El lenguaje del cuerpo - Alexander Lowen - E-Book

El lenguaje del cuerpo E-Book

Alexander Löwen

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Beschreibung

El lenguaje del cuerpo es una guía del bienestar físico y psíquico. Es una obra maestra de la psicología que ha puesto al descubierto las deficiencias del psicoanálisis tradicional. Ha servido de detonante al movimiento que ha hecho del lenguaje corporal el eje y el remedio de muchos problemas psicológicos. Millones de personas son víctimas de las tensiones producidas por el medio ambiente. En la lucha por la supervivencia, han perdido sensibilidad y sensualidad. Sus cuerpos los han traicionado y los siguen traicionando. El doctor Alexander Lowen demuestra brillantemente que el cuerpo es el espejo de la personalidad y la clave de los trastornos emocionales. Pionero en el campo del análisis bioenergético, en el que se han cosechado tan espectaculares éxitos, el autor explica este método terapéutico y documenta su obra con historias muy detalladas de multitud de caracteres personalizados. El resultado es la revelación de las relaciones, claras y sorprendentes, que existen entre el funcionamiento de la personalidad y las pautas de los movimientos corporales y de las tensiones musculares. Así se configura un retrato de la persona perturbada bajo los múltiples ropajes físicos que reviste. El lenguaje del cuerpo es mensaje innovador de salud, felicidad y vigor para las personas, ancladas en la tensión y la ansiedad de la vida moderna.

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Ähnliche


ALEXANDER LOWEN

EL LENGUAJE DEL CUERPO

Dinámica física de la estructura del carácter

Herder

www.herdereditorial.com

Título original: The Language of the Body, Physical Dynamics of Character Structure

Traducción: Diorki

Diseño de cubierta: Morivati

Maquetación electrónica: José Toribio Barba

© 1958, Grune & Stratton, Nueva York

© 1985, Herder Editorial, S. L., Barcelona

© 2014, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3104-3

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

Prefacio

PARTE PRIMERA

1. Desarrollo de las técnicas psicoanalíticas

2. Aspecto somático de la psicología del yo

3. El principio del placer

4. El principio de realidad

5. La concepción bioenergética de los instintos

6. Los principios bioenergéticos en la terapia psicoanalítica

7. El análisis del carácter

8. Formación y estructura del carácter

PARTE SEGUNDA

9. El carácter oral

10. El carácter masoquista (1)

11. El carácter masoquista (2)

12. El carácter histérico (1)

13. El carácter histérico (2)

14. El carácter fálico-narcisista

15. El carácter pasivo-femenino

16. El carácter esquizofrénico

17. El carácter esquizoide

A Leslie, mi esposa, cuya inspiración nunca me ha faltado.

PREFACIO

«Los movimientos expresivos de la cara y del cuerpo… constituyen el primer medio de comunicación entre madre e hijo... Esta expresión da vivacidad y energía a nuestras palabras. Revela el pensamiento y las intenciones de los demás con mayor fidelidad que las palabras, que pueden ser falsas… La libre expresión de una emoción por medio de signos externos le da mayor intensidad. Por otra parte, la represión, hasta donde ello es posible, de estos signos externos suaviza nuestras emociones. Quien hace ademanes violentos aumenta su furor; quien no controla los signos de temor, lo experimenta en mayor grado; y quien permanece pasivo cuando se ve abrumado por el dolor, pierde la mejor oportunidad de recobrar la elasticidad mental.»

Charles Darwin,

The expression of Emotion in Man and Animals, 1872

Actualmente estamos siendo testigos de un ataque al psicoanálisis por parte de psiquiatras y otras personas que no niegan sus principios fundamentales. La crítica tiene su origen más bien en la decepción producida por la terapia psicoanalítica. Aun dejando de lado los graves problemas de tiempo, coste e inconvenientes, observamos que con frecuencia los esperados cambios en la personalidad no se materializan. Es verdad que a muchos pacientes les sirve de ayuda y que algunos mejoran. Pero resulta alarmante el número de los que pasan años sometidos al psicoanálisis o yendo de un analista a otro sin experimentar un cambio significativo en su dolencia, su insatisfacción o en sus problemas reales.

Precisamente el otro día acudió a mi consulta una joven que había estado cuatro años sometida a tratamiento psicoanalítico y más de un año a otro tipo de terapia. Sus comentarios acerca de la experiencia son típicos:

«La razón por la que fui no cambió realmente. Siempre pensé que mi capacidad sentimental era mayor de lo que yo experimentaba. Aunque el psicoanálisis me ayudó a comprender muchas cosas, dicha capacidad no aumentó. Ello me decepcionó.»

Ante esta situación, los psicoanalistas reaccionan de diversas maneras. Algunos ofrecen formulaciones más elaboradas mientras que otros abogan por el sentido común. Desgraciadamente, ninguno de los dos enfoques soluciona el problema. Tampoco se puede culpar a Freud si las grandes ideas que ofreció al mundo han resultado relativamente ineficaces para superar los graves trastornos emocionales que padecen muchos individuos. El propio Freud no prometió nunca que eso fuese a suceder. Conocía las limitaciones de su técnica.

La situación en que se encuentra el psicoanálisis hoy día es similar a la de tantas otras especialidades médicas recientes. ¿Podemos comparar los logros actuales de la cirugía con los de hace cien años? El progreso es producto de los cambios en la técnica, de una mejor comprensión de los problemas y de una mayor habilidad. Si de algo hay que culpar a los psicoanalistas de nuestros días es de su resistencia a modificar los procedimientos tradicionales.

La historia del psicoanálisis no está desprovista de pensadores y experimentadores. Mientras la mayor parte de ellos se han dedicado a hacer pequeñas ampliaciones de la teoría, algunos, en especial Ferenczi y Wilhelm Reich, han introducido importantes innovaciones en la técnica. La «técnica activa» o «análisis desde abajo» de Ferenczi supuso un intento de enfrentarse a los difíciles problemas del carácter, que ya entonces constituían un desafío al método psicoanalítico. La aportación de Reich será tratada con mayor detalle a lo largo del presente estudio.

El problema a que se enfrenta el psicoanálisis procede del hecho de que el analista trata los sentimientos y sensaciones corporales a un nivel verbal y mental, pues el objeto del análisis son los sentimientos y la conducta del individuo. La exploración de sus ideas, fantasías y sueños es sólo un medio para comprender y llegar a los sentimientos e influir en la conducta. ¿No es concebible que existan otros medios para transformar los sentimientos y las acciones? En una carta dirigida a W. Fliess en 1899 Freud manifestaba su constante interés por la cuestión:

«A veces, pienso que sería absolutamente indispensable una segunda parte del tratamiento que provocase los sentimientos de los pacientes, además de sus ideas.»

Si Freud no fue capaz de desarrollar un tratamiento acorde con esa idea, el fracaso ha de ser atribuido a las dificultades inherentes a la relación cuerpo-mente. En tanto el pensamiento esté influido por la visión dualista de la relación cuerpo-mente la dificultad resulta insuperable. Es de suponer que Freud luchó toda su vida con este problema. De esta lucha surgieron las claras formulaciones que constituyen la psicología del yo. El psicoanálisis de hoy se enfrenta al problema del mismo modo que lo hizo Freud.

No pretendo dar respuesta a tan importante cuestión en este prefacio. Más bien quiero exponer la teoría que sirve de fundamento a este estudio y que indica el camino a seguir para resolver el problema. Los psicoanalistas conocen la estrecha relación existente entre muchos procesos somáticos y ciertos fenómenos psicológicos. En el campo de la medicina psicosomática abundan las referencias al respecto. Dicha relación lleva implícito el concepto de que el organismo se expresa más claramente a través del movimiento que por medio de palabras. ¡Pero no sólo a través del movimiento! Las posturas, actitudes y gestos constituyen un lenguaje que procede y trasciende a la expresión verbal. Es más, existen numerosos estudios en los que se relaciona específicamente la estructura corporal con las actitudes emocionales. Éstas pueden ser objeto de la técnica psicoanalítica en la misma medida que los sueños, los lapsus linguae y los resultados de la libre asociación.

Si la estructura corporal y el temperamento están relacionados, como puede determinar cualquiera que estudie la naturaleza humana, la pregunta es: ¿Podemos cambiar el carácter de un individuo sin producir algún cambio en su estructura corporal o en su motilidad funcional? Y viceversa: Si podemos cambiar la estructura y mejorar la motilidad, ¿no podremos producir aquellos cambios en el temperamento que el paciente requiere?

La expresión emocional del individuo constituye una unidad. No es la mente la que se encoleriza y el cuerpo el que golpea. Es el individuo quien se expresa. Nosotros estudiamos cómo se expresa un individuo concreto, cuál es el alcance de sus emociones y cuáles sus límites. Se trata de estudiar la motilidad del organismo, ya que la emoción se basa en la capacidad de «con-moverse».

He aquí un indicio del relativo fracaso del psicoanálisis: comparativamente ayuda poco a comprender por qué uno se comporta como lo hace. El individuo temeroso de sumergirse en el agua sabe perfectamente que no quiere recibir un daño. Hemos de comprender y aprender a superar el temor al movimiento.

Si los determinantes de la personalidad y el carácter están estructurados físicamente, ¿no ha de dirigirse el esfuerzo terapéutico también a lo físico? El conocimiento no es más que el preludio de la acción. Para ser más eficaz, la terapia psicoanalítica debería proporcionar conocimiento y movimiento. Los principios teóricos y técnicos que forman el marco de este nuevo método constituyen lo que nosotros llamamos análisis y terapia bioenergéticos.

El principal responsable de la ampliación de la perspectiva de la teoría psicoanalítica hasta incluir la expresión y la actividad físicas del paciente fue Wilhelm Reich. Más de uno no estará de acuerdo con que la última parte de su obra constituye una de las principales contribuciones a la psiquiatría. Mi deuda con Wilhelm Reich, del que fui alumno, está expresada en las amplias referencias a sus obras contenidas en este volumen. Por otra parte, la terapia bioenergética es independiente de Reich y de sus seguidores y difiere de sus teorías y técnicas en muchos aspectos importantes, algunos de los cuales se exponen en esta obra.

Es interesante señalar las diferencias entre la terapia bioenergética y las técnicas tradicionales del psicoanálisis. En primer lugar, el estudio del paciente es unitario. El terapeuta bioenergético no sólo analiza el problema psicológico como cualquier otro psicoanalista, sino que además analiza la expresión física de dicho problema tal como se manifiesta en la estructura corporal y en el movimiento del paciente. En segundo lugar, este tratamiento intenta de manera sistemática liberar la tensión física de los músculos crónicamente contraídos y en estado espasmódico. En tercer lugar, la relación entre el terapeuta y el paciente posee una dimensión adicional con respecto al psicoanálisis: como el trabajo, además de a nivel verbal, se realiza a nivel físico, el analista queda más comprometido en la actividad resultante que cuando emplea las técnicas convencionales.

¿Qué ocurre en semejante situación en lo que a transferencia y contratransferencia se refiere? Éstas son el puente por el que fluyen las ideas y sentimientos entre dos individuos. En la terapia bioenergética el contacto físico hace que la transferencia y la contratransferencia pasen a ocupar un primer plano. Ello facilita la parte afectiva del trabajo analítico. No obstante, requiere una mayor habilidad por parte del analista para manejar las tensiones emocionales resultantes. Si carece de ella, es que su formación aún es incompleta. Sólo con humildad y franqueza es posible enfrentarse al manantial de sentimientos que fluye de todo ser humano.

Esta obra no pretende ser una exposición exhaustiva de las teorías y técnicas del análisis y la terapia bioenergéticos. El campo es tan .»tenso como la vida misma. Como introducción al tema ha de servir para salvar el vacío existente entre el psicoanálisis y el tratamiento físico de los trastornos emocionales. Hay otros estudios en marcha sobre los aspectos teóricos y prácticos de este método.

He de expresar mi agradecimiento a mi colega el Dr. John C. Pierrakos, U.S.N.R., por su inapreciable colaboración en la formulación de las ideas recogidas en este volumen, así como al Dr. Joel Shor por su paciente revisión crítica del manuscrito. También quiero agradecer a los miembros del seminario sobre dinámica de la estructura del carácter sus sugerencias y críticas. Vaya también mi agradecimiento para la señorita Dora Akchim, quien amablemente mecanografió el manuscrito.

Nueva York

Alexander Lowen

PARTE PRIMERA

1 DESARROLLO DE LAS TÉCNICAS PSICOANALÍTICAS

El desarrollo de las técnicas y conceptos psicoanalíticos es una historia llena de fracasos terapéuticos. Lo mismo ha sucedido en todos los campos de la ciencia, la psiquiatría y sus disciplinas afines no son una excepción. Todo avance ha sido el resultado de reconocer el fracaso de anteriores métodos de pensamiento y tratamiento para comprender y resolver algún problema.

El psicoanálisis tuvo su origen en una situación de este tipo. Todos sabemos que Freud estuvo largo tiempo interesado por la neurología y las enfermedades nerviosas antes de crear el método de investigación y tratamiento por el que se le conoce. El problema específico al que dedicó su atención en el momento decisivo de su carrera fue el de la histeria, con anterioridad se había dedicado a la «terapia física», encontrándose totalmente impotente tras los decepcionantes resultados obtenidos mediante la electroterapia de Erb. Posteriormente, como sabemos, empleó la hipnosis, en especial «el tratamiento por sugestión durante la hipnosis profunda» aprendido de Liebault y Bernheim. Más tarde declaró no estar satisfecho de este sistema ya que el hipnotizador se enojaba frecuentemente con el paciente que se «resistía» a sus sugerencias. Pero Freud conocía otros métodos para tratar la histeria.

En su artículo El mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos (1893, p. 24)[1], publicado en colaboración con Breuer, sentó las bases para el estudio científico de los fenómenos mentales. Ciertamente, el método empleado era la hipnosis, pero el enfoque analítico fue sustituido por la sugestión directa. Freud lo describe del modo siguiente: «Suscitar, bajo hipnosis, recuerdos relativos a la época en que el síntoma apareció por primera vez.»

La hipnosis tenía ciertas limitaciones. No todos los pacientes podían ser hipnotizados. Además, a Freud no le gustaba disminuir la conciencia del paciente. Cuando amplió sus conocimientos, sustituyó la hipnosis por la libre asociación como método para llegar al inconsciente y más tarde la complementó con la interpretación de los sueños como fuente de información acerca del inconsciente.

Estas nuevas técnicas hicieron posible una mejor comprensión de la dinámica de las funciones psíquicas pues pusieron de relieve dos fenómenos que la hipnosis ocultaba. En 1914, en su artículo Historia del movimiento psicoanalítico (p. 298), escribe: «La teoría del psicoanálisis constituye un intento de explicar dos hechos que le sorprenden a uno inesperadamente cuando trata de hallar los orígenes de los síntomas de un neurótico en su vida pasada: la resistencia y la transferencia.» El método psicoanalítico, por lo tanto, «se inició con una nueva técnica que prescindía de la hipnosis.»

La importancia de la transferencia y la resistencia para el método psicoanalítico es tal que Freud (1914, p. 291) llegó a afirmar que «cualquier investigación que, sea cual sea su orientación, admita estos dos factores y los tome como punto de partida puede llamarse psicoanalítica, aunque sus resultados sean distintos a los obtenidos por mí». Llegados a este punto, trataremos de dar una definición de dichos términos y de explicar el uso que de los mismos se hace en la terapia.

En una conferencia sobre psicoterapia, Freud (1904b, p. 261) definió la resistencia del siguiente modo: «El descubrimiento del inconsciente y su introducción en la conciencia se produce en contra de una continua resistencia por parte del paciente. El proceso de sacar a la luz los datos del inconsciente va acompañado de “malestar” (Unlust), por lo que el paciente lo rechaza una y otra vez.» Ya entonces consideraba Freud el psicoanálisis como un proceso de reeducación en el que el médico persuadía al paciente para que venciese dicha resistencia y aceptase los hechos reprimidos.

Si nos preguntamos acerca de la naturaleza de dicho malestar (Unlust) descubrimos que se trata de la expresión de un proceso físico y psíquico. En el artículo El método psicoanalítico de Freud (1904a, p. 267), la experiencia de un recuerdo reprimido es descrita como una sensación de «verdadero malestar». Freud observó que el paciente se sentía inquieto, se agitaba y daba señales de mayor o menor desasosiego.

En una conferencia pronunciada en 1910 (p. 286) manifestó que el sistema curativo del psicoanálisis se basaba en dos métodos. Uno de ellos es la interpretación: «Nosotros damos al paciente una idea consciente de lo que puede esperar descubrir, y la semejanza de ésta con lo reprimido inconscientemente le hace descubrirlo por sí mismo.» El segundo, «más eficaz, (consiste) en el empleo de la transferencia». Más adelante estudiaremos este problema con mayor detalle. Es interesante destacar, no obstante, que ya en 1910 (p. 288) definía Freud la labor terapéutica como el análisis de la resistencia: «Nuestro trabajo aspira descubrir y vencer las resistencias.» En un artículo sobre la interpretación de los sueños (1912b, p. 306) afirmaba: «Es de la mayor importancia para la curación que el psicoanalista conozca lo que en cada momento ocupa la superficie de la mente del paciente y sepa exactamente qué complejos y resistencias actúan y qué reacciones conscientes a ellos van a determinar su comportamiento.»

Aunque aún estemos lejos de comprender por entero la naturaleza de la resistencia, es conveniente que estudiemos el problema de la transferencia pues comprobaremos que ambas, resistencia y transferencia, son dos aspectos de una misma función. Para explicar La dinámica de la transferencia Freud (1921a, p. 312, 314) partía de un supuesto fundamental derivado de su experiencia psicoanalítica de varios años: «Todo ser humano adquiere… una especial individualidad en el ejercicio de su capacidad de amar, es decir, en las condiciones que posee para el amor, en los impulsos que satisface y en los fines que intenta alcanzar por medio de él.» En la terapia psicoanalítica, la transferencia hacia el médico se caracteriza por ser desmedida, el médico «se ve afectado no sólo por las ideas y expectativas conscientes del paciente, sino también por las ocultas o inconscientes».Además, durante el psicoanálisis se pone de manifiesto que «la transferencia representa la mayor resistencia a la curación». La respuesta a este problema vino de la comprensión de la dinámica de la transferencia.

Freud (1912a, p. 319) distinguió dos clases de transferencia, la positiva y la negativa; es decir, «la transferencia de un sentimiento afectuoso y la de un sentimiento hostil». La transferencia positiva poseía un elemento consciente y otro inconsciente basado en el deseo erótico. Resultaba evidente que la transferencia negativa y el elemento erótico inconsciente de la transferencia positiva constituían la resistencia. El elemento consciente de la transferencia positiva se convirtió en el vehículo de la sugestión terapéutica. Hasta aquí todo bien, pero ¿cuál era el origen y la función de la transferencia negativa? A diferencia de ésta, el elemento erótico de la transferencia positiva podía ser «suscitado» y resuelto más fácilmente.

Antes de seguir adelante hemos de explicar de qué medios se servía Freud para vencer las resistencias. El tratamiento comenzaba con el compromiso por parte del paciente de aceptar la regla fundamental, es decir, declarar todo lo que le viniese a la mente sin ejercer ningún tipo de selección consciente sobre ello. En tales circunstancias, la resistencia puede manifestarse como el cese del flujo de ideas o asociaciones. Raramente se expresa como el rechazo a aceptar una interpretación, En ambos casos, la experiencia demostró a Freud que el paciente transfería a la persona del médico una parte del«complejo patógeno» que, o bien se negaba a expresar, o «defendía con la máxima obstinación». Éstas son las fuerzas negativas que el psicoanalista puede contrarrestar mediante la transferencia positiva y la esperanza de curación del paciente. Los conflictos que surgen, y que reproducen los de la vida emocional del paciente, son resueltos en el terreno de la transferencia.

La ambivalencia que pone de manifiesto la transferencia caracteriza la conducta del paciente desde la temprana infancia. Nos preguntaremos cómo es que el psicoanalista puede alterar un equilibrio, que, a pesar de ser neurótico, se ha mantenido a lo largo de la vida del paciente. Si consideramos seriamente esta cuestión nos daremos cuenta de que en el psicoanálisis actúan dos factores capaces de alterar el equilibrio de fuerzas a favor de la resolución del conflicto. Uno de ellos es la actitud comprensiva del psicoanalista hacia el paciente. Aunque éste le «vea» como una imagen del padre o de otra figura familiar, ello va en contra de la realidad de la situación. Mientras el verdadero padre era intolerante, el psicoanalista es comprensivo y acepta lo que aquél rechazaba. Como actitud general, sin embargo, estas cualidades no resultan muy efectivas. Su poder se deriva del hecho de que el psicoanalista es considerado como el defensor del placer sexual. Su actitud favorable hacia la sexualidad tiende un puente al inconsciente del paciente. El psicoanalista es a un tiempo el representante del instinto sexual y el responsable de su represión en virtud de la transferencia negativa.

Hemos de insistir en la importancia de la actitud positiva de Freud hacia la sexualidad como arma terapéutica en los primeros tiempos del psicoanálisis. Hay que tener en cuenta la atmósfera moral reinante entre 1892 y 1912 para apreciar el verdadero significado de su postura. En una época en que la discusión abierta sobre el sexo era prácticamente imposible a nivel individual, su franqueza y honradez en este tema facilitaron el descubrimiento de los impulsos sexuales reprimidos y de las imágenes y emociones de que van acompañados. Una interpretación que hoy en día es aceptada como algo normal, provocó entonces fuertes oposiciones y profundos anhelos. Al quitar la tapa de la olla, el vapor comenzó a escapar, Incluso hoy, en medio de la actual sofisticación, una interpretación válida de los sueños y fantasías sexuales posee indudable fuerza. Por otra parte, esta sofisticación del pensamiento psicoanalítico y sexual le ha arrebatado a la interpretación psicoanalítica el poder que antes tuvo. Todos estamos familiarizados con el paciente que va de un psicoanalista a otro sabiéndolo «todo» acerca de su complejo de Edipo y de los sentimientos incestuosos hacia su madre.

La transferencia se basó y sigue basándose en la proyección de los deseos y temores sexuales reprimidos sobre la persona del psicoanalista. Freud (1914, p. 383) era consciente de ello al tratar el problema de las relaciones entre transferencia y amor. Partiendo de su rica experiencia, analizó el problema y mostró cómo había de ser tratado. Una de sus observaciones viene muy a propósito: «Establecería como principio fundamental el que se permita a los deseos y anhelos del paciente seguir actuando, a fin de que sean la fuerza motriz de la labor y los cambios a realizar.» La transferencia va acompañada de deseos y expectativas sexuales, y no sólo cuando el paciente es mujer. El paciente varón acude con la esperanza de que el psicoanalista le proporcione una mayor potencia sexual por medio de la terapia. También en este caso la promesa que encierra la actitud positiva hacia la sexualidad es el imán que atrae los pensamientos inconscientes.

Hemos de tener bien presente que la técnica psicoanalítica basada en la transferencia y la resistencia tuvo su mayor eficacia en el tratamiento de histerias, neurosis obsesivas y trastornos emocionales en los que la formación de síntomas constituía el elemento principal. Estos problemas a que se enfrentó Freud en los primeros años se caracterizan por un predominio del conflicto a nivel genital. Hay otros problemas menos susceptibles de ser tratados mediante esta técnica. El masoquismo, la manía, la depresión y las psicosis fueron considerados originalmente trastornos de la función genital. Sin embargo, pronto se puso de manifiesto que el problema genital simplemente reflejaba un conflicto más profundo que tenía su origen en los años preedípicos de la vida del paciente. Frente a estos trastornos tan profundamente arraigados, la técnica del análisis de la resistencia a través de la transferencia sexual sólo lograba pequeñas y lentas mejoras.

Con la llegada de nuevos y más jóvenes psicoanalistas, la técnica tradicional del psicoanálisis se ha ido modificando para hacer frente a los casos más difíciles. El más importante de estos primeros innovadores fue Ferenczi con su «técnica activa». Sus ideas le mantuvieron en constante conflicto con Freud, quien se resistía a la introducción de cambios en el método tradicional del psicoanálisis. Ferenczi, no obstante, mantuvo su fidelidad a Freud y a sus conceptos psicoanalíticos fundamentales, aun cuando sus propias experiencias le impulsasen a modificar las técnicas terapéuticas en algunos aspectos importantes. La reciente publicación en inglés de sus escritos nos ha permitido valorar adecuadamente su contribución a la técnica psicoanalítica.

Al leer los artículos y lecciones de Ferenczi llama la atención su interés por los pacientes y por los problemas técnicos del procedimiento terapéutico. Clara Thompson (1950), en una nota introductoria a sus escritos, dice de él que «al final de su vida seguía tratando incansablemente de mejorar la técnica a fin de lograr una terapia más eficaz». Ya en 1909, en su artículo Introyección y transferencia, demostró su profunda comprensión de la relación terapéutica. Más tarde, en 1920, pronunció una conferencia sobre el desarrollo de una terapia activa dentro del psicoanálisis.

En ella (1921, p. 199), como en sus artículos anteriores, demostraba que, aunque el psicoanalista adopta aparentemente una actitud pasiva durante el tratamiento, su actividad se mantiene simplemente en suspenso hasta que aparece la resistencia. Dar una interpretación constituye por sí misma una intervención en la actividad psíquica del paciente, pues orienta sus pensamientos en una determinada dirección y permite la aparición de ideas que de otro modo la resistencia hubiese impedido que se hiciesen conscientes. Es innegable que la obligación de observar la regla fundamental es impuesta por el psicoanalista de una manera activa, si bien indirecta. Ferenczi (1921, p. 200) afirma claramente que jamás ha habido la menor duda de que el psicoanalista interviene activamente en la terapia. En el caso del paciente es distinto. «El psicoanálisis no exige actividad alguna de parte del paciente, excepto que comparezca puntualmente a la hora de la consulta.» Sin embargo, pronto se hicieron excepciones con algunos pacientes aquejados de fobias o con síntomas obsesivos. El propio Freud ya lo había reconocido así.

Ferenczi (1921, p. 189-198) propuso una técnica consistente en imponer al paciente «ciertas tareas además de la regla fundamental». Con anterioridad había descrito un caso en el que había exigido al paciente «la renuncia a ciertas actividades placenteras inadvertidas hasta entonces», con el resultado que «el análisis había progresado de un modo evidente». Este caso, expuesto en su artículo Dificultades técnicas de un análisis de histeria (1919a),revela una brillante comprensión de la dinámica de la estructura del carácter histérico.

¿Qué actividades exigía Ferenczi (1919, p. 203, 206, 207) a sus pacientes? En cierta ocasión pidió a una paciente que cantase, que dirigiese una orquesta y que tocase el piano. En otra, la orden de escribir sugerencias poéticas reveló un fuerte complejo de masculinidad. Entre los síntomas que Ferenczi reprimía figuraban «la necesidad de orinar inmediatamente antes o después de la sesión psicoanalítica, la sensación de malestar durante ésta, los movimientos impropios como pellizcarse o acariciarse la cara, las manos u otras partes del cuerpo, etc.». Más importante, sin embargo, que la técnica específica es el principio que subyace al concepto de «actividad». Como veremos, dicho principio fue considerablemente ampliado por su discípulo Wilhelm Reich. Las observaciones de Ferenczi resultan sumamente esclarecedoras:

«El hecho de que las expresiones emotivas o las acciones motoras suscitadas en el paciente evoquen indirectamente recuerdos procedentes del inconsciente se debe, en parte, a la reciprocidad entre afecto e idea señalada por Freud en La interpretación de los sueños. Despertar un recuerdo —como ocurre en la catarsis— puede dar lugar a una reacción emocional, pero exigir una actividad al paciente o liberar una emoción también puede revelar las ideas reprimidas asociadas a dichos procesos. Naturalmente, el médico ha de poseer cierta noción acerca de los afectos o acciones que ha de provocar» (1919a, p. 216).

En un escrito posterior, Ferenczi (1923, p. 226) expuso algunas contraindicaciones de la técnica psicoanalítica «activa», al tiempo que amplió el concepto de actividad. De nuevo, una de sus citas resulta esclarecedora:«He aprendido que a veces resulta útil recomendar ejercicios de relajación y que dicha relajación permite superar las inhibiciones psíquicas y las resistencias a la asociación.» En sus escritos se aprecia la atención que constantemente dedicó a la actividad muscular y a la expresión corporal. En el interesante artículo Pensamiento e inervación muscular analiza el paralelismo y la semejanza entre ambos procesos. En una nota a pie de página de otro artículo (1925a, p. 286) afirma que «parece ser que existe cierta relación entre la capacidad general para relajar la musculatura y la capacidad para la libre asociación». La siguiente observación refleja otro aspecto de este tipo de técnica analítica: «En general, el método tiende a convencer a los pacientes de que son capaces de soportar más “dolor”,y de que ese “dolor” puede servirles para obtener un mayor placer; esto produce un sentimiento de libertad y confianza en uno mismo del que el neurótico en gran parte carece» (1925, p. 267).

Dado que no es mi propósito exponer detalladamente los conceptos de Ferenczi, sino más bien estudiar sus métodos como parte del desarrollo histórico de las técnicas psicoanalíticas, he de renunciar a seguir citando sus interesantes observaciones. Ferenczi, a quien dejamos a partir de aquí, amplió considerablemente el concepto de análisis (1925b, p. 288). La «técnica de la asociación puramente pasiva, (que) parte de cualquier superficie psíquica donde esté presente y retrocede hacia las caquexias preconscientes del material inconsciente, podría denominarse “análisis desde arriba” para distinguirla del método “activo”, el “análisis desde abajo”».

Al mismo tiempo que Ferenczi ampliaba el alcance del método psicoanalítico, otros analistas se dedicaban a estudiar y clasificar las pautas de comportamiento. Esta clasificación adoptó la forma de una tipología del carácter y su principal representante fue Abraham. Con anterioridad, el psicoanálisis había consistido principalmente en el análisis de los síntomas. El psicoanalista hacía un pacto con el yo del paciente en virtud del cual, a cambio de resolver el síntoma, el carácter no se veía afectado. Naturalmente, el analista conocía el carácter del paciente y debía contar con él a medida que le preparaba gradualmente para aceptar verdades dolorosas acerca de sí mismo. El tratamiento del carácter no llegó hasta la publicación, en 1929, del artículo de Reich sobre el análisis del carácter.

Los problemas del carácter se distinguen de los síntomas neuróticos en que mediante aquéllos la «comprensión de la enfermedad resulta insuficiente». Ferenczi (1925b, p. 291) comparaba el carácter a una «psicosis soportada en secreto y no reconocida por el yo narcisista, que es el que con más ahínco se opone a toda modificación de la misma». Fue precisamente en los trastornos del carácter donde descubrió el valor y la utilidad de su método o técnica activa. Cuando el yo es parte inseparable de la misma estructura que constituye el problema fundamental, el «análisis desde abajo» consigue evitar la defensa que aquél erige frente a los ataques que se le dirigen. En los siguientes capítulos tendremos oportunidad de comprobar cómo el análisis del carácter tiende un puente entre la psicología del yo por arriba y las tensiones y trastornos somáticos por abajo.

A pesar de los avances logrados por Ferenczi, Abraham y Reich, aún se estaba lejos de dar una rápida solución a los problemas del individuo que padecía trastornos emocionales. Eran necesarios nuevos avances metodológicos. Los conceptos y procedimientos de la técnica activa, es decir, del «análisis desde abajo» o enfoque somático, debían ser ampliados. El propio carácter, que no es sino una manera gestáltica de entender la conducta, aún no se comprendía del todo desde un punto de vista dinámico o genético. El puente no podía ser completado en tanto las funciones psíquicas y somáticas no fuesen contempladas como un sistema unitario. Las funciones de la libido como energía psíquica debían ser relacionadas con los procesos energéticos a nivel somático. En el terreno psicológico la tarea fue completada sustancialmente por la publicación de las obras de Freud El yo y el ello y Mas allá del principio del placer. Aún podían esperarse algunas modificaciones, pero las principales fuerzas y relaciones ya estaban descritas.

La irrupción en el campo somático llegó con la posterior obra de Reich, uno de los líderes de la escuela de jóvenes psicoanalistas, que en 1927 publicó un importante estudio titulado La función del orgasmo. En él proponía la teoría de que el orgasmo tiene por misión descargar el exceso de energía del organismo. Si la descarga está bloqueada o es insuficiente se produce la ansiedad. A algunos individuos les es posible deshacerse de dicho exceso por medio del ejercicio muscular y a otros reducir la ansiedad limitando la producción de energía, pero estas soluciones alteran la función natural del organismo directamente a nivel físico. Además, reducen las posibilidades de obtener placer, que por sí solo garantiza el bienestar emocional del individuo. Sin esta concepción de la función genital sería prácticamente imposible comprender la dinámica de las emociones en el terreno somático.

En la edición inglesa de La función del orgasmo, Reich (1942, p. 239) describe el tratamiento aplicado a un caso de homosexualidad pasiva en 1933. La resistencia, que era especialmente fuerte, «se manifestaba en forma de una extrema rigidez del cuello (tortícolis)». Cuando la resistencia cedía, se producía una violenta reacción negativa: «El color de la cara pasaba rápidamente de blanco a amarillo y azul; la piel ofrecía un aspecto abigarrado con varios tonos; el paciente sufría grandes dolores en el cuello y en el occipucio; el pulso era rápido, padecía diarrea, se sentía agotado y parecía haber perdido el control.» Reich (1942, p. 240) comenta que, cuando «los músculos del cuello se relajaban, se producían poderosos impulsos». A partir de numerosos hechos de este tipo, Reich dedujo que la energía emocional que pudiera expresarse sexualmente o en forma de cólera o ansiedad, «quedaba retenida por tensiones musculares crónicas».

Ferenczi había hecho observaciones similares, en especial en lo que respecta a la tensión de los esfínteres, el ano, la uretra y la glotis. Demostró la relación existente entre los tics y la energía sexual desplazada, y se dio cuenta de determinados estados musculares. No fue capaz, sin embargo, de extraer conclusiones teóricas de tales observaciones, concretamente de relacionar la tensión muscular con la función psíquica en general. Reich lo hizo postulando que el carácter y el estado muscular son «funcionalmente idénticos», es decir, desempeñan la misma función energética. En la práctica, ello supuso un método terapéutico más amplio que combinaba el «análisis desde arriba» con el «análisis desde abajo». Reich (1942, p. 241) afirma que «cuando es una inhibición caracterológica la que impide la respuesta a la influencia psíquica, actúo sobre el correspondiente estado somático. Por el contrario, si un estado muscular perturbador resulta de difícil acceso, actúo sobre su expresión caracterológica para de este modo producir la relajación».

Las grandes contribuciones a la comprensión psicoanalítica del ser humano han procedido siempre de observaciones clínicas. Las mejoras e innovaciones introducidas en la técnica han modificado y ampliado la teoría. La identidad funcional entre tensión muscular y bloqueo emocional formulada por Reich fue una de las grandes intuiciones surgidas en el transcurso del tratamiento psicoanalítico de los trastornos emotivos. Quedó así abierto un nuevo campo de investigación y Reich fue el primero en explorar sus posibilidades. En La función del orgasmo y Análisis del carácter (tercera edición) dio a conocer los primeros resultados de este nuevo método de tratamiento e investigación.

Es importante tener en cuenta que la rigidez muscular no es sólo el «resultado» del proceso de represión. Allí donde el trastorno psíquico encierra el propósito o el significado de la represión, la rigidez muscular refleja su forma de expresión y constituye el mecanismo de dicha represión. Dado que ambos se encuentran directamente relacionados dentro de la unidad funcional que forma la expresión emocional, es posible observar constantemente cómo «la disolución de la rigidez muscular no sólo libera energía vegetativa, sino que además trae a la memoria la situación de la infancia en que se produjo la represión» (1942, p. 267). El término «neurosis» se puede ampliar hasta designar un trastorno crónico de la motilidad natural del organismo. En este caso, la neurosis es equivalente a una disminución o limitación de la agresión entendiendo esta palabra en el sentido etimológico de «moverse hacia», «avanzar».

El carácter del individuo, tal como se manifiesta en su pauta típica de comportamiento, se refleja también a nivel somático en la forma y movimiento del cuerpo. La suma total de las tensiones musculares considerada como una Gestalt, es decir, como una unidad, la forma de moverse y actuar, constituye la «expresión corporal» del organismo. La expresión corporal es el aspecto somático de la expresión emocional típica, que a nivel psíquico constituye el «carácter». Ya no es necesario depender de los sueños o de la técnica de la libre asociación para descubrir los impulsos inconscientes y sus resistencias igualmente inconscientes. No es que estas técnicas no tengan su lugar adecuado, pero actuar directamente sobre el bloqueo de la motilidad o la rigidez muscular nos permite una aproximación más directa al problema. Reich explicó todo esto y más. Nuestro propósito es llenar las lagunas y ampliar tanto la teoría como la práctica. El propio Reich (1942, p. 269) señaló la necesidad de seguir trabajando en esta línea al afirmar que «la eliminación de los espasmos musculares sigue una ley que hasta el momento no ha podido ser formulada en todos sus detalles».

La inclusión de la respiración en el procedimiento terapéutico supuso un importante avance técnico derivado de las observaciones a que dieron lugar las anteriores formulaciones. El análisis a nivel somático reveló que los pacientes contenían la respiración y contraían el vientre a fin de eliminar la ansiedad y otras sensaciones. Se trata de una práctica bastante generalizada que se observa fácilmente tanto en los niños como en los adultos. En aquellas situaciones que son percibidas como amenazadoras o dolorosas, uno retiene el aliento, contrae el diafragma y comprime los músculos abdominales. Al liberar la tensión se produce un suspiro, Si esto se convierte en una pauta crónica, el pecho se mantiene hinchado, en posición de inspiración, la respiración es poco profunda y el vientre está endurecido. La disminución de la respiración reduce la entrada de oxígeno y la producción de energía a través del metabolismo. El resultado final es la pérdida de afecto y el debilitamiento del tono emocional.

De acuerdo con el concepto de «actividad» de Ferenczi, se le suele pedir al paciente que respire desahogadamente y con naturalidad durante la terapia. Naturalmente, como todos los procedimientos basados en la actividad, la aplicación es individual, dependiendo de cada paciente y de su situación particular. Constituye, no obstante, un procedimiento fundamental. Además de esto, al paciente se le sugieren otras actividades o se le imponen ciertas restricciones, todas ellas orientadas a hacerle consciente de su falta de motilidad o rigidez muscular. La eliminación de dicha rigidez se consigue mediante el control consciente por parte del paciente de la tensión muscular y del impulso emocional bloqueado por su estado espasmódico. El movimiento y la expresión son las herramientas de que se sirven estos procedimientos analíticos; cuando es necesario, son complementadas mediante la acción directa sobre la rigidez muscular.

Es importante que nos demos cuenta del poder inherente a estos procedimientos. Con esta técnica no nos ocupamos únicamente de los «derivados del inconsciente», sino del propio mecanismo inconsciente de la represión. De este modo es posible traer los afectos a la conciencia con una intensidad imposible de alcanzar a nivel verbal. Ferenczi era consciente de las limitaciones de los procedimientos psicoanalíticos ordinarios. En Psicoanálisis de las costumbres sexuales (1925b, p. 287) escribió: «La comunicación entre consciente e inconsciente se produce, como dice Freud, “mediante la interposición de nexos preconscientes”. Esto, naturalmente, sólo es aplicable a las representaciones inconscientes. En el caso de las tendencias inconscientes internas que “se comportan como si estuviesen reprimidas”, es decir, que no llegan a la conciencia en forma de emociones o sensaciones, la interpolación de nexos preconscientes no sirve para hacerlas conscientes. Las sensaciones inconscientes de “dolor” interno “pueden generar una fuerza motora sin atraer la atención del yo” hacia la compulsión. Sólo la resistencia a ésta, el bloqueo de la reacción de descarga, puede introducir ese algo más en la conciencia en forma de “dolor”.» Las citas de la observación de Ferenczi proceden de El yo y el ello, de Freud.

La descripción que hace Reich de las tensiones musculares específicas y de su función como mecanismos de defensa y como expresión de los impulsos secundarios constituye una valiosa lectura para toda persona interesada en la dinámica de la expresión corporal. Por otra parte, dado que nuestra orientación, aunque derivada de las concepciones fundamentales de Reich, es algo distinta y nuestra técnica difiere en consecuencia, no es necesario que nos detengamos a explicar detalladamente sus observaciones y teorías.

Si admitimos la unidad funcional del carácter y de la pauta de rigidez muscular, hemos de encontrar un principio fundamental común. Este principio no es otro que el concepto de procesos energéticos.

En el terreno de lo psíquico, los procesos estructurantes que dan lugar al equilibrio neurótico sólo resultan comprensibles haciendo referencia a esa «energía desplazable» a la que Freud denominaba libido. Por otra parte, cuando se observa la motilidad física, se está en contacto directo con una manifestación de energía física, Según una ley fundamental de la física, todo movimiento constituye un fenómeno energético. Cuando un paciente golpea con los brazos, el análisis del movimiento revelaría el proceso energético subyacente. No es posible saltar sin suministrar energía a las piernas y a los pies y descargarla en el suelo. Aquí hemos de referirnos nuevamente a las leyes de la física: el movimiento implica una descarga de energía y la acción es igual a la reacción. Nosotros aplicamos al suelo una cantidad de energía y aquél produce una reacción que nos impulsa hacia arriba. Aunque normalmente no pensamos en nuestros movimientos de este modo, hemos de hacerlo si queremos comprender su dinámica. También hemos de conocer la naturaleza de la energía que actúa en el cuerpo humano y cómo se relaciona con la energía psíquica que llamamos libido.

Si queremos evitar el ponernos místicos, habremos de considerar al concepto de energía como un fenómeno físico, es decir, susceptible de ser medido, también habremos de atenernos a la ley física según la cual toda energía es intercambiable y asumir, de acuerdo con las modernas doctrinas físicas, que todas las formas de energía pueden ser reducidas a un común denominador. Carece de importancia saber la forma final que adoptará dicha energía. Nosotros trabajamos con la hipótesis de que existe una energía fundamental en el cuerpo humano que se manifiesta tanto en los fenómenos psíquicos como en el movimiento somático. La denominamos simplemente bioenergía. Los procesos psíquicos y somáticos están determinados por su acción. Todos los procesos vivientes pueden ser reducidos a manifestaciones de dicha bioenergía.

Este concepto unitario, aun hallándose en el ánimo de todo analista, no tiene una aplicación práctica inmediata a la terapia. El terapeuta de orientación psicoanalítica se aproxima al paciente desde el exterior. El contacto se realiza siempre desde la superficie hacia el interior y por muy profundamente que penetre en la vida interior y en los procesos biológicos hondamente arraigados, los fenómenos superficiales nunca son desatendidos o pasados por alto. El problema del paciente que acude a la terapia radica en su dificultad de relación con el mundo exterior, con la gente, con la realidad. En este aspecto de su individualidad, el paciente no presenta la unidad del proceso bioenergético que se aprecia, por ejemplo, en los protozoos, sino una dicotomía expresada por la relación cuerpo-mente en la que cada una de las esferas actúa sobre la otra y reacciona frente a ella. Por esta razón, para los propósitos de la terapia psicoanalítica, resulta indispensable una perspectiva dualista como la que caracteriza al pensamiento de Freud. En el siguiente capítulo, en el que se examina más a fondo la relación entre el cuerpo y la mente, mantendremos un punto de vista dualista. A nivel superficial, la unidad sólo es posible en términos de función, y la función unitaria que tiende el puente entre la psique y el soma no es otra que el carácter.

2 ASPECTO SOMÁTICO DE LA PSICOLOGÍA DEL YO

Aunque el psicoanálisis esté considerado como una disciplina limitada al estudio de los problemas psíquicos, tuvo su origen en las alteraciones de las funciones somáticas cuya etiología no podía ser atribuida a daños orgánicos. Entre estas alteraciones estaban la histeria, la neurosis de ansiedad, la neurastenia y el comportamiento obsesivo-compulsivo. La histeria fue definida por Freud (1894b, p. 65) como «una capacidad de conversión... la capacidad psicofísica de transmutar grandes cantidades de excitación en inervación somática». A pesar de los muchos años de estudio psicoanalítico de la histeria, nunca fue explicado del todo el mecanismo por el que se producía dicha transmutación, y no fue posible hallar la solución hasta que Reich formuló la ley fundamental de la vida emocional, es decir, la unidad y antítesis de la función psicosomática.

Freud, a pesar de abandonar el intento de comprender la neurosis en los niveles psíquico y somático, nunca dejó de interesarse por los procesos corporales subyacentes. Su observación de que el yo es «ante todo un yo corporal» demuestra ese interés (1950c, p. 31). Ferenczi intentó, en mayor medida que Freud, relacionar los procesos biológicos y los fenómenos psíquicos. Los resultados positivos obtenidos le llevaron a desarrollar una terapia «activa» a nivel somático como complemento a la labor psicoanalítica en el terreno psíquico. En 1925, en un artículo titulado contraindicaciones de la técnica activa, (1925a, p. 229), puso seriamente en cuestión el enfoque intelectualista en psicoanálisis. «Está claro que por el camino de la inteligencia, que es una función del yo, no puede lograrse nada de cara al convencimiento». Aunque esto es admitido hoy día por todos los psicoanalistas, son muy pocos los que saben llegar al convencimiento por vía de la sensación corporal inmediata. El propósito de este libro es ampliar el principio del «análisis desde abajo» y poner a disposición de los terapeutas el conocimiento de los procesos somáticos dinámicos que subyacen a los fenómenos psíquicos observados en el análisis.

Antes de que fuese posible establecer la interrelación entre los procesos mentales y corporales fue preciso conocer la mecánica del único sistema capaz de comprender y descubrir dichas relaciones. Constituye una paradoja del conocimiento el que haya que servirse de sus propios medios para comprender los fenómenos cognoscitivos. Podemos estar completamente seguros de que Freud era consciente de que el psicoanálisis, si deseaba alcanzar el status científico a que aspiraba, debería acabar basándose en la biología. Si él por su parte se limitó al estudio de los fenómenos psíquicos fue porque pensaba que el conocimiento de los procesos psíquicos no era lo suficientemente seguro como para intentar relacionar ambos aspectos del funcionamiento humano. Fue un gran mérito suyo la construcción de un sistema del funcionamiento psíquico que sirviese de trampolín para dar el salto a la biología. Actualmente, para comprender el carácter y la dinámica de la terapia bioenergética es preciso conocer detalladamente la psicología del yo.

En 1923 Freud publicó un minucioso estudio sobre el yo y el ello. Desde entonces apenas se ha visto alterada su concepción fundamental, la cual constituye la base del presente estudio. Desde un principio hemos de tener en cuenta que las expresiones empleadas en el psicoanálisis designan fenómenos mentales. Advertiremos, no obstante, que la interpretación mental de las percepciones, sensaciones y necesidades resulta un tanto confusa y que el concepto psíquico ha de ser complementado con las acciones físicas para darle una apariencia de realidad.

El concepto del yo (ego) es fundamental en el pensamiento psicoanalítico. En inglés la palabra ego es un préstamo tomado del latín y no es traducción del alemán das Ich empleado por Freud y que los franceses traducen por le moi. La traducción inglesa literal sería the I. Hemos de tener presente, por tanto, que el yo (ego) se emplea como sinónimo del sí mismo (self) en su sentido subjetivo. Una vez más se pone de manifiesto la dificultad de conocer el sí mismo a través del sí mismo, Sin embargo, es el único método de que se dispone ya que el yo (ego) es lo primero que encontramos cuando volvemos la vista sobre nosotros mismos.

Freud (1950b, p. 15) describe el yo (ego) del modo siguiente: «… en todo individuo existe una organización coherente de los procesos mentales a la que denominamos su yo. Este yo incluye la conciencia y controla los accesos a la motilidad, es decir, a la descarga de excitaciones en el mundo exterior. Esta institución de la mente regula sus propios procesos constitutivos y por la noche se va a dormir, pero aún entonces continúa ejerciendo una censura sobre los sueños». Incluso en una afirmación tan clara se aprecia cierta confusión. No es fácil conciliar la aseveración de que «el yo se va a dormir de noche» con su descripción como «organización de los procesos mentales». ¿No deberíamos decir que es la persona la que se va a dormir y no su yo, aunque este último esté implicado en esa función total como lo están los sentidos y la musculatura? La disminución de la actividad lleva aparejada una disminución de la excitación de todo el organismo, una de cuyas consecuencias es el debilitamiento o extinción del yo.

Existen buenas razones para comparar el yo, al menos en uno de sus aspectos, con una bombilla eléctrica, ya que la inteligencia es una luz. Aunque atribuyamos la oscuridad a la extinción de la luz de la bombilla, sabemos que ha sido el cese de la corriente eléctrica el responsable de dicha oscuridad. ¿No ocurre algo similar en el sueño? Cuando la excitación se aquieta, la luz que es el yo se debilita o se apaga.

Es importante que a fines prácticos hagamos esta distinción en lo que respecta a la naturaleza fundamental del sueño. ¿Hemos de recomendar a nuestros pacientes que padecen insomnio que dejen de pensar? ¿ O habremos de buscar la causa de su incapacidad para detener la actividad mental consciente en la persistencia de la tensión y excitación somáticas? En los primeros tiempos, Freud se dio cuenta de que el mejor estímulo para el sueño era la actividad sexual satisfactoria. Hoy sabemos que el orgasmo sirve para descargar energía o tensión facilitando de ese modo el sueño. No es que el yo rechace el sueño, es que no puede aquietarse en tanto una excitación somática persistente fluya en el aparato mental. La dirección opuesta del flujo, es decir, hacia abajo, conduce la excitación a los órganos de descarga, los genitales.

Pero el yo es algo más que una luz en la oscuridad de la actividad inconsciente. También controla el acceso a la motilidad, o más bien, controla la motilidad. Dentro de ciertos límites el yo puede provocar una acción o contenerla hasta que las condiciones sean las adecuadas. Puede inhibir acciones e incluso reprimirlas más allá de la conciencia. En esta función se asemeja a los dispositivos electrónicos que regulan el tráfico ferroviario y son capaces de reemplazar a guardagujas y semáforos. El tren puede estar provisto de vapor o gas-oil y listo para arrancar, pero no se producirá ningún movimiento hasta que no reciba la señal de que la vía está libre. El yo es como una luz que puede orientarse hacia fuera y hacia dentro. Hacia fuera explora el entorno por medio de los sentidos. Hacia dentro consta de una serie de señales que gobiernan los impulsos emergentes. Sabemos, además, que tiene el poder inherente de adaptar los impulsos a la realidad de un modo similar a los reguladores electrónicos.

Freud (1950b, p. 16, 17) conoció bien estas relaciones en el terreno psíquico. «También proceden del yo las represiones por medio de las cuales se intenta apartar ciertas tendencias de la mente, no sólo de la conciencia, sino también de sus otras formas de manifestación y actividad.» La resistencia que el paciente muestra en el psicoanálisis es sólo la expresión manifiesta de la luz roja de la represión. Estamos de acuerdo con Freud en considerar la represión y su manifestación a través de la resistencia, ambas inconscientes, como parte del yo, el cual, por lo tanto, comprende elementos conscientes e inconscientes. Pero hemos de hacer una importante salvedad. El yo sólo puede incluir aquellos elementos inconscientes —temores, impulsos, sensaciones— que en un determinado momento fueron conscientes y más tarde fueron reprimidos. El problema de las deficiencias del desarrollo o de su interrupción escapa a la perspectiva de la psicología del yo. El individuo que de niño no experimentó de un modo consciente ciertas sensaciones, no puede adquirirlas por medio del psicoanálisis. Si una persona ha padecido un sentimiento de falta de seguridad al principio de su vida, lo que necesita de la terapia no es sólo el análisis, sino la oportunidad y los medios de obtener esa seguridad en el presente. El análisis no puede devolver a una gallina la perdida capacidad de volar. Sólo en el marco de la psicología analítica del yo es correcto deducir la neurosis de «la antítesis entre el yo organizado y aquello que está reprimido y disociado de él».

Según Freud el yo está situado topográficamente en la superficie del aparato mental, próximo al mundo exterior. Esta posición responde a la necesaria función de percepción. El yo ilumina y percibe la realidad externa al tiempo que es consciente de la realidad interna —necesidades, impulsos y temores—, en otras palabras, de las sensaciones del organismo. En todo caso, coincidimos con él (1950b, p. 24) cuando afirma que, «mientras la relación entre las percepciones externas y el yo está completamente clara, la relación entre éste y las percepciones internas requiere una investigación especial».

Respecto a esta segunda relación, Freud (1950b, p. 25) advierte que «las sensaciones y sentimientos sólo se hacen conscientes cuando alcanzan el sistema perceptivo. Si su avance se ve obstruido, no llegan a existir como tales sensaciones, aunque el elemento indeterminado a ellas correspondiente sea el mismo que si existiesen». Podemos distinguir, por lo tanto, entre el hecho interno (un elemento cuantitativo indeterminado) y el fenómeno de su percepción a través del cual recibe un significado cualitativo, es decir, es puesto en relación con la realidad externa. Este «elemento indeterminado» es precisamente el objeto de todas las llamadas técnicas «activas».

El yo tiene por núcleo el sistema de percepción y comprende lo consciente, aunque esto debe ampliarse a todo lo que alguna vez fue consciente, es decir, lo inconsciente reprimido y lo preconsciente. El yo como fenómeno psíquico se compone del sistema perceptivo y de todas sus percepciones pasadas y presentes. Freud coincide con Groddec al admitir que la función del yo es «esencialmente pasiva». Esta conclusión resulta inevitable para todos aquellos que identifican el sí mismo con el sistema de percepción, para quienes sitúan el yo en la mente. El fundamento de todas las técnicas bioenergéticas es que el yo no sólo comprende las percepciones, sino también aquellas fuerzas internas, los «elementos indeterminados» de Freud, que dan origen a las percepciones. Si el sí mismo se identifica con el sentimiento, del que la percepción es tan sólo una parte, el individuo no considera su yo como un fenómeno puramente mental. En tales individuos la percepción es simplemente un componente de la acción consciente.

Freud conocía las dificultades que surgen cuando se considera al yo únicamente como un proceso psíquico. La principal dificultad es la ausencia de todo factor cuantitativo. En el trabajo terapéutico se está obligado a pensar cuantitativamente. Hoy en día no es raro escuchar de boca de un paciente la observación de que experimenta que su yo es «débil». Más habitual es la queja de la ausencia de sentimiento de sí mismo. La observación de estos pacientes revela una falta de intensidad en el tono sentimental y, lo que es más importante, una falta de vigor en la acción y en la expresión. En tales casos, constituiría un error situar el problema en el sistema de percepción. Un yo fuerte es signo de salud emocional, pero puede coexistir con una grave neurosis si su energía se emplea básicamente para la represión.

«Parece ser que, además de la influencia del sistema de percepción, existe otro factor que interviene en la formación del yo y en su diferenciación del ello.» Freud hizo esta observación como prólogo a otra afirmación suya que apuntaba a la biología: que «El yo es ante todo un yo corporal» (1950b, p. 31). Más adelante dice que «el yo se deriva en último término de las sensaciones corporales, principalmente de aquellas que proceden de la superficie del cuerpo». En la segunda mitad de este capítulo nos ocuparemos de analizar aquellos procesos corporales que constituyen «ese otro factor». Veremos que éste no es la sensación corporal, ya que ésta implica una percepción, sino el proceso más profundo de formación de impulsos en el organismo.

Antes de continuar, es preciso considerar las relaciones del yo con las restantes subdivisiones de la función mental. La mayor parte de las funciones del organismo son inconscientes, aunque también tienen su representación en la mente. De hecho, la mayor parte del sistema nervioso está implicado en actividades corporales de las que no somos en absoluto conscientes. La postura, que se considera como algo natural, requiere un alto grado de control de la motilidad. La conciencia puede extenderse a este terreno, pero sólo en muy pequeña medida. Freud denominaba el ello a la parte de la mente que mantiene con estos procesos involuntarios la misma relación que el yo con la actividad voluntaria. En realidad, no lo definió así exactamente, pero dicha definición se desprende de sus observaciones por extensión de la biología a la psicología.

«El yo no se diferencia de manera perfectamente definida del ello; su porción inferior se hunde en el ello.» En realidad, el yo es la parte del ello «modificada por la influencia directa del mundo al actuar a través del sistema de percepción consciente» (1950b, p. 28-29). El árbol constituye una útil analogía para describir esta relación. El yo puede compararse al tronco y a las ramas; el ello, a las raíces. La línea de demarcación estaría situada en el lugar donde el árbol emerge de la tierra a la luz del día.

El pensamiento hindú contempla la misma relación en el propio cuerpo. Veamos la siguiente observación tomada de The Origins and History of Consciousness, de Erich Neumann (1954, p. 25): «Se cree que el diafragma corresponde a la superficie de la tierra; el crecimiento por encima de esta zona está relacionado con el “sol naciente”, el estado de conciencia que ya ha comenzado a dejar atrás lo inconsciente y todo lo que a él ata.»

Ciertamente constituye una distorsión de los conceptos de Freud describir el ello como un depósito heredado de exigencias caóticas e instintivas que no se encuentran en armonía entre sí ni con los hechos de la realidad externa. Ni el árbol ni el niño recién nacido ofrecen una imagen de caos. La amplia experiencia práctica en el terreno de la alimentación a pedido del bebé y de la autorregulación demuestra que el recién nacido, carente de un contacto prolongado con el mundo y de un yo desarrollado, presenta una armonía de demandas instintivas que contribuye en grado máximo a su supervivencia y crecimiento. El caos que caracteriza la vida instintiva de la mayor parte de niños y adultos está producido por fuerzas externas que perturban dicha armonía.

Es más correcto decir, como hace Freud (1950b, p. 29), que «el yo tiene por misión transmitir la influencia del mundo exterior al ello, a sus tendencias y esfuerzos, a fin de sustituir el principio de placer imperante en él por el principio de realidad. En el yo, la percepción desempeña el papel que en el ello corresponde al instinto». Nadie que haya estudiado el desarrollo embrional de un huevo hasta convertirse en organismo adulto puede dejar de maravillarse ante el proceso por el que pasa el entendimiento humano. En comparación con la labor inconsciente de coordinar los miles de millones de células, las miríadas de tejidos y los muchos órganos del ser humano, las facultades de la razón y la imaginación parecen pequeñas e insignificantes. E incluso ellas han evolucionado a partir del gran inconsciente como la flor brota del arbusto.

La mente interviene en las actividades inconscientes tanto como en las conscientes. Sin embargo, hablar de sentimientos, pensamientos o fantasías inconscientes supone una evidente contradicción. Anteriormente vimos cómo el concepto de sensación sólo se aplica cuando se produce la percepción de un hecho interno. Antes de dicha percepción tan sólo tenemos un movimiento (elemento indeterminado) que carece de todo carácter cualitativo. Se trata de una sensación posible, no de una sensación latente. Existen, además, otros movimientos dentro del organismo a los que los factores económicos de la represión y la resistencia impiden alcanzar la conciencia y la percepción. Estos movimientos se encuentran en estado latente y pueden hacerse conscientes si, por medio del psicoanálisis, se eliminan las fuerzas restrictivas. La diferencia estriba en el hecho de que la segunda categoría de actividad inconsciente fue consciente con anterioridad. Así lo sugiere el concepto de represión. Existe, finalmente, una tercera categoría de actividad inconsciente, que no podemos hacer consciente. En ella están comprendidas las actividades de los sistemas orgánicos profundos del cuerpo: el riñón, el hígado, los vasos sanguíneos, etc. No toda la actividad inconsciente es objeto de la terapia analítica.

Según el pensamiento analítico, debemos subdividir la actividad inconsciente en tres categorías. El estrato más profundo del inconsciente corresponde a las actividades que nunca se hacen conscientes. No es posible argumentar en contra de esta afirmación ya que se refiere a los sistemas orgánicos profundos. La segunda categoría comprende aquellas actividades que pudieron haberse hecho conscientes, pero que nunca lo hicieron. Un ejemplo al respecto son las actividades relativas a la postura, las cuales quedan fijadas a una edad temprana imposibilitando la toma de conciencia de una función más integrada. El niño que aprende a caminar cuando los músculos aún no son lo suficientemente fuertes ni están suficientemente coordinados para dicha actividad, desarrolla una fuerte tensión en los músculos cuádriceps rural y tensor de la fascia lata a fin de obtener apoyo. Sucede así cuando al niño se le deja solo pues trata de levantarse y avanzar hacia su madre. La tensión existente en estos grupos de músculos da a la pierna la rigidez necesaria para sostenerse, pero a costa de la gracia y el equilibrio natural. Cuando se intenta producir la relajación de estos músculos se tropieza con una resistencia proporcional a la ansiedad ante la caída. Resulta significativo que los niños que son transportados por sus madres durante varios años, como ocurre entre los indios americanos, no padezcan esa ansiedad ante la caída. Pero, y esto es importante, lo que ocurre no es que se repriman los movimientos y sensaciones naturales —elegantes, oscilantes y agradables—, sino que no llegan a desarrollarse.

La última de las categorías comprende a lo inconsciente reprimido. Podemos afirmar que una mirada «dura» fue con anterioridad una manifestación consciente de odio, que la mandíbula apretada expresa impulsos inconscientes de morder y que la contracción de los músculos abductores de los muslos representan la supresión de las sensaciones genitales. En cambio, no es posible afirmar que una mirada lánguida contenga un odio inconsciente.