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Cuento de la serie del famoso detective Sherlock Holmes en la que se lleva a cabo un secuestro y en donde la participación de un personaje políglota es el eje central, ya que fungirá como intérprete de un hombre de origen griego al que mantienen cautivo. Además del ágil y perspicaz olfato de Sherlock Holmes y del doctor Watson para resolver el misterio, el relato es importante porque Conan Doyle introduce por primera vez a Mycroft Holmes quien, además de ser el hermano mayor de Sherlock, posee una inteligencia superior a él y contribuirá a la resolución del caso.
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Seitenzahl: 34
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Traducción VÍCTOR SANTANA
Ilustraciones RICARDO PELÁEZ
Primera edición, 2019 [Primera edición en libro electrónico, 2019]
Coordinador de la colección: Luis Arturo Salmerón Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar Ilustración de portada: Ricardo Peláez
D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Comentarios: [email protected] Tel. 55-5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-6407-5 (ePub)ISBN 978-607-16-6218-7 (rústico)
Hecho en México - Made in Mexico
EN TODO MI LARGO E ÍNTIMO CONOCIMIENTO del señor Sherlock Holmes, nunca lo había oído hablar de su parentela, y casi nunca de su vida anterior. Esta reticencia de su parte ha incrementado el efecto de algún modo inhumano que produce en mí, tanto que en ocasiones me he descubierto pensando en él como un fenómeno aislado, un cerebro sin corazón, tan poco apto para la empatía humana como preeminente en inteligencia. Su aversión a las mujeres y su falta de inclinación a formar nuevas amistades eran típicas de su carácter sin emociones, pero no más que la supresión total de cualquier referencia a su propia gente. Llegué a creer que era un huérfano sin familiares vivos, pero un día, para mi gran sorpresa, empezó a hablarme de su hermano.
Fue después del té una tarde de verano, y la conversación, que había saltado de manera inconexa y sin ilación de los clubes de golf a las causas del cambio de oblicuidad de la eclíptica, derivó en la cuestión del atavismo y las aptitudes hereditarias. El punto en discusión era qué tanto una virtud singular en un individuo se debía a sus ancestros y qué tanto a su propia educación temprana.
—En el caso de usted —comenté—, por todo lo que me ha dicho me parece obvio que su capacidad de observación y su peculiar facilidad para la deducción se deben a su propio entrenamiento sistemático.
—Hasta cierto punto —respondió con aire pensativo—. Mis ancestros eran terratenientes, que aparentemente llevaban la vida que es natural a su clase. No obstante, mi manera de ser está en mis venas, y puede que venga de mi abuela, que era hermana de Vernet, el artista francés. El arte en la sangre es proclive a adoptar las formas más extrañas.
—¿Pero cómo sabe que eso es hereditario?
—Porque mi hermano Mycroft lo posee en mayor medida que yo.
Esto para mí era toda una novedad. Si había otro hombre en Inglaterra con poderes tan singulares, ¿cómo había sido que ni la policía ni el público supieran de él? Hice la pregunta insinuando que era la modestia de mi acompañante lo que lo hacía reconocer a su hermano como su superior. Holmes se rio de mi sugerencia.
—Mi querido Watson —dijo— no puedo estar de acuerdo con quienes tienen a la modestia como una virtud. Para el lógico todas las cosas deben verse exactamente como son, y subestimarse uno mismo es un alejamiento de la verdad tanto como lo es exagerar las propias capacidades. Por eso, cuando digo que Mycroft tiene mejores capacidades de observación que yo, puede estar seguro de que digo una verdad literal y exacta.
—¿Es menor que usted?
—Siete años mayor.
—¿Y por qué es desconocido?
—Oh, es muy conocido en su propio círculo.
—¿En dónde?
—Bueno, en el Club Diógenes, por ejemplo.
Nunca había escuchado sobre esa institución, y mi rostro debió evidenciarlo lo suficiente para que Sherlock Holmes sacara su reloj.
—El Club Diógenes es el club más extraño de Londres, y Mycroft uno de los hombres más extraños. Siempre está ahí del cuarto para las cinco al veinte para las ocho. Ahora son las seis, así que si le interesa dar un paseo esta bella tarde, estaré feliz de presentarle estas dos curiosidades.
Cinco minutos después estábamos en la calle, dirigiéndonos hacia la Glorieta de Regent.