Días de amor en París - Barbara Hannay - E-Book
SONDERANGEBOT

Días de amor en París E-Book

Barbara Hannay

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

La había seguido hasta París... para pedirle que se casara con él. Cuando la sexy Camille Devereaux y el guapísimo ranchero australiano Jonno Rivers se conocieron la pasión surgió al instante. El que sus vidas fueran tan diferentes no podía cambiar el hecho de que ambos se encontraran irresistibles el uno al otro. Pero Camille no tardó en sentirse aterrada por el vértigo de comenzar una nueva relación y decidió huir a París. El problema era que Jonno no estaba dispuesto a darse por vencido, más bien al contrario, había decidido hacer todo lo que fuera necesario para convencer a Camille de que aceptara su proposición.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 178

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Barbara Hannay

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Días de amor en París, n.º 1843 - mayo 2016

Título original: A Parisian Proposition

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8221-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Eh, Jonno! Una mujer pregunta por ti.

Jonathan Rivers miró de reojo el embarrado callejón que conducía al patio en el que vendían el ganado y vio a una mujer vestida con un traje de chaqueta claro y tacones altos en el lugar en el que el cemento del camino se convertía en lodo.

Tuvo que contener una maldición.

–¡Oh, no! ¿No será otra cazafortunas?

–Creo que sí –le contestó Andy Bowen, su capataz–, pero esta es muy diferente de las otras. Fíjate en ella.

Jonno dejó escapar un suspiro con un gesto de escepticismo.

–Esperaba no tener que volver a pasar por esto.

–Al menos esta tiene clase –dijo Andy riendo–. Y me da la impresión de que es tan testaruda como tú. Sexy, con clase y testaruda. A lo mejor es tu día de suerte.

–Ya que tanto te ha gustado, ve tú a ver qué quiere.

Andy guiñó un ojo.

–He hablado con ella y sé exactamente lo que quiere. Te quiere a ti –dijo levantando la voz por encima de la del subastador que estaba en el establo de al lado.

A regañadientes, Jonno volvió a mirar a la mujer. La figura de aquella urbanita de ropa sofisticada contrastaba con aquella ruda gente de campo con su ganado. Su abundante melena oscura, sus ojos oscuros y sus labios oscuros resaltaban en la palidez de su piel. Su delgadez quedaba compensada por un porte orgulloso que reflejaba una gran fuerza interior.

«Te quiere a ti».

–No estoy disponible –dijo finalmente con sequedad.

–Claro que lo estás. Has vendido la mayor parte de tu ganado. Yo me encargo de este último grupo. Ve, Jonno. No puedes hacer esperar a una dama como esa en un lugar como este.

La mujer seguía mirándolo fijamente y Jonno pensó que ella se habría dado cuenta de que Andy le había transmitido su mensaje. Suspiró.

–A estas alturas se me debería ya dar bien mi discurso de rechazo.

En los últimos meses, desde que apareciera en una revista femenina un artículo sobre él, había perdido la cuenta de mujeres que lo perseguían: Rubias, morenas, pelirrojas y de todos los colores. Mayores y jóvenes. Guapas y feas. Prudentes, descaradas, educadas, groseras…

Y a todas las había despachado con viento fresco.

Fue chapoteando con sus grandes botas hasta donde estaba aquella nueva candidata. Las últimas lluvias y las pisadas de miles de reses habían convertido el suelo en un cenagal.

La mujer, con un traje de lana beige, medias claras y tacones altos miraba a su alrededor desde el final del camino asfaltado.

Sin darse cuenta, Jonno comenzó a andar con más cuidado para no salpicarla. Pero sólo a eso llegó su amabilidad. Ni siquiera sonrió.

–¿Me buscabas?

–Sí –dijo ella sonriendo con cautela y extendiendo la mano.

Tenía un lunar justo encima del labio superior del que Jonno no pudo apartar la mirada

–Hola, soy Camille Devereaux.

Tenía el pelo rizado y brillante, del color del chocolate negro. Sus ojos y pestañas eran también más negros que castaños. Su nariz y su barbilla le daban un aire elegante. Jonno pensó que el nombre francés le iba muy bien.

Se estrecharon la mano. Ella lo observó llena de curiosidad, con una desconcertante familiaridad, sin ninguna timidez. Por unos instantes, Jonathan sintió el sensual olor de su perfume. La mano de ella parecía muy suave comparada con sus propias manos rudas y encallecidas. Se las metió en el bolsillo. Tenía que admitir que Andy tenía razón. Era muy distinta de las otras.

Tenía el encanto de una exótica extranjera. Muy mediterránea. Tremendamente sexy.

Su error fue permitir que sus miradas se encontraran; aunque sólo fueron unos segundos…

Nunca antes había tenido como entonces la certeza de que él y una desconocida habían reaccionado de forma idéntica al conocerse, que los dos habían sentido un vuelco en su interior, un escalofrío.

–Mira –dijo él reaccionando con rapidez–, no puedo ayudarte. Ha sido todo un error. La revista se equivocó. No estoy buscando a nadie con quien salir y menos una esposa. Siento decepcionarte.

Aunque pareciera diferente a las otras, seguro que buscaba lo mismo.

–No, no te vayas –gritó ella con fuerza–. No tengo ninguna intención de salir o de casarme contigo…

Al oír sus gritos, un grupo de ganaderos que estaban junto a un cercado viendo unas vaquillas, los miraron se echaron a reír.

–¿Otra? –dijo uno– ¿Cuántas van ya?

Rechinando los dientes de rabia, Jonathan no contestó y siguió avanzando.

–¡Jonno! ¡Señor Rivers! Tenemos que hablar.

Su voz sonaba desesperada, pero él no se volvió. No tenía nada más que decir. No pensaba hablar más con aquella desconocida y ser objeto de los cotilleos y las risas de todo Mullinjim por un mes.

 

 

Camille lo achacó a la falta de café.

Por eso se había bloqueado. Nunca antes le había pasado. Había sido muy poco profesional. No tenía nada que ver con haber conocido a Jonathan Rivers en carne y hueso, después de haber estado intentando contactar con él durante semanas. Era el síndrome de abstinencia de la cafeína lo que la había dejado temblorosa, sin capacidad de reacción y respuesta. No Jonno.

Eso y el barro la habían impedido perseguir a aquel obstinado vaquero y a obligarle a escucharla. Una curtida periodista no debía haberle dejado irse de esa manera antes de poder explicarle nada. O de preguntarle nada. Bueno, quizás «curtida» era mucho decir, pero era eficiente y tenía experiencia.

Y sin embargo, se había quedado parada como una niñata viéndolo alejarse sin poder sacarle ni una de sus razones para no participar en «Objetivo Solteros».

La forma en que la había mirado le había resultado tan irreal… Sacudió la cabeza. Había perdido el control de la situación. Conocer a Jonno le había desbaratado nervios. Y eso que lo conocía por foto y estaba preparada para el intenso magnetismo de sus ojos, sus pómulos magníficamente delineados y su boca tentadora con esa media sonrisa de conquistador…

Era esa sonrisa pícara lo que la había impresionado de Jonno Rivers. Bueno, para ser sincera, también sus enormes hombros, y la manera asombrosa en la que sus vaqueros caídos se ajustaban a su cuerpo.

Para el equipo de la revista Girl Talk, incluir a Jonathan Rivers en su lista de «Solteros más codiciados de Australia» había sido una decisión muy fácil. La foto que él había remitido para la elección les pareció tan buena que no creyeron necesario enviar a un fotógrafo profesional.

Y ese había sido el primer gran error de Girl Talk. Si hubieran enviado a alguien desde el principio, Camille no habría tenido que hacer ese enojoso viaje.

El segundo error había sido suyo. Cuando la pusieron a cargo del «Objetivo Solteros» había cometido un grave error de juicio. Después de elegir varios solteros de todas las profesiones y condiciones sociales, se había encargado de los que le parecieron más conflictivos: un influyente abogado de Perth, el dueño de una empresa de construcción de Sydney y un alto ejecutivo de Melbourne.

Los candidatos de menos nivel se los habían encargado a periodistas con menos experiencia: el guía turístico de Tasmania, el cazador de cocodrilos del Territorio del Norte… o Jonno, el granjero de Queensland

Se acababa de enterar de que el granjero no seguía el juego. Por eso había tenido que viajar de Sydney a North Queensland para buscar la raíz del problema y, después de algunas pistas falsas, lo había localizado. Y lo había dejado escapar.

Pero si Jonno Rivers se pensaba que se iba a rendir tan fácilmente, estaba muy equivocado.

Tenía que decirle que no se podía echar atrás. No le iba a permitir que echara por tierra el esfuerzo de la revista y que pusiera en peligro su trabajo.

No había contestado las llamadas, ni los e-mail, ni los fax, ni las cartas, y hasta había puesto candados a la verja de su propiedad, Edenvale. Después de conducir por carreteras enlodadas con su pequeño coche alquilado, que rozaba el suelo con el fondo con cada bache, se había encontrado las puertas cerradas.

Pero ningún cerrojo ni cadena la había detenido. Tampoco la había desanimado que el hermano de Jonno, Gabe, se hubiera negado a ayudarla a acceder a la finca por helicóptero. Y ahora que había conseguido acercarse a él en aquella subasta, no iba a permitir que un poco de barro la detuviera. Pensaba ponerse las botas altas y el impermeable que llevaba en el coche.

Corrió hacia el aparcamiento y la visión de aquellos hombres a caballo, y los enormes trailer de hasta tres pisos que transportaban el ganado reavivaron en ella la incómoda sensación de estar completamente fuera de lugar; una sensación que no la había abandonado desde que llegara a Mullinjim.

Era extraño. Siempre se había considerado una genuina australiana, pero en aquel su primer viaje al interior del país, se sentía más forastera de lo que se hubiera sentido en un país exótico.

Se sintió aliviada al ver que con el abrigo y las botas llamaba menos la atención. Buscó entre los cercados llenos de ganado mugiendo. Las sendas entre los cercados estaban llenas de hombres vestidos de forma similar, con sombreros de ala ancha, abrigos impermeables y vaqueros.

De repente, oyó un fuerte ruido de pisadas de pezuñas y se dio la vuelta. Todos los órganos de su cuerpo se encogieron al ver aquel rebaño acercarse por entre los cercados guiado por un hombre a caballo. ¡Socorro! ¡Aquellos animales eran enormes y sus pezuñas parecían lo suficientemente pesadas y duras para aplastarla y destrozarla!

Nunca había visto una vaca que no estuviera al otro lado de una valla. Y ahora docenas de vacas se acercaban a ella mugiendo y resoplando. ¡Algunas tenían cuernos! El corazón le latía con fuerza. Se apretujó contra la valla de madera más próxima y contuvo el aliento. Sintió la mirada oscura de uno de los animales. Cerró los ojos, se puso en tensión y se estrujó aún más contra la valla.

Se quedó así, pegada como un imán a la valla sintiendo con fuerza su corazón. ¿Qué dirían las chicas de la oficina si la vieran? Sin duda, se merecía algún premio al valor. Aquello iba más allá del deber.

CHICA DE CIUDAD APLASTADA POR UNA VACA ENORME.

Camille Devereaux, periodista de Sydney, se enfrentó ayer a un rebaño de bestias salvajes en estampida en las subastas de Mullinjim… Camille… murió aplastada cuando buscaba una historia importantísima para Girl Talk…

 

Tan ocupada estaba con esos pensamientos, que tardó un rato en darse cuenta de que los animales pasaban junto a ella sin prestarle ninguna atención. El hombre del caballo, le hizo un gesto con la cabeza como si nada hubiera pasado y siguió su camino.

Camille respiró con alivio. Seguía viva. Y gracias a su abrigo y a sus botas, el hombre del caballo la había saludado como si fuera normal que ella estuviera allí y se sintió feliz consigo misma.

De pronto sintió como un codazo y se volvió a ver quién era. Un enorme y húmedo morro bovino le estaba oliendo la manga. ¡Dios mío! El cercado al que se había arrimado también estaba lleno de reses. Aguantó como pudo las ganas de gritar. Todo iba bien. Aquellos amiguitos de cuatro patas estaban dentro del cercado. No había nada que temer.

Esperó unos minutos a que su ritmo cardíaco y su respiración volvieran a la normalidad. Pronto se dio cuenta de que el cercado en el que se había apoyado se estaba convirtiendo en punto de interés. Media docena de granjeros se había acercado a ver los ejemplares que allí había… y ninguno de ellos se fijó en ella.

¡Vaya! Eso confirmaba que parecía una chica del campo y la llenó de confianza. Por mucho fango que hubiera, iba a llegar hasta Jonno Rivers.

El tono de las voces a su alrededor fue subiendo según el subastador iba repitiendo las pujas con entusiasmo.

–¡Ciento cuarenta! ¡Ciento cuarenta!

No prestó atención. Estaba demasiado ocupada buscando con la mirada a Jonno. Creyó verlo, pero su campo de visión estaba bloqueado por los hombres que rodeaban el cercado, así que se subió al primer madero de la valla para ver mejor. Vio sus hombros y reconoció sus andares lentos, casi desafiantes. Era él.

–¡Ciento cincuenta!

No tenía ni idea de cómo subir a la grada desde allí. De puntillas empezó a mover los brazos para llamar su atención.

–¡Ciento sesenta!

Jonno seguía moviendo lo brazos.

–Ciento sesenta, a la de dos.

Camille se volvió hacia aquella voz tan estridente. El subastador estaba justo encima de ella en la grada de madera y la señalaba con el dedo. A su alrededor muchos hombres empezaron a alejarse de allí.

La asaltó entonces una horrible sospecha. No, era imposible que creyeran que ella…

–Ciento sesenta –gritaba el subastador, mirándola fijamente–. Ofrecen ciento sesenta… Vendido.

–Enhorabuena –dijo alguien a su lado.

Camille se dio la vuelta y se encontró al mismo hombre de rostro enrojecido que le había dado su recado a Jonno el día anterior.

–¡Cielo santo! ¿Me está dando la enhorabuena?

El hombre le sonreía abiertamente.

–Claro que sí. Acaba de comprar un magnífico rebaño de terneros.

–No es posible. Yo no he comprado nada. Dígame que es una broma.

–Estas preciosidades –dijo el hombre dando una palmada en la valla– son todas suyas.

–Pero si sólo estaba llamando a Jonno Rivers. Yo… –lanzó una mirada desesperada al subastador, pero éste se limitó a saludar al hombre que estaba junto a ella antes de dirigirse a otro cercado.

–Esto no puede funcionar así. Yo no soy una compradora. ¿Para qué iba a querer yo un rebaño?

–Estaba usted a mi lado.

–¿Y eso qué tiene que ver?

–Yo represento a la gente en las subastas. Al verla conmigo, ha debido de pensar que era cliente mía.

–¡Cielo santo! –exclamó llevándose las manos temblorosas a la cabeza–. Usted va a decirle que es un error, ¿verdad?

–¿No quiere estos terneros?

–Claro que no –contestó sarcásticamente dejando escapar una risita–. ¿Qué demonios iba a hacer yo con ellos? Vivo en un apartamento de un dormitorio en Kings Cross. Mi patio es más pequeño que este cercado.

–Podría arrendarlas.

–¿Te está molestando esta mujer, Andy? –dijo una voz profunda a sus espaldas.

Camille se dio la vuelta y se encontró a Jonno Rivers mirándola con el ceño fruncido. Su mirada podría haber helado un océano. Dos océanos.

–Jonno –saludó el alegre Andy–. Justo el hombre que necesitábamos.

Camille no estaba tan segura. Ya estaba hartándose de aquel molesto granjero con sus malhumorados silencios y su apestoso ganado. Cerró los puños y los apretó contra los muslos. Sentía unos enormes deseos de darle un puñetazo en la nariz.

–Esta joven tiene un problemilla –explicó el agente con calma–. Pero estoy seguro de que tú puedes ayudarla –miró el reloj y añadió–. Lo siento Jonno, tengo que ver a alguien por algo de un toro. Te veo más tarde.

Y con un rápido saludo se alejó a toda velocidad.

A Camille le dio un vuelco el corazón al verlo alejarse. Se sentía agotada.

–Al menos, has tenido el valor de aparecer por fin –dijo dirigiéndose a Jonno–. Esto es todo culpa tuya, así que tendrás que hacer algo al respecto.

Capítulo 2

 

Jonno tardó mucho en responder.

Con las piernas separadas y los brazos cruzados sobre el pecho miraba desde su enorme altura a Camille sin mostrar ninguna compasión.

–Antes de lanzar acusaciones deberías explicarte un poco.

–Estaba haciéndote señas y…

Se pasó los dedos por la cabeza, molesta por su falta de interés.

–¿Y qué?

–Y parece ser que terminé comprando estas vacas.

–Son terneros –dijo él mirando al cercado.

–Vacas, terneros, ¿qué más da? Tienen cuatro patas, dicen «mu» y no los quiero.

Jonno hizo un gesto y apartó la mirada suspirando.

–Sabía que ibas a causar más problemas que las otras.

–¿Cómo dices?

–¿Pensaste que te encontraría más atractiva comprando unas vacas como soborno?

–¿Piensas que las compré para que fueran algo así como un cebo… o una dote? ¿Para resultarte más atractiva?

No contestó, pero asintió con un ligero movimiento de cabeza.

¡Qué ego tenía aquel tipo! ¡Más grande que todo el campo de Australia!

–¿Creías que yo estaba interesada en ti?

–¿Acaso no me estás persiguiendo? –preguntó Jonno encogiéndose de hombros.

Camille tuvo que apretar los puños para no hacer algo estúpido. Era demasiado alto para darle un puñetazo.

–¿Por qué no te lavas los oídos y me escuchas? –dijo lentamente en un tono cada vez más amenazante–. Vine aquí porque tú no cumpliste lo acordado con la revista Girl Talk. No tengo ningún interés personal en ti. ¿Crees sinceramente que estaría aquí, lejos de todo, salpicada de barro y porquería, voluntariamente? Esto esta muy lejos de mi idea de lo que es pasarlo bien. En cuanto a novios, tengo todos los tipos que quiero en Sydney y lo último que necesito es un vaquero. Además, no tengo ni la más remota intención de casarme. Por si no te has enterado, hay toda una generación de chicas que no están deseando renunciar a todo para casarse.

La evidente sorpresa de Jonno dio paso a la satisfacción, y por primera vez sus profundos ojos de color avellana parecieron risueños.

–Suenas convincente.

–¡Aleluya! También podrás entonces creer –añadió señalando el cercado–, que la compra de estos infelices fue un accidente, y que ahora lo que empezó como un mal día se ha convertido en un desastre total.

–¿Pagaste un buen precio por ellos? –preguntó él con una sonrisa maliciosa.

–No tengo ni idea. Esa no es la cuestión.

–Sí que es la cuestión. Eso y si tienes el dinero para pagarlos.

–¡Pero si no los quiero! Además –dijo mirando alternativamente al cercado y a Jonno–, no sé si puedo pagarlos. ¿Cuánto valen?

–Quince terneros recién destetados con buen peso… Yo calculo que alrededor de los seis mil dólares australianos.

–¡No es posible! –exclamó ella reprimiendo las ganas de decir palabrotas–. Estoy ahorrando para un viaje a París. Esa cantidad es casi todo lo que tengo ahorrado. No voy a desperdiciarlo en unos cuantos terneros.

Llevaba meses ahorrando como una hormiguita, sin siquiera comprarse nada de ropa… bueno, casi nada. Y ahora su sueño se estaba viniendo abajo como un castillo de arena.

Sus sueños de volver a ver a su padre después de doce años, de ver sus estatuas favoritas en el museo Rodin, de buscar interesantes cafés en las callejuelas de Montmartre o de comprar algo chic y extravagante en los Campos Elíseos… En unos minutos sus sueños se habían convertido en la pesadilla de… aquella docena de terneros de los campos de Queensland.

–¿Cómo puedo salir de esta? –preguntó desesperada.

–No estoy seguro.

–¿Puedo demandar a alguien?

–En realidad te demandarán a ti si no pagas lo que pujaste.

–¡Oh, Dios! –exclamo Camille cerrando los ojos tratando de acallar el pánico.

Tenía que pensar con lucidez. Tenía que haber una solución para aquella absurda situación.

–Necesitó café –añadió–. No puedo pensar sin café.

–Hay un comedor.

–Bien. Déjame que te invite a un café.

Al ver que no contestaba siguió hablando.

–Es sólo un café, Jonno, no es una cita, ni una propuesta de matrimonio. Sólo quiero que nos sentemos en una mesa con una taza de café y que me aconsejes qué puedo hacer. Si estuvieras en Sydney peleando por encontrar un taxi, yo haría lo mismo.

Jonno la miró con ojos inquisitivos y por fin, para alivio de Camille, contestó.

–Es por aquí.

La condujo por los enlodados caminos hasta que llegaron al camino asfaltado y al edificio de oficinas del mercado de subastas. Se limpiaron las botas en un felpudo y Jonno empujó la enorme puerta de cristal.

El comedor estaba lleno de ganaderos comiendo con sus esposas, pero era limpio y acogedor. Había una barra llena de jarras humeantes. Camille pronto percibió el fragante olor del café.