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A pesar de haber sido amenazado de muerte, Lorenzo Foscari se negaba a tener guardaespaldas. Por eso se enfadó mucho cuando la compañía de seguros ignoró sus protestas y contrató a la mujer más atractiva que había visto en su vida para protegerlo. Antonia Simpson sabía que aquel trabajo iba a ser el más duro de toda su carrera profesional. Sin embargo, una vez que el enfado inicial de Lorenzo se disipó, quedó atrapada en la red de su seducción. Y cuando él la besó, Antonia descubrió que proteger a ese hombre, día y noche, podía ser lo más excitante del mundo...
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Seitenzahl: 159
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Mary Lyons
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El amante más apasionado, n.º 1148- marzo 2021
Título original: The Italian Seduction
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-131-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
LORENZO, por favor! Podrías estar en peligro.
—¡Tonterías!
De pie, detrás de su escritorio, Lorenzo Foscari, irritado, encogió los anchos hombros y continuó metiendo papeles en un portafolios abierto.
—Matteo, de verdad, en mi opinión, tú y los otros directores de la empresa estáis tomándoos demasiado en serio estas estúpidas amenazas.
Matteo Barocci suspiró enérgicamente antes de volver a intentar persuadir al hombre más joven para que mostrara más sentido común.
Desgraciadamente, estaba claro que no iba a ser tarea fácil. Lo que no era sorprendente. Al fin y al cabo, no era de esperar que un soltero atractivo y de buena posición, con treinta y ocho años y mujeres a elegir, estuviera dispuesto a que se menoscabara su vida privada.
No obstante, como miembro de la directiva de la gran empresa industrial, de la que Lorenzo era presidente de la junta directiva y director gerente, Matteo estaba de acuerdo con la empresa de seguros cuando esta insistió en que se debía actuar inmediatamente.
—En caso de que algo le ocurriera al señor Foscari, tendríamos que pagarle una gran cantidad de dinero a su empresa. Por este motivo, no podemos correr riesgos innecesarios e insistimos en que tiene que aceptar protección personal en todo momento hasta que su vida deje de estar amenazada.
Pero una cosa era lo que la compañía de seguros decía y otra muy diferente convencer a Lorenzo de la necesidad de aceptar las medidas que ellos imponían, pensó Matteo suspirando de nuevo. En cualquier caso, no tenía más remedio que continuar insistiendo.
—Vamos, Lorenzo, tienes que atender a razones —rogó Matteo—. Por tonto que a ti te parezca, sería aún mayor tontería no prestar atención a las amenazas contra tu vida que te han enviado.
—Sí, cierto. Tienes toda la razón en eso de que debo tomar precauciones —dijo Lorenzo mientras metía el pasaporte en el portafolios; después, lo cerró—. Y eso es precisamente lo que voy a hacer.
—En ese caso, estarás de acuerdo en que un guardaespaldas…
—No, en absoluto —Lorenzo sacudió su oscura cabeza y apretó el botón del intercomunicador para avisar al chófer de que se disponía a salir del edificio—. Estoy más que dispuesto a tener cuidado; sin embargo, me niego a creer que mi vida corra un peligro inminente. No creo que haya nada que justifique un guardaespaldas.
—Pero la compañía de seguros y los demás directores de la empresa insisten en que…
—¡Maldita sea, Matteo! —los ojos azules de Lorenzo tenían una exprexión de frustración—. Ambos sabemos que ese tipo no es más que un ladrón. Un sinvergüenza que, como director de contabilidad, traicionó nuestra confianza y robó decenas de millones de liras a la empresa antes de que yo le echara. ¿Cierto o no?
—Cierto, pero…
—Sí, ya lo sé; al parecer, ha amenazado con matarme —añadió Lorenzo impaciente—. Pero no comprendo por qué todo el mundo está empeñado en tomarlo en serio.
—Ya te he explicado que…
—¡Vamos, Matteo! De acuerdo que Giovanni es un ladrón y un hombre sin escrúpulos, pero la idea de que, de repente, se haya convertido en una persona peligrosa es totalmente absurda.
Ignorando las protestas de Matteo, Lorenzo agarró el portafolios y se dirigió hacia la puerta de su amplio despacho.
—Pero la compañía de seguros insiste en que tomes precauciones —protestó Matteo, casi corriendo para mantener el paso del alto y delgado cuerpo de Lorenzo, cuando este salió y se dirigía por el pasillo hacia su ascensor personal.
—¿Durante cuánto tiempo se supone que tendría que soportar ir a todas partes con un guardaespaldas? ¿Un mes? ¿Seis meses? ¿Un año?
—La verdad es que no lo sé —contestó Matteo—. Supongo que un tiempo.
—Esa es precisamente la misma conclusión a la que yo he llegado —espetó Lorenzo cuando las puertas del ascensor se abrieron. Lorenzo entró seguido de su compañero de trabajo—. ¡Olvídalo, Matteo, porque no estoy dispuesto a que se me obligue a vivir, durante Dios sabe cuánto tiempo, con un gorila sin cerebro!
Ya era demasiado tarde para arrepentirse de no haber llamado a la policía inmediatamente después de que los auditores le informaran de un serio problema en el departamento de finanzas. Actuar con celeridad habría ahorrado a todo el mundo tiempo y problemas.
Desgraciadamente, en vez de mostrar sentido común, Lorenzo había permitido que la compasión se antepusiera al buen juicio.
Después de llamar a su despacho al jefe de contabilidad, Giovanni Parini, Lorenzo se quedó desconcertado cuando aquel, llorando, admitió su culpa, preocupado por el futuro de su esposa y de sus tres hijos. Motivo por el cual Lorenzo no avisó a la policía y se contentó con despedir al contable.
¡Qué idiota había sido! Ya que pronto se hizo evidente que Giovanni no tenía esposa ni hijos, y ahora se había dado a la fuga, no sin antes enviar una carta en la que amenazaba con matar a Lorenzo.
—No puedes continuar ignorando los requisitos de la compañía de seguros.
—¿Mmmm? ¿Qué requisitos? —preguntó Lorenzo en el momento en que las puertas del ascensor se abrieron.
Lorenzo salió al vestíbulo y se encaminó hacia la puerta principal del edificio.
—¡No me has escuchado! Te he dicho que la compañía de seguros insiste en que tengas un guardaespaldas, que deberá acompañarte en todo momento y a todas partes, hasta que atrapen a Giovanni Parini —contestó Matteo.
—¡Tonterías! ¿En serio estás diciéndome que…?
Matteo asintió rápidamente.
—Han dicho que, si no lo haces, sobre todo ahora que vas a pasar dos semanas en el extranjero, retirarán inmediatamente tu cobertura.
—¡Eso es una ridiculez! —exclamó Lorenzo enfadado—. ¿Cómo se les puede ocurrir la estupidez de que Giovanni va a seguirme por Europa? Ni siquiera se sabe mi itinerario completo; en ese caso, ¿cómo va él a estar enterado de mis reuniones en Suiza, Alemania o Inglaterra? ¿Cómo va a saber qué día voy a estar dónde cuando ni siquiera yo lo sé?
Matteo se encogió de hombros.
—Al parecer, te consideran de vital importancia respecto al futuro de la empresa; y es precisamente por eso por lo que no quieren correr ningún riesgo y están dispuestos a retirar la póliza, si no cumples con sus términos.
—Voy a perder el avión a Zurich si no me doy prisa. Lo que significa que no tengo tiempo para seguir discutiendo sobre este asunto —declaró Lorenzo enfadado mientras le daba el portafolios al chófer antes de subirse al asiento posterior del vehículo.
—Lo siento —dijo Matteo suspirando—. Créeme, pero los del seguro se muestran inflexibles respecto a lo del guardaespaldas. Al parecer, te van a enviar uno cuando llegues a Londres. Incluso van a pagar ellos por el guardaespaldas.
—¡Eso espero! —espetó Lorenzo—. Sobre todo, cuando pienso en la cantidad de dinero que, con los años, hemos pagado a la compañía de seguros. En fin, solo voy a decirte una cosa más: ya que van a obligarme a tener un guardaespaldas… ¡será mejor que me envíen al mejor que tengan!
A más de mil kilómetros de la sofisticada ciudad de Milán, Antonia Simpson suspiró al recostarse en el respaldo del asiento contiguo al del conductor del Rolls Royce.
Mientras contemplaba las hojas de los árboles en las estribaciones del aeródromo, pensó en que era hora de tomarse un descanso. Cierto que tenía su propio negocio y que estaba ganando una considerable cantidad de dinero, pero la tensión de mantenerse siempre alerta y consciente del peligro había empezado a cansarla.
Lo que era ridículo, ya que había pasado once años disfrutando todos los aspectos de su trabajo. Once años con más aventuras que las que una persona normal experimentaba en toda una vida.
Siempre había sido un poco «chicazo», cosa que tenía una explicación: tras la muerte de su madre, cuando Antonia solo contaba con unos meses de vida, su padre la había criado de la misma manera que a sus tres hermanos mayores. Y, con el paso de los años, Antonia acabó siendo la única que heredó su habilidad para los deportes.
Al acabar el colegio, se preparó para ser profesora de gimnasia, y de ahí pasó a hacerse especialista en «protección personal», tras cursos de técnicas avanzadas de seguridad y defensa.
Pero, últimamente, se había sorprendido a sí misma preguntándose qué se sentiría llevando una vida normal.
Esa era precisamente una de las razones por las que acababa de fundar su propia empresa de seguridad. La empresa estaba especializada en dar cursos de entrenamiento, tanto para el público como para los empleados de empresas de seguridad, y también proporcionaba equipos de vigilancia para diversos problemas, desde el robo hasta la prevención del espionaje industrial.
Era un trabajo mucho más tranquilo que la mayoría de los que había realizado en el pasado. Sin embargo, Antonia había empezado a pensar que le faltaba algo vital en la vida.
La mayoría de sus amigas estaban casadas y tenían familia. Aunque ella no estaba buscando marido, ni tampoco había pensado en tener hijos sola, empezaba a sentirse insatisfecha con su vida, cosa que no sabía cómo combatir.
Quizá, la solución a sus problemas fuera tomarse unas vacaciones.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando el Rolls Royce, frenando despacio, se detuvo.
—¡Por favor, Harold! ¿Cuántas veces tengo que decirle que, al primer signo de obstrucción deliberada, tiene inmediatamente que poner la marcha atrás y pisar a fondo el acelerador?
—Sí, ya lo sé, señorita —murmuró el chófer—. Pero no tengo valor para hacerle daño a este coche.
—Está bien —Antonia suspiró—, ya sé que es duro romper con los viejos hábitos. Pero si se trata de elegir entre salvar el coche o la vida de tu pasajero, la elección es clara, ¿no? Venga, intentémoslo otra vez, ¿le parece?
Harold suspiró pesadamente. Era evidente que no le gustaba ese curso, diseñado para enseñar a los conductores de ricos hombres de negocios a escapar de situaciones difíciles.
—¡Mucho mejor! Sí, lo está haciendo mucho mejor —dijo Antonia unos minutos más tarde—. Bueno, voy a dejar que continúe usted solo. Quiero que siga dando vueltas al circuito hasta que aprenda a reaccionar instintivamente, sin necesidad de pensar. Después, uno de mis ayudantes le ayudará a aprender a controlar el vehículo cuando pase por aceite derramado deliberadamente en una carretera, ¿de acuerdo?
El conductor asintió, Antonia salió del coche y comenzó a caminar hacia un edificio grande y decrépito al fondo del viejo aeródromo de East Anglign, una reliquia de la segunda guerra mundial.
En junio, cuando el sol lucía, Inglaterra era un lugar perfecto, pensó Antonia mientras se quitaba el casco y dejaba suelta su melena rubia que le caía por encima de los hombros.
En ese momento, sonó su teléfono móvil.
Reconoció el número de la persona que le llamaba, James Riley, un viejo compañero de trabajo que ahora dirigía una importante agencia de seguridad. James era muy persuasivo, pero no iba a permitirle que la convenciera de aceptar uno de sus horribles trabajos.
—No estoy interesada en ser la guardaespaldas de ninguna princesa árabe —anunció Antonia antes de dar tiempo a James a decir nada—. Tú última cliente era una adicta a las compras. Es más, creo que jamás en la vida volveré a una tienda en Knightsbridge o Bond Street.
—¡Eh, Tony, espera un momento! Esto es totalmente distinto.
—¿Ah, sí, no me digas? Además, tengo mi propio negocio, y me sobra el trabajo. Y…
—Eh, tranquilízate. Y tienes razón, admito que no debería haberte cargado con ese trabajo. Fue un error por mi parte, ¿de acuerdo? No era digno de una persona de tu experiencia…
—Cuando empiezas con halagos, es porque tienes un trabajo sucio para mí, ¿verdad? Bien, ¿de qué se trata esta vez? ¿Quieres que vaya a investigar un caso de espionaje industrial en una apestosa fábrica de productos químicos? ¿O se trata de traficantes de drogas? ¡Vamos, habla!
—Te equivocas. En realidad, el trabajo que te ofrezco es agradable y sencillo. Solo se trata de hacerte cargo de la seguridad de un cliente importante durante su hospedaje en Londres, que será de unos diez días aproximadamente. Como ves, nada especial, trabajo fácil. Y el pago por el servicio es espectacular.
—Mmm —murmuró ella, sospechosa—. James, si es tan fácil como tú dices, ¿por qué te has molestado en llamarme? Podías encargarte tú de ello, ¿no?
—Bueno… la verdad es que… —James suspiró profundamente—. En fin, confieso que tenía a Pete Davis para hacer el trabajo. Pero ese idiota se quedó dormido al volante, anoche, mientras conducía a su casa. Ahora está en el hospital con los brazos y las piernas escayolados.
—¿Y…?
—Y, con tan poco tiempo, no he podido encontrar a nadie adecuado para el trabajo —admitió James—. El cliente ha recibido amenazas contra su vida, pero no se las toma en serio; sin embargo, la compañía de seguros, sí. Se trata de un hombre italiano que se mueve en círculos importantes, y su guardaespaldas tiene que ser alguien que no desentone en esos círculos. Por eso he pensado en ti. Ah, y otra cosa, el cliente tiene fama de mujeriego.
—¡Vaya, gracias! Bueno, ¿de cuánto dinero estamos hablando?
Cuando James mencionó la cantidad, Antonia emitió una carcajada.
—¡Olvídalo!
—Vamos, Tony, no me lo pongas difícil.
—¿Que no te lo ponga difícil? Soy yo quien va a tener que aguantar a un tipo que, según tú, es un mujeriego; lo que significa problemas. Así que, si quieres que haga el trabajo, tendrás que doblar la cantidad que has dicho, encargarte tú de los preparativos y proporcionarme un equipo de profesionales para vigilancia las veinticuatro horas del día; de lo contrario, olvídate de mí.
—¡Eres muy dura! —gruñó James antes de aceptar los términos de Antonia.
Lorenzo suspiró de alivio mientras examinaba la espaciosa habitación del hotel. Después de tantas e intensivas reuniones en Zurich y Bonn, por fin iba a tener unos días más tranquilos en Londres.
Se quitó la chaqueta del traje, se aflojó la corbata y decidió que, antes de darse una ducha, necesitaba una copa.
Por fortuna, solo iba a tener una reunión de trabajo en Londres, con un banco privado, sobre la financiación de una nueva fábrica en el norte de Inglaterra. Lo que significaba que tendría tiempo de sobra para visitar a sus amigos y también a su sobrina, que estaba en un colegio en Cambridge perfeccionando el inglés.
Sin embargo, lo primero que iba a hacer era solucionar ese estúpido asunto del guardaespaldas.
Lorenzo, pensativo, se sirvió un whisky y se asomó al ventanal desde el que se veía Hyde Park Corner.
Durante los últimos días, había tenido tiempo para reflexionar y llegar a la conclusión de que la mejor solución al problema sería ofrecer al guardaespaldas, un tal Tony Simpson, el doble o el triple de la cantidad que le iba a pagar la compañía de seguros a cambio de que le dejara en paz. Una solución sencilla que satisfacería a ambos interesados.
Un rato más tarde, después de haberse dado un baño, en vez de una ducha, Lorenzo se sentía mucho mejor. Había permitido que la idea de llevar a un guardaespaldas a todos lados le obsesionara, se dijo a sí mismo mientras se hacía el nudo de la corbata.
Ahora, lo mejor que podía hacer era pensar en la reunión con sus amigos, que habían tenido la amabilidad de invitarle al Albert Hall a ver Otello, la ópera de Verdi.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos golpes en la puerta.
Lorenzo, esperando que fuera algún miembro del personal del hotel o el chófer de la limusina que habían puesto a su disposición durante su estancia en Londres, abrió la puerta y se sorprendió al encontrarse con una alta y delgada joven de ojos grises.
—¿El señor Foscari?
—Sí, soy Lorenzo Foscari. ¿Qué desea? —preguntó Lorenzo educadamente.
—Bueno… creo que esa pregunta debería hacerla yo —respondió ella con una sonrisa—. Soy Antonia Simpson. Tengo entendido que me esperaba.
Momentáneamente confuso debido a que el apellido le resultaba familiar, Lorenzo estrechó la mano que la desconocida le ofrecía. Después, la mujer volvió a sonreírle y se adentró en sala de estar de la habitación de Lorenzo.
—Una habitación muy bonita —comentó ella mirando a su alrededor—. Y con vistas a Hyde Park Corner, ¿no?
Antonia se acercó al ventanal.
—Sí, eso creo —murmuró él al tiempo que se apoyaba en el marco de la puerta y miraba a su visitante con curiosidad.
La mujer, desde los zapatos de tacón a los pendientes de brillantes, tenía clase. Pero… ¿qué demonios estaba haciendo ahí?
Antonia, por su parte, estaba sorprendida. Aunque no podía decir que aquel hombre poseía una belleza clásica, debido a la nariz aguileña y a los prominentes pómulos, reconocía que el señor Foscari era un hombre sumamente atractivo.
A pesar de ello, no le gustó la forma en que él la estaba mirando.
—Es un placer conocerla —dijo Lorenzo, conteniendo una sonrisa, mientras miraba a la joven—. No obstante, le agradecería que me dijera qué está haciendo aquí.
Ella se lo quedó mirando con expresión interrogante. Por fin, sacudió su rubia cabeza, se acercó a él y le tendió una tarjeta de visita.
—Lo siento. Al parecer, ha debido haber un malentendido —Antonia se encogió de hombros—. Suponía que la agencia le había dado todos los detalles a su llegada al hotel.
—¿La agencia?
—La agencia de James Riley, Worlwide Security, es una empresa muy eficiente —le aseguró ella al ver su expresión de confusión—. Sin embargo, no tiene por qué preocuparse, yo misma me he encargado de verificarlo todo. Así que, si ya está listo…
Antonia miró el esmoquin de Lorenzo y añadió:
—El chófer está esperando en la salida posterior del hotel y…
—¡Eh, un momento! —exclamó Lorenzo, a la vez que su buen humor desaparecía por momentos—. ¡Debe tratarse de un error!
—¿Un error? —Antonia frunció el ceño—. Según tengo entendido, usted va a ir al Albert Hall esta noche a…
—¡Sé perfectamente que voy a ir al Albert Hall! —le espetó él irritado—. Lo que me preocupa es lo que está usted haciendo aquí.
—Lo siento, señor Foscari. Es evidente que ha debido haber un malentendido entre Worlwide Security y usted. Sin embargo, he sido designada como guardaespaldas…
—¡Qué estupidez!
—Y se me ha encargado cuidar de su seguridad durante su estancia en Gran Bretaña —continuó ella con calma.