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Julia 1027 Jarrett Hunter nunca se había enamorado hasta que conoció a Abbie Sutherland. Al principio quería comprar su cadena de hoteles, pero en ese momento sólo estaba interesado en ella. Abbie era preciosa, sensual… en definitiva, tremendamente deseable. Era también una joven viuda que tras su mala experiencia matrimonial se resistía a enamorarse de nuevo. Para Jarrett, Abbie no sólo era muy hábil en los negocios y en el dormitorio, era un gran desafío.
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Seitenzahl: 209
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1999 Carole Mortimer
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El gran desafío, Julia 1027 - septiembre 2023
Título original: To woo a wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411801355
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
NO es que no te agradezca la invitación de cenar con todos vosotros, Stephen —dijo el hombre con tono aburrido—. Sólo es que eso de formar un grupo de cuatro no es algo que suela hacer muy a menudo. Sé por experiencia que cualquier mujer que salga sola de noche o bien va a la caza de un millonario o, peor aún, es fea.
La mujer a la que había tachado de fea o de caza fortunas, había cruzado el vestíbulo del hotel y entrado al bar momentos antes para buscar a sus anfitriones de aquella noche, su amiga Alison y su recién estrenado marido Stephen, cuando escuchó sin proponérselo el desagradable comentario del hombre.
Había encontrado a Alison y a Stephen, pero no estaban solos. Aunque ni Abbie podía verlos ni ellos a ella, pues los escondía una enorme planta que se alzaba majestuosamente en el lujoso bar. Pero claro que, después de lo que el hombre acababa de decir, se alegraba de que no la hubieran visto aún.
—Creo que lo que dices es un poco exagerado, Jarrett —protestó Alison con indignación—. Hoy en día las mujeres podemos ir a donde queramos y hacer lo que nos venga en gana. ¡Y no nos hace falta un hombre para eso!
Bueno, al menos Abbie sabía ya su nombre, Jarrett… No le sonaba de nada.
—¿Y estas mujeres que van a donde quieren y hacen lo que les viene en gana se casan también? —dijo el hombre llamado Jarrett en tono de burla.
—Tienen derecho a elegir esa opción si les apetece; así lo hice yo —Alison le contestó acaloradamente—. Lo único que quiero decir es que no necesitamos un hombre para vivir, como les pasaba a nuestras abuelas y seguramente a nuestras madres también. Ahora tenemos carreras, ganamos nuestro propio dinero y por eso el matrimonio no es tan necesario en ese sentido como…
Stephen lanzó una carcajada interrumpiéndola.
—Me da la impresión de que te están tomando el pelo muy a sabiendas, cariño mío.
El otro hombre se echó a reír.
—Me temo que yo soy el culpable. Lo siento, Alison, la verdad es que no debo decirte estas cosas, sobre todo porque estáis todavía de luna de miel. Además, me parece estupendo que hayáis decidido casaros. Lo que más rabia me da es haberme perdido la boda. Qué casualidad habernos encontrado así; no tenía idea de que fuerais a venir a Canadá a esquiar.
Abbie también se había perdido la boda y por esa razón, después de insistir en que no quería interrumpirles la luna de miel, había aceptado su invitación de pasar la velada con ellos. Pero quedaba claro por los comentarios de aquel tal Jarrett que él había coincidido allí con ellos.
De haber sospechado Abbie que se trataba de otra cosa, es decir, de una cita amañada por un par de amigos con buenas intenciones, entonces se habría dado media vuelta y habría salido del hotel sin ni siquiera ser vista, llamándolos después para disculparse. Pero lo cierto era que no pensaba que fuera ese el caso; Alison sabía muy bien su opinión acerca de las relaciones sentimentales. Para Abbie ese tipo de cosas no existía.
Aunque tenía que reconocer que el comentario inicial de Jarrett le había molestado, haciendo que se contemplara con mirada crítica en uno de los espejos que cubrían las paredes del bar. Era muy alta y tenía las piernas largas y bien torneadas; llevaba un vestido de tubo negro por encima de la rodilla que le moldeaba la figura. Encima del vestido se había puesto una americana de seda de un violeta muy parecido al de sus ojos, de corte amplio para contrarrestar lo ceñido del vestido. El pelo largo y negro lo llevaba recogido en un sencillo moño e iba discretamente maquillada.
Intentó verse como se la imaginaría ese tal Jarrett y decidió que la encontraría elegante y serena; desde luego no fea, como había dicho él, aunque tampoco de una belleza espectacular.
—Aun así —siguió diciendo Jarrett—, lo cierto es que no puedo aceptar vuestra invitación. ¡A lo mejor a tu amiga no le importa hacer de carabina, pero a mí desde luego que sí!
Abbie se sonrojó por lo que con seguridad identificaba como una reprimenda dirigida a ella en su ausencia. También ella había aceptado de mala gana reunirse con la pareja esa noche, consciente de que estaban aún en su luna de miel. Pero Alison había rechazado totalmente la idea de que Abbie fuera a importunarlos, recordándole que ella y Stephen habían vivido juntos durante un año antes de la boda, celebrada hacía dos semanas, y que desde luego no estaban pasando su primer arrebato amoroso.
Abbie se alejó del trío tras la planta tal y como se había acercado, en silencio, y fue hacia los lavabos del vestíbulo. Allí se quitó la americana, se retocó el maquillaje y el cabello, quitándose las horquillas que lo recogían. El resultado fue una cascada de ondulado cabello negro como el de una gitana, que le llegaba hasta la cintura. El pelo largo y suelto realzaba sus marcados pómulos, la belleza de sus ojos y sus labios carnosos.
Conque fea, ¿eh?
Dejó la americana en el guardarropa junto al abrigo largo que había depositado allí anteriormente y cruzó el vestíbulo consciente de las miradas de interés que le dedicaban los hombres, pero no se dio por aludida en absoluto y continuó con paso elegante y un brillo de desafío en su mirada azul violeta.
En esa ocasión no se detuvo al entrar al bar, sino que fue directamente hacia la mesa donde sabía que estaban sentados Alison y Stephen con el otro hombre. Sonrió abiertamente a su amiga cuando Alison la vio acercarse y esta última se levantó para saludarla.
—¡Abbie! —Alison se levantó y la abrazó con cariño—. ¡Estás guapísima! —exclamó con admiración y algo sorprendida, retirándose para verla mejor.
Alison había sido una de las amigas que más le había reprendido por minimizar aquel aspecto que en el pasado había suscitado el interés de algunos de los hombres más poderosos del mundo. Pero no había servido de nada.
—Es cierto —dijo Stephen, que se levantó y la besó en la mejilla.
Los recién casados formaban una pareja muy atractiva. Alison alta y pelirroja y Stephen alto y rubio. Abbie conocía a los dos desde hacía años y siempre se había sentido muy a gusto en su compañía. Claro que esa noche no estaban solos…
Se volvió tranquilamente hacia el hombre que tenía una voz tan masculina, el hombre de quien sólo sabía el nombre, y sintió el equivalente a una pequeña descarga eléctrica al verlo por primera vez. Era uno de esos hombres que no pasan desapercibidos: tremendamente atractivo.
Seguramente tendría diez años más que ella, que tenía veintisiete. Tenía algunas arrugas en su apuesto rostro que no hacían sino ensalzar su madurez. Y posiblemente serían esas arrugas y aquella mirada cínica en sus ojos color miel que lo salvaban de ser demasiado guapo.
Cuando cortésmente se puso de pie para saludarla, Abbie se dio cuenta de que era alto y fuerte, y que no tenía un gramo de más en su estupenda y esbelta figura. Iba vestido con americana azul marino, pantalones gris claro y camisa también gris. Tenía el pelo ligeramente largo por la parte de atrás y le llegaba hasta el cuello de la camisa, dándole un aspecto muy atractivo. Tenía el rostro perfectamente delineado, con la mandíbula fuerte y una boca de sonrisa burlona. Pero su rasgo dominante eran los ojos de un ámbar profundo, uno de los colores de ojos más inusuales que Abbie había visto en su vida. Eran como los ojos de un tigre…
—Abbie, éste es un amigo mío de Londres —dijo Stephen para presentarlos—. Jarrett Hunter.
—Y yo soy Abbie —dijo con voz suave mientras le tendía una mano larga y esbelta, desnuda de joyas y con las uñas bien limadas y sin pintar.
Él le estrechó la mano, ni con demasiada fuerza ni todo lo contrario. Daniel siempre solía decir que se podía saber muchas cosas sólo con estrecharle la mano a un hombre. De seguir su opinión aquel hombre no era ni distante ni demasiado simpático.
—¿Abbie a secas? —murmuró, con aquel fuego dorado iluminando la suave perfección de sus facciones.
—Simplemente Abbie —dijo.
—Es como se la conocía durante los años que trabajamos juntas en la pasarela —dijo Alison mientras se sentaban. Abbie ocupó un asiento a la izquierda de Alison, quedando así frente a Jarrett.
Recostado tranquilamente en su asiento, Jarrett miró a Abbie con renovado interés y valoró sus atributos femeninos con rapidez y naturalidad.
—Entonces usted también es modelo —murmuró con tono de admiración.
—Lo era —dijo tranquilamente
El camarero se acercó en ese momento y le pidió un agua mineral con gas.
—¿Y ya no? —preguntó con interés.
—No, ya no —le dijo, antes de volverse hacia los recién casados y consciente de que Jarrett Hunter la miraba con expresión pensativa.
Adivinó, no poco divertida, que a Jarrett Hunter le estaba costando trabajo clasificarla.
Igual que le ocurriera a Alison en sus tiempos de modelo, había sido valorada y colocada en la casilla apropiada. Pero como ya no lo era, aunque se la veía segura de sí misma y con una posición acomodada, Jarrett se estaría preguntando a qué se dedicaba exactamente en el presente. Abbie no creyó que pudiera adivinarlo.
—No sabes lo contentos que estamos de verte, Abbie —Alison se inclinó hacia delante y la agarró del brazo—. Últimamente no nos vemos nada —dijo apenada.
Abbie se encogió de hombros, consciente de que, a pesar de parecer relajado en su sillón, Jarrett Hunter estaba escuchando atentamente cada palabra que decían. Se veía que era un hombre curioso y en ese momento ella era un misterio para él.
—No sé lo que hago con el tiempo —contestó Abbie pesarosa—. Un día estoy en Londres, al día siguiente en Hong Kong y hoy en Canadá.
—¿Le gusta viajar, Abbie? —dijo Jarrett Hunter mirándola con cierto desdén, quizá imaginándola como una de esas personas que no sientan la cabeza.
Con toda tranquilidad Abbie lo miró del mismo modo.
—No especialmente, señor Hunter —dijo rechazando su comentario.
La perplejidad brilló en esos ojos color miel al tiempo que arrugaba ligeramente el entrecejo.
—¿Entonces por qué… ?
—Creo que nuestra mesa está lista —lo interrumpió Stephen con delicadeza al ver que el camarero se acercaba a ellos; se volvió y miró a Jarrett con mirada inocente—. Sé que dijiste antes que estabas ocupado esta noche, ¿pero estás seguro de que no quieres unirte a nosotros? —añadió.
Abbie sonrió con disimulo, un tanto divertida, mientras contemplaba al marido de su amiga con admiración. Casi parecía como si Stephen supiera que ella había oído a Jarrett Hunter haciendo aquellos comentarios tan hirientes a sus expensas. O quizá fuera porque quisiera poner a prueba a su amigo después de esos mordaces comentarios sobre las solteras… Fuera lo que fuera, Stephen estaba disfrutando también de lo lindo.
—Yo…
—Por favor, no se le ocurra cambiar sus planes por mí —Abbie dijo al tiempo que le dedicaba una sonrisa vacua—. Ya pasó a la historia la época en la que las mujeres necesitaban la compañía de un hombre para poder salir a cenar. ¡Gracias a Dios! —añadió con sentimiento.
Alison la miró significativamente pero perpleja al mismo tiempo antes de mirar hacia la entrada del bar. Su mirada se topó con la enorme planta que había junto a sus asientos y volvió a mirar a su amiga con complicidad.
Jarrett Hunter la miraba con los ojos entrecerrados, pero por una razón totalmente diferente. Parecía que aún estaba intentando catalogarla, sin conseguirlo.
—Lo cierto es que no tengo otros planes para cenar esta noche —concluyó lentamente—. Simplemente no quería interrumpir…
—Qué amable —dijo Abbie—. Alison y yo tenemos tantas cosas que contarnos…
—…la luna de miel de Alison y Stephen —Jarrett terminó de decir con suavidad y con una chispa de desafío en su mirada.
Le había vuelto las tornas a Abbie con habilidad, intentando con éxito que se pusiera a la defensiva.
—Alison y yo llevamos casi dos semanas de casados. Volvemos a casa pasado mañana; se acabó nuestra luna de miel.
Alison le agarró del brazo con posesión.
—Sólo de cara a la galería —le dijo.
—Sigue mi consejo Jarrett —Stephen le dijo a su amigo en tono afectuoso—. ¡No te cases jamás con una mujer joven!
Tanto Alison como Abbie tenían veintisiete años, mientras que los hombres rondaban los dos los treinta y muchos. Aunque teniendo en cuenta que estaban fuertes y atléticos, el último comentario de Stephen debía de tratarse de una broma.
—No tengo la intención de casarme —dijo en tono arrogante.
Abbie lo miró con interés; parecía que, después de todo, tenían algo en común. Ella tampoco tenía la intención de casarse nunca. Pero tenía sus motivos para pensar así. Se preguntó cuáles serían los de Jarrett Hunter…
—¿Por qué decidirme por un delicioso postre… —dijo Jarrett, respondiendo a su pregunta—, cuando me gustan todos? —añadió.
Tanto él como sus generalidades estaban empezando a no desagradarle.
—Pues a mí me gusta más la tarta de fresa —le dijo Stephen a Jarrett, sonriendo afectuosamente y mirándole el cabello a Alison.
—Quizá la prefieras —dijo Jarrett con tono aburrido—, pero una dieta sólo a base de tarta de fresa podría resultar… tediosa.
—¿Es usted goloso, señor Hunter? —dijo Abbie rápidamente al ver que Alison estaba a punto de explotar indignada por el insulto que acababa de dirigir contra su recién estrenado matrimonio.
Jarrett se volvió a mirarla con aquellos ojos dorados.
—No más que los demás, Abbie —contestó.
Al tenerlo de frente vio que era un hombre muy viril y que probablemente bastantes mujeres se habrían sentido atraídas por su arrogante atractivo. Pero, sabiendo que Alison y Stephen estaban en su luna de miel, su comentario había sido bastante incendiario.
—¿En serio? —contestó Abbie —. Yo no soy nada golosa, con lo cuál no tengo ese problema en particular.
Desvió los comentarios de Jarrett hacia su persona y lejos de la voluble Alison. El pelo rojo de su amiga era indicativo de su carácter exaltado, y si Jarrett Hunter no tenía cuidado Alison acabaría por derribarlo con sus comentarios.
Y sería una pena con lo mucho que Alison y Stephen estaban disfrutando de su luna de miel. Esa mirada dorada se paseó por sus torneadas piernas, por las sensuales curvas de su cuerpo tan maravillosamente ceñido por el vestido negro, hasta la belleza de su rostro rodeado por la cascada de cabello negro.
—Me sorprende, Abbie —murmuró con frialdad.
—¿Ah, sí? —dijo y su mirada violeta se encontró tranquilamente con la suya.
—Bueno, a lo mejor no tanto —replicó, deliberadamente despacio—. Siempre he sido de la opinión de que los palos de chocolate parecen apetitosos hasta que das el primer bocado y te das cuenta de que no saben a nada —hizo una mueca, sin dejar de mirarla.
—Menos mal que no me gustan —dijo ella, quitándole importancia—. Venga, a cenar todos —anunció deliberadamente.
—¿Jarrett? —dijo Stephen sonriendo, divertido por la conversación.
Su mirada dorada volvió a recorrer el esbelto y atractivo cuerpo de Abbie, deteniéndose brevemente en su pecho y caderas antes de llegar hasta la cara.
—Si a Abbie no le importa —murmuró, desafiándola—. Después de todo le estoy imponiendo mi presencia en cierto modo —añadió suavemente.
Aquello era lo último que deseaba, una velada en compañía de aquel hombre tan brusco y desagradable.
—Es usted el invitado de Alison y Stephen, no el mío —le contestó con frialdad.
Él arqueó unas cejas oscuras.
—En ese caso, acepto.
Abbie sabía que iba a aceptar, segura de que querría aprovechar la oportunidad para averiguar más cosas sobre ella.
—Lo has oído hablar antes, ¿verdad? —le dijo Alison en voz baja mientras caminaban del brazo delante de ellos en dirección al restaurante—. Entraste en el bar y oíste lo que estaba diciendo de…
—¿Quién demonios es? —Abbie susurró indignada—. Jamás he conocido a un tipo tan arrogante, pomposo, pagado de sí mismo…
—Lo has oído, ¿no? —Alison se echó a reír divertida—. ¿No te parece increíble? —dijo y volvió la cabeza brevemente hacia los dos hombres que caminaban detrás de ellas charlando tranquilamente.
—¡Ese hombre es un bestia! —contestó Abbie con rabia, sacudiendo la cabeza y consciente de que Jarrett iba observando el suave contoneo de sus caderas al caminar. Tantos años en la pasarela le habían dado la confianza suficiente para ni siquiera vacilar.
—Una bestia que no cree en el matrimonio —dijo su amiga contenta—. Quizá seáis almas gemelas.
—No digas tonterías, Alison —Abbie protestó con impaciencia—. Ya has oído lo que ha dicho; le gusta ir probando de todo, mientras que yo…
—Tú no eres golosa —terminó Alison, con otra carcajada—. Ha sido una conversación divertidísima.
Abbie la miró y arrugó el entrecejo.
—Pues no creo que te haya divertido tanto cuando estaba comentando la preferencia de Stephen por la tarta de fresas con tanto desdén.
Alison sonrió.
—Bueno, nunca he conocido a un misógino antes…
—No odia a las mujeres, Alison; ¡las devora! —Abbie la corrigió con disgusto—. ¡Y las que le resultan desagradables las escupe!
Alison volvió a mirar a los dos hombres.
—Si no estuviera tan enamorada de Stephen quizá intentara demostrarle que está equivocado.
—Tú y cientos de mujeres más —Abbie contestó mordazmente—. Ésa es su táctica, Alison. Así es como da un bocado de cada postre; y cada mujer cree que ella será su dulce favorito, y no sólo temporalmente.
—Esta bien, pero tienes que reconocer que no es uno de esos hombres que pasan desapercibidos. Ni siquiera ella misma, pensaba Abbie. Aunque en voz alta jamás lo reconocería.
—Te das cuenta de que voy a pedir el plato más caro del menú como represalia, ¿verdad? —dijo en tono seco, molesta consigo misma por pensar en Jarrett Hunter.
—No te preocupes —le dijo su amiga con amabilidad—. No estaríamos aquí si tú no nos hubieras invitado a este maravilloso viaje de novios como regalo de boda. Lo menos que podemos hacer es sacarte a cenar para darte de alguna manera las gracias.
En realidad Abbie había coincidido con el matrimonio en Canadá de pura casualidad.
—Alison, no necesito que me lo agradezcas…
—Creo que ésta es nuestra mesa, señoras —Jarrett Hunter interrumpió su conversación con naturalidad mientras Stephen y él separaban las sillas para que las mujeres se sentaran.
Las mujeres estaban una frente a la otra, y cada una tenía un hombre a cada lado. ¡Iba a ser una velada estupenda!
Abbie tuvo que reconocer que Alison y Stephen parecían de verdad estar pasándoselo en grande. En un gesto de complicidad, Stephen le guiñó el ojo a Abbie, escondiéndose el rostro tras la carta.
Todos examinaron el menú, excepto Abbie que parecía no poder concentrarse en el papel que tenía delante por culpa de la arrogante presencia del hombre sentado a su izquierda.
—¿Qué le apetece, Abbie?
Ella pestañeó al oír su voz sensual y se volvió a mirar el apuesto rostro que enmarcaba aquellos ojos de tigre. Sabía que no se había imaginado aquel tono un tanto sugerente utilizado por Jarrett y vislumbró un brillo burlón en sus ojos.
Ella cerró el menú con decisión.
—Tomaré una ensalada verde y salmón a la plancha de segundo.
Jarrett arqueó las cejas.
—Creí oírle decir que ya no era modelo.
—No lo soy —contestó—. Pero a uno le cuesta desprenderse de sus viejas costumbres —dijo, y lo miró pensativa—. Déjeme adivinar lo que va a pedir —dijo, haciendo mentalmente un inventario del menú que acababa de examinar—. Ostras de primero, seguidas por una chuleta de ternera… poco hecha —esa vez fue ella la que lo miró con expresión interrogante.
—En lo de la chuleta no se ha equivocado —asintió—. Sin embargo, la prefiero algo más hecha. En cuanto a las ostras —hizo una mueca—… soy alérgico al marisco.
—¿En serio? —dijo Alison con interés—. ¿Qué te pasa si lo comes?
—No le hagas caso a esta morbosa mujer con la que me he casado —le dijo Stephen, sacudiendo la cabeza mientras miraba a Alison—. No tenemos por qué saber lo que le ocurre.
—Eres tan remilgado, Stephen —Alison le dijo afectuosamente—. Casi hay que llevarlo al hospital si se corta afeitándose —confió a Abbie y Jarrett.
—Entonces no es la persona ideal para acompañarte al parto cuando llegue ese momento —comentó Jarrett.
—¿Acompañarme al parto? —Alison parecía perpleja—. ¡Pero… si no estoy embarazada, Jarrett! —dijo indignada—. ¿Qué te hace pensar que pueda estarlo? —le preguntó, muy molesta por la sugerencia.
—Lo siento. Me he equivocado —dijo con sorna—. No se me ocurría otra razón por la que vosotros dos hubierais podido…
—Cállate, Jarrett, estás mejor callado —le dijo Stephen con buenas maneras—. Simplemente le pedí a Alison que se casara conmigo porque la amo y…
—Ella simplemente aceptó porque también te ama —dijo Abbie—. ¡Es el mejor motivo para casarse!
Le echó una mirada a Jarrett de censura. A ese hombre no se le podía dejar solo; le asombró que le quedaran aún amigos a los que insultar.
Lo cierto era que a ella también le había sorprendido que Stephen y Alison hubieran decidido casarse después de llevar tanto tiempo juntos, pero desde luego que no se le había ocurrido lo mismo que a Jarrett Hunter.
—Es la mejor —dijo Jarrett mirando a Abbie con agradecimiento por su apropiada intervención—. Y, en contestación a la pregunta que me has hecho antes, Alison, cuando como marisco se me hinchan las vías respiratorias y no puedo respirar.
Abbie sonrió sin poder contenerse.
—¿Qué te parece pedirle una docena de ostras, Alison? —dijo con malicia.
—¡Dos docenas! —Alison continuó la broma, visiblemente más relajada y sonriendo.
—Venga, no seamos demasiado crueles —añadió Stephen—. Creo que una docena y media es suficiente.
—¡Está bien, está bien! —Jarrett levantó las manos, sonriendo con arrepentimiento—. Me he disculpado por… Bueno, me he disculpado ya —añadió al ver que Abbie fruncía el ceño—. Vamos a pedir, excepto ostras para mí, y prometo no volver a mostrarme cínico durante el resto de la velada.
Mientras iban pidiéndole al camarero, Abbie pensó que la promesa de Jarrett había sido bastante precipitada considerando que cada vez que abría la boca era para hablar con cinismo. Claro que iba a resultar muy interesante ver cómo iba a mantener su promesa.
—Gracias por echarme una mano hace un momento —Jarrett se inclinó hacia ella y murmuró en voz baja mientras los recién casados hablaban entre ellos.
Abbie lo miró con sus serenos ojos azules.
—No lo he hecho para ayudarlo —le contestó en el mismo tono—. Se ve que no tiene ni idea de que Alison tuvo un aborto hace seis meses ni de que lo que los dos sufrieron al perder ese hijo. Su boda no tiene nada que ver con nada de eso. ¿Por qué iba a ser así?
Jarrett se puso pálido y miró a la pareja, entonces se sintió aliviado al verlos riendo.
—Tiene razón, no tenía ni idea.
—Quizá no sea tan mala idea que le ponga freno a sus comentarios hirientes durante el resto de la velada, ¿verdad? —dijo con frialdad.
En realidad no sentía que hubiera traicionado la confianza que tenían en ella por haber hablado del bebé que Alison y Stephen habían perdido; no lo habían llevado en secreto, y con la tendencia que tenía aquel hombre a meter la pata podría seguir diciendo burradas de no habérselo contado.
—¿Va a modificar sus tendencias misóginas entonces?
—Ya he dicho que lo intentaré.
Más le valía hacerlo bien si no quería recibir un puntapié por debajo de la mesa con uno de sus zapatos de tacón alto.
—Sugiero que empecemos de cero, señor Hunter —murmuró de manera significativa.
—Llámame Jarrett —dijo con voz suave.
Demasiado suave para su gusto. Al sugerirle que volvieran a empezar de cero, no se refería a hacerlo basándose en algo diferente. ¡Ella seguía sin ser golosa!
—Señor Hunter —repitió con firmeza—. Vosotros dos, despertad —les dijo a los recién casados que se miraban a los ojos con amor—. Jarrett está a punto de contarnos qué es lo que está haciendo exactamente en Canadá.
—¿De verdad? —dijo él.
Aunque no varió de postura, Abbie notó que se ponía de pronto tenso. Se preguntó por qué sería…
—Desde luego —le dijo con suavidad, aunque lo miró con desafío.
Su fría mirada no abandonó la de Abbie ni un instante.
—La razón de mi visita no es ningún misterio; estoy aquí para reunirme con una persona.