El amor, el sexo y la salud del corazón - Alexander Lowen - E-Book

El amor, el sexo y la salud del corazón E-Book

Alexander Löwen

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Beschreibung

Explica cómo las emociones se expresan en el ámbito físico; cómo el dolor puede congelar el desarrollo psicológico; cómo las emociones bloqueadas pueden literalmente presionar sobre el corazón y aumentar el riesgo de enfermedades coronarias; cómo determinadas técnicas pueden desbloquear las represiones y reducir la tensión sobre el corazón; por qué la genuina plenitud sexual es decisiva para alcanzar la integridad física y emocional.

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ALEXANDER LOWEN

EL AMOR, EL SEXO Y LA SALUD DEL CORAZÓN

Herder

www.herdereditorial.com

Título original: Love, sex and your heart

Traducción: Esteve Serra

Diseño de cubierta: Claudio Bado y Mónica Bazán

Maquetación electrónica: José Toribio Barba

© 1988, Macmillan Publishing Company, Nueva York

© 1990, Herder Editorial, S. L., Barcelona

© 2013, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3105-0

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

Prefacio

Introducción

Parte primera. La satisfacción del amor

El amor está en el corazón de la vida

El sexo y el corazón

En el fondo del corazón aún somos niños

La pérdida del amor y la pérdida de la esperanza: «No puedo vivir sin ti»

El miedo al amor

Parte segunda. La angustia y la enfermedad del corazón

El amor, el estrés y el corazón

El ataque cardíaco

La muerte súbita

La voluntad de vivir y el deseo de morir

El corazón sano. La persona que ama

Prefacio

Todos admitimos que el corazón es un símbolo del amor. Pero esta relación entre el corazón y el amor ¿es tan sólo simbólica? ¿O hay entre ellos una conexión real y esencial?

La mayoría de las personas han experimentado el rápido latir del corazón en presencia de un ser querido y también la sensación de peso en el corazón que sigue a una pelea de enamorados. Por otra parte, en todas las culturas es una práctica común ponerse una mano en el corazón cuando se habla de amor; como si se quisiera situar las sensaciones físicas que acompañan a la emoción. Si el corazón está implicado en toda experiencia de amor, como parece ser, debemos suponer que expresiones como «un corazón lleno de amor» describen también un fenómeno físico.

Así, pues, ¿qué validez podemos conceder al concepto de «corazón partido»? Aunque los corazones no se rompen en pedazos cuando el amor es rechazado o se pierde a alguien querido, es claro que en semejantes situaciones algo se rompe. ¿Existe algo así como un corazón cerrado o un corazón abierto? Estas cuestiones son importantes para la comprensión, no sólo de nuestros sentimientos, sino también de la salud del corazón. Dando por sentado que la conexión entre el corazón y el amor es real, como hago a lo largo de este libro, se puede plantear la hipótesis de que un corazón sin amor debe inevitablemente languidecer y morir. Mi creencia en esta idea se basa en mi experiencia como médico que ha colaborado en el esfuerzo de sus pacientes por abrir su corazón al amor y encontrar un poco de alegría en la vida. En este estudio expondremos algunos de estos casos.

¿Qué decir del sexo? Si afirmamos, como hacen algunos, que el amor y el sexo son dos funciones independientes, debemos suponer que el corazón no está más implicado en el acto sexual que en cualquier otra actividad física. Desde este punto de vista, la función cardíaca de bombear la sangre por todo el cuerpo a fin de proporcionar oxígeno y alimento a los tejidos y eliminar productos residuales debe verse como algo puramente mecánico. Sin embargo, también aquí tropezamos con el lenguaje común, que se refiere al sexo en términos de «hacer el amor», con lo que sugiere una conexión directa entre el amor y el sexo y, por extensión, entre el corazón y los órganos genitales.

El objeto de este libro es dilucidar estas relaciones, de modo que el lector pueda ver cómo su vida emocional está vinculada con su ser físico y cómo su salud física depende de su bienestar emocional. Tengo la esperanza de que la comprensión de las causas del miedo al amor ayudará al lector a intensificar su capacidad de amar, asegurando con ello la salud de su corazón. Sin este conocimiento, todos nuestros esfuerzos por asegurar la salud de nuestro corazón irán desencaminados.

Empezaremos, por tanto, examinando el nexo entre el corazón y el amor, relación que los poetas, los filósofos y los maestros religiosos han reconocido y expresado a lo largo de los siglos.

Introducción

Como cardiólogo clínico, he visto y tratado muchos casos de enfermedades del corazón. Con el paso de los años se me hizo patente que la enfermedad coronaria del corazón es en general una enfermedad callada y omnipresente. Los síntomas, por regla general, se manifiestan de forma tardía, y la muerte repentina por ataque al corazón es, con frecuencia, el primer síntoma de insuficiencia coronaria. Esto obviamente plantea un dilema al cardiólogo. Los aspectos preventivos de la lucha contra tan devastadora enfermedad se han convertido últimamente en el centro de la cardiología contemporánea. El riesgo predeterminado y los perfiles de los hábitos de una persona se han convertido en variables importantes en la relación entre el estilo de vida y la enfermedad cardiovascular. Pero, a pesar de todos los estudios que vinculan el hábito de” fumar, los niveles altos de colesterol en la sangre, la hipertensión y la diabetes de los adultos con la arteriosclerosis coronaria, me convencí de que estos factores de riesgo, aun siendo muy significativos, en realidad no explicaban completamente la naturaleza de esta enfermedad.

Durante muchos años, y especialmente en la última década, se han llevado a cabo intensas investigaciones encaminadas a descubrir las causas de la enfermedad cardiovascular arteriosclerótica —fenómeno singular del hombre del siglo veinte—. Esta investigación ha sido principalmente de naturaleza estadística y ha demostrado la conexión existente entre los perfiles de factor de riesgo y la enfermedad cardíaca subsiguiente. Sin embargo, estudios posteriores han revelado que determinados individuos son más propensos que otros a las enfermedades coronarias. Estas personas propensas a la enfermedad tienen una pauta de comportamiento especial y una predisposición mayor de lo normal al estrés emocional. El estrés emocional me parecía la causa más importante de la enfermedad cardíaca, y, cuando Friedman y Rosenman publicaron sus investigaciones acerca del comportamiento del tipo A propenso a las enfermedades coronarias y su predisposición a las enfermedades de las arterias coronarias, se confirmó mi creencia en el papel predominante del estrés y la conducta en las enfermedades del corazón.

Los cardiólogos son particularmente propensos a las enfermedades cardíacas debido a la naturaleza estresante de su trabajo. Como cardiólogo clínico vi pautas de conducta destructiva en pacientes calificados como individuos «propensos a sufrir enfermedades cardíacas coronarias». Lo que no esperaba descubrir, sin embargo, era que yo mismo llevaba puesta la etiqueta. Cuando tuve conciencia de ello me horroricé. Sabía que había sido una persona competitiva, un hombre de éxito y un gran trabajador. También me reconocía como un individuo del tipo A. Hombre de cerca de cuarenta años, agresivo y triunfador, me di cuenta de pronto de que mi propia mortalidad se me revelaba a través de mis pacientes.

Los factores de riesgo cardiovasculares tradicionales a menudo no se encontraban en víctimas de enfermedades cardíacas coronarias. Una característica típica era que el propio comportamiento se convertía en el catalizador del proceso de enfermedad. Los factores emocionales operantes en un nivel fisiológico afectaban al proceso de la enfermedad cardíaca. Es bien sabido que mente y cuerpo se influyen mutuamente. Lo que uno piensa puede provocar una respuesta emocional ante la que el cuerpo reacciona. Así los problemas de la personalidad son elementos clave que se encuentran en casi todas las enfermedades. Una emoción o afecto no ventilados, por ejemplo, acaban perjudicando al cuerpo y a su sistema fisiológico. En la presión sanguínea alta, las principales emociones reprimidas son la cólera, la hostilidad y la rabia. Algunos individuos propensos a las enfermedades coronarias, además de reprimir la cólera y la hostilidad, también han luchado con la experiencia desgarradora de la pérdida del amor y la subsiguiente pérdida de una relación vital. Estos sentimientos de desgarro suponen un pesar, un dolor y una angustia muy grandes, que más tarde se expresan en la evolución del comportamiento, el carácter y el cuerpo de la persona. Por tanto, vi claramente que la enfermedad del corazón es un proceso que no ocurre porque sí, sino que con frecuencia influyen en él problemas emocionales, conflictos conscientes e inconscientes. Por esta razón, concentré mi interés y mis energías en este análisis del comportamiento. Pude verlo también como un reto para descubrir el factor causante, que se podría identificar y modificar con el fin de mejorar y prolongar la vida de mis pacientes, así como la mía propia. Asimismo el descubrimiento de que yo mismo me estaba creando las condiciones para sufrir una enfermedad coronaria me decidió a someterme a una terapia con miras a investigar y cambiar los aspectos negativos de mi conducta.

Mi búsqueda me devolvió a mi infancia, y apareció un modelo identificable. Yo era el tercero de cuatro hermanos. Cuando tenía cuatro años nació mi hermana, y por aquella época inicié una serie de múltiples accidentes y enfermedades infantiles. ¿Eran estos incidentes una forma inadecuada de buscar el contacto y el amor de una madre muy ocupada con su hija recién nacida y con su familia creciente? Después de tantos años todavía puedo sentir ese anhelo por la atención y el consuelo de mi madre. Su «no disponibilidad» para mí resultó desgarradora en mi primera experiencia. La tristeza traumática que vino a continuación fue reprimida, pero, de un modo u otro, mi cuerpo recordó la verdad. La delicada vulnerabilidad del niño se convirtió en la rigidez de un pecho fuertemente acorazado, como para proteger mi corazón. Sé que mi madre me amaba tiernamente, pero en tan temprana edad yo era incapaz de comprender sus necesidades y me concentraba sólo en las mías. Buscaba su aprobación y su amor y esperaba que siendo «un buen chico, un buen estudiante, un atleta y una persona de éxito» los obtendría. El éxito me aportaría el amor, pensaba. Creé una falsa conexión entre ambos que se prolongó en la edad adulta. Esta conexión influyó en el proceso de comportamiento del tipo A que a la larga podía provocar mi fallecimiento.

Tras los estudios en la facultad de medicina, hice prácticas como interno en psiquiatría y medicina, dos años de residencia en medicina y dos años de estudios especializados de cardiología. Me convertí en un cardiólogo técnico y agresivo muy preparado y tenía una extrema seguridad en lo que estaba haciendo. Me hice adicto al trabajo. La pasión de mi vida era mi oficio, pues me había dado un lugar en el universo.

Sin embargo, al cabo de poco, en medio de este éxito, sentí que me consumía. Sostenía una lucha interna para lograr y realizar cosas a expensas de mis sentimientos. Aunque no lo reconocía, era un esclavo. Negaba mi fatiga y mi dolor, cosa que había hecho en mi adolescencia para demostrarme a mí mismo que era un buen estudiante y un buen atleta. En esa búsqueda de éxitos y logros, ¿estaba buscando realmente aprobación y amor? ¿Trataba de demostrarme a mí mismo que era digno de amor? Había arrastrado esta necesidad durante toda mi vida y la veía una y otra vez en muchos de mis pacientes. Muchos perseguían esta necesidad hasta llegar a la enfermedad cardíaca y la muerte.

El desafío que entonces me lancé a mí mismo era el de alterar la autodestructiva pauta de conducta del tipo A coronario. En realidad, la conciencia y el reconocimiento de que yo poseía este comportamiento fueron iluminadores, por cuanto fue esta conciencia la que me dio fuerzas para encontrar una alternativa curativa.

A mediados de la década de los setenta tuve la fortuna de asistir a conferencias y seminarios impartidos por mis colegas sobre el comportamiento y las enfermedades cardiovasculares. Uno de los conferenciantes, Robert Elliot, cardiólogo y autor del libro Is it worth dying for?, me causó un impacto tremendo. Después de estos encuentros, participé en muchos seminarios sobre autoconciencia. En 1978, por ejemplo, asistí en Londres a un simposio internacional sobre el estrés y la tensión. Fue en extremo estimulante y me dio a conocer algunas de las formas no tradicionales de considerar la curación. Los alemanes, por ejemplo, integraban el biofeedback en sus tratamientos, los suecos utilizaban el masaje, los suizos introducían el Lamaze, los asiáticos se centraban en la meditación, mientras que los americanos enseñaban la relajación progresiva. Pude ver cada uno de estos métodos como una manera positiva de suavizar la emoción y calmar el sistema nervioso. Todos eran valiosos.

Durante los años siguientes tuve la suerte de dirigir talleres de estrés y otras dolencias con un internista, el doctor Brendan Montano, y un psicoterapeuta, Holly Hatch. Estas interacciones de grupo, que utilizaban la técnica terapéutica Gestalt, eran útiles para enseñar cómo enfrentarse a la vida a personas predispuestas. El adiestramiento en la conciencia de grupo tenía un impacto tremendo sobre la curación, en particular cuando los individuos «se veían a sí mismos» en las otras personas. Después de participar en varios talleres, empecé a publicar en revistas médicas parte de las informaciones que tenía. Mis pacientes se convirtieron en mis mejores maestros. En esa época me di cuenta de que necesitaba adquirir una formación especializada en el campo de la psicoterapia. Cuanto más investigaba la relación entre la mente, la emoción y el corazón, más inseguro e incapaz me sentía. El campo era simplemente inmenso, inexplorado y desconocido.

Estuve dos años con la terapia Gestalt, que me ayudó a comprender algunas de las causas de fondo de mis actitudes y me convenció más del poder de las emociones en la salud y la enfermedad. En el transcurso de esta terapia descubrí la obra de Alexander Lowen. El análisis bioenergético, fundado por él, es una terapia analítica corporal centrada en las tensiones musculares del cuerpo, que son la contrapartida física de los conflictos emocionales de la personalidad. Al igual que se puede decir la edad de un árbol contando los anillos internos del tronco, un terapeuta bioenergético, como Lowen, puede determinar la historia de una persona examinando su cuerpo. En el análisis bioenergético, el terapeuta puede determinar dónde se localiza la tensión y dónde está bloqueada la energía. Este bloqueo impide que las personas experimenten con plenitud su potencial de vida. Utilizando diversas técnicas y ejercicios para cargar y descargar el cuerpo, el terapeuta bioenergético puede liberar la energía aprisionada, lo que permite que la tensión se disipe. Este concepto de la energía y su aplicación a individuos propensos a enfermedades cardíacas era tan interesante y apasionante que decidí someterme a una terapia con el doctor Lowen. Gracias a sus enseñanzas, pronto se me hizo evidente que mi cuerpo estaba muy tenso, que no respiraba profundamente y que no experimentaba o expresaba plenamente mis propios sentimientos.

Mi terapia con el doctor Lowen se centró en la rigidez de mi cuerpo. Aunque durante los primeros meses éste ofrecía resistencia y estaba bajo el control de mi cabeza, Lowen trabajó con mi respiración, lo cual despertó sensaciones. Me colocó sobre un taburete bioenergético y me hizo utilizar la voz de modo que aplacara la energía de mi pecho. Esto tuvo efectos positivos al reducir el estrés y la tensión de mi caja torácica. A continuación se concentró en el diafragma, la mandíbula y la pelvis. Varios meses de trabajo corporal pusieron al descubierto emociones reprimidas y tensiones musculares. Gradualmente tuvo lugar un ablandamiento de mi cuerpo. El gritar liberaba la tensión y creaba una cualidad expansiva en mi pecho. Durante los años siguientes vi que mi corazón se abría. Creo que estaba desarrollándose el lado femenino de mi carácter. El crecimiento fue enorme. El dolor de la terapia condujo finalmente al descubrimiento del placer. Empecé a experimentar más sensaciones. Mi bienestar emocional y físico aumentó, y mi cuerpo parecía cobrar vida. Empecé a sentir mi verdadero yo. Este viaje de auto descubrimiento fue vivificante.

Con estos nuevos conocimientos, empecé a considerar a mis pacientes cardíacos desde el punto de vista de lo que pasaba en su pecho, de la tensión albergada en su cuerpo, de cómo respiraban, de cuáles habían sido sus primeras experiencias en relación con la pérdida de amor, y cuáles eran sus experiencias actuales con el amor. Mi trabajo se desarrollaba ahora en un plano diferente. Empecé a trabajar con mis pacientes en el nivel corporal utilizando los conocimientos que había recibido de Lowen. El análisis bioenergético resultó ser un instrumento estupendo para la valoración total de cada persona y de su enfermedad. Aunque seguí considerando el historial de cada paciente, empecé a fijarme en su respiración, el encuentro ocular, la calidad de su energía, la sensación de su apretón de manos, el movimiento de su diafragma, su tono de voz y las señales de emoción contenida visibles en su cuerpo. El análisis de la estructura de la mandíbula, por ejemplo, me daba una idea del nivel de cólera reprimida del paciente. Su forma de mirar me daba información acerca de su tristeza y su miedo. Así, observando las estructuras del cuerpo, tenía un mayor conocimiento de los problemas y los males de los pacientes. Me estaba convirtiendo en un médico y un terapeuta más eficaz. Con todo este bagaje de nuevos conocimientos, el doctor Lowen y yo fundamos el «New England Heart Center» con el fin de llegar a conseguir una comprensión bioenergética de las enfermedades cardíacas y de los individuos propensos a ellas.

Mi experiencia con el doctor Lowen se ha convertido en un capítulo apasionante de mi vida. Sus enseñanzas han dado acceso a dimensiones innovadoras y creativas en el tratamiento de las enfermedades del corazón. A la edad de setenta y seis años, él es un testimonio vivo de su obra. Durante el verano de 1987 me llevó a navegar por el canal de Long Island y hablamos sobre nuestras investigaciones. Mientras el doctor Lowen izaba las velas y gobernaba la embarcación, yo contemplaba a un hombre enérgico y vibrante, y al mismo tiempo fluido, tranquilo y flexible. Mientras sentía el viento y la espuma en mi cara, Lowen hablaba de la vida y los sentimientos. Mientras la embarcación se deslizaba sobre las olas, yo tenía la sensación de participar en una experiencia de navegación con un maestro. Al igual que un marinero navega con habilidad magistral, un psicoterapeuta como Lowen con frecuencia navega por las «aguas desconocidas» de los recuerdos de un paciente que habían estado olvidados desde hacía mucho tiempo. Al mirar cómo Lowen gobernaba su barca, experimenté una sensación de tranquilidad... Siempre estaré en deuda con él por aquel día.

STEPHEN SINATRA

Parte primera La satisfacción del amor

Probablemente en los idiomas modernos no hay ningún concepto que se use de tantas maneras diferentes como el de amor. Para unos significa una entrega general de sí mismo. Otros lo emplean en un sentido muy egoísta, para expresar su necesidad de ser aceptados y atendidos, o de poseer y controlar a otra persona.

El amor se puede considerar como una actitud o como una acción, pero debemos reconocer que es una sensación, y, por tanto, un proceso fisiológico del cuerpo. Para entender el amor necesitamos entender este proceso. Como ocurre con cualquier proceso fisiológico, su finalidad es fomentar el bienestar del organismo, que se experimenta como placer y gozo. La satisfacción del amor es el gozo que se siente de la manera más intensa cuando se juntan dos personas que se aman.

En la parte primera de este libro examinaremos cómo el amor se satisface y cómo se frustra.

1 El amor está en el corazón de la vida

Desde las épocas más remotas el corazón ha sido un profundo símbolo en el pensamiento del hombre. La palabra latina cor es la base de la palabra castellana corazón, definida como la parte central de un objeto. La mayoría de las personas consideran el corazón como el núcleo de su ser, similar al cubo de una rueda. Así, cuando se dice de una persona que ha tenido un «cambio de corazón» («conversión, cambio de sentimiento»), pensamos que toda su actitud ha experimentado una transformación.

El corazón no sólo simboliza el centro emocional de la humanidad, sino también su centro espiritual. Muchos creen que el corazón es la fuente de la vida. Un místico judío dijo: «Sabe que el corazón es la fuente de la vida y está situado en el centro del cuerpo como el Santo de los Santos»[1]. Puesto que también se cree que Dios es la fuente de la vida, de ello se sigue que Dios reside en el corazón. Por esto, la enseñanza de los Upanishads aconseja: «Entra en el loto del corazón y medita en él sobre la presencia del Brahmán»[2].

Según George A. Mahoney, teólogo cristiano, «el corazón es, en el lenguaje de las Escrituras, la sede de la vida humana, de todo lo que nos enseña en las profundidades de nuestra personalidad ... En el corazón es donde nos encontramos con Dios en una relación cara a cara»[3]. El hermano David Steindl-Rast coincide en ello: «Cuando finalmente encontramos nuestro corazón, encontramos el reino en que estamos íntimamente unidos con nosotros mismos, con los demás y también con Dios»[4]. Los Upanishads también sitúan el yo en el corazón, en el centro mismo de la espiritualidad: «En verdad el sí mismo es el corazón ... Quien sabe esto entra en el reino celestial todos los días»[5]. Por metafóricas, espirituales y filosóficas que puedan ser estas enseñanzas, tiene que haber alguna base física real para esta repetida conexión entre el corazón humano y la fuente de la vida. Esta base resultaría ser el propio latido del corazón, el pulso rítmico que lleva la sangre vivificante por todo el cuerpo. Es la manifestación más clara de la fuerza vital en el organismo humano. La pulsación rítmica caracteriza todas las cosas vivas así como el universo físico —al fin y al cabo, tanto el sonido como la luz se trasladan en ondas—.

Aunque la asociación del corazón con el amor es ampliamente aceptada en nuestra cultura, los cardiólogos y la mayoría de los profanos consideran esta asociación como algo simbólico. Un cantante puede cantar «me has robado el corazón» o «he perdido mi corazón por ti», pero, ¿quién cree que una persona puede perder realmente el corazón o despertarse un día encontrando que se lo han robado? Sin embargo, si pensamos en ellas en términos funcionales, estas expresiones tienen sentido. Una persona «pierde» su corazón cuando llega a estar tan preocupada por otra que aquél ya no parece pertenecerle. Cada vez que piensa en su amado tiene una sensación de alegría o tristeza tan íntimamente ligada a otra persona que es como si ésta hubiera tomado posesión de su corazón.

Comoquiera que los describamos, los sentimientos no son vuelos de la imaginación. Se refieren a procesos reales del cuerpo, que los ocasionan. Cuando nos sentimos abatidos o alegres, indiferentes o afectuosos, algo ocurre a nivel físico en el cuerpo que nos hace sentir así. Lo que ocurre podemos describirlo como un aumento o una disminución del estado de excitación del cuerpo. La excitación nos hace sentir ligeros; en su ausencia nos sentimos pesados y deprimidos. Cuando la excitación se refiere al amor, la sentimos del modo más directo en la zona del corazón. La visión o el pensamiento de un ser amado puede hacer que el corazón se sienta más ligero y lata más rápido. E incluso que dé un salto.

Mientras hay vida, toda célula, ya sea de un organismo unicelular o de un organismo complejo y altamente estructurado como el hombre, existe en un estado de excitación. Ésta puede aumentar o disminuir, pero siempre está presente en un grado u otro. Este estado tiene su mayor intensidad en los muy jóvenes, y su menor intensidad en los muy viejos, lo que equivale a decir que el fuego de la vida se va apagando lentamente a medida que nos hacemos viejos. Un niño puede excitarse tanto que literalmente salte de alegría. La misma reacción es más rara en una persona de más edad, cuyo cuerpo se ha vuelto más rígido e inflexible. En la muerte, el potencial de excitación del cuerpo se ha extinguido.

El estado de excitación de una persona siempre es visible en su cuerpo. Con un alto grado de excitación, fluye más sangre a la superficie del cuerpo, los ojos brillan, el tono de la piel mejora, los movimientos son más espontáneos, las manos están más calientes, el cerebro se activa y el corazón late más rápido. En la muerte, los ojos se apagan y se vuelven vidriosos, el cuerpo deja de moverse y la piel se vuelve blanca y fría.

Los estados de excitación negativa no muestran estos mismos efectos. Cuando el cuerpo manifiesta una actividad incrementada en un estado de pánico, los movimientos son violentos e inconexos y la excitación se concentra en su mayor parte en la musculatura y en el corazón, que puede latir a ritmo acelerado. Si el miedo es lo bastante grande, la persona puede morir al paralizarse el sistema muscular y dejar de latir el corazón. El dolor intenso, que hace que el cuerpo se retuerza, es otro estado de excitación negativa. Y lo mismo la rabia, que, a diferencia de la cólera, tiene un efecto negativo sobre el cuerpo. En la cólera, el cuerpo está caliente y los ojos pueden brillar con fuego; en la rabia, el cuerpo está frío y los ojos, negros.

La excitación positiva se da durante una situación placentera. El cuerpo está en un estado de expansión y la carga o excitación es intensa en la superficie del cuerpo. La excitación negativa surge en situaciones de temor y de peligro. El cuerpo está en un estado de contracción y la carga se retira de la superficie. La respiración también es diferente en los dos estados. Durante el placer, la respiración es profunda, fácil y relativamente lenta. Nunca se hace fatigosa, puesto que la respiración fatigosa es una señal de aflicción. Sin embargo, cuando una persona tiene miedo o sufre un dolor, la respiración es poco profunda, forzada y rápida.

La emoción del amor produce el efecto más saludable en el cuerpo. Una persona enamorada parece irradiar alegría. La luz de sus ojos y el brillo de su piel son debidos no sólo al intenso flujo de sangre que llega a la superficie del cuerpo, sino también a una oleada de excitación que fluye a la superficie y da energía a los tejidos.

El resplandor y el brillo de una persona enamorada no son un concepto metafórico, puesto que pueden observarse. Su causa es un estado de mayor excitación y más intensa pulsación de los órganos y los tejidos. La peculiaridad de la pulsación no se limita al músculo del corazón. Aunque se manifiesta visiblemente en la respiración, y menos en los movimientos peristálticos del canal digestivo, se da en todas las células y en todos los órganos vivos. Aunque cada sistema de tejidos u órganos tiene su propio ritmo, éste está coordinado con la pulsación básica del corazón y depende de ella. El latido del corazón es lo que da vida a todo el cuerpo. Cuando nos sentimos alegres, todos los órganos funcionan mejor; cuando estamos abatidos, todos los sistemas orgánicos están deprimidos.

En el placer, como ya hemos visto, la sangre fluye a la superficie del cuerpo, mientras que en el dolor fluye hacia el centro. En situaciones de pánico o miedo, una persona puede reaccionar actuando para eliminar la amenaza o el peligro, y lo hace movilizando el sistema muscular voluntario, que está cerca de la piel. Estos músculos, entonces, se inundarán y se cargarán de sangre, preparándose para la acción. El que la persona experimente esta reacción como cólera o como temor depende de si es un movimiento hacia el mundo con el objeto de restaurar la armonía y el placer o de si es un movimiento de huida del peligro.

El dolor o el temor producen contracción, creando una carga disminuida en la superficie. El placer produce expansión, creando una carga aumentada en la superficie: piel, ojos, zonas erógenas

Figura 1. La respuesta del organismo al ambiente; comunicación con placer o retirada dolorosa

El movimiento de la sangre y los fluidos corporales hacia la superficie o hacia el centro del cuerpo (véase fig. 1) representa la reacción de una persona ante su medio. Si éste es acogedor, positivo y vitalista, la sangre se precipitará hacia la superficie y la propia persona se lanzará a establecer contacto. A su vez, estos movimientos engendrarán sentimientos de afecto y placer o, si la excitación es más intensa, de amor y alegría. El afecto y el placer son inseparables. Amamos lo que produce placer. Sin embargo, el amor no siempre produce placer; con demasiada frecuencia resulta doloroso. El amor nos impulsa a acercarnos a la persona que amamos, pero, si ésta nos rechaza o nos abandona, nuestro placer se convierte rápidamente en dolor. La intensidad del dolor está en proporción directa con la intensidad del amor. Cuando el amor que el niño siente de todo corazón por un padre se ve rechazado, el dolor que experimenta sólo puede describirse diciendo que se le parte el corazón.

Como todo dolor, esta angustia hace que la sangre se retire de la superficie del cuerpo hacia el centro, sobrecargando el corazón y produciendo una sensación de pesadez y desesperanza. La experiencia de la angustia en la infancia puede hacer que el individuo, al crecer, tenga miedo al amor. Esto no significa que no pueda amar o no ame, sino que su impulso de establecer contacto será desconfiado y vacilante, no lo hará de todo corazón. El deseo de amar puede estar en su corazón, y puede querer amar conscientemente, pero, si el recuerdo del dolor está vivo en su inconsciente, el temor le impedirá lanzarse. Su cuerpo estará bajo el control del sistema nervioso simpático, que inhibe el flujo de la sangre hacia la superficie.

La excitación del amor depende de la proximidad de los amantes. Como la ley de la gravedad, según la cual la atracción entre dos cuerpos es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos, cuanto más cerca se está de la persona amada mayor es la excitación. La excitación alcanza su punto máximo cuando hay contacto amoroso entre dos personas.

Todo contacto placentero entre dos cuerpos da lugar a sentimientos de amor. El abrazo habitual de dos amigos que se encuentran es una expresión de afecto que sirve para reforzar la relación existente entre ellos. El apretón de manos es el contacto físico más informal para expresar cierto grado de sentimientos positivos. El rechazo de un apretón de manos al encontrarse o al despedirse puede considerarse como una expresión de frialdad u hostilidad. De modo similar, cuando los padres niegan el afecto físico a sus hijos, esto no puede menos que herirlos en lo vivo. Muchos de mis pacientes se han quejado de que sus padres rara vez los tocaban, los cogían en brazos o los besaban, a pesar de que les decían que los amaban. Puede muy bien ser que sus padres los amaran, pero este sentimiento raramente se expresaba de un modo que a mis pacientes los hiciera sentirse amados.

Hay muchas maneras de establecer un contacto amoroso sin tocar el cuerpo de una persona. El sonido, por ejemplo, es una fuerza física que afecta al cuerpo. Los niños se alegran y se tranquilizan con la canción de cuna de su madre, que perciben como una expresión de amor. Las palabras de amor pueden tener el mismo efecto, no a causa de las palabras en sí mismas, sino por el tono en que son dichas. Una voz cálida expresa amor con tanta seguridad como una voz fría y áspera manifiesta hostilidad. Los ojos son otro importante medio de comunicación. Podemos mirar a las personas con simpatía y afecto o con frialdad y hostilidad. Cuando decimos que las miradas puedan matar reconocemos su poder. Del mismo modo, una mirada cariñosa puede llegarnos al corazón.

Para que un sonido sea emocionalmente eficaz debe ser oído; para que lo sea una mirada, debe ser vista. El contacto visual no es un fenómeno mecánico de resultados predecibles. Dos personas pueden mirarse y no establecer ningún contacto porque nada pasa entre ellas. Sin embargo, cuando sus ojos se iluminan envían un rayo que, atravesando el espacio, puede llegar a los ojos del otro, con lo que se produce un contacto real. Muchos de nosotros hemos experimentado este contacto ocular y sabemos cuán excitante es. A veces da por resultado lo que se llama un flechazo. Recuerdo muy bien que me enamoré de mi mujer la noche en que vi brillar las estrellas en sus ojos. Su mirada me llegó al corazón y me conquistó. El amor empuja a la proximidad. El contacto puede empezar con una mirada, pero, si sigue su curso natural, terminará en un abrazo o en un contacto más íntimo entre dos personas.

Normalmente el contacto íntimo tiene lugar en partes del cuerpo en que la sangre llega muy cerca de la superficie. Estas partes se conocen como zonas erógenas: son los labios, los pezones y los órganos genitales. El color rojo de los labios refleja la riqueza de su provisión de sangre, que se encuentra bajo tan sólo una delgada capa de membrana mucosa. Cuando dos labios se encuentran en un beso, la sangre de ambas personas sólo está separada por esa fina membrana, lo que produce un alto grado de excitación. En realidad, toda la boca, incluida la lengua, se puede considerar una zona erógena, puesto que toda la zona está altamente vascularizada. Todo contacto o estímulo en una área erógena es excitante cuando la persona está en vena. Cuando las zonas erógenas entran en contacto, como ocurre durante las relaciones sexuales, la excitación puede elevarse a grandes alturas. El amor genital entre un hombre y una mujer debería ser, por tanto, la actividad más excitante de todas, porque estos órganos permiten el más estrecho contacto entre dos personas. Una proximidad de contacto similar tiene lugar durante el acto de amamantar, en el que la boca del niño y el pecho de la madre forman una unión casi perfecta.

La figura 2 ilustra el flujo de la sangre desde el corazón hacia arriba (a través de la aorta ascendente) y hacia abajo (a través de la aorta descendente). En el placer, esta sangre se difunde intensamente por la superficie del cuerpo, yen el placer erótico excita intensamente las zonas erógenas[6]. Por esta razón la sangre se considera la portadora de eros.

Figura 2. El flujo de sangre (eros) desde el corazón (amor) hasta las zonas erógenas (placer)

El amor no se limita al amor sexual entre un hombre y una mujer. El amor existe dondequiera que hay placer y deseo de proximidad. Un niño que ama a su osito de felpa lo estrechará contra su cuerpo como si fuera un ser vivo por el placer y la agradable sensación que el contacto le procura. De modo similar, amamos a nuestros amigos por el placer y la excitación que sentimos en su compañía. El amor que una persona siente por un animal doméstico sigue el mismo principio: el deseo de proximidad y contacto está en conexión con una sensación de excitación y placer en ese contacto. Amar es sentirse conectado, no sólo de un modo abstracto, como en el amor al prójimo, sino de un modo físico, mediante la proximidad y el contacto.

Como ya hemos señalado, la más intensa excitación y el mayor placer son posibles a través del contacto genital entre un hombre y una mujer. Esta excitación y este placer dependen de que estos órganos se vuelvan tumescentes, o sea, se carguen de sangre, y es la proximidad de la sangre a la superficie lo que explica el calor de la pasión sexual. Cuando no hay congestión, los genitales, como la piel de cualquier otra parte del cuerpo, están relativamente fríos. Pero, cuando son estimulados, palpitan rítmicamente en correspondencia con el palpitar del corazón. Por esta razón, el corazón es la fuente de eros o, también podríamos decir, el hogar de eros.

Uno de los aparentes misterios de la vida es el fenómeno conocido como amor a primera vista. No cabe duda de que ocurre; demasiadas personas han referido la experiencia. A veces, sin embargo, puede ser una «vista» posterior la que surta efecto; dos personas, que tal vez se conocen desde hace algún tiempo, intercambian una mirada o experimentan algún contacto que enciende el sentimiento del amor. La única explicación razonable de este fenómeno es que el corazón de cada una de estas personas ha sido tocado y excitado por una mirada o un beso y han enviado una oleada de excitación y calor a todo el cuerpo. Este sentimiento (llamémoslo amor), como cualquier otro, nos empuja a la acción. Produce el deseo de estar lo más cerca posible del ser amado. El contacto físico aumenta la excitación, pero también sirve para descargar algo la tensión creada por el deseo. La descarga máxima tiene lugar, claro está, a través del contacto sexual, pero un abrazo o un beso también pueden dar alivio.

La unión de los amantes en un abrazo sexual no siempre va seguida por un gran placer. Demasiadas parejas empiezan con intensos sentimientos de amor y terminan con decepción y frustración. Para la mayoría de las personas es mucho más fácil excitarse que transformar esta excitación en el placer y la satisfacción que resultan de la descarga plena de esa excitación. En muchas personas existe un tabú inconsciente contra cualquier contacto sexual con una persona amada. Este tabú proviene de las experiencias infantiles del período edípico y tiene el efecto de romper la unidad de la personalidad separando el sentimiento del amor en el corazón del sentimiento de deseo sexual en el aparato genital. Aunque esta escisión nunca es total, bloquea la satisfacción del amor. Debemos reconocer una distinción entre la excitación del amor y la satisfacción del amor. Sin embargo, hay personas desgraciadas que nunca han experimentado la excitación extática del enamoramiento que tiene lugar cuando el corazón de una persona se abre súbita y plenamente a otra. Su corazón está cerrado y, por tanto, nadie puede llegar hasta él. Pero ningún corazón está nunca totalmente cerrado al amor. Como la Bella Durmiente, puede que esté aprisionado por un muro de espinos aparentemente impenetrable, pero algún príncipe o princesa puede atravesar el muro y despertar al corazón dormido. Cuando esto ocurre, es como un milagro.

¿Cómo puede una persona provocar en otra una reacción tan intensa? Despertando en el inconsciente una sensación recordada de placer y excitación. Estar enamorado puede ser el paraíso si el amor de uno es aceptado, o puede ser el infierno si es rechazado. Creo que todos hemos conocido el paraíso y lo hemos perdido. El enamoramiento tiene lugar cuando creemos haberlo encontrado de nuevo. Este paraíso, en el que todas nuestras necesidades hallaban satisfacción, en el que no había necesidad de lucha ni de esfuerzo, era el seno materno. Para muchos de nosotros, el estado paradisíaco continúa durante algún tiempo después del nacimiento, cuando nuestra madre, como la buena tierra, nos da alimento y nos protege.

En un grado u otro, todo bebé ha experimentado la excitación del contacto amoroso con la madre y su cuerpo. Todo bebé ama a su madre con todo su corazón y responde con excitación y placer cuando ella establece un contacto amoroso con él. Este estado de dicha se rompe tarde o temprano, pero nuestro corazón conserva un deseo vehemente de volver a poseerlo.

Los niños tienen dos objetos del amor, la madre y el padre. En el amor de cada uno conocen el gozo que es posible cuando uno ama y es amado. Sin embargo, el gozo de la infancia no dura. En los niños que han sufrido malos tratos de sus padres, lo que no es infrecuente en nuestra cultura, la dicha de la inocencia se ve violentamente destrozada. No obstante, aunque la realidad del amor se pierda o se destruya, el sueño permanece, pues sin él la vida sería algo desolado y vacío. Lo que da sentido a nuestras vidas es la esperanza de volver a poseer el paraíso. Si aparece alguien que se asemeja, en algún aspecto significativo, al amor perdido de nuestra infancia, parece que ocurre el milagro; el sueño parece convertirse en realidad. En la mayoría de los casos la pompa de jabón estalla. Lo que parecía realidad resulta ser una ilusión. ¿Por qué este cruel engaño? ¿Qué es lo que falla?

Uno de los problemas con que nos encontramos al hablar del amor es que esta palabra describe dos sentimientos distintos, ambos originados en el corazón. Uno es el anhelo de proximidad que surge de la necesidad. El otro es el deseo de cercanía emergido de una plenitud del corazón. En el primer caso, el sentimiento de amor, aunque sea genuino, es infantil. Tiene un tono desesperado, porque su objetivo es atar a la otra persona. Una vez que se ha creado el apego, la persona dependiente no puede soltarse. Pero esta incapacidad para soltarse también se expresa en la relación sexual, por lo que ésta proporciona poca satisfacción. En cambio, el amor que brota de una plenitud de ser es maduro. No ata al amado, sino que lo deja libre.

No es rara la confusión sobre el amor a causa de los preceptos morales que de niños aprendemos acerca de amar a nuestros padres o amar a nuestros vecinos. Durante la terapia, un paciente puede decir «amo a mi madre», aunque su historial contenga episodios de malos tratos. Después de una labor de análisis considerable, resulta, por lo general, que el paciente está irritado por los malos tratos y alberga sentimientos de odio hacia la madre. La cólera y el odio han sido suprimidos por un sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, el reconocimiento y la aceptación del sentimiento de odio hacia la madre no disipa todos los sentimientos de amor. En el corazón persiste cierto amor, puesto que la madre ha sido la dadora de vida y la fuente original de sensaciones positivas.

Cabe afirmar sin temor a equivocarse que la intensidad o plenitud del amor de una persona debe reflejarse en la calidad del músculo cardíaco, especialmente si damos crédito a expresiones tales como «frío de corazón», «blando de corazón» o «duro de corazón». El corazón es un músculo como cualquier otro; el que esté duro o blando depende de su estado de relajación. Al mismo tiempo, el tejido muscular tiende a perder su blandura con la edad, lo que constituye un proceso de endurecimiento. Un músculo blando puede no ser tan fuerte como uno más grande y duro en cuanto a su capacidad de trabajo —es decir, de mover un peso—, pero funciona mejor porque tiene mayor movilidad y poder contráctil, y su respuesta es más rápida y más completa. Uno nunca diría que un bebé responde con poco entusiasmo. Un corazón joven y blando, capaz de una mayor excitación, experimenta un sentimiento de amor más intenso que un corazón más viejo o que otro que se ha enfriado y endurecido.

Pero, ¿cómo se enfría y se endurece un corazón? La respuesta a esta pregunta reside en la estrecha relación existente entre el amor y el odio. El odio puede describirse como un amor que se ha vuelto frío[7]. El proceso no es rápido; para que el amor se hiele son necesarias repetidas decepciones.

Para comprender este proceso debemos empezar con el impulso que se encuentra en el corazón de la vida: el de salir de uno mismo para alcanzar algo. Si este gesto encuentra una respuesta negativa, la reacción es encolerizarse. En la cólera, la sangre inunda la musculatura, como el amor inunda la piel. Podemos ilustrar esta dinámica con la figura 3.

Figura 3. La reacción de cólera ante la frustración del impulso amoroso

Si la expresión de cólera consigue restablecer un estado de contacto amoroso, la excitación del sistema muscular se descarga. Los músculos retornan a su estado de relajación y blandura que permite que el impulso de amor llegue de nuevo a la superficie del cuerpo. Sin embargo, cuando la expresión de cólera choca con una reacción hostil, la persona no tiene otro recurso que retirarse de la relación, pues esta respuesta es una negación de su derecho a luchar por la satisfacción de sus necesidades.

Esto no quiere decir que estemos obligados a consentir toda expresión de la cólera de otro; pero si una relación es verdaderamente amorosa, no podemos negar al objeto de nuestro amor el derecho a irritarse. Por desgracia, los padres a menudo niegan este derecho al niño porque interpretan sus expresiones de cólera como un desafío a su autoridad. Sin embargo, introducir el poder o la autoridad en una relación de amor es traicionarla. Un niño, al ser dependiente, no puede retirarse de esta relación. Por tanto, permanece dentro de ella, pero su amor acaba por transformarse en odio; es decir, el impulso de establecer contacto se hiela como un río en invierno. En relación con esto, debemos reconocer que en el movimiento de alargar los brazos para alcanzar algo y en el de pegar están implicados los mismos músculos, si bien el primero es un movimiento suave, mientras que el segundo es duro y explosivo. La supresión del impulso de pegar suscitado por la cólera inmoviliza ambos movimientos y deja al individuo en un estado contraído y, por tanto, helado.

La incapacidad para expresar la cólera deja los músculos en un estado de tensión y contracción. Con el tiempo se vuelven rígidos y duros. En el corazón puede haber amor todavía, pero el impulso de salir y alcanzar no puede atravesar la barrera de la musculatura rígida y contraída, por lo que la superficie permanece fría. Reconocemos este estado en la expresión «manos frías, corazón caliente». Si la barrera fuese absoluta, uno podría muy bien morirse, ya que es imposible vivir sin algo de amor. Aun los nazis más odiosos tenían algún contacto positivo con otros nazis y sentían algo de amor por Hitler. Pero, aparte estas expresiones de amor tan limitadas, tenían mucho odio. La dinámica que subyace alodio se muestra en la figura 4.

Figura 4. El bloqueo de la actitud amorosa. El impulso del corazón hacia el amor es bloqueado para la musculatura de la superficie, tensa y contraída, que impide que el impulso llegue a la superficie

El individuo no es consciente de esta dinámica, ni sabe que el odio que siente está relacionado con una traición al amor que sintió en el pasado. Asimismo no comprende que parte de ese amor, por muy disminuido que esté, vive todavía en su corazón. El odio puede expulsarse y el amor reactivarse movilizando la cólera encerrada en los músculos tensos del cuerpo. La tensión en los músculos de los brazos y parte superior de la espalda retiene la cólera que se expresaría mediante golpes. La tensión en los músculos de la mandíbula retiene una cólera que se expresaría mordiendo, impulso que muchos bebés y niños sienten como reacción contra un padre frustrante. Las piernas son otro lugar donde puede residir la cólera —la cólera que se podría haber descargado dando patadas a un padre que trataba con rudeza la parte inferior del cuerpo del niño al limpiarlo o al enseñarle a usar el retrete—.

Figura 5. La transmutación del odio en sadismo

Hay otro aspecto de este problema que merece una explicación. En la figura 5, el impulso de amar puede ser lo bastante fuerte como para atravesar el sistema muscular tenso y duro, pero durante el proceso se desgarra y emerge como sadismo[8], En el sadismo, se hace daño al amado, no por cólera, sino como una expresión de amor. Muchos supervivientes de la crueldad nazi describieron a Wilhelm Reich la mirada en el rostro de sus verdugos que sólo se podía definir como una súplica de amor y comprensión. Era como si aquellos sádicos fueran ellos mismos personas atormentadas que trataban de liberarse de su tormento torturando a otros. Esta mirada era aún más angustiante para los supervivientes que el trato que recibían.

Con este análisis de las vicisitudes del amor estamos en situación de entender el caso que relatamos a continuación. Este caso ilustra las tensiones y confusiones que puedan surgir en un matrimonio que, según todas las apariencias externas, parece estable y seguro.

Un hombre entre cincuenta y sesenta años, llamado John, vino a la consulta porque se encontraba en un estado emocional angustioso. Durante los últimos treinta años la relación sexual con su esposa había ido deteriorándose progresivamente. Aunque dormían en la misma cama, tenían relaciones como máximo una vez al mes. A lo largo de los treinta y cinco años de su matrimonio, John había trabajado duro hasta lograr crear un negocio boyante, y en aquellos momentos era económicamente independiente. Él y su esposa tenían muchos amigos y, en cierto modo, lo pasaban bien juntos. Se habría contentado, dijo, con seguir aquel tipo de relación, aunque reconocía que aquella vida no le daba ningún estímulo. Sin embargo, intervino el destino en forma de una mujer más joven, con la que había establecido una relación y que había transformado su vida.