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«No quiero a otra actriz, señorita Caldwell, la quiero a usted». El magnate financiero Damián Delgado tenía que enfrentarse a las maquinaciones de su madre y su hermano para robarle una fortuna. Necesitaba una actriz que se hiciera pasar por su novia durante un fin de semana para distraer a su familia y encontrar los documentos que le permitirían salvar su negocio. Y Mia Caldwell encajaba en ese papel a la perfección. Mia no estaba acostumbrada al lujoso, pero cínico, mundo de Damián y cada día era más difícil creer que la pasión entre ellos era fingida. Porque la conexión entre los dos era embriagadoramente real. ¿Podría Damián estar actuando también cuando insistía en decir que no podía ofrecerle más que un acuerdo temporal?
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Seitenzahl: 176
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Michelle Smart
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El contrato de cenicienta, n.º 2846 - abril 2020
Título original: The Billionaire’s Cinderella Contract
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-346-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
MIA CALDWELL miró el anodino edificio en el centro de Londres antes de comprobar la dirección que le habían dado. Nunca había oído hablar del Club Giroud y aquella puerta negra ligeramente desvencijada no parecía la entrada de un club respetable, pero la dirección era correcta y la aplicación de su teléfono indicaba que aquel era el sitio, de modo que pulsó el timbre y esperó, intentando controlar su nerviosismo.
Después de la función la noche anterior, mientras estaba en su camerino, la había llamado su habitualmente inútil representante. No había hablado con Phil en un mes, de modo que la llamada fue tan inesperada como la noticia de que debía hacer una prueba para el director de una nueva compañía teatral al día siguiente.
Lo raro era que la prueba tendría lugar a primera hora de la mañana en un club privado en lugar de un teatro. Ah, y Phil había olvidado preguntar el nombre de la compañía. Y el nombre de la obra. O cuánto iban a pagarle.
De verdad tenía que buscar otro representante.
Y tenía que acudir a esa prueba porque estaba en el tramo final de funciones y no tenía nada en perspectiva. Pagasen lo que pagasen, no podía ser menos de lo que ganaba en ese momento. Si tenía suerte, y pensaban actuar en teatros importantes, tal vez podría ganar lo suficiente como para arreglar la caldera de su apartamento, que no dejaba de hacer ruidos extraños. Además, las paredes estaban llenas de humedades y su coche no aguantaría mucho más.
Un hombre tan grande como una montaña abrió la puerta y se quedó mirándola sin expresión.
–¿Este es el club Giroud? –preguntó Mia cuando el hombre-montaña no se molestó en decir una palabra.
–¿Y usted es?
–Mia Caldwell.
–¿Documento de identidad?
Otra cosa que le había parecido rara, le habían pedido que llevase algún documento de identidad. El hombre-montaña examinó su permiso de conducir, dejó escapar una especie de gruñido y dio un paso atrás.
–Sígame.
Mia vaciló antes de entrar en un vestíbulo tan lúgubre y anodino como el exterior del edificio, pero cuando el hombre-montaña abrió una puerta…
Si había algo completamente opuesto al lúgubre vestíbulo era aquel fastuoso corredor, con piano de cola incluido, pero no tuvo tiempo de seguir pensando porque el hombre-montaña se detuvo por fin, abrió una puerta y le hizo un gesto para que entrase.
Era una habitación elegantemente decorada, con varios sofás de piel oscura separados por una mesa. Había un hombre sentado en uno de los sofás, leyendo un documento.
Sus ojos se encontraron mientras la puerta se cerraba tras ella y Mia sintió un escalofrío.
–Señorita Caldwell –la saludó el extraño, ofreciéndole su mano–. Damián Delgado. Encantado de conocerla.
–Lo mismo digo –murmuró ella, estrechando su mano.
No solía ruborizarse, pero había algo en aquel hombre que la ponía extrañamente nerviosa.
Era guapísimo. Tan alto como el hombre-montaña, pero menos imponente, llevaba una camisa blanca, pantalón azul marino y corbata plateada, pero fueron sus ojos lo que capturó su atención. Era como mirar una obsidiana derretida. El espeso pelo oscuro enmarcaba un rostro esculpido de nariz definida y labios firmes, todo destacado por una perilla bien recortada. Y olía de maravilla.
–¿Quiere tomar algo?
Mia, que tenía la boca seca, pidió un vaso de agua.
–¿Normal o con gas?
–Normal.
–Siéntese, por favor.
Temiendo desmayarse por culpa de esa voz tan ronca y masculina y ese rostro tan atractivo, Mia se sentó en uno de los sofás. Pero, de verdad, esa voz… tan oscura y viril como sus ojos. Y ese acento. Era irresistible.
–¿Sabe por qué está aquí? –le preguntó él, mientras abría una botella de agua.
Por un momento, Mia se preguntó de qué estaba hablando. ¿Qué le pasaba? Había ido allí para buscar trabajo.
–Me han dicho que venía a hacer una prueba para un papel.
Mia lo miró atentamente. Aspecto inmaculado, zapatos tan pulidos que podría usarlos como espejos. Damián Delgado no parecía un director teatral y su nombre no le decía nada. Pero ella estaba suscrita a todas las revistas teatrales y debería haber visto su nombre en alguna ocasión. Aquello era muy raro.
–No sé el nombre de la obra.
–Porque no hay ninguna obra.
–¿Cómo?
Damián Delgado dejó un vaso de agua sobre la mesa y volvió a sentarse en el sofá, frente a ella.
–La prueba es una tapadera –le dijo, mirándola a los ojos sin pestañear–. Necesito una actriz que me acompañe a la casa de mi familia en Monte Cleure durante un fin de semana.
Mia se tomó de un trago la mitad del vaso de agua. Ella nunca había estado en Monte Cleure, un diminuto principado entre Francia y España, considerado uno de los países más ricos del mundo. Solo los millonarios podían permitirse vivir allí.
–Si acepta mi proposición, estoy dispuesto a pagarle doscientas mil libras y a cubrir todos sus gastos.
Mia lo miró, boquiabierta. Era una cantidad astronómica, diez veces lo que había ganado el año anterior. No podía ser, debía haber oído mal.
–¿Ha dicho que va a pagarme doscientas mil libras?
Damián Delgado asintió con la cabeza.
–Eso he dicho.
–Pero es mucho dinero… –empezó a decir Mia, sin poder disimular su inquietud–. ¿Qué espera que haga por tal cantidad de dinero?
–Hay ciertas cosas que discutiremos si llegamos a un acuerdo, pero lo importante es que debe actuar como si estuviese enamorada de mí.
Mia se había llevado muchas sorpresas en sus veinticuatro años de vida, pero aquello era tan inesperado y absurdo que no era capaz de entenderlo.
Si no fuera por su seria expresión, miraría alrededor buscando cámaras ocultas. Aquello tenía que ser una broma.
–Perdone, pero no le entiendo. ¿Quiere pagarme para que finja ser su novia?
–Así es, pero en mi mundo decimos «amante» o «amiga», nunca novia.
–¿Amante? ¿Y tendría que compartir dormitorio con usted? –exclamó ella.
–Y la cama –respondió él tranquilamente–. Mi familia debe creer que la nuestra es una relación seria.
Mia, disgustada, se levantó de un salto.
–Creo que se ha equivocado de persona, señor Delgado. Yo no soy una fulana.
–Sé bien lo que es usted, señorita Caldwell –dijo él entonces, con una sonrisa que envió un escalofrío por su espina dorsal–. Sé que es actriz y es una actriz lo que necesito. Tendrá que fingir afecto y pasión solo en presencia de mi familia. Cuando estemos solos, no tendrá que hacer nada en absoluto. Solo será una relación profesional.
Mia apretó el bolso contra su estómago mientras daba un paso atrás.
–No pienso compartir cama con un extraño. Lo siento, no estoy en venta. Búsquese a otra.
–Pero no quiero a otra, señorita Caldwell. ¿Sabe quién soy?
–No lo sé y no me interesa saberlo. Adiós, señor Delgado.
–Antes de tirar por la ventana esta oportunidad, busque mi nombre en internet y descubrirá que aceptar mi proposición tendrá algo más que ventajas económicas para usted. Le dará a su carrera el empujón que necesita.
–Pero yo…
¿Quién era Damián Delgado? ¿Un productor teatral, un banquero?
–Busque mi nombre –repitió él.
No se había molestado tanto en encontrar a la perfecta candidata para que ella lo rechazase de inmediato. En menos de tres semanas, el negocio de su familia, en el que había trabajado durante toda su vida adulta y que ya debería controlar, le sería arrebatado y su reputación destruida. El propio negocio sería destruido.
Parar evitar todo eso, necesitaba que Mia firmase el acuerdo ese mismo día. Había estado seguro de que doscientas mil libras la convencerían sin mayores discusiones, pero al parecer no era así.
Mia Caldwell había trabajado esporádicamente como actriz desde que se graduó en la escuela de Arte Dramático tres años antes. Su mayor fuente de ingresos era una pequeña compañía de teatro que hacía giras por provincias, pero trabajaba también como camarera en un café para ganar un sobresueldo. Decir que necesitaba un empujón sería quedarse corto.
–¿Puede deletrearme su apellido? –le preguntó ella, sacando un móvil del bolso.
Damián lo hizo y luego se arrellanó en el sofá, esperando. Le había encargado a su abogado la tarea de hacer una lista de actrices jóvenes y bellas que buscaban su gran oportunidad… con un requisito añadido.
Su abogado le había dado una lista de cuatro actrices, pero con su pelo rubio dorado y sus inteligentes ojos azules, Mia Caldwell había capturado su atención inmediatamente. Había algo en ella que encajaba en su mundo.
Para comprobar sus habilidades dramáticas, había acudido a verla en My fair lady, en un teatro diminuto, esperando una velada aburrida. En lugar de eso, se había sentido cautivado.
Mia iluminaba el escenario y era convincente como vendedora de flores convertida en dama de la alta sociedad. Era divertida, vulnerable, encantadora y cantaba como un ángel. Antes del entreacto, Damián sabía que había encontrado a la mujer que buscaba, pero no había esperado que fuese más atractiva y cautivadora fuera del escenario.
Las fotografías no le hacían justicia. Un clásico rostro ovalado enmarcaba unos preciosos ojos almendrados, una nariz recta y una boca amplia y generosa. Su delgada figura estaba escondida en ese momento bajo un vestido amplio. Si midiese unos centímetros más, podría ser modelo. En el escenario tenía un aspecto grandioso, pero de cerca era más bien pequeñita.
La inteligencia que había intuido en las fotografías también era detectable en persona. En su mundo había gente bendecida con dinero y belleza a expensas de neuronas. Mia había sido bendecida con belleza y neuronas, pero sin dinero. Exactamente lo que él necesitaba porque tendría que ser algo más que un adorno.
–¿Está interesada ahora? –le preguntó después de unos minutos.
Ella parpadeó un par de veces, como aturdida, y después asintió con la cabeza.
Sin duda, ese inteligente y suspicaz cerebro ya estaba imaginando el empujón que le daría a su carrera ser vista de su brazo.
–Entonces siéntese y sigamos hablando.
–Muy bien.
–Escúcheme con atención: el próximo fin de semana, Celeste, mi madre, organizará su fiesta de verano anual. Acudirán muchos de los hombres más ricos e importantes del mundo y los miembros de la familia se alojarán en la casa durante todo el fin de semana. Usted y yo llegaremos el viernes y nos separaremos el domingo por la tarde, pero tendrá que estar disponible durante toda esta semana. Así tendremos tiempo para que nos vean juntos y para conocernos un poco mejor.
–¿Qué espera de mí, además de fingir que estoy enamorada?
–Eso es algo que revelaré cuando hayamos firmado el acuerdo.
Mia guiñó los ojos, mirándolo con suspicacia.
–No será algo ilegal, ¿verdad?
–No es nada ilegal, pero según sus antecedentes tiene usted la falta de escrúpulos que necesito.
Mia palideció.
–¿Cómo sabe eso?
–¿Sus antecedentes penales? Hay muchas formas de encontrar esa información.
–Pero…
–Su secreto está a salvo conmigo, señorita Caldwell –le aseguró Damián–. La fiesta de Celeste es un evento social al que acudirán muchos periodistas. Ser fotografiada conmigo le dará un empujón a su carrera y el dinero que recibirá a cambio es más de lo que recibiría por vender una historia sobre mí a las revistas. Pero, por supuesto, tendrá que firmar un acuerdo de confidencialidad junto con el contrato por sus servicios. El negocio de mi familia depende de la confidencialidad y la discreción y usted tendrá acceso a información por la que la prensa pagaría una fortuna.
Ella seguía mirándolo en silencio. No había parpadeado desde que mencionó sus antecedentes penales.
–Yo he puesto mis cartas sobre la mesa, señorita Caldwell. ¿Está de acuerdo o no? Necesito una respuesta inmediatamente. Si no está dispuesta a hacerlo, puede marcharse. No me gustaría arruinar su vida por despecho.
Fueron esas palabras lo que sacó a Mia de su estupor.
«No me gustaría arruinar su vida por despecho».
Estaba amenazándola.
Mia quería cubrirse los oídos, cerrar los ojos y despertar de aquella pesadilla.
«No te asustes, tranquila, no pasa nada».
Pero era lógico tener miedo. Si Damián Delgado decidía arruinar su vida podría destruir a las dos personas a las que más quería en el mundo. Los fantasmas del pasado serían resucitados. Todo lo que había estado a punto de hundir a su familia podría estallar de nuevo.
Debería haber salido corriendo cuando tuvo la oportunidad, pero, tontamente, había buscado el nombre de Damián Delgado en internet y lo que había descubierto había despertado su curiosidad. Se había sentado para escuchar su proposición por estúpida, absurda curiosidad. Quería saber por qué un hombre como él pagaría una fortuna para que se fingiese su amante
Su intención era escucharlo para después decir que no estaba interesada. Ella no era actriz por la fama o el dinero y aquel no era la clase de empujón que necesitaba. No podía arriesgarse a llamar la atención. Esa era la razón por la que trabajaba en teatros provinciales en lugar de buscar los grandes escenarios.
Pero el teatro era el gran amor de su vida. Lo había encontrado cuando estaba hundida y había sido una salvación. En el escenario había encontrado un nuevo hogar. Actuar era lo único que sabía hacer, lo único que esperaba hacer algún día si conseguía tener unos ingresos regulares.
Pero Damián Delgado, aquel hombre guapísimo por el que había estado a punto de desmayarse, podía poner todo eso patas arriba.
–¿Cuándo necesita una respuesta? –le preguntó, intentando ganar tiempo para pensar, para planear, para escapar.
–Ahora mismo, señorita Caldwell. El contrato y el acuerdo de confidencialidad están preparados para la firma. Firme o márchese, usted decide. Alcanzar un futuro mejor o seguir hundiéndose en la nada.
Sus ojos oscuros estaban clavados en ella, su atractivo rostro una máscara impasible.
¿Cómo podía ser tan flemático mientras hacía una amenaza?
Media hora antes, el nombre Damián Delgado no significaba nada para ella. Había entrado en el edificio sin saber que iba a encontrarse con uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo.
No podía haber sido fácil conseguir sus antecedentes, pensó. Entonces era menor de edad y estaba prohibido por ley publicar su nombre o hacer público el informe.
Damián Delgado miró su reloj y luego a ella de nuevo.
–Necesito una respuesta, señorita Caldwell.
–Muy bien, firmaré –dijo ella, asustada.
Si la única forma de garantizar su silencio era aceptar aquella proposición, tendría que hacerlo. Y luego rezaría para que nadie más descubriera su secreto y para que los fantasmas del pasado siguieran escondidos.
No quería ni pensar en las consecuencias si fuese de otro modo.
MIA ESTABA pintándose los labios cuando sonó el timbre.
Cerrando los ojos, tomó aire. El pánico que había sentido por la mañana había desaparecido, dejando solo rabia, miedo y un millón de preguntas.
Todo había ocurrido tan rápidamente. En cuanto firmó el contrato y el acuerdo de confidencialidad, recibió un sobre lleno de dinero con instrucciones de comprarse un vestido y preparase para la primera «cita».
Después de eso, Damián se había despedido con una inclinación de cabeza y el hombre-montaña la había acompañado a la puerta.
De no ser por el dinero que tenía en la mano podría haber creído que todo aquello era un sueño. Le gustaría que solo hubiera sido un sueño, pero se había metido de cabeza en una pesadilla.
En cualquier caso, había hecho lo que Damián le había pedido. Cuando salió del club, entró en una boutique frente a la que había pasado muchas veces sin atreverse a entrar y, después de comprar un vestido apropiado para la cena de esa noche, volvió corriendo a casa.
Había pasado el resto del día investigando al enigmático Damián Delgado y si no tuviese que arreglarse para la «cita» seguiría buscando información en internet, donde había miles de artículos con cotilleos y especulaciones sobre su millonaria familia.
El grupo Delgado, fundado en 1960 por el abuelo de Damián, era una de las instituciones privadas más poderosas del mundo. Y también más hermética. En cuanto al propio Damián, solo sabía que tenía treinta y seis años, dos años menos que su hermano Emiliano, y que dirigía el banco Delgado, la institución financiera más importante de Argentina.
Encontró un montón de fotos de él con diferentes mujeres, pero nada sugería que hubiese tenido una relación seria o que tuviese hijos.
Se rumoreaba que estaba a cargo de la dirección del grupo Delgado desde la muerte de su padre seis meses antes. Al funeral de Eduardo Delgado habían acudido líderes mundiales, presidentes, monarcas.
Todo lo que leía aumentaba sus miedos y ni siquiera el anticipo de cien mil libras había conseguido tranquilizarla. Al contrario.
Ya no podía dar marcha atrás. Tenía que ver las próximas dos semanas como un trabajo más, aunque solo actuaría para unos cuantos elegidos.
Ella era la actriz, Damián el director, el coreógrafo, el titiritero.
¿Pero dónde se había metido? ¿Y por qué ella cuando había miles de actrices de su edad?
Todas esas preguntas daban vueltas en su cabeza mientras se levantaba del sofá. La familia Delgado tenía más poder que muchos de los líderes mundiales que habían acudido al entierro del difunto patriarca.
Damián tenía el poder de aplastarla como un insecto y destruir a su familia.
Con el estómago encogido, Mia abrió la puerta.
Él estaba al otro lado, con un elegante traje de chaqueta oscuro y un enorme ramo de rosas en la mano.
Cuando sus ojos se encontraron, su corazón empezó a latir violentamente y tuvo que sujetarse al marco de la puerta para no lanzarse sobre él como una gata, una reacción que la asustó aún más.
Nunca había sido tan primitiva, nunca había querido golpear a nadie.
–Para ti, mi vida –dijo Damián entonces, tuteándola por primera vez mientras rozaba su mejilla con los labios–. Estás guapísima.
–Gracias –Mia tomó el ramo de rosas y dio un paso atrás–. Espera un momento, voy a ponerlas en agua.
Porque eso sería mejor que abofetearlo con ellas.
Damián Delgado esbozó una sonrisa que podría haber iluminado todo el apartamento.
–¿No me invitas a entrar?
–No sabía que fuera necesario. Pero entra, por favor. Ponte cómodo.
–¿Sarcástica?
–¿Qué esperabas?
Él enarcó una oscura ceja.
–No es un buen principio cuando estamos a punto de embarcarnos en una cita en la que vamos a enamorarnos.
–Dijiste que tendría que hacer el papel en público –le recordó Mia, intentando disimular cuánto la afectaba su presencia–. Y ahora no estamos en público.
¿Pensaba que iba a ser amable con él cuando estaba chantajeándola? Podría ser el hombre más sexy del mundo, pero también era el más cruel y el más arrogante. Si solo tuviera que pensar en ella misma le diría que se fuese al infierno, pero tenía que pensar en su hermana y su madre.
La posibilidad de que la situación que había estado a punto de destruirlas pudiera repetirse era demasiado horrible. Preferiría dejar de ser actriz y ganarse la vida como camarera si de ese modo podía proteger a su familia.
Damián entró en el apartamento y miró alrededor. Nunca había visto un sitio tan pequeño. Todo el apartamento cabría en el vestíbulo de su casa de Buenos Aires, pero estaba limpio y olía bien, a ropa recién lavada.
Los muebles eran viejos y nada hacía juego. Sin embargo, combinaban bien, creando un ambiente acogedor. Debía haberlo decorado con un presupuesto minúsculo, pero tenía estilo y buen gusto y eso era admirable.
Mia entró en el salón con dos vasos llenos de rosas que colocó sobre una mesa.