3,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,99 €
¿Se puede estar enamorada de alguien incluso antes de conocerle? Continúa la historia en Vuelves en cada canción Zoe conoció a Connor y le odió al instante. En cambio, se enamoró perdidamente de Sully sin conocerle. ¿Qué pasará cuando descubra que ambos son la misma persona? Sarah no tiene tiempo para conocer a nadie, pero el destino pondrá a Kai en su vida, alguien completamente distinto a ella. ¿De verdad los polos opuestos se atraen tanto como para llegar a perder los papeles? Hayley no cree en el romanticismo, solo pretende pasarlo bien... Hasta que conoce a Evan, un tío al que ella definiría con una sola palabra: aburrido. ¿Cómo logrará Evan que Hayley se enamore de él? Esta es la historia de tres hermanos y de su padre, Donovan, el cual realizó una promesa a su esposa antes de que ella muriera: asegurarse de que sus hijos fueran felices. Y está dispuesto a cumplir con su palabra aunque para ello tenga que entrometerse en sus vidas. Quizás si digo que me ha gustado mucho, me quedo corta, porque la historia me ha fascinado y como se entrelaza todo a la perfección, si, quizás me esté quedando corta. Lectoras con vistas al mar Primer libro de la serie "Las canciones de nuestra vida". Aunque la música no está tan presente en la trama, sí que lo está en el libro, porque cada capítulo lleva el título de una canción con la que guarda relación y así existe la opción de escuchar la canción al empezar el capítulo para crear ambiente. Cazadoras del romance Es una novela donde conoceremos la vida de tres hermanos con historias muy diferentes que nos harán reír, llorar, enfadarnos... Sin duda os la recomiendo. En un mundo de sueños
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 697
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Anna García
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Está sonando nuestra canción (Las canciones de nuestra vida), n.º 126 - mayo 2017
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Fotolia.
I.S.B.N.: 978-84-687-9732-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Si te ha gustado este libro…
Los títulos de la mayoría de los capítulos hacen referencia a una canción que, o bien por el significado de la misma, o bien porque sonaba en mi Spotify cuando escribía, tienen mucho que ver con el devenir de la historia.
Por si a alguien le interesa saber cuál es, aquí tenéis la lista:
Capítulo 1 If you don’t wanna love me de James Morrison
Capítulo 2 When you’re gone de Bryan Adams
Capítulo 3 Misery de Maroon
Capítulo 4 Better with you de Kris Allen
Capítulo 5 You give me something de James Morrisson
Capítulo 6 Person I should have been de James Morrison
Capítulo 7 You make it real de James Morrison
Capítulo 8 All of me de John Legend
Capítulo 9 Trying not to love you de Nickelback
Capítulo 10 If I knew de Bruno Mars
Capítulo 11 If ain’t got you de Alicia Keys
Capítulo 12 Collide de Howie Day
Capítulo 13 Beneath Your beautiful de Labrinth
Capítulo 14 Dance with me tonight de OllyMurs
Capítulo 15 Crazy all my life de Daniel Powter
Capítulo 16 Over my head de The Fray
Capítulo 17 Leave you alone de Kris Allen, Dream on Hayley de James Morrison
Capítulo 18 One last chance de James Morrison
Capítulo 19 Sorry seems to be the hardest word de Elton John
Capítulo 20 Over and over again de Nathan Sykes
If you don’t wanna love me
–Y ahora es cuando vendría el lema de la campaña –Connor aprieta el botón del mando a distancia del portátil y la imagen proyectada cambia para mostrar la frase comercial del anuncio en el que llevan trabajando casi un mes–. «Tómate tu tiempo».
Hace una pausa para que los clientes asimilen la idea. Pausa que suele aprovechar para intentar evaluar su reacción. De ese modo puede ver si van por el buen camino, o si, por el contrario, tiene que sacarse algún as de la manga. Camina lentamente desde el fondo de la sala, dirigiéndose hacia la pantalla del proyector, mientras ve como los propietarios de una de las empresas de café más importantes del país, asienten con la cabeza en señal de aprobación. Mira a Rick, su compañero de proyectos y mejor amigo, y le guiña un ojo mientras él le sonríe alzando el pulgar discretamente. Trabajan en una de las mejores agencias de publicidad del país, la que tiene a los mejores publicistas en plantilla, y con las mejores empresas del mundo en su cartera de clientes. Aun así, siempre contienen la respiración durante ese momento de silencio entre el final de su presentación y la reacción del cliente.
–Nuestra idea es hacer dos o incluso tres finales diferentes. A mucha gente le gusta el café y para muchos significa relax, tomarse un momento para ellos mismos –dice pasando el mando a distancia a Rick para dejarle el protagonismo.
–En la última imagen podría verse a una chica o chico joven relajándose después de una larga sesión de estudio, o a un hombre o mujer disfrutando de una taza al final de un largo día de trabajo, o incluso a un abuelo o abuela estirado en el sofá con el nieto durmiendo apoyado en su brazo mientras sostiene la taza de café con la otra mano.
Mientras Rick habla, Connor observa las caras de los clientes, y sabe que les han convencido, sabe que han ganado esta cuenta. Así que, sin querer, su mente pasa página y desconecta, sabiendo que su trabajo aquí ha acabado. Ellos piensan e idean la campaña, y se la intentan vender al cliente. A partir de ahí, si tienen éxito en su trabajo, es cosa de otros llevarla a la práctica.
Aprovechando la penumbra de la sala, mete la mano en el bolsillo del pantalón y saca su teléfono. Es casi mediodía. En poco más de media hora ha quedado con Sharon para comer. Le llamó ayer para quedar y está ansioso por volverla a ver. Es publicista como él, aunque trabaja en una de las agencias rivales. Se conocieron hace poco más de un año, cuando rivalizaron por una cuenta, que acabaron ganando ellos, aunque ella se llevó algo mucho más valioso para él, su corazón. Se adueñó de él en el mismo instante en que se cruzaron por los pasillos de las oficinas del cliente donde celebraban las reuniones, y ya no se lo devolvió. Desde entonces, le costó lo suyo conseguir que accediera a salir con él. Siempre le decía que sus trabajos les ocupaban demasiado tiempo, cosa totalmente cierta, pero poco a poco se fue colando en su vida, hasta llegar a convertirse en algo parecido a una pareja.
Desbloquea el móvil y enseguida aparece su foto como fondo de pantalla. Es perfecta. Guapa, inteligente, extrovertida y ambiciosa.
–Bueno, pues yo creo que no hay mucho más que decir, ¿no? –empieza a decir uno de los hombres–. Creo que hablo también en nombre de mis hermanos cuando digo: ¿cuándo empezamos?
–Mañana mismo nuestro equipo de diseño y maquetación se pone a ello –dice Connor guardando de nuevo el teléfono en el bolsillo y volviendo a abrir las cortinas de la sala para volver a dejar entrar la luz.
Se toma unos segundos observando las vistas de la ciudad que los increíbles ventanales de sus oficinas en la Avenida Madison regalan. Nació y creció en el Bronx, donde su padre decía que se sentía como en su Irlanda natal.
–En Nueva York viven casi el doble de irlandeses que en la propia Dublín –suele decir a menudo.
Cuando Connor empezó a trabajar y a ganar dinero suficiente, lejos de alejarse de la ciudad, se compró un apartamento en el SoHo, así que ha vivido siempre aquí. La ama y nunca podrá separarse de ella más de dos semanas, lo justo como para dejar descansar a su cabeza del incesante ruido.
Se gira con una gran sonrisa en los labios. Presiente que hoy va a ser un gran día. Cuenta nueva, cita con Sharon y partido de los Knicks por la noche en casa de su padre. Perfecto.
–Habéis hecho un gran trabajo, chicos –le dice uno de los hombres estrechando su mano en cuanto se une a ellos.
–Gracias –responde Connor de manera afable.
–Señor O’Sullivan –dice entonces la mujer dándole la mano–, un placer.
–Gracias, señora Folger –contesta él inclinando levemente la cabeza mientras agarra con delicadeza su mano.
–Llámeme Grace.
–Solo cuando usted me llame Connor.
–De acuerdo, Connor –dice sonrojándose ante su caballerosidad.
Bruce Dillon, el dueño de la agencia y por lo tanto su jefe, presente en todas las reuniones, pero siempre jugando un papel en la sombra, acompaña a los clientes a la salida mientras Connor les aguanta la puerta de la sala.
–Gran trabajo, Sully –le dice al pasar por su lado, dándole un suave golpe en el hombro con el puño cerrado–. Esta cuenta es de las grandes.
Todos en el trabajo le llaman Sully, como diminutivo de su apellido; O’Sullivan, y así es conocido también en este mundillo, publicistas rivales incluidos, Sharon entre ellos.
–Gracias, Bruce.
En cuanto les ven perderse por el pasillo, cierra la puerta con un gesto teatral y se gira hacia Rick escuchando las notas ya habituales de su canción del triunfo, el estribillo de We are the champions de Queen. Al instante los dos empiezan con su ritual: movimientos de victoria a cámara lenta, levantando los brazos y abrazándose. Cuando se cansan de hacer el payaso, que no es hasta que acaba el estribillo de la canción que Rick tiene grabada en su teléfono, Connor se afloja la corbata y se desabrocha el botón del cuello de la camisa.
–Si llegas a tontear más con la vieja, se le desintegran las bragas.
–Joder, Rick… No seas guarro. Sabes que no es eso.
–Lo sé, lo sé. Ese tonteo forma parte del juego, a veces es necesario, bla, bla, bla… Pero no me jodas, ya les teníamos en el bote. Hoy lo has hecho para lucirte aún más. Pero déjame decirte algo –dice pasando su brazo por encima de los hombros de su amigo–. Búscate a una más joven porque esa no te dura ni dos asaltos.
–Vete a cagar, Ricky –dice deshaciéndose del brazo de su compañero y metiendo su portátil y el resto de sus cosas en la mochila mientras Rick ríe a carcajadas–. Además, te recuerdo que tengo novia.
–¿Ah sí? ¿Y ella lo sabe? O te refieres quizá a esa chica… ¿cómo se llamaba? Sí, hombre, esa que ves solo cuando a ella le apetece… Esa que te llama cuando el resto de planes le fallan… ¿Cómo era…? ¡Sharon! ¿Es ella tu «novia»? –Rick enfatiza la última palabra entrecomillándola con los dedos.
–Estoy llorando de la risa. ¿No ves las lágrimas? –Connor se acerca a él con la mochila al hombro–. ¿No? Pues será porque no me hace ni puta gracia.
–Vale, vale… –le frena Rick cogiéndole del brazo–. Perdóname. No te enfades, Sully… ¿Comemos juntos?
–No puedo. He quedado en menos de media hora para comer con ella.
–¿En serio? –contesta su amigo levantando las cejas, gesto que enseguida cambia al ver que Connor empieza a mosquearse de verdad–. Genial…
–Me llamó ayer. Dice que tiene algo que decirme.
–A lo mejor te dice que sí…
–¿Que sí a qué? –pregunta confundido, arrugando la frente.
–Que sí quiere salir contigo.
–Vete a la mierda –le suelta Connor levantándole el dedo del medio.
Se gira, agarra el tirador de la puerta de cristal y sale por ella escuchando aún las carcajadas de su compañero de trabajo, que además dice ser su amigo. Llega a los ascensores y mientras lo espera, comprueba de nuevo la hora. Llegará tarde seguro, más teniendo en cuenta que han quedado en un restaurante a unas quince manzanas de aquí, a medio camino entre las dos agencias, y el terrible tráfico de la ciudad a todas horas. Cuando se abren las puertas, se mete dentro sin levantar la vista del teléfono, comprobando el correo electrónico que le ha llegado durante la reunión. Resopla resignado pasando el cursor por encima de ellos hasta que se le dibuja una sonrisa al ver un mail de su hermano pequeño, Evan.
«Como si hubiéramos aplastado a alguien en algún partido», piensa resignado. Perderán seguro, como casi siempre, los dos lo saben, pero les gusta disimularlo.
No me lo perdería por nada del mundo. ¿Julie te deja salir?
Evan tiene dos años menos que él, treinta y cinco, y cuatro menos que Kai, su hermano mayor. Y, a pesar de ser el pequeño, es el único de los tres que sentó la cabeza y se casó con la maravillosa, guapísima y pija, Julie. Una chica a la que no se le conoce otro oficio que el de gastarse en ropa y en salir con sus amigas el dinero que gana su hermano.
Por supuesto. No soy tan calzonazos.
–No, qué va…
Está tan enamorado de ella y tan ciego, que es incapaz de ver que Julie lleva casi cuatro años aprovechándose de él, desde el preciso instante en que se dijeron el «sí quiero». Evan trabaja como contable en una gran empresa y gana lo suficiente como para poder vivir muy holgados… si no fuera porque gran parte de ese dinero lo dilapida su querida mujer de gustos caros.
A otro con ese cuento hermanito. ¿Cuántos vestidos te ha costado el partido de esta noche?
La respuesta a este mensaje no llega tan rápido como la anterior, así que Connor da por hecho que ha acertado de lleno con su comentario. Suspira resignado y contrariado por tener un hermano tan tonto. Todos lo vieron desde el principio, y esperaron a que él mismo se diera cuenta también, pero ya llevan cuatro años de matrimonio y el tío sigue cegado por la cabellera rubia y los ojos azules de esa arpía consumista.
A las siete en casa de papá. Ahora le envío un mensaje a Kai para recordárselo. Te dejo, que he quedado con Sharon para comer.
Le escribe dando por zanjado el tema mientras camina hacia su bici. Se pone el casco, indispensable para zambullirse en el tráfico de la ciudad y vivir para contarlo, y antes de guardar el teléfono, le envía un mensaje a Kai para recordarle sus planes, aunque está seguro de que se acuerda y de que no se lo perdería por nada del mundo. De hecho, ya pueden tener la semana ocupada con reuniones de trabajo, comidas o citas varias, pero el partido de los Knicks en casa de su padre, es sagrado para los tres. No se pierden ni uno, pase lo que pase. Incluso aquella vez que Kai pasó unos días en el hospital después de un duro combate en el que su rival le dejó bastante perjudicado… Llegaron a convertir la habitación del hospital en el salón de la casa de su padre.
Serpentea entre los coches y se sube a la acera en varias ocasiones cuando se encuentra algún semáforo en rojo. Llega ya tarde y no puede permitirse quedarse parado ni dos minutos. Incluso hace unos cuantos metros agarrado con una mano a un taxi. Sabe que es de locos, que es peligroso, que le pueden multar por ello, pero lo ha hecho desde pequeño y le va a ahorrar varios minutos de retraso.
Deja la bicicleta atada con un candado cerca de la puerta del restaurante, al que se dirige a paso ligero guardando el casco en la mochila. Abre la puerta y echa un vistazo alrededor para comprobar que, como es habitual, aun retrasándose unos quince minutos, Sharon no ha llegado. Busca una mesa libre y en cuanto se sienta, empieza a hojear la carta. Observa su reflejo en el plástico que la recubre y empieza a peinarse el pelo con los dedos, que lleva hecho un desastre por culpa del casco. Justo cuando comprueba que está algo más presentable, la ve aparecer por la puerta, con su traje chaqueta impecable, su maletín en una mano y el teléfono en la otra, que mantiene pegado a la oreja. Mira alrededor hasta que se fija en él; llamando su atención alzando una mano y con una sonrisa de bobo dibujada en la cara. Cuando le ve, ni siquiera sonríe, simplemente asiente con la cabeza y empieza a caminar hacia allí. En cuanto llega a la mesa, Connor se levanta y le retira la silla como el buen caballero irlandés que le enseñó su padre a ser. Ella se sienta sin siquiera mirarle. Es normal, porque está enfrascada en una conversación que parece ser muy importante. De hecho, lo podría asegurar si entendiera alguna palabra de lo que dice, porque está hablando en francés. Eso es otra de las cosas que le atraen tanto de ella, nunca deja de sorprenderle… ni siquiera sabía que hablara francés.
Su conversación se alarga como unos diez minutos más. Tiempo que él aprovecha para acabar su cerveza, pedir otra, volver a repasar la carta, contar los cuadros del mantel y alisar las arrugas de su pantalón como una decena de veces.
–Hola –dice ella por fin cuando cuelga el teléfono.
–Hola.
–Siento el retraso.
–No pasa nada. Yo también he llegado tarde. Rick y yo hemos conseguido la cuenta de Folger’s Coffee…
Mientras él habla, ella no para de teclear en el teléfono, levantando la vista de vez en cuando y esbozando una sonrisa de circunstancias. A los pocos minutos, se queda callado y la observa en silencio hasta que ella se da cuenta de ello.
–Perdona –dice dejando el móvil a un lado de la mesa–. ¿Folger’s Coffee decías? ¡Enhorabuena! Es uno de los grandes.
–Sí… Pero no hablemos de trabajo –dice acercando su silla a la de ella–. Te he echado de menos…
Coge su cara por la barbilla y le gira la cara para que le mire. La besa en los labios con delicadeza, cerrando los ojos, saboreándola sin prisa. Cuando se separa de ella, apoya la palma de la mano a un lado de su cara y acaricia su mejilla con el pulgar.
–Pues… –dice ella agachando la cabeza y colocándose unos mechones de pelo detrás de la oreja–. En realidad, lo que quería decirte sí tiene que ver con el trabajo…
–¿Ah, sí? –contesta él apoyando la cabeza en el puño, mostrando interés–. Pues cuéntamelo.
–Pues verás… De hecho, la llamada que estaba atendiendo cuando he entrado tiene mucho que ver…
Connor coge la botella de cerveza y le da un sorbo, haciéndole un gesto con la mano para animarla a que siga hablando.
–Me han ofrecido un puesto de trabajo en la agencia B&B…
–¿B&B? –dice entornando los ojos confuso–. Pero eso es una agencia de…
–Sí, Francia.
–Y… entonces…
–Lo he pensado mucho, Sully… y he decidido aceptar la oferta… Es una gran oportunidad para mí…
Ella sigue hablando sin parar, exponiendo todos los pros de aceptar ese trabajo. Deben de ser muchos por el rato que lleva hablando, aunque él ahora mismo es incapaz de ver ninguno. Solo es capaz de ver uno en contra, y muy grande: que vivirá a más de cinco mil quinientos kilómetros de distancia de Nueva York.
El resto de la comida lo pasa muy callado y, aunque quiere contagiarse de su entusiasmo, le resulta imposible hacerlo. Y por más que intenta ver que es una gran oportunidad para ella, solo es capaz de repetir la misma frase una y otra vez, hasta que no puede retenerla por más tiempo en su cabeza.
–¡¿Qué puede tener de bueno que te vayas a más de cinco mil kilómetros de mí?! –dice alzando la voz, llamando la atención de los comensales de las mesas más cercanas a ellos.
–Sully, es una gran oportunidad para mí –contesta ella bajando la voz y mirando alrededor avergonzada.
–¡Pero estarás a cinco mil kilómetros de mí!
–Sully, baja la voz…
–¡Y una mierda! ¡Joder, Sharon! ¡No te vayas!
–No puedes pedirme eso…
–Pues te lo pido. No te vayas.
–Además, me voy mañana mismo.
–¿Mañana? Pero… –Agacha la cabeza y la mueve de un lado a otro–. ¿Desde cuándo lo sabes?
–Ha ido todo muy rápido… Me lo ofrecieron hace poco más de un mes…
–¡¿Un mes?! ¡¿Y me lo dices ahora?!
–Sully, por favor…
–Sharon, yo te quiero –dice cogiéndole la mano una y otra vez desesperado, mientras ella se zafa incómoda–. Quiero estar contigo. Quédate. ¡Cásate conmigo!
–¡¿Qué?! ¡¿Estás loco o qué?!
Sharon se pone en pie, da varias vueltas sobre sí misma, totalmente desorientada por la confusión, hasta que finalmente empieza a caminar hacia la salida. Él tarda unos segundos en reaccionar, pero entonces ve que se ha dejado el maletín en el suelo, al lado de la silla. Lo agarra, saca varios billetes de la cartera, los tira encima de la mesa para pagar la cuenta y empieza a correr para atraparla. Ya en el exterior, mira a un lado y a otro hasta que la ve parando un taxi.
–¡Sharon, espera!
–¡No Sully, déjame! –dice mirándole nerviosa.
–Te dejas el maletín…
Se acerca hasta él y se lo quita de las manos sin muchos miramientos. Cuando se vuelve a girar para subirse al taxi que se ha parado al lado de la acera, él la agarra del brazo.
–Sharon, espera –dice en un tono más tranquilo.
–¿Qué? –se gira cruzando los brazos.
–No me dejes…
–Es una oportunidad que no puedo rechazar –se vuelve a girar, pero Connor se pone frente a ella, interponiendo su cuerpo entre ella y el taxi.
–Pero yo… yo… yo te quiero, Sharon.
–¡Pues yo no! Al menos, no lo suficiente como para rechazar este trabajo por ti.
Esas son las palabras que le rompen el corazón y le dejan incapacitado para actuar. No puede hablar ni moverse, incluso le cuesta respirar. Ve como se sube al taxi y como este se pierde calle arriba. Aprieta los labios y arruga la frente, contrariado, a la par que empieza a notar cierto escozor en los ojos.
–¡Señor! ¡Señor! –Un camarero del restaurante aparece frente a él con su mochila en las manos–. Creo que esto es suyo.
–Sí… –contesta desviando la cabeza para frotarse los ojos–. Gracias.
Se tira largo rato plantado en esa acera, perdiendo la noción del tiempo, intentando averiguar qué ha pasado, aún confundido por cómo se han sucedido los acontecimientos y con la velocidad que lo han hecho. Hace unas horas tenía ante él el mejor día de su vida y ahora se había convertido en una pesadilla.
Tampoco es consciente de cómo acaba sentado en un taburete del Sláinte, un pub irlandés cercano a casa de su padre que suele frecuentar a menudo. Se bebe tres pintas de Guinness sin conversar con nadie, con la vista fija en la jarra y en la espuma del interior. Ha pasado tanto rato pensando en lo que quizá hubiera podido hacer para evitar su decisión o buscando motivos ocultos aparte de la oferta de trabajo, y ha acabado tan agotado por ello, que su mente se ha quedado en blanco. Es como si le hubieran extirpado el cerebro.
–Ian, ponme otra.
–Connor, vete a casa.
–Calla y ponme otra. ¿Acaso no te las estoy pagando?
–Prefiero que salgas por esa puerta por tu propio pie, a ganar unos dólares más.
Connor chasquea la lengua contrariado mientras escucha a lo lejos la canción que suena por los altavoces del equipo de música. Es una de esas canciones tristes que hablan del desamor, perfecta para la ocasión, como si alguien se la hubiera dedicado por la radio. Solo cuando el teléfono le vibra insistentemente en el bolsillo, sale de su letargo y contesta sin molestarse en mirar quién es.
–¿Diga?
–¿Dónde estás? –le pregunta la voz de su hermano Evan.
–En Sláinte.
–Está en el pub –escucha que le dice a alguien–. ¿Y qué haces ahí?
–Beber.
Escucha varios ruidos, como si se estuvieran peleando por el teléfono, cuando de repente se oye la voz grave de su hermano mayor.
–Capullo, soy Kai. Mueve tu puto culo hasta casa de papá. El partido empieza en diez minutos.
Mira el reloj sorprendido por lo rápido que ha pasado el tiempo. Cuatro horas de su vida, desde ese «yo no te quiero» hasta esta llamada, de las cuales no puede recordar prácticamente nada.
–Voy, voy –dice antes de colgar rápidamente.
Se levanta del taburete, se cuelga la mochila al hombro y arrastra los pies hasta casa de su padre. La casa donde sus hermanos y él crecieron, la casa donde su madre les cuidó a todos hasta que murió de cáncer hace ya casi veinte años, cuando eran solo unos adolescentes. Llega caminando, agarrando la bici a su lado, ya que después de varias pintas no cree estar en condiciones de pedalear.
–¡Hola, Connor! –le saluda el señor Murphy, su vecino de toda la vida–. Partidazo, ¿eh?
–Sí… –Esboza una sonrisa muy forzada pero que al señor Murphy parece servirle porque se mete en casa.
Deja la bici en el porche, abre la puerta de la casa y suelta la mochila en el suelo. Se encuentra con sus dos hermanos sentados en el sofá y su padre en su butaca, de cara al televisor, donde el partido está a punto de empezar ya.
–¿Estás bien? –le pregunta Evan girando la cabeza hacia él.
–Sí…
–¡Pilla! –dice Kai lanzándole una cerveza sin mirarle.
La coge al vuelo y la deja reposar un poco antes de abrirla. Se acerca a su padre y le da un beso en la mejilla. Este le mira con cara afable, haciendo brillar sus infinitos ojos azules, que tanto él como sus hermanos han heredado. De los tres, el que más se parece a su padre es Kai. Evan en cambio es más parecido a su madre y él… bueno, digamos que es una mezcla de ambos.
–¿Cómo va todo, hijo? –le pregunta mientras Connor se sienta en el brazo de la butaca.
–Bien.
–Pues no tienes cara de estar bien –vuelve a decir.
–Sí, tío. Tienes una pinta horrible –suelta Evan dejando de mirar el televisor y prestándole atención unos segundos–. ¿No habías quedado con Sharon? ¿Ha pasado algo?
–¿Con Sharon? –interviene Kai–. ¿Te ha dado audiencia para verla?
–Vete a la mierda, Kai.
–Chicos…
–Lo siento papá, pero estoy harto de ese tipo de comentarios.
–Ni que fueran mentira…
–¡Kai! ¡Basta! –vuelve a intervenir su padre.
–En serio, Connor –insiste Evan–. ¿Todo bien con Sharon?
Resopla resignado y totalmente agotado.
–Es igual. Vamos a ver el partido, que ya empieza.
–A la mierda el partido. Si vamos a perder de todos modos.
–Di que sí, Evan. Con hinchas como tú, llenamos el Madison Square Garden seguro –suelta Kai.
–Ni caso al cabronazo este –replica Evan–. Cuéntanos.
–Sharon se va a París –dice finalmente pasados unos segundos.
–¿De viaje de trabajo?
–No… Para siempre…
Los tres se le quedan mirando fijamente, dejando el partido totalmente olvidado. Connor les mira uno a uno, hasta que al final se centra en la botella que tiene en las manos.
–Y tú… quiero decir… ¿cómo estás? –le pregunta su padre.
–Pues jodido, papá, jodido. Pensaba que lo nuestro iba en serio, que yo le importaba más…
–Connor, siento ser yo el que te diga esto, pero eres el único que lo pensaba –interviene de nuevo Kai–. Todos pensamos que vuestra relación solo te la creías tú…
Connor chasquea la lengua contrariado mientras mueve la cabeza desviando la vista. Se levanta y camina de un lado a otro por delante del televisor, incapaz de mantenerse sentado durante más tiempo.
–¿Todos pensabais eso? –pregunta mirando a Evan y a su padre–. ¿Papá? ¿Tú también?
–Connor… –su padre se lo piensa unos segundos, hasta que al final añade–: Esa chica no tenía tiempo para ti…
–Eso no es verdad… ¿Evan? ¿Qué me dices tú?
–Lo siento Connor, pero pienso como ellos. El único enamorado eras tú. Ella solo te quería para entretenerse en sus ratos libres. La lista de prioridades de esta chica son su trabajo –empieza a enumerar ayudándose de sus manos, como si descendieran una escalera–, su trabajo, su trabajo, su trabajo, y luego ya, si le queda algo de tiempo, tú.
Connor mira a Evan contrariado y muy cabreado por sus palabras. Aprieta la botella en su mano con fuerza, como si quisiera romperla en pedazos.
–¡Mira el que fue a dar lecciones! ¿Sabes por lo único que te quiere tu mujer? ¡Por tu dinero! Y tú… –le grita a Kai apuntándole con el dedo–. Tú… ¡ni siquiera tienes novia!
–Ni la quiero –empieza a contestar Kai–. Follo siempre que quiero. Y aquí el pequeño folla siempre que le compra algún trapo caro a la pija de su mujer. Tú, en cambio, para follar tienes que pedir cita con tres meses de antelación.
–Serás… –dice Connor abalanzándose sobre él sin medir las consecuencias.
Enseguida Evan reacciona intentando separarles. Su padre también se levanta y agarra a Connor por los hombros. Kai, mientras, ríe a carcajadas sin intentar siquiera protegerse de sus débiles golpes. La verdad es que en condiciones normales, sería imposible que le ganara en una pelea a Kai y no solo porque sea boxeador semi-profesional sino porque es bastante más fuerte que él. Si a eso le sumamos su estado de casi embriaguez, la cosa se complica de forma exponencial.
Finalmente consiguen sentarle en el sofá y le retienen hasta que su respiración vuelve a ser más o menos acompasada. Los tres le miran con cara de preocupación, hasta que al final la rabia da paso a la tristeza y sin poderlo remediar, hace algo que sabe que se arrepentirá toda la vida de hacer: llorar delante de sus hermanos.
–Eh… –dice su padre sentándose a su lado, atrayendo su cabeza hacia su hombro– Tranquilo… No pasa nada…
–Es que no lo entiendo –empieza a sollozar–, pensaba que me quería…
–Y seguro que te quiere, pero tus prioridades y las suyas son diferentes…
Su padre insta a sus hermanos a echarle un cable, pero lo único que ellos son capaces de hacer al ver llorar a su hermano, es mirarle como si de repente le hubieran salido escamas verdes por todo el cuerpo.
–Se va mañana…
–¿Mañana ya? –dice Evan–. ¿Desde cuándo lo sabía la muy guarra?
–Ha sido todo muy rápido… Desde hace un mes…
–¡Rápido los cojones! ¡Ha tenido treinta y un días para decírtelo! ¡Será puta!
–¡Kai! ¡Modera tu lenguaje! –le reprende su padre.
–A la desesperada, le pedí incluso que se casara conmigo –cuando lo suelta, cierra los ojos imaginando la reacción general.
–¡¿Qué?! –grita Kai–. ¡¿Estás pirado o qué?!
–¿Y ella qué dijo? –pregunta Evan.
–Lo mismo que Kai.
–Luego la perseguí hasta el exterior del restaurante y le dije que la quería y me dijo que ella no, y se metió en un taxi huyendo de mí lo más rápido que pudo.
–¿Y te extraña? Joder, Connor. Me imagino tu cara de loco persiguiéndola como si en lugar de ser su novio fueras un acosador…
Tras decir eso, Kai se agacha delante de él y apoya las manos en sus rodillas. Le mira como si fuera un bicho raro, pero en el fondo está haciendo un esfuerzo por entenderle.
–¿Sabes lo que necesitas? –Connor levanta la vista hacia su cara y niega con la cabeza. Es un capullo integral, pero es su hermano mayor y, aunque a veces se comporte como un idiota, sabe que le quiere y que todo lo que le dice es por su bien, y por eso confía en él–. Desahogarte.
–¿Qué quieres decir? –pregunta Evan.
–En cuando acabe el partido, nos vamos a ir de fiesta los tres. Vamos a ir a un local nuevo que conozco donde hay unas tías que quitan el sentido.
–Kai, no me apetece nada salir… –se queja Connor.
–Pero lo necesitas. No te estoy diciendo que te tires a ninguna tía, cosa que tampoco te vendría nada mal. Pero necesitas olvidarte de Sharon.
–Pero yo no quiero olvidarme de ella…
–Connor –dice Evan posando la mano en su cabeza–. Kai tiene razón. ¿Cuántas pistas más necesitas? Te dijo que no te quería, tomó la decisión sin contar contigo, hace más de un mes que lo sabe…
Connor gira la cabeza hacia su padre, que se ha mantenido al margen durante casi toda la conversación, pidiéndole su intervención. Donovan sabe de la importancia de sus palabras para su hijo, por eso se lo piensa mucho antes de abrir la boca.
–Creo que tienes todo el derecho del mundo a estar triste o cabreado, a guardar una especie de luto incluso, pero también creo que tus hermanos tienen razón. Esa chica ha demostrado no merecerse que estés decaído, y aunque cueste, deberías intentar pasar página lo más rápido posible. Si la manera de conseguirlo es saliendo de marcha con Evan y Kai, adelante con ello. –Él también le revuelve el pelo de forma cariñosa y, mucho más confiado, prosigue con su discurso–. Hijo, tú vales mucho, los tres lo valéis, y está claro que esa chica no te merece. Busca a la indicada. Cuando la encuentres, lo sabrás.
El resto de la noche, Connor se deja llevar como un pelele. En casa de su padre se bebe todas las cervezas que le ponen en la mano. Luego le meten en un taxi y van a la discoteca que decía Kai. Le sientan en un taburete de la barra y ponen en su mano varios vasos de chupito con líquidos de diferentes colores llamativos. Luego Kai conoce a un grupo de chicas y enseguida se ve arrastrado a la pista de baile. Connor odia bailar y además se le da fatal, pero tampoco es consciente de sus propios movimientos, así que simplemente deja que esas chicas se froten contra su cuerpo. Pasadas unas horas, le vuelven a sentar al lado de la barra y vuelven a depositar en su mano más brebajes de colores.
–Evan –dice tirando de la manga de la camisa de su hermano pequeño–. No me encuentro muy bien. Quiero irme a casa.
–Vale –le contesta él, que aunque va bastante achispado, no llega a su nivel de embriaguez–. Espera que vaya a buscar a Kai.
Varios minutos después, los dos aparecen a su lado de nuevo. Evan tiene cara de cansado porque con seguridad es el que lleva más horas levantado, trabajando todas las horas necesarias para darle todos los caprichos a Julie. Kai en cambio, vuelve con su cara de recién follado, una cara distinguible a kilómetros, incluso estando totalmente bebido.
–Me ha dicho Evan que quieres irte ya.
–Sí –asiente a la vez con la cabeza mientras todo da vueltas a su alrededor–. Siento haberte jodido el plan.
–¿Bromeas? Me he tirado a dos en el baño… ¡seguidas! –Pasa el brazo de su hermano por encima de sus hombros y le agarra por la cintura, ayudándole a caminar–. Vámonos de aquí.
En cuanto salen al exterior, agradece la suave brisa que acaricia su cara. Aun así, todo sigue girando a su alrededor y siente esa sensación en el estómago típica de cuando vas a vomitar.
–Evan, para a un taxi. Vamos a llevar a Connor a su casa.
–Espera. Estoy avisando a Julie de que salgo para allá.
–Joder –contesta Kai dejando a Connor sentado en un banco–. Pelele… Ya lo hago yo.
Connor resbala por el respaldo del banco y cae inevitablemente al suelo, sin fuerzas para impedirlo. Se da un golpe en la cara contra la acera y se queda allí tirado boca abajo, hasta que Kai consigue parar un taxi y Evan deja de escribir el mensaje a su mujer.
–Vamos colega, que ya tenemos taxi.
Siente como le meten dentro sin muchos miramientos y como apoyan su cabeza contra la ventanilla de la puerta izquierda, mientras Evan se sienta a su lado y Kai delante, junto al taxista.
–¡Eh! ¡Esperad, esperad! No podéis entrar en este taxi…
–¡Vaya! –dice Kai–. ¡Hola!
–Fuera de mi taxi.
–¿Por?
–Porque vuestro amigo va muy borracho y acabará vomitando aquí dentro.
–Perdona, ¿tienes un cartel reservando el derecho de admisión? –le replica Kai, al que cuando bebe se le suelta la lengua–. Si bebes no conduzcas, ¿recuerdas el lema? Pues eso, hemos bebido, no conducimos. Tú no has bebido, o al menos eso espero, así que tú conduces.
Ella gira la cabeza fulminándole con la mirada, pero parece que finalmente claudica.
–¿No te puedes sentar detrás con tus amiguitos y dejarme tranquila, o voy a tener que disfrutar de tu compañía todo el trayecto?
–Es que aquí estoy más cómodo y ahora que sé que tú conduces y vas a estar a mi lado todo el trayecto, de aquí no me mueve ni Dios.
–Qué suerte la mía… Poneos los cinturones.
–Yo por ti me ato lo que haga falta. Y si llevas unas esposas, me las pongo también.
–Uy, qué gracioso, por favor. No te pienses que no me ha hecho gracia, es que soy muy tímida y estoy llorando por dentro… –contesta ella en tono de burla–. Pero tú dame motivos y verás tu sueño realizado y acabarás la noche esposado.
–Qué carácter… Me gusta…
–¿Y a tu amigo qué le pasa? ¿Es sordo? ¡Eh! ¡Tú! –grita dirigiéndose a Connor que, aunque la oye, es incapaz de mover más que las pupilas de los ojos–. Ponte el cinturón.
–No insistas. Ya no está entre nosotros. Siente, pero no padece. Te escucha, pero no va a moverse. Dale un poco de tregua… –dice Kai bajando un poco el tono de voz–. Le ha dejado la novia y está de bajón.
–Oooooh… Qué pena… ¡Que te pongas el cinturón! –grita ella como una loca girando un poco la cabeza mientras inicia la marcha.
Kai y Evan se echan a reír ante el histerismo de la pobre taxista. Connor intenta abrir los ojos para fijarse mejor en ella. De ese modo, puede que consiga recordarla y así tener la oportunidad de pedirle disculpas si la vuelve a ver. Reúne todas sus fuerzas y consigue abrir los ojos justo en el momento en que se escucha un tremendo frenazo. Su cuerpo se abalanza hacia delante y su cabeza choca con fuerza contra el cristal protector que separa los asientos posteriores de los delanteros.
–¡Eh! ¡¿Estás loca o qué?! –grita Kai.
–Connor… –dice Evan volviéndole a incorporar y esta vez, poniéndole el cinturón–. ¡Tía loca! ¡Le has hecho una brecha en la nariz a mi hermano!
–Hace unos minutos estabas demasiado ocupado con el teléfono como para prestarle atención y ponerle el cinturón, así que técnicamente, la culpa es tuya.
El movimiento brusco no ha hecho más que empeorar el mareo en su estómago, así que, pocos segundos después, Connor siente las náuseas y vomita inclinándose hacia delante.
–Se acabó. Aquí acaba vuestro trayecto. Buscaros a otro pardillo dispuesto a ganar diez pavos y a gastarse luego veinte en limpiar su taxi.
–¡Pero no nos puedes dejar aquí! –grita Evan.
–Déjala. Desde aquí llegamos rápidamente a mi coche. Ya os llevo yo.
–¿Tú? ¿En tu estado?
–Como quieras. Me llevo a Connor a su casa. Tú vete caminando si lo prefieres.
Evan chasquea la lengua y parece claudicar mientras Kai abre la puerta del taxi para recoger a su hermano.
–Oh, joder tío –dice poniendo una mueca con la boca–. Qué asco, por favor.
–¿Y esto quién me lo paga a mí?
–Evan, dale veinte pavos, haz el favor.
–Lo siento… –balbucea Connor intentando mirar a la chica mientras le abandonan las fuerzas y está a punto de perder el conocimiento–. Lo siento…
When you’re gone
–¡Mierda de noche y mierda de mañana! –dice Zoe tras cerrar de un golpe la puerta de su apartamento.
–Buenos días para ti también –le responde Hayley, su compañera de piso y amiga.
–De buenos no tienen nada, al menos de momento. Toma –dice tendiéndole un papel mientras se sirve una taza de café bien cargado.
–¿Otra? Por el amor de Dios, Zoe… ¿Cuántas multas te he quitado en lo que llevamos de mes? –le pregunta mientras su amiga se encoge de hombros–. Como un día se pongan a controlar estas cosas, se te acabará el chollo, te lo advierto.
–Hayley, no estoy para sermones.
–¿Tú sabes lo difícil que es infundir respeto con este color de pelo? –Zoe la mira con cara de no captar el mensaje, así que Hayley decide aclararle un poco las cosas–. Zoe, soy rubia y pongo multas, soy carne de cañón. Así que resulta que algún día me gustaría optar a un ascenso en el cuerpo de policía, y entonces te tendrás que buscar a otro que te haga estos favores. O empezar a pagar las multas. O, mejor aún, cumplir con el código de circulación.
–Lo siento. Dejé el taxi aparcado unos segundos de nada en una zona de carga y descarga.
–Define segundos de nada.
Zoe gira la cabeza para mirarla fijamente con las cejas levantadas, gesto que Hayley imita al instante. Se mantienen la mirada durante largo rato hasta que, sabiendo que se podrían tirar así toda la mañana, finalmente Zoe se da la vuelta para dirigirse a su dormitorio.
–Con eso me estás confirmando que no fueron unos «segundos de nada» –grita Hayley antes de que ella cierre la puerta.
Cuando se oye el ruido del agua de la ducha, Hayley mira detenidamente la multa. Ha perdido la cuenta de las que le ha llegado a quitar en los cerca de dos años que hace que comparten piso. Chasquea la lengua y finalmente la guarda en su bolso. Al fin y al cabo, no es solo su compañera de piso, sino que también es su mejor amiga, y si está en su mano el poder ahorrarle unos dólares, lo hará. Bastante ahogada va para poder pagarse las clases de pintura, haciendo incluso turnos dobles con el taxi, como para añadir a su cuenta de gastos los cerca de cien dólares semanales que recibe en multas.
–Por favor, huéleme –dice Zoe plantándose delante de ella al cabo de unos minutos.
–Hueles bien –contesta Hayley después de olerla mientras vuelve a centrarse en su bol de cereales.
–¿Seguro que no huelo a vómito?
–¿A vómito? –pregunta Hayley con la boca abierta, dejando la cuchara a medio camino entre el bol y su boca.
–He tenido una noche movidita… De madrugada he recogido a tres personajes y uno de ellos ha vomitado en el taxi. Me he tirado como dos horas limpiándolo, pero parece que tengo el olor grabado en mis fosas nasales y a pesar de haberme restregado la esponja durante un buen rato, me da la sensación de que sigo oliendo mal.
–Pues te lo confirmo, hueles a tu gel de coco.
–Me fiaré de tu palabra más que de mi nariz –dice Zoe volviendo a calzarse sus zapatillas Converse rosa.
–¿Te vuelves a ir?
–Ajá. Empieza mi segundo turno.
–¿Cuántos días seguidos llevas haciendo doble turno?
–Unos cuantos –contesta encogiéndose de hombros–, pero es lo que hay.
–Me haces sufrir, Zoe… Deberías descansar un poco más… –la sermonea Hayley con la cuchara aún en la mano–. Hay que ver lo que eres capaz de hacer por amor…
–Sabes que no lo hago por Bobby… Al menos no del todo. Trabajo a destajo para pagarme las clases de pintura, que es mi pasión y de lo que me gustaría vivir en un futuro. De acuerdo, esas clases las imparte Bobby y es un aliciente para no perderme ni una, pero no el principal motivo.
–Vale, ¿pero sabes algo de él? ¿Le has visto? ¿Te ha llamado al menos?
–Está muy ocupado…
–¿Haciendo qué?
–Trabajando.
–Oh, joder Zoe… ¡Abre los ojos de una vez! Dormir hasta las doce del mediodía y pasarse el resto del día con cara de idiota delante de un lienzo en blanco, no es trabajar. Y si lo fuera, yo creo que podría dedicar al menos cinco minutos de su valioso tiempo para llamarte.
–Él es así, Hayley, ya lo sabes. No le da importancia a esas cosas… No cree en obligaciones ni ataduras. Lo importante es que cuando nos vemos, solo tiene ojos para mí.
–Él no es así, pero tú sí. Tú quieres a alguien que te llame para decirte que te echa de menos, alguien que te envíe un mensaje para darte los buenos días o que te compre un ramo de flores sin motivo alguno. Te mereces a alguien que cuide de ti y que te tenga presente las veinticuatro horas del día. Y, ya puestos, si se ducha de vez en cuando también estaría bien.
–Hayley, sí se ducha, te lo he dicho muchas veces. Todo forma parte de ese look bohemio que lleva…
–Zoe cariño, créeme, el ser bohemio no está reñido con la limpieza. El día que ese hombre huela a jabón y a colonia en lugar de a sudor y témperas, llorarás de la emoción.
–Y sí me cuida, en serio –contesta Zoe dando por perdida la discusión, bastante recurrente por cierto, acerca de los hábitos de aseo de Bobby.
–Ya, en tus sueños –susurra Hayley para sí misma.
–¿Qué dices? –pregunta Zoe ya desde la puerta.
–Nada. Que nos vemos por la noche.
–Vale. Acuérdate de hacer desaparecer el papelito ese que te he dado antes…
–Descuida.
Zoe se monta en el taxi, se pone sus gafas de sol, y enciende la radio para escuchar música, su compañera indispensable para conducir y hacer frente al caótico tráfico de Manhattan sin perder los estribos. Apenas ha encendido el motor cuando el primer pasajero se sube en el taxi. Zoe mira por el espejo interior y, como siempre, intenta averiguar el destino que le pedirá. Es una habilidad que ha desarrollado con el tiempo y que se basa en su vestimenta, sus accesorios y su aspecto físico. Por ejemplo, el pasajero que se acaba de subir. Traje, maletín, pelo engominado hacia atrás, bolsas debajo de los ojos y gafas de empollón: a Wall Street.
–¡Buenos días! –Tras esperar en balde el saludo, resopla y le pregunta–: ¿A dónde le llevo?
–A Wall Street.
Zoe sonríe y se anota mentalmente el primer tanto de la mañana. Enseguida se ve envuelta en un terrible atasco y aunque se conoce la ciudad tan bien que podría recorrerla con los ojos cerrados, por más que intenta coger atajos, siempre acaba inmersa de nuevo en la marea de vehículos. Así pues, sube un poco el volumen de la radio y decide tomárselo con filosofía, apoyando la espalda y la cabeza en el respaldo del asiento.
–¿No podría intentar buscar una ruta alternativa? –dice el trajeado abriendo la pequeña ventana del cristal que separa la parte delantera de la trasera del taxi.
–Ya lo he intentado pero acabamos siempre atascados sin haber avanzado nada. Así que, en lugar de perder el tiempo dando rodeos, iremos hacia abajo en línea recta.
–¡Joder! Cada puto día igual…
Si cogiera el metro, viajaría más estrecho pero llegaría antes, piensa Zoe, aunque eso nunca lo dirá en voz alta porque estos viajes son los que le aportan más dinero con el menor esfuerzo.
–Además, aquí atrás huele raro…
–Baje la ventanilla si lo desea.
Zoe se muerde el labio, nerviosa, mientras echa rápidos vistazos atrás para comprobar que el pasajero mira a un lado y a otro buscando el origen de ese olor. En cuanto le deje en su destino, parará a comprar otro ambientador para intentar camuflar aún más ese olor nauseabundo. Chasquea la lengua y niega con la cabeza, repitiéndose una y otra vez que nunca más recogerá a borrachos, por muy desesperados que parezcan por llegar a casa o por muy mal que lo estén pasando por una ruptura amorosa. Anoche fue lo que pasó. En cuanto supo que el tipo se había emborrachado porque su novia le había dejado, se le ablandó el corazón y una parte de ella se apiadó de él. Le pareció un gesto de lo más romántico. Si ella dejara a Bobby, ¿bebería él hasta perder el sentido para llorar su pérdida? Es una blanda y está muy falta de gestos románticos, piensa mirando al horizonte, aunque eso nunca lo admitiría delante de Hayley.
Una hora después, deja en la esquina de Wall Street a su pasajero y sin darle tiempo siquiera a poner el taxímetro a cero, suben sus siguientes clientes. Hombre y mujer, bien vestidos, con maletines, miradas furtivas entre ellos, rozándose los dedos de las manos que reposan en el asiento entre los dos, manos que lucen sus respectivas alianzas de casados… Nos vamos a un hotel…
–¿A dónde?
–Al Palace –responde el hombre sin dejar de mirar sus manos.
Otro tanto más, piensa Zoe con una sonrisa en los labios. Le dan ganas de girarse y decirles que no hace falta que se esfuercen más, que se nota a kilómetros de distancia que son amantes, pero el espectáculo le parece de lo más divertido, así que mantiene la boca cerrada y se limita a observarles por el espejo.
Aunque subir hacia Central Park a estas horas de la mañana es menos costoso que bajar al Downtown, enseguida se vuelve a ver inmersa en otro atasco. Esta vez, a sus pasajeros parece traerles sin cuidado, porque se han acercado bastante más y se están metiendo mano descaradamente. ¿Debería decirles algo? Quizá si la cosa se pone más intensa… aunque son preferibles las muestras de afecto a los vómitos de anoche. Es una idea tan romántica y loca… dejarlo todo y escaparse a un hotel para dar rienda suelta a su pasión… Sí, de acuerdo, los dos están casados, y esto está mal… pero aun así es tan romántico…
–Vale, estoy muy necesitada, lo reconozco –susurra en voz baja.
Media hora después, tras dejar a los tortolitos en el hotel, para el taxi en doble fila para comprar un café para llevar. Tarda solo dos minutos pero al salir un agente uniformado está escribiendo frenéticamente en un papel, plantado justo al lado de su coche.
–¡Eh! ¡Vale! ¡Que ya voy! ¡Por favor, han sido solo dos minutos!
–Señorita, cómprese otro reloj… Lleva más de diez minutos aquí parada en doble fila –contesta el agente sin levantar siquiera la cabeza para mirarla.
Vale, quizá había un poco de cola en la cafetería y luego se entretuvo hablando un rato con el dependiente y además al salir le dio unas monedas al indigente que había en la puerta. Atónita, observa la multa que el agente pone en sus manos. Luego se sube al taxi como una autómata y, cuando recobra el sentido, hace una pelota con el papel y lo lanza al salpicadero del coche mientras golpea con fuerza el volante.
–¡Mierda! ¡Joder! ¡Putos policías chupa sangre! –Salvo Hayley, claro está–. ¡Será que no habrá coches mal aparcados por la ciudad que tienen que pillarme siempre a mí! ¡Me persiguen! ¡Me han colocado una cámara y me siguen por toda ciudad!
Cuando dice esto último, escucha unos tímidos golpes en su ventanilla. Se gira y se encuentra con una chica que la observa con los ojos muy abiertos, seguro que alucinada por el espectáculo de histeria que acaba de presenciar. Lleva dos grandes maletas además de un bolso colgado al hombro. Va muy bien vestida, con un traje compuesto por una falda y una americana a juego muy elegante. Además, es muy guapa. Rubia, con un cutis envidiable y unos ojos impresionantes.
–Perdone –dice Zoe al abrir la puerta–. No estoy teniendo mi mejor día.
–A veces pasa…
–¿Quiere que la lleve al aeropuerto? –le pregunta Zoe.
–¿Tan evidente es?
–Bastante, aunque yo juego con ventaja porque he desarrollado una especie de don adivinando el destino de mis pasajeros antes de que me lo digan.
–¡Vaya!
Zoe guarda las maletas de la chica en el maletero mientras ella se sienta en la parte de atrás agarrando el móvil, que lleva sonándole todo el rato sin que ella haga nada por responder a la llamada.
–¿A cuál la llevo? –le pregunta cuando se sienta detrás del volante.
–Pensaba que ya lo habría adivinado.
–Aún lo estoy perfeccionando –contesta Zoe guiñándole un ojo mientras la chica sonríe abiertamente.
–Al JFK, por favor. Terminal de salidas internacionales.
–Perfecto.
Zoe arranca el motor y enseguida se sumerge en el tráfico de la ciudad mientras el teléfono de la chica sigue sonando sin parar. La mira de reojo por el espejo porque esa actitud la intriga, y enseguida empieza a montarse la historia en su cabeza. Sabe que se marcha fuera del país, y parece contenta por ello, al menos su sonrisa nada forzada es lo que le cuenta. Pero su semblante cambia cuando escucha sonar su teléfono. ¿Estará huyendo de alguien? ¿Estará en peligro y alguien la estará acosando? Será alguien peligroso si se ve obligada a marcharse incluso del país…
–Parece que el tráfico ha mejorado considerablemente respecto al de esta mañana y no tardaremos en llegar al aeropuerto –algo le dice a Zoe que esa chica necesita conversación que la distraiga de esas llamadas.
–Perfecto –contesta otra vez con su sonrisa sincera.
Aunque ese gesto se le borra enseguida cuando arruga la nariz, seguro que intentando averiguar de dónde procede esa mezcla de olores horrorosa.
–Perdone por el olor –se apresura a aclarar Zoe–. Anoche un tipo vomitó en mi taxi y aunque me he tirado más de dos horas limpiándolo y he puesto varios ambientadores, parece que se resiste a marcharse…
–Ah, es eso… –contesta la chica encogiéndose inconscientemente en el asiento–. No se preocupe.
–Intento no recoger borrachos, pero anoche uno de ellos acabó dándome pena y lo pagué caro…
–Hombres…
–Eso mismo…
Su teléfono vuelve a sonar y la chica, harta ya de oírlo, descuelga y se lo pega a la oreja con cara de enfado.
–¿Qué quieres? –responde cortante.
–Sharon, no me cuelgues. ¿Dónde estás?
–En el taxi.
–¿Ya? ¿Sin despedirnos siquiera?
–Creía que después del espectáculo que me montaste ayer, estarías avergonzado y no tendrías ganas de verme.
¿Espectáculo de ayer? ¿Avergonzado? Zoe no se pierde ni una de las palabras de la chica, y daría la vida por escuchar a la persona que está al otro lado de la línea. No parece tenerle demasiado miedo, así que quizá tan peligroso no sea. Y tampoco parece que se marche del país por su culpa…
–Vale, quizá me pasé un poco… ¡Pero yo te quiero, Sharon!
–Sully… –resopla con fuerza por la boca, mientras se peina el pelo con los dedos–. Yo también te quiero, pero también quiero este trabajo. Es una oportunidad que no puedo dejar escapar.
Zoe empieza a encajar mentalmente las piezas del rompecabezas. Ella estaba saliendo con un tal Sully, que le montó ayer un espectáculo que parece que a ella no le hizo mucha gracia. A ella le han ofrecido un trabajo en el extranjero que no puede rechazar, pero a Sully no le ha hecho gracia que lo acepte. Normal por otra parte… Si estás enamorado de alguien, que se marche del país, no es algo que te vaya a hacer mucha ilusión…
–Escucha, tengo que colgar. Te llamo cuando llegue a París.
–Podemos seguir con nuestra relación. Aunque sea a distancia. ¡Sí! ¡Piénsalo! Nos podemos hablar por Skype cada noche o bueno… cuando tú te vayas a dormir y yo esté… acabando de comer… O cuando te levantes por la mañana… Me pondré el despertador de madrugada para hablar contigo.
–Sully, tengo que colgar.
–Vale, vale, Sharon. Te quiero. Te echaré de menos. Te…
–Adiós.
Cuelga el teléfono y resopla por la boca. Mira por la ventanilla durante un buen rato, hasta que al mirar al frente, su mirada se encuentra con la de Zoe a través del espejo interior.
–Lo siento –es lo único que Zoe es capaz de decir, no solo porque la pillara espiando su conversación, sino por el tono de la misma.
–Son cosas que pasan –contesta Sharon encogiéndose de hombros y apretando los labios hasta convertirlos en una fina línea.
–Las relaciones a distancia son complicadas, y más aún con tantas horas de diferencia… –se decide a soltar Zoe.
–Eso dígaselo a él, que parece no haberse enterado.
–Está enamorado.
Sharon alza las cejas a la vez que encoge los hombros y vuelve a fijar la vista en el paisaje que discurre a través de su ventana. Zoe la observa detenidamente. Ese chico está claramente enamorado de ella, hasta el punto de querer aferrarse a una relación a distancia que ambos saben que es imposible. Y ella parece estar enamorada también, pero no de él, sino de su trabajo…
–París tiene que ser preciosa –dice Zoe.
–Lo es –contesta Sharon con la cara iluminada de nuevo por la emoción.
–Y romántica.
–Sí, supongo que sí –contesta girando la cabeza de nuevo.
El teléfono de Sharon sigue sonando, pero esta vez por la llegada de varios mensajes seguidos. El tal Sully no se debe dar por vencido. Zoe vuelve a mirar por el espejo para ver de nuevo su reacción y comprobar que, simplemente, los está ignorando.
–Bueno, hemos llegado –dice Zoe aparcando frente a las puertas de la terminal de salidas internacionales del JFK.
–¿Cuánto le debo?
–Pues serán treinta y dos dólares más el recargo por las maletas, así que cuarenta y dos en total.
–Tome. Quédese con el cambio. En París los dólares no me servirán para nada.
–Gracias –contesta Zoe con el billete de cincuenta ya en la mano.
Se apea del taxi para sacar del maletero las dos maletas enormes y, cuando lo cierra, las dos chicas se quedan una frente a la otra. Sharon levanta la vista al cielo azul de Nueva York y suspira con una gran sonrisa en la cara.
–Bueno, pues que tenga mucha suerte –le dice Zoe.
–Muchas gracias –responde ella.
La observa pensativa mientras se pierde por las puertas de la terminal. Arruga la frente y piensa en lo caprichoso que es a veces el destino, uniendo a personas con intereses claramente opuestos. Entonces, cuando va a cerrar la puerta del taxi, escucha un sonido que le resulta familiar. Extrañada, se queda muy quieta agudizando el oído, hasta que vuelve a escucharlo. Es el mismo sonido de mensaje que lleva escuchando durante todo el trayecto hasta aquí. La chica se ha dejado el móvil olvidado, así que rápidamente lo busca y cuando lo encuentra, corre hacia el interior de la terminal para devolvérselo.
En cuanto entra, se dirige a los mostradores de facturación de equipaje. Mira en las pantallas de encima de los mismos como una desesperada.
–Vamos a ver… París… París… ¡Allí!
Busca por la pequeña cola pero no da con ella, así que da varias vueltas sobre sí misma, intentando aclarar sus ideas y decidir qué hacer a continuación. A lo lejos ve un panel informativo con los números de puerta de embarque, y corre hasta él. Si no está en esa cola, debe de haber facturado ya su equipaje y debe haberse dirigido hacia la puerta de embarque. Zoe localiza la que es y emprende una carrera hacia allí, con la esperanza de pillarla antes de que pase el arco de seguridad, por el que es imprescindible cruzar con un billete de avión… sin él, se acabó su pequeña persecución. Pero entonces la divisa a lo lejos, a punto de ser cacheada por un agente de seguridad.
–¡Oiga! ¡Perdone! –Zoe se pone a gritar como una loca–. ¡Se dejó el teléfono olvidado en el taxi!
Ella ni siquiera se ha girado, así que Zoe se mueve de un lado a otro, intentando acercarse por todos los medios. Entonces, se salta un cordón de seguridad y corre como una loca mientras un guardia la empieza a increpar.
–¡Señorita! ¡Perdone señorita! ¡Tiene que hacer la cola como todo el mundo!
–¡Yo no quiero embarcar! –responde ella gritando–. ¡Solo quiero devolverle su teléfono a esa chica!
Varios pasajeros empiezan a girarse para mirarles, así que Zoe grita de nuevo con la esperanza de que la dueña del teléfono la escuche.
–¡Perdone! ¡Su teléfonooooooooooooooooooooooooooooo!
Entonces como por arte de magia, ella se gira. Zoe le muestra el móvil con el brazo en alto, pero entonces la chica hace algo que la deja de piedra. Le sonríe, le dice adiós con la mano y, sin más, cruza el umbral del arco de seguridad. Zoe observa la escena quieta, con la boca y los ojos muy abiertos, justo en el momento en que el guarda de seguridad que la seguía le da alcance.
–Vamos, señorita. Venga conmigo –le dice guiándola hacia la salida.
Zoe, totalmente descolocada, sostiene el teléfono en la mano y lo mira sin saber bien qué hacer. Está claro que la chica vio que lo llevaba en la mano y que la había perseguido con la intención de devolvérselo, así que entonces solo se le ocurría una explicación: se lo había dejado olvidado a propósito. ¿Tantas ganas tenía de quitarse de encima al pobre Sully? Eso era algo que Zoe no podía entender. ¿Tan horroroso es ese chico para que no quiera volver a saber nada de él?