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Una joven chica acude con un dilema laboral a la oficina de Sherlock Holmes y el Dr. Watson. Le han ofrecido un trabajo de niñera en el corazón de Hampshire. Le pagan tres veces mas de lo normal, con la condición de que viva allí y haga exclusivamente todo lo que la familia demande.La chica acepta el trabajo y después de 15 días de trabajo, una carta con un macabro contenido es entregada en la oficina de Holmes.Tras una interminable monotonía de casos investigativos sin sentido, este caso en especial llama la atención del mejor detective ingles del siglo XIX. Interpretado en la pantalla grande por Robert Downie Jr. y Jude Law, la pareja de detectives tendrá que descifrar preguntas en donde el secuestro, la aparición de personajes perversos y una familia rota expondrá los problemas de una sociedad corrompida y cruel.-
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Seitenzahl: 52
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Arthur Conan Doyle
Saga
El misterio de Hayas CobrizasOriginal titleThe Adventure of the Copper BeechesCover design: Breth Design www.brethdesign.dk Copyright © 1892, 2020 Arthur Conan Doyle and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726463040
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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- El hombre que ama el arte por el arte - comentó Sherlock Holmes, dejando a un lado la hoja de anuncios del Daily Telegraph- suele encon- trar los placeres más intensos en sus manifestacio- nes más humildes y menos importantes. Me com- place advertir, Watson, que hasta ahora ha captado usted esa gran verdad, y que en esas pequeñas crónicas de nuestros casos que ha tenido la bondad de redactar, debo decir que, embelleciéndolas en algunos puntos, no ha dado preferencia a las nume- rosas causes célèbres y procesos sensacionales en los que he intervenido, sino más bien a incidentes que pueden haber sido triviales, pero que daban ocasión al empleo de las facultades de deducción y síntesis que he convertido en mi especialidad.
- Y, sin embargo - dije yo, sonriendo- , no me considero definitivamente absuelto de la acusa- ción de sensacionalismo que se ha lanzado contra mis crónicas.
- Tal vez haya cometido un error - apuntó él, tomando una brasa con las pinzas y encendiendo con ellas la larga pipa de cerezo que sustituía a la de arcilla cuando se sentía más dado a la polémica que a la reflexión- . Quizá se haya equivocado al intentar añadir color y vida a sus descripciones, en lugar de limitarse a exponer los sesudos razona- mientos de causa a efecto, que son en realidad lo único verdaderamente digno de mención del asunto.
- Me parece que en ese aspecto le he hecho a usted justicia - comenté, algo fríamente, porque me repugnaba la egolatría que, como había observado más de una vez, constituía un importante factor en el singular carácter de mi amigo.
- No, no es cuestión de vanidad o egoísmo - dijo él, respondiendo, como tenía por costumbre, a mis pensamientos más que a mis palabras- . Si reclamo plena justicia para mi arte, es porque se trata de algo impersonal... algo que está más allá de mí mismo. El delito es algo corriente. La lógica es una rareza. Por tanto, hay que poner el acento en la
lógica y no en el delito. Usted ha degradado lo que debía haber sido un curso académico, reduciéndolo a una serie de cuentos.
Era una mañana fría de principios de prima- vera, y después del desayuno nos habíamos senta- do a ambos lados de un chispeante fuego en el viejo apartamento de Baker Street. Una espesa niebla se extendía entre las hileras de casas par- duzcas, y las ventanas de la acera de enfrente pa- recían borrones oscuros entre las densas volutas amarillentas. Teníamos encendida la luz de gas, que caía sobre el mantel arrancando reflejos de la porcelana y el metal, pues aún no habían recogido la mesa. Sherlock Holmes se había pasado callado toda la mañana, zambulléndose continuamente en las columnas de anuncios de una larga serie de periódicos, hasta que por fin, renunciando aparen- temente a su búsqueda, había emergido, no de muy buen humor, para darme una charla sobre mis de- fectos literarios.
- Por otra parte - comentó tras una pausa, durante la cual estuvo dándole chupadas a su larga pipa y contemplando el fuego- , difícilmente se le puede acusar a usted de sensacionalismo, cuando entre los casos por los que ha tenido la bondad de
interesarse hay una elevada proporción que no tratan de ningún delito, en el sentido legal de la palabra. El asuntillo en el que intenté ayudar al rey de Bohemia, la curiosa experiencia de la señorita Mary Sutherland, el problema del hombre del labio retorcido y el incidente de la boda del noble, fueron todos ellos casos que escapaban al alcance de la ley. Pero, al evitar lo sensacional, me temo que puede usted haber bordeado lo trivial.
- Puede que el desenlace lo fuera - res- pondí- , pero sostengo que los métodos fueron ori- ginales e interesantes.
- Psé. Querido amigo, ¿qué le importan al público, al gran público despistado, que sería inca- paz de distinguir a un tejedor por sus dientes o a un cajista de imprenta por su pulgar izquierdo, los ma- tices más delicados del análisis y la deducción? Aunque, la verdad, si es usted trivial no es por culpa suya, porque ya pasaron los tiempos de los grandes casos. El hombre, o por lo menos el criminal, ha perdido toda la iniciativa y la originalidad. Y mi humilde consultorio parece estar degenerando en una agencia para recuperar lápices extraviados y ofrecer consejo a señoritas de internado. Creo que por fin hemos tocado fondo. Esta nota que he reci-
bido esta mañana marca, a mi entender, mi punto cero. Léala - me tiró una carta arrugada.
Estaba fechada en Montague Place la no- che anterior y decía:
«Querido señor Holmes: Tengo mucho in- terés en consultarle acerca de si debería o no acep- tar un empleo de institutriz que se me ha ofrecido. Si no tiene inconveniente, pasaré a visitarle mañana a las diez y media. Suya afectísima,
Violet HUNTER.»
- ¿Conoce usted a esta joven? - pregunté.
- De nada.
- Pues ya son las diez y media.
- Sí, y sin duda es ella la que acaba de lla- mar a la puerta.
- Quizá resulte ser más interesante de lo que usted cree. Acuérdese del asunto del carbunclo azul, que al principio parecía una fruslería y se acabó convirtiendo en una investigación seria. Pue- de que ocurra lo mismo en este caso.
- ¡Ojalá sea así! Pero pronto saldremos de dudas, porque, o mucho me equivoco, o aquí la tenemos.
Mientras él hablaba se abrió la puerta y una j oven entró en la habitación. Iba vestida de un mo- do sencillo, pero con buen gusto; tenía un rostro expresivo e inteligente, pecoso como un huevo de chorlito, y actuaba con los modales desenvueltos de una mujer que ha tenido que abrirse camino en la vida.