El amante de siempre - Beverly Barton - E-Book

El amante de siempre E-Book

Beverly Barton

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Beschreibung

Aquél era el hombre al que una vez Manda Munroe le había ofrecido su inocencia, el hombre que la había rechazado sin piedad con la excusa de que era demasiado joven para él... Y ahora, convertido en guardaespaldas y con un cuerpo hecho para el pecado, Hunter Whitelaw era además el hombre con el que iba a casarse.Hunter aseguraba que aquel matrimonio era sólo una manera de alejar al acosador de Manda... Pero cuando descubrió que su prometida seguía siendo tan apasionada y tan inocente como siempre, Hunter vio peligrar su corazón.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Beverly Beaver

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El amante de siempre, n.º 51 - julio 2018

Título original: Whitelaw’s Wedding

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-738-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Prólogo

 

 

 

 

 

MANDA Munroe contemplaba sus curvas en el espejo. Sabía que era una mujer afortunada. Era bella, rica y consentida. Al menos eso era lo que le decía todo el mundo. Su padre, su hermano mayor y su abuela la colmaban de cariño y atenciones. Ella también los quería y por eso nunca les diría que jamás podrían llenar el gran vacío que le había creado la ausencia de su madre. Casi nunca se compadecía de sí misma por ser la única chica en su círculo de amigos que no tenía madre, pero acababa de cumplir dieciséis años y la necesitaba más que nunca. Su abuela era maravillosa, pero a sus sesenta años no estaba muy al día de lo que una adolescente necesitaba saber.

Manda se giraba lentamente ante el espejo. A su abuela no le parecería muy bien ese biquini que llevaba, pero si quería que Hunter Whitelaw se diera cuenta de que ya no era ninguna niña, tenía que hacer algo drástico. Dejarse ver por él sin apenas ropa quizá le abriría los ojos y dejaría de pensar en ella simplemente como la hermana pequeña de Perry. Siempre le había gustado Hunter, desde el momento en que su hermano lo había traído por primera vez a su casa hacía unos seis años, cuando los dos jugaban juntos al fútbol. Entonces sí era tan sólo una niña, pero incluso a los diez años ya había sabido que Hunter era el amor de su vida. Y cada año que pasaba estaba más segura de ello.

Lo único que tenía que hacer era convencerlo, y pasearse delante de él con su biquini le parecía una buena manera de empezar. No tenía mucho tiempo para conseguir sus objetivos. Hunter estaría en Dearborn tan sólo dos semanas y después volvería al Ejército.

Manda se hizo una coleta y agarró una enorme toalla blanca. Abrió la puerta de su dormitorio y se dirigió corriendo hacia las escaleras traseras que la llevaron hasta el patio. Se detuvo sobresaltada cuando vio a Hunter tumbado en una hamaca al lado de la piscina. Estaba solo. Manda respiró profundamente y se dirigió hacia él con decisión. Probablemente tenía menos de veinte minutos. Su padre estaba en el trabajo, su abuela estaría durmiendo su acostumbrada siesta de la tarde y Bobbie Rue, su mayordomo, estaría disfrutando de su día libre en casa de su hermana. Además, Manda sabía que su hermano Perry estaría en el supermercado comprando unas cervezas. Ella misma había escondido las que él había comprado la semana anterior y estaba segura de que él no podría pasar una calurosa tarde de verano sin su bebida favorita.

Hunter estaba totalmente estirado con sus musculosos brazos hacia atrás y con las manos reposando sobre su cabeza. Tan sólo llevaba un bañador negro. Mientras Manda se aproximaba hacia él, observaba su cuerpo casi desnudo de pies a cabeza. Su denso y corto cabello era castaño oscuro. Llevaba unas gafas de sol que le cubrían unos ojos que ella sabía que eran de un claro azul grisáceo. Tenía los hombros anchos, el pecho fuerte, bronceado y musculoso y una estrecha cintura. Y unas piernas larguísimas, manos grandes y pies grandes. Un vello oscuro y rizado le cubría el pecho y salpicaba sus brazos y sus piernas. ¡Eso era un hombre!

Manda se paseaba delante de Hunter, que no parecía advertir su presencia. Ella carraspeó y él alzó la vista sobre la montura de sus gafas.

—¡Hola! —dijo ella mientras ponía su toalla en la hamaca de al lado y echaba los hombros hacia atrás mostrando sus pechos, tan sólo cubiertos por unos pequeños triángulos de tela roja. Hunter gruñó y volvió a ponerse las gafas.¿Acaso no se daba cuenta de que ella era una mujer bellísima?—. ¿Dónde está Perry? —preguntó.

—Ha ido a por unas cervezas —respondió Hunter.

—¿Os importa si me quedo con vosotros?

—Ésta es tu casa, tu patio y tu piscina.

—Sí, ya lo sé —respondió Manda. Se tumbó en la hamaca que estaba al lado de Hunter, agarró un bote de bronceador y se aplicó la crema en los brazos y en las piernas. Había visto esa escena de seducción en una película y pensaba que merecía la pena intentarlo—. ¿Te importa darme crema en la espalda?

—¿Eh?

—¿Te importaría ponerme crema en la espalda? Yo no alcanzo y tengo la piel tan clara que me quemo con mucha facilidad.

Hunter no pudo evitar sentir un nudo en la garganta. ¿Qué iba a hacer con Manda? Hacía un par de años, Perry le había contado que a su hermana pequeña le gustaba su mejor amigo… Hunter. En aquel momento, le había parecido algo muy tierno y no le había dado mucha importancia. Pero en esos últimos días Manda lo había estado volviendo loco. Había hecho todo lo posible por atraer su atención y parecía que ese biquini que llevaba era otra de sus tácticas.

Tenía que admitir que si no hubiera sabido que Manda tenía sólo dieciséis años y si no fuera la hermana pequeña de su mejor amigo, tendría tentaciones. Manda era una chica preciosa y ella lo sabía.

Era demasiado guapa, demasiado rica y demasiado mimada. Compadecía al pobre hombre que terminara casándose con ella algún día. Estaba empezando a convertirse en una señorita muy cara de mantener.

—¡Claro! —dijo Hunter—. Date la vuelta.

Ella obedeció inmediatamente y después hizo algo inesperado: se desabrochó la parte de arriba del biquini, se lo quitó y lo dejó encima de la tumbona. Hunter no se había esperado eso, aunque tampoco debería parecerle muy raro si consideraba la manera en que se había comportado Manda en los últimos días.

—Así será más fácil —dijo ella.

—Manda, no creo que sea una buena idea —dijo Hunter suponiendo que ella todavía no sabía la facilidad con la que un hombre se podía excitar.

—¿Por qué no?

—Una señorita no se quita la ropa de esa manera… Tu abuela estaría…

—Mi abuela es una anticuada. Dejó de ser joven y de estar enamorada hace demasiado tiempo y probablemente ya le habrá olvidado cómo se siente.

—Vamos, Manda, ponte el biquini y compórtate como una persona mayor y no como una niña estúpida —dijo Hunter, sorprendido de las palabras de Manda y sabiendo que él nunca podría mantener una relación con ella.

—¡Una niña estúpida! —exclamó Manda. Se dio la vuelta rápidamente y Hunter no pudo evitar ver sus firmes y grandes pechos.

—¡Por el amor de Dios! ¡Ponte el biquini ahora mismo!

—No soy una niña estúpida —dijo ella sin obedecer la orden de Hunter—. Soy una mujer. ¡Maldita sea! ¿No te das cuenta de que soy algo más que la hermana pequeña de Perry?

Hunter intentaba mantener su atención en el rostro de Manda, pero eso no era una tarea muy fácil mientras tenía ante sí aquel lujurioso cuerpo casi desnudo. Agarró la toalla de la tumbona y empezó a envolverla alrededor de Manda pero, con otro movimiento inesperado, ella se agarró a él con fuerza, presionado sus pechos desnudos contra el cuerpo de Hunter. Él la agarró de los hombros y la apartó.

—¿Qué demonios pasa? —dijo Perry Munroe desde la puerta de atrás.

—Tu mejor amigo estaba intentando seducirme —dijo Manda mirando a Hunter maliciosamente.

—Perry…

—Maldición, Manda. Vístete, ¿de acuerdo? Y deja a Hunter en paz.

—¿No me crees? —le preguntó Manda, ofendida.

—Sube a tu habitación y ponte un bañador decente antes de que te vea la abuela —dijo Perry mientras tapaba a su hermana con una toalla—. Y mientras esté Hunter con nosotros, ¿lo puedes dejar en paz?

—Puede que tú no me creas, pero ya veremos lo que dicen papá y la abuela.

—No te atrevas a repetir esa acusación —dijo Perry mientras Manda se alejaba—. Lo siento —dijo dirigiéndose a Hunter—. Está demasiado mimada. Siempre le damos lo que quiere y, por desgracia, ahora te quiere a ti.

—La verdad es que me da miedo. Es como una bomba que está a punto de explotar.

—Y sólo tiene dieciséis años —dijo Perry riéndose—. ¿Te puedes imaginar lo que pasará cuando tenga dieciocho? Que Dios nos ayude.

—Que Dios ayude al hombre que se case con ella.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

PERRY Munroe encontró a su hermana andando de un lado a otro a otro de la sala de espera de las urgencias del Dearborn Memorial Hospital. Cuando la había llamado hacía una hora, estaba al borde de la histeria y no paraba de repetirse las mismas palabras: «Ya ha vuelto a pasar. La maldición de Manda Munroe». Lo que Perry pudo deducir de su breve conversación fue que el hombre con el que había salido esa noche se había puesto enfermo durante la cena y lo había tenido que llevar al hospital. ¿Por qué le tenía que pasar algo así a Manda? Hacía mucho tiempo que no había salido con nadie. Desde la muerte de su prometido, Mike Farrar.

Perry había tenido la esperanza de que el infierno por el que su hermana había pasado se hubiera acabado para siempre y que pudiera llevar una vida normal, encontrara un hombre al que amar, se casara y tuviera niños. Sabía que eso era lo que más deseaba su hermana en el mundo y pensaba que quizá Boyd Gipson, que trabajaba con ella en la misma clínica, también como psicólogo, sería por fin el hombre adecuado. Pero, por alguna razón, Boyd había caído en la maldición de Manda Munroe, la frase que un periodista insensible había acuñado hacía unos años después de que se hubiera encontrado el cadáver de Mike Farrar tras su misteriosa desaparición. En ese momento, el periodista había desenterrado la trágica historia del pasado de Manda y de la muerte de su primer prometido cuando ella tenía veintiún años.

Cuando Manda lo vio, corrió hacia él. Perry la recibió con un abrazo.

—Oh, Perry. Ha vuelto a suceder. Boyd y yo estábamos tomando el postre, cuando de repente se puso enfermo. No sé cómo alguien pudo hacer algo así, pero estoy segura de que han intentado asesinarlo.

—¿Qué dice el médico?

—Dice que ha debido de ser la comida, pero yo no estoy tan segura —dijo Manda mirando a Perry con ojos asustados—. Pensé que algún día podría llegar a tener una amistad con un hombre sin…sin… Sólo hemos salido tres veces. No es nada serio, tan sólo nos hacemos compañía. Pero también era eso lo que tenía con Mike, simplemente éramos dos amigos que habían perdido a la persona a la que amaban en el pasado y… Él no permitirá que esté con nadie más, ¿verdad? Ni siquiera con un amigo.

—Escucha, cariño, sinceramente no creo que el lunático responsable de la muerte de Mike tenga algo que ver con esto. Es tan sólo una coincidencia. Tiene que serlo. La gente se intoxica por la comida con mucha frecuencia. Y tú no tenías ninguna manera de saber lo que le iba a pasar a Boyd, ¿verdad?

—No. Pero tengo que decirle que no nos podemos ver más. No me puedo arriesgar. Si le pasara algo… nunca me lo podría perdonar.

—¿Qué pretendes? ¿Vivir el resto de tu vida como una monja? Te mereces algo mejor. Estás permitiendo que un lunático te controle la vida.

—Perry, han muerto dos hombres a los que yo he querido —dijo Manda—. Primero Rodney y después Mike. Alguien que está obsesionado conmigo y que no quiere que me case con otra persona los mató. Me niego a poner en peligro la vida de otra persona.

Perry sabía que cuando se ponía así, no merecía la pena intentar que razonara. Él estaba seguro de que lo que le había pasado a Mike había sido un accidente, pero Manda estaba decidida a culparse a sí misma. Pobre Manda, cada vez se parecía menos a la niña libre y mimada que había sido. La muerte de Rodney Austin en un accidente de tráfico, justo una semana antes de la boda, la había destrozado. Eso había pasado hacía doce años y a Manda le había costado mucho superar esa pérdida, pero finalmente se había prometido a su buen amigo, Mike Farrar, que había perdido a su mujer a causa de un cáncer. Cuando se prometieron, Manda había recibido una serie de cartas que le advertían que no se casara con Mike y que si lo hacía, él moriría igual que Rodney. Habían llevado las cartas a la policía, pero las autoridades locales no habían podido encontrar al autor. Sólo unos días antes de la boda, Mike había desaparecido. Su cuerpo fue encontrado en el Poloma River. Le habían disparado en la espalda. Nunca se descubrió al asesino.

Manda no había vuelto a salir con nadie más en los últimos cinco años. Perry había tardado meses en poder convencer a su hermana de que aceptara las insistentes invitaciones de Boyd.

¿Se habría equivocado al animarla a olvidarse de su pasado y a seguir con su vida?

 

 

La carta llegó una semana más tarde. Manda fue a la oficina de Perry en el centro de Dearborn y le puso el sobre blanco encima de la mesa.

—Léela —dijo ella.

El autor de la carta le aseguraba a Manda que él no era el responsable de la enfermedad de Boyd, pero añadió que ni siquiera el destino había querido que Manda estuviera con otro hombre. Terminaba la carta con una advertencia: «Ya sabes que nunca te dejaré ser feliz con otro hombre. Lo mataré. Y si eres tan estúpida como para permitir que vuelva a suceder, quizá te mate a ti también». El tono de la carta era parecido al de la que había recibido pocas semanas antes de la boda con Mike. La boda que nunca llegó a celebrarse.

Perry insistió que Manda llevara la carta a la policía. Él fue con ella, por supuesto, y, como se había imaginado, las autoridades locales admitieron que no había muchas posibilidades de detener al culpable si la única prueba que tenían eran las cartas.

A Perry lo invadió la rabia. No iba a permitir que su hermana cayera en un pozo sin fondo. Era joven, sólo tenía treinta y tres años, guapa y llena de amor. Pero alguien estaba empeñado en controlar su vida amorosa. Tenía que haber alguna manera de poner fin a esa locura. Él debería haber hecho algo hacía tiempo, después de la muerte de Mike, pero había dejado pasar los años sin pensar en un plan de acción.

Lo que Manda necesitaba era un hombre que no sólo fuera capaz de superar a un posible asesino, sino que también la protegiera. Perry sonrió maliciosamente. Sabía quién era el hombre perfecto. Lo llamaría sin falta esa misma noche y al día siguiente le diría a Manda que se iba a casar con el hombre de sus sueños de adolescente.

 

 

Hunter Whitelaw puso los pies encima de la rústica mesa de madera, posó la espalda sobre el respaldo del sofá y rugió perezosamente. Su compañero de Dundee, Matt O’Brien, y él, habían terminado un encargo de un mes, y los agentes Jack Parker y David Wolfe también habían terminado recientemente un trabajo difícil. El caso de Hunter y Matt le había traído a Hunter unos recuerdos un tanto desagradables. Un multimillonario americano le había regalado a sus hijas gemelas un viaje a Europa, pero quería que estuvieran protegidas día y noche. A simple vista, había parecido un trabajo fácil, un viaje a Europa con todos los gastos pagados. Al menos eso era lo que Matt había pensado, pero Hunter había sabido los problemas que les podrían dar unas jovencitas tan guapas. Ya había aprendido esa lección hacía años.

Jack Parker estaba cocinado para cenar lo que habían pescado esa mañana. Hunter suspiró y cerró los ojos deleitándose en el olor de la cena. Los cuatro habían decidido pasar un fin de semana de pesca. A Jack le gustaba pescar tanto como a Hunter. Era un tipo alegre que adoraba la vida. Wolfe era todo lo contrario, un hombre sombrío y solitario al que la vida parecía pesarle demasiado. Y Matt era el tipo atractivo que siempre tenía a todas las mujeres a sus pies. Incluso las gemelas Rhea y Risa lo habían estado persiguiendo sin parar en el viaje a Europa.

Hunter sonrió. Ninguna adolescente se le había vuelto a insinuar desde aquella vez que la hermana de Perry Munroe había intentado seducirlo al lado de la piscina de su casa. La abuela de Manda se había creído el cuento de que había sido él el culpable y le había prohibido la entrada en el hogar de los Munroe. Por supuesto, su padre y su hermano Perry habían sabido que Manda mentía y le habían asegurado que siempre sería bien recibido en esa casa.

—La cena está lista —dijo Jack desde la cocina—. Venid antes de que se enfríe.

Los cuatro hombres se sentaron alrededor de la mesa de madera de la cocina. Tres de ellos se reían y hablaban a lo largo de la comida, pero Wolfe simplemente comía. Hunter no entendía muy bien a Wolfe. Había algo en él que lo inquietaba, pero no sabía qué. Tenía que ser un buen tipo o no estaría trabajando en la oficina de Dundee. Sam Dundee, el dueño de la agencia, lo había contratado personalmente. Pero nadie sabía nada de su vida anterior.

Después de cenar, la natural camaradería entre Hunter, Jack y Matt siguió mientras se tomaban unas cervezas y veían la televisión. Wolfe se excusó y se fue a dar un largo paseo. Volvió después de que se hiciera de noche, se despidió y se fue al dormitorio que compartía con Matt.

—¿Por qué será Wolfe tan misterioso? —preguntó Matt—. ¿Cuál será su historia?

—¿Quién sabe? —dijo Jack encogiéndose de hombros.

—Sea lo que sea no es asunto nuestro —les dijo Hunter—. Es obvio que le pasa algo, y si quisiera que lo supiéramos nos lo contaría.

—Bueno, yo creo que me voy a dar un baño en el río—dijo Jack estirándose—. He quedado con las chicas de la cabaña de al lado. ¿Os queréis venir?

—¿Cuántas chicas son?

—Dos —contestó Jack—. Una castaña y una pelirroja.

—Yo voy —dijo Matt—. No te importa, ¿verdad, Hunter? Ya sé que a ti te gustan las rubias, así que…

—No te preocupes. Me voy a tomar otra cerveza y voy a leer un rato.

Y eso fue exactamente lo que hizo. Se tomó otra cerveza, se tumbó en el sofá y se puso a leer. Pero, por alguna razón, no podía concentrarse. Veía las palabras borrosas. Quizá necesitara gafas y eso fuera una parte de su futuro inmediato.

Iba a cumplir cuarenta años dentro de seis meses. ¿Dónde se habían ido todos esos años? ¿Y qué había hecho él en su vida? Un matrimonio fracasado que había terminado en divorcio hacía diez años. No tenía hijos. Pero tenía un trabajo que le gustaba y bastante dinero en el banco. No estaba mal para un pobre chico de Georgia que había crecido en la granja de sus abuelos. Desde los dieciséis años, cuando había conocido a Perry Munroe, había sabido que algún día él llegaría a formar parte de ese mundo privilegiado al que pertenecían los Munroe. Pero lo que más deseaba era casarse con una mujer de ese mundo, que le diera el pedigrí que él no tenía.

Había conseguido todo lo que había querido. Como miembro del servicio secreto Delta Force, había llevado una vida llena de emociones y peligros. Había conseguido el dinero suficiente para comprarse una casa grande y un coche deportivo. Y se había casado con Selina Lewis, una mimada heredera para la que los votos del matrimonio no significaban nada. Tuvo una aventura con un compañero de Hunter que dio fin a los intentos por salvar esa desafortunada unión.

Sonó el teléfono. Hunter se levantó del sofá, evidentemente molesto, cruzó la habitación y contestó.

—Aquí Whitelaw. Espero que sea importante.

—Hunter. Soy Perry Munroe. Y esto es muy importante.

—Perry, ¿cómo has sabido dónde encontrarme?

—Llamé a la agencia de Dundee y les dije que se trataba de una emergencia en la familia.

—No tengo familia desde que se murió mi abuela hace dos años, así que debe de ser una emergencia en tu familia, no en la mía.

—Escucha. Tengo que pedirte un favor enorme.

—Puedes pedirme lo que quieras —dijo Hunter.

Aunque él y Perry no se había visto desde hacía un par de años, Hunter todavía lo consideraba uno de sus mejores amigos. Siempre estaría ahí cuando lo necesitara.

—Tengo una oferta de trabajo para ti —dijo Perry—. Un trabajo de guardaespaldas.

—¿Necesitas un guardaespaldas?

—Yo no.

—¿Tu mujer?

—No, Gwen no.

—Entonces, ¿quién?

—Manda.

—¿Quieres contratarme como guardaespaldas de Manda?

—En cierto modo —dijo Perry—. En realidad, serías algo más que su guardaespaldas.

—¿Qué es lo que quieres que haga exactamente?

—Quiero que te cases con mi hermana.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

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