El amor de mi vida - Red Garnier - E-Book
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El amor de mi vida E-Book

Red Garnier

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Beschreibung

Una noche de pasión entre dos viejos amigos. Unidos por la tragedia, el magnate de los medios de comunicación, Garrett Gage, había prometido proteger a Kate Devaney a cualquier precio. Lo que no esperaba era tener que protegerla de sí mismo. De repente, Kate pasó de ser una niña huérfana a convertirse en una mujer muy hermosa, él rompió su promesa y tomó a la vulnerable Kate entre sus brazos y la llevó a su cama. Después de haber sido amantes, las cosas cambiaron más de lo que Garrett pensaba. Kate estaba embarazada, y además había un secreto que podía cambiarlo todo.

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Red Garnier

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El amor de mi vida, n.º 2005 - octubre 2014

Título original: Once Pregnant, Twice Shy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4883-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Prólogo

Era el padrino más sexy que había visto en una boda, y no dejaba de mirarla.

Con el estómago encogido, clavó la visa en sus maravillosos ojos negros y se preguntó cómo iba a confesarle que la increíble noche que habían pasado juntos, que jamás había debido ocurrir, había tenido como resultado una pequeña sorpresa; la cigüeña iría a visitarlos unos ocho meses más tarde.

Solo de pensarlo, a Kate Devaney le temblaron las piernas. Agarró con fuerza el ramo de orquídeas blancas que llevaba en la mano y se obligó a mirar a su hermana, Molly, que estaba preciosa vestida de novia frente al altar y acompañada del guapísimo novio.

El sol de la mañana encendía sus mejillas rosadas e iluminaba a la pareja. Estaban rodeados por una explosión de azucenas, orquídeas, tulipanes y rosas, todas blancas. La cola del vestido de la novia llegaba casi hasta el final de la alfombra roja y a partir de allí estaban sentados los invitados, en elegantes bancos también blancos. A Molly le tembló la voz de la emoción mientras decía sus votos a Julian, su mejor amigo de toda la vida y el hombre al que siempre había amado.

–Yo, Molly, te tomo a ti, Julian John, como esposo…

A Kate se le encogió el corazón y, a pesar de que intentó contener el impulso, no pudo evitar mirar justo a la derecha del novio, donde estaba Garrett Gage.

Sus miradas volvieron a cruzarse y ella sintió un cosquilleo en el vientre. Había agitación en la mirada oscura de Garrett, tenía la mandíbula apretada.

Llevaba toda la ceremonia mirándola fijamente y Kate pensó que era una pena que su prometida no estuviese allí para acaparar la atención.

Kate estaba enfadada porque no podía dejar de pensar en aquel hombre, día y noche, y desearlo, mientras hacía todo lo posible por olvidarlo.

Llevaba un mes luchando contra los recuerdos de las palabras que Garrett le había dicho, intentando no pensar en cómo la había abrazado.

Llevaba treinta noches diciéndose que lo suyo no era posible, y cuando se había enterado de que Garrett se iba a casar, terminó de convencerse de que estaba en lo cierto.

No pasaba nada. En realidad, ella no quería casarse con Garrett. No se casaría nunca salvo que supiese que podía tener lo que tenían Molly y Julian. Si no se casaba por amor de verdad, prefería estar sola.

Así que se marcharía al día siguiente. Había comprado un billete de ida a Florida. A Miami, precisamente. Allí comenzaría una nueva vida y no tendría que ver jamás al hombre al que amaba con otra mujer. No obstante, antes de marcharse tendría que contarle la verdad. Una verdad que había ocultado hasta entonces para no quitarle protagonismo al gran día de su hermana.

Molly era su única hermana y podía decirse que había sido Kate la que la había criado; se habían quedado huérfanas de niñas. Así que quería que el día de su boda fuese perfecto.

Estaba embarazada, sí, pero ya encontraría el momento adecuado para contárselo a Garrett, que no dejaba de mirarla como si quisiera comérsela viva.

–¡Puedes besar a la novia!

Sorprendida, Kate pensó que no era posible que se hubiese perdido media ceremonia. Entonces vio cómo Julian abrazaba a Molly y la besaba apasionadamente.

Su hermana lo abrazó también y Julian la hizo girar en el aire sin darse cuenta de que la cola del vestido los rodeaba a ambos.

Cuando se separaron, se echaron a reír y volvieron a besarse.

–Ya voy yo –dijo Kate, desenganchando la cola del vestido de su hermana.

Con Molly en brazos, Julian atravesó el pasillo al son de la marcha nupcial y con los aplausos y los vítores de los invitados de fondo.

Parecían tan felices, tan enamorados, mientras se dirigían a los bonitos jardines exteriores en los que tendría lugar la celebración y dejaban a Kate atrás con los ojos llenos de lágrimas, la cola del vestido y el padrino.

Kate empezó a recoger la larga cola de tul y Garrett se acercó a ayudarla.

–Gracias –le dijo, con las mejillas ardiendo, sin mirarlo.

Ni siquiera sabía por qué se ruborizaba. Habían crecido juntos, se conocían de toda la vida.

Y por mucho que a ella le doliese saber que fuera a casarse con otra mujer, no podía arruinarle la vida. Garrett siempre la había protegido y cuidado. Siempre.

Y a Kate le daba miedo que pensase que lo que le iba a contar era mentira.

De repente, sus largos dedos bronceados le agarraron la mano y Kate contuvo la respiración. Levantó la vista a sus ojos negros e hizo un esfuerzo por respirar.

–Dime si me equivoco… –le dijo él en voz baja, mirándola sensualmente–. ¿Se acaba de casar mi hermano con la tuya?

Kate se dijo que no debía mirar sus labios mientras hablaba. No debía hacerlo. Pero era tan guapo…

–La ceremonia ha durado una hora, Garrett. Es imposible que te lo hayas perdido –le respondió, intentando hablar con naturalidad.

Debía de estar alucinando, pero tuvo la sensación de que era él quién le miraba los labios.

–Al parecer, sí.

–Estabas ahí mismo. ¿Dónde estabas? ¿En Marte? –le preguntó, poniendo los ojos en blanco y haciendo ademán de marcharse.

–Estaba en mi habitación, Kate. Abrazándote.

Ella se quedó inmóvil, dándole la espalda e intentando contener el calor que le invadía todo el cuerpo. Sus palabras la seducían de una manera increíble. De repente, le temblaban las piernas y no podía desearlo más. Su voz la transportó también a aquella habitación. A sus brazos. A aquella noche.

No, no, no, no podía hacerlo. No podía.

Negó con la cabeza y echó a andar por el camino que llevaba a la mansión de los Gage consciente de que Garrett la seguía.

–Kay, necesito hablar contigo –le dijo él con voz ronca.

–Si quieres anunciarme que vas a casarte, ya lo sé. Enhorabuena –respondió ella.

–En ese caso, a lo mejor puedes contarme los detalles, porque, al parecer, sabes más del tema que yo. Maldita sea, Kate, necesito hablar contigo en privado.

La agarró del codo para detenerla, pero ella se zafó inmediatamente.

–Yo también necesito hablar contigo, pero no voy a hacerlo aquí. Ni voy a hacerlo hoy.

Él volvió a seguirla con paso rápido y le dijo con determinación:

–Yo sí. Tienes que escucharme.

Volvió a detenerla y la obligó a girarse y mirarlo.

–No sé qué me pasó el otro día, Katie… Lo que me dijiste me sorprendió tanto que te prometo que no sabía por dónde empezar…

Ella se tapó los oídos.

–Aquí no, por favor. ¡Aquí no!

Garrett la agarró por las muñecas y le bajó las manos.

–Sé que te hice daño, y sé que no quieres que me disculpe, pero necesito decirte que lo siento. Siento lo ocurrido y siento haberte hecho daño, Katie. Ojalá todo hubiese sido diferente. Si pudiese retroceder en el tiempo, lo haría, aunque solo fuese para evitar que me mirases como me estás mirando en estos momentos.

Sus disculpas fueron la última gota que colmó el vaso. La última.

–¿Te gustaría que esa noche nunca hubiese ocurrido? ¿Es eso? –inquirió ella, alzando la voz–. Desde luego, no puedo creerlo. No sé cómo pude permitir que me tocases con tus asquerosas manos, eres un…

–Maldita sea, no me dejas elección, Kay –replicó él entre dientes, agarrándola con fuerza y llevándola hacia la casa.

–¿Qué? –preguntó ella, dejando caer la cola–. ¡Garrett, para! ¡Déjame! ¿Qué estás haciendo?

Él abrió las puertas de un empujón y la llevó escaleras arriba.

–Algo que debía haber hecho hace mucho, mucho tiempo.

Capítulo Uno

Dos meses antes

Aquello era el infierno.

La mansión de la familia Gage estaba inundada de luz, música y flores aquella noche. Todas las personas influyentes de San Antonio parecían estar pasándolo bien, riendo y bebiendo buen vino, pero para Kate estaba siendo un infierno.

Con el estómago encogido, vio a la guapa pareja charlando.

–Garrett –decía la sensual rubia–, eres como el buen vino, mejoras con los años.

Garrett Gage, el hombre más sexy del mundo, inclinó la cabeza y le susurró algo a la mujer y la miró con los ojos brillantes.

Kate había soñado muchas noches con que la mirase a ella así. No como a una niña pequeña, sino como a una mujer.

Vestido con un traje negro y corbata roja, con el pelo moreno peinado hacia atrás, orgulloso e imponente, como el magnate de los medios en el que se había convertido, Garrett Gage hacía que Kate sintiese un cosquilleo en el estómago, que se detuviese el mundo y que se le acelerase el corazón.

Durante años, Kate había pensado que le bastaba con darle de comer, verlo disfrutar y alabar sus creaciones y suponía que, después de hacer el amor con él, debía de ser la segunda mejor cosa del mundo. No obstante, en esos momentos le dolía haber cocinado para un hombre que no se daba cuenta de que ella, Kate Devaney, la mujer que hacía los cruasanes de chocolate que a él tanto le gustaban, también estaba en la carta.

Si esa noche no le hubiese fallado un camarero, tal vez hubiese lucido su vestido nuevo balanceando las caderas para llamar la atención de Garrett, pero con una bandeja pegada permanentemente al hombro, nadie había mirado su vestido, era solo otra camarera más.

–Cielo, ¿podrías traernos unas de esas brochetas de gambas con piña? –le preguntó una mujer.

–Enseguida –respondió Kate.

Agradecida por la distracción, Kate fue a la cocina. En otras ocasiones, la animaba ver a sus empleados colocando bandejas y sacando deliciosos aperitivos del horno, pero, esa noche, ni siquiera eso la consoló.

«Ocho semanas más, Kate. Solo dos meses. Y ya no tendrás que volver a verlo con otra mujer.»

Salió con una bandeja nueva al salón y se dio cuenta de que se iba a marchar de aquella casa de la que tan buenos recuerdos tenía, y de aquella familia que, prácticamente, la había criado como a una más. Había sido muy feliz allí y no se había imaginado que se marcharía hasta que sus sentimientos por Garrett habían empezado a ser tan… dolorosos. Marcharse a Florida era lo mejor que podía hacer, lo más sano.

–Me ha dicho mi madre que vas a marcharte –le dijo Julian John, apareciendo a su lado de repente.

Ella miró al pequeño de los hermanos Gage a los ojos verdes, era un hombre muy guapo, callado y reservado con todo el mundo, menos con Molly, la apasionada y alegre hermana pequeña de Kate, con la que se iba a casar dos meses más tarde.

Kate se preguntó si todo el mundo estaría al corriente de su marcha.

–No me puedo creer que te lo haya contado. Le pedí que no lo hiciera.

Julian tomó una brocheta de gambas de la bandeja y empezó a comerla.

–Conociendo a mi madre, debió de pensar que no querías que se lo contase a la prensa, y eso excluye a sus dueños.

Kate sonrió. Con setenta años, la matriarca de los Gage seguía siendo una mujer fuerte y activa, y la orgullosa madre de tres importantes magnates de los medios de comunicación: Landon, Garrett y Julian John, quienes, a pesar de su poder, no podían impedir que su madre expresase siempre su opinión.

Esa noche iba vestida con un vestido color rubí, deslucido por las zapatillas de estar por casa negras que llevaba. Para ella la comodidad lo era todo. No le importaba lo que pensasen los demás y tenía dinero suficiente para que la gente fingiese al menos que les caía bien.

Para Kate, había sido lo más parecido a una madre que había tenido. Había ido a vivir allí con su padre, que era guardaespaldas, con tan solo siete años, el día de la fiesta de cumpleaños de Garrett. Su padre falleció poco después, dejándolas a Molly y a ella huérfanas, pero aquella casa había seguido siendo su hogar.

–¿Molly y yo no podemos hacer nada para que cambies de opinión? –le preguntó Julian, mirando hacia el otro lado del salón, donde estaba su prometida.

A Kate le encantaba que mirase a su hermana con tanto orgullo y satisfacción.

Y eso le recordó lo que quería para su propio futuro. Una familia.

Por eso tenía que marcharse de allí y empezar una nueva vida.

–Tengo que marcharme, Jules –le respondió, sacudiendo la cabeza y acercando la bandeja a las personas que había enfrente de él.

Unos segundos después, todas las brochetas habían desaparecido.

Tenía que marcharse de allí antes de que el hombre al que amaba se casase con otra mujer y formase una familia, y ella se convirtiese en la temida tía Kate de unos niños que siempre desearía que fuesen suyos.

–Pero no se lo digas a Garrett, ¿de acuerdo? No quiero que se ponga pesado.

–No me extraña. No te preocupes, no se lo diré.

Kate sonrió y miró hacia donde estaba Garrett, que, por supuesto, seguía con la rubia, que al parecer era una especie de socia suya a la que Kate no conocía, pero a la que ya odiaba.

Garrett recorrió el salón con la mirada, que se cruzó con la de Kate antes de bajar por su vestido nuevo y volver a subir.

De repente, Kate tuvo la sensación de que la había mirado con… No, no era posible.

Lo vio levantar la copa como para brindar con ella y sonreír un instante.

Pero aquella sonrisa no tuvo nada que ver con la que le dedicó a su acompañante unos segundos después.

Kate supo que la pobre había caído en su red.

Y ella también.

Aunque nunca le hubiese dedicado una de esas sonrisas.

Garrett llevaba en su vida desde que tenía memoria. Inmutable y fuerte como una montaña. El padre de Kate había muerto por él y este prometió que protegería a Kate toda su vida.

Pero Kate no quería otro padre, ya había tenido uno.

Ni Garrett ni nadie podría reemplazarlo.

–No se va a poner nada contento cuando se entere, Kate –le advirtió Julian.

Ella asintió en silencio y vio cómo la madre de Garrett se acercaba a él y le decía algo que a Garrett no parecía gustarle, porque la escuchaba con el ceño fruncido.

–Últimamente parece que no está contento con nada –comentó Kate–. Y no quiero que me ponga trabas.

El trabajo de su padre había consistido en proteger a los Gage. Y lo había hecho, pero, con su muerte, fue como si la familia se sintiese obligada a proteger a Kate.

Durante casi dos décadas, la habían hecho sentirse acogida y apreciada, pero después de haber recibido tanto y haber dado tan poco, Kate se sentía desesperada por demostrar que era una mujer independiente. Sobre todo, se lo quería demostrar a Garrett.

–Está bien, entonces, te vas a la soleada Florida –comentó Julian.

De los tres hermanos, era con el que más fácil era hablar. Tal vez por ese motivo casi todas las mujeres de la fiesta, salvo Kate, estaban un poco enamoradas de él.

Julian le tomó la mano y le dio un beso.

–Supongo que eso significa que nos compraremos una casa en la playa, al lado de la tuya.

Ella se echó reír, pero después se puso seria.

–Julian, ¿cuidarás de Molly por mí, verdad?

–Por supuesto, Kate, moriría por ella. Y tú lo sabes.

Kate le dedicó una sonrisa que confirmaba en silencio cuánto lo adoraba por ello. Ser testigo del amor que su hermana y Julian se tenían y cómo había surgido este de la amistad había sido sorprendente e inspirador, y también doloroso. A Kate le encantaba ver a su hermana tan feliz, pero no podía evitar desear que Garrett la mirase como Julian miraba a Molly.

Pero Garrett era idiota y estaba ciego. No se daba cuenta de que la niña con la que había crecido se había convertido en una mujer.

Una mujer dispuesta a convertirse en su mujer.

Y tampoco se daba cuenta de que antes de que le diese tiempo a opinar, Kate Devaney se habría marchado a Florida.

–¿Cómo que Katie se marcha a Florida?

Sorprendido, Garrett miró a su madre con incredulidad y se olvidó de su acompañante.

–Pues eso, que la pequeña Katie se va a vivir a Florida. Y no, no podemos hacer nada para impedirlo. Ya lo he intentado. Ah, hola, tú –le dijo a la rubia que había al lado de Garrett–. ¿Cómo te llamabas?

–Cassandra Clarks –respondió esta, tendiéndole una mano casi tan enjoyada como la de su madre.

Pero Garrett estaba demasiado preocupado como para prestar atención a su conversación, que sin duda giraría en torno a la prometedora posibilidad de que Clarks Communications formase parte del grupo Gage. Vio a Kate al otro lado del salón y la sensación que lo inundó fue horrible. ¿De verdad iba a marcharse?

Cuando sus miradas se cruzaron, se le encogió el estómago todavía más. Esa noche estaba preciosa, demasiado guapa.

Y cada vez que lo miraba con aquellos ojos azules como el cielo, Garrett sentía un agudo dolor en el pecho, como si la bala que había matado al padre de Katie lo hubiese alcanzado realmente a él. Jamás olvidaría que estaba vivo gracias al padre de Kate.

Había intentado recompensarla por ello. Toda la familia lo había hecho. Le habían dado una buena educación, una casa, y la habían ayudado a montar su negocio de catering, pero, desde hacía un tiempo, Kate parecía triste e infeliz, y Garrett no sabía cómo solucionar eso.

Él también se sentía triste e infeliz.

–Pero… no puede marcharse –dijo.

Eleanor Gage interrumpió su conversación con Cassandra y lo miró.

–Ella dice que sí.

–¿Y qué va a hacer en Florida? Toda su vida está aquí.

Su madre arqueó una ceja que lo retó a preguntarse por qué se quería marchar Kate. Garrett lo pensó y se dijo que la marcha de Kate sería buena para él. Por fin podría volver a dormir por las noches, pero no, no era lo que quería.

Muchos años atrás había hecho una promesa al padre de Kate y Molly, que se habían quedado huérfanas por él. Y su lugar estaba allí, con los Gage. Aquella era su casa y Garrett había hecho todo lo posible para que se sintiesen cómodas, protegidas y cuidadas.

Molly iba a casarse con su hermano, pero ¿y Kate?