9,99 €
UN RECORRIDO POR LOS DESTINOS DE FICCIÓN MÁS FASCINANTES DE LAS LEYENDAS, LA LITERATURA Y EL CINE. Las artes y la cultura popular han creado desde siempre territorios y lugares ficticios que podrían existir en nuestro mundo. De Gotham a Macondo, de la Atlántida a la ínsula de Barataria del Quijote, de la isla del tesoro a la isla de Perdidos, de Syldavia a Twin Peaks. ¿Qué tienen en común estos territorios? Todos ellos son imaginarios, pero se deslizan por las rendijas de nuestra realidad para hacer que la ficción sea plausible. En esta entretenida y práctica guía descubrirás todas estas «geoficciones» que conforman nuestro mundo y que también hablan de nosotros mismos y de nuestra historia. Sumérgete en los más apasionantes destinos de la ficción en este viaje repleto de anécdotas y de historias divertidas que nunca habrías llegado a imaginar.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 217
Título original francés: Petit guide des villes et des pays imaginaires.
© del texto: David Glomot, 2023.
© de la traducción: Manuel Martí Viudes, 2024.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2023.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: junio de 2024.
REF.: OBDO355
ISBN: 978-84-1132-804-3
EL TALLER DEL LLIBRE • REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito
del editor cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida
a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro
(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
(www.conlicencia.com; 917021970 / 932720447).
Todos los derechos reservados.
No me parece extraño que un poeta esté acostumbrado a fabular, puesto que todos los días vemos a los filósofos hacer lo mismo; lo único que me sorprende es que los historiadores también pretendan que los creamos [...]. Así pues, diré cosas que no he visto ni oído, y que, además, no son ni pueden ser; por eso nadie debe creérselas.
LUCIANO DE SAMÓSATA
El único acto intelectualmente auténtico es la invención.
MICHEL SERRES
UN DÍA, MIENTRAS RECORRÍA CON DELECTACIÓN UN atlas,mis hijos vinieron a importunarme, como solo los niños son capaces de hacerlo. Querían practicar geografía, ya, inmediatamente. Yo les dije que fueran a Pétaouchnok. Raudos como el viento, se precipitaron sobre el mapamundi y se pusieron a buscar con un frenesí y una dedicación propios de los grandes exploradores, como en tiempos de Verne, Stevenson, Stanley y Livingstone. Los más metódicos consultaron el índice del atlas, y después teclearon posibles variantes ortográficas en un célebre motor de búsqueda. Encontraron Pétaouchnok, su definición, pero no sus coordenadas.
Así fue como nació la idea de este volumen. Poco tiempo después, el Festival Internacional de Geografía de Saint-Dié-des-Vosges organizaba su 26.ª edición (en 2015) sobre el tema «Territorios de lo imaginario». Ello dio ocasión de poder hablar en una mesa redonda acerca de los países ficticios en los juegos de rol y en los videojuegos, y de proponer una conferencia sobre los mundos múltiples de los juegos de simulación. El diario Libération también me propuso publicar una página en su edición del 1 de octubre de 2015 para presentar el mundo de Westeros, escenario de la serie Game of Thrones, con el valor añadido de un excelente mapa realizado por Patrice Killoffer. Y así, años más tarde, como resultado de una serie de investigaciones laberínticas por espacios de accesibilidad aleatoria...
Aquí no estamos hablando de mundos puramente imaginarios, exteriores, lejanos, futuristas o pertenecientes a una era ya pasada (la Tierra Media de J. R. R. Tolkien, la galaxia de Star Wars de George Lucas, el continente de Westeros de George R. R. Martin...).[2] Estos podrían ser objeto de otro volumen tan corroborativo como este. En la presente recopilación solo presentaremos entidades geográficas que pertenecen a nuestra Tierra. Estas geoficciones formarían parte de nuestro presente y de nuestra historia. Sin embargo, no serían más que ficciones. Partes imaginadas de un territorio terrestre que ha dejado de tener misterio.
¿Realmente imaginadas? ¿Y si se tratase de países desaparecidos, inexplorados, olvidados, cuya existencia solo ha sido dada a conocer por ciertos novelistas, cineastas o autores de cómics? Son lugares que pueden cartografiarse y cuya historia puede ser contada. Algunos viajeros los han explorado, a veces sin pretenderlo. Se trata de enclaves que, simplemente, están mal documentados. Lo cual resulta inquietante, en la era de las imágenes por satélite y de Internet. No los hemos olvidado; así como Colombia y América deben pragmáticamente su nombre a Cristóbal Colón y a Américo Vespucio, en cambio, la Amazonia, la Patagonia, Florida, California y las Antillas hacen referencia a parajes imaginarios del mundo antiguo y medieval: el país de las feroces guerreras amazonas, la tierra de los gigantes patagones. El reino de las novelas de caballerías, la mítica isla de Antilia, la de las siete ciudades de oro... todas ellas ficciones hechas realidad, tal como explica el geohistoriador Christian Grataloup. En la geografía de la Antigüedad, el límite entre el sueño y lo real no siempre estaba claro. Los europeos del siglo XVI simplemente otorgaban a lo real los nombres de lo que habían soñado. Asimismo, China toma su nombre de una de sus prestigiosas dinastías (los Qin), pues nos resistimos a llamarla por su verdadero nombre, que suena demasiado serio para nuestros oídos europeos: Zhongguo, la «tierra del medio», tal cual.
El mapa y la imaginación hicieron (muy) buenas migas, y, en cualquier caso, no hay nada de malo en querer representar a escala las extensiones ficticias. Es algo que funciona muy bien y aporta más entidad a estas creaciones, como si una geoficción no estuviera completa hasta que no poseyera su propio relieve topográfico. Si nos gusta tanto leer y releer La isla del tesoro, es porque la obra de Stevenson comienza con el célebre mapa. Enseñadle una vista de la Tierra Media a un fan de Tolkien, y evocará deliciosas reminiscencias de su lectura, o revivirá épicos recuerdos de sus partidas de juegos de rol. ¿Y qué decir de los preciosos créditos de la serie televisiva Juego de Tronos, o de la música de Ramin Djawadi que viste el plano secuencia donde se muestra el mundo de Westeros bajo la forma de un híbrido de mapamundi y juego de construcción? No podría imaginarse un mejor modo de entrar en materia, lúdico y geográfico a la vez. Inmersivo. Este es, también, aunque de un modo más modesto, el objetivo de la presente obra: sumergiros en estos espacios inexistentes.
AFINALES DE OCTUBRE DE 2022, APARECIÓ ANTE NUESTROS ojos una creación geográfica participativa y viral. @gaspardoo, un usuario de Twitter, a fin de burlarse de la incultura geográfica de los estadounidenses, mencionó Listenbourg, nación europea limítrofe con España y Portugal. La cosa se desmadró en cuestión de horas: Listenbourg contaba con una cartografía precisa, una historia, un gran premio de Fórmula 1, un prefijo telefónico, una delegación olímpica y una lista de celebridades que pasaban allí sus vacaciones. Así nacen las geografías imaginarias.
Este libro no habla de regiones fabulosas, fantásticas, fantasmales y estrambóticas. Pero, gracias a él, descubriremos elementos creados, alterados o retocados e integrados en la realidad por la mitología y la imaginación. ¿Utopías? ¿Distopías? ¿Geografías paralelas? ¿Realidades alternativas? ¿Invenciones geográficas? ¿Mundos construidos? ¿Paracosmos? ¿Counterfactual geography? ¿O todo ello no son más que geoficciones?
Estos territorios están implantados en lo concreto. Lindan con espacios que nos resultan conocidos. A algunos el público los considera verdaderos, y no necesariamente el más ingenuo. Lo que hace tan creíble a Sherlock Holmes es su piso de soltero en el 221 B de Baker Street, en el noroeste de Londres. Hoy en día sigue habiendo gente que se desplaza hasta allí para comprobar que el lugar existe.
Así pues, hablar de geografía imaginaria no es hablar de geografía de lo irracional. Hay que saber contener la imaginación, reconducirla hacia lo real. La ficción geográfica no pertenece al onirismo: está enraizada en lo concreto, en el tiempo y el espacio. No es más que un camino alternativo, ficción verosímil. ¿Sabíais que algunos países ficticios tienen sus abreviaturas para las matrículas? La de Francia es «F», la de Groland «GRD», y la lucen con orgullo los automóviles de seis millones de ciudadanos. ¿Y sabíais que la biblioteca del Congreso de Estados Unidos, encargada de asignar el famoso ISBN a las obras publicadas, ha reservado una serie de números para publicaciones procedentes de países de geoficción? ¡Y en cuanto a las normas internacionales ISO, el código es «ZZ» si provienen de un territorio imaginario! Con estas cosas, toda precaución es poca.
Además, la geografía imaginaria brinda un excelente acceso a la comprensión del mundo real: ¿acaso existe una estación termal más encantadora que Portmeirion, la «villa» de El prisionero? ¿Acaso Twin Peaks no es el arquetipo de una pequeña ciudad estadounidense? ¿Acaso el más auténtico Far West no está presente en el videojuego Red Dead Redemption? En el Caribe hay cientos de islas, y todas ellas conocieron la edad de oro de la piratería, pero ninguna ha alcanzado el destino icónico de La isla del tesoro. Es posible describir y analizar el destino político de las ciudades griegas, sus trágicas hegemonías, pero nada iguala la metáfora de la Atlántida tal como Platón nos la legó. Y, finalmente, visto que la mayoría de los estudiantes son incapaces de distinguir Eslovenia de Eslovaquia, desentrañar el embrollo de los Balcanes y de la Europa del Danubio pasa forzosamente por el estudio de Syldavia y Borduria. Dos países similares, a los que solo separan sus diferencias.
Todas las creaciones que presentamos aquí remiten por lo general a obras literarias, pues ni el geógrafo ni el cartógrafo pueden alcanzar el grado de realismo y precisión del guionista o del novelista. Estos últimos describen el mundo tal como es según ellos, y solo se imponen como límites los propios de la verosimilitud relativa. Cual demiurgos, los autores forjan universos a la medida de su talento y según su voluntad, para gran deleite del lector, del espectador o del jugador. Por desgracia, la actual inflación de «mundos creados», tanto en el cómic como en los videojuegos o el cine, no es necesariamente una marca de creatividad: muy a menudo no se hace otra cosa que crear pastiches de lo que ya ha sido imaginado. Muchos autores de literatura fantástica creen que basta con añadir un mapa a su manuscrito para garantizar la calidad de su invención. Eso no es Tolkien.
Construir una geoficción exige fijar unas reglas de credibilidad. Uno puede situar su pequeño universo en una isla, sin tener que establecer relaciones complejas, sin tener que hacer que la localización sea coherente con el relieve, el clima o las civilizaciones de su entorno... Pero, si el creador elige un territorio continental, es necesario que la topografía y las distancias resulten aceptables, hay que ser capaz de colarse por los intersticios de la realidad para hacer plausible la ficción. Así, la creación será un espejo del mundo conocido, con una toponimia y una lengua que suenen bien, unas condiciones biológicas verosímiles, y deberá insertarse en la historia global. Pierre Jourde habla de «mundos insertados, intercalados». La libertad literaria se ve obstaculizada por las exigencias del lugar.
Como decía Robert Louis Stevenson, gran constructor de espacios ficticios, «me han asegurado que hay personas a las que no les interesan los mapas, pero me resisto a creerlo». El presente trabajo aspira, con toda modestia, a conformar un primer inventario de los territorios imaginarios (innumerables por definición). La ambición que persigue queda puesta en entredicho por las lagunas que presentan los relatos y por los excesivos vacíos que aparecen en los mapas, pues los autores aún no han podido imaginarlo todo. Algunos mapas carecen de escala, de orientación o de líneas remarcables que permitirían una buena localización. Así pues, el aficionado a la geografía, real o imaginaria, tendrá que hacer gala de su indulgencia a la hora de juzgar la modesta iconología que acompaña estas páginas. No resulta fácil hablar de cosas que nadie ha visto, ni cartografiar lo que no ha sido explorado más que de forma onírica por autores tan poco locuaces como imprecisos. El lector tendrá que excusar las ambigüedades cartográficas de esta obra...
Finalmente, pensemos en El geógrafo, de Vermeer: en la mesa de trabajo, con sus útiles de cartografía en mano, mira por la ventana. ¿En qué estará pensando? ¿Estará trazando el plano de su calle, un mapamundi o la ficción de sus sueños?
EURASIA Y ÁFRICA REBOSAN DE CIVILIZACIONES ANTIGUASy de lugares míticos. Desde tiempos remotos, los creadores de la geoficción se han esforzado en reinterpretar y sintetizar las diversas culturas del Viejo Mundo. Los griegos, los hebreos y los romanos fantasearon con las desconocidas inmensidades del este y del sur de su universo (el jardín de las Hespérides, Cólquida y el vellocino de oro, el país de los escitas, los lugares bíblicos de Gog y Magog...). Homero parece ser el único que se imaginó lo que podía haber al oeste, más allá de las Columnas de Hércules —Gibraltar—, adonde envió a Ulises para que emprendiera un largo y brumoso periplo. En la Edad Media, el imaginario geográfico se desbordó y el mundo cristiano soñó el espacio oriental pagano. Así nacieron el reino del preste Juan, los montes de Kong y toda una serie de países de Jauja, de nuevos edenes o de terribles lugares en el umbral de los infiernos. En todas partes aparecía una terra incognita en el mapa, la imaginación se desbocó. Los relatos de exploradores solventes como Marco Polo se impregnaron de fantasías: el reino de Saba y las minas del rey Salomón, Xanadú... Con los «grandes descubrimientos», las exploraciones geográficas serias y el colonialismo, los europeos sufrieron un cierto desencanto del mundo. No existía una puerta terrestre hacia el Paraíso celestial, no había un arca de Noé fosilizada en el monte Ararat, y muy pocas fortalezas perdidas en las profundidades de las junglas. Exploradores como Richard Francis Burton, Pierre Savorgnan de Brazza o Roald Amundsen liquidaron el sueño geográfico. Desde entonces, los europeos idean geoficciones, mayormente totalitarias y decadentes, que reflejan su miedo a caer en el declive, la angustia que les produce quedar fuera de la historia... y puede que una geografía con tintes cada vez más asiáticos, constituida por redes digitales y de metaciudades globales.
Los estadounidenses tienen una visión caricaturesca del Viejo Mundo. Películas y series, producidas en masa y a la ligera, sienten debilidad por reducir África y Eurasia a unos cuantos clichés. Los autores hollywoodienses son poco creativos y se contentan con topónimos ficticios y fáciles. Por ejemplo, en 1940, Charles Chaplin sitúa la acción de El gran dictador en las naciones de Tomania y de Austerlich, unos avatares poco sutiles. Cabe decir que el genial Charlot no tenía intención de imaginar otro mundo después de que el público se entusiasmara con El mago de Oz (Victor Fleming, 1939). Él quería denunciar los horrores del mundo real a través del humor.
Más próximas a nuestro tiempo, las series televisivas usan y abusan de los territorios imaginarios que suelen ser enemigos de Estados Unidos. África y Oriente Medio aparecen muy a menudo, y los guionistas no parecen prestar mucha atención a la veracidad geográfica. Y los presidentes tampoco, por lo demás, si tenemos en cuenta que Donald Trump citó en varias ocasiones Nambia y Wakanda (el reino de la película Black Panther de Ryan Coogler, 2018) totalmente en serio. Los países del sur, vistos desde Hollywood o Washington son un auténtico callejón sin salida. Películas bélicas como Los perros de la guerra (John Irving, 1980) o Patos salvajes (Andrew V. McLaglen, 1978) sitúan su acción en failed states (Estados fallidos) como Zangaro o Zembala. La Z hace que suene a exótico, mientras que la Q suena a arabófono. La serie El ala oeste de la Casa Blanca alude a la dictadura de Qumar. Misión Imposible tiene su Bocamo (que se parece mucho a un país del apartheid), su Ghalea y su Lombuanda. En la serie 24 aparecen Kamistán y Sangala. Pero los autores europeos de cómics no se quedan atrás a la hora de imaginarse Estados latinoamericanos, como Palombia (Spirou y Fantasio, de André Franquin), Costa Verde (XIII, de William Vance y Jean Van Hamme) o San Teodoro (Tintín, Hergé).
Syldavia y Borduria durante la Guerra Fría
(© Philippe Masson)
EL MURO DE BERLÍN HA CAÍDO. UN BLOQUE HADESAPARECIDO en beneficio del otro. En Europa, una cuarta parte de las líneas fronterizas tiene menos de medio siglo. Unos Estados han muerto (la URSS, Yugoslavia), otros se han escindido (Chequia y Eslovaquia) o reunificado (RFA y RDA). Algunos simplemente han caído en el olvido, como en el caso de esos dos países que, durante casi todo el siglo xx, han estado enfrentados. Pero su antagonismo viene de antiguo: desde la Edad Media, el pueblo bordurio ha manifestado su odio y su codicia contra su vecina, la pacífica Syldavia.
En 1938, la supervivencia del rey syldavo Muskar XII tras el sórdido asunto conocido como «del cetro de Ottokar» estaba amenazada, hasta el punto de que el régimen fascistoide de Borduria tenía intención de invadir la monarquía parlamentaria syldava. El contexto del Anschluss (la anexión) de Austria por parte del Reich de Hitler sin duda debió de inspirar la autocracia borduria. En aquellos momentos, la controversia entre ambos Estados abarcaba todos los ámbitos, suscitando una especie de odio exasperado que hasta entonces solo se habían profesado Francia y Alemania. Paradójicamente, la borduria y la syldava son dos lenguas muy próximas, pero con sutiles oposiciones que las distinguen: la elección de las palabras revela de forma dramática las respectivas adscripciones identitarias. En los años treinta, el bordurio iba en «bici», se dejaba crecer «unos» mostachos y vestía «un» pantalón. El syldavo practicaba la «bicicleta», lucía «un» mostacho y llevaba puestos «unos» pantalones. La discordia ideológica fundamental a propósito del plural de la palabra mostacho fue uno de los fundamentos del paranoico discurso nacionalista enarbolado por el dictador bordurio Plekszy-Gladz, precursor de la doctrina mostachista.
¿Una fatalidad? La ineluctable deriva totalitarista que estaba tomando el país y la trampa tendida por el estalinismo en la Conferencia de Yalta propiciaron que Borduria no tuviera la misma suerte que Syldavia: tras la Segunda Guerra Mundial, se encuentra en el lado equivocado de lo que Churchill llamó el «telón de acero». La dictadura adopta la ideología imperante y una iconografía propagandística consistente en una enseña con unos mostachos negros sobre fondo rojo e infinidad de estatuas del Gran Libertador Nacional Patriota, mostachudo y mostachista... Syldavia, por su parte, pudo alinearse con las democracias liberales o, cuando menos, mantener una especie de cómoda neutralidad, que por aquel entonces recibía el nombre de «finlandización». Aprovechó los Treinta Años Gloriosos y se convirtió en un país occidental próspero y abierto al mundo, pero sin perder su identidad de país centroeuropeo, con su afición por las burbujeantes aguas minerales de Klow, por el szlaszeck (su plato nacional) a las finas hierbas, su modesto vino tinto de Szprädj, sus pintorescos bailes como la bluchtika, y una total y constante animadversión hacia todo lo bordurio, extensible a cualquier invasor, tanto si es otomano como germánico o ruso. El espacio syldavo siempre ha sido una encrucijada geográfica, una zona expuesta y amenazada por un continuo ir y venir de tropas. Como resultado de todo ello, la lengua syldava es una sabia mezcla de influencias eslavas y germánicas. En origen su grafía es cirílica, aunque al parecer también emplea el alfabeto latino. Oscila entre influencias balcánicas, escandinavas, turcas... Algunos expertos en lingüística incluso aventuran que podrían hallarse similitudes léxicas entre el syldavo y el patois bruselense del barrio de Les Marolles. Eso dicen.
Podríamos pasarnos días inventariando los elementos identitarios que distinguen a las naciones Syldavia y Borduria, pese a estar tan próximas. ¿Hay que escribir «sz» o «zs» para transcribir el mismo sonido sibilante? ¿La frontera atraviesa las estribaciones del macizo carpático syldavo-bordurio o bordurio-syldavo? Esta vasta estructura montañosa también conocida como «Zmyhlpathes» conecta el Adriático con el Tirol, y Panonia con las orillas del Báltico.
Saliendo del lago Flechizaff, no muy lejos del centro espacial y atómico de Sbrodj, el río Wladir riega Syldavia: pasa por Klow, la capital, y desemboca en el mar (sí, pero ¿en cuál?), en el puerto de Dbronuk. Una vez allí, forma un delta frente a Duma, ciudad reputada por su embarcadero de hidroaviones. Klow no es una gran ciudad, su tamaño es similar al de Bratislava o Liubliana. El castillo de Kropow, herencia feudal, con sus banderas al viento y sus escudos con un pelícano negro, domina la urbe y sus hermosos barrios de inspiración vienesa, prueba de la gran influencia de los Habsburgo en esta porción de la Mittleleuropa. Cuenta con museos de artes y de ciencias, y con una universidad enfocada a la conquista espacial... Klow es una pequeña capital turística que sobresale en el sector terciario y estimula a los turistas a gastarse muchos «khôrs» (la divisa resulta ventajosa al cambio).
«Enfrente», al otro lado del telón de acero, Szohôd concentra aproximadamente el mismo número de habitantes que su eterna rival, pero la comparación se detiene ahí. El patrimonio arquitectónico de la ciudad exhibe los estigmas del totalitarismo: grandes explanadas de cemento, perspectivas anestesiantes, repetición de módulos tan grises como falsamente futuristas, kombinats industriales sobredimensionados, murales y estatuas propagandísticas... Los monumentos están al servicio de la ideología local: palacios pretendidamente «del pueblo», museos revisionistas, estadios olímpicos inacabados, ministerios e innumerables embajadas de los últimos aliados del régimen: Poldavia y la República poldomoldaca, San Teodoro, Nuevo Rico, el emirato petrolífero del Khemed, los pequeños reinos de Rawhajpurtalah y Gopal, el archipiélago de Sondonesia... Las prisiones, gulags y colonias penitenciarias, como la siniestra fortaleza de Bakhine, se encuentran a mucha distancia de la puesta en escena urbana y de los «pueblos Potemkim» creados por el régimen.
Evidentemente, en semejante contexto de rivalidad, la frontera resulta problemática, y ni la SDN (la Sociedad de las Naciones) en su tiempo, ni la ONU, tras finalizar la guerra, han sido capaces de desactivar la crisis territorial. El telón de acero no es más que una metáfora, y los tiempos en que una simple señal de madera marcaba el límite entre ambos Estados han quedado lejos. De ahí que la partición de las aguas del lago Flechizaff, compartido por los dos países, constituya un espinoso problema. En toda la zona, desde Klow hasta Szohôd, el tema de la frontera, como elemento distintivo entre el mundo libre y el mundo totalitario, está presente de forma obsesiva. La incursión del enemigo en territorio contrario, la violación del derecho de las naciones y de los pueblos, la huida inopinada del Estado-prisión, son temas que generan máxima tensión por estos pagos.
El reportero belga Tintín visita regularmente Syldavia y Borduria entre la década de 1930 y la de 1960. Su mirada es la propia de un periodista de Europa occidental, francófono, católico y conservador, que no ha sabido comprender en profundidad el país, y a menudo solo se esfuerza en destacar los clichés y los prejuicios que circulan acerca de Europa central. Su mirada es parcial, atlantista, liberal. Nos pinta una Europa danubiana, folclórica hasta rozar el ridículo. Un bonito festón[3] puesto por el mundo civilizado. Los clichés escarnecedores resisten el paso del tiempo, y tanto los franceses como los belgas apenas pueden sustraerse a la tentación de caricaturizar a sus vecinos eslavos (a este respecto, Borat de Sacha Baron Cohen aún llega mucho más lejos). Lo cual trae a colación el tema de las relaciones entre el (supuesto) centro y las periferias del continente europeo. En definitiva, Syldavia y Borduria representan mucho más de lo que parece, pues son una síntesis de todo cuanto ha martirizado a Europa durante el siglo xx: totalitarismo y guerra fría, telón de acero y balcanización de los conflictos. No nos cabe la menor duda de que si hubiera vivido unos cuantos años más, Hergé habría abordado la transición poscomunista, en cuanto las vejaciones entre Klow y Szohôd hubieran quedado olvidadas.
Obras completas de Hergé, publicadas por Casterman, en especial Le Sceptre d’Ottokar (1947) [hay trad. cast.: Tintín,El cetro de Ottokar, Barcelona, Juventud, 198915], Objectif Lune(1953) [hay trad. cast.: Tintín,Objetivo: la Luna, Barcelona, Juventud, 198916], y L’Affaire Tournesol (1956) [hay trad. cast.: Tintín, El asunto Tornasol, Barcelona, Juventud, 198928].
ALGOUD, Albert, Dictionnaire amoureux de Tintin, París, Plon, 2016.
ARNOUD, Paul (dir.), Les géographies de Tintin, París, CNRS Éditions, 2018.
ASSOULINE, Pierre, Hergé, París, Gallimard, 1998. [Hay trad. cast.: Hergé, Barcelona, Destino, 1998].
Hergé, catálogo de la exposición del Grand Palais, París y Bruselas, RMN y Éditions Moulinsart, 2016.
LAS PREGUNTAS SON COMO YUGOS: ANGUSTIAN A QUIEN las formulan y estresan a quien debe responderlas. Antes de leer estas líneas, deberíamos reflexionar sobre las implicaciones sociales y políticas de semejante acto. ¿La sed de cultura, las opiniones y la curiosidad resultan de alguna utilidad? ¿Por qué no conformarse con llevar una placa numerada, sin causar mayores sufrimientos?
La Villa aspira a demostrar las virtudes de una ideología democrática fundada en la libertad dentro de un orden, el respeto por la igualdad dentro de la jerarquía, y la burocracia. Así pues, desde que se acoge a dicho sistema, el nuevo ciudadano constata hasta qué punto los servicios del ciudadano Número 2 están firmemente encaminados a llamar a cada cual por su número. Esta práctica permite mantener a raya cualquier juicio de valor y cualquier forma de discriminación, empezando por los sempiternos «señor», «señora» o «señorita»: las connotaciones étnicas, sociales o religiosas han quedado superadas. Aquí, tanto en lo relativo al personal de acogida como a los residentes cosmopolitas, se considera que las relaciones con el prójimo han de partir de cero. Todos los individuos son camaradas, pero están clasificados en dos categorías, guardianes y prisioneros, aunque catalogar a las personas resulte muy reductor en sí mismo... Oficialmente, toda la población se siente feliz de vivir en la Villa, bajo la luminosa autoridad del Número 2. A priori