El deseo de amar - Lindsay Mckenna - E-Book

El deseo de amar E-Book

Lindsay McKenna

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Beschreibung

Renació la esperanza cuando el jefe de marines acudió al rescate. Cuando el teniente Quinn Grayson llegó a la zona devastada por el terremoto se encontró con el caos. Pero al mirar a los ojos de Kerry Chelton, una de los supervivientes, volvió a encontrar la esperanza. La valiente ayudante del sheriff había sacado a su comunidad adelante hasta que llegó Quinn con su magnífico equipo de hombres. Ahora se podrían ayudar el uno al otro, de hecho, con su llegada, el marine le había devuelto las ganas de seguir luchando. Y, una vez estuvo entre sus brazos, deseó con todas sus fuerzas que Quinn pudiera encontrar la voluntad de amar.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Lindsay McKenna

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El deseo de amar, n.º 1368 - marzo 2016

Título original: The Will to Love

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8010-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Catorce de enero a las cinco y cuarenta y cinco

 

Aquel día había empezado mal y prometía ir a peor, o al menos esa era la sensación que Quinn Grayson tenía.

Detuvo el vehículo delante del Cuartel General del Cuerpo de Marines de Camp Reed y se encaminó hacia el edificio.

Estaba amaneciendo y el cielo se teñía de un color oro pálido que iluminaba levemente los escalones que lo llevaban a su destino.

Lo único bueno del día era que iba a ver al admirable Morgan Trayhern, un héroe vivo.

Al entrar, se quitó el casco y notó en el edificio un silencio incómodo. La actitud tensa y ansiosa de los soldados y oficiales que corrían de un lado a otro creaba una asfixiante atmósfera.

El Cuartel General llevaba dos semanas en estado de caos, desde que Los Ángeles sufriera el peor terremoto de la historia de América. Millones de víctimas necesitaban desesperadamente alimento, agua y medicinas. Pero el transporte era difícil, pues todas las vías de acceso habían sido destruidas por el terremoto.

Solo se podía llegar a la ciudad en helicóptero.

El pelotón que le habían asignado a Quinn no era sino una pequeña parte de los muchos hombres y grandes esfuerzos que las Fuerzas Armadas estaban aportando para el rescate de las víctimas. El día anterior por la noche, cuando se encontraba en una de las zonas de aprovisionamiento, su sargento le había ordenado que fuera a ver a Morgan.

Y allí estaba, en Logística, encaminándose hacia su oficina.

Al final de un pasillo abarrotado de personal y en el que se respiraba una insoportable tensión, encontró una puerta. Quinn se detuvo delante, llamó con los nudillos y abrió.

Morgan Trayhern estaba detrás de su escritorio metálico, escribiendo una serie de órdenes para la mujer que tenía delante. Quinn vio la insignia bordada en el traje de la oficial y supo de inmediato que se trataba de una piloto de helicópteros.

Morgan levantó la vista y su ceño fruncido desapareció.

—¡Quinn! Me alegro de que esté aquí. Pase —alzó la mano y le indicó que entrara—. Será solo un momento.

—Sí, señor —dijo Quinn y luego miró a la mujer—. Señora.

—Descanse —le dijo ella.

Quinn asintió y se relajó.

—Sí, señora.

—¿Ya ha tomado café, Quinn? —le preguntó Morgan mientras firmaba.

—No, señor —dijo Quinn, con el casco bajo el brazo.

El hombre señaló la cafetera.

—Pues sírvase.

Quinn sonrió.

—Bien, señor. Gracias, señor.

Morgan dejó el bolígrafo y le entregó las hojas a la piloto.

—Aquí tiene, capitán Jackson. Enhorabuena. Usted y su copiloto son ahora responsables del área seis. Transferiremos al otro equipo al área cinco.

—Sí, señor. Gracias, señor. Haremos un buen trabajo.

Morgan sonrió. La capitán Jackson tenía unos veinticinco años, llevaba el pelo corto y negro, y poseía una intensa mirada gris con un rostro sincero lleno de vida.

El Cuartel General había transferido a una serie de nuevos pilotos a aquella base, lo que daría a los agotados soldados cierto tiempo de respiro.

—Buena suerte, capitán —Morgan se levantó—. Y tenga mucho cuidado. Las cosas son muy poco seguras ahí fuera. Ya hemos tenido un accidente mortal en el área cinco.

—Sí, señor, tendré cuidado. Gracias, señor —dijo Jackson, encaminándose hacia la puerta.

Morgan se acercó a Quinn y se sirvió también una taza de café.

—Véngase conmigo, Quinn. Este va a ser el único momento que tenga libre para ir a ver a Laura, mi mujer. ¿Recuerda a mi mujer?

—Sí, señor, la recuerdo —dio un sorbo al cálido brebaje—. ¿Está aquí? —preguntó extrañado.

—Sí. Nos habíamos venido desde Montana a pasar la noche vieja en un hotel de Los Ángeles, y justo ocurrió el terremoto —le explicó Morgan mientras salían de la oficina—. Laura quedó atrapada entre los escombros.

—¿Su mujer quedó atrapada? —preguntó Quinn preocupado.

—Sí —murmuró Morgan—. Por suerte el Cuerpo de Marines y sus perros la localizaron a tiempo.

—¿Está bien, señor? —se dirigían al hospital militar que estaba a unos pocos metros.

—Se rompió solo un tobillo y tuvieron que operarla. El problema ha sido que se le ha formado un coágulo de sangre y han tenido que dejarla en cama inmovilizada, con una pierna en alto —Morgan sonrió—. Mi mujer no es el tipo de persona que puede estarse quieta. Le suministraron unos medicamentos para que el problema desapareciera y, al parecer, al fin hoy le van a permitir que pasee en una silla de ruedas. El coágulo se ha disuelto y la curación del tobillo ha evolucionado lo suficiente como para que pueda estar un poco más activa.

—Dos semanas en cama a mí me volverían loco —murmuró Quinn. Era un hombre tremendamente inquieto que adoraba estar al aire libre realizando las agotadoras acciones que requería ser parte del Cuerpo de Marines.

—Sí, la verdad es que, de no haber sido por un pequeño bebé que rescatamos, Laura no lo habría soportado. Pero se ha encargado de cuidarlo y las enfermeras han empezado a llevarle a otros niños para que les dé de comer. La han mantenido ocupada.

Quinn sonrió.

Llegaron al ajetreado y caótico hospital y se apresuraron a tomar el ascensor.

Quinn se sintió aliviado en el momento en que entraron en la habitación de Laura y cerraron la puerta, aislándose del ruido y movimiento reinantes.

Laura Trayhern estaba en una silla de ruedas con un bebé envuelto en un manta rosa en los brazos.

—Hola, Quinn —lo saludó Laura—. Me alegro de verlo. Tiene buen aspecto.

—Gracias, señora Trayhern —el bebé succionaba ansioso la tetina del biberón—. Me alegro de que ya esté usted mejor.

—Sí, yo también —Laura le puso la mejilla a su marido para que le diera un beso.

Quinn notó cómo el rostro de Morgan se transformaba y se llenaba de ese amor que había conducido su matrimonio durante muchos años.

Pero, en cuanto se volvió, el militar recobró su máscara de dureza.

—Venga, siéntese conmigo aquí. Le voy a explicar el nuevo plan que vamos a iniciar.

Quinn se disculpó ante Laura y se encaminó hacia las sillas de metal que Morgan había señalado.

Este le entregó uno de los dos archivadores que llevaba, y Quinn abrió su copia, viendo una serie de órdenes firmadas, con su nombre a la cabeza y, a continuación, una lista con los miembros de su equipo.

—Hoy vamos a dar comienzo al plan B. Es arriesgado y aún no sabemos si funcionará. Se podría decir que se trata de un experimento. No podemos permitirnos tener a diez hombres en cada equipo. No hay personal suficiente. Pero si dividimos dichos equipos en dos grupos de cinco hombres, incluido el suboficial al mando, esperamos poder hacer algo. Usted y su equipo serán los primeros en trabajar así. Si funciona, se hará con otros también.

—¿Habrá, entonces, cinco marines por zona? —preguntó Quinn.

—Exacto. Sé que es escaso, pero si lográramos un sistema de actuación efectivo, sería la solución. La policía solo puede actuar en aquellas zonas cercanas a sus centros y a las que pueden ir andando, porque no quedan carreteras —Morgan sacó una hoja de papel y se la entregó a Quinn—. Esta es la sheriff suplente Kerry Chelton. Es la única representante de la ley que ha sobrevivido al terremoto en la zona cinco. Kerry contactó con nosotros hace una semana y he tenido el placer de hablar con esta joven mujer en unas cuantas ocasiones. Es tremendamente inteligente e ingeniosa. Se las arregló para sacar un generador del edificio que se derrumbó matando a sus compañeros. Nos llama cada noche para darnos parte de lo que ocurre. Es una mujer muy hermosa, ¿no cree?

Quinn vio la foto pegada en el informe. De repente, el corazón se le contrajo. La imagen en blanco y negro mostraba a una mujer con el pelo oscuro y media melena. Su rostro con forma de corazón, sus labios gruesos y sus grandes ojos hacían de ella una mujer verdaderamente atractiva.

—Sí, señor, es muy guapa —murmuró Quinn.

—Kerry nos ha ayudado a establecer cuál debía de ser el segundo paso en nuestra labor de salvamento —Morgan suspiró—. Hay mucha gente muriéndose allí fuera. Pero no somos capaces de llegar hasta ellos a tiempo. Se han roto las tuberías y no hay provisión de agua fresca, o al menos no la suficiente para tantos. Kerry ha estado inspeccionando la zona cinco y enviándonos informes de la situación real. Ella nos ha contado cuáles son las necesidades y nosotros hemos estado tratando de organizar grupos en cada zona para ayudar a que la situación se estabilice. Estamos intentando localizar a la policía local, a las tropas estatales, a los sheriff suplentes, en definitiva, a cualquier representante de la ley, para devolver a la ciudad el orden. Sin eso, el caos lo devorará todo.

—Señor, he oído hablar de una poderosa banda que se ha organizado en la zona cinco.

—Sí. Se llaman a sí mismos «Diablo». Usted, Quinn, tendrá como misión acabar con dicha organización —Morgan lo miró con dureza.

—Al parecer mataron a dos pilotos a sangre fría. Esa es razón más que suficiente para ir a por ellos.

Quinn miró una vez más la foto de Kerry. El corazón se le aceleró de nuevo.

—A las ocho en punto, usted y su equipo partirán a su destino. Los pilotos los llevarán al área cinco. Los dejarán en el antiguo aparcamiento de un centro comercial que está completamente destruido. La agente Chelton se encontrará con ustedes allí. Ha montado un improvisado cuartel cerca de esa localización. Lo que necesita ahora es ayuda —Morgan lo miró con una sonrisa.

—¿Y quién estará al mando, señor?

—Los dos.

Quinn frunció el ceño.

—Pero, en una operación tan complicada, debería de haber una cabeza claramente visible, y creo que los marines estamos mejor preparados.

El rostro de Trayhern se oscureció y sus ojos se volvieron heladores por un momento.

—Escúcheme, Quinn. Esa mujer ha perdido a todos sus seres queridos hace dos semanas. La mayoría de la gente se habría quedado tan traumatizada con semejante pérdida que no habría podido hacer nada. Ella, sin embargo, sin la ayuda de nadie, ha sido capaz de montar una base de operaciones para controlar todo el área cinco. Sin su colaboración, observaciones y consejos, no habríamos podido poner en marcha esta segunda parte de nuestra estrategia tan pronto. Nos ha ayudado a saber exactamente qué hace falta, ahorrándonos mucho trabajo. Su equipo ha sido elegido porque cuenta con entrenamiento médico. Sin eso estamos perdidos, pero sin ella también. ¿Me entiende?

Sorprendido por la pasión de Morgan, Quinn bajó la vista y miró una vez más la foto de Kerry. Había en su gesto una firme determinación que se mezclaba con una extraña dulzura.

Quinn tragó saliva y asintió.

—Sí, señor.

—No vaya allí con reticencias contra ella porque sea una mujer —le advirtió Morgan, sospechando los motivos de la protesta de Quinn—. Lo último que necesito en esta misión es un hombre con prejuicios sobre lo que una mujer puede o no puede hacer. Kerry es el tipo de persona que yo querría tener en mi compañía. Es creativa, perseverante, valiente y observadora. Ella es la única que ha logrado establecer contacto por radio con Camp Reed. Creo que es absolutamente excepcional y quiero que usted piense lo mismo. Kerry es alguien en quien, sin duda, se puede confiar.

Quinn sintió que el corazón se le encogía cuando Morgan dijo que Kerry era de fiar. Quizás todavía le quedaba cierto rencor contra el género femenino por su ruptura con Frannie Walton, una secretaria que había conocido en Oceanside hacía unos dos años. Desde entonces, había tenido muchos problemas para fiarse de una mujer. Después de aquel desengaño se había metido en un oscuro agujero, sintiéndose engañado y herido.

Quinn había sido educado en la zona rural de Kentucky, donde las mujeres todavía no desempeñaban labores de hombres. Se limitaban a ser buenas esposas, a criar a sus hijos y a cocinar y limpiar.

Quinn se esforzó por prestar atención a lo que Morgan le estaba explicando.

—Queremos que organice un cuartel general con Kerry. Ella será su guía. Conoce los problemas y a la gente de la zona. Tiene veintisiete años, es policía y trabajaba para el departamento del sheriff. En este momento necesita ayuda para organizar a los supervivientes, mantener la paz y evitar los brotes de violencia que se dan cada vez con más frecuencia. La población está desesperada y dispuesta a saquear lo que haga falta. Kerry está tratando de localizar un pozo, pero, de momento, no ha tenido suerte. Y, si lo encuentra, tampoco hay garantías de que vaya a haber agua limpia.

—Así que nuestra misión consiste en desmantelar «Diablo», crear un cuartel general y organizar el área para que no se convierta en un campo de batalla en el que la gente se mate por agua y comida.

—Exacto —dijo Morgan—. Cuando llegue allí, podrá decidir cuál de esas tres cosas es prioritaria. No sabemos qué es lo que prima, así que tendrá que ser flexible. Kerry ha estado tratando de organizar a los civiles. Seguramente, lo que ella necesita ahora es fuerza y ahí es donde entra su equipo. La presencia militar puede ser esencial para tranquilizar a la población —Morgan pasó la hoja—. Los integrantes de «Diablo» tienen un modo de actuar estandarizado. Buscan una casa en la que piensan puede haber agua y comida y la asaltan. Se mueven en pequeños grupos de unos cuatro hombres. El grupo habla con el dueño de la casa fingiendo ser del equipo de salvamento y le pregunta si hay niños. Si la respuesta es que sí, toman como rehén a uno de los pequeños a punta de pistola y exigen ropa, comida, agua y joyas a cambio de su vida. Los propietarios de las casas no pueden hacer nada. Hasta la fecha, los miembros de «Diablo» han matado a cinco personas, incluyendo a los dos pilotos del Cuerpo de Marines. No toleran que nadie se rebele contra ellos.

—Así que disparan antes de preguntar —murmuró Quinn.

—Exacto.

—¿Sabemos quién es el jefe de la banda?

—No. Pero Kerry parece tener ciertas pistas y está tratando de encajar todas las piezas. Ha intentado seguir sus movimientos.

—Eso es peligroso.