Propuesta de conveniencia - Red Garnier - E-Book

Propuesta de conveniencia E-Book

Red Garnier

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Bethany Lewis deseaba desesperadamente recuperar la custodia de su hijo y buscó al único hombre que podía ayudarla, un hombre, Landon Gage, que, como ella, también deseaba destruir a su exmarido. Landon tenía una cuenta pendiente y ella sabía que estaría dispuesto a unir fuerzas. El matrimonio parecía la manera perfecta para hacer la guerra al enemigo común. Y, aunque Landon sabía que su unión era sólo de palabra, estaba impaciente por hacer el amor con su "esposa". Pero cuando los dos consiguieran lo que querían, ¿seguirían queriendo más?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 182

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Red Garnier.

Todos los derechos reservados.

PROPUESTA DE CONVENIENCIA, N.º 1801 - agosto 2011

Título original: Paper Marriage Proposition

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-678-8

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Promoción

Capítulo Uno

Desesperada.

Era la única palabra que podía describirla en aquel momento, la única palabra para justificar lo que hacía.

El corazón le latía con fuerza en el pecho y las manos sudorosas le temblaban de tal modo que le costaba trabajo controlarlas.

Se iba a colar en la habitación de hotel de un hombre… sin ser invitada.

Para llegar hasta allí, le había mentido a la doncella del piso, y eso sólo unos días después de haberse arrastrado delante de la secretaria del hombre y de haber intentado sobornar a su chófer. Ahora, al embarcarse en su primer delito, Bethany Lewis esperaba salir airosa de la prueba.

Con las piernas temblándole, cerró la puerta tras de sí, sacó una agenda pequeña y la apretó contra el pecho mientras penetraba más en la suite presidencial… sin ser invitada.

La luz suave de una lámpara iluminaba el espacio, impregnado del olor dulce a naranjas. Al lado de la ventana había un escritorio lacado. Detrás de él, los cortinones de color melocotón estaban abiertos para mostrar una terraza amplia con vistas a la ciudad. En una mesita de café había una bandeja plateada con fresas bañadas en chocolate, una variedad de quesos y fruta fresca al lado de un sobre cerrado que decía: Señor Landon Gage.

Dio la vuelta al tresillo estilo Reina Ana, pensando en el rostro angelical de su hijito de seis años tal y como lo había visto por última vez, cuando le había preguntado temeroso: «Mami, ¿no me vas a dejar? ¿Lo prometes?». «No, querido, mami nunca te dejará».

Sintió un vacío en el pecho al recordarlo. Estaba dispuesta a luchar lo que hiciera falta, a mentir y robar si era preciso con tal cumplir aquella promesa.

–¿Señor Gage?

Se asomó por la puerta entreabierta que daba al dormitorio. Abajo, la gala para recaudar fondos para el cáncer infantil estaba en pleno apogeo, pero el magnate todavía no había hecho acto de presencia, aunque era de dominio público que se encontraba en el edificio.

Un maletín de cuero brillante yacía abierto en la amplia cama, rodeado de montones y montones de papeles. Un portátil ronroneaba cerca.

–Me ha seguido.

La voz masculina rica y profunda la sobresaltó y Beth miró la puerta del vestidor, por la que salía un hombre. Él se abrochó rápidamente los botones de su camisa blanca y le lanzó una mirada helada. Bethany retrocedió hasta la pared. La presencia de él casi la había dejado sin aliento.

Era más alto de lo que esperaba, ancho, moreno y amenazador como un demonio de la noche. Tenía un cuerpo atlético bajo la camisa blanca y los pantalones negros, y el pelo húmedo que se pegaba a su frente amplia enmarcaba un rostro viril y sofisticado. Sus ojos de color plateado eran distantes, como vacíos.

–Lo siento –musitó ella.

Él la miró. Su vista se detuvo en las manos de ella, con las uñas comidas hasta las yemas. Beth resistió el impulso de esconderlas y luchó valientemente por mostrarse digna.

Él miró el traje de chaqueta que llevaba ella y que le quedaba ancho en la cintura y los hombros debido a que había perdido mucho peso. Era uno de los pocos trajes de calidad que había podido conservar después del divorcio y lo había elegido adrede para la ocasión. Pero él achicó los ojos cuando miró su rostro demacrado y tomó una pajarita de la mesilla de noche.

–Habría podido hacer que la detuvieran –comentó.

Beth lo miró sorprendida. ¿Se había dado cuenta de que llevaba días siguiéndolo, escondiéndose en rincones, llamando a su despacho y suplicándole a su chófer?

–¿Por qué no lo ha hecho?

Él se detuvo ante un tocador, se puso la pajarita y la miró a los ojos a través del espejo.

–Quizá sea porque usted me divierte.

Beth apenas escuchó sus palabras, pues su mente hervía de posibilidades, y empezaba a aceptar que Landon Gage era probablemente todo lo que decían de él y más. El bastardo que ella necesitaba. Un malnacido fuerte y enérgico. ¡Sí, por favor!

Beth tenía algo claro. Si quería reunirse con su hijo, necesitaba a alguien más importante y más malo que su exmarido. Alguien sin conciencia y sin miedo. Necesitaba un milagro… y si Dios no la escuchaba, se imponía un pacto con el diablo.

Él se giró, sorprendido quizá por su silencio.

–Y bien, señorita…

–Lewis –ella no pudo evitar sentirse un poco intimidada por él, por su estatura, su amplitud de hombros y su fuerza palpable–. Usted no me conoce, pero creo que quizá conozca a mi exmarido.

–¿Quién es?

–Hector Halifax.

La reacción que esperaba no se produjo. La expresión de él no reveló nada, ni interés ni enfado.

–Creo que fueron enemigos una temporada.

–Yo tengo muchos enemigos. No me dedico a pensar en ellos. Y le agradecería que se diera prisa con esto, pues me esperan abajo.

Beth no sabía por dónde empezar. Su vida era un desastre, sus sentimientos estaban muy confusos y su historia era lastimosa, pero no era fácil de contar deprisa.

Cuando habló por fin, las palabras que pronunció le causaron dolor físico en la garganta.

–Me han robado a mi hijo.

Gage cerró el portátil de golpe y empezó a guardar papeles en el maletín.

–¡Ajá!

–Necesito… quiero recuperarlo. Un niño de seis años debería estar con su madre.

Él cerró el maletín.

–Luchamos por él en los tribunales. Los abogados de Hector presentaron fotografías mías en una relación ilícita. Varias fotos. Mías con distintos hombres.

Esa vez, cuando los ojos de él recorrieron su cuerpo, tuvo la alarmante sensación de que la desnudaban mentalmente.

–Leo los periódicos, señorita Lewis. Conozco bien su reputación.

Tomó el billetero de la mesilla, se lo guardó en el bolsillo de atrás y levantó una chaqueta negra del respaldo de una silla cercana.

–Me describen como a una mujerzuela, pero es mentira, señor Gage.

Él se puso la chaqueta y echó a andar. Beth lo siguió fuera de la habitación y hasta los ascensores. Él apretó el botón de bajada y se volvió a mirarla.

–¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

–Oiga –a ella le temblaba la voz y el corazón le iba a estallar en el pecho–. No tengo recursos para combatir a sus abogados. Él se encargó de dejarme sin nada. Al principio pensé que habría un abogado joven lo bastante ambicioso para querer aceptar un caso como éste sin dinero, pero no lo hay. Pagué veinte dólares a un servicio por Internet sólo para ver cuáles eran mis opciones.

Hizo una pausa para tomar oxígeno.

–Al parecer, si cambian mis circunstancias, podría pedir un cambio de la custodia. Ya he dejado mi trabajo. Hector me acusó de dejar a David todo el día con mi madre para ir a trabajar y mi madre… bueno, está un poco sorda. Pero adora a David y es una abuela estupenda. Y yo tenía que trabajar, señor Gage. Hector nos dejó sin dinero.

–Entiendo.

Llegó el ascensor y ella lo siguió dentro y respiró hondo para darse valor.

Pero lo único que pudo oler en cuanto se cerraron las puertas y quedaron juntos en aquel espacio pequeño fue a él. Un olor limpio y acre que la ponía nerviosa y le producía la sensación de tener pinchazos en las venas.

Aquel hombre era increíblemente sexy y olía muy, muy bien.

–El dinero no me importa, quiero a mi hijo –susurró ella con voz suave y suplicante.

Nadie había reconocido su trabajo como madre. A nadie le había importado que contara cuentos a David todas las noches, que lo llevara al médico en persona, le curara los arañazos y secara las lágrimas. Nadie en el tribunal la había visto como una madre, sino como una prostituta. ¡Qué fácil les había sido mentir a los ricos y poderosos y a otros creerlos. ¿Cuánto le había costado a Hector tergiversar esas pruebas? Una minucia, comparado con lo que le había quitado a ella.

–Y repito, ¿qué tiene que ver eso conmigo? –preguntó Landon.

–Usted es su enemigo. Él lo desprecia e intenta destruirlo.

Landon sonrió.

–Me gustaría que lo intentara.

Ella agitó la agenda.

–Yo tengo esta agenda que podría usar para acabar con él –pasó páginas–. Números de teléfono de personas con las que se reúne, los tratos que ha hecho con ellos, periodistas con los que trata, las mujeres –cerró la agenda con dramatismo–. Está todo aquí… todo. Y yo se lo daré si me ayuda.

–¿Y Halifax no sabe que esa agenda está en manos de su esposa?

–Cree que cayó por la borda un día que me llevó a dar una vuelta en el yate.

A los ojos de Landon asomó un fuego peligroso.

Pero el ascensor se detuvo y la expresión de él se suavizó.

–La venganza es agotadora, señorita Lewis. Yo no me gano la vida con eso.

Salió del ascensor y entró en el ruidoso salón de baile. A Beth le dio un vuelco el corazón.

Música y risas llenaban la atmósfera. Las luces de la araña de cristal arrancaban brillos a las joyas. Beth veía la cabeza morena de él abriéndose paso entre el mar de personas elegantemente vestidas, alejándose de ella. Los camareros circulaban entre la gente con bandejas de canapés. Beth se abrió paso entre la multitud y lo alcanzó cerca de la fuente de vino cuando se servía una copa.

–Señor Gage.

Él echó a andar mientras tomaba un trago de vino.

–Váyase a casa, señorita Lewis.

–Por favor, escúcheme– insistió Beth.

Él se detuvo, dejó la copa vacía en la bandeja de un camarero y extendió una mano con la palma hacia arriba.

–Está bien, veamos esa condenada agenda.

–No –ella se llevó la agenda al pecho, protegiéndola con ambas manos–. Se la dejaré ver cuando se case conmigo –explicó.

–¿Cómo dice?

–Por favor. Para conseguir la custodia, tengo que cambiar mis circunstancias. A Hector no le gustará nada que yo sea su esposa. Querrá… querrá recuperarme. Tendrá miedo de lo que pueda contarle. Y yo podré negociar con él y recuperar a mi hijo. Usted puede ayudarme. Y yo lo ayudaré a destruirlo.

Él enarcó las cejas.

–Es usted muy pequeña para albergar tanto odio, ¿no le parece, señorita?

–Bethany. Me llamo Bethany. Pero puede llamarme Beth.

–¿Él la llamaba así?

Ella agitó una mano en el aire.

–Él me llamaba «mujer», pero no creo que eso importe.

Gage la miró con disgusto y volvió a alejarse entre la multitud. Ella corrió tras él.

–Oiga, se lo advierto. Hector está obsesionado. Cree que usted va a por él y quiere ser el primero en golpear. Si no hace algo pronto, lo destruirá.

Él se detuvo y frunció el ceño.

–Creo que usted no tiene ni idea de quién soy –la miró a los ojos–. Soy diez veces más poderoso que Hector Halifax. Él bailaría con un tutú rosa si yo se lo pidiera.

–Demuéstrelo. Porque lo que yo veo es que Hector es más feliz que nunca. No sufre nada.

–¡Landon! ¡Ah, Landon, estás ahí!

Él no miró a la persona que hablaba, sino a Beth.

–Voy a dejar algo claro, señorita Lewis. Ni busco esposa ni busco los despojos de otro hombre.

–Sólo será temporal, por favor. Mi familia está impotente contra la de él; ni siquiera puedo ver a mi hijo. Me arrastro por las calles con la esperanza de verlo un momento. Usted es el único hombre que odia a mi exmarido tanto como yo. Yo sé que lo odia, lo veo en sus ojos.

Él apretó los labios.

–Landon, ¿te diviertes? ¿Quieres que te traiga algo, querido?

La voz aflautada de la mujer, que sonaba detrás de él, no consiguió que Gage apartara la vista de Beth. Él le tomó la barbilla y le echó atrás la cabeza.

–Quizá lo odie más de lo que usted sabrá nunca.

–Landon –dijo otra voz.

Él subió el pulgar desde la barbilla hasta el labio inferior de ella, que sintió un escalofrío. La embargó un anhelo como no había conocido nunca y tembló de la cabeza a los pies.

–Landon –dijo otra voz, esa vez masculina.

Él apretó los dientes, la agarró por el codo y tiró de ella por el pasillo de atrás y hasta una habitación pequeña. Cerró la puerta y quedaron en penumbra, alumbrados sólo por la luz de las farolas que se colaba por una ventana pequeña.

–Bethany –él parecía al límite de su paciencia–. Pareces una mujer inteligente. Sugiero que pienses otro plan para ti. Éste no me interesa.

–Pero sigue hablando conmigo, ¿no?

–Dentro de dos segundos, no lo estaré.

Ella le agarró el brazo y vio que los ojos de él se habían oscurecido.

–Por favor –imploró suplicante–. El público lo adora. El tribunal querrá conocer a mi nuevo marido para creer que soy respetable. Querrán saber cuánto dinero gana y a qué se dedica –se dio cuenta de que le apretaba el bíceps y de que él se había puesto tenso, así que lo soltó–. Es usted un enigma, señor Gage. Da dinero a obras de caridad. La prensa lo adora…

Lo adoraban porque había estado inmerso en una tragedia. Lo adoraban porque él, poderoso, atractivo y rico, había sufrido como un ser humano normal.

–La prensa lo tergiversa todo –repuso él–. Y además es mía. Es normal que me adore.

–Lo temen, pero también lo respetan.

Él miró por la ventana con la frente fruncida.

–¿Qué sabes de los tratos de Hector?

–Nombres. Personas de la prensa a las que ha comprado. Planes futuros. Se lo contaré todo. Todo lo que sé. Y le prometo que sé suficiente.

Él sopesó las palabras de ella en silencio. Negó con la cabeza.

–Búscate a otro.

Beth apretó la agenda contra su pecho.

–¿Cómo puede hacer esto? –preguntó entre dientes–. ¿Cómo puede dejar sin castigo lo que él le hizo? Destruyó su vida. La destruye todavía.

–Escúchame atentamente, Beth –él bajó la voz–. Hace seis años de eso. Yo he dejado el pasado atrás, ya no me siento consumido por la rabia como cuando pensaba sólo en matar. No me provoques o podría pagarlo contigo.

–Ésta es tu oportunidad, ¿no lo entiendes? –dijo ella a la desesperada–. Pensaba que tú sentirías lo mismo que yo. ¿No lo odias?

Él abrió la puerta, pero ella le bloqueó la salida con la horrible sensación de que su última oportunidad se le escapaba entre los dedos.

–Todo habrá terminado antes de un año, cuando recupere a David. Por favor, ¿qué tengo que hacer para convencerte?

Dejó caer la agenda al suelo, le agarró la chaqueta, se puso de puntillas y lo besó en la boca. Él la apartó con brusquedad, con fuerza suficiente para dejarla sin aliento, y la clavó contra la pared.

–¿Te has vuelto loca?

Ella se estremeció, se sentía mareada y desorientada. Le quemaban los labios por el beso, un beso al que él no había correspondido y que a ella la había destrozado. Él tenía un pecho de acero, unas manos de acero y una voluntad de acero.

–¿Qué tengo que hacer para conseguir que me ayudes? –preguntó.

–¿Por qué me has besado? –preguntó él.

–Yo…

Él le apretó los dedos en las muñecas.

–No me gustan los juegos, Beth. No tengo mucho sentido del humor y, si me levantas otra vez una bandera roja, cargaré.

–Landon, estás ahí. Te toca hablar.

Él la soltó con brusquedad y Beth se frotó las muñecas doloridas. Un hombre moreno los observaba desde el umbral de la puerta.

–¿Y quién es la señora? –preguntó.

–La esposa de Halifax –repuso Landon con disgusto, antes de salir de la habitación.

–¡No soy su esposa! –gritó ella.

El recién llegado le lanzó una mirada de incredulidad y Beth se secó las manos sudorosas en la chaqueta e intentó recuperarse. Tomó la agenda, que yacía abierta boca abajo en el suelo.

–Garrett Gage –dijo el hombre con una sonrisa.

Ella vaciló y le estrechó la mano que le tendía.

–Bethany Lewis.

–Bethany, necesitas una copa –le pasó la suya y puso la mano de ella en su codo. Le dio una palmadita amistosa, como si fueran amigos íntimos a punto de compartir confidencias–. Habla conmigo, Beth. ¿Puedo llamarte Beth?

Capítulo Dos

Landon no podía apartar la imagen de ella de su mente. Elegante en su traje azul y alzando la barbilla con dignidad. Bethany Lewis ojerosa.

Podría haber dudado de sus palabras, pero la historia había salido en la prensa. Bethany Halifax, ahora Lewis, había soportado un divorcio sucio y una batalla por la custodia de su hijo.

Cosa que a él debería importarle un bledo.

Con su quinta copa de vino y después del mal trago de tener que hablar por el micrófono, bebía con lentitud, esforzándose por disfrutar del sabor mientras contemplaba los jardines del hotel con los codos apoyados en la balaustrada de piedra.

La mujer de Hector Halifax besándolo en los labios como si su vida dependiera de ello.

Y su cuerpo había respondido a ese beso. ¿Por qué? Ni siquiera era la mujer más guapa que había visto, y desde luego, tampoco la más sexy con aquella mirada de furia. Pero sentir sus labios en los de él había sido un éxtasis. Hacía años que no se excitaba de aquel modo.

Se puso tenso al oír pasos detrás de él y después la voz de su hermano Garrett. El menor, Julian John, también debía de estar por allí. Quizá tonteando con una camarera.

–Me sorprende que te hayas quedado tanto –dijo Garrett, apoyando los codos en la piedra desgastada.

Landon se encogió de hombros; la multitud no le molestaba demasiado cuando podía escapar de ella.

–Estoy esperando a que ella se marche.

Su hermano soltó una risita.

–Confieso que siento mucha curiosidad por el contenido de esa agenda.

Landon guardó silencio. Él también la sentía. Pero era el mayor, el más sensato. Su madre y sus hermanos dependían de él para que tomara decisiones racionales, no impulsadas por la rabia.

–No recuerdo haber visto tanto odio en ninguna otra mirada –comentó Garrett–. Excepto quizá en la tuya.

Una furia antigua y familiar le encogió el estómago a Landon.

–Di lo que quieras decir.

–¿Sabes?, he estado esperando que hicieras algo sobre lo que sucedió hace años. Y madre y Julian también. Tú no lloraste, no te emborrachaste. Fuiste a trabajar al día siguiente y trabajaste como un perro. Todavía sigues trabajando como un perro.

–¿Y no es ésa la actitud que queríais todos que tomara? Yo levanté el periódico de papá, lo saqué a Internet y he triplicado sus beneficios. ¿Tú querías que me emborrachara?

–No, yo quería que hicieras algo que equilibrara las cosas. Creo que ya es hora de que actúes. Sabes muy bien que puedes aplastarlo.

–¿A Halifax?

Los ojos de Garrett brillaron con malicia.

–No me digas que no lo has pensado.

–Todas las noches.

–Pues entonces –Garrett lanzó un gruñido de satisfacción, vació su copa de vino y la dejó a un lado–.

Landon, vamos. Eres el tío más solo que conozco. Llevamos seis años viendo cómo te cierras a todo. Ya ni siquiera te interesan las mujeres. Exudas furia por todos los poros y te está comiendo por dentro.

Landon se frotó la nariz con dos dedos. Las sienes le empezaban a palpitar.

–Déjame en paz, Garrett.

–¿Por qué no te vengas, hermano?

Landon no supo lo que pasó, pero la copa de vino que sostenía se estrelló contra la columna de piedra más próxima y cayó al suelo hecha añicos.

–¡Porque eso no los traerá de vuelta! –rugió–. Podría matarlo y ellos seguirían sin volver.

Siguió un silencio. Landon no sentía nada excepto… vacío.

–¡Maldita sea! –murmuró, contra sí mismo y contra Bethany Lewis por haberle hecho pensar en aquello.

Landon odiaba pensar en eso. Odiaba recordar la llamada telefónica nocturna y todas las pruebas que habían descubierto los detectives. Pero al mismo tiempo, aquello lo atormentaba. ¿Cómo podía haber estado tan ciego? ¿Haberse dejado engañar así? Chrystine había tenido una aventura con Halifax durante varios meses; el detective privado le había confirmado que se habían intercambiado mensajes y ella se había escabullido por la noche para ir a verlo. Landon no había conocido su traición hasta el día en que la había enterrado.

Se había sentido atrapado en aquel matrimonio y no la deseaba, pero ella esperaba un hijo suyo y él había hecho lo correcto y había tenido toda la intención de conseguir que aquello funcionara.

Había fracasado, y tampoco había conseguido proteger al niñito rechoncho que ya había aprendido a sentarse, sonreír y decir «papá».

Su hijo había muerto por causa de ella.

Y por el correo electrónico de Halifax en plena noche exigiendo que tenía que ser «ahora o nunca». Que ella tenía que ir con él en aquel momento o nunca estarían juntos.