E-Pack HQN Anna Garcia - Anna Garcia - E-Book

E-Pack HQN Anna Garcia E-Book

Anna Garcia

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Beschreibung

Está sonando nuestra canción ¿Se puede estar enamorada de alguien incluso antes de conocerle? Zoe conoció a Connor y le odió al instante. En cambio, se enamoró perdidamente de Sully sin conocerle. Sarah no tiene tiempo para conocer a nadie, pero el destino pondrá a Kai en su vida, alguien completamente distinto a ella. ¿De verdad los polos opuestos se atraen tanto como para llegar a perder los papeles? Hayley no cree en el romanticismo, solo pretende pasarlo bien... Hasta que conoce a Evan, un tío al que ella definiría con una sola palabra: aburrido. ¿Cómo logrará Evan que Hayley se enamore de él? Vuelves en cada canción A veces nos olvidamos de que, aunque esté nublado y llueva, termina saliendo el sol. Connor ha dejado todo atrás. Familia, amigos y, sobre todo, a Zoe. Incapaz de verla feliz en brazos de otro, tomará la determinación de alejarse, aunque a pesar de la distancia será incapaz de olvidarla, porque todo le recuerda a ella. Herido, enfadado consigo mismo y perdido, intentará reencontrarse siguiendo los pasos de su padre, tal y como él le ha pedido. Un viaje en el que conocerá gente que cambiará su manera de ver las cosas, que le ayudará a profundizar en sus raíces irlandesas. Un viaje para intentar recomponer su existencia… Fuera de combate Kai O'Sullivan es arrogante, aprovechado, caradura, descarado, apasionado, cabezota y mujeriego.p> Sarah Collins es una mujer fuerte, decidida y muy segura de sí misma. Él nunca se ha enamorado. Ella no tiene tiempo para relaciones. Él no suele fijarse en mujeres como ella. Ella huye de hombres como él. Pero el destino quiso que sus vidas se cruzaran, se enredaran y nunca más se volvieran a separar.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack Anna Garcia, n.º 258 - junio 2021

I.S.B.N.: 978-84-1375-732-2

Índice

 

Créditos

 

Fuera de combate

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

 

Está sonando nuestra canción (Las canciones de nuestra vida)

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Si te ha gustado este libro…

 

Vuelves en cada canción

Información de interés

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Epílogo 1 - Aidan

Epílogo 2 - Niall

Epílogo 3 - Penny

Epílogo

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

Por aquellas exigencias que se convierten en algo increíble.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

JUDITH

 

—¡Rápido, chicos! ¡Que perderéis el autobús!

—¡Ya voy! —grita Connor, bajando las escaleras a toda prisa.

—¡Estoy listo! —asegura Evan justo después.

Los dos se plantan frente a su madre, bien peinados y sonrientes, listos para pasar la inspección.

—Vamos a ver… Dientes limpios… Orejas limpias… Más o menos bien peinados… —Sonríe, pasando los dedos por el rebelde pelo castaño de Evan, peinándoselo a un lado para que no le tape los ojos—. Gafas bien puestas…

Beth les mira a los dos, sonriendo muy orgullosa, listos y preparados para empezar un nuevo curso.

Además, este año es especial, porque Evan ya tiene cinco años y empieza el colegio. Es un gran cambio con respecto a la guardería, pero Connor y Kai, que tienen siete y nueve años respectivamente, le ayudarán a adaptarse.

—¡Kai, espabila! —grita ella, mirando hacia el piso de arriba.

—¡Vooooooooooooy! ¡Tranquila! ¡No hay prisa…!

—¡Por supuesto que hay prisa! ¡No podéis llegar tarde el primer día!

—¡Si perdemos el autobús, vamos corriendo y punto! —grita Kai, aún desde el piso de arriba, para la desesperación de su madre, que niega con la cabeza, consciente de que nunca conseguirá que su hijo mayor se ilusione por ir al colegio.

—Mamá, me he puesto hasta colonia. ¿Me hueles? —le pregunta entonces Connor, acercándose a ella, algo que no haría falta, porque ya ha advertido el olor desde antes de que entrara en la cocina.

—¡Madre mía! ¡Qué bien hueles!

—Ya sabes, es el primer día de curso y me han dicho que segundo es muy «chungo». Si me meto a la señora Meyers en el bolsillo ya, tengo medio curso ganado.

Y no le cabe duda de que lo hará. Es el superpoder de Connor: caer bien a todo el mundo con una simple sonrisa.

—Bien pensado, cariño, aunque espero que sigas sin necesitar ayudas externas aparte de esto —dice, picando con su dedo en la cabeza de su hijo—. ¿Y tú, Evan? ¿Listo para tu primer día de colegio?

—¡Listo y preparadísimo! ¡Estoy tan nervioso…! ¡Voy a tener un pupitre para mí solo donde poder sentarme para hacer los trabajos! ¡Y lápices de colores! ¡Y en la clase habrá una pizarra! ¿Sabes, mamá? Voy a intentar sentarme delante de todo para estar muy atento a la profesora.

—Pues me parece muy bien, cariño —responde ella.

En ese momento, Kai entra en la cocina y, acercándose a Evan por la espalda, susurra en su oído:

—Entre tú y yo, eso no lo digas en voz alta cuando estés en el colegio…

—¿Por qué? —pregunta Evan.

—Porque te cogerán manía desde el primer día. Y créeme, no querrás que eso ocurra.

—Kai, deja de meterle miedo a tu hermano —le pide su madre, agarrándole de las manos para atraerle hacia ella—. Vamos a ver, revisión. Kai, por favor. No te has lavado los dientes, aún tienes legañas en los ojos y no quiero ni mirarte las orejas. ¿Se puede saber qué hacías allí arriba?

—Cagar.

—Oh, por favor, Kai… ¿Todo este rato?

—Y leer un cómic —asegura, sonriendo orgulloso.

Beth le mira desesperada y agotada a pesar de lo temprano que es.

—¿No dices siempre que tengo que leer más? —le pregunta Kai, intentando quitar hierro al asunto.

—Kai, ¿qué pasará si me cogen manía? —insiste Evan, con cara de susto, agarrando a su hermano de la manga.

—Que los mayores te zurrarán de lo lindo —contesta, provocando que Evan abra mucho los ojos, asustado.

—Pero vosotros no vais a dejar que eso pase, ¿no? Vosotros sois mayores y me defenderéis, ¿no? ¿Kai? ¿Connor? —pregunta a los dos, que se sonríen entre ellos, con algo de malicia—. ¿Mamá?

—Eso no va a pasar, tranquilo. Y, si en algún momento algún niño te molesta, tus hermanos te defenderán. Ya me encargaré yo de que lo hagan, porque de lo contrario, se les acabó jugar al baloncesto en las pistas.

—¡Mamá! —se quejan los dos a la vez.

—De vosotros depende. Ahora, tú —dice señalando a Kai—, arriba a lavarte los dientes y la cara. Tienes dos minutos. Si en ese tiempo no has bajado, me encargaré de que tu profesora te cargue con tantos deberes para hacer este fin de semana, que no tendrás tiempo ni para parar a comer.

—¿En el colegio mandan deberes para hacer en casa? —pregunta entonces Evan, muy ilusionado, dando pequeños saltos, mientras su madre y sus hermanos le miran con una mezcla de sorpresa e incomprensión reflejada en el rostro—. ¡Ay, qué bien!

—Mamá, confiésalo —insiste Kai, inmóvil al pie de las escaleras, alucinando por las palabras de su hermano—. Es adoptado, ¿verdad?

—Kai, el tiempo corre. ¡Baño, dientes, ya! —le apremia Beth, señalando a su hijo.

—¿Qué pasa? Me gusta el colegio… ¿Por qué decís esas cosas? —se queja Evan, extendiendo los brazos, sin entender por qué a todo el mundo le extraña tanto que le haga ilusión aprender cosas nuevas—. Connor saca buenas notas y Kai no se mete con él.

—Porque yo no digo cosas como «¡deberes, qué bien!» o «me voy a sentar delante del todo para estar más atento a la profe» —le contesta Connor, haciéndole burla con el tono de su voz.

En ese momento, Kai baja corriendo las escaleras y frena en seco justo delante de su madre, abriendo los brazos y dando una vuelta sobre sí mismo, pavoneándose.

—¡Listo! Nenas, preparadas que voy…

—Ahora sí. Guapísimo —dice Beth, estrechando a su hijo entre sus brazos mientras le susurra al oído—: Y cuida de Evan, por favor. Ve a verle siempre que puedas…

—Si sigue siendo tan pedante, me va a dar mucha faena —le contesta.

—Hazlo por mí, ¿vale? —le pide, dándole un beso en la mejilla antes de soltarle.

—Sabes que sí —responde Kai, guiñándole un ojo de forma cómplice—. Lo que sea por mi chica favorita.

—Y por ser el primer día, procura que no te castiguen. Intenta empezar el curso con buen pie y pasar desapercibido.

—Lo intentaré.

Pocos minutos después, Beth, desde el porche de casa, observa a sus tres hijos en la parada del autobús. Ve a Evan agarrarse de las manos de sus hermanos cuando el autobús se detiene y que estos, lejos de incomodarse, a pesar de sus múltiples quejas y constantes burlas, le miran sonrientes para infundirle confianza. Kai incluso, cuando se abren las puertas, le agarra por los hombros y se agacha a su altura, señalando hacia el conductor y contándole algo mientras Evan asiente. Justo antes de subir, Connor, tan empático y atento como siempre, se gira hacia su madre y levanta el pulgar sonriente para tranquilizarla, gesto que ella agradece lanzándole un beso y diciéndole adiós con la mano.

 

 

Kai lleva un rato sentado en su pupitre, en la última fila del aula, charlando con algunos compañeros de clase, cuando su profesora entra por la puerta.

—¡Buenos días, chicos!

—¡Buenos días, señora Clarke! —contestan todos a la vez.

En cuanto levanta la vista, sonríe afable mirando alrededor, hasta que se fija en Kai, que está con la espalda recostada en la silla, mirando al techo mientras juega con un lápiz en la boca.

—Malakai O’Sullivan.

—¡Sí, señora! —contesta él poniéndose en pie, haciendo el saludo militar mientras el resto de la clase estalla en carcajadas.

—Buen intento, pero quiero tenerte cerca. Cindy, haz el favor de cambiarle el sitio a Kai —le pide a la chica que está sentada en la primera fila.

—Está claro que sigue sin ser inmune a mis encantos —comenta mientras se levanta, arrastrando por el suelo su mochila y dejándose caer en la silla que ha quedado libre.

—Mucho mejor —afirma la profesora, justo antes de fijar su vista en la chica sentada junto a Kai—. Parece ser que tenemos una nueva alumna. ¿Por qué no te levantas y te presentas?

La niña la obedece al instante y se coloca a su lado, encarando al resto de alumnos. Se muerde el labio inferior, agachando la vista y juntando las manos frente a ella, haciendo patente su timidez e incomodidad.

—Vamos, que no muerden. Empecemos por algo sencillo. ¿Cómo te llamas? —la ayuda la señora Clarke.

La niña se coloca el pelo detrás de las orejas y cuando levanta de nuevo la vista, decide tranquilizarse fijando la vista en un punto concreto, justo delante de ella, y el destino quiere que sea en Kai. Él abre los ojos de par en par y enseguida se le dibuja una enorme sonrisa en los labios.

—Me llamo Judith McBride.

—¿Chicos…?

—¡Hola, Judith! —corean todos los alumnos al unísono.

—Hola, Jud —susurra Kai.

No le hace falta decirlo en voz alta porque ella le sigue mirando fijamente. Frunce el ceño, algo molesta, pero la profesora la distrae de nuevo.

—¿Y dónde estudiabas antes? ¿Vienes de otro colegio de la ciudad?

—No. Antes vivía en Minnesota, pero a mi padre le han trasladado a Nueva York y…

Mientras habla, Kai se echa hacia delante y apoya la barbilla en las manos, escuchándola detenidamente. Al rato, cuando ella acaba de hablar y vuelve a sentarse, la profesora les pide que saquen sus libros. Judith lo hace, pero Kai es incapaz de quitarle los ojos de encima.

—¿Qué miras? —le pregunta ella, de repente.

—Pues a ti —contesta él sin cortarse un pelo.

Ella resopla y gira la cabeza en dirección a la profesora para seguir atenta a sus explicaciones, aunque Kai puede comprobar que se ha sonrojado un poco.

—Si quieres, a la hora del recreo, te puedo hacer de guía turístico. Ya sabes… enseñarte un poco todo esto.

—Kai, por favor… —le llama la atención la señora Clarke—. Vamos a empezar bien el curso. Dime que el verano te ha servido para darte cuenta de que quieres hacer algo de provecho con tu vida.

—Puede apostar por ello, señora C.

—Vale, pues demuéstramelo.

Kai asiente con la cabeza mientras la profesora sigue con la explicación. Pocos segundos después, se inclina hacia su derecha y, sin dejar de mirar al frente, insiste en voz baja:

—¿Qué me dices? ¿Tenemos una cita?

—No.

—¿Por qué no?

—Calla y déjame escuchar —susurra Judith.

—Conocer las capas de la Tierra no te servirá de mucha ayuda en el futuro, créeme. En cambio, conocerte este colegio como la palma de tu mano, es de vital importancia para ti.

—¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?

—La cafetería, por ejemplo. ¿No quieres saber el camino más corto para llegar desde aquí? Te advierto que los primeros se llevan lo mejor. Y si toca verdura, las coles de Bruselas no tienen mucha aceptación y se quedan siempre al final de las bandejas.

Ella le mira de reojo, arrugando la boca aunque sin dar su brazo a torcer, aún atenta a las explicaciones de la profesora, que sigue paseando de un lado a otro de la clase.

—Los baños —insiste él—. ¿Acaso no te interesa saber qué baños están más limpios? Porque para tu información, sí, hay algunos más limpios que otros o…

—Kai, segundo aviso —La señora Clarke vuelve a parar la clase para llamarle la atención—. Al tercero, te mando al despacho del director, que ya te debe de echar de menos.

—Solo estoy siendo amable con la chica nueva —se excusa él—. Ya sabe, para que no se sienta sola y sin amigos.

—Muy amable por tu parte, pero espera al recreo para estrechar lazos.

—¡Eso mismo le estaba diciendo yo! Que saliera conmigo a la hora del recreo. ¿Lo ves, Jud? Si no quieres hacerme caso a mí, haz caso de la voz de la experiencia.

La profesora resopla con fuerza, dejándole por imposible, mientras intenta acallar las risas de los demás alumnos. Kai tiene el poder de alborotar una clase con un solo comentario, y, a veces, reconducirles es una ardua tarea para ella.

Por suerte para la profesora, el resto de la hora de clase acaba sin más incidentes y, en cuanto suena la alarma para salir al recreo, todos los alumnos salen despavoridos.

—¡Kai! ¡¿Vienes?! —le grita un compañero.

—¡Un momento! ¡Le prometí a mi madre que le echaría un ojo a Evan! —contesta él.

Corre hacia la zona del parvulario, donde están las clases de los niños más pequeños del centro, y busca la clase de Evan. A través del cristal de la puertas, le ve sentado alrededor de una pequeña mesa, con un lápiz en la mano y sacando la lengua mientras se esfuerza en escribir algo en una hoja. Es el único que está sentado, ya que el resto de sus compañeros están repartidos por toda la clase, la mayoría jugando. Kai, resignado, apoya las dos manos en la puerta y le observa mientras niega con la cabeza. Entonces, la profesora le ve en la puerta y se acerca hasta Evan para avisarle. En cuanto levanta la vista, sonríe de oreja a oreja y levanta la hoja para enseñársela. Kai levanta los pulgares para compartir su entusiasmo. La profesora parece darle permiso y entonces Evan se levanta y se acerca hasta la puerta.

—Hola, Kai —le saluda.

—¡Eh! ¡Hola! —responde, agachándose a su altura—. ¿Cómo te va? ¿Te gusta?

Evan se muerde el labio inferior y agacha la cabeza, mirando la hoja que lleva entre las manos. Mueve los ojos de un lado a otro, indeciso, hasta que Kai le insiste:

—¿Evan…? ¿Estás bien?

—Es que no quiero que te enfades…

Kai chasquea la lengua y le revuelve el pelo con cariño.

—No me enfado. Te lo prometo —le dice mientras Evan levanta la vista y le mira muy ilusionado.

—Pues entonces, me encanta, Kai. ¡Mira lo que estoy haciendo!

—¡Vaya! ¿Lo has hecho tú solo? —le pregunta con orgullo, provocando que Evan asienta sonriendo—. ¡Pues está genial! Escribes muy, pero que muy bien.

—Me ha dicho la profesora que me lo puedo llevar a casa para enseñárselo a mamá y papá. ¿Vendrá Connor a verme? ¿Le dices que venga y así se lo enseño a él también? Pero no le digas lo que he hecho, que quiero que sea una sorpresa. La profesora ha dicho que hoy no saldremos al recreo, y por eso estamos jugando aquí en clase, así que no os veré allí. Para mí mejor, porque prefiero practicar las letras. ¿Y sabes qué más? Somos la clase de las estrellas y, ¿sabes a dónde nos van a llevar? ¡Al planetario! ¿Te lo puedes creer? ¡Y vamos a hacer más excursiones!

En ese momento, Kai, que había permanecido atento a todas sus explicaciones, intentando seguir y entender todo lo que su hermano le decía de forma atropellada, empieza a reír.

—¿Qué pasa? ¿De qué te ríes?

—De nada, colega —le contesta abrazándole y cogiéndole en brazos para llevarle de nuevo dentro de clase—. Solo estoy feliz de que te guste tanto venir al cole. Estoy seguro de que harás algo grande en la vida.

—Tú también —asegura Evan antes de apretar los labios contra la mejilla de su hermano para darle un largo beso.

—Nos vemos a la salida, ¿vale? Te vendremos a recoger para ir juntos en el autobús. Espéranos a Connor y a mí. No salgas sin nosotros.

—Prometido.

Camina hacia atrás, diciéndole adiós con la mano hasta que, al salir al pasillo y darse la vuelta, se topa con Judith.

—Hola —la saluda él, metiéndose las manos en los bolsillos del vaquero.

—Hola —responde ella, sonriendo mientras echa rápidos vistazos a la clase de Evan.

—Es mi hermano pequeño —le informa él, rascándose la nuca y señalando hacia atrás—. Es su primer día, y mi madre me hizo prometerle que viniera a verle y…

—Es genial —le corta ella, agachando la cabeza mientras se coloca unos mechones de pelo detrás de las orejas.

—¿Sí? —contesta Kai sorprendido, hasta que, al ver la oportunidad que se le acaba de presentar, decide aprovechar la ocasión—. Sí, sí. Genial. La verdad es que no me cuesta nada y así le veo y yo también me quedo más tranquilo.

—Qué tierno…

—Sí. Eso soy yo. Tierno. Supertierno. Mucho más que un bollo recién horneado.

—No te pases.

—Vale. Sí. Me he dado cuenta. Eso ha sido demasiado. ¿Y tú qué haces en el parvulario? ¿No te habrás perdido?

—Pues… —titubea durante unos segundos, hasta que al final se rinde y confiesa—: Me temo que sí.

—Eso te pasa por no aceptar mi invitación. ¿A dónde querías ir?

—Al despacho del director. Tengo que entregar unos papeles que les pidió a mis padres.

—Sígueme, conozco el camino bastante bien —dice empezando a caminar y mirándola de reojo.

—Eso me ha parecido antes…

—Bah, las malas lenguas. No creas todo lo que escuches por aquí. Hay mucha leyenda falsa.

Caminan uno al lado del otro, esquivando a varios alumnos que, a pesar de la prohibición expresa, corren por los pasillos. Muchos de ellos saludan a Kai porque, a pesar de ser de cuarto, le respetan como si fuera del último curso.

—Es aquí —dice entonces Kai, abriendo la puerta—. ¡Buenos días, Rose! ¿Cómo ha ido el verano?

—¡Malakai O’Sullivan! ¡¿No me digas que ya te han castigado?! ¡Batirías tu propio récord!

—¿Por quién me tomas, Rose? Solo venía a saludarte —contesta con su mejor sonrisa, haciendo las delicias de la secretaria del director—, y a acompañar a esta señorita. Rose, ella es Jud, es su primer día en el colegio y ha tenido la suerte de que me sentara a su lado en clase. Jud, ella es Rose. Es colega, y de fiar, cualquier cosa que necesites, puedes confiar en ella.

Las dos le miran divertidas, hasta que Rose, poniendo los ojos en blanco, mira a Judith con una sonrisa afable.

—Me llamo Judith, no Jud.

—Jud es más corto y mola más.

—Nadie me llama Jud.

—Y no dejes que nadie más lo haga, así, el honor será solo mío.

—Bienvenida —interviene entonces Rose—. ¿Qué necesitas?

—Venía a traerle estos papeles al director…

En ese momento, él mismo sale de su despacho.

—Rose, salgo unos minutos a…

En cuanto ve a Kai, se frena en seco, mira el reloj y, con la boca abierta, le pregunta:

—¿Ya? ¿Solo has tardado dos horas?

—Que no estoy castigado… —contesta Kai, chasqueando la lengua—. Qué fama, por favor… Solo he venido a acompañarla. Es nueva, y no sabía dónde estaba su despacho.

—Totalmente inmerecida, ¿verdad? —le pregunta el señor Zachary, dándole unas palmadas en la espalda—. ¿Cómo ha ido el verano? ¿Tus hermanos están bien? ¿Y tus padres?

—Todos bien, señor. De hecho, Evan ha empezado este año.

—Otro O’Sullivan… ¿Me tengo que poner a temblar?

—No, para nada. Evan es muy inteligente. El mejor de los tres. Mis padres han ido perfeccionando la especie conforme tenían hijos. Yo soy la prueba piloto y lo han ido mejorando hasta llegar a Evan.

—No te infravalores, Kai. Si te esforzaras tanto para estudiar como para hacer el mal, sacarías unas notas de escándalo.

—Me va más el lado oscuro…

—Ya… —resopla y, dirigiéndose a Judith, añade—: ¿Qué tienes para mí? Ah, sí. ¿Estos son los papeles que les pedí a tus padres?

—Sí, señor —contesta ella de forma muy educada.

—Perfecto entonces. Gracias. Espero no volver a verte por aquí en todo el curso y a ti —dice mirando a Kai—, al menos esta semana.

—Cinco días seguidos… Lo intentaré.

En cuanto salen de nuevo al pasillo, Kai la mira e, intentando disimular su nerviosismo, evita su mirada.

—¿Quieres que te lleve a algún sitio más? ¿Sabes llegar a tu taquilla desde aquí? Yo voy para la mía a coger el bocadillo…

—No hace falta. Creo que me puedo orientar y sé llegar desde aquí.

—Vale. Pues nos vemos luego.

—Hasta luego.

La observa mientras se aleja y sabe que, aunque intente disimularlo, va muy perdida. Camina por el pasillo en línea recta y, si continúa por ese camino, acabará llegando a la puerta principal. Así pues, chasqueando la lengua, corre hasta ponerse a su altura.

—¿Te han adjudicado una taquilla fuera del colegio?

—¿Cómo dices? —pregunta ella, con la cara roja como un tomate.

—¿Qué taquilla tienes?

—La 274 —confiesa a regañadientes, mordiéndose la mejilla por dentro de la boca.

—Ven. —La agarra del brazo, tomando el primer pasillo a la izquierda, caminando pocos metros hasta que, apoyándose en una de las taquillas, dice—: Esta es.

Judith se acerca a la que le indica y le mira con suspicacia antes de intentar abrirla. Luego comprueba la combinación del candado que tiene apuntada en un papel.

—No te preocupes. Abrir taquillas no es uno de los motivos por los que piso tanto el despacho del director.

—No sé si eres de fiar. La fama que te precede habla por sí sola —asegura, haciendo girar la rueda para poner la combinación numérica.

—Como quieras. La mía está allí —señala mientras camina hacia allí.

Mientras él coge su bocadillo, no puede evitar sonreír. Judith no solo es increíblemente guapa, si no que además parece una chica lista, no una boba que solo se preocupa por su pelo o por si lleva bien pintadas las uñas. Y lo mejor de todo es que no se corta nada frente a él.

—¿Vas hacia el patio?

Kai se asusta al escuchar su voz tan cerca y no puede evitar dar un pequeño salto.

—¿Te he asustado? —dice Judith, sin poder contener la risa—. Pensaba que eras un tipo duro.

—No. No me he asustado. Es solo que… Bueno, no…. Es igual. Que sí, que voy hacia el patio.

—¿Estás nervioso por algo? —insiste ella, mirándole de reojo.

Kai la mira y, al verla sonreír de forma burlona, entorna los ojos y ríe, negando con la cabeza.

—¿Nervioso yo? ¿Por una chica? —pregunta con soberbia mientras salen al exterior—. Nunca me verás nervioso por culpa de una chica.

—¿Nunca? ¡Ya, claro! —le reta, acercándose a él con las manos en la cintura.

Se quedan un rato mirándose de frente, a escasos centímetros el uno del otro. Ella no retrocede ni un centímetro, aguantándole la mirada, mermando poco a poco la resistencia de Kai, que traga saliva cuando empieza a notar que su respiración se hace cada vez más pesada.

—¡Kai! ¡¿Echas unas canastas con nosotros?!

Le llaman a lo lejos, pero ellos dos no se inmutan. Se siguen mirando, aunque Kai empieza a claudicar y a echar rápidos vistazos alrededor.

—¿Qué es esto? ¿Una especie de pelea para ver quién aguanta más? —se excusa, pensando que usar una estrategia diferente pueda decantar la balanza en su favor—. Porque te advierto que me encantan las peleas… Y yo nunca pierdo…

—¡Kai! ¡¿Vienes o qué?! —vuelven a llamarle.

—Te esperan tus amigos —dice Judith.

—Que les jodan.

—¡Anda, tira para la pista! —le pide ella, dándole un pequeño empujón.

—¿Y dejarte aquí sola y desamparada?

—Créeme, sé cuidarme sola. Además, si me siento en peligro, gritaré para que vengas a salvarme —asegura, sacando la lengua.

—O si te entran unas ganas locas de ir a mear y no recuerdas el camino —añade él, señalándola mientras camina de espaldas hacia la pista.

En cuanto llega, le indican con quién forma equipo y enseguida le llega el balón. Después de driblar a un par de chicos y de hacer una pared con Tony, ya cerca de la canasta, se eleva y lanza el balón, que entra de forma limpia a través del aro. En cuanto lo hace, mira en dirección a Judith para comprobar que le haya visto encestar. Comprueba que se ha sentado en un banco y que, desde allí, sigue atenta los lances del partido. Ella le sonríe, hecho que envalentona a Kai, que enseguida vuelve a pedir el esférico e intenta acercarse a la canasta.

—¡Pásala, tío! —le recrimina un chico, pero él quiere lucirse frente a ella, quiere que le vea encestar una canasta tras otra.

—Deja de pavonearte y pásala, colega —le reprocha Tony, dándole un puñetazo en el hombro.

Pero Kai no les escucha. Su única obsesión ahora mismo es encestar cuantas más canastas mejor. Y cada vez que lo hace, ella sonríe, incluso aplaude, y Kai ve cada vez más cerca el momento en que le pueda dar un beso y pedirle que sean novios. Al fin y al cabo, eso es lo que hace la gente cuando se gustan, ¿no? Ser novios…

—¡Que la pases! —le dice entonces Troy, un chico de un curso por encima del suyo, dándole un fuerte empujón que le hace caer al suelo de culo.

Muchos de los chicos empiezan a reír, incluso algunos que ni siquiera estaban jugando, así que lo primero que hace Kai es mirar hacia Judith, y cuando la descubre riendo también, se enfurece y, enrabietado, se pone en pie en busca del chico que le empujó.

—¡Ha caído de culo, el muy tonto! —Ríe este, ajeno a las intenciones de Kai, hasta que se abalanza sobre él y le da un par de puñetazos.

El chico se zafa y, aún en el suelo, empieza a retroceder mientras otros gritan para llamar la atención de los profesores encargados de vigilar la hora del recreo.

—¿Qué pasa aquí? —pregunta uno de ellos en cuanto se acerca, agarrando a Kai por la espalda.

—¡Se abalanzó sobre mí! ¡Sin motivos! —se queja el chico, limpiándose la sangre que le mana del labio, mientras una profesora se interesa por sus heridas.

—¡Y una mierda! —grita Kai—. ¡Me empujaste y te reíste de mí! ¡Gilipollas! ¡Que eres un gilipollas!

—¡Eh, eh, eh! ¡Basta, Kai! ¡Y vigila ese lenguaje! —le advierte el profesor que le agarra.

—Pero es que… Es que… ¡Ese capullo empezó!

—¡Kai! —vuelve a reprenderle el profesor.

—¡Tú me pegaste!

—¡Vete a la mierda, Troy! —grita, intentando zafarse.

—Ya está bien, Kai. Acompáñame al despacho del director.

Al verse impotente, Kai se deja llevar, pasando entre una multitud de chicos que le observan, unos riendo aún por la caída, otros le miran con cara de miedo y algunos le aplauden y le vitorean. Él está avergonzado aún, porque piensa que ha hecho un ridículo enorme, y no puede quitarse de la cabeza la imagen de Judith riéndose de él. Camina con la cabeza agachada, hasta que entran en el despacho del director.

—No puede ser… —resopla Rose.

—Siéntate ahí —le pide el profesor que le ha acompañado, señalando las sillas situadas a mano izquierda, mientras le explica a Rose el motivo de su presencia allí.

Pasan casi quince minutos cuando el director entra por la puerta. Se le queda mirando y luego, extrañado, mira a Rose y a su reloj.

—Esto ya lo he vivido. Es un dejà vu. Cuando he salido antes, tú te habías ido, ¿no? —pregunta, dirigiéndose a Kai.

Al no contestarle, el director mira a Rose, que asiente con la cabeza, resignada.

—Se ha peleado con Troy Adams, de quinto curso. Le ha pegado algunos puñetazos, y ha dicho algunas palabras… malsonantes. Troy sigue en la enfermería.

El director le mira fijamente durante unos segundos mientras él, apoyando la cabeza en la pared, mira el techo y golpea las patas de la silla con los pies.

—¿Ya estás contento? Primer día de clase, primera llamada a tus padres.

Kai se encoge de hombros, haciendo ver que le trae sin cuidado que le castiguen y que llamen a sus padres. Y es así porque, en realidad, lo único que le preocupa ahora mismo es que Judith le haya visto hacer el ridículo.

Media hora después, su madre entra en el despacho del director y, tras sentarse en una silla al lado de su hijo, le mira con gesto severo.

—¿Ni un día, Kai? ¿Qué intentabas? ¿Batir un récord?

El director sonríe sin despegar los labios, dándose cuenta de que todos piensan lo mismo, aunque enseguida se pone más serio y le explica a Beth lo sucedido, incluyendo el estado físico de Troy, que ha salido de la enfermería con una ceja rota y un hematoma en el pómulo.

—¿En qué estabas pensando, Kai? —le pregunta su madre—. En nada bueno, como siempre. Kai, por favor… Inténtalo al menos…

Después de soportar las charlas de su madre y del director, Kai vuelve a clase con la amenaza de una expulsión si el incidente se repite. La señorita Hubert está en mitad de la explicación de la fotosíntesis cuando él entra. Se deja caer en su pupitre, apoyando los brazos y la frente sobre la mesa.

—Bienvenido, Kai —le saluda, mirándole por encima de sus gafas—. ¿Y tu libro?

—En la taquilla —contesta él con desgana, sin siquiera mirarla.

—¿Y no crees que el sitio en el que debería estar es encima de tu mesa?

—Seguramente.

Se lo queda mirando durante largo rato, hasta que se da cuenta de que no tiene ninguna intención de ir a por el libro, y ella tampoco se puede permitir perder más rato de clase.

—Este va a ser un curso muuuuuy largo… —resopla ella, quitándose las gafas y agarrándose el puente de la nariz con dos dedos—. Judith, ¿puedes acercar tu pupitre al de Kai y compartir tu libro con él?

Ella obedece al instante, sin rechistar, mientras Kai, incómodo, evita mirarla. Aún no está listo para mirarla a la cara, para enfrentarse a su mirada burlona por el ridículo de antes.

Lleva un rato escuchando a la señora Hubert cuando siente unos suaves golpes en el brazo. Gira la cabeza lentamente hacia Judith, pero ella está con la vista fija en la profesora. Se da cuenta entonces del papel que reposa encima del libro situado entre los dos.

Juegas muy bien al baloncesto, aunque creo que te va más el boxeo.

Kai sonríe agachando la cabeza, totalmente extasiado de felicidad y sobre todo aliviado al comprobar que ella parece no haberle dado mucha importancia a su caída. Entonces, ella vuelve a acercarse el papel y, con la misma letra pulcra de antes, vuelve a escribir.

Más que como guía, te contrataría como guardaespaldas. Podrías ganarte bien la vida. ¿Lo has pensado?

Después de leerlo, Kai gira la cabeza y entonces sus miradas se encuentran. Él entorna los ojos, sopesando su respuesta, la cual tiene muy clara, aunque no sabe si atreverse a confesarla. Se muerde el labio inferior y, finalmente, cuando ve que ella le tiende el lápiz, se decide a escribir.

¿Tú estarías interesada en contratarme? En ese caso, me podrías pagar con un simple beso.

En cuanto gira el papel para que ella lo lea, traga saliva y la mira, expectante para ver su reacción. Judith levanta una ceja y luego, sin mirarle, dobla el papel y lo guarda al final del libro. Kai, resignado, apoya la barbilla en una mano y simplemente evade su mente, dejando que los minutos pasen, sin más. Así, en cuanto suena el timbre para ir a comer, sale de clase arrastrando los pies. En cuanto entra, antes de recoger su bandeja, se acerca a la mesa de los más pequeños y saluda cariñosamente a Evan. Charla con él y con alguno de sus compañeros un rato, y luego se acerca hasta Connor, que está en la fila para recoger la comida.

—Me han dicho que has batido tu propio récord…

—Este colegio está lleno de chivatos y chismosos. ¿Me cuelas? —le pregunta, cogiendo su bandeja mientras Connor le deja ponerse delante de él.

—¿Estás bien?

—Por supuesto.

—¿Qué ha pasado?

—Que el gilipollas de Troy me empujó y se rio de mí.

—¿Y ya está?

—¿Te parece poco?

—Kai, dicen que le has partido la ceja. Mamá se tiene que haber puesto hecha una furia…

—Es igual… —Kai se encoge de hombros—. ¿Has hablado con el enano? Se lo está pasando en grande…

—Lo sé. Le fui a ver antes y estaba contentísimo porque le van a llevar al planetario.

—Lo sé. Qué raro es.

—Es adoptado —bromea Connor, mientras los dos ríen—. Bueno, tío. Nos vemos en el pasillo para coger el autobús, ¿no?

—Vale. Hasta luego, Con.

Cuando se separan y Kai levanta la vista para buscar un sitio donde sentarse, ve a Tony haciéndole señas a los lejos, pero entonces ella se pone a su lado.

—Hola —le saluda resuelta.

—Eh… Hola… —contesta él, algo sorprendido—. ¿Qué quieres?

—¿Comemos juntos? —le pregunta.

—¿Necesitas protección?

—Necesito un amigo.

—Oh, vaya. Yo que me había hecho ilusiones…

Entonces, Judith le da un beso rápido en la mejilla que le deja perplejo. Se miran durante unos segundos, sonriendo, hasta que él vuelve a hablar.

—Pensaba que no necesitabas protección…

—Y no la necesito.

—Ah, vale. Entonces… Guay…

—¿Me presentas a tus amigos?

 

 

Desde ese día fuimos inseparables. Incluso logró que, durante el tiempo que estuvo a mi lado, pisara mucho menos el despacho del director. Creo que el señor Zachary llegó a echarme mucho de menos, y Rose también, pero yo era sorprendentemente feliz portándome bien. Mis padres también estaban maravillados, tanto por mi comportamiento como por mis notas, que mejoraron mucho.

Echando la vista atrás, solo teníamos nueve años, así que nunca pasamos de ese beso casto en la mejilla, pero nunca necesité nada más.

Jud fue especial.

Ella era mi chica.

Fue, mi primer amor de verdad.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ANNIE

 

Fuera está lloviendo a cántaros. Antes de salir por la puerta del colegio, Connor se planta frente a su hermano pequeño y le pone la capucha del chubasquero. Al agacharse y ponerse a su altura, se da cuenta de que su hermano pequeño vuelve a tener rotas las gafas.

—Evan, ¿te has vuelto a cargar el cristal de las gafas? —le pregunta quitándoselas y mirándolas a contraluz, valorando el estropicio.

—Me empujaron en los vestuarios.

—¡Joder, macho! ¡Pero defiéndete un poco! ¡Que Kai y yo no podemos estar siempre pegados a tu culo! Verás papá cuando sepa que tiene que comprarte otras…

—No tengo intención de decírselo, así que tampoco se dará cuenta. Últimamente, no es que nos preste demasiada atención que digamos…

—Y sabes cuál es el motivo, pero pronto todo irá a mejor —asegura Connor, intentando sonar lo más convincente posible para protegerle de la cruda realidad—. Ahora vamos a buscar a Kai.

—¿Dónde está, por cierto? —pregunta Evan mientras su hermano le pone de nuevo las gafas sobre el puente de la nariz—. ¿No tendría que recogernos él a nosotros al salir del instituto?

—Está en el almacén abandonado de aquí atrás —responde Connor, agarrando a su hermano del impermeable y tirando de él mientras salen a la calle.

En cuanto bajan las escaleras, en lugar de emprender el camino a casa, caminan en sentido contrario, bordeando el colegio de secundaria donde estudian los dos, dirigiéndose hacia el almacén.

—¡¿Pero a dónde vamos?! —grita Evan para hacerse escuchar por encima del ruido de la lluvia, dejándose arrastrar por Connor.

—¡Ya te lo he dicho antes! ¡A buscar al capullo de tu hermano!

—¡Pero tenemos que volver corriendo a casa! ¡Papá se va a enfadar si no estamos allí para cuidar de mamá! ¡Tengo que hacer deberes y no puedo permitirme estar castigado durante mucho rato!

De repente, Connor gira la cabeza y le mira entornando los ojos de forma amenazadora. En cuanto le ve, Evan sabe que es mejor que cierre la boca.

—¡Al final te zumbo yo, te lo juro! ¡¿Puedes dejar de ser pedante durante al menos dos minutos?! ¡Ya sé que tenemos que volver rápidamente a casa, pero parece ser que Kai lo ha olvidado!

—¡Pero yo no quiero ir a ese almacén…! ¡Es… peligroso! —vuelve a insistir Evan, pero Connor no le hace caso—. ¡Connor, por favor…!

—No te pasará nada, ¿vale? —le asegura agachándose de nuevo frente a él—. No lo permitiré, ¿de acuerdo? ¿Confías en mí?

Connor espera a que Evan asienta con la cabeza y entonces le revuelve el pelo de forma cariñosa. Le coge fuerte de la mano y se cuelan por la verja oxidada que intenta impedir, sin ningún éxito, la entrada al almacén abandonado. Nada más hacerlo, empiezan a escuchar gritos y mucho barullo. Son signos inequívocos de que se ha organizado una nueva pelea, y donde hay una, Kai no puede andar muy lejos. Al entrar dentro del edificio destartalado, ven a un grupo de chicos y chicas formando un círculo, animando y vitoreando a los dos contendientes, que deben de estar en medio de todos ellos. Connor y Evan se hacen paso hasta que se ponen delante y ven a Kai pegándose con un chico del último curso de su instituto que debe de tener un par de años más que él. La edad del rival no parece importarle nunca a su hermano, ya que su altura y corpulencia le hace pasar por un chico mayor de lo que realmente es. Ambos van sin camiseta y, aunque el otro tipo tiene la cara muy ensangrentada, Kai parece bastante ileso a simple vista.

—¡Kai! ¡Eh, Kai! —grita Evan para intentar llamar la atención de su hermano, mientras se agarra con fuerza de la manga de la sudadera de Connor—. Vámonos, Connor. Ya vendrá luego.

—¡Ni hablar! Evan, tranquilo. Sin Kai no nos vamos —le contesta.

Cuando Connor vuelve a mirar hacia delante, ve como el otro tipo ha recogido una barra de metal del suelo y la balancea por delante de Kai, el cual, de momento, la esquiva con relativa facilidad.

—¡Kai! ¡Tenemos que irnos a casa! —grita de nuevo Evan.

Connor le da un golpe con el puño cerrado, sin medir la fuerza, y Evan se lleva la mano el hombro, doliéndose del golpe.

—¡Ah! Me has hecho daño… —se queja, compungido y con lágrimas en los ojos.

—¡Calla! No le desconcentres. ¿No ves que el otro lleva una barra?

Por suerte, Kai está lo suficientemente concentrado en la pelea como para no percatarse de sus gritos. Su madre suele decirle que si pusiera el mismo empeño en los estudios que en pelear, Kai sería un alumno de matrículas.

El tipo mueve la barra con rapidez y consigue asestarle un duro golpe a Kai en la cabeza, haciéndole caer al suelo. Evan aprieta su agarre con más fuerza alrededor del brazo de Connor, mientras este aprieta los puños, como si estuviera dispuesto a meterse en la pelea en cualquier momento para defender a su hermano. No lo hace porque Kai no se lo perdonaría en la vida. Gane o reciba una brutal paliza, quiere hacerlo solo y sin ayuda de ningún tipo.

—Vamos… Vamos, Kai… Tú puedes… —susurra Connor entre dientes.

Kai tarda unos segundos en conseguir ponerse en pie. Se tambalea un poco hasta que, con su bravuconería característica, se limpia la sangre con el antebrazo y, con una sonrisa de medio lado, le hace una señal al otro tipo para que se acerque de nuevo.

El tipo parece haberse envalentonado pero, en cuanto arremete con fuerza con la barra, Kai le esquiva echándose a un lado, la agarra con fuerza y le propina un rodillazo en el estómago. Al instante, mucha de la gente congregada alrededor, vitorea a Kai, demostrando la popularidad que despierta entre los chicos y chicas del barrio. En cuanto su oponente cae de rodillas al suelo, suelta la barra para agarrarse el vientre con ambas manos. Kai aprovecha y la lanza lejos de ellos de un puntapié. Luego le agarra del pelo y, aprovechando que su rival aún no se ha recuperado del último golpe, le obliga a levantarse y le suelta un fuerte derechazo en el mentón.

Connor sonríe con orgullo mientras la gente grita y vitorea a Kai. Evan se agarra de la sudadera de su hermano y hunde la cara en ella. La lluvia de golpes prosigue sin descanso, hasta que, a lo lejos, se escuchan la sirena de un coche de la policía. El lugar se sume entonces en el caos. Todos corren despavoridos en multitud de direcciones para que la policía no les pille allí dentro.

—Vámonos, Connor. Papá nos va a matar… Dios mío… Y vamos a hacer sufrir a mamá, y no le conviene… —balbucea Evan, totalmente aterrado—. ¡Kai, por favor!

Pero Kai no le hace caso, si no que, aun sonriendo, vuelve a levantar a su contrincante, dispuesto a seguir con la pelea, demostrando no tener ningún tipo de temor a lo que la policía pueda hacerle. Pero su rival no parece pensar lo mismo, y está más preocupado en zafarse del agarre y salir corriendo que en seguir pegándose.

—¿A dónde te piensas que vas? —le pregunta Kai.

—Vamos, tío. La poli nos llevará detenidos y mis padres me van a matar…

—O sea, que te rajas.

—Estás pirado. ¿Quieres que te encierren? Perfecto entonces, pero no me arrastres contigo. —El tipo intenta soltarse del agarre de Kai, pero este sigue reteniéndole con fuerza—. ¡Joder! ¡¿Qué es lo que quieres?! ¡Está bien! ¡Tú ganas! ¡¿Contento?! ¡Tú ganas!

Solo entonces, Kai abre la mano y le deja ir, mirando alrededor. Entonces se da cuenta de que queda poca gente en el almacén: Connor y Evan, unos pocos colegas, y Annie. Cuando sus ojos se encuentran, él le sonríe encogiéndose de hombros y acercándose a ella con paso lento.

—Tiene razón, estás pirado… —le dice ella, acariciándole la frente y las mejillas.

—Eso dicen las malas lenguas —contesta Kai rodeando la cintura de su chica.

—¿Y todo esto porque se le ocurrió meterse en el vestuario de las chicas y montar algo de follón?

—Y por verte en ropa interior. Eso solo puedo hacerlo yo.

Justo después de decir eso, Kai acerca su boca a la de Annie y la besa con firmeza, demostrando que, a pesar de tener dieciséis años, tiene sobrada experiencia en el tema. Connor los mira sonriendo como un bobo, mientras que Evan niega con la cabeza, agachando la vista, avergonzado.

—Debemos irnos —dice Annie al escuchar la sirena de la policía ya muy cerca—. ¿Nos vemos mañana?

—Esta noche —contesta él, besándola de nuevo.

—No puedo. Mis padres no me dejarán salir.

—Tus padres no tienen por qué enterarse. Deja la ventana de tu habitación abierta y yo me las apaño…

—Eres un pandillero de manual.

—¿Y eso es bueno o…?

—Eso es lo que me gusta de ti —asegura ella mientras empieza a distanciarse, caminando de espaldas, y guiñándole un ojo.

—Siento interrumpir este precioso momento —se mofa Connor—, pero la poli está aquí y tenemos que volver a casa. Ya.

—La tengo en el bote —dice Kai dándole un manotazo a Connor en el hombro—. Esta noche me la tiro.

—Esa chica es demasiado para ti. Es una de las pijas del barrio… No te pega nada.

Kai mira a Connor con una sonrisa de suficiencia en la cara, consciente de que no le falta razón. Annie no es, para nada, de su mismo nivel social. Vive en la parte rica del barrio, donde están las casas más nuevas, con los jardines bien cuidados y patrullas de vigilancia nocturnas. Sus amistades son muy distintas y sus aficiones también. Pertenecen a dos mundos totalmente distintos, pero eso es precisamente lo que le atrae a ella de él: salir con el chico malo del instituto. Por su parte, Kai no ve más allá de su melena rubia y lisa, esos labios carnosos, y sus enormes pechos.

—Cuando sus padres te vean merodeando a su alrededor, te impondrán una orden de alejamiento —dice entonces Evan, llamando la atención de sus dos hermanos, que le miran entornando los ojos, aún sorprendidos por su extenso vocabulario a pesar de su corta edad.

—¿Otra vez las gafas? —le pregunta Kai mientras se pone la camiseta.

—Le han vuelto a arrear —le informa Connor.

—¿Y te extraña? ¿Merodeando? ¿Orden de alejamiento? ¿Qué niño de doce años habla así? —le contesta Kai, justo antes de centrarse en Evan—. Dime que al menos intentaste protegerte poniendo los brazos tal y como te enseñé.

—No me dio tiempo… —contesta con la cabeza agachada—. Estaba leyendo y…

—¡¿Pero no me dijiste que estabas en el vestuario?! —le pregunta Connor mientras Evan asiente con la cabeza.

—¡¿Y se puede saber qué cojones hacías leyendo en el vestuario?! —le grita Kai—. ¡Es que te lo buscas tú solo! ¡Eres un puto imán para los golpes, tío!

—Pero ya me había cambiado y tenía un rato libre y… —se excusa Evan.

—Pues haces como el resto de chicos, el idiota. Esfuérzate por ser normal y no recibirás tantas hostias.

En cuanto salen, esquivando por los pelos a la policía, empiezan a correr hacia su casa. Van tan rápido que se les caen las capuchas y se empapan el pelo, aunque eso les importa bien poco.

—¡Vamos, Evan! ¡Que te quedas atrás! —le grita Kai.

—Es que vais muy rápido —contesta este, haciendo un esfuerzo por seguirles el ritmo sin que se le caiga la carpeta con los deberes que lleva bajo el brazo.

—¡Y tú eres muy lento!

—¡¿Ahora os asaltan las prisas?! ¡Llevo advirtiéndoos de esto desde hace un buen rato, pero como siempre, pasáis de mí! ¡Papá dejó bien claro que quiere que volvamos a toda prisa en cuanto salgamos de clase y…!

—¡Cállate, Evan! —gritan Connor y Kai a coro.

—Un día le arreo yo, al Pepito Grillo este… —le dice Kai a Connor—. ¿Estás seguro de que no es adoptado?

—Se parece bastante a mamá…

—¿Qué insinúas? ¿Que mamá le puso los cuernos a papá?

—Yo no insinúo nada, gilipollas —contesta Connor mientras los dos ríen.

—Pues este te digo yo que no es un O’Sullivan.

Suben los escalones del porche y entran en su casa como una exhalación, mirando alrededor en busca de su padre, preparados para su mirada de reproche y la reprimenda. Se dirigen a la cocina, y al no verle tampoco allí, dejan las mochilas en el suelo, se quitan las sudaderas empapadas, y empiezan a subir las escaleras hacia el piso de arriba.

—¿Papá? —le llama Kai, ya en el pasillo del piso superior.

—Sentimos llegar tarde —prosigue Connor, abriendo la puerta del dormitorio de sus padres, decidiendo mentir para librarse de la bronca—, pero tuvimos que acompañar a Evan a la biblioteca y…

Se queda mudo al ver a su padre arrodillado al lado de la cama donde yace estirada su madre, con la cara enterrada en las mantas que la cubren.

—¿Mamá…? —la llama Evan.

Su madre se remueve en la cama, provocando que los tres suelten una larga bocanada de aire que ni ellos mismos eran conscientes de que retenían en los pulmones. En ese momento, parece como si su padre se diera cuenta de su presencia por primera vez, como si no les hubiera escuchado hablar antes, y se levanta.

—Chicos, acercaos… —les pide con lágrimas en los ojos.

Los tres le hacen caso, descolocados, como si, a pesar de saber desde hace tiempo que su madre está muy enferma y de que la enfermedad está ya muy avanzada, no se lo creyeran del todo y aún tuvieran esperanzas de que se recuperara.

—¿Papá…? ¿Es…? ¿Ya? —pregunta Connor.

—Cariño… —le pide su madre con la voz muy débil, alargando la mano para intentar agarrarle.

—Mamá… —susurra Connor, arrodillándose al lado de la cama, ocupando el sitio que ha dejado su padre libre.

—Mi vida… —dice ella, acariciándole la mejilla—. Confío en ti, ¿vale? Cuida de ellos, ¿vale? Sé que eres capaz de hacerlo. Eres el más responsable de los tres.

—Pero estás tú… Si luchas, aún puedes quedarte con nosotros.

—Estoy muy cansada ya, cariño…

—Pero mamá… —solloza, con un gran nudo en la garganta.

—Prométeme que sonreirás y serás feliz.

—No. Sin ti, no.

—Prométemelo. Necesito que lo hagas. Necesito que seas feliz.

—Te lo prometo —contesta Connor al cabo de un rato, con la cara bañada en lágrimas.

—¿Sabes lo mucho que te quiero?

—Sí.

—No lo olvides nunca, ¿vale?

—Nunca.

Su madre cierra los ojos y traga saliva con dificultad. Cuando los vuelve a abrir, mira a Evan, que llora desconsoladamente, con la cara desencajada, abrazándose el cuerpo con ambos brazos.

—Mi bebé… Evan…

—¡Mamá, no! —grita él abalanzándose sobre ella, abrazándola con todas sus fuerzas.

—Escúchame, cielo —le pide, cogiendo su cara con las manos.

—¡No me dejes solo, mamá! ¡No te vayas! —grita Evan, desconsolado.

—¿Solo? Nunca vas a estar solo, mi vida. Mira a tu alrededor —le pide mientras su hijo le hace caso—. ¿Acaso te piensas que tu padre y tus hermanos te dejarán solo alguna vez? Siempre te protegerán, ¿vale?

Evan asiente, incapaz aún de mirar a su madre a la cara, mientras Connor le agarra con fuerza del brazo, empezando a demostrarle que las palabras de su madre son ciertas y que, a pesar de renegar de él constantemente, le defenderá toda la vida.

—Te quiero, pequeño. Y estoy muy, pero que muy orgullosa de ti —insiste su madre, poniéndole bien las gafas sobre el puente de la nariz—. No cambies nunca y no tengas miedo de mostrarte tal cual eres.

—Te quiero, mamá…

Sin dejar de abrazar a Evan, Beth mira entonces a su hijo mayor, que permanece impertérrito en el sitio, con los brazos inertes a cada lado del cuerpo, cerrando los puños con fuerza. Respira con fuerza por la nariz, con la boca cerrada, apretando los labios.

—Kai… Acércate, cariño…

Kai no se mueve y se limita a negar con la cabeza.

—Kai, haz lo que te pide tu madre —le reprocha Donovan mientras él sigue negándose, muy serio.

—¿Te has vuelto a pelear, cariño? —le pregunta su madre al ver el hilo de sangre cayendo desde la ceja de su hijo.

Todos miran a Kai, esperando a que conteste a su madre, o que no lo haga, pero que al menos le muestre algo de cariño. Lejos de hacer eso, Kai asevera el gesto mientras su pecho sube y baja con rapidez.

—Quiero que no dejes de hacerlo nunca —dice entonces Beth, sorprendiendo a todos—. Quiero que sigas peleando para poder proteger a tus hermanos siempre que lo necesiten. Solo te pido que me prometas que tendrás cuidado. Te quiero mucho, Kai.

Kai esperaba que su madre le sermoneara, no que le alentara a seguir peleando, y arruga la frente, confundido. Mira al suelo y mueve la cabeza de un lado a otro, hasta que sus puños se empiezan a relajar.

—Donovan… —habla de nuevo Beth, dirigiéndose esta vez a su marido, ya con solo un hilo de voz, mientras él se acerca hasta que su cara queda a escasos centímetros de la de ella—. Recuerda tu promesa… Te lo pido por favor…

—Te lo prometo. Te amo… —asegura, incapaz de disimular las lágrimas.

—He sido muy feliz…

En ese momento, los ojos de Beth se cierran y su padre se derrumba. Sus hermanos, muy asustados, no se separan de la cama, mientras que Kai se mantiene en un segundo plano. Le cuesta respirar y siente una presión en el pecho que le es imposible de describir. Mira a su madre a la cara, esperando verla reaccionar, que abra los ojos y le vuelva a sonreír para entonces poder decirle que él también le quiere. Pero después de varios minutos, en los que ni su padre ni sus hermanos dejan de llorar, sin saber bien el motivo, sale de la habitación, baja las escaleras, sale de casa y empieza a correr. La lluvia no ha cesado y él ha salido con lo puesto, sin chubasquero, así que pronto empieza a sentir la camiseta pegada al cuerpo, cada vez más pesada. Cuando los pulmones le arden, se detiene y da vueltas sobre sí mismo, llevándose las manos a la cabeza, e intentando recuperar el aliento y comprobar si la presión del pecho ha desaparecido. Se descubre rodeado de árboles, en mitad de un parque que le es vagamente familiar porque su madre solía llevarles cuando eran más pequeños, a pasear, jugar en el parque infantil e incluso a bañarse en la piscina cercana. El simple hecho de acordarse de nuevo de ella, provoca que su respiración vuelva a cortarse y se le escapen varios jadeos. Preso de la impotencia, golpea el tronco de un árbol con ambos puños, hasta que sus nudillos empiezan a sangrar y a dolerle horrores. Sin dejar de apretarlos, se obliga a alejarse y camina hacia la pasarela de madera. Una vez allí, se deja caer al suelo con pesadez y esconde la cara entre las piernas.

—Lo siento… Lo siento…

 

 

Varias horas después, cuando ya ha empezado a anochecer, se pone en pie, dispuesto a irse, aunque aún no tiene claro a dónde. Sabe que debería estar en casa, junto a su padre y sus hermanos, pero se cree incapaz de hacerlo. Se mira las manos, que le tiemblan sin parar, y se obliga a cerrarlas en un puño, a pesar del dolor que las heridas le provocan. Aprieta la mandíbula con fuerza, recordando las palabras de su madre, que se repiten una y otra vez en su cabeza desde que ella las pronunció.

«Quiero que sigas peleando…».

Y eso hará, piensa. Esa será su manera de demostrarle a su madre que la quiere. Peleando. Siempre. Para defender a sus hermanos. Para sobrevivir en la vida.

Camina hacia la salida del parque arrastrando los pies. La lluvia ha amainado, aunque corre una fría brisa que, sumado a que lleva la ropa empapada, le provoca algunos escalofríos. Se lleva las manos a los bolsillos del vaquero y entonces descubre que en uno de ellos aún lleva un cigarrillo de marihuana que le regaló un colega del último curso. Saca el mechero, lo enciende y le da una larga calada, soltando luego el humo lentamente, con los ojos cerrados. Cuando lo apaga pisándolo contra el suelo, una sonrisa renovadora se le ha instalado en la cara y consigue olvidarse de todo, al menos durante un rato.

A pesar de no haber cenado, no tiene hambre, así que en lugar de ir para casa, se dirige a la de Annie. En cuanto salta la verja de forja y llega al jardín trasero, busca una piedra pequeña y, con una precisión perfecta, la lanza, impactando en la ventana de su habitación. La luz se enciende al momento y ella aparece. Abre la ventana y le sonríe mordiéndose el labio inferior. Kai se encarama a la tubería atornillada en la fachada y empieza a escalar por ella hasta llegar al alféizar.

—Hola… —susurra ella en cuanto él entra en la habitación.

—Hola —contesta él en un tono de voz demasiado alto.

—Shhhh… Baja la voz —le pide ella—. Que mis padres están en el piso de abajo viendo la televisión, pero pueden subir en cualquier momento.

—Perdón. —Ríe Kai, algo colocado, acercándose a ella y pasando los brazos alrededor de su cintura.

—Estás empapado —dice Annie, apartándole con ambas manos—. Me vas a mojar el pijama.

Ni corto ni perezoso, Kai, mirándola desafiante, se quita la camiseta y la tira al suelo, quedándose desnudo de cintura para arriba. Luego se desabrocha el botón del vaquero y se deshace de él con algo de esfuerzo debido a lo mojado que está. Cuando se quita los calcetines y solo queda el bóxer, la mira sonriendo de medio lado, mientras se acerca de nuevo a ella mordiéndose el labio inferior.

—¿Mejor? —le pregunta justo antes de besarla.

Al rato, envalentonado, Kai empieza a caminar hacia la cama de Annie, arrastrándola a ella con él, sin despegar la boca de su piel.

—Kai, no… Mis padres están abajo…

—Pues sé silenciosa…

—Mi padre te mataría por el simple hecho de encontrarte aquí dentro. Imagínate si nos pilla en la cama y tú vas vestido solo con la ropa interior…

—Puedo quitármela también.

—No.

—Vamos… —insiste él, recostándola en la cama mientras le intenta inmovilizar los brazos sobre su cabeza, contra el colchón.

—Kai, no…

—Annie, va… No te hagas de rogar…

—No estoy preparada aún.

—¡¿No me jodas que eres virgen?! —pregunta Kai, sorprendido.

Annie siempre ha sido una chica muy popular en el instituto, y siempre se ha rodeado de multitud de chicos.

—Sí —contesta ella algo avergonzada, aunque con firmeza—. Simplemente, aún no ha aparecido la persona indicada. ¿Y tú…?

—¿Yo?

A Kai se le escapa la risa y echa la vista atrás, intentando recordar el número de chicas con las que se ha acostado.

—Pero no me importa. No pasa nada. Lo necesito… Te necesito.

—Pues te aguantas. Estaba planteándome dar el paso contigo, porque me parecías especial, pero ya veo que, simplemente, eres como los demás.

—¡Vamos! ¡No me vengas con esos rollos de la persona especial!

—¡Shhhh! Baja la voz.

—No me seas estrecha —insiste, bajando el tono y acercando la boca a su cuello.

—¡Kai, no! ¡Basta!

En cuanto se da cuenta de lo que ha gritado, se queda muy quieta, apartando a Kai empujándole por los hombros. Escucha expectante, hasta que, como se temía, escucha la voz de su padre y sus pasos al subir por la escalera.

—¡Mierda! Rápido, escóndete debajo de la cama.

Kai le hace caso de inmediato mientras Annie agarra el auricular del teléfono de su mesita de noche, rezando para que su madre no esté usándolo también, y se lo lleva a la oreja.

—Annie, cariño —dice su padre abriendo la puerta, mirando alrededor de la habitación sin demasiado disimulo.

—¿Con quién hablabas?

—Con Kai —contesta, enseñándole el auricular—. De hecho, aún estoy hablando con él. Le estoy echando un cable con los deberes de historia que nos han mandado hoy. Papá, ¿a que Nixon fue vicepresidente de Eisenhower y no de Kennedy? ¡Kai! ¡¿Cómo va a ser de Kennedy si era demócrata y Nixon republicano?!

Kai, debajo de la cama, quieto y casi sin respirar, alucina ante el poder de inventiva de Annie, que sigue haciendo que habla con él por teléfono, sin descanso y sin hacer caso a su padre, aún apoyado en el marco de la puerta.

—Vale, cariño… Os dejo que sigáis… estudiando —murmura su padre finalmente.

Aunque la puerta se ha cerrado ya, Kai no se atreve a salir de debajo de la cama hasta que Annie no asoma la cabeza.

—Puedes salir.

En cuanto él lo hace, Annie le tira la ropa mojada, en la que su padre por suerte no se fijó al entrar, y le mira de brazos cruzados.

—Vístete y vete —le pide con firmeza—. Mi padre ha estado a punto de pillarnos y, no sé tú, pero yo valoro mucho mi vida.

—Vamos, no te enfades. No me digas que este subidón de adrenalina no te ha puesto cachonda… —insiste él, intentando acercarse de nuevo.

Al ver que Annie parece no claudicar, chasquea la lengua y empieza a vestirse, intentando ponerse los vaqueros húmedos.

—¿Subidón? Si mi padre te llega a pillar aquí, te hubiera sacado de casa lanzándote por la ventana.

—Ya será menos…

—Es mi padre, y se preocupa por mí… Es lo normal… ¿Acaso tus padres no se preguntarán dónde estás ahora mismo? —le pregunta sin cambiar la postura autoritaria—. ¿Saben ellos que te cuelas en casas ajenas?

A Kai se le borra la sonrisa de la cara y se queda inmóvil, mirándola con la frente arrugada, sin saber bien qué responder a eso. Sabe que su padre estará tan hundido que, probablemente, a duras penas se habrá dado cuenta de su marcha, tal y como lleva pasando desde hace unos meses, desde que la enfermedad de su madre la postró en la cama día y noche. Consciente de que quizá está mostrándose débil y derrotado frente a ella, cambia la expresión rápidamente y, sin pensarlo, contraataca.

—Eres una calientapollas.

Annie le mira con los ojos muy abiertos y las cejas levantadas.

—¿Perdona? Y tú un capullo. Largo de mi casa y que no se te ocurra acercarte a mí nunca más.

—Tranquila. No pienso volver a tocarte ni con un palo.

Sin más, con el humor totalmente cambiado, sale por la ventana y baja por la misma tubería por la que ha subido antes. Al llegar abajo, no se molesta siquiera en mirar hacia la ventana.

—Pija de mierda… —susurra mientras se aleja.