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Era un trato muy sugerente… Conall Devlin era un hombre de negocios implacable, dispuesto a llegar a lo más alto. Para conseguir la propiedad con que pensaba coronar su fortuna aceptó una cláusula nada habitual en un contrato… ¡Domesticar a la díscola y caprichosa hija de su cliente! Amber Carter parecía llevar una vida lujosa y frívola, pero en el fondo se sentía sola y perdida en el mundo materialista en que vivía. Hasta que una mañana su nuevo casero se presentó en el apartamento que ocupaba para darle un ultimátum. Si no quería que la echara a la calle, debía aceptar el primer trabajo que iba a tener en su vida: estar a su completa disposición día y noche…
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Seitenzahl: 171
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Sharon Kendrick
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Día y noche a su disposición, n.º 2483 - agosto 2016
Título original: The Billionaire’s Defiant Acquisition
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8637-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
EN PERSONA parecía bastante más peligrosa que bella. Conall endureció el gesto. Era exquisita, sí, pero también parecía un poco ajada. Como una rosa que hubiera sido utilizada para adornar una solapa antes de una fiesta y luego hubiera quedado descartada sobre una mesa.
Profundamente dormida, estaba tumbada sobre un sofá de cuero blanco. Vestía una amplia camiseta que se curvaba sobre sus generosos pechos y su curvilíneo trasero y terminaba a medio camino de unas piernas morenas y asombrosamente largas. A su lado había una copa de champán vacía. Por los ventanales abiertos del balcón entraba una ligera brisa que no bastaba para disipar la mezcla de olor a incienso y tabaco que aún flotaba en el ambiente.
Conall hizo un gesto apenas perceptible de desagrado. Si Amber Carter hubiera sido un hombre la habría zarandeado sin miramientos para que se despertara. Pero no era un hombre, sino una mujer. Una mujer caprichosa, mimada y demasiado guapa que se había convertido en su responsabilidad y, por algún motivo, no quería tocarla. No se atrevía.
«Maldito Ambrose Carter», pensó con rabia al recordar las palabras de este.
–Tienes que salvarla de sí misma, Conall. Alguien tiene que hacerle ver que no puede seguir así..
Maldijo mentalmente su estúpida conciencia, que lo había empujado a aceptar responsabilizarse de aquella tarea.
Moviendo la cabeza, se dispuso a echar un vistazo por el piso para asegurarse de que no había nadie durmiendo la mona en algún rincón. Efectivamente, las habitaciones estaban vacías, aunque la última llamó su atención y se detuvo un momento a contemplarla. Estaba abarrotada de libros y ropa y había una bicicleta de hacer ejercicio bastante polvorienta en un rincón. Semiocultos tras un sofá de terciopelo había varios cuadros. El instinto de coleccionista de Conall le hizo acercarse a echarles un vistazo. Los lienzos mostraban unas pinturas ásperas, enfadadas, con remolinos, manchones y salpicaduras de pintura, realzadas en algunos casos con un reborde de tinta negra. Las contempló un momento con interés hasta que recordó por qué estaba allí.
Cuando regresó al cuarto de estar encontró a Amber Carter exactamente como la había dejado.
–Despierta –murmuró y, al no obtener ningún resultado, añadió en voz más alta–: He dicho que te despiertes.
Ella se movió. Alzó un brazo dorado por el sol para apartar la mata de pelo negro ébano que cubría gran parte de su rostro. El gesto ofreció a Conall una repentina y diáfana visión de su perfil. Su pequeña y bonita nariz, el mohín de sus labios rosados… Cuando agitó sus negras y gruesas pestañas y volvió la cabeza para mirarlo, Conall se encontró ante el color de ojos verdes más sorprendente que había visto en su vida. Aquellos ojos lo dejaron sin aliento y le hicieron olvidar por un instante a qué había ido allí.
–¿Qué pasa? –preguntó ella con voz ronca–. ¿Y quién diablos eres tú?
Amber se irguió en el sofá y miró a su alrededor sin montar la clase de alboroto que Conall habría esperado. Casi parecía acostumbrada a que la despertaran hombres desconocidos que habían entrado en su apartamento sin haber sido invitados, pensó con desagrado.
–Me llamo Conall Devlin –dijo mientras buscaba en el rostro de Amber alguna señal de reconocimiento.
Ella se limitó a mirarlo con expresión ligeramente aburrida.
–Ah ¿sí? –aquellos increíbles ojos verdes se detuvieron un momento en el rostro de Conall. A continuación, Amber bostezó abiertamente–. ¿Y cómo has entrado, Conall Devlin?
En muchos sentidos, Conall era un hombre muy anticuado, algo de lo que lo habían acusado numerosas mujeres decepcionadas en el pasado, y sintió que aquella faceta de su personalidad resurgía al comprobar que todo lo que había oído sobre Amber Carter era cierto. Que era negligente. Que le daba igual todo excepto ella misma. Y el enfado era más seguro que el deseo, que permitirse centrar la mirada en el balanceo de sus pechos bajo la camiseta, o reconocer la elegancia de sus movimientos cuando se levantó, algo que, a pesar de sí mismo, lo excitó de inmediato.
–La puerta estaba abierta –dijo sin molestarse en ocultar el reproche de su tono.
–Oh. Alguien debió dejársela abierta al salir –Amber miró a Conall y esbozó una sonrisa con la que probablemente conseguía tener siempre a los hombres comiendo de su mano–. Anoche hubo una fiesta.
Conall no le devolvió la sonrisa.
–¿No te preocupa que pueda entrar alguien a robar, o a algo peor?
–En realidad no –dijo Amber con un encogimiento de hombros–. La seguridad del edificio es muy eficaz. Aunque tú pareces haberla superado sin dificultad. ¿Cómo te las has arreglado?
–Porque tengo una llave –dijo Conall a la vez que alzaba esta entre el pulgar y el índice.
Amber frunció ligeramente el ceño antes de sacar un cigarrillo de un paquete que había en la mesa.
–¿Y cómo es que tienes una llave? –preguntó mientras tomaba el mechero que había junto a la cajetilla.
–Preferiría que no encendieras eso –dijo Conall.
Amber entrecerró los ojos.
–¿Lo dices en serio?
–Sí. Lo digo en serio –replicó Conall–. Al margen de los peligros de ser un fumador pasivo, odio el olor a tabaco.
–En ese caso, vete. Nadie te lo va a impedir –replicó Amber antes de encender el mechero para acercarlo al cigarrillo.
Acababa de inhalar la primera calada cuando Conall se acercó a ella de dos zancadas y le quitó sin miramientos el cigarrillo de la boca.
–¿Qué diablos crees que estás haciendo? –espetó Amber, indignada–. ¡No puedes hacer eso!
–Ah, ¿no? Mírame, nena –Conall salió al balcón, apretó la brasa entre el pulgar y el índice y luego arrojó la colilla a una copa de champán vacía que había en un tiesto.
Cuando regresó al interior vio que Amber estaba sacando otro cigarrillo de la cajetilla.
–Tengo muchos más –dijo en tono desafiante.
–Te recomiendo que no pierdas el tiempo, porque voy a quitarte cada cigarrillo hasta que no te quede ninguno.
–¿Y si llamo a la policía y hago que te detengan por allanamiento y acoso?
–Sospecho que solo conseguirías que te acusaran a ti de allanamiento. Tengo la llave, ¿recuerdas?
–Ya te he oído, pero más vale que me expliques por qué –dijo Amber en un tono que no se atrevía a utilizar nadie con Conall desde hacía años–. ¿Quién eres, y por qué te estás comportando como si estuvieras tratando de tomar el control?
–Contestaré a todas tus preguntas en cuanto te vistas.
–¿Por qué? –preguntó Amber a la vez que sonreía, apoyaba una mano en su cadera y adoptaba una pose de modelo–. ¿Tanto te afecta mi aspecto, Conall Devlin?
–Lo cierto es que no… al menos no de la forma que estás sugiriendo. No me excitan las mujeres que fuman y se entregan a desconocidos –replicó Conall, aunque su cuerpo le estaba diciendo justo lo contrario–. Y ya que tengo otras ocupaciones que atender, ¿por qué no haces lo que te digo y luego hablamos?
Por un instante, Amber estuvo a punto de ir hasta el teléfono para cumplir su amenaza, pero lo cierto era que estaba disfrutando con aquella inesperada situación. Sentir algo, aunque solo fuera enfado, era un placer después de llevar tanto tiempo sintiendo tan solo una especie de entumecimiento aterrador, como si no estuviera hecha de carne y hueso, sino de gelatina.
Entrecerró los ojos mientras trataba de recordar la tarde anterior. ¿Sería Conall Devlin uno de los que se había colado en la fiesta que había improvisado? No. Definitivamente no. Aquel era una clase de hombre que una no olvidaba nunca.
Los duros rasgos de su rostro habrían sido perfectos de no ser por la evidencia de una nariz rota en algún momento del pasado. Su pelo era oscuro, aunque no tanto como el de ella, y sus ojos eran del color de la medianoche. Su fuerte mandíbula estaba sombreada por una semibarba que probablemente no se había molestado en afeitar aquella mañana. Y menudo cuerpo… Amber tragó saliva. Daba la sensación de que sería capaz de clavar un pico en un suelo de cemento sin mayor esfuerzo… aunque su inmaculado traje gris tenía aspecto de haber costado una fortuna.
De pronto se hizo consciente del mal aspecto que debía tener y se llevó una mano al rostro. Además debía tener un aliento horrible después de haberse quedado dormida sin cepillarse los dientes… No era así como una quería sentirse estando ante un hombre tan espectacular como aquel.
–De acuerdo –dijo en el tono más despreocupado que pudo–. Voy a cambiarme.
Disfrutó viendo la sorprendida expresión de Conall mientras se encaminaba a su dormitorio. Algunas mujeres habrían alucinado al ser despertadas por un perfecto desconocido, pero para Amber aquello suponía un comienzo de día interesante después de haber sentido que sus días transcurrían en una especie de bruma gris sin sentido alguno. Se preguntó si Conall Devlin estaría acostumbrado a conseguir siempre lo que quería. Probablemente sí, dada su arrogancia. Pero si creía que iba a intimidarla con su actitud de machito mandón, estaba muy equivocado.
Ella no se sentía intimidada por nada ni por nadie.
Veinte minutos después, tras haber tomado una reconfortante ducha, salió del dormitorio vestida con unos vaqueros y una ceñida camiseta blanca. Encontró a Conall cómodamente instalado en un sillón, con un portátil abierto en el regazo.
Cuando la vio le dedicó una mirada que hizo sentirse ligeramente incómoda a Amber.
–Siéntate –ordenó.
–Estás en mi casa, así que no empieces a decirme lo que tengo que hacer. Y no quiero sentarme.
–Creo que sería mejor que lo hicieras.
–No me preocupa lo que creas.
Conall entrecerró los ojos.
–Apenas te preocupa nada, ¿verdad, Amber?
Amber captó un ligero acento irlandés en el tono de Conall y de pronto su curiosidad se transformó en inquietud. Pero decidió sentarse en el sofá que había frente a él, porque de pie se sentía como una colegiala que hubiera tenido que acudir al despacho del director.
–Y ahora, ¿te importaría decirme quién eres?
–Ya te lo he dicho. Soy Conall Devlin –dijo él con una sonrisa–. ¿Sigue sin sonarte el nombre?
Amber se encogió de hombros mientras un vago recuerdo resonaba en su mente.
–Tal vez.
–Conozco a tu hermano Rafe…
–Medio hermano –corrigió Amber con énfasis–. Hace años que no veo a Rafe. Vive en Australia –sonrió sin humor–. Somos una familia muy fragmentada.
–Eso tengo entendido. También trabajé en otra época para tu padre.
–¿Mi padre? –Amber frunció el ceño–. Vaya, pobrecito.
La mirada con que Conall recibió aquel comentario reveló una evidente irritación, algo que complació a Amber.
–En cualquier caso –añadió a la vez que echaba un vistazo totalmente innecesario al reloj de diamantes que brillaba en su muñeca–, no tengo tiempo para esto. Admito que ha sido una manera original de despertar, pero empiezo a aburrirme y tengo una cita para comer con unos amigos, así que corta el rollo y dime por qué estás aquí, Conall. ¿Se debe tal vez a uno de los ataques de mala conciencia de mi padre respecto a sus hijos? ¿Te ha enviado a ver cómo estoy? Si es así, puedes decirle que estoy perfectamente –Amber alzó las cejas al añadir–: ¿O es que ya se ha aburrido de su esposa número seis, si no recuerdo mal? Resulta complicado mantenerse al tanto de su ajetreada vida amorosa.
Mientras escuchaba, Conall se dijo que era lógico que alguien con el complicado pasado de Amber tuviera dificultades para encontrar un camino convencional en la vida. Pensó en lo que su propia madre había tenido que soportar, algo que probablemente estaba más allá de la comprensión de Amber Carter.
Pero sabía que no le haría ningún favor palmeándole la espalda. En realidad estaba deseando tumbarla sobre su regazo para darle unas buenas palmadas en el trasero. Al sentir un rebrote de deseo, decidió que aquello no sería buena idea.
–Acabo de cerrar un negocio con tu padre.
–Seguro que no te lo habrá puesto precisamente fácil –dijo Amber en tono displicente.
–Desde luego –asintió Conall, porque lo cierto era que si algún otro hubiera tratado de imponerle las condiciones que le había impuesto Ambrose Carter para llevar adelante su negocio, no las habría aceptado. Pero la adquisición del edificio que había comprado en aquella parte de Londres no había sido tan solo un sueño largamente acunado hecho realidad.
Lo cierto era que estaba en deuda con el anciano Ambrose Carter, que había sido amable y considerado con él cuando su vida había carecido por completo de amabilidad y consideración. Le había concedido el respiro que había necesitado. Había sido el único en creer en él.
–Me debes una, Conall –había añadido Ambrose tras hacerle su extravagante petición–. Hazme este favor y quedaremos en paz.
Y Conall no había podido negarse. De no ser por Ambrose habría acabado en la cárcel. Su vida habría sido muy diferente.
Contempló los ojos color esmeralda de Amber y trató de ignorar la sensual y tentadora curva de sus labios.
–El negocio que hice con tu padre fue comprar este edificio –dijo sin preámbulos.
Aquello sí llamó la atención de Amber, que de pronto pareció un gato al que acabaran de echar un cubo de agua. Pero no necesitó más que unos segundos para recuperar su arrogancia natural y dedicar una altiva mirada a Conall
–Hace años que mi padre es dueño de este edificio. Fue una de sus inversiones clave. ¿Por qué iba a vendértelo sin decírmelo? Y además a ti…
Conall soltó una risotada carente de humor. Se preguntó si Amber habría considerado menos sorprendente la noticia si el comprador hubiera sido algún rico aristócrata.
–Es posible que le guste hacer negocios conmigo. Y probablemente quiera algo de efectivo para disfrutar de su retiro.
Amber frunció el ceño.
–No sabía que estaba pensando en retirarse.
–Está pensándolo, y eso significa que va a haber una serie de cambios. El principal es que no vas a poder seguir viviendo aquí gratis como hasta ahora.
–¿Disculpa?
–Estás ocupando un apartamento de lujo en una zona exclusiva, un apartamento al que yo podría sacarle mucho dinero. De momento no estás pagando nada, y me temo que ese arreglo ha llegado a su fin.
La expresión de Amber se volvió aún más displicente y altanera, como si la mera mención del dinero fuera algo demasiado vulgar para ella.
–No te preocupes por eso, Conall Devlin. Tendrá su dinero. Solo necesito hablar con mi banco.
Conall sonrió al escuchar aquello.
–Que tengas suerte con eso.
El destello de la mirada de Amber reveló que estaba empezando a enfadarse de verdad.
–Puede que conozcas a mi padre y a mi hermano, pero eso no te confiere la autoridad necesaria para decidir sobre cosas que no son asunto tuyo. Cosas sobre las que no sabes nada, como mis finanzas.
–Sé más de lo que crees sobre eso. Más de lo que probablemente te gustaría.
–No te creo.
–Cree lo que quieras, nena –dijo Conall con suavidad–, aunque pronto averiguarás que es verdad. Voy a ser magnánimo contigo porque hace mucho que conozco a tu padre. Voy a hacerte una oferta.
Amber entrecerró los ojos con expresión suspicaz.
–¿Qué clase de oferta?
–Voy a ofrecerte un trabajo y la oportunidad de redimirte –dijo Conall–. Si aceptas, nos plantearemos la posibilidad de que ocupes un apartamento más adecuado para una mujer trabajadora. Supongo que estarás de acuerdo en que este sería más adecuado para alguien con un sueldo millonario.
Amber lo miró con incredulidad, como esperando que fuera a sonreír y a decirle que todo había sido una broma.
¿Sería así cómo se comportaban los hombres habitualmente con ella?, se preguntó Conall.
¡Por supuesto que sí! Seguro que caían rendidos a sus pies cuando los miraba de aquella manera y chasqueaba sus dedos perfectamente manicurados.
–¿Y si no acepto?
Conall se encogió de hombros.
–Eso complicaría las cosas. Podría concederte un mes de plazo y después me vería obligado a cambiar las cerraduras.
Amber se puso en pie bruscamente y lo miró con ojos llameantes, como si estuviera dispuesta a lanzarse sobre él para destrozarlo con sus garras. El lado más primitivo de Conall deseó que siguiera adelante, que deslizara una mano por su pecho hasta su entrepierna y lo acariciara para luego inclinarse y tomarlo en su boca…
Pero, en lugar de lanzarse sobre él, Amber permaneció quieta tratando de recuperar la compostura. Conall también utilizó el respiro para apartar de su mente aquellas fantasías eróticas.
–Puede que no sepa mucho de leyes –espetó finalmente Amber–, pero sí sé que no se puede dejar a un inquilino en la calle.
–Pero tú no eres una inquilina, y nunca lo has sido –Conall trató de decir aquello sin mostrar su repentina sensación de triunfo. Aunque Amber fuera una niña rica y mimada, a lo largo de las siguientes semanas iba a aprender una de las lecciones más duras de su vida–. Tu padre te ha permitido vivir aquí como un favor, nada más. No firmasteis ningún contrato.
–¡Por supuesto que no! ¡Es mi padre!
–Dejarte el apartamento fue un acto de bondad por su parte. Pero ahora el edificio es mío y, por tanto, tu padre ya no tiene ningún poder sobre la propiedad.
–¡Mi padre no habría hecho algo así sin avisarme! –gritó Amber a la vez que negaba firmemente con la cabeza
–Me dijo que te había enviado una carta para informarte.
Amber lanzó una mirada de evidente angustia al correo sin abrir que había en el escritorio.
Tenía el mal hábito de hacer caso omiso del correo que recibía. Las cartas solían contener malas noticias, y siempre había dado por sentado que quien lo necesitara de verdad se pondría en contacto con ella mediante el correo electrónico.
Lo único que tenía que hacer era hablar con su padre, se dijo, tratando de ignorar la sensación de vértigo que se estaba adueñando de ella. Tenía que haber algún error en todo aquello. O eso, o el cerebro de su padre había dejado de funcionar tan bien como solía hacerlo. De lo contrario, ¿por qué iba a haber vendido una de sus posesiones más preciadas a aquel… matón?
–Te agradecería que te fueras ahora mismo –dijo con toda la calma que pudo.
Conall la miró con expresión burlona.
–¿No te interesa mi oferta? ¿No te atrae la idea de trabajar de verdad por primera vez en tu vida? ¿No quieres aprovechar la oportunidad de demostrar al mundo que eres algo más que una jovencita rica que se dedica a deambular de fiesta en fiesta?
–Preferiría trabajar para el diablo antes que para ti –replicó Amber mientras Conall se levantaba y se acercaba a ella con expresión adusta.
–Pide una cita para verme cuando estés dispuesta a utilizar tu sentido común –dijo a la vez que sacaba una tarjeta de su cartera para dejarla en la mesa.
–Puedes estar seguro de que eso no va a suceder –replicó Amber en tono desafiante mientras sacaba otro cigarrillo de su paquete–. Y ahora haz el favor de irte al diablo.
–Ten por seguro que preferiría bajar al infierno que pasar un minuto más aquí contigo –dijo Conall con suavidad.
La sensación de pánico de Amber no hizo más que aumentar al darse cuenta de que estaba hablando en serio.