El mundo árabo-islámico como ellas nos lo contaron - Carmen V. Valiña - E-Book

El mundo árabo-islámico como ellas nos lo contaron E-Book

Carmen V. Valiña

0,0
8,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Durante siglos, viajeros, diplomáticos y políticos (hombres, en definitiva) dibujaron el inmenso territorio que va desde Marruecos a Afganistán como un "Oriente" a la vez exótico y amenazante, plagado de fanatismo y en el que la parte femenina de la sociedad raramente aparecía sino era bajo velos y sumisión. "El mundo árabo-islámico como ellas nos lo contaron" es todo lo contrario: un relato de mujeres periodistas sobre mujeres árabes y musulmanas que estudian, trabajan, luchan. En definitiva, que existen. Es la narración, con testimonios personales incluidos, del trabajo que las enviadas especiales de TVE han realizado sobre un puñado de los principales acontecimientos acaecidos en Oriente Medio y el Norte de África durante el periodo de la España democrática. Imposible no preguntarse si el increíble cambio vivido por las españolas durante esa etapa las llevó a observar el estatus femenino de otras mujeres con especial interés, para reconstruir, también en lejanos territorios, los avances y retrocesos, las preocupaciones y sueños que ellas mismas desarrollaron en una España en permanente mutación. Aquí, pues, narramos una historia que precisamente por ser tradicionalmente negada es todo un descubrimiento. Almudena Ariza, Érika Reija, Esther Vázquez, Letizia Ortiz, Llúcia Oliva y Rosa María Calaf son las periodistas cuyo trabajo en el mundo árabo-islámico se analiza en este libro. Pero, ¿ser mujer y periodista significa automáticamente ser feminista? ¿Aprovechan las enviadas especiales las opciones que se les presentan de entrar en peluquerías, viviendas o hammams en los que la entrada está vetada a los hombres? ¿Dan voz a un colectivo, el de las mujeres árabes y musulmanas, tradicionalmente invisibilizado en los medios de comunicación occidentales? Este libro, pues, parte de muchas preguntas y muy pocas certezas. Como la propia historia de sus protagonistas es, a la vez, inesperado y profundamente apasionante.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición electrónico: junio de 2017

© Carmen Vidal Valiña, 2017

© Clave Intelectual, S.L., 2017

Paseo de la Castellana 13, 5ºD – 28046 Madrid

Tel. (34) 91 781 47 99

[email protected]

www.claveintelectual.com

Derechos mundiales reservados. Clave Intelectual fomenta la actividad creadora y reconoce el trabajo de todas las personas que intervienen en las distintas fases del proceso de edición. Agradece que se respeten los derechos de autor y ruega, por lo tanto, que no se reproduzca esta obra, parcial o totalmente, mediante cualquier procedimiento o medio, sin el permiso escrito de la editorial.

ISBN: 978-84-947449-1-4

IBIC: JF: Sociedad y cultura

Índice

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

EL MUNDO ÁRABO-ISLÁMICO COMO ELLAS LO CONTARON

1 Miradas cruzadas entre «ellas» y «nosotras»

2 Y en principio, fueron las viajeras...

3 Los años 70 y 80: ¿dónde quedan las periodistas?

4 Años 90: Una presencia normalizada en la invasión iraquí de Kuwait

5 2000-2010: Las invasiones estadounidenses de Irak y Afganistan, en femenino

6 2010-2013: las revueltas árabes. Un cambio de paradigma

7 Conclusiones: cuatro décadas de miradas femeninas hacia el mundo árabO-ISLÁMICO

8 Ellas toman la palabra: entrevistas a las periodistas

9 Bibliografía y Webgrafía

Agradecimientos

Notas

A mis padres, Jaime y Marina, por haberme acompañado

con cariño incondicional.

A mis abuelos, Carmen y José, por enseñarme

que el amor por lo que se hace es la clave.

A Ana, porque es valiente y el mundo debería ser

de los que, como ella, se atreven a intentar ser felices.

Para que sigas soñando.

A Mari, viajera pionera de la familia, que me enseñó

la importancia de la independencia femenina mucho antes

de que supiese qué era eso del feminismo.

A David, Fran y Car, porque tienen la virtud

de hacerme sonreír con las cosas pequeñas de cada día.

A Salimi, porque convierte este viaje que es la vida

en pura magia. Karimilmente.

Porque os adoro

Son tiempos convulsos para el mundo árabo-islámico y sus mujeres: guerras, crisis de refugiados, enfrentamientos religiosos… Los medios de comunicación acostumbran a dibujar el inmenso territorio que va desde Marruecos hasta más allá de Irán como un lugar ingobernable ajeno a Occidente. Y una vez más resuena ese binomio de largo recorrido histórico, aparentemente irreconciliable: ellos y nosotros.

Pero, ¿qué sucede cuando las voces que nos cuentan esta parte del mundo son femeninas? ¿Hay algún cambio si en vez de fijarnos en la pléyade de hombres corresponsales prestamos atención a las mujeres que han sido enviadas a narrarnos qué pasa en Oriente Medio y Norte de África, en ese territorio que en su tiempo fue calificado, simple y exóticamente, de «Oriente»? ¿Introducen acaso ellas nuevos actores y actrices locales que nos obligan a replantearnos nuestra visión? ¿Se reduce la distancia entre ellos y nosotros o se continúa insistiendo en lo que divide más que en lo que une? «La historia de todos los tiempos, y la de hoy especialmente, nos enseña que las mujeres serán olvidadas si ellas se olvidan de pensar sobre sí mismas», decía allá por el siglo XIX la feminista alemana Louise Otto-Peters, y habría que preguntarse también si en el Iraq, el Afganistán o el Egipto narrado por las periodistas las locales son algo más que figuras pasivas, pobres mujeres a las que hay que liberar, si seguimos la retórica de Bush hijo allá por 2001. Habría que preguntárselo, sobre todo, cuando fueron elementos activos en las revueltas árabes, y cuando, tras la vorágine de protestas en Egipto, Libia o Túnez, luchan activamente por encontrar su sitio en regímenes que, una vez más, les fallaron en sus promesas de justicia e igualdad.

Este ensayo, pues, parte de muchas preguntas y muy pocas certezas. Si la historia es siempre impredecible, probablemente la del mundo árabo-islámico lo sea todavía más. Veamos cómo las periodistas de Televisión Española la han narrado durante las últimas cuatro décadas.

1

MIRADAS CRUZADAS ENTRE «ELLAS» Y «NOSOTRAS»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las mujeres han sido, indudablemente, uno de los colectivos protagonistas de los cambios en el periodo de la España democrática[1]. En las últimas cuatro décadas, han retrasado su edad de maternidad y matrimonio, han incrementado notablemente su entrada en el mundo laboral y han redifinido nuevos modos de vivir su vida, en un entorno en el que sus derechos también se han incrementado. Las mujeres son mayoría en las facultades de periodismo españolas, y su presencia en televisiones y periódicos está absolutamente normalizada. Con todos esos cambios, tanto en el sector periodístico propiamente dicho como en el social en sentido extenso, podría pensarse que los contenidos de las noticias emitidos en los últimos años darían un mayor protagonismo al sexo femenino, pues ellas son protagonistas y productoras de información. Igualmente, la presencia de lo árabe e islámico es palpable en la España de los últimos años, en la que se han incrementado de manera notable los flujos migratorios procedentes del otro lado del Estrecho ya desde los años noventa del siglo XX. Y con ellos, los cambios en la manera de percibir a ese Otro. La llegada masiva de refugiados sirios a Europa y las posturas encontradas que se han manifestado en España hacia su acogida o rechazo constituyen el último capítulo de esta historia de intercambios, en la que a la altura actual, hay ya musulmanes españoles, conversos al Islam, matrimonios mixtos e hijos de padres marroquíes nacidos en la Península. Las fronteras, ahora más que nunca, se han diluido, y con ellas, la idea de una identidad homogénea y cerrada, aunque haya quien siga cultivando una islomofobia más o menos velada.

En ese contexto de contactos, recelos y convivencias, en el que el mundo árabo-islámico no se percibe sólo a través de una pantalla, sino que está cada vez más presente en nuestra sociedad, los medios definen la realidad y actúan en gran medida como mediadores respecto a las audiencias, señalándoles asuntos sobre los que pensar y temas dignos de interés, a los que merece la pena dedicar atención. Más aún en el caso de la televisión, con índices de audiencia muy superiores a los de la prensa escrita y con un contenido visual de impacto inmediato y potentísimo sobre la retina de los espectadores.

La referencia constante de los medios occidentales a la opresión de las mujeres árabo-musulmanas y a aspectos como el velo ha adquirido dimensiones notables en este contexto. Baste recordar que uno de los aspectos de la retórica pro-invasión de Iraq[2] y pro-invasión de Afganistán en pleno siglo XXI fue, justamente, liberar a las «pobres iraquíes» y a las «pobres afganas» de unos regímenes que las oprimían injustamente, en buena medida por las características «inherentes al Islam» que los dominaban. La manera de representarlas, pues, va mucho más allá de la mera descripción de un colectivo concreto: tiene repercusiones sobre la visión global que la audiencia española adquirirá sobre una realidad mucho más amplia (no hace falta más que recordar cómo la visión de mujeres en burka se instrumentalizó en el caso afgano, por parte de muchos medios de comunicación españoles, para representar la barbarie del régimen de los talibanes y, por extensión, los supuestos peligros de la religión musulmana).

Pero, ¿se repite la misma retórica cuando las que hablan de esas mujeres son otras mujeres? Sin duda, el análisis de las piezas que producen las periodistas y de sus propios perfiles puede aportarnos pistas sobre un posible discurso diferenciado frente al de sus homólogos masculinos o, por el contrario, puede llevar a concluir que el sexo del informador no tiene ningún tipo de influencia sobre su trabajo. ¿Consideran a las mujeres fuentes prioritarias en sus piezas? ¿Les interesan especialmente los temas en los que ellas están involucradas? ¿Aprovechan su labor como periodistas para dar voz mediática a un colectivo que a menudo en sus sociedades no la tiene?

Gema Martín Muñoz destaca, sobre todo, dos aspectos en el tratamiento informativo del Islam y el mundo árabo-musulmán en los medios de comunicación occidentales: por un lado, la importancia que ha adquirido en los últimos años el factor de la diferencia cultural en clave conflictiva y por otra, la interpretación de los hechos desde la perspectiva de un supuesto «determinismo islámico» que defendería que ciertos acontecimientos suceden porque sus autores son musulmanes[3]. De este modo, cuando la audiencia española contempla Oriente Medio y el Norte de África a través de los medios de comunicación, la imagen que recibe viene habitualmente marcada por la inestabilidad, la violencia o la guerra, todo ello en el marco de regímenes autocráticos que dejan poco espacio a la democratización. La historia de esta región en la contemporaneidad se trata frecuentemente como una anomalía dentro del sistema internacional, como una realidad exótica que no encaja dentro de los parámetros habituales[4]. El atraso económico y la falta de libertades que normalmente se asocian con Oriente Medio y el Norte de África se han explicado aduciendo muy diversas razones. Ignacio Gutiérrez de Terán las resume en tres: la crisis económica, que ha favorecido además el islamismo radical; la inexistencia de una sociedad civil que ejerza la presión necesaria para implantar reformas a unos dirigentes faltos de cultura democrática (algo que quizás habría que replantearse a la luz de las revueltas de 2010 y 2011) y la inanidad de los textos y las instituciones, que fomentan la existencia de constituciones sin constitucionalismo[5]. Además, la empresa colonial europea inauguró una intensa presencia de los actores extranjeros en el sistema regional árabe, que hace que Oriente Medio sea la región más intensamente penetrada del mundo[6].

Analizar el discurso que produjeron las periodistas de TVE sobre ese «Oriente» que sigue estando en el imaginario popular a caballo entre lo exótico y lo amenazante permitirá percibir hasta qué punto el sexo de quien informa influye en su mirada, al tiempo que conectar su cobertura con la situación de las mujeres españolas durante la democracia permitirá comprobar si los cambios económicos, políticos, sociales, etc. que tal colectivo ha vivido desde entonces han influido o no en su manera de aproximarse informativamente a la realidad del mundo árabo-islámico: ¿su creciente entrada en el mercado laboral en las últimas cuatro décadas ha conducido a las periodistas a buscar modelos locales similares, mujeres activas en sus respectivas sociedades? ¿La obtención progresiva de derechos que han logrado las españolas ha aumentado su interés por reflejar la falta de ellos o su consecución en las mujeres del Norte de África y Oriente Medio?

La variedad y relevancia internacional de los hechos acaecidos en Oriente Medio y Norte de África durante las cuatro últimas décadas es innegable. La región ha protagonizado en cuarenta años eventos cuya importancia han impregnado las dinámicas de buena parte del mundo. Este ensayo analizará algunos de los que revistieron mayor impacto en los medios de comunicación españoles, comprobando de manera específica cómo TVE recogió tanto esos eventos como el papel de las mujeres locales en ellos. Si bien ha implicado dejar fuera a ciertas periodistas de enorme importancia, como Carmen Sarmiento, dicha delimitación era obligatoria para no terminar generando un volumen inmanejable. Pero antes de iniciar el viaje, echemos una mirada mucho más atrás en el tiempo y comprobemos cómo, mucho antes de la llegada de las periodistas, otras españolas se les adelantaron a la hora de recorrer el mundo árabo-islámico

2

Y EN EL PRINCIPIO, FUERON LAS VIAJERAS…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mucho antes del surgimiento de los grandes medios de comunicación y del envío de las mujeres como corresponsales habituales a los rincones más perdidos del globo, las viajeras rompieron barreras y demostraron que «mujer» y «viaje» son conceptos bien avenidos. Ellas fueron las auténticas pioneras y el antecedente más inmediato de las periodistas que estudiaremos a continuación. Aunque las biografías, circunstancias de partida y medios de trabajo y de vida de unas y otras son muy diferentes, entre ambas existe un hilo conductor que no se refiere sólo a la continuidad en el tiempo de los conceptos de mujer-viaje-«Oriente». Unas y otras demostraron y siguen demostrando que ser mujer y conocer los rincones más peligrosos y alejados del globo no son ideas ni mucho menos incompatibles.

El siglo XIX es el momento de los grandes viajes, con el desarrollo comercial y la gran expansión colonial de Europa, que promueve exploraciones para investigar las condiciones de los territorios conquistados. Los viajes se verán también favorecidos por la curiosidad científica y la afición al descubrimiento que se fomenta durante estos años[7]. Es en 1850 cuando la famosa agencia Cook abre el Oriente para el turismo (en un siglo que contempla el auge del orientalismo) y permite que los viajes a esta zona del mundo amplíen su abanico de público más allá de las clases privilegiadas. Por otro lado, el hecho de que el exotismo aparezca en el siglo XIX no sólo como un fenómeno literario y artístico, sino también como un hecho cultural, insinuándose en las costumbres, las modas y las formas de vida, incrementó el interés de todos los viajes hacia tierras árabes[8]. Para las viajeras, recorrer mundo era iniciar un apasionante «viaje acción», que les permitía intentar una verdadera salida no sólo fuera de sus espacios habituales, sino también más allá de los papeles que les atribuía su sociedad de origen[9]. A comienzos del siglo XX fue posible para las mujeres el equivalente de la «gran gira» o Grand Tour que desde hacía mucho tiempo realizaban algunos varones. A partir de ese momento el viaje forma parte del imaginario femenino, alimentado de lecturas y de ilustraciones que expandían revistas como Tour du Monde o Harper´s Bazaar y de las exposiciones universales. Entre 1853 y 1856, Livingstone cruza el continente africano; en 1855 se celebra la Exposición Universal de París; en 1860-1863 John Hanning Speke y James Grant llegan al Nilo, y en 1869 se abre el Canal de Suez; naciendo el siglo XX, en 1900, Francia e Italia firman su acuerdo sobre Marruecos y Trípoli, y cuatro años más tarde lo hacen España y Francia; en 1909 se inicia la edad heroica de la aviación, y entre 1910 y 1912, Admundsen descubre el Polo Sur. Se producen además otra serie de hechos políticos, desarrollos científicos y literarios que pueden ayudar a comprender la manera de aproximarse al mundo árabe de las viajeras: Joseph de Gobineau publica entre 1853 y 1855 su Essai sur l´inegalité des races humaines y en 1859 sale de la imprenta El origen de las especies, de Charles Darwin. Es también la época de los imperios: en 1852 se inaugura el II Imperio Francés, y en 1871 se funda el Imperio colonial alemán, al tiempo que el inglés sigue en su apogeo cubriendo países de varios continentes.

El peso de las viajeras anglosajonas va a ser aplastante en relación con las españolas, pero unas y otras comparten, a pesar de moverse en contextos de origen muy dispares, la ruptura de barreras a la vez geográficas y sociales, cuestionando el papel en sociedad que se les había atribuido por el mero hecho de ser mujeres. El ideario burgués fue elaborando durante todo el siglo XIX un «imaginario colectivo», un modelo social y un discurso dominante basados en la exclusión de la mujer de la esfera pública, reservada únicamente para el hombre. Esa dualidad artificial se tradujo en un modelo de mujer ideal, presentada como el «ángel del hogar» y relegada a la función de esposa y madre[10]. Se trata de la ideología típica de la burguesía victoriana, visible claramente en la Gran Bretaña de la época, pero cuya doctrina de las dos esferas, con una rígida separación por sexos entre lo público y lo privado, es perceptible también en el caso español.

Poco tiene que ver la trayectoria de las mujeres que ahora veremos con ese supuesto ideal mayoritario: ellas viajaron solas, se codearon con hombres de muy diversas procedencias sociales y culturales, escribieron, dando a conocer sus propias vivencias y reflexiones al gran público y, en suma, se movieron fuera de los estrictos márgenes de lo doméstico. Al complementar sus viajes con la escritura, las viajeras subieron un peldaño más en su reconocimiento como personas públicas activas. El acto de escribir no es inocente y como ha apuntado Cristina Enríquez de Salamanca, al representarse como seres femeninos a través de su escritura, las viajeras reivindicaron la existencia de la mujer como sujeto[11].

 

 

Oriente como creador de imaginarios. Entre la construcción desde la alteridad y el imperialismo simbólico, entre la fascinación y la crítica

 

Oriente (sea el Oriente Medio para los británicos, el «Oriente» marroquí para los españoles) fue durante todo el período estudiado un lugar para la ensoñación y la fantasía del viajero. Las traducciones de Las mil y una noches, las imágenes de odaliscas y refinados harenes del arte… Todo ello contribuía a crear una atmósfera de misterio y fascinación en torno a esta parte del mundo que todavía no se había terminado de cartografiar. En este contexto, en el que el territorio no europeo era para los habitantes del Viejo Continente mucho más desconocido de lo que lo es ahora, el papel de los viajeros fue especialmente importante a la hora de crear imágenes y representaciones. En este sentido, elaboraron con sus relatos y crónicas auténticas geografías imaginarias, en las que, junto al relato descriptivo de los hechos, los mitos y las fantasías también jugaron un papel muy importante[12].

El poder de los viajeros europeos para trasladar ese mundo a sus audiencias radicaba en su capacidad para modelarlo de acuerdo con su mirada. Lo que el público al fin y al cabo recibía no era una visión descriptiva y objetiva de Oriente, sino una imagen tamizada del mismo, transformada por la mirada de otro europeo. ¿Eran estas imágenes distorsionadoras o veraces? Esa es ya otra cuestión, pero el poder de atracción irresistible que sus relatos tenían para una audiencia ávida de exploraciones y nuevos conocimientos era innegable. Oriente devino el espacio de los deseos y, como tal, un lugar vacío en el que era posible construirse[13]. Viajar siempre supone, y más en una época en la que no era tan sencillo desplazarse, una interacción con el Otro y una construcción desde la diferencia[14]. Los viajeros van a resaltar, precisamente, los aspectos más distintivos y diferenciados de ese mundo árabe en relación con el mundo europeo del que partían, lo que conlleva una construcción del Otro no sólo como extranjero, sino principalmente, como exótico[15].

Ese Otro no es únicamente una cultura diferente con la que el viajero se relaciona. Es también, en muchos casos en esa época, un colonizado. Lo fueron los súbditos del Imperio Británico durante la época de Gertrude Bell o los marroquíes que luchaban por liberarse de la ocupación española en la Campaña del Kert que cubrieron informativamente viajeras españolas como Carmen de Burgos y Teresa de Escoriaza. La cobertura de los viajeros sobre estos territorios no va a ser pues siempre inocente y puramente geográfica. Muchos de ellos fueron portadores de un auténtico «imperialismo simbólico», en palabras de Dolors García Ramón[16], a través del que alabaron la política de su país de origen en el territorio ocupado o mantuvieron actitudes de superioridad respecto a la población nativa.

Ello convive, en el caso de las viajeras, con una atención minuciosa a los paisajes, gentes, etc. de este territorio, de manera que sus textos se convierten en una fuente relevante para conocer a las poblaciones nativas y adquieren valor etnográfico. No es casualidad que hayan sido consideradas, de hecho, auténticas «exploradoras sociales»[17]. En este sentido, los relatos de las mujeres viajeras son sobre todo relatos de la cotidianeidad más que de grandes acontecimientos, y muestran una experiencia de Oriente más privada que pública, individual antes que institucionalizada[18]. El hecho de que fuesen consideradas inofensivas, o una curiosidad, les facilitaba el diálogo y muchas veces les abría puertas a los aspectos más privados de las personas cuyas vidas compartían mientras viajaban de país en país[19]. Ciertos espacios que estaban vedados incluso a los exploradores más famosos e intrépidos sí se abrieron para ellas. En este sentido, la sola presencia de mujeres viajeras abre ya fisuras a través de las que se puede (re)analizar la idea de la alteridad de una forma menos hegemónica y más heterogénea que si tenemos únicamente en cuenta la perspectiva masculina de contacto con el otro[20].

En el caso de las viajeras españolas, considerándolas como antecedentes de las periodistas, encontraremos tres nombres principales durante los primeros años del siglo XX: se trata de Carmen de Burgos[21], que en 1909 visitó Marruecos como corresponsal[22]; Teresa de Escoriaza (Félix de Haro), que fue enviada a Melilla por el periódico La Libertad, escribiendo dieciocho crónicas que se recogerían posteriormente en el libro Del dolor de la guerra (Crónicas de la campaña de Marruecos)[23], y Consuelo González Ramos (Celsia Regis, Doñeva de Campos en su traslación literaria), que trabajó como enfermera en la campaña del Kert, además de ser muy activa en política: se convirtió en una de las primeras concejalas del Ayuntamiento de Madrid, pidió el voto femenino y escribió, en 1925, la obra La mujer en los municipios. Además, fundó la Casa de la Mujer y dirigió el periódico La Voz de la mujer. El cuarto nombre señalado es el de Aurora Bertrana, que se trasladó a Marruecos con la finalidad fundamental de conocer en profundidad a sus mujeres, unos años más tarde, ya en la década de 1930.

El destino de todas estas viajeras es único: Marruecos. Y no se trata de un destino casual: la política exterior española de mediados del siglo XIX redirigió sus anhelados intereses ultramarinos hacia territorios más cercanos, apareciendo un interés colonialista claro por el imperio alauita, que culminó con la designación de un Protectorado franco-español en este territorio (1912-1956). Acompañando a ese interés, aumentaron también quienes se desplazaron a Marruecos y dejaron escritas sus experiencias viajeras. Marruecos se convirtió así en el «Oriente doméstico» de los españoles[24]. A partir del primer decenio del siglo XX, la «cuestión marroquí» deviene uno de los pilares fundamentales de la política exterior española, tanto por voluntad propia (potenciales intereses comerciales, deseo de jugar un cierto papel internacional tras la crisis de 1898), como por el hecho de que España se ve involucrada en las estrategias geopolíticas en el Magreb de las dos grandes potencias coloniales del momento, Francia y Gran Bretaña. Arrancando del desastre colonial del 98 y coincidiendo con el apogeo de la expansión colonial en África, el africanismo español se consolida como ideología política y tema de debate nacional tanto en las Cortes como en la prensa. La expansión colonial española en Marruecos entra en una fase militarista en 1909[25], que cubrirán Carmen de Burgos y Teresa de Escoriaza desde el frente periodístico y Consuelo González Ramos como enfermera.

Salvo en el caso de Aurora Bertrana, que visita el país una vez terminada la guerra y que parece apostar por una posición más neutra, el tono de las otras tres viajeras es propagandístico y hasta exaltado a la hora de defender el papel de España, un imperio en franca decadencia en esa época. Teresa de Escoriaza, por ejemplo, ofrece un duro retrato de la guerra del Rif y de sus consecuencias, pero reserva para los soldados españoles su compasión, pues el padecimiento que sufrían las mujeres rifeñas con la pérdida de sus hermanos o maridos sólo aparece de manera muy marginal en sus crónicas. Por el contrario, se destaca la crueldad de la población local. Para Carmen de Burgos y Consuelo González Ramos, que visitan Marruecos durante la campaña del Kert, el papel de España en dicho país está claro: se trata de llevar la «civilización» a un país sumido en la barbarie. Cuando se hace referencia a la población marroquí, la situación se presenta siempre empleando estos términos maniqueos, que invisten a los locales de una serie de características estereotipadas y negativas. Consuelo González Ramos relata: «trémulas de esperanza y de temor asistimos las mujeres a la lucha que se está desarrollando en estos campos rifeños. ¿Qué sería de nosotras si venciera la barbarie?»[26]. Ella es la más radical en sus críticas hacia esa «barbarie» marroquí, y su discurso adquiere incluso tintes raciales: «regocijémonos los nacidos en hispano suelo de pertenecer a una raza superior, cuyos hombres saben morir con nobleza y dignidad por civilizar y dar la dicha a un continente salvaje»[27].

Los estereotipos son otras de las constantes en los relatos analizados. Estereotipos seculares que no se modifican a pesar de que entren en contacto directo con las poblaciones a las que se refieren, y que, además, les conviene mantener para servir al objetivo ideológico de justificar la intervención española en Marruecos. Consuelo González Ramos apunta que «lo que nos ocurre a nosotras (las españolas) con las moras, que siempre las miramos con curiosidad y las interrogamos sobre esos misterios secretos que hemos leído en Las mil y una noches»[28]. Carmen de Burgos, en su obra En la guerra, presenta más ejemplos de estos estereotipos: los tenderos marroquíes le evocan las figuras de aquellos mágicos mercaderes de Bagdad que vendían las alfombras y las pócimas milagrosas de los cuentos de Scherezada (página 20); los rifeños son «feroces» y «desprecian la muerte» (p. 20); el sol ardiente de África le hace pensar en «alcázares, califas y odaliscas» (p. 31). Todos estos estereotipos y construcciones del Otro resultan realmente interesantes como elemento de análisis, desde el momento en que permiten efectuar comparaciones con el discurso que las periodistas de TVE cultivarán más de sesenta años después: ¿se ha modificado radicalmente dicha imagen de las mujeres locales o solamente se ha tamizado? ¿Se sigue invistiendo al mundo árabo-islámico de características de amenaza y otredad?

Aunque parezca curioso teniendo en cuenta la barbarie con la que se presenta a todo este territorio, las mujeres locales constituyen parte fundamental de las piezas de las viajeras españolas. Para Aurora Bertrana, incluso, ellas y su modo de vida constituyen el fin principal por el que viaja. Sin ir tan lejos, las reflexiones de Carmen de Burgos sobre la vida de las féminas en el conflicto del Kert también aparecen recogidas en su obra En la guerra. ¿Cómo podemos justificar esta atención especial a las mujeres de una sociedad que se acaba de considerar bárbara y opuesta a las más elementales reglas de la civilización? Pues creo que precisamente acudiendo a ese mismo interés de seguir desacreditando a tal sociedad: destacando la ferocidad de las mujeres y su falta de derechos se aporta un argumento más a la barbarie de los «moros» contra los que España combate. Aurora Bertrana, por ejemplo, pretendía en su obra El Marroc sensual i fanàtic, entre otras cosas, denunciar las presiones reales y metafóricas que recluían a las mujeres árabes en un espacio inaccesible[29]. El harén, que en la retórica orientalista se había considerado símbolo de lujo y placer sensual, aparece en el relato de Consuelo González Ramos como un símbolo más de la opresión del árabe hacia sus mujeres: «(el otro bando) integra el retroceso y fanatismo y lleva en su centro el serrallo, ominoso emblema de la esclavitud y villanía». España aparece, así, como «redentora» de la mujer marroquí, en un sentido cuasi mesiánico: «¡Oh, mujer africana! ¡El triunfo de las armas españolas será tu redención! ¡El serrallo para ti se anulará, y gozarás, por nuestro impulso, de la libertad que nosotras disfrutamos ya cerca de 20 siglos!»[30] (No olvidemos aquí el halo de «mesianismo» que también cubrió el discurso estadounidense para «justificar» la invasión de Iraq aludiendo a la «liberación» que traería a sus mujeres). La mujer se termina incluso en ocasiones perfilando como enemiga en los relatos de Carmen de Burgos: «no iban a la lucha por amor a los suyos, sino por ferocidad, por odio al enemigo. Las leyendas de su apasionamiento eran tan falsas como las de su belleza (…). Las moras eran todas feas, deformadas, negras»[31].

La elección de criticar el modo de vida de las mujeres locales tiene también en ocasiones otra finalidad: sirve como herramienta para posicionarse y reforzar la identidad propia delante del lector. No deja de ser curioso que las autoras hagan referencia a la libertad de que ellas gozan en relación con las marroquíes, cuando en sus propias trayectorias vitales se han enfrentado con los problemas derivados de ser mujeres y adquirir reconocimiento por sus profesiones, más allá del estrecho margen del hogar y la familia. En el caso de Aurora Bertrana, su autorrepresentación como mujer libre y occidental es muy clara, y sin duda se veía favorecida al contraponer esta identidad a la de la mujer marroquí «no liberada»[32].

Sin embargo, y a pesar de todos los prejuicios y sesgos ideológicos que los relatos de las cuatro analizadas presentan, sus obras son de innegable interés por efectuar una aproximación a la realidad marroquí en la que la vida cotidiana y su población femenina tienen un protagonismo especial. Por el hecho de ser mujeres, pudieron entrar en reductos cerrados a los hombres occidentales. Aurora Bertrana, por ejemplo, visitó un prostíbulo de Tetuán, un harén en Asilah y una prisión de mujeres en Chaouen[33]. El relato de Carmen de Burgos emana una cotidianidad nunca antes observada en las crónicas de guerra, siempre escritas por hombres, otorgando un protagonismo especial a todo lo que rodea a los enfrentamientos armados durante la campaña del Kert (sentimientos de los soldados, padecimiento de las mujeres…). Teresa de Escoriaza, por su parte, introdujo en buena parte de sus crónicas un cierto tono sentimental, con más protagonismo que el puramente bélico, predominante en los cronistas masculinos. En sus piezas aparecen, así, madres amantísimas deseosas de cuidar a sus hijos, cartas de amor nunca respondidas o cunas abandonadas en el fragor del combate. «Yo no he venido aquí para alzarme sobre las cumbres de la fantasía, sino para descender a los valles-valles de lágrimas-de la realidad», afirmaba en Del dolor de la guerra[34]. Y aunque esa aproximación a los acontecimientos bélicos pueda entenderse como excesivamente sentimental o poco relevante, lo cierto es que al visitar a los soldados en el cuartel y los hospitales, ver qué comen o dónde duermen, sus crónicas rezuman un genuino sabor experiencial, acentuado por su gusto por la narración en primera persona y el estilo directo, como testigo y protagonista. Si a ello añadimos que desde 1921 abandona su pseudónimo de Félix de Haro para firmar con su propio nombre, reafirmando su personalidad como mujer y escritora[35], podemos entender que esa recurrencia a lo subjetivo y experiencial es una verdadera novedad en el periodismo de su tiempo: puede que Teresa de Escoriaza ya orientase sus crónicas hacia un público femenino (las mujeres eran cada vez más numerosas como escritoras y lectoras en las primeras décadas del siglo XX), que valorase justamente su subjetividad y que prestase especial atención a los testimonios de madres y novias. Así lo reconoce cuando afirma «A vosotras, desconocidas amigas mías, es transmitido. Lo recibí con la angustia que lo hubierais recibido vosotras»[36]. Ya no era necesario, pues, centrarse únicamente en los grandes actos, sino que también se podía apostar por la magia de la cotidianidad.