Duelo apasionado - Leanne Banks - E-Book
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Duelo apasionado E-Book

Leanne Banks

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Beschreibung

Cuando Adele llegó a Arizona para trabajar en el hospital cuya construcción estaba supervisando Jason Fortune, las chispas parecieron saltar entre ellos. Aunque Jason amaba profundamente a su hija, recelaba de todas las mujeres después de su primer matrimonio, porque estaba convencido de que su esposa se había casado con él por dinero. Pero Adele despertaba continuamente su curiosidad, y el destino parecía empeñado en darle una segunda oportunidad...

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Seitenzahl: 172

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Harlequin Books S.A.

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Duelo apasionado, n.º 1006 - junio 2019

Título original: Bride of Fortune

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total oparcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-423-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Aquel sueño lo afectó tanto que consiguió despertarlo completamente.

Se incorporó de golpe en la cama, el corazón en la garganta, pero intentando aferrarse a los retazos de imágenes que le quedaban en la retina. Aunque esperaba que aquellas visiones tan extrañas no fuesen más que producto de una indigestión, Jason Fortune era indio Papago, y a pesar de que su familia era poderosa y privilegiada, no podía olvidar sus raíces e ignorar un aviso visto en sueños.

Desnudo, apartó las sábanas de hilo egipcio y caminó sobre el suelo de tarima hasta el ventanal en el que el cielo del invierno de Arizona brillaba como un diamante.

Esforzándose, consiguió recomponer las imágenes salteadas que recordaba. Cada una de ellas evocaba un intenso sentimiento. No le sorprendía haber soñado con el hospital infantil. La construcción del Fortune Memorial Children’s Hospital era una cuestión de honor y orgullo para todo el que trabajaba en Construcciones Fortune. El estómago se le encogió al recordar la siguiente imagen: un charco de sangre extendiéndose sobre el suelo. Una amenaza. Su instinto de protección salió a la superficie. Su hermano pequeño, Tyler, no lo llamaba el león de la familia solo porque tuviese los ojos de color ámbar.

No tuvo tiempo de interpretar el significado de la sangre antes de que la imagen de Plateau Lightfoot, firme y fuerte para poder guiarle por los caminos del corazón, se le había aparecido ante los ojos. Luego una llamarada y después, se había despertado.

Una extraña sensación de añoranza le encogió del corazón. No tenía tiempo para cosas del corazón, se decía. Ser el vicepresidente de marketing en Construcciones Fortune y ser padre soltero de su preciosa Lisa, ocupaban todo su tiempo.

Si alguna vez había sentido una necesidad física, siempre encontraba alguna amiga dispuesta a aceptar su deseo de no comprometerse. De vez en cuando, en los momentos de oscuridad como aquel, la idea de haber podido hacer algo más se abría paso subrepticiamente en su cabeza. Pero nunca había encontrado una mujer con la que sentir la unión que buscaba incluso en el matrimonio.

¿Asuntos del corazón? Elevó la mirada al cielo y se frotó la cara con las manos antes de volver a la cama, pero la imagen de la sangre, Plateau Lightfoot y la llama no dejaban de rondarlo. Un cambio se avecinaba.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Daría cualquier cosa por una cama.

Cerrando los ojos, Adele O’Neill se apoyó contra la pared del abarrotado ascensor de Club de Campo de Saguaro Springs y se imaginó la cama de sus sueños: sábanas limpias y frescas de algodón, una almohada mullida y un edredón calentito.

La voz de barítono de un hombre se infiltró en sus pensamientos. Su risa profunda parecía de terciopelo y entreabrió mínimamente los ojos para ver la espalda de un tipo alto, moreno, vestido con un traje oscuro y que transmitía una mortífera combinación de confianza agresiva y masculina envuelta el un disfraz de civilización. Sus dientes blancos eran como un destello contra su piel oscura, y no pudo evitar imaginárselo desnudo en la cama de sus sueños.

–Ya sabes lo que pienso de esos comités –estaba diciendo el hombre–. Si quieres conseguir algo, tienes que hacerlo por ti mismo. Y si no eres capaz, entonces forma un comité. Y luego, contrata a un consultor en materia de ética.

–¿Qué? –se sorprendió el hombre que iba a su lado–. ¿Qué es eso?

Adele aguzó el oído para no perderse la respuesta.

–Alguien que analiza todas las facetas de un asunto, lo cual puede ser interminable en algunos casos, además de conseguir que el comité se olvide de su propósito inicial.

Vaya… Adele frunció el ceño y la imagen del hombre en su cama perfecta desapareció. Tenía razón en lo primero que había dicho, pero estaba totalmente equivocado en lo segundo. Después de haber tenido un día de perros, saber que iba a trabajar con aquel tipo en el comité del hospital no fue precisamente la mejor medicina. ¿Quién sería?

Lo oyó suspirar.

–Pero Kate ha hecho mucho por nosotros y es de la familia, así que habrá que hacerle caso. Ya me ocuparé yo de la tal Adele O’Neil.

Adele sintió que la sangre se le disparaba. Qué hombre tan arrogante. Y qué pena que tanta arrogancia estuviese camuflada en un paquete tan agradable. Y controló el deseo de darle en la cabeza con el tacón del zapato.

Las puertas del ascensor se abrieron con un susurro y la gente salió. Apartándose un mechón de pelo de los ojos con un soplido, Adele se colocó el asa de la bolsa de viaje sobre el hombro y salió también. Entonces reparó la forma en que la gente miraba a los dos hombres que charlaban en el ascensor y de pronto cayó en la cuenta: aquellos dos tenían que ser Fortune.

Debería habérselo imaginado. Había visto a bastantes miembros de aquella familia en acción para no reconocerlos donde quiera que los viera. Jason Fortune, concluyó, recordando el hombre del hombre que iba a asistir al comité de ética. Y el poder de su familia emanaba de la soltura de sus pasos y de la ilimitada confianza con que hablaba.

«Ya me ocuparé yo de la tal Adele O’Neil».

Con aquella frase en la cabeza buscó el lavabo de señoras y entró dispuesta a colocarse su armadura de combate. Tras cinco minutos de maquillaje, se miró al espejo. «Algún día voy a terminar por afeitarme la cabeza»,pensó. Su melena pelirroja tenía el mismo aspecto que si hubiera metido los dedos en un enchufe, se había hecho una carrera en el par de medias de repuesto que llevaba en la maleta y su carmín favorito se había roto. Adele compuso una mueca y dándole la espalda al espejo le agradeció a la buena suerte haberse comprado aquel vestido negro que no se arrugaba en ninguna situación y la buena postura que uno de sus amigos le había enseñado a base de propinarle algún que otro golpe entre los omóplatos cada vez que la veía encogerse.

Ella no tenía todo lo que la familia Fortune poseía a espuertas, pero estaba convencida de que Jason nunca había tenido que vérselas con una irlandesa huérfana como ella. A veces, incluso los muchachotes como él tenían que aprender un par de cosas.

 

 

Tras examinar brevemente el salón de baile, Jason Fortune sintió cierta satisfacción de ver a toda aquella gente congregada allí… una fiesta de motivación organizada por Kate Fortune. Todo el mundo que tenía algo que ver con los planes para el nuevo hospital estaba presente. Su familia llevaba años soñando con construir un hospital para niños y, al final, el sueño se estaba haciendo realidad. Saludó con una leve inclinación de cabeza a la familia, los compañeros y los empleados y ocultó un tímido bostezo. Aunque respetaba y valoraba a la gente presente en aquella fiesta, la verdad es que estaba un poco aburrido. Apreciaba el respeto y la deferencia con que lo trataban, pero de vez en cuando sentía una vaga necesidad de algo más.

Una extraña corriente de electricidad le erizó la piel de la espalda y se dio la vuelta. Inmediatamente su mirada aterrizó sobre una mujer de cabellera pelirroja y salvaje, ojos verdes y brillantes, la piel pálida de una Madonna y la boca de una sirena. Caminaba como si fuese la dueña del lugar, pero era su familia quien poseía una parte de casi todo lo que había en la ciudad, incluido el Club de Campo. Aun así, le recordó a una reina irlandesa.

Sintió el acercamiento de su hermano y la señaló con un gesto de la cabeza.

–¿Quién es?

Tyler se encogió de hombros.

–No lo sé. Parece que Kate la conoce –dijo al verla abrazar a la desconocida–. Me da la sensación de que es todo un torbellino. No es tu tipo.

Jason asintió. Solían gustarle las mujeres calladas y agradables, pero aquella extraña despertaba su curiosidad.

Kate se volvió hacia él en aquel momento y le hizo un gesto con la mano.

–Requieren mi presencia –declaró, y se acercó a ellas.

Tyler se unió a él.

–La mía, también.

Jason lo miró con incredulidad y su hermano esbozó la sonrisa marca de la casa que le había robado el corazón a cientos de mujeres.

–Me gustan las pelirrojas.

–Y las rubias –añadió Jason–. Y las morenas, y…

–Es que soy un rendido admirador de las mujeres.

–Pero no del matrimonio.

–He aprendido de ti, hermanito.

Jason frunció el ceño.

–Pues ya puedes ir eligiendo a otro modelo en ese tema –murmuró en voz baja, y besó a Kate en la mejilla.

–¿Cómo estás, cariño? –preguntó, mirando a Tyler con una sonrisa–. Tengo entendido que la construcción del hospital va bien.

–Tal y como estaba previsto –contestó él, y se volvió a la pelirroja–. ¿Y quién es…?

–Jason, Tyler, os presento a Adele O’Neil. Adele hizo un trabajo tan estupendo en el hospital en el que trabaja mi hija en Minnesota que estoy encantada de haber conseguido convencerla de que venga a trabajar con nosotros como consultora ética para nuestro hospital.

–Que me aspen… –masculló Tyler entre dientes, lo que le valió un codazo de su hermano.

Adele sonrió a Kate.

–Todavía no me han contado una sola ocasión en la que no te hayas salido con la tuya –y volviéndose a Jason y Tyler, añadió–: el proyecto del hospital infantil es maravilloso. Estoy encantada de estar a bordo.

Jason estrechó su mano.

–Y nosotros lo estamos también.

Ella enarcó las cejas y Jason lo vio mirarlo con incredulidad.

–¿De verdad? No me diga que le gustan los comités. ¿Ha trabajado alguna vez con un consulto ético? Es que hay gente que tiene un concepto equivocado acerca de nuestro trabajo. Verá, es que piensan que un consultor solo sirve para analizar todas las facetas de un asunto, lo cual puede ser interminable en algunos casos, además de conseguir que el comité se olvide de su propósito inicial.

La vio encogerse de hombros, lo cual atrajo su atención hacia su cuello pálido y sus pechos abundantes. Hubiera querido acercarse más a ella para poder captar su olor, pero no lo hizo.

–Aunque estoy segura de que un hombre tan de mundo como usted jamás podría tener un punto de vista tan ignorante.

Estaba claro que le había oído hablar en el ascensor. Si aquella mujer fuese El Zorro, él llevaría en aquel instante una enorme zeta rasgándole la camisa. Hizo ademán de retirar la mano, pero él la retuvo.

–Si así fuera, estoy seguro de que usted podría ofrecerme una perspectiva distinta.

Ella lo miró por segunda vez de arriba abajo como reconsiderándolo y después, asintió.

–Ya veremos, ¿no es así?

Un desafío, se dijo Jason, sintiéndolo como un volcán a punto de entrar en erupción. Permitió que ella retirara la mano y no sin cierta molestia notó que su hermano se colocaba delante de él.

–Encantado de conocerte –dijo–. Voy a estar muy ocupado con el ala del hospital que estamos terminando, así que no participaré en el comité, pero si necesitas cualquier cosa, soy tu hombre.

Adele sonrió.

–Gracias. No lo olvidaré.

–Ah, Adele. Ahí viene Sterling –dijo Kate–. ¿Te acuerdas de él?

–Es tu marido.

Kate enrojeció.

–Sí.

Jason vio como ambas avanzaban hacia Sterling.

–¿Quieres que te saque la navaja de entre las costillas? –preguntó Tyler.

–Tiene una lengua afilada –corroboró Jason sin dejar de mirarla. La fuerza de aquel sentimiento tan extrañamente primitivo y provocador le hacía sentirse incómodo.

–Y un cuerpo estupendo –murmuró Tyler.

Jason frunció el ceño.

–¿No tienes ya una docena de mujeres en tu caña de pescar?

Tyler lo miró sorprendido.

–Así que te interesa, ¿eh? –concluyó–. Hacía mucho tiempo que no te veía mirar así a una mujer.

–¿Así cómo?

–Pues como si te importara un comino cambiar. Siempre esperas a que sean las mujeres las que se acerquen a ti, pero me da la impresión de que, en este caso, estás dispuesto a ser tú quien se acerque a ella –Tyler lo miró detenidamente–. Me da la impresión de que tienes ganas de salir a cazar.

Jason se apresuró a negarlo, pero no lo hizo. Había tomado la decisión de no volver a salir en serio con una mujer desde la muerte de su esposa, y aunque a veces sus relaciones satisfacían sus mutuas necesidades físicas, siempre dejaba muy claro que su único compromiso era con su hija. Todas sus relaciones hasta el momento habían sido cómodas y manejables, pero algo le decía que con Adele, nada sería cómodo ni manejable.

Pero no estaba dispuesto a hablar de ello. Lo que pensara de Adele solo le importaba a él.

Tyler movió la cabeza.

–Esto va a ser divertido. ¿Hace mucho que no le cortas las uñas a un gato?

 

 

Adele estuvo sintiendo la mirada de Jason Fortune durante poco más o menos una hora. Aunque lo intentaba, no podía pasar por alto la intensidad de sus ojos color ámbar. Bueno, en realidad no podía pasarle por alto a él. Punto. Aunque intentaba minimizar su fuerza y su atractivo, él no era un hombre al que se pudiera minimizar, y pensar que iba a tener que estar en contacto constante con él para definir los parámetros del hospital le llenaba de nudos el estómago.

Intentando olvidarse de la sensación, apuró su última copa de champán. Sentía la cabeza más ligera de lo habitual y darse cuenta del efecto que estaba surtiendo en ella todo un largo día de viaje y solo una copa de champán era una señal inequívoca de que era hora de irse a la casa que la empresa había puesto a su disposición.

–¿Más champán? –le preguntó alguien a su espalda con voz profunda.

Adele sintió un escalofrío. Jason Fortune.

–Oh, no, gracias. Solo quiero una cama.

Se volvió a mirarlo y le vio esbozar una sonrisa.

–Es probable que pudiera ayudarte a encontrar una –dijo con sorna.

–Eh… yo no quería decir que… –sintió que enrojecía y respiró hondo–. Lo que quería decir es que estoy muy cansada. He pasado todo el día de viaje. Gracias de todos modos.

De buena gana se hubiera dado una patada en el trasero. Se había enfrentado con serenidad a hombres más poderosos que Jason Fortune sin que la cabeza le huyese en desbandada como una manada de gansos.

–Puedo llevarte –se ofreció.

–No, no es necesario. Estoy segura de que aún te queda mucha gente por saludar en la fiesta.

Él se encogió de hombros.

–Pues la verdad es que no. Suelo aburrirme en esta clase de reuniones en cuanto llevo quince minutos, a menos que entre alguien interesante en la habitación.

No podía estar insinuando que la encontraba interesante a ella, ¿verdad?

–¿Tienes coche? –preguntó él antes de que pudiera volver a rechazarlo.

–Todavía no –admitió–, pero pensaba llamar a un taxi.

–No es necesario –contestó él con una sonrisa enigmática–. Yo te llevaré.

Adele dejó de fingir.

–La verdad es que me sorprende que quieras pasar un minuto más de lo necesario con la consultora de ética que Kate te ha plantado sobre las rodillas.

–No me quejo. Y además, no estás exactamente sobre mis rodillas.

–Pero tampoco estás entusiasmado con la idea –contestó, ignorando la última parte de su respuesta.

–¿Qué me dirías si te dijera que hay un viejo dicho entre los nativos que dice que «un hombre está en la oscuridad hasta que alguien le trae una vela?»

–Pues diría que blanco y en botella, leche.

Él la miró con los ojos ligeramente entornados y Adele se preguntó si le habría ofendido. Pero entonces él se echó a reír.

–No eres lo que me esperaba.

–Algo que he aprendido en mi experiencia es que hay que tener cuidado con lo que se espera. Las personas y las situaciones pueden ser muy distintas de lo que se espera. Es mejor observar hasta poder hacer una investigación para emitir un juicio.

–Y tú no has emitido juicio alguno sobre mí.

Adele fue a contestar, pero su conciencia se lo impidió.

–Estoy deseando iniciar la investigación –dijo él–. Creo que te hospedas en la casa de Saguaro Place. Llamaré para que me traigan el coche –dijo, sacando del bolsillo el teléfono móvil–. ¿Tienes equipaje?

No le gustaba que la manejaran de ese modo y frunció el ceño.

–Solo una bolsa pequeña. El resto no llegó con el avión, pero de verdad que no necesito que…

Él levanto una mano para acallar sus protestas y pidió en voz queda su coche. Después la tomó por el brazo para guiarla hacia la puerta. Adele sintió una especie de cosquilleo llegarle hasta el hombro. En cuestión de minutos, él había recuperado su bolsa del guardarropa, la había ayudado a subirse al Jaguar y salían del Club de Campo.

–Cuéntame cómo llegaste a ser consultora en ética.

Adele se arrellanó en el asiento de piel y respiró hondo. Reparó en que sus manos se movían con seguridad en los controles del coche y su conducción era rápida pero segura. Seguro de sí mismo, pensó una vez más, y muy masculino.

–Mi especialidad es definir los parámetros éticos de hospitales y alas infantiles. Me gusta proteger a los niños, y para ellos estar en un hospital suele ser una experiencia muy difícil.

–¿Estuviste enferma cuando eras niña?

–Pues no. Siempre he estado asquerosamente sana. Debe ser la sangre de campesina irlandesa que corre por mis venas –añadió con una risilla.

–Entonces, ¿alguien de tu familia?

Adele sintió una especie de vacío familiar en su interior, que automáticamente dejó a un lado, tal y como había hecho en montones de ocasiones anteriores. ¿Cómo un hombre rodeado de familia podría comprender lo que era no tener a nadie?

–Mi madre me dejó en adopción cuando era muy pequeña y crecí en un orfanato.

Él la miró y su rostro lo iluminó una farola de la calle.

–Debió ser duro.

Toda su vida se había negado a que los demás sintieran pena por ella, al igual que no se lo permitía a sí misma.

–Crecer puede ser duro independientemente del lugar en el que se crezca. Podría haberme educado en condiciones mucho peores y no haber tenido oportunidad de hacer nada.

Él asintió.

–Sí. Hay días en que, al ver a mi hija Lisa, me parece fácil crecer, pero otros veo que es muy duro para ella.

Adele lo miró con los ojos muy abiertos.

–¿Tienes una hija?

Debió notar la sorpresa de su voz porque lo vio sonreírse de medio lado.

–Supongo que los expertos en ética no tienen prejuicios, ¿no?

–De acuerdo –concedió–. Puede que te parezca una tontería, pero no tienes aspecto de padre… aunque no sé lo que eso significa –añadió en voz baja, y el estómago se le encogió al pensar que podía estar casado–. Y tú mujer…

–Murió.

–Ah… lo siento.

–Hace ya varios años –añadió–. ¿Y qué aspecto tengo, si no es de padre? ¿Me parezco a Jack el Destripador?

–No. Pareces uno de esos ejecutivos con vocación de solteros.

–En ese caso, debes estarme confundiendo con mi hermano. Tyler no se ha casado nunca y adora las mujeres, en plural.

–¿Y tú?

–Yo soy más selectivo.

«Pero no estoy dispuesto a comprometerme más», adivinó.

–¿Por qué has accedido a formar parte del comité de ética?

–Este proyecto es de mi familia y a mí personalmente me apasiona. Bueno, yo diría que a todos. Es una cuestión de honor y de devolverle algo a nuestra gente. Aunque a veces me impaciento mucho con los comités, tengo la experiencia suficiente para hacerlos progresar e impedir que se pierdan en disquisiciones inútiles. Soy la mejor opción.