El espejo del yoga - Richard Freeman - E-Book

El espejo del yoga E-Book

Richard Freeman

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Beschreibung

La multiplicidad de escuelas y métodos de yoga es tan fértil como asombrosa. No obstante, todas las corrientes comparten una misma meta: descubrir la esencia que reside en el centro de nuestro ser. Dicho descubrimiento es lo que se conoce por liberación. Richard Freeman, renombrado maestro y experto en la materia, ofrece una visión esclarecedora del corazón de las enseñanzas, prácticas y escrituras que forman la base para todas las escuelas del yoga: haṭha, bhakti, jñāna, karma, tantra y sus variantes. Profundiza en las enseñanzas de las Upaniṣads, la filosofía Sāṃkhya, los Yoga-sūtras de Patañjali, lo mismo que en la práctica la meditación, el servicio a los demás, el canto, el rol del guru, etcétera. Al mostrarnos los puntos en común de esa infinidad de formas y abordajes, Freeman delinea una matriz vasta e interconectada, símbolo de la riqueza y el esplendor de la milenaria tradición del yoga.

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EL ESPEJO DEL YOGA

El despertar de la inteligencia del cuerpo y de la mente

RICHARD FREEMAN

Título original: The Mirror of Yoga

Según acuerdo con Shambahala Publications Inc.

4720 Walnut Street, Boulder, CO 80301, U.S.A.

© 2010, 2018 by Richard Freeman

© de los derechos para Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay: El hilo de Ariadna

© de los derechos en lengua española para el resto del mundo: Editorial Kairós.

© de la traducción: Julia McLean Napier y Zaira Valerin Mercanti

© de la foto de cubierta: Robert Muratore

© de la edición española:

2018 by Editorial Kairós

www.editorialkairos.com

Primera edición en papel: Noviembre 2018

Primera edición en digital: Abril 2020

ISBN papel: 978-84-9988-654-1

ISBN epub: 978-84-9988-791-3

ISBN kindle: 978-84-9988-792-0

Composición: Pablo Barrio

Diseño de colección: Daniela Coduto, María Soledad Costantini

Diseño de cubierta: Daniela Coduto

Corrección: Recursos Editoriales

Coordinadora editorial: Claudia Deleau

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Dedicado con amor al recuerdo de Śrī K. Pattabhi Jois, Guruji

1915-2009

ÍNDICE

Introducción1. Etapas de la práctica y las formas clásicas del yoga2. El cuerpo y la mente como campos de experiencia3. El proceso del haṭha yoga: la unión del sol y de la luna4. Las raíces de la práctica5. Buddhi y el contexto6. La Bhagavad Gītā y la expansión del amor7. Tantra y la tierra radiante8. El Yoga Sūtra9. Atravesando el fundamentalismoAgradecimientosGuía de pronunciación del sánscritoEl cantoGlosario

INTRODUCCIÓN

El yoga comienza desde la escucha. Cuando escuchamos, creamos más espacio para que el mundo sea como es. Permitimos que los demás sean quienes son, y damos permiso a nuestros cuerpos y nuestras mentes para que se puedan manifestar plenamente. El yoga comienza en el momento presente. Muchos textos clásicos, como el Yoga Sūtra de Patañjali, se inician con la palabra atha, la cual significa “ahora”, y se refiere a este mismo concepto. En el contexto del Yoga Sūtra, el uso de la palabra atha significa que hemos llegado a un cierto punto en nuestras vidas en el que nos encontramos preparados (al fin) para despertarnos de nuestra existencia condicionada. Este despertar también afecta nuestro comportamiento, nuestro pensamiento y nuestra forma de interactuar con el mundo. Sugiere que finalmente estamos listos para enfrentar la realidad y descubrir la esencia que habita en las profundidades de nuestro cuerpo y el centro de nuestro ser. Es así que una práctica del yoga se puede nutrir desde esta experiencia de la raíz misma de la vida, anclada en el momento presente. La forma en la que Patañjali emplea la palabra ahora implica que seguramente hemos intentado cosas diversas en nuestra búsqueda del despertar y de la felicidad. Es probable que hayamos experimentado distintas vías del placer y que quizás hayamos explorado una variedad de enseñanzas y disciplinas filosóficas, hasta prácticas religiosas, para darle sentido a la vida. Pero aun así, falta algo. Cuando todos nuestros intentos de crear y descubrir el sentido no llegan a la altura de la tarea, nos encontramos en nuestra situación actual. Es en este momento que la práctica realmente se inicia. Aquí y ahora.

El yoga nos libera. Nos libera del miedo de no saber quiénes somos, de presentarle al mundo una cara que no representa verdaderamente quienes creemos ser, y de sostener creencias que en el fondo no podemos corroborar. Esta es la liberación que descubrimos en el yoga cuando volvemos al momento presente: a nuestra mente innata y a un estado de completa felicidad. Es poco probable que una búsqueda consciente de esta libertad nos atraiga hacia el yoga, sino que el yoga nos resulta atractivo porque nos imaginamos que nos hará felices; existen muchas ideas acerca de la naturaleza de la felicidad que nos invitan a la práctica. Podemos emprender nuestra práctica con el fin de mejorar el cuerpo y para volvernos más saludables, fuertes, flexibles, atractivos o vibrantes. Podemos ubicar el yoga en un plano más superficial, como una solución sencilla para nuestro aburrimiento o como una forma útil de conocer a gente nueva. Luego, un día en una clase de yoga podemos experimentar, de repente, cómo la mente se encuentra espontáneamente en un estado de calma y serenidad. En la búsqueda de ese reconocimiento natural del equilibrio, esta sensación nos atrae de nuevo hacia la práctica. Los detalles del porqué descubrimos el yoga pueden corresponder a una multiplicidad de situaciones o formas, y todas son honorables puntos de partida para la práctica, porque cada puerta que se abre sobre un camino nuevo se muestra como un sendero hacia la matriz profunda de la esencia del yoga. Cada entrada revela que, al fin y al cabo, hemos venido en busca de la experiencia mística: una sensación atemporal de completa felicidad y libertad.

Sea cual sea la razón que nos aproxime al yoga, es fundamental que empecemos desde el lugar en el que nos encontramos realmente, y esto requiere, por lo menos, un momento de absoluta honestidad. Es necesario que dejemos caer todas nuestras fachadas; que dejemos de aparentar saber cosas que en realidad no sabemos; y que saquemos las capas de los velos de la negación y del engaño con los que hemos encubierto la condición verdadera de nuestras circunstancias, nuestra mente y nuestro corazón. No importa cuál sea tu motivación para empezar la práctica. Aunque el motivo parezca vergonzosamente neurótico o narcisista, si puedes ver la realidad de ese impulso, entonces has encontrado el lugar correcto para iniciar tu propia práctica. En el momento de fundirte en esta experiencia, el suelo que se encuentra debajo de tus pies representa la única herramienta para iniciar una práctica genuina del yoga. Cuando puedes ver y aceptar las cosas como son, no importa cuán distorsionadas sean tus ideas sobre lo que el yoga es o puede hacer para ti, todo comienza a volverse bastante interesante. Como has llegado al origen de todas las cosas –al manantial, al árbol del yoga que otorga deseos–, llevarás contigo más de lo que jamás te imaginaste.

En el transcurso de este libro, exploraremos las profundidades misteriosas del yoga que yacen debajo de la gran variedad de prácticas y creencias que generalmente conceptualizamos como una unidad. Investigaremos varias filosofías tradicionales que se utilizan en el yoga como herramientas, y miraremos de cerca los múltiples ejercicios mentales que integran la práctica del yoga. Con este libro esperamos invitar a la inteligencia, la imaginación y al corazón a abrirse hacia la experiencia directa; libres de la filosofía y la técnica, podemos simplemente ser, enteros y felices.

EL ESPEJO DEL YOGA

1ETAPAS DE LA PRÁCTICA Y LAS FORMAS CLÁSICAS DEL YOGA

Hay muchos estilos diferentes de práctica del yoga que se presentan en metodologías diversas y linajes distintos. Aunque no hay una filosofía o metodología única del yoga, existe una red subyacente de similitud que conecta sus múltiples abordajes. En este libro, exploraremos precisamente ese entretejido profundo de interconexión, la matriz dentro del patrón que llamamos el yoga. Al examinar e iluminar las diferentes expresiones de las prácticas, filosofías y metodologías, y al descubrir el patrón que las une desde sus raíces, se revela la esencia del yoga. Mediante este proceso podemos ser quienes somos auténticamente.

Reconocido por sus espectaculares posturas físicas, el haṭha yoga es, en realidad, un sistema creado para trabajar con el cuerpo y la respiración para así investigar de forma meditativa los sutiles sentimientos, respuestas y reflejos que existen en relación al condicionamiento de la mente. Se cree que la clave para profundizar en la esencia verdadera de la mente depende de nuestra capacidad para discernir acerca de la naturaleza sutil de las percepciones físicas y su vínculo con los patrones internos de la respiración. Haṭha significa “sol” (ha) y “luna” (tha), y este término se puede utilizar para describir cualquier práctica del yoga que una patrones opuestos dentro del sistema nervioso, con el fin de abrir el centro del cuerpo y exponerlo a nuestra observación. Un componente central del haṭha es āsana, o la práctica de posturas del yoga en las que trabajamos el cuerpo: lo giramos, lo estiramos y exploramos sus sutilezas. Prāṇāyāma es otro componente en el que estiramos, desplegamos, refinamos y observamos la respiración con nitidez. En estas prácticas físicas del haṭha yoga, trabajamos con el cuerpo de la misma forma en que amasamos la materia prima para hacer pan; de esta manera, una inconsciente masa amorfa de carne y hueso se transforma en algo repleto de vitalidad. A través de este trabajo, descubrimos que tanto la mente como el cuerpo comienzan a despertarse. Luego, se unen entre sí y se funden con nuestra experiencia cotidiana. Cuando nuestra práctica perdura en el tiempo, gradualmente descubrimos que podemos exprimir el cuerpo para sacarle todo el jugo del discernimiento y de la consciencia que mora en sus profundidades.

Otra variante se llama jñāna yoga, la cual se enfoca en la inteligencia y en nuestra capacidad de indagar profundamente acerca de la naturaleza de las cosas. Jñāna significa “conocer”, o “sabiduría”. Comprende una investigación sumamente refinada sobre cómo funciona el saber, en conjunto con el mecanismo de la percepción y los sentimientos. Este es el yoga que nos permite ver la esencia de nuestra mente y de la realidad. En jñāna yoga, cultivamos la capacidad de discernir muy precisamente entre aquello que es verdadero, eterno, dichoso y aquello que es totalmente transitorio, superficial y hasta ilusorio. Se puede abarcar el jñāna yoga de muchas maneras; algunas enseñan una iluminación inmediata, como un salto de comprensión que revela el sentido de la vida. En esta variante, experimentas un destello de discernimiento acerca del significado de la realidad, y a partir de ese momento, la mente inicia el proceso de despertarse de manera tal que la vida se vuelve un despliegue continuo de discernimiento. La experiencia de este tipo de jñāna yoga se parece al momento en el que uno entiende un buen chiste, y surge una sensación de comprensión, alivio y discernimiento. De repente, lo captamos, “¡Ajá!”. Otras escuelas del jñāna yoga enseñan un despertar más gradual. Este método implica un camino más riguroso, un estudio completo de todo, como un medio para reconocer patrones fundacionales de la mente y de la percepción para así facilitar la revelación del ser: como la naturaleza verdadera del universo. Otras escuelas del jñāna yoga enseñan un despertar tanto instantáneo como paulatino, basado en cómo la mente estructura las preguntas primarias acerca del tiempo, la existencia, el ser y la consciencia. Cualquier abordaje del jñāna yoga debe eventualmente revertir la corriente de su inteligencia más refinada hacia su propia fuente para desarmar el falso ego y el orgullo que un practicante puede manifestar de su comprensión parcial.

Algunos conocen el Aṣṭāṅga yoga exclusivamente como una serie de posturas acompañadas por patrones específicos de la respiración y la mirada. Sin embargo, este término se refiere al sistema amplio del yoga que crea el contexto para las prácticas de postura y respiración. Aṣṭāṅga significa “ocho ramas”; esto implica que existen varios abordajes diferentes e interrelacionados, dentro de esta misma escuela, que se utilizan para desarrollar la capacidad de enfocar la mente con la agudeza de un rayo láser. Este foco se usa para explorar todo tipo de fenómenos físicos y mentales que surgen para revelar su vínculo íntimo con el trasfondo, a cambio de aparecer separados o eternos. Esta revelación o discernimiento conduce al practicante del aṣṭāṅga hacia estados cada vez más profundos de comprensión en relación a la naturaleza de su mente y del mundo. Este camino eventualmente lleva a la liberación de la existencia condicionada. El aṣṭāṅga yoga se contruye sobre la estructura ética que se crea en primer lugar y a partir de la cual las otras ramas pueden florecer. El sostén que ofrecen las primeras dos ramas, los yamas y los niyamas, provee una red de bondad dinámica y una capacidad de respuesta en relación a nosotros mismos y a nuestros vínculos con los demás. Como parte de esta estructura, las próximas dos ramas, las prácticas físicas de āsana (posturas) y prāṇāyāma (prácticas respiratorias), comienzan a abrir el cuerpo, la respiración y los campos sensoriales. Este proceso libera al practicante de la superposición de conceptos y recuerdos; también abre el camino para que las ramas meditativas puedan funcionar fácilmente y sin el peligro de perdernos en el pensamiento, alejados del cuerpo por las abstracciones. En la quinta rama, pratyāhāra, la mente se entrena para observar los campos sensoriales sin identificarse con ciertos objetos y sin separarlos de su trasfondo. De esta manera, la atención ya no se pierde en los campos sensoriales. En la sexta rama, dhāraṇā, la atención se enfoca en una única área. Dhyāna, la séptima rama, ocurre cuando la concentración fluye sin conflicto o tensión. En la octava rama, samādhi, se detiene el hábito mental de dividir lo percibido en objeto y sujeto. Esto habilita la visión libre y despejada de lo que sea que se observe, encauzando el discernimiento hacia su naturaleza intrínseca. La ventaja de los múltiples abordajes del aṣṭāṅga yoga que se realizan a través de sus ramas diversas asegura que los practicantes no dejen afuera ningún aspecto de sus vidas internas o externas. Esta red de contención cultiva en cada practicante la capacidad de estar enraizado, en lugar de dejarse llevar por las ideas o la fantasía.

Bhakti, el yoga del amor y de la devoción, es otra forma del yoga en la que se cultiva y se examina la emoción profunda y la importancia primordial de los vínculos en relación a los demás y a Dios. Mediante este enfoque, cualquier egoísmo que pueda surgir de una percepción errónea de uno mismo o del otro gradualmente se evapora con la práctica. A través de la práctica del bhakti, las emociones se experimentan como componentes esenciales de la devoción y nos conducen hacia sensaciones extáticas. Algunas escuelas del bhakti promueven un concepto del amado como una figura divina, mientras que otras prefieren una mirada más abierta sobre la naturaleza definitiva de Dios, de uno mismo y de los demás. La práctica muchas veces incluye el canto de mantras y la visualización, lo que nos ofrece una experiencia visceral de la conexión al otro, a Dios y a la esencia dichosa de todas las cosas. Un estado mental que se abre para experimentar lo que sea que se presente como una conexión al amado (o como el amado mismo) quita las capas superpuestas de emoción, pensamiento, preconcepto y otras funciones de la mente que normalmente distraen y distorsionan la realidad.

En el mundo entero, las escuelas del tantra han captado la atención e interés de muchos practicantes; esto sucede en gran medida porque se asocian (de forma errónea) únicamente con ciertos aspectos que abarcan la sexualidad. Pero el yoga tántrico comprende infinitamente más. En realidad, la palabra tantra significa un hilo o un entretejido y, en el contexto del yoga, esto se refiere a la idea de tejer una red de inteligencia que habita, atraviesa y excede el cuerpo y la mente. Algunos consideran que el yoga tántrico es una subcategoría del haṭha yoga, y otros dicen que el haṭha yoga representa una colección específica de técnicas dentro de la práctica del tantra. En efecto, el tantra y el haṭha yoga se organizan mutuamente alrededor del principio de que todo es sagrado. Muchas prácticas del yoga están diseñadas para destapar el canal central del cuerpo (habitualmente cerrado) que se llama la suṣumnā nāḍī, que se extiende del centro del suelo pélvico hacia arriba para atravesar la coronilla. Esta vía se considera el canal de consciencia más sagrado del cuerpo. En el tantra, un sistema que se enfoca particularmente en la naturaleza sagrada de todas las cosas, el eje central del cuerpo está concebido como el medio por el que se puede observar con atención todas las variantes de la experiencia para luego reorganizar y equilibrar cómo se procesa aquello que vivimos. Dentro de las prácticas, el uso tántrico del sonido y la forma posee el potencial para abrir el eje central como una corriente de atención precisa y un gran sentir. Cuando la concentración entra a la suṣumnā nāḍī, la mente automáticamente comienza a plegarse sobre sí misma, para así descansar en las profundidades extáticas del discernimiento que habilita la atención absoluta. Por fuera, el tantra es la práctica de descubrir que el mundo cotidiano (y todo lo que ocurre allí) son absolutamente sagrados. Dentro del tantra, existen varias prácticas que ritualizan nuestras percepciones sensoriales, así como nuestras actividades diarias en el mundo. Esta dinámica nos permite entrar en el reino interno de la suṣumnā nāḍī y nos ancla en la realidad tal cual es.

Otro abordaje del yoga, uno que nos libera de una inclinación excesivamente esotérica y exclusiva, es el karma yoga: el yoga del trabajo o de la acción. Como la naturaleza del cuerpo y de la mente reside en el movimiento (salvo en los estados más profundos del trance de samādhi), descubrimos que al santificar ese movimiento –nuestras acciones y trabajo– la mente se puede liberar del apego asociado al resultado o a los frutos de nuestra acción. Esto representa una forma potente de eliminar el ego del trabajo diario y necesario. El karma yoga posibilita la práctica para todo tipo de personas, incluso hasta para quienes quizás no gocen del tiempo o la oportunidad para estudiar los senderos de la contemplación espiritual. Este camino nos permite concentrarnos en nuestro trabajo para transformarlo en una expresión artística y una fuente de satisfacción en sí mismo. Cuando entregamos nuestro trabajo como una ofrenda a otros seres o a Dios, aumenta nuestra capacidad de percibir al otro. Esta actitud, a su vez, disminuye nuestras tendencias narcisistas y facilita nuestro acceso a todos los distintos abordajes del yoga. Este es posiblemente el aspecto más importante del karma yoga.

Alrededor del año 600 a. C., Gautama (Sakyamuni) Buddha dio a luz una visión brillante del yoga que hoy se conoce como el budismo. Gautama Buddha enseñó las prácticas y las filosofías del yoga tradicional, pero rechazó la autoridad de la religión védica que en ese momento predominaba en las escuelas existentes. A través de la enseñanza de que no existe un ser permanente, o ātman, el Buddha revolucionó el lenguaje filosófico y religioso que se usaba para hablar del yoga en ese momento. También afirmó que la creencia en un ser separado conduce al egoísmo, al apego y al sufrimiento. La meditación o la práctica profunda del yoga habilitan una experiencia directa de esta verdad. Dentro del yoga tradicional, uno de los términos principales para denominar la verdad y la consciencia es ātman. La declaración del aparente opuesto creó un gran revuelo filosófico y político. Esta disyuntiva desató siglos de debate entre practicantes y filósofos acerca de qué significan los términos ātman y anātman.1 Las escuelas del yoga y del budismo se han espejado de una forma beneficiosa, estimulando su crecimiento al señalar los puntos ciegos de cada una e impulsándose a practicar en lugar de limitarse a una doctrina estática. El abordaje del Buddha también ayudó a que el yoga fuera más accesible para muchas personas que fueron excluidas de la práctica, debido a la estructura estricta del sistema de castas en la sociedad india.

Existen muchas escuelas derivadas de estas corrientes primarias del yoga. Es importante recordar que todas las escuelas clásicas y sus parientes están interrelacionadas; utilizan las metodologías de las demás en proporciones diversas porque ninguna escuela puede describir correctamente el proceso inmediato y vasto que define el yoga. Siempre la paradoja y la dificultad impiden el intento de explicar toda la verdad, la base metafísica del ser, la naturaleza o Dios. Es como si el ojo intentara observarse a sí mismo. Cualquier punto de vista o sistema puede ver y explicar las cosas bien, pero de la misma manera cada uno tiene su punto ciego. Hace falta una mirada ajena, fuera del sistema, para iluminar estas instancias de ceguera. Como alumnos e instructores del yoga, tenemos la tendencia a cultivar tanto un apego a nuestra escuela y metodología como un prejuicio hacia otras. En la mayoría de las circunstancias, es natural que nos identifiquemos con el club al que pertenecemos porque esta actitud nos brinda una suerte de seguridad. La mente también posee una tendencia inherente a sentir que nuestro sistema es mejor que otros. Esto ocurre aun cuando practicamos y estudiamos yoga. Consecuentemente, no es inusual quedarse en los niveles superficiales de la escuela que consideramos la nuestra. Al hacer esto, nos engañamos y caemos en un estado de pseudosatisfacción, escondidos dentro de una comprensión simplista que nos ayuda a evitar la práctica verdadera que hace falta alcanzar para el conocimiento profundo. Quedarse en la superficie es seguro y cómodo, porque zambullirnos en las profundidades requiere que cuestionemos la estructura de nuestra propia escuela de pertenencia.

Las diferencias específicas entre las escuelas tradicionales del yoga son menos importantes que el hecho de que la mayoría están diseñadas para llevar al practicante eventualmente a una experiencia directa de la realidad. El éxito de estas escuelas depende de la inteligencia, la devoción y la capacidad de los alumnos y los maestros individuales para interpretar y adaptar las enseñanzas y prácticas correctamente. Las escuelas tradicionales más poderosas, aquellas que cuentan con linajes largos que han sufrido sacudidas y refinamientos a lo largo de muchas generaciones, representan el epítome de la indagación humana de la realidad. Estas escuelas están profundamente arraigadas en las culturas antiguas de la India. Con más de cinco mil años de evolución, algunas se han unido en el correr del tiempo, mientras que otras se han desarrollado mediante la separación de distintas tradiciones. La historia auténtica de cada escuela es compleja y única. En el caso de varias, nunca sabremos de verdad quiénes fueron los fundadores, los reformistas y los innovadores. Sin embargo, sí sabemos que toda escuela que busca mantenerse viva y relevante dentro del clima actual debe seguir evolucionando. Pero debemos estar alertas, porque un idiota se puede adornar con una tradición excelente, profunda y vital como si fuera una decoración para el ego. Mientras tanto, el estudiante sincero, curioso y tolerante de un linaje fracturado puede brindar un espíritu y un discernimiento frescos acerca de esta tradición que resultan beneficiosos para todos los demás.

Los Vedas son los himnos antiguos que se entrelazan con una variedad de religiones, costumbres y mitos de la India. Durante, por lo menos, cinco milenios, estos bellos y largos himnos se han memorizado para luego ser pasados como legado de una familia de sacerdotes brahmanes védicos a otra y, hasta hace poco, permanecieron dentro de una tradición estrictamente oral. Con el tiempo, los Vedas evolucionaron para crear una intersección de culturas antiguas, el misticismo, el chamanismo y la religión. Misteriosos, complejos, brillantes y, de alguna forma, poéticamente inescrutables, los Vedas son considerados una revelación atemporal de la verdad y sus seguidores los tratan, a veces, como una autoridad absoluta. Algunas escuelas del yoga afirman que sus interpretaciones son revelaciones directas de los Vedas y, por ende, las únicas enseñanzas válidas. Sin embargo, la naturaleza misteriosa de los himnos siempre deja su significado abierto a la interpretación, y esta misma cualidad ha sido de gran ayuda en la evolución de la práctica y filosofía del yoga. Varias de las primeras corrientes de la práctica del yoga contribuyeron a la formación de los Vedas y recibieron su influencia, aunque otras escuelas sostuvieron que el yoga evolucionó para ir más allá del ortodoxo mundo limitado y, al fin y al cabo, materialista de los Vedas.

A continuación de los Vedas, los primeros Upaniṣads (y otras escrituras) aparecieron alrededor del año 800 a. C, en el plano histórico. Este nuevo movimiento inició una nueva era de indagación filosófica directa y la investigación sistemática e intencional de la práctica del yoga y sus experiencias. Luego, con el tiempo llegaron los poemas épicos, como el Mahābhārata y el Rāmāyaṇa, los Purānas o las historias, los sūtras de distintas escuelas, los tantras, los textos del haṭha yoga, la creación continua de nuevos Upaniṣads, el canon budista. Estos escritos representan solo algunas de las miles de escrituras que siguieron a los Vedas y que se relacionan de forma directa o indirecta al yoga. Todas las principales escuelas del yoga están ligadas a textos clásicos, y muchas tradiciones comparten algunas de las mismas escrituras. Estos textos están escritos generalmente en sánscrito o algunos de sus derivados, como pālī. Ocasionalmente, los textos se escribían en un dialecto local, y por lo tanto eran más accesibles para los alumnos de esa época y de ese área.

La mayoría, aunque no todos, de los textos clásicos fueron escritos en sánscrito y este idioma ha adquirido un estatus especial. La palabra sánscrito significa “perfecto”, “pulido” o “construido” y, como lenguaje, se ha refinado de esta manera desde su uso inicial en los primeros himnos védicos. El sánscrito se ha confeccionado para revelar el sonido refinado y la resonancia que forman mantras fácilmente. El método para unir una palabra con la siguiente permite extender la base resonante y meditativa que atrae la atención del practicante como un imán. De hecho, la experiencia de entonar mantras se considera la experiencia de un estado yóguico. Tal como ocurría con las enseñanzas de muchas culturas antiguas, los himnos sánscritos se compusieron en verso o con métrica y rima para que los practicantes pudieran memorizar y cantarlos fácilmente, asegurando así el pasaje de las enseñanzas de una generación a la otra. Hasta el día de hoy, la memorización y la entonación de textos en sánscrito son consideradas prácticas sagradas en la India. De la misma manera, esta lengua sigue enriqueciendo la conexión cultural con la filosofía antigua del yoga; cuando se contempla un texto mediante la recitación, naturalmente se siembran las semillas del discernimiento, las cuales florecen en la experiencia directa del mensaje de la escritura. Las tradiciones del yoga clásico son el resultado de las reflexiones de centenares de miles de personas que han observado durante generaciones cómo operan sus mentes, mientras investigan su experiencia de la realidad. Un aspecto maravilloso de las enseñanzas de una tradición milenaria se ve en el enriquecimiento natural de ciertas ideas que nacen del proceso. Con tanta práctica, experimentación, reflexión y comunicación, los individuos y las escuelas enteras evolucionan. Con el tiempo, surge orgánicamente el intercambio verdadero entre los practicantes de las distintas escuelas. Esta conversación dinámica refina la técnica, el lenguaje y la amplitud del conocimiento. La exposición a personas fuera del grupo expone, renueva y clarifica ciertos patrones comunes o universales de una práctica y sus enseñanzas de base.

Este libro no propone que te conviertas en un ecléctico prematuro. No busca confundirte con la gran variedad de filosofías, tradiciones y prácticas del yoga que puedes encontrar. Tampoco está pensado para transformarte en un pseudoiluminado. En cambio, proponemos ralentizar nuestro mecanismo de percepción lo suficiente para que podamos profundizar en el tema, en lugar de deslizarnos sobre la superficie, pasando de un lado a otro, de una escuela a otra. Apuntamos a explorar el núcleo de las enseñanzas. Para ir al fondo de la experiencia, descubrimos que la joya dentro del corazón de cada escuela válida nos invita a enfrentarnos a nosotros mismos, así como nos enfrentamos a la realidad. Hay una historia maravillosa sobre un hombre que se pone a cavar un pozo. Comienza su trabajo cavando hacia abajo y después de progresar uno o dos metros –cosa que cuesta bastante trabajo–, no encuentra agua. Entonces sale del pequeño pozo que ha hecho, se desplaza cinco metros hacia el costado y se pone a cavar otro agujero. Pero, después de cavar uno o dos metros hacia abajo, se rinde, se va cinco metros hacia otro lado, y se pone de nuevo a cavar. Esto sigue interminablemente y el hombre nunca encuentra agua. Ocurre lo mismo con el ego inquieto que emprende el yoga en busca de adornarse para lograr una autoimagen superior, pero en simultáneo evita las grandes verdades de la vida. Cuando la escuela o la práctica se vuelven difíciles –una instancia que resulta ser el punto de contacto con la realidad– es en este momento de crisis que realmente tienes que abandonar tus pretensiones para cavar más hondo en la experiencia. Pero, lamentablemente, muchas veces es justo en esta encrucijada cuando abandonamos la práctica. Buscamos un instructor “mejor” o una escuela “más interesante”, en lugar de comprometernos con nuestra primera elección para investigar el trabajo interno que representan el propósito de la escuela y sus enseñanzas a nivel primordial. Por supuesto, si el instructor (o la escuela) no ha hecho su propio trabajo de comprometerse con la práctica en este mismo punto de dificultad, entonces puede ser el momento correcto de buscar a otro maestro. Esta capacidad de discernir, que nos señala cuándo nos toca profundizar y cuándo ya es hora de partir, es parte de lo que una buena práctica del yoga propone.

La mayoría de las tradiciones del yoga están diseñadas para cavar un pozo profundo desde el sitio preciso de nuestras circunstancias particulares y únicas. Al cavar hondo, nos topamos con una experiencia directa de lo que está ocurriendo en este momento, aquí y ahora. A través de ese proceso, comenzamos a despertar para ser testigos de la naturaleza verdadera de la consciencia pura y del mecanismo de la mente. Degustamos el sabor de la liberación total, del acto de soltar. Al abandonar el impulso de buscar compulsivamente la libertad, nos quitamos las ataduras de la identificación con las formas transitorias del mundo. Ya no nos asociamos con el cuerpo y con la imagen propia, y esta soltura nos ayuda a apreciar de una forma totalmente fresca a nosotros mismos y al mundo. Cualquier tradición que cautiva nuestra mente o cualquier forma del yoga (sea antigua, medieval o híbrida) que nos ayuda a cavar profundamente en la naturaleza de la experiencia directa, ese es nuestro punto de partida. Si nos permite realizar el trabajo verdadero y la indagación auténtica dentro de nuestras circunstancias particulares, entonces debe ser la tradición a seguir con entusiasmo. Al mismo tiempo, hay que estar atento a cómo la función del ego puede convertir cualquier práctica, tradición o punto de partida en una vía de escape, una distracción o hasta una agenda política. Una práctica sincera del yoga nos puede salvar de caer en esta trampa.

Es útil examinar el metapatrón que ocurre alrededor de cualquiera de estas tradiciones cuando finalmente nos animamos a poner manos a la obra y cavar el pozo. Un metapatrón es aquello que conecta una forma o patrón con su contexto y luego entrelaza ese contexto con otra capa de contexto. Una parte inherente a la naturaleza universal de los patrones es la realidad de que no existe ningún patrón final o absoluto. En nuestro proceso normal de percepción, todo lo que percibimos (objetos específicos, sentimientos, sensaciones o pensamientos) representa un patrón, en lugar de una cosa sólida y permanente. Nuestro perro querido, el dolor que sentimos al perder a un amigo, nuestra definición acerca de quiénes somos como instructor o pariente, hasta el dolor físico que sentimos en el cuello: todas estas formas resultan ser partes de nuestros propios patrones de percepción. Con una mirada escudriñadora, podemos ver que por debajo de las formas que percibimos, existen otras formas que no son inmediatamente visibles. Aquello que identificamos como una forma completa, una que conocemos o comprendemos, es en realidad una expresión de las capas complejas que constituyen la totalidad subyacente. Nuestro perro es un animal domesticado con cierto nivel de evolución, una raza específica o una mezcla específica de razas; es un amigo, un ser milagroso y un protector. Todas estas descripciones representan diferentes planos que se unen en nuestra mente para crear el patrón de “mi perro”. No importa cuál es la experiencia que estamos viviendo, muchas veces la forma oculta su trasfondo y aparece como algo separado del resto. Pero, gracias a la observación continua y la contemplación prolongada de cualquier forma que percibimos, con el tiempo podemos ver más allá de la forma y reconocer el contexto que alberga. Tarde o temprano, podemos ver que la forma específica es un compuesto único de los patrones que constituyen su trasfondo.

Por ejemplo, cuando observamos que el agua en el océano cambia de volumen, podemos identificar este patrón como una ola. Sabemos que la ola no está separada del océano, pero el océano y la ola permanecerán en nuestra mente como dos entidades separadas hasta que logremos ampliar nuestra perspectiva. Si permitimos que la mente se suavice un poco para disolver los límites arbitrarios de las definiciones que separan “ola” de “océano”, así podemos ver claramente la unión de lo que percibimos inicialmente como dos formas separadas. Podemos experimentar espontáneamente y directamente desde el fondo de nuestro ser un destello de discernimiento en el instante en que reconocemos la unión de aquellas dos formas “separadas”. En la transformación de formas específicas, se puede ver la cuna primordial en la que se apoyan todos los aspectos internos y externos del universo y, por ende, tener una experiencia directa del tejido interconectado del todo. Formas específicas superficiales (por ejemplo, la ola) representan los patrones que la mente crea como un medio para comprender sus percepciones rápida y eficientemente. Pero, cuando soltamos nuestras formas contingentes y experimentamos el metapatrón interconectado que envuelve y penetra esas mismas formas, se suspenden nuestras teorías y formulaciones (hasta las que abarcan el patrón de base) y se disuelven, convirtiéndose en una inteligencia amplia y despierta. Cuando logramos conectar de esta manera con el momento presente, se revela la esencia de nuestro ser.

Cuando practicamos el yoga, exploramos esta noción del metapatrón que abarca y atraviesa todo aquello que percibimos. Muchas tradiciones filosóficas han contemplado la cualidad interconectada de la vida, y el estudio de los textos clásicos que siguen esta corriente enriquece nuestro entendimiento de esta idea. El carácter físico de muchas prácticas tradicionales del yoga nos ofrece una experiencia visceral y poco común de los infinitos puntos de contacto entre todos los aspectos de la vida. En āsana, esta experiencia puede ser particularmente clara y profunda, porque refleja directamente el contacto íntimo entre forma e idea que ocurre en el cuerpo. Resulta que el cuerpo humano, tu cuerpo, es el campo ideal para la comprensión y la vivencia de este metapatrón: aquello que podríamos describir como una matriz de interconexión o una matriz del yoga.

En la vida normal y cotidiana, nuestra atención se proyecta hacia el mundo externo para que podamos comprender lo que percibimos y, por ende, navegar nuestra experiencia con destreza. Generalmente, cuando observamos el cuerpo, lo vemos a través de esos mismos filtros y teorías. Lo podemos ver como una bolsa repleta de huesos y sangre, o como el continuo de una dolorosa frustración sofocante que se utiliza para justificar todas las opiniones miserables que tenemos de los demás y de nosotros mismos. Nuestra mirada se podría enfocar en una sola parte del cuerpo: la imagen de nuestra cara, la barriga, los muslos, el sistema nervioso, la musculatura; el resto lo dejamos afuera. Mediante una práctica continua del yoga, eventualmente el objeto de nuestra meditación pasa a ser todas las ideas que podemos inventar acerca de lo que constituye el cuerpo y de quiénes somos nosotros. Cuando logramos permanecer en contacto con nuestra observación y cavar un pozo cada vez más profundo, empezamos a ver más allá de las formas de percepción que hemos creado. Ver la cualidad ilusoria de nuestras teorías acerca del cuerpo nos conduce a una experiencia real del centro de nuestro cuerpo. Somos capaces de ver más allá de los patrones y emociones profundos que constituyen nuestra consciencia subjetiva, y también vemos la naturaleza transparente de aquellas partes nuestras que hemos convertido en objetos y que hemos identificado con el cuerpo en sí. Vemos que los conceptos de la piel, los huesos, los órganos y todo aquello que consideramos parte del cuerpo físico son solamente un conjunto de las formas que hemos identificado, en un acuerdo cultural mutuo, para comprender la manifestación del patrón particular de la materia que llamamos “humano”. A raíz de esta práctica, descubrimos que la riqueza del cuerpo humano excede soberanamente cualquier teoría que podríamos formular al respecto. En la práctica de meditación, experimentamos el cuerpo como una matriz abierta de consciencia a través de la cual las teorías, los pensamientos y las sensaciones van y vienen.

Este es quizás el aspecto más refinado y maravilloso de la tradición del yoga: aprendemos a concebir el universo desde nuestro cuerpo. Hacemos esto cuando lentificamos todo el proceso, como para decir “Espera un momento. Miremos con ojos frescos y escuchemos con los oídos abiertos para renovar la atención de todos nuestros sentidos y contemplar el misterio de la vida que se presenta a través del cuerpo, dentro del cuerpo y como el cuerpo.”. De esta manera, podemos suspender temporalmente todos los juicios y conclusiones que sostenemos acerca del cuerpo. Una y otra vez, examinamos de nuevo todas nuestras teorías y patrones acerca de cómo experimentamos aquello que reconocemos como el cuerpo. Mediante esta suspensión, recibimos el apoyo de la matriz fundacional y primordialmente inescrutable de la inteligencia ilimitada. Nuestros sentimientos, pensamientos y emociones demuestran el entretejido de la experiencia inmediata con el mundo vasto de patrones subyacentes. Este proceso de discernimiento ocurre espontáneamente cuando nos permitimos percibir de forma plena lo que sea que experimentemos en el momento, sin apegarnos a esta percepción y, al mismo tiempo, sin rechazarlo. Cuando nos volvemos más hábiles en nuestra práctica del yoga, aprendemos a percibir con profundidad pero sin crear un “cuento” que nosotros (y los demás) tienen que sostener como verdadero o falso, bueno o malo, seguro o inseguro. Con el tiempo, no caemos en la trampa de nuestras narrativas personales y tampoco nos aferramos a su desenlace: no las favorecemos ni las rechazamos. Aprendemos a cultivar una consciencia de nuestras percepciones como fenómenos vitales y reales, pero, más importante, reconocemos que nuestras propias vías de percepción representan la puerta de entrada hacia la matriz que nos conecta con todo lo demás.

Matriz significa “vientre materno”. Viene de la palabra madre y sugiere que hay un nido que conecta y sostiene todo lo que existe. Cualquiera sea tu práctica, no importa lo que piensas o experimentas, todo esto está amparado por la matriz que se llama yoga. La matriz en sí no ejerce motivación o deseo, pero habilita la evolución plena de cada componente de la vida para que todo pueda encontrar su pareja y complemento, realizándose como corresponde. De la misma forma que una madre cuida y nutre a su propio hijo, la matriz permite que todo pueda crecer, prosperar y florecer; también permite que todo pueda morirse y desparecer. Así, todas las cosas se descubren y también realizan su vínculo y su contacto con todo lo que hay. Desde cualquier punto en el que iniciamos una práctica del yoga (y efectivamente debemos comenzar desde el lugar en el que realmente nos encontramos), esta matriz empieza a abrirse en nuestra dirección y descubrimos que podemos profundizar aun más en nuestra experiencia inmediata, como cuando cavamos un pozo. Vemos que cada posición filosófica y cada práctica resultan ser parte de todas las otras perspectivas filosóficas y de todas las otras variantes de práctica. Experimentamos personalmente que cada gesto se ampara en el entretejido complejo del patrón de la matriz del yoga. Allí, ninguna práctica o teoría predomina y se revela la presencia pura y radiante de la esencia de la matriz.

Cuando experimentamos este proceso de discernimiento, no solamente vemos la interconexión de todo sino también el carácter transitorio de aquello que se presenta. Con el tiempo, esta visión incluye nuestros propios cuerpos y los de nuestros seres queridos. La comprensión visceral de la naturaleza transitoria de todo resulta aterradora para la estructura del ego. Es normal que enfrentarse con esta realidad produzca instintos de apego, desasosiego y negación. Pero, si observamos nuestras emociones intensas con una mirada meditativa, así como los estados ominosos y teorías apocalípticas que las siguen, hasta esta tormenta interna parece abrirse para revelar su contexto. De esta forma, se puede ver la naturaleza verdadera de una mente abierta: una base de amor incondicional y apoyo absoluto. Esta consciencia nos habilita la paz interna, aun frente a la transitoriedad de la vida, y también cultiva en nosotros el impulso amoroso hacia los demás, a pesar del hecho de que quizás no los conozcamos a la perfección. Puede que no podamos comprender o controlar a los demás; puede que ni siquiera nos agraden; pero aun así podemos sentir un amor incondicional hacia ellos. De la misma manera, una comprensión profunda de la interconexión de todas las cosas permite que aceptemos el mundo en toda su complejidad y multiplicidad, sin interponer nuestro ego en toda situación para analizarla interminablemente. Resulta que el universo entero, tal como se nos presenta en este mismo momento, es una entidad dichosa cuya esencia es consciencia pura.

Esto puede parecer un poco idealista y hasta inalcanzable, pero en realidad es bastante claro; ocurre automáticamente al observar con profundidad lo que sea que surja. A través de nuestra práctica del yoga aprendemos a cultivar esta habilidad observacional y vemos lo que se nos presenta en el primer plano. Si seguimos implementando esta técnica, la práctica se transforma en algo que penetra en cada aspecto de nuestra vida. Perfeccionamos la habilidad de enfocar la mente en cualquier patrón de percepción que elija contemplar: cualquier pensamiento, sentimiento, sensación o emoción se convierte en el objeto de meditación. Si prestamos atención a la corriente de lo que está ocurriendo en este mismo momento (podría ser un patrón que normalmente consideramos como algo miserable, neurótico o exultante), permitimos que la mente descanse allí hasta que descubrimos un portal que nos ayuda a comprender su estructura primordial. A través de este abordaje meditativo, se revela el contexto de aquello que sea que estamos observando. De esta forma, percibimos con bastante facilidad que una red interconectada de consciencia pura se ha manifestado como lo que sea que estamos observando. Se vuelve claro que un punto que parecía tan separado (dentro del campo de nuestra atención) en realidad toca una cantidad infinita de puntos en su trasfondo inmediato y que este mismo plano (que también se podría percibir como algo separado) se funde en el campo que lo rodea, y así sigue el mismo proceso sucesivamente. Cuando la práctica postural del yoga está bien hecha, experimentamos esta realidad dentro del cuerpo, en las profundidades de lo físico. Esta comprensión visceralmente arraigada de la interconexión entre todo estimula a la mente a fundirse cada vez más en las múltiples capas del contexto. Esta dinámica permite que nuestras percepciones y sensaciones puedan resultar sagradas, inexplicables y maravillosas.

Cuando somos capaces de apreciar el contenido de la mente de esta manera, más allá de medir sus perfecciones o imperfecciones, hemos logrado suspender temporalmente el hábito de reducir nuestra experiencia inmediata a las teorías sobre ella. Así como ocurre cuando miramos la punta de un iceberg e intuimos que es un pedazo inmenso de hielo cuya parte inferior está escondida, también podemos discernir cómo la matriz profunda del yoga permanece continuamente nueva y sagrada. Las prácticas y la apariencia del mundo inmediato, tal como se nos presentan, revelan la pequeña punta de nuestras percepciones. También podemos darnos cuenta de que ninguna de estas perspectivas (ni la punta del iceberg ni su parte inferior) es mejor que la otra, de la misma forma que ninguna puede existir sin la otra. A través de una práctica constante del yoga, aprendemos gradualmente a movernos con destreza entre distintos puntos de vista: desde los más específicos a los más universales de nuestra experiencia. Esta fluidez de perspectiva nos otorga una riqueza y profundidad para nuestra comprensión que excede la capacidad de cualquier punto de vista aislado. La posibilidad de ver las cosas desde una perspectiva global y específica suena más difícil de lo que resulta ser. Imagina un bosque repleto de árboles. Cuando te paras al lado de cualquier árbol en particular, tienes una vista única del bosque entero. La esencia del bosque reside en el hecho de que los arboles esconden su totalidad internamente. Nunca puedes ver el bosque completo cuando lo habitas. Puedes volar por encima del bosque y verlo como un mar verde de textura, pero aun esta perspectiva es incompleta porque no se pueden percibir ciertos detalles de lugares específicos del bosque desde una mirada tan lejana. Entonces, de una manera, cada punto de vista del bosque te ofrece una degustación sabrosa del “bosque” que resulta más real que la visión que obtienes desde arriba (al ver toda la arboleda). La esencia del gusto del “bosque” es el misterio. El bosque nos resulta tan tranquilizante y apasionante cuando lo habitamos porque la mayoría de sus puntos de vista están ocultos, son enigmas. Aun así, el único punto de vista que tienes inspira el asombro. Como si estuviéramos resguardados dentro del bosque, una buena práctica del yoga revela una sensación de seguridad que surge del discernimiento de que todo aquello que observamos pertenece a nuestras circunstancias particulares, pero a la vez, está totalmente conectado a la estructura universal de todo aquello que nos parece ajeno.