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¡Se busca novio! Holly Lovelace lo tenía todo dispuesto para el día de su boda. Incluso había reservado el vestido de novia perfecto. Lo único que necesitaba era un novio. Entonces conoció a Luke Goodwin, un hombre rico, encantador y tremendamente sexy… que no estaba interesado en campanas de boda. Luke no podía negar que ella era increíblemente hermosa, pero, según su experiencia, eso significaba problemas. Holly creía que el matrimonio era para toda la vida, así que solo tenía que convencer a Luke de que ella era mujer de un solo hombre… siempre y cuando ese hombre fuera él.
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Seitenzahl: 158
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Sharon Kendrick
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
El novio perfecto, n.º 2562 - marzo 2015
Título original: One Bridegroom Required
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicado en español en 1999
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-687-6064-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
EL VESTIDO de novia relucía envuelto en su transparente funda protectora.
Era un traje exquisito. Sorprendente por la austeridad de su línea y confeccionado cuidadosamente en una tela de satén sedoso en tono marfil y organza bajo la falda. El velo era de un finísimo tul.
Aunque tenía veinte años, por él no había pasado el tiempo ni el capricho de la moda. Era una reliquia de familia, que pasaría de novia en novia. Cada mujer lo adaptaría a su cuerpo, convirtiéndolo en un atuendo exclusivo.
Sin embargo, hasta el momento permanecía guardado en un armario, escondido, protegido y sin estrenar.
Esperando…
LUKE Goodwin, de pie ante la gran ventana de estilo georgiano, exhaló un hondo suspiro de satisfacción, estado de ánimo que ni siquiera el frío día de noviembre podía disipar. Contemplaba el paisaje poco familiar que se extendía ante sus ojos en aquella desapacible estación del año en Inglaterra, cuando ya todas las hojas de los árboles habían caído.
El cielo estaba gris, preñado de grandes nubes que amenazaban fuertes lluvias. En nada se parecía este cielo a aquellos dorados y azules de África, que habían quedado atrás.
Era dueño de aquella mansión de gracioso estilo y de los verdes campos que se extendían más allá de lo que su mirada podía abarcar. El duro rictus de su boca se transformó en una sonrisa. Aún le resultaba difícil creer que toda esa belleza había pasado a su poder.
Era una belleza diferente a la que él estaba acostumbrado. Ya no había cielos deslumbrantes, ni calor, ni aromas de fragantes limoneros. Las habitaciones casi desnudas, con enormes ventiladores cuyas paletas giraban en los techos encalados, eran muy diferentes al elegante salón de estilo georgiano donde se encontraba en ese momento.
A pesar de haber llegado a medianoche, y muy fatigado, había recorrido en silencio las amplias estancias que reproducían el eco de sus pisadas, familiarizándose con cada mueble, con cada pieza del decorado.
Su corazón se exaltaba de alegría, y no por el valor material de la casa, sino por su estrecha relación con el pasado y con el futuro. Como una barca a la deriva, Luke al fin había encontrado el embarcadero de sus sueños.
Se sentía conmovido ante el paisaje de su infancia, de dulce belleza, que vislumbraba a través de la ventana. Más allá de un seto abovedado de tejos, se veían cabañas rústicas con techumbre de paja, y más lejos, un pub típico y unas cuantas tiendas, todo rodeado del suave verde de los prados donde no faltaba un estanque para los patos. Era un perfecto cuadro inglés.
El próximo mes llegaría Caroline de África, a tiempo para celebrar la Navidad. Caroline, de dulce belleza, era la viva imagen de una rosa inglesa. No era en absoluto el tipo de mujer con el que solía relacionarse antes de conocerla.
Caroline era ejecutiva, llena de recursos. Dios sabe cómo se las había arreglado para que una mujer se hiciera cargo de la limpieza de la casa, de manera que todo estuviera dispuesto antes de su llegada. De ninguna manera habría permitido que unos cuantos miles de kilómetros afectaran su capacidad organizativa.
Luke intuyó que ese detalle era otra indicación de lo mucho que había madurado. Los días salvajes y aventureros habían quedado atrás y se sentía preparado para hacer frente a las responsabilidades que la herencia traía consigo.
Sonrió con el placer que experimenta un hombre que ha encontrado lo que buscaba. Decidió que la vida era un gigantesco rompecabezas y que por fin había logrado encajar la última pieza sin ningún esfuerzo.
Antes de que el motor del coche decidiera pararse, Holly lo desconectó, estacionándose en medio de la estrecha calle del pueblo. Ya era hora de cambiarlo. ¡Si no fuera porque lo quería tanto! Era un viejo Escarabajo que ella misma había pintado amorosamente en sus años de estudiante. Sólo que ya no lo era.
Lentamente se bajó del coche y desde la acera se quedó contemplando la tienda vacía con una mirada que se negaba a creer que le pertenecía.
Novias Lovelace. El lugar donde todas la novias encargarían el atuendo que coronaría sus más hermosos sueños. El lugar donde ella, Holly Lovelace, intentaría transformar a cada mujer en una novia deslumbrante.
Sintió que se helaba. El frío aire de noviembre le llegaba a la piel y la camisa de gasa que llevaba no era la prenda más apropiada para ese tiempo.
Estaba buscando la llave del local en el fondo del bolso, cuando oyó unos pasos que se acercaban.
Al girar la cabeza bruscamente, el ensortijado cabello rojizo cayó sobre sus hombros. Con la boca casi abierta de sorpresa contempló a la persona que se acercaba hacia ella.
Era el hombre más atractivo que jamás hubiera visto, aunque de alguna manera no encajaba en esa apacible calle de pueblo. Y no era por su gran altura, ni por su tez bronceada, ni tampoco por sus anchos hombros, ni por los cabellos oscuros, como azúcar morena, con reflejos dorados.
Sus largas piernas iban enfundadas en unos vaqueros gastados por el uso constante. El grueso jersey color crema y la chaqueta de piel vuelta le conferían un aspecto enérgico y vigoroso. Su presencia hacía que el tono gris del día se tornara más oscuro. Holly no pudo apartar los ojos de él.
El hombre se detuvo ante ella mirándola burlón.
En ese momento notó que sus ojos eran azules, más azules que el cielo en un día de verano. Los ojos de un soñador. De un aventurero.
–Hola –saludó sonriente.
Él le devolvió la mirada. Sus ojos se centraron en los cobrizos cabellos ensortijados, en el cutis nacarado y en los ojos verdes. El color de los celos. Aquella visión fue como si lo hubiesen golpeado. Sintió que el pulso se le alteraba en las venas, que la boca se le secaba. Una insistente punzada en cierta región de su anatomía le produjo un súbito odio contra sí mismo.
¿Cómo demonios era posible que repentinamente se sintiera tan vulnerable, invadido de deseo hacia una completa extraña?
Holly tuvo que concentrarse para controlar el temblor de sus largas piernas. ¿Y por qué demonios la miraba de esa forma?
–Hola –repitió con más frialdad al ver que la ignoraba–. ¿Nos conocemos?
El hombre no alteró su expresión.
–Sabe bien que no –dijo con una parodia de sonrisa.
Su voz era profunda y el acento imposible de definir.
Holly lo miró de soslayo.
–Debo decirle que estoy acostumbrada a que me saluden de manera más educada.
–Apostaría a que sí, nena –convino suavemente haciendo lo posible para que sus palabras sonaran como un insulto.
Repentinamente Holly deseó haber estado mejor vestida. Tal vez así él demostraría un poco de respeto y dejaría de mirarla con esa expresión hambrienta y mezquina.
–Bueno, ¿qué desea? –preguntó sin importarle la brusquedad de su propio tono–. Usted debe querer algo, por la manera en que me mira parece que ha visto un fantasma, a menos que tenga una mancha en la nariz o algo así.
–No, no tiene ninguna mancha. Y respecto a lo que quiero, bueno, eso depende –dijo descaradamente mirando el perfecto dibujo de la boca femenina.
–¿Depende de qué?
Se mordió la cruda insinuación sexual que estaba a punto de expresar, convirtiéndola en indignación.
–Depende de que si ese oxidado trasto que parece un coche es suyo o no –disparó las palabras señalando el coche.
–¿Y si lo fuera? –preguntó entrecerrando los ojos al tiempo que se echaba hacia atrás la melena cobriza.
–Si lo fuera es la peor forma de aparcar que haya visto jamás –respondió arrastrando las palabras.
Holly percibió el brillo agresivo en el fondo de los inolvidables ojos azules mientras se preguntaba cuál sería la causa de tal indignación. ¿Una mala experiencia?
–Cielo santo, ¿está en contra de las mujeres que conducen? –preguntó dulcemente.
–En absoluto. Sólo de las malas conductoras. Aunque a decir verdad parece que la mayoría de las mujeres necesitan una pista de aterrizaje para aparcar el coche.
–Vaya por Dios, no puedo creer que a las puertas del próximo milenio todavía alguien haga generalizaciones sexistas tan pasadas de moda.
Luke se encontró inmerso en esos ojos. Demasiado verdes. Demasiado grandes y profundos.
–¿De veras? –preguntó con voz ronca, arrastrando las palabras–. ¿Incluso si los hechos las confirman? Porque normalmente así nacen las generalizaciones.
Holly frunció la boca. Muy listo, pero no lo suficiente.
–Así que ha hecho una investigación comparativa del modo de aparcar de hombres y mujeres, ¿no es así?
–No ha sido necesario, nena. Me baso en la experiencia.
–Y tiene una amplia experiencia sobre las mujeres, ¿no?
–Bastante. Pero todavía no me ha dicho si el coche es suyo o no.
–De acuerdo. Lo admito, agente –respondió burlona, haciendo sonar las llaves provocativamente ante los ojos del hombre–. El coche es mío.
Hacía mucho tiempo que una mujer no se burlaba de él tan audazmente.
–Entonces, ¿me permite sugerirle que lo retire de allí? –dijo suavemente.
–¿Por qué demonios habría de hacerlo?
–Porque además de ser una molestia, es peligroso.
Una voz interior le dijo a Holly que estaba jugando con fuego, pero no quiso escucharla.
–Lo haré si me lo pide amablemente –dijo haciendo pucheros.
Luke sintió una mezcla de rabia y deseo. Sus ojos se extraviaban en el esbelto cuello, en los hermosos pechos de la joven.
Pensó que parecía una estudiante con esos vaqueros gastados y la camisa de gasa demasiado ligera para esa época del año. Se obligó a desviar la mirada porque había conocido a muchas mujeres como ella. Astutas. Fáciles. Demasiado fáciles. Ese tipo de mujer no tenía otro propósito en la vida más que el de tentar a los hombres.
Y estaba harto de mujeres como la que tenía ante sí.
Pensando en Caroline se tragó la lascivia y la culpa.
–¿Quiere hacerlo por favor?
Y se alejó sin más, en dirección al supermercado al final de la calle, sintiendo que la mirada indignada de la mujer le quemaba la espalda.
Mirándolo alejarse se preguntó cómo pudo haberse comportado de aquella manera, pero al punto sospechó que él era del tipo de hombre que provocaba fuertes reacciones.
Bueno, ya era una mujer de negocios y sencillamente no podía alterarse por alguien que había amanecido de mal genio.
Abrió la puerta de la tienda y tuvo que saltar sobre un montón de cartas y circulares. No había estado allí desde el verano, uno de los días más hermosos del año, cuando había firmado el contrato.
Adentro todo estaba oscuro y apenas podía ver nada. Encendió la luz y parpadeó mientras sus ojos se acostumbraban al resplandor de la desnuda bombilla. El corazón se le hundió en el pecho.
La atmósfera estaba cargada de polvo y las telarañas colgaban del techo como collares fantasmales, confiriéndole a la estancia el aire de una vieja película de terror. Habría sido muy divertido si de ello no dependiera su sustento.
Tosiendo, Holly frunció el ceño. El polvo era malo para las telas exquisitas con las que pensaba trabajar. ¿Por dónde empezaría? ¿Primero una taza de té? ¿O sacaría las cosas del coche?
Entrecerrando los ojos, intentó imaginar cómo se vería la tienda recién pintada y decorada con grandes espejos. Tendría que ser un color muy especial para que contrastara con el blanco níveo de los vestidos.
Una sombra cayó sobre ella y al girar la cabeza vio al hombre de los ojos azules de pie en el umbral. En un segundo ya estaba dentro de la tienda, como si le perteneciera.
Su presencia dominaba el espacio, creando una sensación terriblemente claustrofóbica. Holly no pudo evitar sentir una sensación cálida y poco familiar apoderándose de su vientre. El hombre llevaba dos cajas de leche, galletas de chocolate y el periódico.
–Bueno, hola de nuevo –dijo Holly sonriendo a los ojos azules.
–¿Qué demonios está haciendo aquí?
–Estoy admirando el polvo y las telarañas.
–No me refiero a eso y usted lo sabe –gruñó–. ¿Cómo ha entrado aquí?
Holly lo miraba como si se hubiera vuelto loco.
–¿Cómo cree que entré, forzando la cerradura? ¡Con mis llaves, desde luego! –dijo haciéndolas tintinear ante sus ojos.
–¡No se haga la graciosa!
–¿Y cómo espera que reaccione ante tamaña invasión? He alquilado esta tienda, por si le interesa.
–¿Alquilar esta tienda? ¿Para qué? –preguntó torciendo la boca con incredulidad.
–Bueno, en vista de que me está interrogando como si estuviera en el estrado de los testigos, no me importa contestar una pregunta más. ¿Para qué cree que la gente normalmente alquila una tienda? Tal vez será porque desean vender algo, ¿no le parece? Como yo, por ejemplo. Soy diseñadora de ropa –respondió sonriendo ante la beligerancia del hombre.
Él asintió con la cabeza.
–Sí –comentó con una sonrisa levemente irónica–. Tiene toda la apariencia.
–¿Eso es un cumplido? –preguntó Holly al notar la desaprobación en la cara del hombre.
–No.
–Yo no lo veo así. Coincido con el estereotipo, ¿no le parece?
–Me imagino que sí –respondió encogiéndose de hombros, y su mirada revoloteando sobre los pechos bajo la diáfana camisa de gasa.
Luego frunció el ceño intentando imaginarse escandalosos modelos sobre el cuerpo de escuálidas mujeres. Intentó pensar en Caroline o en cualquier otra mujer luciendo uno de ellos. En realidad a la única que podían sentarle bien era a la belleza que tenía enfrente.
–¿Y piensa que en este pueblo tan conservador sus modelos tendrán una buena acogida? –preguntó en tono burlón.
–Los vestidos de novia siempre tienen una buena salida –replicó la joven ignorando su sarcasmo.
–¿Vestidos de novia? –repitió estupefacto.
–Verá, son esos largos hábitos blancos que llevan las mujeres el día supuestamente más feliz de sus vidas. Parece usted muy sorprendido.
Holly intuyó con una honda sensación de alivio y atónita alarma a la vez, que el hombre no estaba casado.
–Es que estoy sorprendido. Usted no es exactamente el tipo de persona a la que la gente encargaría un vestido de novia.
–¿Demasiado joven?
–Sí –convino–. Y también … bueno… el matrimonio es algo muy tradicional … y usted, bueno…
–También puedo ser muy tradicional.
–¿Y dónde vivirá?
–En el piso sobre la tienda, desde luego. Pero creo que sería mejor que nos presentáramos. Soy Holly Lovelace dueña de la tienda Novias Lovelace –dijo con una sonrisa desarmante, tendiéndole la mano después de habérsela limpiado en el vaquero.
–¿Holly Lovelace? Lazos de amor sagrados, muy apropiado –dijo rompiendo a reír–. ¿No es tu verdadero nombre, ¿no?
–Sí lo es, si quieres te muestro mi certificado de nacimiento.
–Soy Luke Goodwin –dijo estrechando la mano tendida que se perdió en la mano áspera y grande de él–. ¿No has oído hablar de mí? –agregó con una cierta afectación.
–Hola, Luke. No, no sé quién eres.
–Bueno, soy el propietario de este lugar.
Holly tardó en enterarse de lo que él decía, demasiado distraída sintiendo tan cerca la maravillosa boca masculina.
–¡Pero tú no puedes ser el arrendador! –exclamó bajando a la tierra–. Tú no eres la persona que me hizo firmar el contrato.
–¿Y con quién firmaste el contrato?
–Tuve que ir a Winchester para ver a un hombre que se llamaba Doug no se qué –Holly frunció el ceño al recordar al tipo que intentaba seducirla con ginebra y tónicas mientras le miraba los muslos. Aún recordaba la rapidez con que firmó el contrato para deshacerse de él–. Ah, sí, ahora me acuerdo. Doug Reasdale.
–Doug es el corredor de propiedades de mi tío.
–La verdad es que no me informó que había un arrendador ausente y muy hostil –soltó Holly.
–De aquí en adelante no estaré ausente –dijo pensativo–. Y Doug no mencionó el hecho de haber alquilado una de mis propiedades a alguien que aún no tiene derecho a votar según todas las apariencias.
–Tengo veintiséis años –corrigió tirante.
Holly se estaba cansando de que la gente pensara que era una niña. Tal vez ya era hora de maquillarse un poco e incluso cortarse el pelo.
–Veintiséis, vaya –murmuró Luke, mirando los enmarañados rizos y los grandes ojos verdes de la joven. Y esos labios sin pintura, desnudos, que excitaban…invitaban…–. Bueno tal vez sería hora de empezar a actuar conforme a tu edad– sugirió con suavidad.
Holly dio un respingo.
–¿De veras? ¿Así como lo haces tú? ¿Como un dictador?
–En este caso un dictador poco eficaz –observó intentando no reírse–. Te pedí que movieras tu coche, pero aún sigue ahí en mitad de la calle.
–No me lo pediste, me lo ordenaste como si fuera una escolar.
–Obviamente fuiste una escolar muy desobediente –murmuró Luke.
Holly nunca había conocido a un hombre tan atractivo físicamente. Seguramente esa atracción fue la responsable de que lo mirara con los ojos entrecerrados, como una cortesana.
–¿Por qué? ¿Tienes algo en contra de las escolares? –preguntó echándose hacia atrás.
Luke sintió que se helaba. El movimiento de la joven le hizo percibir fácilmente que no llevaba sujetador, y al ver sus labios entreabiertos tuvo la certeza que si intentaba besarlos, ella se echaría en sus brazos de la manera en que muchas mujeres lo habían hecho antes. Pero ya tenía bastante. Su boca se endureció.
–Estoy en contra de los incompetentes.
–¿Te refieres a mí?
–Sí –convino, luchando por mantener sus sentimientos bajo control–. Se ve claramente que no eres competente, a juzgar por tu forma de estacionar un vehículo. Así que sólo Dios sabe cómo te las arreglarás para sacar tu negocio adelante. O tal vez esa es la razón por la que intentas coquetear conmigo tan descaradamente. Una pequeña aventura con el dueño de la casa que será condescendiente si la empresa fracasa, ¿no es así?
Holly se quedó mirándolo, primero horrorizada y luego incrédula. Luego sintió que una incontrolable risita tonta se le subía a la garganta.
–Cielo santo, ¿realmente te crees un hombre serio? ¿Honestamente piensas que me metería en tu cama si no tuviera dinero suficiente para pagar el alquiler?