E-Pack Bianca mayo 2023 - Pippa Roscoe - E-Book

E-Pack Bianca mayo 2023 E-Book

Pippa Roscoe

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Beschreibung

Pack 349 Un matrimonio con condiciones Clare Connelly Negociando el anillo con un multimillonario... La inocente Olivia tenía el prestigioso apellido Thornton-Rose, pero, según el testamento de su padre, eso sería lo único que tendría si no se casaba con Luca Giovanardi. Ella y sus seres queridos estaban al borde de la indigencia y tuvo que proponerle un matrimonio de cuatro semanas... de cara a la galería. Matrimonio por un año Jackie Ashenden Ella le debía la vida… y prometió llevar su alianza… Cautiva en el recinto de una propiedad privada desde la infancia, Rose no recordaba nada de su pasado. Por ello, cuando se enteró de que el millonario Ares Aristiades necesitaba una esposa, le propuso un acuerdo: su libertad a cambio de casarse con él. La venganza equivocada Emmy Grayson El jefe casi nunca perdonaba… ¡Y jamás olvidaba! Bajo la férrea influencia de su padre, la heredera Alexandra Moss se vio obligada a destrozar el corazón de Grant Santos para salvar su prometedor futuro. Pero la situación cambió y ella se encontró sin un céntimo, trabajando de sol a sol… mientras que él se había convertido en un legendario CEO de Manhattan cuya firma ella necesitaba sobre el contrato de un negocio esencial. El regreso de Emily Pippa Roscoe Su esposa había vuelto… ¿Podrá asegurarse Javier de que sea para siempre? Cuando Emily recibió la llamada del hospital para decirle que su marido, del que estaba separada, había sufrido un accidente, «amnesia» era la palabra que estaba en labios de todos.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianc, n.º 349 - mayo 2023

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-919-2

Índice

 

Créditos

 

Un matrimonio con condiciones

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

 

Matrimonio por un año

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

La venganza equivocada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

El regreso de Emily

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SI Olivia hubiera podido cerrar los ojos y desaparecer en cualquier otro lugar del mundo, lo habría hecho. Pero, después de engañar a la asistente de Luca Giovanardi para que le revelara que asistiría a ese evento de estrellas, de gastarse un dinero que no podía permitirse en un billete de avión a Italia y de presentarse en la fiesta a orillas del Tiber, sabía que había cruzado el punto de no retorno. Miró alrededor, se deleitó con esa elegancia y sofisticación desconocidas para ella y una punzada en las entrañas le recordó que estaba fuera de lugar, que eso no tenía nada que ver con su vida habitual

La fiesta estaba en su apogeo y el aire olía a una mezcla de jazmín y perfumes empalagosos. Él, naturalmente, estaba en el centro. No solo de la fiesta, también de un grupo de personas que lo miraban absortas. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? Todo sería mucho más fácil si fuese normal y corriente, pero todo lo que rodeaba a Luca Giovanardi era excepcional, desde la caída en desgracia de su familia hasta su impresionante resurrección hasta lo más alto de la élite empresarial. En cuanto a su vida personal, solo había ojeado lo más imprescindible en Internet, pero le había bastado para saber que era lo opuesto a ella en todos los sentidos. Si bien ella era una virgen de veinticuatro años que ni si quiera se había besado con un hombre, Luca, después de su fugaz y lejano matrimonio, era un soltero que no disimulaba la velocidad con la que cambiaba de una mujer a otra. ¿De verdad quería ser una de ellas?

Tragó saliva y sacudió la cabeza aunque estaba sola. No quería ser una de sus amantes, tenía que ser su esposa. Sentía el redoble de un tambor por dentro, el mismo tambor que llevaba oyendo desde que se enteró del testamento de su padre y de lo que implicaba para ella y su vida. Sin embargo, en ese momento, mientras miraba a Luca, el tambor sonaba con más fuerza y con un ritmo que era enervante y acuciante a la vez.

Habría doscientas personas como mínimo en el patio y ella movió un pie para intentar abrirse paso entre la multitud para captar su atención, pero entonces, él levantó los ojos y los clavó en los de ella, que tuvo que separar los labios para soltar la oleada ardiente que sintió por todo el cuerpo. No pudo seguir, tenía las piernas como si fueran de cemento.

Había visto fotos de él en Internet, pero no le habían preparado para la imagen real de Luca y lo mucho que le afectaría tenerlo tan cerca. Tenía los ojos oscuros como la corteza del viejo olmo que había detrás de Hughenwood House, pero después de una copiosa lluvia, cuando tenía un brillo resplandeciente. Se estremeció de arriba abajo y apartó la mirada parpadeando, pero aunque se quedó mirando el río que serpenteaba casi a sus pies, podía notar la calidez de su mirada en la piel, los ojos que le recorrían la cara y el cuerpo como no lo habían hecho antes.

Los ojos de ella, casi como si tuvieran voluntad propia, volvieron a mirar hacia los invitados con la esperanza de que pudiera encontrar una tabla de salvación, pero no había nada que pudiera compararse con el magnetismo de Luca Giovanardi. Volvió a mirarlo a los ojos y él esbozó una sonrisa jactanciosa, como si supiera que no podría resistirse, y siguió hablando con el grupo de personas que lo rodeaba. Se le cayó el alma a los pies.

Eso no saldría bien si su marido le parecía atractivo. Quería un matrimonio aséptico que le permitiera heredar. No podía haber ninguna relación personal entre ellos, nada que pudiera complicar más ese matrimonio. Sin embargo, ¿cómo no iba a parecerle atractivo? Seguía siendo una mujer y podía reconocer a un hombre impresionante cuando lo tenía delante aunque su vida sentimental fuese inexistente. Luca Giovanardi tenía unos rasgos como cincelados en mármol y la tez morena; el pelo oscuro y un poco revuelto como si se hubiese pasado los dedos; un cuerpo fuerte y fibroso, medio humano y medio animal. El traje hecho a medida le quedaba como un guante, pero él parecía demasiado primitivo para tanta elegancia, debería estar desnudo. Se le secó la boca solo de pensarlo. No había visto a ningún hombre desnudo y los detalles no eran muy precisos, pero no pudo evitar sonrojarse.

Una cosa estaba clara, Luca no era el tipo de hombre al que se le pedía matrimonio sin más. Ella sabía muy bien los motivos que tenía, pero ¿por qué un hombre como Luca, que tenía a todo el mundo rendido a sus pies, iba a aceptar lo que ella pensaba proponerle?

Hizo un esfuerzo para moverse otra vez, pero las piernas no la llevaron hacia Luca, la alejaron de la fiesta hasta que llegó a un rincón tranquilo al lado de una mesa con copas vacías y un camarero fumando un cigarrillo sentado sobre una caja de refrescos boca abajo. Fingió no haberlo visto, fue hasta la barandilla y se agarró mirando el río. Era una cobarde.

¿Iba a marcharse sin habérselo pedido siquiera? ¿Acaso había creído que podría hacerlo?

No les había contado ni a Sienna ni a su madre, Angelica, lo que había pensado hacer para que no le reprocharan el fracaso. Aun así, ¿cómo podría mirarles a la cara cuando sabía que habría podido arreglarles el porvenir y había tropezado con el primer obstáculo?

Le escocieron un instante los ojos azules, pero hacía mucho tiempo que no lloraba y no pensaba arriesgar a que alguien le viera llorar. Se mordió el labio inferior y pudo sacar pecho y darse la vuelta para volver a la fiesta y sopesar otra vez sus alternativas, o atormentarse con el camino que sabía que tenía que tomar aunque le aterrara. Se giró bruscamente y, al no ver por dónde iba, acabó chocándose contra un pecho duro como una roca.

–Ah… Lo siento, no le había visto.

Olivia se disculpó precipitadamente antes de darse cuenta de que las manos que la agarraban de los brazos para sujetarla eran las de Luca Giovanardi.

–Bueno, los dos sabemos que eso es mentira.

Ella no había sabido que una voz pudiera ser así de sensual y el corazón se le desbocó cuando se encontró frente a la que era la peor de sus pesadillas en muchos sentidos. Se separó de un salto y miró alrededor como si quisiera que el camarero siguiera por allí.

–¿Va a marcharse? –le preguntó ella abruptamente.

Él esbozó una sonrisa que a ella le pareció de caramelo derretido. Intentó que no le afectara, pero no estaba preparada para eso.

–No –contestó él.

–Muy bien…

Ella se alegró solo porque eso significaba que todavía podría hacerlo… Él la miró con un brillo de curiosidad indiscutible en los ojos. Eso iba de mal en peor. Bastante era que se lo hubiese imaginado desnudo, pero que él pudiera sentir una curiosidad parecida…

–Entonces, entiendo que tú tampoco vas a marcharte.

–No… ¿Por qué?

–Esto es la salida.

–Ah… –ella arrugó la frente–. Yo… Solo necesitaba un poco de espacio.

–¿Ya has tenido suficiente espacio, bella? –le preguntó él arqueando una ceja.

Bella era hermosa en italiano. Se estremeció. No era hermosa o, al menos, no quería serlo de tal manera que un hombre se fijara en ella y la piropeara. No iba a ser como su madre, primero elogiada y adorada por su belleza y luego detestada por el poder que eso le daba. Ese era uno de los motivos para que no se hubiese vestido de una manera especial esa noche, se había puesto unos pantalones negros y una blusa de lino color crema, nada que pudiera llamar la atención.

–Me llamo Olivia –comentó ella sin decirle el apellido.

–Yo me llamo Luca.

Él le tendió la mano como si quisiera estrechar la de ella, pero cuando la tomó, se la llevó a los labios y le besó con delicadeza los nudillos. Quizá hubiese sido delicado, pero el efecto en ella fue un cataclismo. Retiró la mano con la tensión arterial por las nubes.

–Lo sé –replicó ella con la voz ronca antes de aclararse la garganta–. En realidad… –Olivia se clavó las uñas en las palmas de la manos–. Eres el motivo para que esté aquí esta noche.

Él no cambió de expresión, pero ella captó que irradiaba una tensión que no había tenido antes.

–¿De verdad? –preguntó él con escepticismo–. ¿Por qué?

–He venido para hablar contigo.

–Entiendo.

¿Vio decepción en sus ojos? Se había equivocado antes, no eran del color de la corteza, eran oscuros como el firmamento, firmes como el acero y fascinantes como todos los libros escritos. Sus recovecos estaban atrapándola cuando debería estar concentrada en lo que tenía que decirle.

–¿Y bien? –siguió él entrecerrando los ojos–. ¿De qué quieres hablar?

¿Cómo podía Olivia Thornton-Rose pedirle a Luca Giovanardi que se casara con ella? Era tan ridículo que dejó escapar un sonido parecido a una risa fantasmagórica.

–En general, las mujeres me hablan por dos motivos. Por una oportunidad de inversión o para proponerme algo más… personal. ¿Por qué no me dices de qué has venido a hablar tú?

Ella tomó aire porque no se había esperado esa arrogancia, pero, en cierto sentido, eso facilitaba las cosas porque le recordaba vagamente a su padre y así podía odiarlo un poco.

–Creo que esta conversación podría encuadrarse en la primera categoría.

Él la miró primero a los ojos y después a los labios dejando un rastro abrasador por el camino.

–Es una pena –murmuró Luca–. En estos momentos, no me interesan más oportunidades de inversión. No obstante, habría tanteado con mucho agrado una relación personal.

A Olivia se le encogieron las entrañas y el aire le ardió en los pulmones.

–Imposible… –consiguió balbucir ella–. No me interesa… lo más mínimo.

La expresión de él le indicó que sabía que eso era mentira. ¿Tan transparente era? Desde luego. No tenía experiencia. ¿Cómo iba a ocultarle lo que sentía a alguien como Luca?

–Entonces, no sé de qué podemos hablar.

Tenía que hacerlo. ¿Qué era lo peor que podía pasarle? Que él se negara.

–He oído hablar del banco que quieres comprar.

Él se puso muy recto y la miró con otro tipo de interés. Lo había sorprendido.

–Todo el mundo sabe la oferta que he hecho –replicó él con un dominio de sí mismo admirable.

Ella sonrió levemente parta intentar aliviar la tensión, pero no lo consiguió. Él no dijo nada y el silencio se alargó entre ellos.

–Quieres comprar uno de los bancos más antiguos de Europa, pero el consejo de administración no quiere vendértelo por tu fama de playboy. Ellos son conservadores y tú… no tanto.

Los ojos de Luca brillaron fugazmente, hasta que recuperó la expresión de despreocupación.

–Además, tu padre…

–Mi padre no es asunto tuyo –la interrumpió él sorprendiéndole con su vehemencia.

Al parecer, las heridas seguían abiertas y Luca no se había repuesto del escándalo que acabó con su padre y con toda la familia, y del papel que había tenido él.

–En realidad, eso no es verdad del todo.

–Entiendo –Luca volvió a entrecerrar los ojos–. ¿Es otra de sus deudas? ¿Te debe dinero? Sin embargo, eres demasiado joven. Será una deuda con algún ser querido.

¿Un ser querido? Naturalmente, quería a Sienna, su hermana pequeña, pero, aparte, estaba sola en el mundo. No quería a nadie más. Sentía lástima por su madre y se ocupaba de ella, pero ¿la quería? Era demasiado complicado y explicarlo así era muy simplista.

–No se trata de eso.

–Entonces, ¿por qué no me dices de qué se trata?

–Estoy intentándolo –replicó ella entre dientes–, pero eres muy intimidante.

Le había sorprendido su sinceridad, y él retrocedió un paso, giró la cabeza, tomó aire y volvió a soltarlo antes de mirarla otra vez.

–No puedo evitar ser quien soy.

–Lo sé, pero… ten paciencia conmigo. No es fácil. Quizá debiéramos empezar por mi padre, no el tuyo. Supongo que habrás oído hablar de él, es Thomas Thornton-Rose.

Le expresión de Luca cambió completamente mientras retrocedía en el tiempo.

–Era amigo de mi padre. Lo apoyó en el juicio y muy pocos lo hicieron.

–Eran muy buenos amigos –murmuró ella preguntándose si él sabría algo sobre el testamento.

–Falleció poco después de que mi padre entrara en la cárcel –siguió él sin dar indicios de que supiera algo–. Me acuerdo de que leí los titulares.

–Sí –Olivia parpadeó varias veces–. Fue muy repentino. No estaba enfermo ni nada parecido.

–Lo siento.

–No te preocupes –replicó ella sacudiendo una mano.

Él arqueó una ceja por la frialdad de su reacción, pero Olivia no lo vio.

–Las condiciones de su testamento se supieron poco después –siguió ella–. Sabrás que pertenecemos a la aristocracia británica y que hay mucho dinero y tierras…

–Solo sé lo que hemos hablado hasta ahora –la interrumpió él encogiéndose de hombros.

Olivia dejó escapar otra risa destemplada. ¿No sabía nada de la situación ni sabía nada de ella? El pánico estaba dominándolo. Había contado con cierto conocimiento, pero había hecho mal. Al fin y al cabo, el padre de él había pasado mucho tiempo en la cárcel y lo más probable era que no se hubiesen visto mucho para contarse sus vidas. Tendría que empezar de cero y empezó muy despacio para disimular el nerviosismo.

–Cuando murió mi padre, se descubrió que su patrimonio estaba repartido de una forma muy… especial –a ella le parecía desalmada–. Mi madre no heredaría nada y mi hermana y yo heredaríamos si cumplíamos ciertas condiciones antes de los veinticinco años.

–¿Qué condiciones? –preguntó él sin inmutarse.

Tenía que hacerlo. Él se negaría y ella podría volver a su casa… ¿para qué? ¿Para expulsar a su madre y darle las llaves de la casa familiar a su atroz primo segundo Timothy?

–Bueno, es muy sencillo. Mi padre era muy… anticuado.

–¿Eso es un inconveniente? –preguntó él inclinando la cabeza hacia delante.

–Creía que las mujeres eran incapaces de gestionar sus propios asuntos económicos.

Ella no pudo mirar a Luca mientras hablaba y por eso no vio el fugaz gesto de rechazo que ensombreció sus maravillosos rasgos… y con motivo. Luca se enorgullecía de haber contratado a todo tipo de personas para reconstruir su imperio familiar y entre sus ejecutivos había más mujeres que hombres.

–Cuando se casaron mis padres, mi madre puso sus ahorros a nombre de él. Había sido una actriz con cierto éxito aquí, en Italia, y había ganado dinero, pero era muy joven, solo tenía veinte años y él era diecinueve años mayor que ella. Lo amaba –siguió ella con cierto desdén por la mera idea del amor–. Confiaba en él. Mi padre lo administraba todo y cuando murió, mi madre no sabía en qué condiciones estaban sus cosas, no pudo haber sabido que mi padre lo había organizado todo para no dejarle nada a ella.

Olivia no pudo disimular toda la emoción, pero tampoco transmitió toda la rabia por cómo había abusado su padre de esa confianza. La había castigado el resto de su vida solo porque Angelica había cometido un error de juventud y sin importarle lo mucho que ella hubiese intentado arreglarlo y la cantidad de veces que le había pedido perdón.

–¿Qué pasó para que tu padre hiciera algo así? –preguntó él con incredulidad.

–Estaba enfadado con ella –la crueldad de su padre le había dolido durante años–. Era una historia muy antigua cuando él murió, un error muy tonto que mi madre había cometido hacía mucho tiempo. Evidentemente, nada que pudiera justificar su decisión.

Luca apretó los labios y ella se los miró. Sintió algo abrasador en el vientre que se propagó por todo el cuerpo y le flaquearon las rodillas. Desvió la mirada sin acabar de entender lo que estaba pasándole. Ese inconfundible arrebato de deseo hacía que quisiera salir corriendo para disimular lo que estaba sintiendo. Se consideraba una experta en disimular los sentimientos, pero también estaba acostumbrada a sentimientos que entendía mejor.

–No pensaba dejar parte de la fortuna familiar a mi madre ni a Sienna y a mí.

–No tiene ningún sentido. ¿Tiene hijos de otra relación?

–No –contestó ella con una sonrisa tensa–. Ojalá fuera tan sencillo. Solo estamos nosotras y para cerciorarse de que el dinero quedaba en buenas manos, redactó el testamento de tal manera que Sienna y yo tenemos que casarnos antes de que hayamos cumplido veinticinco años. Solo entonces recibiremos la parte que nos corresponde.

–¿Y tu madre?

–Le concedió una pequeña cantidad que ha ido reduciéndose con los años y se acabará cuando cumplamos veinticinco años. Mi cumpleaños es el mes que viene.

–Con todo respeto, pero tu padre me parece un majadero.

Ella abrió los ojos como platos y se habría reído si la situación no hubiese sido tan apurada, pero le costaba respirar por la preocupación.

–Tenía… las ideas muy claras.

Olivia no terminaba de entender por qué seguía defendiéndolo después de que hubiera convertido sus vidas en una pesadilla. Luca dejó escapar un sonido para indicar que lo que había dicho no era nada convincente.

–No habría venido si no estuviese completamente desesperada –a Olivia le tembló un poco la voz y miró hacia otro lado–. Yo solo tenía doce años cuando murió mi padre. No sabía lo que gastaba mi madre. Acumuló deudas enormes con las tarjetas de crédito y con una considerable línea de crédito contra la casa. Cuando fui lo bastante mayor para entender lo que estaba pasando, la situación era muy apurada. Luca, he intentado arreglar las cosas, pero nunca hay suficiente dinero para rebajar lo más mínimo la deuda. Tengo que aceptar empleos que estén cerca de casa y eso limita las posibilidades. Además, no tengo ningún título académico. Hemos vivido en el umbral de la pobreza durante años –siguió ella–. Nos hemos apretado el cinturón, pero no ha servido de nada. Si hubiese dependido de mí, me habría marchado de Hughenwood House sin ningún reparo, pero no puedo dejar a mi madre con una deuda de cientos de miles de libras. No puedo permitir que mi padre les haga esto a mi madre y Sienna. No voy a permitir que nos haga eso.

–Como ya he dicho, tu padre me parece un majadero –insistió él en un tono compasivo que a ella le llegó al alma–, pero no entiendo por qué has venido para contarme todo eso a no ser que creas que mi padre puede hacer algo con el testamento. Si es así, tengo que decepcionarte, pero no tengo influencia con mi padre, sería mejor que acudieras directamente a él, te lo aseguro.

–No se trata de eso –ella se pellizcó la nariz–. Si no me caso pronto, le herencia pasa a mi primo segundo. No es solo el dinero, pero nuestra casa… La casa familiar…

A Olivia se le quebró la voz, pero levantó la barbilla desafiantemente y con rabia por esa demostración de debilidad, y más todavía porque esa casa siguiera significando tanto para ella cuando habían sido tan infelices allí.

–Es la única casa que tiene mi madre y se moriría si tuviera que dejarla.

–Yo no soy un casamentero –él se cruzó los brazos–. Además, me cuesta creerme que no encuentres un hombre dispuesto a representar el papel de tu novio.

Él bajó la mirada a sus pechos, que estaban bastante tapados por la amplia camisa de lino. Aun así, le bulló la sangre y se le endurecieron los pezones. Le miró las manos y supo lo que quería, necesitaba que la acariciara íntimamente, por todo el cuerpo. Contuvo un gruñido y utilizó toda la firmeza que le quedaba para mantener una expresión fría.

–No puede ser un hombre cualquiera –replicó ella–. Mi padre fue muy explícito al respecto.

Se hizo un silencio sepulcral y los nervios la atenazaron por dentro. ¿Sabía él lo que se avecinaba? Lo miró de soslayo, pero no pudo adivinar lo que estaba pensando.

–Tengo que casarme contigo, Luca. No puede ser nadie más, solo tú.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

BASTABA con mirar a Luca para saber que era un hombre que valoraba su fuerza y su dominio de sí mismo, pero, en ese momento, habría podido tumbarlo con el meñique. Evidentemente, no se había esperado, ni remotamente, que ella dijera eso.

–Estás diciendo…

–Que tengo que casarme contigo –ella lo miró a los ojos aunque la sangre se le convertía en lava–. Además, tú también saldrías ganando.

–Eso no tiene sentido.

–Lo sé –ella se mordió el labio inferior–. La verdad es que esperaba que estuvieras al tanto…

–Mi padre y yo no nos hablamos.

–Lo acordaron hace mucho. Supuse que a lo largo de los años…

–A mí no me lo dijeron nunca.

–A mí, tampoco –aseguró ella–. Me enteré cuando los abogados se presentaron en casa.

–¿Cómo te enteraste de que voy a comprar un banco?

–A intentar comprarlo –le corrigió ella–. Lo leí en Internet. ¿Por qué?

–Entonces, me has investigado antes de venir aquí.

–Si tenemos en cuenta que venía con la intención de pedirle que se casara conmigo a un hombre que no conocía de nada, sí, me preparé un poco.

–Entonces, es posible que también hayas leído que ya me casé una vez. Fue un desastre absoluto en todos los sentidos. No pienso… –él se acercó tanto a ella que podría haberlo besado–. No pienso volver a casarme. ¿Entendido?

–No será un matrimonio normal –replicó ella sin inmutarse gracias a la práctica que tenía con sus padres–. Yo no quiero un esposo más de lo que tú quieres una esposa.

–Lo siento, pero creía que me habías pedido que me casara contigo.

–Sí, para cumplir una condición del testamento de mi padre. Sin embargo, el matrimonio será una farsa, solo serán dos nombres en un documento.

Él la miró fijamente con una expresión indescifrable. Ella tuvo la sensación de que estaba perdiendo la negociación y se agarró al único clavo ardiendo que le quedaba.

–Mi apellido es muy respetable. Casarte con alguien aumentaría tus posibilidades con el conservador consejo del banco, pero casarte con una Thornton-Rose las aumentaría mucho más.

Hacía semanas que había aceptado hacerle esa oferta, pero en ese momento, al oírse a sí misma que negociaba con el odiado apellido de su padre, quiso que se la tragara la tierra.

Sin embargo, la libertad lo compensaría. Si conseguía que él aceptara, el dinero sería suyo y podría arreglar todo lo que había desbaratado su padre, su madre podía tener por fin cierta seguridad y estabilidad. Además, y lo que era más importante, su hermana Sienna no tendría que buscarse un marido para heredar su parte. Sencillamente, no necesitarían el dinero.

–¿Estás insinuando que podría aprovechar tu apellido para ganarme a un grupo de esnobs cargados de prejuicios? ¿Crees que esa es mi forma de hacer las cosas? –Olivia no supo por qué, pero fue un alivio que rechazara inmediatamente la idea–. No necesito el apellido de tu padre para salir airoso, bella, como no he necesitado nunca el de mi padre.

La admiración se adueñó de ella. Tenía razón, todo lo había conseguido por sus medios. Sin embargo, a juzgar por lo que había leído, quería ese banco más que nada en el mundo y su matrimonio facilitaría las cosas.

–Quieres comprar el Banco Azzuri y creo que nuestro matrimonio lo facilitaría.

–No hago las cosas de la manera más fácil.

A ella se le paró el pulso al darse cuenta de que eso no iba a ser suficiente, de que no era un incentivo suficiente para Luca.

–Bueno, qué privilegio tan envidiable.

–¿Privilegio? –preguntó él con incredulidad.

Ella se dio la vuelta y volvió a la barandilla para mirar ese río que había sido testigo de tantas tragedias y alegrías a lo largo de los siglos.

–Sí. ¿Qué se sentirá al poder rechazar los ofrecimientos de ayuda?

–Quién fue a hablar. Provienes de una familia muy adinerada. ¿Crees que puedes reprocharme algún privilegio?

–Adinerada en teoría.

Ella giró la cabeza para mirarlo por encima del hombro y comprobó que lo tenía justo detrás y que la miraba como si estuviera completamente desnuda, no físicamente sino por dentro.

–Sin embargo, ni privilegiada ni libre –añadió ella–. ¿Acaso sabes…?

Olivia sacudió la cabeza y se mordió la lengua.

–Termina lo que ibas a decir.

–¿Por qué? Da igual, ¿no? –sus ojos azules lo miraron como si buscaran respuestas–. Ya has tomado tu decisión.

–Mi primera decisión –reconoció él–. No quiero casarme.

¿Había captado ella cierta vacilación o se lo había imaginado? Se lo habría imaginado porque los hombres como Luca Giovanardi no vacilaban sobre ningún asunto.

–Entonces, me marcharé –susurró ella.

–Antes tendrás que explicarme algunas cosas más –insistió él en tono tajante.

Olivia estaba acostumbrada a que le dieran órdenes, pero había aprendido a mantenerse firme.

–¿Para qué si ya está todo decidido?

–No lo sabremos si no lo intentas.

Un rayo de esperanza le iluminó el pecho, pero lo apagó inmediatamente. Él le ofrecía una oportunidad, pero era muy remota. Ella buscó las palabras, pero el cerebro se negaba a colaborar y volvió a mirar el río.

–Para empezar –siguió él–. ¿Cómo crees que sería ese matrimonio?

Era un primer paso, pero ¿estaba intentando él que comprendiera lo ridícula que era la idea?

–Bueno –contestó ella muy despacio–, creo que lo mejor para los dos sería un acuerdo aséptico.

–¿Un matrimonio aséptico? –él arqueó las cejas–. ¿No es una contradicción en los términos?

–No para personas como tú y como yo.

–¿Cómo somos, bella?

–No me llames así, me llamo Olivia.

Él asintió con la cabeza como si hiciera caso omiso.

–Radicalmente opuestos al matrimonio –contestó ella–. Tú no quieres una esposa y yo no quiero un esposo. Por lo tanto, podemos poner las condiciones que más nos convengan.

–¿Qué condiciones propones?

Ella sintió algo parecido a un cosquilleo de peligro en la piel, como unos anhelos que no quería sentir y mucho menos decir. Hizo todo lo que pudo para no hacerles caso. Al fin y al cabo, habían sido el origen del hundimiento de su madre. El amor. Haberse dejado llevar por las promesas de un hombre, por su carisma, había hecho que su madre fuese desdichada y ella no pensaba ser tan necia.

–Eso es lo bueno de mi oferta –ella intentó recuperar todo lo que había preparado durante el vuelo–. Sería un matrimonio solo de cara a la galería. Tú vivirías en Italia y yo viviría en Inglaterra y cuando hubiese pasado un tiempo aceptable, pediríamos tranquilamente el divorcio. No tendríamos que volver a vernos después del día de la boda.

Él la miró de tal manera que sintió un escalofrío. Parecía como si pudiera verlo todo y los años de práctica para ocultar los sentimientos no sirvieran de nada. Intentó mantener una careta de compostura ante su evidente interés.

–Veo que lo tienes pensado, pero has calculado mal. Un apellido no basta para que me case, ni contigo ni con nadie.

–Entiendo.

–Dijiste que si no heredabas tú, la herencia iría a un primo tuyo. ¿Lo conoces?

–Sí –contestó ella estremeciéndose involuntariamente.

–¿Es una persona que intentaría conseguir la herencia por todos los medios?

–Solo podría heredar si tú y yo no nos casamos.

–O… –él dejó la palabra flotando en el aire– si impugna la validez de nuestro matrimonio.

–¿Cómo iba a hacerlo…? –preguntó ella parpadeando.

–Según mi experiencia, esas personas son capaces de cualquier cosa por dinero.

Ella cruzó los brazos, pero se arrepintió cuando él desvió la mirada hacia la redondez de sus pechos y ella sintió una oleada de anhelo.

–Entonces, ¿qué propones?

–Yo no propongo nada, Olivia. Solo digo que ese matrimonio tan aséptico que habías ideado no habría dado resultado.

Naturalmente, tenía razón. Ella debería haberlo visto desde todos los ángulos. Estaban hablando de una herencia multimillonaria y si iban a fingir un matrimonio, tenía que ser creíble.

–Entonces, podemos vivir juntos aquí, en Roma, pero con vidas y dormitorios separados.

–No sé qué gano yo con eso –replicó él con un gesto de desdén.

–El Banco Azzuri…

–Olivia, me quedaré con el banco por mis medios, puedes estar segura de eso.

Ella volvió a sentir un escalofrío. Su firmeza era casi despiadada y estaba segura de que él lo conseguiría. Además, se sintió ridícula por haber llegado a pensar que a Luca Giovanardi le tentaría casarse con alguien tan insustancial como ella.

–Si quieres tentarme, tendrás que ofrecerme algo que no sea el banco.

Él la miraba fijamente, como si sopesara su reacción. Ella se sonrojó inmediatamente.

–¿Estás diciendo que quieres que nuestro matrimonio sea… íntimo? Quiero que sepas que no tengo ningún interés en ser otra muesca más en el cabecero de tu cama.

Una sonrisa escéptica cambió por completo el rostro de Luca. Una sonrisa que le decía que era una mentirosa.

–No estoy tan desesperado como para tener que chantajear a una mujer para que se acueste conmigo.

–Ya me lo imagino. Seguro que hay una fila de mujeres alrededor de tu manzana.

–No me refería a las relaciones sexuales –replicó él entrecerrando los ojos negros.

–Entonces, ¿a qué te referías?

–Si nos casamos, ninguno de los dos conseguiría nada si lleváramos unas vidas separadas bajo el mismo techo. La prensa se enteraría de nuestro matrimonio y llegaría la curiosidad de todo el mundo. Podrían sobornar a una empleada doméstica para que contara nuestra vida.

–No lo había pensado –reconoció Olivia.

–Tendríamos que hacer creer que era un idilio apasionado hasta que se cumplieran las condiciones del testamento, me imagino que unos treinta días –él se encogió de hombros con indolencia–. Para eso, tendríamos que dormir juntos.

Ella se quedó boquiabierta y deseó tener más experiencia con los hombres.

–Estoy segura de que no hace falta.

–Tengo empleados.

–¿No pueden tomarse unas vacaciones durante el matrimonio? Un mes no es mucho tiempo.

¡Salvo que tuviera que dormir en la misma cama que ese hombre!

–No te preocupes –él esbozó otra sonrisa escéptica–. No tengo interés en que las relaciones sexuales formen parte de nuestro matrimonio. Solo será de cara a la galería.

Ella lo miró aterrada. Quiso resistirse, pero algo estaba cambiando entre ellos y ya no tenía la sensación de que el fracaso era inminente. Él estaba preparándose el terreno para aceptar. Ella hizo un gesto con la cabeza que no fue una aceptación, pero tampoco una negación.

–Es una cama grande, te apañarás.

Olivia se tragó el nudo que tenía en la garganta y asintió claramente con la cabeza.

–¿Estás diciendo que aceptas?

Él lo pensó un rato y pudo oír los latidos del corazón de ella a pesar del ruido de la fiesta. Se giró bruscamente y se quedó mirando el río. Ella lo miró fijamente sin poder evitarlo. Era cautivador, magnético, irresistible. Era fácil entender que le hubiese ido tan bien en la vida.

–Hay algo personal sobre mí que no has podido encontrar en Internet.

Ella frunció el ceño por el tono sombrío de su voz.

–Mi abuela está enferma.

Él lo dijo sin alterarse, pero las palabras cayeron entre ellos como unos bloques de cemento. Ella se inclinó hacia él como si así pudiera entenderlo mejor.

–No está enferma –él se giró para mirarla–. Está muriéndose.

–Lo siento mucho –dijo Olivia con sinceridad–. ¿Estáis muy unidos?

–Sí –él hizo una pausa para pensar las palabras–. Ha sido mi mayor apoyo, le debo mucho.

–Estoy segura de que te apoyó por amor y de que solo quería verte triunfar.

–Sigue siendo una abuela italiana y no puede evitar inmiscuirse –comentó él con una sonrisa afectuosa–. Ha dicho muchas veces que quiere verme casado. Se preocupa por mí.

–¿Se preocupa por ti? –preguntó Olivia con incredulidad.

Le parecía cómico que ese hombre pudiera preocupar a alguien, pero él no la miró ni reaccionó.

–Si diéramos la impresión de un idilio apasionado, quizá eso aliviara sus preocupaciones.

–¿Quieres mentirle?

–Si estamos legalmente casados, no sería una mentira –contestó él.

–Pero un idilio… –ella sacudió la cabeza–. No se lo creería nadie.

–Tienen que creérselo tu primo, los abogados que validarán el testamento de tu padre y mi abuela. Este matrimonio tiene que convencer a todo el mundo.

Algo se adueñó de ella por dentro. Sorpresa, esperanza… No era un acuerdo propiamente dicho, pero parecía que él se lo planteaba y eso la emocionaba y aterraba a la vez.

–Si tu abuela quiere que te cases, ¿por qué no lo has hecho antes?

–No quiero cometer dos veces el mismo error, ni por ella.

–Pero ahora estamos hablando del matrimonio.

–Un matrimonio muy distinto –le recordó él–. Uno con límites, que excluye los sentimientos.

–¿Estás diciendo que vas a aceptar?

Él la miró fijamente durante tanto tiempo que ella no pudo fingir que no sentía nada. Todo era físico, ¿podría dominarlo?

–Yo también pondría condiciones.

–¿Como cuales? –preguntó ella con el pulso acelerado.

Él se giró para mirarla como la miró cuando se vieron por primera vez, pero con cierta tristeza reflejada en los ojos. Ella tuvo que replantearse la idea de que fuera un magnate frío y despiadado. Estaba claro que tenía un corazón y que gran parte le pertenecía a su abuela.

–Mi abuela tiene que creer que es auténtico y tendremos que ser discretos y respetuosos, no podremos tener otras aventuras.

–Me temo que eso será más fácil para mí que para ti –intervino ella sin poder evitarlo.

–Será un matrimonio pragmático –siguió él sin entrar al trapo–. Los dos conseguiremos lo que queremos. No será una relación de verdad, no seremos amigos ni tendremos relaciones sexuales.

Ella se estremeció cuando las imágenes acudieron a su cabeza sin que las hubiese llamado y, por primera vez en su vida, sintió un arrebato de deseo.

–No me interesa tu amistad –replicó ella haciendo un esfuerzo para no inmutarse–. Tampoco me interesa tener relaciones sexuales contigo.

Él la miró fijamente, como si fuese una ecuación matemática que tenía que resolver.

–¿Y el amor?

–No –contestó ella sacudiendo la cabeza con vehemencia.

Esa vez, él la miró con los ojos entrecerrados.

–Rotundamente no –insistió ella intentando dominar el pánico.

No le aterraba él, le aterraba la idea de entregarse a un hombre como había hecho su madre. Quería una independencia verdadera y no la encontraría si se enamoraba.

–Lo digo en serio. No voy a arriesgarme a que te hagas ilusiones de tener una relación sentimental conmigo, no me arriesgo nunca cuando me acuesto con una mujer.

–Pero no vamos a dormir juntos…

–No, pero vamos a estar casados y eso puede ser mucho más peligroso. Podrías pensar…

–Te aseguro que no –lo interrumpió ella–. Si no fuera por ese maldito testamento, no me casaría jamás en la vida. Además, el día más feliz de mi vida será cuando hayamos firmado el divorcio.

–Tengo curiosidad… –él lo murmuró tan cerca de ella que se le puso la carne de gallina–. Eres una mujer joven y hermosa, ¿por qué te opones así al matrimonio?

–Tú no tienes el monopolio de los matrimonios desastrosos.

–¿Has estado casada?

–No, no me refería al mío. Mis padres… –ella sacudió la cabeza y lo miró fijamente–. Tengo cerebro y no sé por qué iba a atarme a un hombre. Al menos, de verdad.

–¿Me prometes que no cambiarás de opinión, que no querrás en ningún momento más de lo que estoy ofreciéndote?

–¿Estás aceptando mi propuesta? –preguntó ella.

–¿Puedes asegurarme que podremos mantenerlo aséptico?

–Desde luego.

Él lo meditó unos minutos y a ella se le desbocó el corazón. Ese matrimonio podía proporcionarle muchas cosas; sustento para su madre, protección para Sienna y conservar la casa familiar. Aun así, tendría que pagar un precio elevado. Le hervía la sangre por tener que ceder a las exigencias misóginas de su padre aunque lo había asumido hacía mucho tiempo.

–Muy bien –él asintió una vez con la cabeza–. Nos casaremos.

Sintió un escalofrío por toda la espalda aunque él estaba dándole lo que quería, aunque era el primer paso hacia la liberación. Hizo un esfuerzo para sonreír y le mantuvo la mirada aunque los ojos de Luca dejaban escapar unos destellos que hacían que sintiera lava en las venas.

–Perfecto –murmuró ella.

Aun así, y no sabía por qué, tenía la sensación de que estaba zambulléndose sin saber nadar.

 

 

Luca Giovanardi, después del divorcio, había destruido casi todas las pruebas de que hubiese estado casado. Había sido una catarsis. Había sido un muchacho, casi un niño, y había borrado todas las fotos impresas o digitales, había sido como si recuperara una parte de sí mismo. No había querido recordar a Jayne. No había querido pensar en ella ni en lo mucho que la había amado ni lo felices que había creído que habían sido. No quería pensar en cómo se le desmoronó todo cuando ella lo dejó por uno de sus rivales más odiados en el mundo de los negocios, un hombre que había arrasado y triunfado mientras el imperio de su padre se hundía.

Ese día aprendió dos cosas, a no creer en la fantasía del amor y a no confiar en las mujeres.

Entonces, ¿podía saberse qué acababa de aceptar?

Agarró la copa de whisky y miró al frente si ver nada. Olivia Thornton-Rose le llenaba la cabeza. «No habría venido si no estuviese completamente desesperada».

Además, eso no tenía ningún peligro, no era el suicidio sentimental que cometió el día que aceptó compartir su vida con Jayne. Eso era razonable, comedido y a corto plazo. Además, era satisfactorio para los dos. Llevaba meses queriendo hacer algo para sosegar a su abuela cuando se acercaba al final de sus días. Ella le pedía que encontrara a alguien especial y le diera otra oportunidad al amor porque había tenido un matrimonio muy feliz y duradero, pero el matrimonio no entraba, ni remotamente, en su lista de tareas pendientes. Hasta ese momento.

Tomó el teléfono y marcó el número de su abuela antes de que cambiara de opinión.

–Abuela… –dio un sorbo de whisky de malta–. Quiero decirte una cosa.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

ERA como un sueño del que no podía despertarse, pero era mejor que la pesadilla que había sido su vida hasta ese momento. Sin embargo, había sido un error no haberlo visto hasta el momento de la ceremonia. Había sido un error no haberse acostumbrado un poco a verlo de punta en blanco, con un esmoquin negro, unos zapatos relucientes y el pelo peinado hacia atrás. Ella estaba a su lado con un vestido increíble que se había comprado en Harrods después de que la secretaria de Luca le hubiese explicado que él había organizado una reunión allí con los asistentes de la novia. Podía percibir su respiración, el tono ronco de su voz, su magnetismo… y sentía ganas de salir corriendo.

Una boda solo de cara a la galería había parecido algo muy sencillo en su momento, pero, en ese instante, la certeza de lo que estaban haciendo le pesaba una tonelada. Miró a Luca y su perfil hizo que se quedara sin respiración. Volvió a mirar hacia otro lado con el pánico atenazándola por dentro. Le gustaría que Sienna estuviese con ella. Habría significado mucho para ella haber podido tomarle la mano, haber visto su sonrisa y sus afables ojos y haber sabido que eso no era un disparate absoluto. Sin embargo, Sienna no habría dado su visto bueno. No habría sonreído, habría luchado con uñas dientes para detenerla aunque eso significara que perderían la casa, aunque eso significara permitir que su padre castigara a su madre una última y despiadada vez.

El sacerdote dijo algo, Luca la miró y ella volvió a la realidad, a la mentira que estaban tejiendo. El dijo los votos primero, en inglés como deferencia a ella, y le puso un anillo enorme con un diamante. Olivia sintió una descarga eléctrica y le costó mantenerse de pie.

Cuando le tocó a Olivia decir los votos, el sacerdote habló despacio y con mucho acento y ella titubeó con algunas palabras. Los nervios estaban pasándole factura. Se disculpó con el sacerdote con una mirada y puso un sencillo anillo de oro en el dedo de Luca. Igual que antes, volvió a sentir algo parecido a una banda de música por dentro. Retiró la mano precipitadamente, como si la hubiese electrocutado, y miró a la abuela de Luca. Su felicidad era evidente, era evidente que se había tragado toda la mentira. Desvió la mirada otra vez hacia los enormes ojos oscuros de Luca y se le aceleró el corazón por su intensidad.

–Así sea –el sacerdote dio una palmada–. Puedes besar a la novia.

A ella se la paró el corazón. ¿Cómo era posible que se hubiese olvidado de esa parte? ¿Era demasiado tarde para echarse atrás? Miró al sacerdote, consciente de la mirada de la abuela de Luca, y volvió a mirar al hombre que ya era su marido… solo en apariencia.

Luca le puso una mano en la cadera y le tomó la cara con la otra. Le pasó el pulgar por un costado de los labios y se le puso la carne de gallina. Quiso decirle que no podía hacer eso, que no la habían besado nunca, que había demasiada gente mirando, que no sabía lo que estaba haciendo… hasta que él bajó la cabeza, la besó como si fuera lo más natural del mundo y ella se entregó maravillada.

 

 

Luca se maldijo para sus adentros. Una llamarada de pasión lo había abrasado en cuanto se encontraron sus labios. Lo que debería haber sido un requisito más de la ceremonia se le había escapado de las manos en cuanto ella separó los labios y dejó escapar un ligero gemido. La mano de la cadera la había agarrado, la había estrechado contra sí y la había girado un poco para ocultarla de su abuela. Sin embargo, el instinto se había adueñado de él completamente. Profundizó el beso, su lengua buscó la de ella y el dominio de sí mismo se iba esfumando con cada gemido de ella, hasta que empezó a fantasear con la idea de quitarle ese vestido y hacerle el amor, pero no con delicadeza, con toda la pasión que exigía la pasión que ardía entre ellos.

Era una pesadilla. Tenían un trato y, en teoría, su esposa no debería atraerle, no deberían desearse de esa manera. No permitiría que eso sucediera. Al menos, con su esposa.

 

 

Apartó la boca de la de ella y Olivia tuvo que morderse el labio inferior para no echarse a llorar por ese gesto tan repentino. Se sentía intoxicada por el deseo y tardó un momento en acordarse de dónde estaban y quiénes estaban allí. La humillación empañó ese anhelo sensual. Solo había sido un beso, pero para ella había sido el primer acto de un espectáculo pornográfico para el sacerdote y la abuela de Luca.

Él la miró con unos ojos indescifrables y una expresión… normal, no estaba arrebolado por la pasión como tenía que estar ella. Aunque, naturalmente, era Luca Giovanardi, el hombre que cambiaba de mujer como la mayoría de los hombres cambiaba de ropa interior. Contuvo un gemido y borró cualquier sentimiento de su rostro, pero, seguramente, demasiado tarde. Él tenía que haberse dado cuenta de lo que le había afectado el beso, tenía que saber lo fácil y absolutamente que la dejaba sin respiración. Tomó aire. No pasaba nada. Ya había terminado y no tendría que besarlo o tocarlo nunca más. Eso debería haberle tranquilizado, pero sintió una punzada dolorosa en el corazón. Acto seguido, él le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de ella, que giró la cabeza para mirarlo. Él le sonrió, pero la sonrisa no se reflejó en sus ojos.

–Voy a presentarte a mi abuela, querida.

El añadió el apelativo cariñoso como si lo hubiese pensado después. Ella sintió una oleada de calidez por dentro, pero no lo le hizo caso. Solo era una representación para su abuela, una parte del trato, y dado todo lo que él estaba sacrificando por ella, se merecía que representara su papel lo mejor que pudiera.

–Claro –replicó ella en un tono providencialmente normal.

Pietra Giovanardi tenía más de ochenta años, pero se mantenía erguida y orgullosa, con el pelo plateado por encima de un hombro y con el cuerpo delgado cubierto con diamantes y alta costura, aunque conseguía parecer cercana y sencilla. Era sonriente, tenía el rostro marcado por las arrugas de la vida y sus ojos dejaron escapar un destello cuando la pareja se acercó. No mostraba ningún indicio de una enfermedad terminal, salvo la delgadez.

–Ah… Luca, Luca, Luca, es el día más feliz de mi vida.

La mujer levantó una mano temblorosa y dio unas palmadas en la mejilla a su nieto. Luego, miró a Olivia con los ojos húmedos. Ella esbozó una sonrisa radiante, como la de una novia feliz. Al fin y al cabo, ese era el trato que habían hecho.

–Señora Giovanardi… –murmuró Olivia.

Sin embargo, la mujer agitó una mano y la abrazó con cariño envolviéndola en un delicado aroma floral. Estaba extremadamente delgada y parecía como si solo tuviera piel y huesos. Sintió una lástima abrumadora ante la evidencia de su enfermedad.

–Tienes que llamarme Pietra o abuela.

–Pietra –Olivia suavizó la precipitación con una sonrisa–, encantada de conocerte.

–¡No! Yo sí que estoy encantada. Creía que esto no sucedería después de…

No hizo falta que terminara la frase. Olivia sabía que se refería al primer matrimonio de Luca y, por primera vez desde que acordaron esa farsa, se preguntó por su exesposa y por qué lo había dejado tan marcado, pero la abuela estaba siguiendo con la conversación.

–Y ha mantenido el secreto durante tanto tiempo –Pietra chasqueó la lengua–, pero no es asunto mío. No voy a preguntar los detalles, solo me alegro de que haya terminado así. Ahora, ¿tomamos un espumoso?

Olivia parpadeó a Luca con la esperanza de que se resistiera; cuanto antes acabara la boda, antes tendrían que dejar de fingir que eran una pareja de recién casados y antes empezaría la cuenta atrás de los treinta días de ese cautiverio.

–Sí, ya me he ocupado.

Olivia lo miró con los ojos como platos, pero, evidentemente, no podía discutir con él.

–También os recibiré con los brazos abiertos esta noche en Villa Tramonto –comentó Pietra mientras se alejaban de la iglesia.

–Es la villa de mi abuela –le explicó Luca a Olivia–. Cuelga por encima de Positano y te encantará, querida.

¡Lo hacía muy bien! No le costaba nada que pareciera que tenían una relación auténtica. Su voz era aterciopelada y romántica y ella estaba segura de que había visto que se le ponía la piel de gallina antes de dirigirse a su abuela.

–En otro momento. Al fin y al cabo, es nuestra noche de bodas.

Olivia sintió que ardía por dentro por lo que llevaban implícitas esas palabras, por cómo pasarían esa noche si se parecieran lo más mínimo a una pareja de verdad. Sin embargo, eso era una farsa y volverían a estar solos, y podría poner cierta distancia entre ese hombre y ella.

–Claro, claro. ¿Volveréis a Roma?

–Pasaremos el fin de semana en Venecia, de luna de miel.

Olivia se paró y, por un instante, perdió el dominio de sí misma que le permitía parecer inmutable. Luca lo vio, se acercó a ella y le rodeó la cintura con un brazo. Olivia pudo comprobar lo duro que era su cuerpo y lo bien que se amoldaba el de ella al de él.

–¿Un fin de semana en Venecia? –Pietra arrugó la nariz–. En mis tiempos, la luna de miel no era digna de ese nombre si no duraba tres meses.

–En tus tiempos, se tardaba un mes como mínimo en llegar a cualquier sitio interesante.

–Eso es verdad –reconoció Pietra entre unas risas afectuosas.

A Olivia le impresionó esa familiaridad, pero también sintió una opresión en el pecho porque era imposible no compararla con lo distinta que había sido su familia, con la tensión de los conflictos sentimentales. Solo podía ser ella misma con Sienna.

La luz era cegadora cuando salieron a la plaza y una bandada de palomas remontó el vuelo.

–¿Aquí?

Pietra señaló un restaurante con sillas y mesas en la calle. Luca miró a Olivia y a ella le sorprendió que la consultara.

–Sí, he reservado una mesa. ¿Te parece bien que tomemos un vino con Pietra antes de que nos marchemos, mi amor?

Mi amor… Ella asintió con la cabeza y el corazón le dio un vuelco. Lo hacía muy bien y se preguntó cómo sería en las relaciones auténticas. El cariño era tan resplandeciente como la luz del sol, pero, según las páginas de cotilleos, también era tan cambiante como el tiempo.

Llevaba un vestido de seda blanca con volantes en un hombro y, una vez dentro del restaurante, los comensales empezaron a aplaudir al ver una pareja de recién casados. Luca levantó una mano, la estrechó contra sí y le dio un beso en la cabeza.

Todo era de cara a la galería, pero daba igual, eso no evitó la oleada ardiente que sintió por dentro ni que el deseo se adueñara de ella hasta el punto de que quisiera besarlo como habían hecho en la iglesia, pero esa vez no había nadie mirando.

Él sacó una silla para Pietra y luego otra para ella. Tragó saliva al percibir su cercanía y se estremeció cuando sus manos le rozaron los hombros desnudos. Él se sentó enfrente y los pies se tocaron por debajo de la mesa, seguramente, por accidente.

Pietra era encantadora, inteligente y curiosa con moderación. Preguntaba lo justo para no parecer entrometida y ella podía contestar sin tener que hablar de la pesadilla que había sido la vida en su casa. Agradecía conversar con Pietra porque casi podía borrar a Luca de su cabeza. Sin embargo, sus pies seguían tocándose por debajo de la mesa cada vez que se movían y era imposible borrarlo completamente. Él se dejó caer sobre el respaldo de la silla para observar la conversación, dio un par de sorbos de champán y se comió un bocado de la tarta. Olivia, en cambio, se bebió una copa y media y se comió una porción entera. Tuvo que contener el hipo cuando se levantaron y Pietra volvió a abrazarla.

–¿Vendrás pronto a Tramonto? Me encantaría llegar a conocerte mejor.

El remordimiento le atenazó las entrañas. Apretó los labios e intentó recordar lo que estaba en juego, y que la mentira de Luca a su abuela no era asunto de ella. Era el único motivo para que él hubiese aceptado eso. Sin embargo, de repente, engañar a esa hermosa anciana era como una soga al cuello. Estaba muriéndose. La tristeza se apoderó de su corazón. Era una anciana muy vital y parecía imposible que estuviese tan gravemente enferma.

–Iremos en cuanto podamos –intervino Luca–. ¿Dónde está Mario?

–Cruzando la plaza.

–Te acompañaremos hasta el coche.

–Puedo ir sola –Pietra rechazó la oferta con un gesto de la cabeza–. Vivo sola y él sigue creyendo que no puedo dar veinte pasos sin ayuda.

–En realidad, tiene un ejército de empleados –confesó Luca mientras salían del restaurante.

–Me gustaría acompañarte –insistió Olivia agarrándola del brazo con delicadeza.

Luca la miró a los ojos y se estremeció. Pronto estarían solos. Miró el anillo, los diamantes resplandecieron y se le alteró el pulso. Luca abrió la puerta trasera del elegante coche y Pietra les dio un último abrazo. El conductor, Olivia supuso que sería Mario, puso en marcha el motor y se mezclaron con el escaso tráfico de la tarde. Él se giró lentamente para mirarla y fue como si se hubiese parado el tiempo. El corazón se aceleró y le temblaron las manos por los nervios.

–Muy bien, señora Giovanardi, asunto resuelto.

–Sí –replicó ella con un gesto serio.

–¿No te alegras?

–Yo… –ella buscó las palabras para no parecer una desalmada–. Me siento mal por mentir a tu abuela después de haberla conocido.

–¿Aunque sepas lo feliz que estamos haciéndole?

–Pero el divorcio…

–No creo que viva para verlo.

Le escocieron los ojos por las lágrimas. Era una auténtica especialista en ocultar los sentimientos y desvió la mirada por el dolor que le habían producido las palabras de él.

–Hasta entonces, compensa ver la alegría reflejada en su rostro –añadió Luca.

–Debía de estar muy preocupada por tu situación para que hayas llegado tan lejos.

–Yo solo aproveché una ocasión –le recordó Luca–. No me habría casado con una mujer solo para engañar a mi abuela, pero cuando te ofreciste en bandeja de plata, ¿cómo iba a negarme?

–Yo no lo diría así –replicó ella con cierta tensión.

Sin embargo, se puso roja al imaginarse en una bandeja para el disfrute de Luca.

 

 

Luca no pudo saber por qué había reaccionado así, pero estaba claro que la había ofendido. Estaba roja de rabia y no lo miraba a los ojos. No debería haberle importado, pero, de repente, solo quería que lo mirara. Mejor dicho, que lo agarrara del la camisa como había hecho durante la ceremonia, que separara los labios y que gimiera en su boca. Sin embargo, desear a su esposa no entraba en el trato y era imposible.

–Por aquí…

La llevó hacia la puerta de un edificio, llamó al ascensor y se quedó a una distancia prudencial de ella. ¿Sería el vestido? Esa vez, al contrario que la primera, podía ver su cuerpo gracias a la tela de seda que se le ceñía al cuerpo y había sentido el arrebato de deseo incluso antes del ardiente beso. Se abrieron las puertas del ascensor y entraron sin darse cuenta de que era muy pequeño, pero lo que menos le apetecía en el mundo era estar ahí encajonado con una mujer a la que intentaba evitar por todos los medios en el aspecto físico.

–Creí que dijiste que íbamos a ir a Venecia.

Él la miró y ella se encontró con sus labios a la altura de los ojos. Lo que faltaba…

–Es verdad.

Él replicó en un tono ronco que delataba la frustración que le provocaba la situación. Estaban atados de pies y manos por al trato que habían hecho y ninguno

quería complicar las cosas, pero eso no impedía que quisiera hacerle el amor en ese preciso instante.

–¿Venecia no está al nivel del mar? –preguntó ella parpadeando, pero sin mirar a otro lado.

–Y se hunde un poco cada minuto que pasa –consiguió contestar él a pesar de la tensión.

–Entonces, será mejor que nos demos prisa.

–Eso es lo que pretendo.

–¿Lo dices en serio?

–¿Qué…?

–La luna de miel en Venecia.

–¿Tiene algo de malo?

–¿No es innecesaria la luna de miel? –preguntó ella un poco acalorada.

–No si queremos convencer a todo el mundo de que la boda es auténtica, sobre todo, a tu primo segundo. No creo que nadie me considere un hombre que no se lleva a su esposa durante un tiempo después de casarse. Nos haremos unas fotos como prueba. Podrían ser importantes si recurren la herencia.

Ella entreabrió la boca porque él tenía razón. Era un detalle importante si querían que su matrimonio pareciera de verdad.

–¿De acuerdo? –añadió él.

Ella parpadeó y se preguntó por qué se resistía a la idea de pasar una luna de miel con ese hombre en Venecia, pero no consiguió saber el motivo. Se abrieron las puertas, pero ninguno de los dos se movió, como si el ascensor les obligara a quedarse. Ella se sentía como si fuera a entrar en otro mundo, como si todo fuera a cambiar en cuanto se moviera.

 

 

Un sonido rítmico los sacó del ensalmo y los dos se giraron a la vez para mirar hacía el helicóptero con los rotores en marcha.

–¿Estás preparada? –le preguntó él aunque no sabía a qué se refería.

–Creo que sí –contestó ella sin saberlo tampoco.

Aunque habían acordado que sería un matrimonio sin contacto físico, él le tomó una mano para llevarla hacia el helicóptero y no la soltó hasta que estuvieron montados y ella estuvo sentada. Entonces, él sintió un cosquilleo como si todavía sintiera el espectro de su mano. Luca había conseguido muchas cosas en sus treinta y tres años y también tendría que conseguir dominar el deseo hacia su esposa, aunque era un deseo de una intensidad inesperada. Por primera vez en su vida, le parecía que poseer a una mujer, a esa mujer, era esencial en su vida. No le había pasado nunca, ni con Jayne aunque la había amado. Quizá fuese la tentación de la fruta prohibida.

Siempre había tenido todo lo que había querido gracias al trabajo y las agallas, se dijo a sí mismo mientras el helicóptero se elevaba. Lo había perdido todo una vez y se había cerciorado de que no volvería a suceder. En cuanto a las mujeres, le había bastado con insinuar un interés mínimo para que se acostaran con él. Nunca había sentido deseo y había sabido que no podría hacer nada. Hasta ese momento.

Se conocía mejor y estaba seguro de que podría sofocar ese anhelo que lo acuciaba. Al fin y al cabo, era Luca Giovanardi y siempre había conseguido lo que se proponía.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

LO reservó mi secretaria –le explicó él con resignación–. Dije que fuera la suite presidencial, que tiene varios dormitorios, pero ella lo entendió mal y pidió la suite nupcial.

Los dos se quedaron mirando la inmensa cama en medio del lujoso dormitorio. El corazón se le salía del pecho. Todo había adquirido un aire irreal desde que se casaron, como si ella se hubiese convertido en algo completamente distinto.

–Entiendo…