por qué no recuerdo mi nombre? ¿Me di un golpe en la cabeza?

–Los médicos dicen que tu cerebro está perfectamente –respondió su madre–. Tienes algo que se llama amnesia retrógrada. Pero pronto lo recordarás todo.

Seth observó atentamente a April para ver si estaba fingiendo. Había convencido a su hermano para que intercambiasen el hotel Lighthouse por un estudio de grabación y una discográfica de valor relativo…

Y ahora que Jesse estaba muerto y él había ido a solucionar la situación, April Fairchild decía tener amnesia.

Él no creía en las coincidencias y esa pérdida de memoria le parecía demasiado conveniente.

Seth miró de nuevo a la mujer que estaba en la cama, pálida, con los labios temblorosos y las facciones delicadas. Parecía vulnerable, pero no podía dejarse embaucar.

–¿Eres mi madre?

–Sí.

April lo miró a él entonces.

–¿Y tú quién eres, mi novio?

–No –el pulso de Seth se aceleró de manera inconveniente.

–¿Mi marido?

–No lo conoces, cariño. Y no debería estar aquí –dijo su madre.

–Y, sin embargo, aquí estoy.

–Creo que es hora de que se vaya. Podemos hablar más tarde…

–¿Estás segura de que mi nombre es April? –la interrumpió su hija–. Mi nombre debería resultarme familiar.

La mujer forzó una sonrisa.

–Eres April Fairchild. Lo sé muy bien, porque yo misma firmé tu partida de nacimiento.

April se volvió hacia él.

–¿Y quién eres tú?

La intensidad de su mirada aceleró el puso de Seth una vez más.

–Seth Kentrell. Tenemos un asunto urgente que discutir…

–¿Tan urgente como para venir al hospital? –April parpadeó, desconcertada, pero Seth se recordó a sí mismo que era una intérprete. Llevaba cantando en los escenarios desde los trece años.

Él no cuestionaba que hubieran tenido que hospitalizarla después del grave accidente, pero no iba a dejar que se aprovechase de la situación para quedarse con un hotel de lujo.

–Sí.

Ella se llevó una mano a la frente.

–¿Qué me ha pasado?

–Tuviste un accidente de coche –respondió su madre.

April respiró profundamente.

–¿Podrías darme una aspirina? Me duele mucho la cabeza…

Seth se inclinó sobre la cama para pulsar el botón de la enfermera y April lo miró, preguntándole con los ojos si le estaban mintiendo.

¿Podría estar diciendo la verdad? ¿Podría haber perdido la memoria después del accidente?

La enfermera entró en la habitación unos segundos después.

–¿Qué ocurre?

–La señorita Fairchild necesita medicación.

Mientras le tomaba la temperatura y el pulso, April lo miraba a él. Parecía perdida y, absurdamente, Seth sintió el deseo de protegerla.

–Esto aliviará el dolor de cabeza –dijo la enfermera, dejando dos pastillas en una bandejita–. El médico vendrá en un par de horas y responderá a todas sus preguntas. Pueden quedarse diez minutos más, pero no la alteren.

April había despertado del coma tres días antes, tiempo suficiente para planificar una estrategia con su madre. Necesitarían tiempo para preparar una contrademanda sobre la propiedad del hotel. Porque, sin duda, esperaba tal demanda tras la muerte de Jesse. Y fingir amnesia le daría ese tiempo.

–No me cree, ¿verdad, señor Kentrell? –la voz de April interrumpió sus pensamientos.

Él se aclaró la garganta.

–Aún no lo he decidido.

–¿Y por qué iba a fingir?

–Para no tener que lidiar conmigo. O tal vez como un truco publicitario.

–¿Un truco publicitario? ¿Para qué?

Seth sopesó las opciones que tenía para lidiar con la situación: podría acusarla de estar mintiendo… pero naturalmente ella le diría que no era verdad. O podía llevarle la corriente y esperar hasta pillarla en un renuncio.

–¿Puede caminar? –le preguntó a su madre.

–El médico ha dicho que sí.

–¿Tiene alguna fractura, alguna lesión?

–Los hematomas y cortes ya están casi curados, pero tiene problemas de equilibrio y no debe levantarse a menos que esté aquí su fisioterapeuta.

Seth asintió con la cabeza.

–Yo te acercaré a la ventana, April. Hay algo que quiero que veas.

¿Iba a tomarla en brazos?

El corazón de April se aceleró. Todo, la habitación del hospital, aquella mujer que decía ser su madre, la pérdida de memoria, aquel extraño… todo le parecía irreal, como un sueño. Pero instintivamente, sabía que estaba pasando de verdad. Las luces eran demasiado fuertes para ser un sueño, el hombre parecía demasiado… real. Era un hombre de carne y hueso, lleno de vitalidad. Y cuando lo miraba a los ojos, sabía que también ella estaba viva.

Parecía un respetable hombre de negocios, un empresario. Pero sus ojos… eran de un azul profundo, oscuro, llenos de emociones. Y tenía un aire de peligro que la dejaba sin aliento.

April apartó la mirada, con el estómago encogido. Sentía que estaba perdiendo el control de la situación, pero desde que despertó no parecía capaz de controlar nada. No recordaba su nombre, no recordaba a la mujer que decía ser su madre y ahora aquel hombre decía que iba a tomarla en brazos…

Aquel extraño. Pero no la miraba como si fuera un extraño.

–Puedo caminar –murmuró.

¿Estaría decentemente vestida?, se preguntó. Al levantar el embozo de la sábana vio que llevaba un camisón de color verde esmeralda. Un camisón no podía compararse con un elegante traje de chaqueta, pero al menos la cubría del cuello a los tobillos.

Con cuidado, sacó las piernas de la cama pero cuando apoyó los pies en el suelo la habitación empezó a girar y sintió que se inclinaba hacia un lado… pero antes de que pudiera caer al suelo, Seth la sujetó.

Como a lo lejos, oyó a la mujer que decía ser su madre peguntar si estaba bien, pero no podía contestar. Lo único que podía hacer era agarrarse a aquel extraño alto y fuerte mientras intentaba que su cabeza dejase de dar vueltas.

Su aroma le recordaba a un bosque, fresco, natural, con un toque a madera, a viento. Un olor que la hacía sentir segura y, al mismo tiempo, viva.

–Gracias, creo que ya estoy bien.

Seth la tomó en brazos.

–Yo no lo creo.

Sorprendida, y sin poder hacer otra cosa, April le echó los brazos al cuello. Quería decirle que la dejase en el suelo, pero antes de que pudiera decirlo él la había acercado a la ventana.

–Toda esa gente de ahí ha venido a verte.

April vio un enorme grupo de gente varios pisos más abajo, frente a lo que debía de ser la entrada del hospital. Algunos llevaban cámaras al cuello, otros portaban micrófonos…

¿Toda esa gente había ido a verla? ¿A ella?

–¿Soy famosa?

–Mucho –contestó Seth. Pero su burlona sonrisa decía claramente que no la creía y eso la molestó.

Era un extraño para ella. ¿Por qué le importaba lo que creyese? Pero le importaba. Quería que la mirase con respeto, quería que la entendiese.

–¿Por qué soy famosa?

–Cariño, creo que deberías volver a la cama –dijo la mujer que decía ser su madre.

–¿Por qué soy famosa? –dijo ella, mirando a Seth.

Él pareció vacilar un momento.

–Eres cantante de jazz –dijo por fin.

De repente, April tuvo una visión. Se veía a sí misma sentada frente a un piano, cantando en un escenario ante miles de personas.

–Toco el piano…

–Sí –dijo él, dejándola sobre la cama con mucho cuidado.

–¿Tú estás en el mundo de la música? ¿Por eso nos conocemos?

–No, me dedico a la industria hotelera –contestó él, mirándola fijamente para ver cuál era su reacción.

–¿Y por qué estás aquí?

–Porque tenemos que hablar de uno de mis hoteles… que ahora te pertenece a ti –respondió Seth, sus ojos clavados en ella como los de un león en su presa–. No sé cómo lo conseguiste, pero quiero recuperarlo.

April frunció el ceño en aparente confusión.

–¿Yo me he quedado con uno de tus hoteles?

Seth metió una mano en el bolsillo para sacar un documento.

–Firmaste un contrato por el cual el hotel pasaba a ser de tu propiedad y necesito que lo rescindas firmando este documento.

Por supuesto, si de verdad tenía amnesia y firmaba el documento en esas condiciones, cualquier buen abogado lo anularía. Pero era mejor que nada.

–Si nunca te había visto antes, ¿cómo te he comprado un hotel? –le preguntó ella–. ¿O la venta se ha hecho a través de abogados?

No, lo había conseguido coaccionando a su hermano y manteniendo el trato en secreto. Seth lo había descubierto cuando le entregaron las posesiones de Jesse, incluyendo el contrato, en el hospital, después de su muerte.

–Conocías a mi hermano.

–¿Lo conocía? –repitió April, conteniendo el aliento.

–Jesse murió en el accidente.

–¿Murió una persona? –murmuró ella, con voz estrangulada.

Su madre apretó su mano.

–Cariño, no te preocupes por eso ahora. Lo importante es que te recuperes.

Pero April seguía mirando a Seth.

–Cuéntame qué pasó.

Seth tuvo que tragarse la emoción, negándose a dejar que dos extrañas vieran cuánto le dolía.

–Fuisteis a un bufete a firmar el contrato por el que te quedabas con el hotel Lighthouse y luego salisteis juntos. Fue entonces cuando ocurrió el accidente.

–Dios mío… ¿quién conducía?

–Jesse.

April abrió la boca y volvió a cerrarla. Su sorpresa parecía real. Tal vez era la primera vez que alguien se lo contaba. Aunque a menudo, incluso sin amnesia, el paciente no recordaba un accidente en el que hubiese perdido la conciencia.

Seth le sirvió un vaso de agua de la jarra y April tomó sin decir nada.

–Entonces, tu hermano ha muerto. Lo siento muchísimo.

–Gracias –murmuró Seth apartando la mirada.

–¿Dónde está el hotel Lighthouse?

Había cambiado de tema por él, porque se había dado cuenta de que le dolía hablar de Jesse. Tal vez no confiaba en ella, pero sabía por instinto que había sido un gesto considerado. Y se lo agradecía, pero no pensaba bajar la guardia.

–En Queensport, en la costa de Connecticut.

–¿Y yo tenía dinero suficiente para comprar un hotel? –April miró de Seth a su madre–. Un hotel debe de valer una fortuna.

–No pagaste con dinero –respondió Seth–. El contrato era un intercambio. La señora Fairchild clavó en él sus ojos de halcón.

–¿Qué tipo de intercambio?

–Un estudio de grabación y una pequeña discográfica, incluyendo los derechos de los artistas que tienen contrato con la casa –respondió él–. Imagino que cuando recuperes la memoria querrás recuperar todo eso, y si firmas este documento, no habrá ningún problema –añadió, sacando un bolígrafo del bolsillo.

–Sí, cariño, firma el documento –la animó su madre–. Tardaste seis años en crear esa discográfica y el estudio de grabación lo hicieron exactamente como tú querías… debajo de tu casa. No sé qué te prometió el hermano de este hombre para que lo vendieras todo, pero vamos a solucionarlo cuanto antes.

April miró de uno a otro.

–Pero debía de tener mis razones para hacer lo que hice.

–Estabas agotada, cariño –insistió su madre–. Temías estar quemada con tu profesión y… no sé, tal vez querías un cambio y actuaste sin pensar. Además, no sabemos lo que ese hombre hizo para convencerte.

Seth apostaría dinero a que había sido al contrario porque el hotel Lighthouse valía muchísimo más que el estudio y la discográfica.

Cuando se enteró de lo que había pasado, supuso que Jesse se acostaba con April y ella lo había convencido en la cama. Jesse siempre había sido un tonto con las mujeres guapas… comprándoles joyas o coches caros.

Y aquella situación no era diferente.

April dobló el documento y, después de dejarlo sobre la mesa, se cruzó de brazos.

–No puedo firmarlo. Lo siento pero no recuerdo nada sobre el hotel y no pienso firmar ningún documento hasta que recuerde lo que pasó.

Seth intentó disimular su frustración. Necesitaba ese hotel y no tenía tiempo para juegos. La transacción debía ser hecha antes de que los miembros del consejo se enterasen.

–Te doy veinticuatro horas para firmar. Si no lo haces, te llevaré a los tribunales. Tu madre dice que estabas quemada antes de firmar ese contrato… y no creo que sea difícil encontrar a alguien que testifique ante un juez que no estabas en condiciones de firmar nada.

–¿Qué? –exclamó April.

–Y no sólo eso –siguió Seth–. Mis abogados creen que Jesse no tenía autoridad para firmar ese contrato e imagino que no querrás que tus fans sepan que su ídolo es una persona inestable.

Su madre dio un paso adelante.

–Firma los papeles, April, por favor.

Ella miró de uno a otro y pareció tomar una decisión.

–No puedo hacerlo, pero le prometo que intentaré recuperar la memoria. Haré todo lo que me digan los médicos y cuando la recupere me pondré en contacto con usted. Le aseguro que estará entre los primeros en saberlo.

¿Quería que esperase semanas, meses tal vez? O aquella mujer de verdad sufría amnesia o nunca había oído hablar de él. Esperar era algo que Seth Kentrell no hacía nunca.

Sus abogados se pondrían manos a la obra para intentar anular el contrato y, mientras tanto, no pensaba dejar de vigilar a April Fairchild. Si de verdad sufría amnesia, comprobaría que estaba haciendo todo lo posible para recuperar la memoria.