El libro de escribir - Gabriela Bejerman - E-Book

El libro de escribir E-Book

Gabriela Bejerman

0,0

Beschreibung

"Gabriela invita a escribir, y escribe. En este libro de consignas no muestra "cómo se escribe" o "cómo escribió" sino que escribe, nos escribe, y escribimos con ella. Estas páginas invitan a la poesía, a la narrativa, al teatro, y pueden leerse también como un libro de poemas, de relatos, de piezas de un repertorio teatral. Nos proponen entrar en un juego, nos recuerdan que el juego es inseparable del aprendizaje, tanto de la construcción de la intimidad como de los vínculos con los otros. Uno juega a ser quien es, juega a ser otros, juega a ser un nosotros. Jugamos a hacernos y colocarnos un disfraz, nos disfrazamos incluso de nosotros mismos. El libro de escribir tiene algo de tejido, vital y antiguo, individual y colectivo como la actividad de tejer. Tiene algo de fiesta: vemos llegar los invitados; la escritura es la danza y también logra que nadie nos quite lo bailado. La expectativa: ¿qué va a pasar? Y mientras tanto está el disfrute de los preparativos, el espacio en que se crea el hechizo. Gabriela es la mejor anfitriona de la fiesta de la escritura: da lo mejor de sí y sus invitados vemos también nacer nuestra versión más feliz. Su literatura siempre vuelve a una escena de relato de viaje, un viaje que es una secuencia de encuentros sorprendentes, de pruebas que pueden ser difíciles, de soluciones laboriosas o mágicas, de sucesos en clave de relato maravilloso. Gabriela nos hace ver que son nuestros propios recuerdos, sueños, deseos, los que están en el corazón de esas escenas encantadas. 'Que nada detenga tu viaje', nos dice en un momento, y nos entrega este libro, brújula y bitácora para acompañarnos en la travesía" (Eduardo Muslip).

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 202

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Bejerman, Gabriela

El libro de escribir / Gabriela Bejerman. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Rosa Iceberg, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-47956-8-7

1. Escritura. I. Título.

CDD 808.02071

Dirección editorial: Marina Yuszczuk

Diseño y maquetación: Matías Duarte

Foto de cubierta: Anita Bugni

© Gabriela Bejerman© 2021, Rosa Iceberg

Rosa Iceberg, Buenos Aires, Argentina

[email protected]

ISBN 978-987-47956-8-7

Conversión a formato digital: Libresque

Gabriela Bejerman

El libro de escribir

Prólogo

Este es un libro de consignas compuestas a lo largo de años de dar talleres de escritura. Cada tanto, como buena hija de contadores, recopilaba las del último tiempo y las numeraba. Eran apuntes de instrucciones bien precisas, que después en los encuentros se ramificaban.

Cuando era chica jugaba a la maestra, en casa el pizarrón era mío y yo, tan alta como la señorita de rulos que nos dictaba esdrújulas, haciendo caer una lluvia de tildes sobre nuestros cuadernos. Con los años ejercí la docencia como si todavía estuviera jugando a la maestra o cumpliendo un deseo infantil. Dar taller se convirtió en mi trabajo, y me gusta decirlo así, con ese verbo. Dar. Preparaba la tetera y las tacitas fileteadas de dorado que mi abuela solo usaría en ocasiones especiales. Cada martes, cada jueves, eran fiestas íntimas para desenvolver tesoros temblorosos, el crudo devenir de los días hechos palabras. Después probé conducir grandes grupos que surgieron sin buscarlo. En estas embarcaciones aprendí nuevos gozos, asentándome en la confianza que recibía y el placer que me daba sorprender y volantear. Qué alegría cuando me venían esas claras visiones que provocaban del otro lado saltos de liberación. ¿Por qué la gente venía al taller? Para pedir permiso, y yo siempre decía que sí. Para saber si lo hacían bien, y yo decía: disfrutá.

De mis primeras experiencias como docente de inglés en quinto grado, aprendí a proyectar las clases. Hay algo que la pedagogía norteamericana llama warm up: un calentamiento. Al principio me parecía un poco inútil o demasiado fácil: charlar de un tema equis, por ejemplo las mascotas, o cómo te llevás con los domingos. Pero la realidad me probó que el entusiasmo es una cosa que se cocina. El público se entusiasmaba, cada quien tenía algo para decir y el calor del warm up nos fogueaba hasta que, en el instante justo, arrojaba la consigna para dar cauce a esa energía general.

Cuando iba al taller de biodrama de Vivi Tellas también hacíamos warm up. Charlábamos un buen rato mientras iban llegando los miembros del grupo. A mí me parecía que el trabajo debía empezar ya, que estábamos perdiendo el tiempo. Pero fui aprendiendo que esa era una parte sustancial del encuentro. Se llamaba “llegar”, y consistía en acercarnos todos a un fuego que prendíamos con la proximidad, con el interés por nuestros rostros ese día. Solo de esa forma íbamos dejando atrás la insistencia de nuestras preocupaciones, el peso de la calle y la rutina. Despojarnos de nosotros mismos nos permitía entrar de cuerpo entero en la clase, amalgamarnos en una transformación hacia la avidez.

Después nos levantábamos de la mesa porque venía el segundo momento del encuentro, que era bailar un buen rato, con distintos estilos que Vivi nos iba marcando. Nos elevábamos en el éxtasis ridículo de actuar como si perteneciéramos a la compañía de Pina Bausch, recién desembarcada en Buenos Aires para poner en escena una versión feminista del Martín Fierro en el teatro Colón. Mi pudor de carrera de Letras no tardaba en diluirse en un frenesí electrónico y moderno. La creación se abría a nuestros cuerpos entrados en calor. Desde ahí partía la clase, desde ese fuego risueño, de los matices del movimiento, entregados a nuestra guía sin dudar. Éramos cuerpos enteros, compactos y porosos a la vez, iniciando con entusiasmo la jornada de exploración en que seríamos médiums de nuestros sueños y pesadillas.

Para alguien dedicado a la escritura, cuyo medio es un narcisismo solitario y silencioso, la creación grupal era un oasis. Fuego refrescante, como solo una licencia poética lo puede llamar. Todos tirábamos para el mismo lado, y lo que surgía se revelaba en una trenza humana, con tiritas que se iban cruzando, ascendiendo en inspirada espiral, o como una búsqueda submarina de tesoros que iluminábamos, llevándonos los destellos hacia la superficie, para construir un museo animado, una perfo, un ritual. Este libro quiere acompañarte como si estuvieras escribiendo en comunidad, haciendo un taller.

Por esa época empecé a darme cuenta de que los textos que más me interesaban eran los que surgían de un ejercicio de gimnasia semanal que yo daba en mis talleres como antídoto contra la expresión indiscriminada de supuestos “sentimientos” (que parecían más construidos por manuales de poesía escolar que por la auténtica vida de las emociones) y contra la invención de personajes “de cartón” (identikits explícitos e inverosímiles). El ejercicio está en este libro, lo titulé “Abdominales”. Hay que consignar en un párrafo diario una escena que hayas vivido el mismo día en que escribís. Podés contar una situación ínfima, lo nimio vale oro. Lo difícil está en escribir evitando todo juicio de valor, espantando esas moscas que son las ganas de explicar, analizar o interpretar.

Más que cualquier otra cosa, me gustaba leer estos ejercicios diarios, hechos para desmitificar lo que se considera poético, para bajarle los humos al ego escritor, para esmerarnos en describir con detalle y fijar la atención en el afuera, en vez de masturbar en público un triste corazón. Gimnasia para aprender a recortar segmentos temporales en vez de resumir novelas en una carilla (mustio vicio al que fui sometida como guía de taller) y, por último, para recibir la revelación de que cualquier cosa puede convertirse en literatura, con solo ajustar el foco y ahondar, manteniendo esa mezcla de distancia e inmersión que propone la consigna y que ayuda a sostener el interés y la escritura.

Si no, aparecemos en primer plano, saludándonos desde el espejo, diciéndonos: ahí estás escribiendo otra vez, muy bien, te queda bárbaro. O bien: borrá esa porquería que estás redactando, esa oración va a morir muy pronto, ¿por qué no hacés algo genial?, ¿por qué no abandonás todo ya?

El foco ahí afuera, en esa escena diaria, nos entrena en situarnos así para escribir. Nos entrena en corrernos a la vez que entregamos cuerpo y alma, es decir, el presente de la escritura. Nada peor para quien escribe que pensar en el futuro: qué difícil lo que me queda por delante. O para atrás: los reyes de la literatura no se dignan aceptarme en su palacio, ¡pobre de mí! Nada peor que el juicio de valor en el momento de avanzar por las oraciones. Ya habrá tiempo para corregir y desmalezar, para limpiar el terreno, para reconocer los atisbos, los retoños.

Las consignas de este libro son invitaciones a bailar, a encender el fuego del warm up, pero contienen también la posibilidad de girar, de virar. Mezclar dos consignas es un ejemplo de cómo traernos las ganas. No hay una manera correcta de hacerlo, no estamos a la busca de una palmadita en la espalda. Lo que queremos es volcarnos, saltar, perdernos, vislumbrar. Buscamos el calor. Fuego, entusiasmo, sostén y cinturita para no chocar contra los míseros “No” que vienen a perturbar nuestra llama de entusiasmo, nuestra alegría creadora. Una misma consigna es muchas. Podrías realizarla más de una vez, porque el punto de partida se modifica con el tiempo, y también el estado de ánimo, los vericuetos de la mente y los sueños que andan hilando por lo bajo.

Traer agua para tu molino podría ser una buena metáfora de cómo usar este libro. No tenés que arrancarte de tu sitio, forzarte. No estás en el mal lugar. Start where you are, como dice la maestra budista Pema Chodron. Estate ahí, donde estás. Este es tu punto de partida y no otro, mejor, más lejano, ideal. No hay un escritorio perfecto, ni un día perfecto, ni un estado de ánimo sublime. Por eso, una de las consignas de este libro es “escribir el mal humor”. Solo escribiendo podrás moverte de lugar, pero sin buscarlo. No te preocupes: el sintagma, esa línea de letritas que avanzan paso a paso, que componen el tiempo, te llevará. Llevar la escritura y dejarte llevar, como si toda vos, todo vos, fueras una pareja que baila tango. Impulso y audacia. Voluntad y picardía. Qué pareja.

En una época tuve una alumnita adolescente que tomaba el taller sola porque era muy tímida. Nos encontrábamos en una gran confitería de Villa Crespo. Ella se pedía un té, yo le daba la consigna. Revolvía temblando su taza mientras pronunciaba las indefectibles palabras de cada semana: ¿y si no me sale nada?

Te parece dulce y gracioso, ves su fragilidad con una gran ternura de persona adulta y dueña de sí. Pero, ¿no te pasa igual? ¿No sentís el mismo bloque de hormigón que te impide entrar de un salto en el placer y deslizarte por las palabras? Admitamos que nos tiembla el pulso, que tenemos miedo derramar el té, de quemarnos o de que nos quede demasiado dulce.

Pero todo va a estar bien. Algo va a salir. Vas a salir de vos. Vas a entrar. Vas a moverte por las palabras, revolviendo con la cucharita aunque tiembles. Vas a seguir ese tintineo hacia tu infinito interior. Vas a tomar tu té. Vas a bailar.

Como si de la cabeza largáramos trenzas, como si las palabras se encendieran hipnóticas, tangibles. Bailemos. Que las oraciones sean moldes esponjosos donde macerar frutos, ramaje viejo y alto deseo.

¿Cuál es la felicidad de escribir? Flotar por encima de todo temor. Viajar en válvulas blandas, componiendo a tientas, por el puro placer de entrar en movimiento, sin apuro por llegar ni por escapar.

Este es el lugar donde el mundo no tiene límites. No necesitamos mecenas ni tecnologías. El viejo lenguaje dispuesto a darse vuelta ante nuestro comando. Las palabras, que fueran rabiosas de veneno, ahora se someten al delirio nuestro, al capricho de la invención. Todo puedo, digo, hago.

Este libro es el lugar donde macerar las ganas y calentar el cuerpo para lanzarnos al entusiasmo de escribir. Está hecho de consignas que pretenden guiar la búsqueda de un espacio donde las reglas ajenas caen, los miedos caducan y escribir es posible.

Nacer

Narrar nacer

Cuando nací, el obstetra dijo: tenía que ser mujer para estar tan retorcida. Todavía creo que soy así. Todavía creo que me di vuelta a último momento. Aunque hace un par de años mi hermana, que dio a luz cuatro veces, me dijo que era improbable, porque los bebés al final ya no tienen mucho lugar donde girar. Pero ya me armé la historia y sigo siendo esa, la indecisa. Ahora vamos a hacer lugar para un relato nuevo, para el relato más imposible.

Narrá tu propio nacimiento.

Esta consigna evidencia que todo relato es una construcción. Aunque hiciéramos uno de esos viajes astrales y pudiéramos revivir nuestro nacimiento, escribir sería otra cosa.

Esta consigna nos propone un viaje al útero tal como lo imaginamos o tal como deseamos imaginarlo. Para eso, propongo un baño de inmersión ritual, con todo el perfume y la iluminación que se te canten, podés elegir, es tu nacimiento.

Si naciste por cesárea y querés renacer mediante un parto vaginal, escribilo. Si no sabés nada de tu nacimiento, si no tenés a quién preguntar. O si podés investigar los detalles. Es hora de darte a luz, de darte lugar en el mundo.

Un baño para sentir el cuerpo completamente envuelto y cobijar pensamientos, indagaciones, fantasías, deseos no considerados hasta ahora…

Cómo querés que haya sido tu nacimiento.

Cómo será entrar a ser.

Escribilo. Nadie puede hacerlo por vos. No hay un modo, no hay más que libertad, la que te atrevas a otorgarte.

Cerrá los ojos. Escribí para adentro. Escuchá la llamada. Quién sos. Cómo te abriste paso. Cuál es tu inicial.

El primer capítulo de tu autobiografía

No vas a escribir tu autobiografía, pero imaginá que proyectás hacerlo. De pronto, aparecen ante vos una serie de capítulos, quizá con títulos, quizá con fechas, períodos, grandes eventos.

Ahora: ¿cuál sería el primer capítulo? ¿Cuál es ese primer evento, relato, esa primera vivencia, esa primera anécdota, ese primer descubrimiento en tu camino hacia ser quien ahora sos?

Quizá se haya configurado en tu mente muy rápido la elección de ese primer capítulo. Guardalo. Ponelo en duda. ¿Qué otra cosa hay antes, después, o al mismo tiempo? Después, elegí de nuevo. Por más que vuelvas a la escena inicial, estos replanteos harán que la elección se enriquezca con otros matices.

Todo el trabajo previo es la oportunidad de que aparezcan hechos velados, sensaciones, recuerdos, o incluso deseos. El deseo de que algo haya sido distinto. El deseo de que algo se te haya explicado o dicho de otra manera. El deseo de retomar una verdad encerrada en esa cápsula de tu memoria que aún tiene cosas para decirte.

Este es un texto para escribir en forma narrativa y, respetando el rasgo genérico, también usá la primera persona. No tiembles. Y si temblás, incorporá el temblor a tu escritura. Cómo es escribir temblando. Temblar, palpitar, embarcarse. No detengas el rumbo de tu nave. De tu cuerpo que sabe de claves para decodificar en palabras tanto almacenamiento vital.

Primer libro, primeros flashes

Yo tenía un libro japonés. Creo que era japonés. Hace cuarenta años que no lo veo y no sabría cómo buscarlo. ¿Puedo afirmar que existió? Sí. Era un libro blanco, lleno de niebla. En esa niebla habitaba una cigüeña que tejía un tapiz, un telar. Algo borroso que pertenecía al reino del alba, antes del amanecer. En mí quedó para siempre ese territorio irreal. Como si el amor por la literatura fuera el intento de volver a ese primer viaje, de retomar el barco que me lleva a una poética brumosa, donde las palabras no se distinguen porque están en japonés, porque yo no sé leer.

¿Cuál fue tu primer libro? ¿Cuál, tu primer flash de cuento? Quizá sea un objeto, ese libro tan visitado. Quizá sea una voz que narra antes de dormir. O las visitas a una biblioteca de la mano de mamá. ¿Qué o quién te inició en el mundo de los libros? ¿O era un lugar, un placard adonde te metías para entrar en un secreto?

Disfrutá como solo un niño podría hacerlo, relamiéndote con tu iniciación, esa que ocurría mientras no te dabas cuenta. Y no te diste cuenta hasta hoy, cuando las palabras te llevan a la matriz de un mundo vivo aún, el mundo donde todo es posible, y vos sos vos pero no.

Aprendiste

Hubo un texto emocionante acerca de un tacho de basura. ¿Les parece increíble? Esta mujer llegaba los miércoles al taller con una camperita que me encantaba, era una campera deportiva de fondo negro con flores. Un motivo medio ruso, o medio ruso para mi percepción de ahora, en que escucho sin parar música rusa que no va tan bien con escribir algo alegre como pretendo. Yo le alababa la camperita y ella, con su look de Martha Argerich de pelo gris salvaje, revoleaba la mano sin darle importancia. Se sentaba con toda su potencia de científica y formulaba opiniones con una voz de contralto que nos hacía creerle enseguida, nos hipnotizaba. Una de esas mañanas leyó la consigna que yo le había dado, que no era esta, “Aprendiste”, sino probablemente “Retrato del abuelo”. Entonces, con su punto de vista de cuatro años, contaba cómo se embelesaba ante su nonno, que todos los sábados a la mañana forraba el tachito de basura; en esa época no existían las bolsas de plástico. No recuerdo la explicación del procedimiento, pero sí puedo ver a su abuelo desarmando diarios viejos para llevar a cabo con paciencia su trabajo artesanal. Lo veo igual que la nena que era entonces la científica de campera de flores y canas libres, cuando se acercaba al hombre que dedicaba su mañana de sábado, como una cita de amor, a renovar el lugar adonde van las cosas viejas, las cosas que siguen viaje al remolino del olvido, salvo que alguien se ponga a escribirlas.

Y si nuestra Martha después usó bolsas de nylon –un polietileno que podría explicarnos desde el punto de vista químico con su envolvente voz de contralto–, ¿qué habrá sido lo que aprendió mirando al abuelo, que por un rato tenía su misma altura, arrodillado para dar los toques finales a su humilde y práctica creación? Cómo nos emocionamos todos con ella cuando el texto se acercaba al final y le tembló la voz. Cuánto amor en esa tarea que nadie pondría en un ranking de labores afectivas…

Es tiempo de volver al tiempo de aprender, cuando el mundo estaba fresco y, si lo tocabas, tus dedos se manchaban de pintura. No es necesariamente el tiempo de la infancia, sí el de la sintonía. ¿A quién veías en su labor y absorbías? ¿Cómo fue aprender algo que ahora te habita? ¿Qué entró en tus manos o en tu manera de hacer sin que tuvieras que esforzarte? Labores y esfuerzos… Cuando empecé a escribir este texto recordé a otra mujer, la directora del Belgrano Hillocks, un colegio primario del barrio de Belgrano que no existe más. Fue ella quien me enseñó una gran frase: change the activity. Era mi primera vez como docente. Al frente de un aula con veinticinco niños de diez años, yo gritaba intentando en vano imponer orden y silencio, aunque mi vida era un caos. Un día, vino a decirme que había reunión de padres a la hora de mis clases, y me pidió que por favor no se escucharan gritos. Pero no se refería a los veinticinco, sino a mí. Con paciencia me explicó cómo traer la autoridad a mi propio cuerpo que era todo bullicio. Cuando algo no funciona, no intentes golpearte contra todo para seguir con tus planes que no cuajan. Si el presente se te planta con un “No”, change the activity. Y así es escribir. Esta mañana me dije: una consigna más, vamos, tenés que escribir. Me puse la musiquita que ya saben y pude cuando me acordé de nuestra Martha y de su camperita. Por esa rendija entré al mundo de escribir para que escriban. No podremos entrar a los golpes, sino abriendo tan grandes los ojos que reconozcamos la rendija luminosa que nos da curiosidad, que despierta apetito, deseo de aventura. Labores y esfuerzos. Con liviandad entramos a hacer, bailando somos ágiles, el movimiento auténtico despliega nuestra destreza y afila nuestra precisión para que las palabras sean una bajadita en bici. Ya vendrán las cuestas arriba, cuando el calor nos haya vigorizado con fuerzas suficientes para adentrarnos en los párrafos y los retoques y al fin tengamos el aliento con que dar un paso de baile fuera del texto. Entonces, habremos aprendido.

Revolver un cajón

Esta consigna parte de una experiencia real. Vas a elegir un cajón. O ese cajón te va a llamar a vos. Te va a decir: soy yo. Este es tu cajón. Lo vas a revolver. Vas a entrar en el microcosmos donde guardás las cosas que no sabés dónde guardar.

Vas a abrirlo. Si es posible, vas a sacarlo. Vas a encontrarte con todo lo que hay adentro, cosa por cosa. Quizá podés aprovechar para hacer orden, soltar lastre, pero tomate el tiempo suficiente para ese encuentro con lo que está ahí y quizá ni recordabas, o sí...

Escribir comienza en el encuentro físico con el cajón y sus cosas. Con el tiempo de revolver. Fluye desde el compromiso de meterse con él, de vérselas con todo lo que guardaba. Quizá cuando te sientes, prefieras contar qué te pasó desde que lo abriste hasta que pusiste fin al tiempo y lo volviste a guardar. Quizá te centres en un solo objeto y en lo mucho que te trajo a la memoria. Aquí también podrías escribir acerca de conservar y descartar. Podrías preguntarte si heredaste una forma de guardar o de tirar, si tu heroísmo pudo dar por terminado un linaje acumulador. O volver a pensar cómo clasificar el cachivache, cómo hilar o cortar tantos retazos de los días y las noches.

Hábitat

Refugio

Tomar mate al sol de tu balcón. Subirte a la bici. Llegar a una hora de la noche en que hallamos la paz callada, la mansedumbre de la jornada. Ir por una avenida escuchando música tempestuosa. El centro de la pista electrónica cuando estalla el cuerpo. Caminar el misterio de unas cuadras extranjeras en la propia ciudad. Salir al encuentro del jazmín del país que floreció. Llegar a un campo de siempre. La terraza. Entrar en la cama. Haber dejado a los chicos en la escuela y tener un rato de café.

¿Cuál es, dónde queda ese lugar donde estás en tu lugar?

Esta consigna nos invita a reconocer los lugares donde nos sentimos tan bien que no pedimos más. Donde al fin nos entregamos, donde sabemos lo que es estar. Quizá es un lugar de la casa, a cierta hora. O puede que tu refugio esté afuera, esperándote hasta que te hagas el tiempo de llegar. ¿Cómo es habitar tu refugio? Quién sos ahí. Cómo te ubicás, cómo te movés o no te movés. Cómo se respira. Cómo se piensa, cómo se descansa aquí. Qué tocás, qué olfateás. Qué acolchonado silencio. Hay que tomar nota de cada pequeña cosa que nos otorga cualidad de refugio, por más mínima que sea. Al recogerla para la escritura, la abrazamos. Al describirla, la hacemos más nuestra. La abrimos como una cajita llena de sorpresas más pequeñas aún, degustamos sus pepitas, dando voz al misterio de esa intimidad, reencontrándonos de lleno con un placer solo nuestro.

Doméstica

La vaporera de primera marca me la compré al mismo tiempo que la licuadora, un día que recuerdo vagamente como previo al verano, tal vez por el entusiasmo. No debe ser común, pensé, que alguien entre al local de Moulinex y se lleve lo más campante dos productos. Creí que el vendedor debía estar tan contento como yo. Ni siquiera le di mucha cabida a la culpa anti consumo que bien podía acalambrarme. Colgué la licuadora de un lado del manubrio y la vaporera del otro y me fui haciendo equilibrio con la bici hasta casa.

Estos dos electrodomésticos son usados casi a diario, junto con la minipimer, que llegó después. Mis vedettes, dirían en un programa de televisión, pero no sé si todavía existe la televisión. Podría salir con un delantalito y cara de ama de casa satisfecha, orgullosa de la baqueteada vida de estos enseres amortizados. Ahora me acuerdo de una pobre mujer en un curso que yo daba, ella quiso escribir acerca de una olla espectacular. La olla merecía un gran texto, pero fallaba y fallaba por más que lo reescribía. Sería bueno pensar por qué a veces los textos no encuentran su aura, su sabor.

Personalmente, me gusta el picoteo. Me identifico con la onda mariposa que pasa por una flor y por otra sin darse ni cuenta de a dónde va. Es una especie de técnica sin técnica que me funciona, pero tampoco me atrevo a pregonarla, porque descreo de las fórmulas y por pudor. En lo que sí creo es en disfrutar avanzando, en avanzar disfrutando. En hacer tripas corazón cuando escribimos, porque la mayoría de las veces nos tienta tirar todo por la borda y dudar del impulso que nos trajo hasta acá. Hace muchos años aprendí que si sigo un poco más, si tiro del hilito o si lo desenrollo o lo sostengo como una larga nota musical que se exhala con todo el cuerpo, algo más aparecerá ante nuestros ojos, extasiados por la pequeña sorpresa que escribir nos trae.