El cerco de Numancia - Miguel de Cervantes Saavedra - E-Book

El cerco de Numancia E-Book

Miguel de Cervantes Saavedra

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Beschreibung

  En El cerco de Numancia, Miguel de Cervantes pone en escena el sacrificio colectivo ante el asedio del general romano Escipión a Numancia. En esta obra se describe la heroica defensa de Numancia, capital de los celtíberos arévacos. En el asedio de la ciudad los numantinos murieron de hambre antes que rendirse a los romanos de Escipión. La obra culmina con la decisión numantina de no entregar nada ni a nadie al enemigo, suicidándose colectivamente. Esta decisión los dignifica y honra sobre los romanos, a pesar de la muerte y la derrota. Según la crítica, Cervantes mezcló varias fuentes históricas, motivos literarios y dramas ficticios. Así creó esta tragedia alegórica llena de virtudes como el amor, el heroísmo, el patriotismo y algunos valores cristianos. Aquí el hambre parece un personaje más ciñéndose sobre los habitantes de la ciudad acosada. Se añaden además figuras alegóricas que profetizan un futuro glorioso para España. El cerco de Numancia es una obra donde la Providencia parece tener un cometido trascendental.

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Seitenzahl: 85

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Miguel de Cervantes Saavedra

El cerco de Numancia

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La Numancia.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-564-7.

ISBN ebook: 978-84-9953-242-4.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

El asedio 7

El cerco de Numancia 9

Personajes 10

Jornada primera 13

Jornada segunda 33

Jornada tercera 57

Jornada cuarta 81

Libros a la carta 111

Brevísima presentación

La vida

Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España.

Era hijo de un cirujano, Rodrigo Cervantes, y de Leonor de Cortina. Se sabe muy poco de su infancia y adolescencia. Aunque se ha confirmado que era el cuarto entre siete hermanos. Las primeras noticias que se tienen de Cervantes son de su etapa de estudiante, en Madrid.

A los veintidós años se fue a Italia, para acompañar al cardenal Acquaviva. En 1571 participó en la batalla de Lepanto, donde sufrió heridas en el pecho y la mano izquierda. Y aunque su brazo quedó inutilizado, combatió después en Corfú, Ambarino y Túnez.

En 1584 se casó con Catalina de Palacios, no fue un matrimonio afortunado. Tres años más tarde, en 1587, se trasladó a Sevilla y fue comisario de abastos. En esa ciudad sufrió cárcel varias veces por sus problemas económicos y hacia 1603 o 1604 se fue a Valladolid, y allí también fue a prisión, esta vez acusado de un asesinato. Desde 1606, tras la publicación del Quijote, fue reconocido como un escritor famoso y vivió en Madrid.

El asedio

La Numancia, también titulada La destrucción de Numancia o El cerco de Numancia escenifica el tema patriótico del sacrificio colectivo ante el asedio del general romano Escipión. Aquí el hambre parece un personaje más ciñéndose sobre los habitantes de la ciudad acosada. Se añaden además figuras alegóricas que profetizan un futuro glorioso para España. Se trata de una obra donde la Providencia parece tener un cometido trascendental.

El cerco de NumanciaPersonajes

Escipión, romano

Jugurta, romano

Mario, romano

Quinto Fabio, romano

Cayo, soldado romano

Cuatro soldados romanos

Dos numantinos, embajadores

España

El río Duero

Tres muchachos que representan riachuelos

Teógenes, numantino

Caravino, numantino

Cuatro gobernadores numantinos

Marquino, hechicero numantino

Marandro, numantino

Leonicio, numantino

Dos sacerdotes, numantinos

Un paje numantino

Seis pajes más, numantinos

Un hombre, numantino

Milbio, numantino

Un demonio

Un muerto

Cuatro mujeres de Numancia

Lira, doncella [numantina]

Dos ciudadanos numantinos

Una mujer de Numancia

Un hijo suyo

Otro hijo de aquélla

Un muchacho, hermano de Lira

Un soldado numantino

La Guerra

La Enfermedad

El Hambre

La mujer de Teógenes

Un hijo suyo

Otro hijo y una hija de Teógenes

Serbio, muchacho [numantino]

Bariato, muchacho, que es el que se arroja de la torre

Un numantino

Ermilio, soldado romano

Limpio, soldado romano

La Fama

Jornada primera

(Entra Escipión, Jugurta, Mario, y Quinto Fabio, hermano de Escipión, romanos.)

Escipión Esta difícil y pesada carga

que el senado romano me ha encargado

tanto me aprieta, me fatiga y carga

que ya sale de quicio mi cuidado.

De guerra y curso tan extraña y larga

y que tantos romanos ha costado,

¿quién no estará suspenso al acaballa?

¡Ah! ¿Quién no temerá de renovalla?

Jugurta ¡Quién, Cipión? Quien tiene la ventura,

el valor nunca visto que en ti encierras,

pues con ella y con él está segura

la victoria y el triunfo de estas guerras.

Escipión El esfuerzo regido con cordura

allana al suelo las más altas sierras,

y la fuerza feroz de loca mano

áspero vuelve lo que está más llano;

mas no hay que reprimir, a lo que veo,

la fuerza del ejército presente,

que, olvidado de gloria y de trofeo,

ya embebido en la lascivia ardiente;

y esto solo pretendo, esto deseo;

volver a nuevo trato nuestra gente,

que, enmendando primero al que es amigo,

sujetaré más presto al enemigo.

¡Mario!

Mario ¿Señor?

Escipión Haz que a noticia venga

de todo nuestro ejército, en un punto,

que, sin que estorbo alguno le detenga,

parezca en este sitio todo junto,

porque una breve plática de arenga

les quiero hacer.

Mario Harélo en este punto.

Escipión Camina, porque es bien que sepan todos

mis nuevas trazas y sus viejos modos.

(Vase Mario.)

Jugurta Séte decir, señor, que no hay soldado

que no te tema juntamente y ame;

y porque ese valor tuyo extremado

de Antártico a Calixto se derrame,

cada cual con feroz ánimo osado,

cuando la trompa a la ocasión les llame,

piensa hacer en tus servicios cosas

que pasen las hazañas fabulosas.

Escipión Primero es menester que se refrene

el vicio, que entre todos se derrama;

que si éste no se quita, en nada tiene

con ellos que hacer la buena fama.

Si este daño común no se previene

y se deja arraigar su ardiente llama,

el vicio solo puede hacernos guerra

más que los enemigos de esta tierra.

(Tocan a recoger y échase de adentro este bando.)

Voz «Manda nuestro general

que se recojan armados

luego todos los soldados

en la plaza principal,

y que ninguno no quede

de parecer a esta vista,

so pena que de la lista

al punto borrado quede.»

Jugurta No dudo yo, señor, sino que importa

recoger con duro freno la malicia,

y que se dé al soldado rienda corta

cuando él se precipita en la injusticia.

La fuerza del ejército se acorta,

cuando va sin arrimo de justicia

aunque más le acompañen a montones

mil pintadas banderas y escuadrones.

(Entra un alarde de soldados, armado a lo antiguo sin arcabuces, y Escipión se sube sobre una peña que estará allí, y dice.)

Escipión En el fiero ademán, en los lozanos

marciales aderezos y vistosos,

bien os conozco, amigos, por romanos:

romanos, digo, fuertes y animosos;

mas en las blancas delicadas manos

y en las teces de rostros tan lustrosos,

allá en Bretaña parecéis criados,

y de padres flamencos engendrados.

El general descuido vuestro, amigos,

el no mirar por lo que tanto os toca,

levanta los caídos enemigos

que vuestro esfuerzo y opinión apoca.

De esta ciudad los muros son testigos

que aun hoy está cual bien fundada roca

de vuestras perezosas fuerzas vanas,

que solo el nombre tienen de romanos.

¿Paréceos, hijos, que es gentil hazaña

que tiemble del romano nombre el mundo

y que vosotros solos en España

le aniquiléis y echéis en el profundo?

¿Qué flojedad es ésta tan extraña?

¿Qué flojedad? Si yo mal no me fundo,

es flojedad nacida de pereza,

enemiga mortal de fortaleza.

La blanda Venus con el duro Marte

jamás hacen durable ayuntamiento;

ella regalos sigue, él sigue arte

que incita daños y furor sangriento.

La cipria diosa estése agora aparte;

deje su hijo nuestro alojamiento,

que mal se aloja en las marciales tiendas

quien gusta de banquetes y meriendas.

¿Pensáis que solo atierra la muralla

el almete y la acerada punta,

y que solo atropella la batalla

la multitud de gentes y armas junta?

Si esfuerzo de cordura no señala

que todo lo previene y lo barrunta,

poco aprovechan muchos escuadrones,

y menos infinitas municiones.

Si a militar concierto se reduce,

cualque pequeño ejército que sea,

veréis que como Sol claro reluce,

y alcanza las victorias que desea;

pero si a flojedad él se conduce,

aunque abreviado el mundo en él se vea,

en un momento quedará deshecho

por más regalada mano y fuerte pecho.

Avergonzaos, varones esforzados,

porque, a nuestro pesar, con arrogancia,

tan pocos españoles, y encerrados,

defiendan este nido de Numancia.

Diez y seis años son, y más, pasados

que mantienen la guerra y la ganancia

de haber vencido con feroces manos

millares de millares de romanos.

Vosotros os vencéis, que estáis vencidos

del bajo antojo, y fementil, liviano,

con Venus y con Baco entretenidos,

sin que a las armas extendáis la mano.

Córreos agora, si no estáis corridos,

de ver que este pequeño pueblo hispano

contra el poder romano se defiende

y, cuanto más rendido, más ofende.

De nuestro campo quiero, en todo caso,

que salgan las infames meretrices,

que de ser reducidos a este paso,

ellas solas han sido las raíces.

Para beber no quede más de un vaso,

y los lechos, un tiempo ya felices,

llenos de concubinas, se deshagan,

y de fajina y en el suelo se hagan.

No me huela el soldado otros olores

que el olor de la pez y de resina,

ni por golosidad de los sabores

traiga siempre aparato de cocina;

que el que usa en la guerra estos primores

muy mal podrá sufrir la cota fina;

no quiero otro primor ni otra fragancia

en tanto que español viva en Numancia.

No os parezca, varones, escabroso

ni duro este mi justo mandamiento,

que al fin conoceréis ser provechoso

cuando aquél consigáis de vuestro intento.

Bien se os ha de hacer dificultoso

dar a vuestras costumbres nuevo asiento;

mas, si no las mudáis, estará firme

la guerra que esta afrenta más confirme.

En blandas camas, entre juego y vino,

hállase mal el trabajoso Marte.

Otro aparejo busca, otro camino.

Otros brazos levantan su estandarte.

Cada cual se fabrica su destino.

No tiene allí Fortuna alguna parte.

La pereza Fortuna baja cría;

la diligencia, imperio y monarquía.

Estoy con todo esto tan seguro

de que al fin mostraréis que sois romanos,

que tengo en nada el defendido muro

de estos rebeldes bárbaros hispanos;

y así, os prometo por mi diestra y juro

que, si igualáis al ánimo las manos,

que las mías se alarguen en pagaros,

y mi lengua también en alabaros.

(Míranse los soldados unos a otros, y hacen señas a uno de ellos, que se llama Cayo Mario, que responda por todos, y dice.)

Cayo Mario Si con atentos ojos has mirado,

ínclito general, en los semblantes

que a tus breves razones han mostrado

los que tienes agora circunstantes,

cuál habrás visto sin color, turbado,

y cuál con ella, indicios bien bastantes

de que el temor y la vergüenza a una

nos aflige, molesta e importuna,

vergüenza, de mirar ser reducidos

a término tan bajo por su culpa,

que viendo ser por ti reprehendidos,

no saben a esa falta hacer disculpa;

temor, de tantos yerros cometidos;

y la torpe pereza que los culpa

los tiene de tal modo, que se holgaran

antes morir que en esto se hallaran.

Pero el lugar y el tiempo que los queda

para mostrar alguna recompensa,