Sedúceme - Mary Lyons - E-Book
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MARY LYONS

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Beschreibung

Harriet podría ser una buena abogada... pero en lo referente a los hombres era una auténtica ignorante. A Finn le encantaría ser su maestro en esta materia, pero ella le dejó muy claro que no tenía intención de formar parte de su harén. Harriet era la primera mujer que se había mostrado inmune a sus encantos, quizá, por eso, Finn estaba tan decidido a conquistarla…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Mary Lyons

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sedúceme, n.º 1076- abril 2022

Título original: Reform of the Playboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-769-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

BUENO, cuéntame algo más de esa fiesta.

—No hay mucho que contar —Finn Maclean giró el volante de su potente Mercedes y dio una vuelta completa en Notting Hill Gate—. Va a ser la típica fiesta de los medios, mucho champán, música muy alta y todo el mundo chillando como un loco.

—¿Algunas chicas guapas? —preguntó esperanzado Tim.

—No te preocupes. Habrá montones —Finn se volvió para sonreír a su viejo amigo—. Pero que tengan algo dentro de sus bonitas cabezas rubias, aparte de un gran interés en el tamaño de tu cartera, es muy improbable.

—A mí me va bien. ¡No soy exigente!

Tim se rió mientras Finn aparcaba en un hueco y apagaba el motor.

—Bien. ¡Buena caza! Pero ya puedes encontrar la forma de volver a casa porque yo no voy a quedarme mucho tiempo —le advirtió Finn—. Lo cierto es que no me hubiera molestado en aparecer si no tuviera que ver a alguien que conoce un apartamento que puedo alquilar.

—¿Pero no acababas de comprarte aquel fabuloso ático de Holland Park?

—Sí, pero por desgracia necesita una remodelación completa. Y entre carpinteros, fontaneros y Dios sabe quién más pululando por toda la casa, lo mejor es que me vaya y se la deje a ellos.

—¿Cuánto va a durar?

—Como unos seis meses. Y ése es el problema. Porque necesito vivir en esa zona aunque sólo sea para vigilar un poco la obra. Por desgracia, me está costando mucho encontrar a alguien que me quiera alquilar un apartamento sólo para unos cuantos meses. Que es por lo que te estoy arrastrando a esta aburrida fiesta en vez de estar cenando juntos con tranquilidad y una buena botella de vino en el Halcón.

—Por mí está bien —le aseguró Tim—. ¿Pero cómo alguien que ha tenido más chicas que pelos en la cabeza puede parecer tan poco entusiasmado ante la idea de vino, música y mujeres? ¿Qué pasó con la adorable Linda?

—Imagino que seguirá tan adorable como siempre —murmuró Finn con frialdad—. Sin embargo no puedo darte detalles actualizados porque Linda y yo rompimos hace seis meses.

—Siento oírlo. ¿Qué pasó?

—Nada demasiado dramático —Finn encogió sus anchos hombros—. Ella quería casarse y yo no. Fin de la historia.

Al salir del coche, Tim se encontró preguntándose por qué su viejo amigo, que no sólo era asombrosamente atractivo, sino muy rico y con mucho éxito, todavía no había encontrado a la mujer adecuada. ¿Podría tener algo que ver con que fuera casi demasiado atractivo?

Aquella idea nunca se le hubiera ocurrido a él solo si su hermana mayor, Susie, después de consolar a una de las llorosas ex novias de Finn, hubiera declarado:

—Ese hombre es demasiado atractivo para su propio bien. Por lo que yo puedo ver, sólo tiene que volver esos sorprendentes ojos suyos azules hacia una chica y ya está perdida.

Sin embargo, cuando Tim le había dicho que le gustaría a él tener el mismo problema, su hermana sólo había lanzado una carcajada cáustica y le había dicho que diera gracias por sus bendiciones.

—Puede que seas un viejo palo aburrido, Tim, pero al menos cuando una chica se acerca a ti sabes que es porque de verdad le gustas y te encuentra interesante. ¿Puedes imaginarte el profundo aburrimiento de que las mujeres se arrojen a tus pies, mañana, tarde y noche?

—Creo que podía soportarlo —había contestado él con una sonrisa antes de cambiar de tema.

Pero desde entonces se le había ocurrido que quizá su hermana pudiera tener un punto de razón.

Mientras que no cabía duda de que su viejo amigo era un tipo recto y genuinamente agradable, bueno con los niños, amable con las ancianas y todas esas cosas, estaba definitivamente echado a perder por el sexo femenino. Vaya, si incluso en ese momento, al entrar en el bar restaurante alquilado por la productora de cine para la fiesta, la aparición de Finn fue recibida con gritos de delicia de casi todas las mujeres del lugar.

¡Hora de desaparecer! se dijo a sí mismo, sacudiendo la cabeza mientras su amigo era rodeado al instante por una corte de ninfas rubias, dejando a Tim solo de camino hacia el bar.

 

 

—No puedo creer que me hayas arrastrado hasta aquí —murmuró Harriet dirigiendo una mirada aprensiva hacia la larga fila de lujosas limusinas aparcadas en doble fila frente al gran edificio—. Este tipo de función ultra sofisticada realmente no es mi estilo..

—No seas tan remilgada. Además éste es el sitio más de moda en este momento —contestó Sophie cuando las largas puertas de cristal se abrieron ante su proximidad.

—Pues yo no soy una persona de moda. De hecho, últimamente me siento bastante anticuada.

—Eso es sólo porque insistes en seguir saliendo con ese aburrido banquero tuyo —dijo Sophie antes de dar sus nombres al portero.

—¡No es aburrido!

—¡Claro que lo es. ¡Por Dios bendito, Harriet! ¿Es que no ves que está aplastando tu vida amorosa? Si no te estás acostando con ese tipo, y no te culpo, ya que tiene menos atractivo que un plato de ojos de cordero para desayunar, ¿por qué perder el tiempo con él?

—¿Te importa ser tan amable de dejar mi vida privada fuera de discusión? —susurró Harriet con las mejillas sonrojadas de turbación.

No por primera vez, se arrepentía de haberle contado demasiado de su relación con George Harding una cena en la que habían bebido demasiado vino.

—Y mientras sigues atrapada con el aburrido George, ¿cómo piensas conocer al Señor Perfecto? —continuó su vieja amiga claramente resuelta a no dejar el tema—. Por lo que ya es hora de que lo cambies por otro tipo de hombre mucho más atractivo y sexy.

—George es un hombre agradable —lo defendió Harriet mientras esperaban a que el portero revisara sus nombres en la lista—. Y además, lo conozco de siempre.

Sophie lanzó una carcajada desdeñosa.

—Que es por lo que ya es hora que te eches un nuevo novio. Alguien con un poco de vida dentro; alguien razonablemente atractivo y con sentido del humor. ¡De hecho, las cualidades de las que George carece por completo! Sí, ya lo sé —prosiguió en cuanto Harriet abrió los labios—. Ya sé que tus padres piensan que es estupendo y que tú lo ves como una compañía agradable, segura y que no te va a dar problemas. Créeme —Sophie lanzó una carcajada—. No tengo nada en contra de los banqueros ricos. Cuantos más mejor, por lo que a mí respecta, pero George es realmente pesado. Y una chica preciosa como tú se merece algo mucho mejor.

Harriet miró de arriba abajo a su antigua compañera de colegio con enojo.

—¿Has estado bebiendo? —preguntó con sarcasmo—. Sólo te lo pregunto porque he notado que siempre que te metes con el pobre viejo George, es cuando has estado almorzando en uno de esos lujosos restaurantes tuyos con algún cliente.

Sophie lanzó una carcajada.

—Pues da la casualidad de que sí. He almorzado de maravilla en el 192.

Pero aunque quizá hubiera tomado demasiado vino en la comida, estaba totalmente convencida de que su más antigua y querida amiga necesitaba que la rescataran de George Harding. Por desgracia, a pesar de haberle explicado más de un millón de veces que si Harriet creía que era frígida, era definitivamente culpa de George, no de ella, no parecía conseguir que su amiga captara el mensaje.

«Sé que tengo razón», se dijo Sophie a sí misma mirando a la chica que le sacaba más de la cabeza. Con aquella luminosa piel de alabastro, rodeada de una espesa melena roja como el fuego y aquellos ojos verdes, parecía recién sacada de una pintura rafaelista. Era un crimen que una belleza tan inusual tuviera que ser desperdiciada con un hombre aburrido a muerte.

—Bueno, no creo que ninguna de las dos vayamos a encontrar al hombre perfecto en este tipo de fiesta —murmuró Harriet al entrar.

—Nunca se sabe quién va a aparecer, sobre todo en una fiesta organizada por una productora cinematográfica a la que van a asistir todos los que han colaborado en la película —le dijo Sophie con impaciencia—. Así que relájate, ¿de acuerdo?

Harriet contempló la decoración de vanguardia del café, claramente diseñado en forma de farmacia: sus escaparates atestados de productos farmacéuticos y las mesas y taburetes con forma de aspirina. Pero después de haber estado con albañiles todo el día, ella sólo deseaba una tarde apacible de charla con una vieja amiga mientras tomaban un buen vino, no mezclarse con una multitud de sofisticados desconocidos, vestidos de punta en blanco y gritando con toda la fuerza de sus pulmones.

Un poco más de una hora después, Harriet había tenido pocos motivos para cambiar de idea. Acorralada en una esquina por un hombre muy poco atractivo, buscaba con desesperación una vía de escape.

No había, por supuesto, rastro de Sophie, que debía estar muy ocupada hablando con alguna excitante estrella de cine, pensó Harriet amargamente consciente de que tanto su color como su altura le hacían destacar.

Aquel bar podía ser lo más moderno en ese momento, pero también lo eran, las pequeñas rubias delgadas como estacas. Lo que significaba que nadie se sentiría interesado por una chica alta, con una figura razonablemente delgada pero con curvas en los sitios adecuados y con una melena de fiero pelo rojo.

Sin hacer caso de la bebida que tenía en la mano, un cóctel con aspecto diabólico y probablemente muy tóxico, Harriet miró por encima del hombro del hombre, que seguía hablando de ángulos de cámara y medidores de luz, hacia el grupo de la esquina más alejada.

Bueno, por lo menos parecían estar divirtiéndose, pensó sombría al ver el racimo de preciosas jovencitas todas riendo encantadas y agitando sus melenas para intentar llamar la atención del hombre que tenían en el centro del grupo.

La luz era demasiado tenue como para distinguir sus facciones, pero si atraía tanta atención, había muchas posibilidades de que fuera atractivo como un pecado.

Lo que definitivamente no era el caso del hombre que la tenía acorralada contra una esquina y que era aburrido a muerte.

—¡Aquí estás! —gritó Sophie materializándose de repente entre la densa multitud de detrás del bar—. Ven, hay alguien que quiero que conozcas.

—Ésa es la mejor noticia de toda la tarde —murmuró Harriet agradecida de que la sacaran de aquella esquina—. Acababa de abandonar toda esperanza de rescate y estaba a punto de volver a casa.

—¡Oh, vamos! Relájate. Ese hombre con el que estabas no estaba tan mal —proclamó Sophie mientras se acercaba a la barra y pedía dos copas de champán.

—¿Estás de broma? ¡Tenía tanto atractivo como un pescado muerto!

Sophie lanzó una carcajada.

—Bueno, pues yo he conseguido hablar con uno o dos chicos atractivos.

—Me alegro por ti —murmuró Harriet dando un sorbo a su copa—. Por lo que yo puedo ver, todos los hombres de aquí son ricos, gordos y aburridos o delgados, muy guapos y homosexuales.

—Ya sé lo que quieres decir, pero supongo que es así en el mundo del espectáculo. Sin embargo, al hombre al que quiero que conozcas le gustan definitivamente las mujeres. De hecho, no es sólo absolutamente fascinante y rico como Midas, sino que encima no está casado. ¿Qué te parece?

—¿Ah, sí? ¿Y cuál es el defecto?

—No hay ninguno —le aseguró Sophie con ansiedad—. Es casi perfecto.

—¡Hazme un favor! —Harriet esbozó una sonrisa sombría—. Nadie es tan perfecto. Algo malo debe tener, así que, ¿qué es, travesti o algo así?

—¡De ninguna manera!

—¿Entonces?

—No, sinceramente, no estoy de broma. Es realmente estupendo.

—¿Ah, sí? —Harriet lanzó un bufido de desdén—. Y si ese tipo es tan estupendo, ¿por qué no has intentado ligártelo tú? Normalmente no eres nada cobarde, creo.

—¡Gracias!

—¡Vamos, suéltalo!

—Te estoy diciendo la verdad —le aseguró Sophie con ansiedad—. Y actualmente está disponible, que es por lo que creo que podría tener una posibilidad. Bueno, probablemente la tenga… en cuanto se traslade a vivir a ese apartamento del segundo piso tuyo.

—¿Qué? —Harriet la miró con incredulidad—. Debes estar de broma.

—No, la verdad es que es una idea estupenda.

—¡Por Dios bendito, Sophie! ¿Te has vuelto loca? Ya sabes que los albañiles acaban de salir hoy mismo. Ni siquiera ha tenido tiempo de secarse la pintura.

—Pero yo ya lo he arreglado todo y… ¡Oh, Dios! Ahí está Delan Malone, el famoso reportero de televisión —exclamó Sophie excitada—. Debo intentar tener unas palabras con él. Si puedo convencerlo de que venda su casa, tengo al menos dos clientes que la comprarían en el acto.

Harriet suspiró y sacudió la cabeza. Le estaba acostumbrando adaptarse a la metamorfosis de su antigua amiga de colegio en «la pequeña arreglalotodo». De hecho, cuando le había presentado a Sophie al agente inmobiliario que había tratado de vender la casa de su tía en Lansdowe Gardens, Harriet no tenía ni idea de que la nueva carrera de su amiga fuera a ser un éxito tan rotundo.

Después de haber llevado una vida de mariposa, volando de trabajo en trabajo sin quedarse en ningún puesto más de unos pocos meses, parecía que Sophie había descubierto por fin su verdadera vocación.

Como su amiga le había explicado el otro día: «Es lo mismo que presentar a unos amigos en una fiesta. Sólo que en vez de esperar que se caigan bien entre ellos, espero que se enamoren de la casa».

Y como Sophie poseía una agenda a reventar hasta las costuras, le resultaba muy fácil «presentar» a sus amigos a algunas propiedades de la zona.

Aunque Harriet había tenido dudas de la prudencia de alquilar el bajo de su propia casa a Sophie, eso también había sido un éxito. Con su propia entrada privada a la calle, significaba que las dos chicas, aunque seguían siendo amigas íntimas, no tenían problemas en vivir sus vidas de forma independiente.

Pero ahora que Sophie parecía decidida a meter a un hombre desconocido en su casa, Harriet no pudo evitar pensar que aquello podía no salir bien.

—No, Declan y Olivia no están interesados en vender su casa —dijo Sophie al reunirse con ella—. Sin embargo, es divertido conocer a gente nueva. Nunca se sabe, puede que cambien de idea…

—¿Es que nunca dejas de hacer contactos? —preguntó Harriet con cierto tono cáustico.

—Desde luego que no —le dijo Sophie con seriedad—. Después de todo, nunca sabes cuando va a picar el anzuelo un pez gordo. Lo que me recuerda… que estábamos hablando de tu apartamento del segundo piso.

Harriet sacudió la cabeza.

—No. Eras tú la que estaba hablando —dijo con firmeza—. Los albañiles acaban de salir hoy, pero todavía estoy esperando la nevera y la cocina y no llegarán hasta la próxima semana. Así que esa loca idea tuya es…

—¡Eh, relájate! No hace falta que tomes una decisión tan rápida. Créeme, ese chico está desesperado de verdad por encontrar un sitio en el que vivir. Pero sólo para seis meses, así que no habrá problema para deshacerse de él, ¿de acuerdo?

—¿Y por qué quiere alquilarlo por tan poco tiempo?

—Porque ya se ha comprado un precioso ático en Holland Park, pero no puede vivir de momento hasta que salgan los constructores que le están remodelando toda la casa.

—Sí, pero…

—¡Vamos Harriet! Ya sabes lo que es convertir un apartamento… polvo y escombros por todas partes. Así que no es de sorprender que el pobre chico necesite otro apartamento hasta que terminen el trabajo —Harriet asintió con un vaivén de cabeza—. Por supuesto, que en cuanto esté terminado, su apartamento quedará absolutamente fabuloso. Un enorme ático con habitaciones gigantes y unas vistas impresionantes. Una seguridad que no podrías ni creerte, etc., etc. Y como lo he ayudado tanto a conseguir un acomodación temporal, si algún día quiere vender su casa, seguramente me lo encargará a mí, ¿no crees?

—¿Te ha puesto tu jefe tras esto?

Sophie sacudió la cabeza.

—Desde luego que no. Se ha ido de vacaciones y me ha dejado al mando.

—¡Debe estar loco! —murmuró Harriet entre dientes.

Sophie era tu mejor y más antigua amiga, pero cualquier que pusiera en riesgo su negocio dejándola al cargo de nada, desde luego debía necesitar que le examinaran la cabeza.

—¡De acuerdo, me he enterado! ¿Pero por qué el mío?

—Porque el acuerdo nos va a venir bien a los tres —dijo Sophie sin rodeos—. Él necesita un sitio que alquilar, tú acabas de terminarlo y yo… bueno, viviendo en tu bajo, podré ver al hombre de mis sueños todos los días.

—Admito que todo suena bien en cuanto a ti y a ese hombre. Sólo que no entiendo donde encajo yo en ese loco escenario.

—Porque él está dispuesto a pagar una enorme cantidad de dinero y no habrá ningún problema en deshacerse de él dentro de seis meses. Sinceramente, es el arreglo perfecto para los tres.

—Hum… —murmuró Harriet con escepticismo.

Dudaba mucho que Sophie, que cambiaba de novio como de vestido, siguiera interesada en aquel hombre tanto tiempo como seis meses, por muy sexy que fuera.

Por otra parte, su amiga tenía bastante razón. A ella le vendría de perlas tener un inquilino lo antes posible. Sobre todo, porque aunque se había ajustado al presupuesto todo lo que había podido, las facturas de su casa de Lansdowne Gardens se habían hecho astronómicas, por no mencionar la tabarra de sus padres, que siempre se habían opuesto a que remodelara la gran casa victoriana medio en ruinas que le había dejado en herencia su tía abuela Jane.

—Piensa en una cifra y dóblala —había sido la advertencia de su padre.

Y a pesar de que se moriría antes de admitir la verdad, por desgracia su padre había tenido toda la razón, así que quizá encontrar un inquilino rápido no fuera mala idea.

Además, si aquel hombre era tan rico y estaba tan desesperado como decía Sophie, podría cargarle una renta alta y eso ayudaría a sus más que escasas finanzas.

—Bueno, podría considerarlo —le dijo a Sophie-, pero voy a necesitar muy buenas referencias y un contrato blindado.

—No te preocupes —le aseguró Sophie con rapidez —. Te puedo garantizar un buen contrato y en cuanto a las referencias, no tendrás problemas porque ese chico conoce prácticamente a todo el mundo.

—¡Como la mayoría de los hombres! —murmuró con sequedad Harriet—. De paso, ¿cómo se llama? ¿Y cómo se gana la vida?

Sophie se encogió de hombros.

—Me dio su tarjeta, pero me la he dejado en casa. Para ser sincera —sonrió, me dejó tan impresionada cuando entró hoy en mi oficina que tardé bastante tiempo en bajar a la tierra. Pero sé que tiene algo que ver con esta productora, así que quizá sea algún productor.

Harriet se encogió de hombros.

—De acuerdo. Estoy deseando conocerlo, pero no te prometo nada —agitó la cabeza ante la radiante sonrisa de Sophie—. Y si resulta ser guionista, te puedes olvidar de todo el plan. Porque lo último que me hace falta es alguien que trabaje en casa y se pase el día haciendo ruido.

—Estoy segura de que eso no será un problema. Además… —Sophie lanzó una carcajada—. No lo verás mucho. ¡De eso me encargaré yo!

—¡Espero que lo hagas!

Harriet sonrió mirando a su pequeña amiga. Sophie nunca había tenido ningún problema para atraer a los hombres. Incluso ahora, a pesar de no estar del todo sobria, le sobraba atractivo sexual a raudales.

Harriet lanzó un suspiro de pura envidia.

—De acuerdo. Hablaremos con él, pero es lo máximo a lo que estoy preparada.

—Espera a que lo conozcas. ¡No podrás creer en tus ojos! —dijo Sophie antes de guiarla entre la multitud hasta el otro extremo de la habitación.

Sophie tenía toda la razón.

Harriet simplemente no podía creer en sus ojos, o en su mala suerte al ver a su amiga introducirse en el círculo de las mujeres que rodeaban al hombre alto y moreno de la esquina.

—¡Aquí estamos! —gritó Sophie dando una codazo a una rubia baja para agarrar al hombre por el brazo y sacarlo del racimo de mujeres en dirección a Harriet, que se había quedado paralizada en el sitio.

—Sé que vosotros dos, que sois encantadores, os vais a llevar como una casa en llamas —continuó su amiga ignorando el fuerte sonrojo de Harriet o la parálisis del hombre—. Dejadme presentaros. Ésta es mi amiga, Harriet Wentworth y…

—Ya tengo el placer de conocer a la señorita Wentworth —interrumpió él con sorna y una sonrisa de diversión al ver la consternación de los ojos verdes de la pelirroja.

—¡Eso está muy bien! —barbotó encantada Sophie.

«No, no lo está». Es un absoluto desastre! Hubiera querido gritar Harriet en alto.

¡La vida era tan malditamente injusta! De todos los hombres de Londres, ¿por qué tenía que ser aquél en particular el que quisiera alquilar su casa en ese momento?, se preguntó con incredulidad. Pero, por mucho que deseara decirle que se perdiera, simplemente no tenía suficiente valor.

—Bueno, la verdad… —empezó desesperada por recuperarse—, estoy segura de que el señor… hum… de que el señor…

—Mi nombre es Finn Maclean —interrumpió él con cortesía.

—Ah, sí. Lo siento —murmuró ella odiando de repente a Sophie y a aquel hombre horrible por ponerla en una situación tan difícil—. El hecho es..

—El hecho es que parece que tiene un apartamento para alquilar y yo necesito alquilar uno casi inmediatamente —dijo en tono que no admitía discusiones, lo que la alteró al instante.

—Lo siento, pero me temo que Sophie se ha precipitado —dijo con rapidez—. Apenas acabo de deshacerme de los constructores y…

Pero el hombre la asió por el brazo de forma abrupta y Harriet quedó alucinada de que la arrastrara con determinación hacia la parte más alejada de la sala antes de que abriera una puerta y la metiera en una pequeña oficina.

—¡No, espere un minuto! —protestó frotándose las marcas rojas del antebrazo.

—Lo siento, pero apenas podíamos oírnos ahí fuera, cuanto menos mantener una conversación razonable —dijo él apoyándose en el borde de la mesa del despacho—. He comprado un apartamento en Holland Park —continuó antes de explicar el problema que iba a tener con tantos trabajadores y su necesidad de una acomodación alternativa durante unos seis meses—. Así que cuando su amiga me dijo que acababa de terminar la remodelación del segundo piso de su casa, me pareció la solución perfecta a mi problema —añadió con una cálida sonrisa animosa.

Mientras que en cualquier otro momento, Harriet hubiera admirado a un hombre con tal decisión para conseguir su objetivo, ella ya había tenido tratos con Finn Maclean y no había sido una experiencia agradable.

Así que ya podía olvidarse de intentar utilizar su encanto, algo que poseía a raudales. Porque definitivamente no era el inquilino que tenía en mente.

—Estaré trabajando en la City todo el día, y saldré bastantes veces por las tardes —estaba diciendo mientras ella lo miraba con terquedad resuelta a mantener el terreno.

—¿Qué hace? —él la miró con sorpresa—. Quiero decir que Sophie parece creer que es algún tipo de productor de cine.

Finn lanzó una carcajada.

—No, me temo que no. Trabajo en al City de abogado. De hecho, el único contrato con la compañía cinematográfica ha sido un contrato referente a las localizaciones para esta película.

—¡Ah, bien! —murmuró Harriet un poco aliviada de no ir a alquilar el apartamento a un hombre, aunque no pensara hacerlo, que se dedicara a dar fiestas salvajes para gente extravagante.

Sin embargo, era evidente que Finn Maclean era un abogado de éxito si aquel fino Cartier tenía algo que ver. Así que no tenía sentido mencionar que ella también era abogada trabajando en prácticas para una multinacional.

—¡Vamos, preciosidad, dame un respiro! —sonrió de forma seductora—. Realmente estoy desesperado por encontrar un sitio donde vivir.

Buscando con desesperación una excusa para evitar alquilarle el apartamento, Harriet se encontró sin embargo con dificultades para concentrarse.

Incluso aunque estaba relativamente sobria, sobre todo porque no había probado aquellos cócteles de colores tan peculiares, le estaba costando mucho ignorar su impresionante atractivo y la atracción embriagadora que emanaba de aquel hombre.

A pesar de estar sentado en el borde de la mesa a poca distancia de ella, la magnética fuerza de su personalidad, por no mencionar el efecto de su desnudo atractivo sexual, el estaba dejando jadeante y confusa. Los cálidos flecos que brillaban en aquellos ojos azules parecían contener una llamada sensual y el ambiente entre ellos estaba tan cargado ya que casi se podía cortar con un cuchillo.

—¿Y bien…?

—No lo sé —murmuró con debilidad.