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Segundo de la saga. La prepotente Kat Balfour había ido al yate de Carlos Guerrero para realizar un crucero, pero cuando le entregaron un delantal se dio cuenta de que estaba allí para trabajar, no para divertirse. Carlos, brillante hombre de negocios y audaz aventurero, era todo un enigma. Sin posibilidad de escapatoria, mecida por las olas con el hombre más sexy y poderoso que había conocido en su vida, Kat estaba muy lejos de hacer pie. A Carlos le divertía el nuevo miembro de la tripulación. Tenía que obligar a trabajar a su flamante empleada, aunque preferiría llevársela a la cama. Antes, sin embargo, debía domar a esa testaruda belleza…
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Seitenzahl: 199
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.Núñez de Balboa, 5628001 Madrid
© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.EL ORGULLO DE KAT, Nº 2 - abril 2011Título original: Kat’s Pride Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-265-0 Editor responsable: Luis Pugni Imagen de cubierta: BRANISLAV OSTOJIC/DREAMSTIME.COM E-pub x Publidisa
Inhalt
Oscar Balfour 1950
LA DINASTÍA BALFOUR
PROPIEDADES DE LOS BALFOUR
CARTA DE OSCAR BALFOUR A SUS HIJAS
NORMAS DE LA FAMILIA BALFOUR
Dedicatoria
El orgullo de Kat
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Promoción
LA DINASTÍA BALFOUR
Las jóvenes Balfour son una institución británica, las últimas herederas ricas. Las hijas de Oscar han crecido siendo el centro de atención y el apellido Balfour rara vez deja de aparecer en la prensa sensacionalista. Tener ocho hijas tan distintas es todo un desafío.
Olivia y Bella: Las hijas mayores de Oscar son gemelas no idénticas nacidas con dos minutos de diferencia y no pueden ser más distintas. Bella es vital y exuberante, mientras que Olivia es práctica y sensata. La madurez de Olivia sólo puede compararse con el sentido del humor de Bella. Ambas gemelas son la personificación de las virtudes clave de los Balfour. La muerte de su madre, acaecida cuando eran pequeñas, sigue afectándolas, aunque expresan sus sentimientos de maneras muy distintas.
Zoe: Es la hija menor de la primera mujer de Oscar, Alexandra, la cual murió trágicamente al dar a luz. Al igual que a su hermana mayor Bella, le cautiva la vida mundana y tiende al desenfreno, siempre está esperando el próximo evento social. Su aspecto físico es imponente y sus ojos verdes la diferencian de sus hermanas, pero tras la despampanante fachada se oculta un gran corazón y el sentimiento de culpa por la muerte de su madre.
Annie:Hija mayor de Oscar y Tilly, Annie ha heredado una buena cabeza para los negocios, un corazón amable y una visión práctica de la vida. Le gusta pasar tiempo con su madre en la mansión Balfour, huye del estilo de vida de los famosos y prefiere concentrarse en sus estudios en Oxford antes que en su aspecto.
Sophie: El hijo mediano es habitualmente el más tranquilo y ésta no es una excepción. En comparación con sus deslumbrantes hermanas, la tímida Sophie siempre se ha sentido ignorada y no se encuentra cómoda en el papel de «heredera Balfour».Está dotada para el arte y sus pasiones se manifiestan en sus creativos diseños de interiores.
Kat: La más pequeña de las hijas de Tilly ha vivido toda su vida entre algodones. Tras la trágica muerte de su padrastro ha sido mimada y consentida por todos. Su actitud tozuda y malcriada la lleva a salir corriendo de las situaciones difíciles y está convencida de que nunca se comprometerá con nada ni con nadie.
Mia: La incorporación más reciente a la familia Balfour viene de la mano de la hija ilegítima y medio italiana de Oscar, Mia. Producto de la aventura de una noche entre su madre y el jefe del clan Balfour, Mia se crió en Italia y es trabajadora, humilde y hermosa de un modo natural. Para ella ha sido duro descubrir a su nueva familia y la desenvoltura social de sus hermanas le resulta difícil de igualar.
Emily: Es la más joven de las hijas de Oscar yla única que tuvo con su verdadero amor, Lillian. Al ser la pequeña de la familia, sus hermanas mayores la adoran, ocupa el lugar predilecto del corazón de su padre y siempre ha estado protegida. A diferencia de Kat, Emily tiene los pies en la tierra y está decidida a cumplir su sueño de convertirse en primera bailarina. La presión combinada de la muerte de su madre y el descubrimiento de que Mia es su hermana le ha pasado factura, pero Emily tiene el valor suficiente para salir de casa de su padre y emprender su camino en solitario.
PROPIEDADES DE LOS BALFOUR
El abanico de propiedades de la familia Balfour es muy extenso e incluye varias residencias imponentes en las zonas más exclusivas de Londres, un impresionante apartamento en la parte alta de Nueva York, un chalet en los Alpes y una isla privada en el Caribe muy solicitada por los famosos…, aunque Oscar es muy selectivo respecto a quién puede alquilar su refugio. No se admite a cualquiera.
Sin embargo, el enclave familiar es la mansión Balfour, situada en el corazón de la campiña de Buckinghamshire. Es la casa que las jóvenes consideran su hogar. Con una vida familiar tan irregular, es el lugar que les proporciona seguridad a todas ellas. Allí es donde festejan la Navidad todos juntos y, por supuesto, donde se celebra el baile benéfico de los Balfour, el acontecimiento del año, al que asiste la crème de la crème de la sociedad y que tiene lugar en los paradisíacos jardines de la mansión Balfour.
CARTA DE OSCAR BALFOUR A SUS HIJAS
Queridas niñas:
Lo menos que se puede decir es que he sido un padre poco atento, con todas vosotras. Han sido necesarios los recientes y trágicos acontecimientos para que me dé cuenta de los problemas que semejante descuido ha provocado.
El antiguo lema de nuestra familia era Validus, superbus quod fidelis. Es decir, poderosos, orgullosos y leales. Esmerándome en el cumplimiento de los diez principios siguientes empezaré a enmendarme; me esforzaré por encontrar esas cualidades dentro de mí y rezo para que vosotras hagáis lo mismo. Durante los próximos meses espero que todas vosotras os toméis estas reglas muy en serio, porque todas y cada una necesitáis la guía que contienen. Las tareas que voy a encargaros y los viajes que os mandaré realizar tienen por objetivo ayudaros a que os encontréis a vosotras mismas y averigüéis cómo convertiros en las mujeres fuertes que lleváis dentro.
Adelante, mis preciosas hijas, descubrid cómo termina cada una de vuestras historias.
Oscar
NORMAS DE LA FAMILIA BALFOUR
Estas antiguas normas de los Balfour se han transmitido de generación en generación. Tras el escándalo que se reveló durante la conmemoración de los cien años del baile benéfico de los Balfour, Oscar se dio cuenta de que sus hijas carecían de orientación y de propósito en sus vidas. Las normas de la familia, de las cuales él había hecho caso omiso en el pasado, cuando era joven e insensato, vuelven a cobrar vida, modernizadas y reinstituidas para ofrecer la guía que necesitan sus jóvenes hijas.
Norma 1ª: Dignidad: Un Balfour debe esforzarse por no desacreditar el apellido de la familia con conductas impropias, actividades delictivas o actitudes irrespetuosas hacia los demás.
Norma 2ª: Caridad: Los Balfour no deben subestimar la vasta fortuna familiar. La verdadera riqueza se mide en lo que se entrega a los demás. La compasión es, con diferencia, la posesión más preciada.
Norma 3ª: Lealtad: Le debéis lealtad a vuestras hermanas; tratadlas con respeto y amabilidad en todo momento.
Norma 4ª: Independencia: Los miembros de la familia Balfour deben esforzarse por lograr su desarrollo personal y no apoyarse en su apellido a lo largo de toda su vida.
Norma 5ª: Coraje:Un Balfour no debe temer nada. Afronta tus miedos con valor y eso te permitirá descubrir nuevas cosas sobre ti mismo.
Norma 6ª: Compromiso: Si huyes una vez de tus problemas, seguirás huyendo eternamente.
Norma 7ª: Integridad: No tengas miedo de observar tus principios y ten fe en tus propias convicciones.
Norma 8ª: Humildad: Hay un gran valor en admitir tus debilidades y trabajar para superarlas. No descartes los puntos de vista de los demás sólo porque no coinciden con los tuyos. Un auténtico Balfour es tan capaz de admitir un consejo como de darlo.
Norma 9ª: Sabiduría: No juzgues por las apariencias. La auténtica belleza está en el corazón. La sinceridad y la integridad son mucho más valiosas que el simple encanto superficial.
Norma 10ª: El apellido Balfour: Ser miembro de esta familia no es sólo un privilegio de cuna. El apellido Balfour implica apoyarse unos a otros, valorar a la familia como te valoras a ti mismo y llevar el apellido con orgullo. Negar tu legado es negar tu propia esencia.
Uno
Ni siquiera el brillante sol mediterráneo lograba mejorarle el humor.
Con una punzada de frustración, Kat se apartó la cascada de cabello oscuro de los ojos y se reclinó en el suave asiento de cuero de la limusina. Había transcurrido una semana, pero los recuerdos de aquella noche permanecían vívidos. Una noche en la que las acusaciones habían rasgado el aire como las aspas de un helicóptero y otro secreto de familia había asomado su espantosa cabeza.
¡Si al menos no hubiera ocurrido durante el baile benéfico de los Balfour, donde la mitad de la prensa internacional estaba acampada fuera en espera de alguna noticia sensacionalista! Kat cerró los ojos durante un instante. Seguramente los periodistas no daban crédito a la suerte que habían tenido. El baile del año anterior ya había sido bastante malo, cuando ella hizo el ridículo más humillante ante el arrogante español Carlos Guerrero, pero al menos nadie, exceptuando a su padre, lo había presenciado. Esa vez había sido peor. Sus hermanas gemelas soltaron la noticia de que su hermana Zoe no era hija de Oscar sino de otro hombre y, por tanto, no era una auténtica Balfour.
Al olor de la sangre, los paparazzi habían rondado la fabulosa mansión familiar durante días. Y una vez más, el apellido Balfour había aparecido en todos los periódicos. Las palabras que Kat estaba más que acostumbrada a relacionar con su apellido habían vuelto a ser el tema del día, palabras que todavía tenían el poder de herir, por muchas veces que las hubiera oído.
Escándalo.
Vergüenza.
Secretos.
Y la verdad era que sí, que a los Balfour les sobraban todas aquellas cosas y más. Sin embargo, el que fueran ricos no significaba que no sufrieran: si se les pinchaba, sangraban como todo el mundo. Aunque eso nadie lo veía ni lo vería, al menos en el caso de Kat.
Sonrió con tristeza. En el momento que alguien mostraba dolor se volvía vulnerable, y la vulnerabilidad era lo más peligroso del mundo. ¿Acaso no lo sabía ella mejor que nadie?
Miró por la ventanilla del coche y recordó cómo se había enfrentado a la última indignidad. Del mismo modo que siempre, huyendo de la finca familiar. Aunque no llegó muy lejos, sólo hasta Londres, donde se registró en un hotel con nombre falso, refugiada tras unas enormes gafas de sol, hasta que su padre la había llamado el día anterior por la mañana para ofrecerle «una oportunidad».
¿Por qué había sentido una punzada de desconfianza? ¿Se debería a que, aunque Oscar era su padre biológico, nunca había estado tan unida a él como a su querido padrastro, Victor? Kat contuvo las lágrimas que le quemaban en los ojos y las reemplazó por la desafiante expresión que había llegado a perfeccionar. No iba a pensar en su padrastro ni en el pasado, porque eso sólo la llevaría a la desesperación, los remordimientos y todas esas emociones dolorosas que había luchado con tanta fuerza por mantener a raya.
Sin embargo, cuando contestó su voz sonó cautelosa.
–¿Qué clase de oportunidad, papá?
Se hizo una pausa.
–La clase de oportunidad que deberías aprovechar –dijo entonces Oscar con firmeza–. ¿No me dijiste la otra noche en el baile que estabas aburrida de tu vida, Kat?
¿Había dicho eso? ¿Había sido tan estúpida como para hacerle saber en un momento de debilidad al patriarca del clan Balfour que un arroyo de soledad, profundo como un río, parecía discurrir por sus venas?
–¿Lo dije?
–Sí, Kat. ¿Por qué no aprovechar la oportunidad de cambiar de escenario y de aires? ¿Qué te parecería un crucero por el Mediterráneo?
Sonaba exactamente como lo que necesitaba. Un poco de aire marino y la oportunidad de escapar. Y aunque su padre se había negado a darle más detalles, Kat sabía que sería algo especial. Porque a pesar de la impaciencia que en ocasiones mostraba hacia sus hijas, en el fondo, a Oscar le encantaba darles todos los caprichos.
Por eso ahora estaba reclinada en la lujosa limusina mientras se dirigía al elegante y sofisticado puerto de Antibes. El brillante sol de la Provenza caía sobre los adinerados turistas. El mar brillaba con tonos cobalto y turquesa y el puerto estaba abarrotado con los yates más lujosos que podían encontrarse en el mundo. Así era el sur de Francia, todo glamour, brillo y dinero a espuertas.
Con la pericia lograda tras años de práctica, Kat apartó de sí los pensamientos sombríos cuando la limusina se detuvo frente a una fila de lujosos yates.
–Es éste, señorita –dijo el conductor señalando el más grande de todos.
Dos miembros de la tripulación vestidos de uniforme blanco se movían agitadamente por la cubierta. A Kat se le pasó de pronto el mal humor cuando alzó la vista hacia el yate más impresionante que había visto en su vida. Flotaba sobre el agua como una resplandeciente ave marina con su forma aerodinámica y la proa puntiaguda. Atisbó a ver la pulida cubierta de madera y el brillo turquesa de una piscina, así como una moderna plataforma para helicópteros.
–Vaya… –dijo esbozando una sonrisa.
Desde pequeña se había movido en círculos de millonarios y sabía que comprar y mantener un yate costaba una fortuna, pero aquella magnífica embarcación parecía de otro mundo. Era espectacular. Los turistas se tomaban fotos a su lado y Kat se preguntó quién podría ser su dueño y por qué su padre se había negado a decírselo.
El nombre daba pocas pistas. En uno de los costados estaban escritas, con letra negrita y cursiva, las palabras Corazón Frío. Kat entornó los ojos. No era ninguna lingüista, pero incluso ella era capaz de reconocer que eran palabras españolas. El corazón le dio un vuelco. También era español el único hombre que la había humillado en público, y que desde entonces aparecía constantemente en sus sueños. Un hombre de cuerpo esbelto y atlético, cabello negro y los ojos más fríos que había visto en su vida.
Kat apartó de sí aquel recuerdo, que era todavía más inquietante que el alboroto que se había formado en el baile la semana anterior, y entró en el muelle. No pudo evitar darse cuenta de que la gente se había detenido a mirarla.
Siempre sucedía. La gente se quedaba deslumbrada con el envoltorio y nunca iba más allá, para ver la persona que había debajo. La ropa podía ser una armadura para impedir que los demás se acercaran demasiado. Y era mejor así, mucho mejor.
Llevaba puestos unos pantalones cortos vaqueros, ajustados, y una camiseta blanca que permitía de vez en cuando la visión de su abdomen liso y bronceado. El cabello brillante y negro le caía por la espalda. Los ojos azules de los Balfour quedaban ocultos bajo un par de enormes gafas de sol. Sabía exactamente qué clase de uniforme ponerse para aquel tipo de cruceros en yates de ricos y privilegiados. Había que vestirse muy informal, pero lucir la mayor cantidad posible de símbolos de estatus.
–Baje mi equipaje, por favor –le pidió al chófer antes de dirigirse hacia la pasarela del barco.
Tambaleándose un tanto sobre un par de alpargatas de diseño con tacón, vio cómo un hombre rubio de uniforme se acercaba a ella con una sonrisa.
–Hola, creo que me están esperando. Soy Kat Balfour –dijo mirando a su alrededor–. ¿Ha llegado algún invitado más?
–No.
–¿Y mi anfitrión?
Qué extraño resultaba no saber ni siquiera su nombre. ¿Por qué no había insistido para que su padre se lo dijera? Porque estaba demasiado ocupada tratando de congraciarse con él, le susurró la voz cruel de su conciencia. Oscar estaba de un humor extraño y le daba miedo que dejara de pasarle su asignación. Si eso llegaba a ocurrir, ¿qué sería de ella?
Kat se dio cuenta de que el hombre la estaba mirando con curiosidad y comprendió que no podía preguntarle quién era su jefe.
–¿Ha llegado ya mi anfitrión?
El hombre sacudió la cabeza.
–Tal vez quiera usted hacerse cargo de mi equipaje –le sugirió.
–O tal vez pueda encargarse usted misma.
Kat se lo quedó mirando sin dar crédito.
–Perdón, ¿cómo dice?
–Soy el maquinista del yate –respondió él encogiéndose de hombros–, no el mozo de equipajes.
Kat se las ingenió para mantener la sonrisa en la boca. No tenía sentido ponerse a discutir con un marinero, pero desde luego hablaría con su jefe sobre esa actitud.
Pronto se enteraría de que nadie le hablaba así a una Balfour.
–Entonces tal vez pueda mostrarme dónde está mi camarote –dijo con frialdad.
–Por supuesto –el hombre sonrió–. Sígame.
Kat no había cargado con sus maletas desde que salió de la última escuela de la que la expulsaron. El equipaje pesaba mucho, y con los tacones altos que llevaba no resultaba fácil caminar por la brillante cubierta con cierta gracia.
Si las cosas iban mal, de pronto se pusieron todavía peor cuando llegaron al camarote. Kat miró a su alrededor sin dar crédito. Hacía mucho tiempo que no estaba en un yate, pero en el pasado siempre le habían ofrecido los mejores camarotes disponibles, cerca de la cubierta. O en algún punto del centro del casco, lo que significaba que estaba situada en la parte más estable del barco y así evitaba demasiado movimiento.
Pero aquello…
Kat miró a su alrededor. Era pequeño. Una litera pequeña sin casi espacio para guardar la ropa, nada de cuadros en las paredes y, lo que era peor todavía, sin ojo de buey. Y alguien había dejado una prenda de aspecto triste colgada detrás de la puerta. Dejó caer las maletas al suelo y se giró hacia el hombre.
–Escuche…
–Me llamo Mike –la interrumpió él–. Mike Price.
Kat deseaba decirle que no le interesaba conocer su nombre, ya que antes de que acabara el día estaría buscando un nuevo trabajo, pero en aquel momento tenía asuntos más urgentes en mente. Aspiró con fuerza.
–Creo que ha habido algún error –aseguró–. Este camarote es demasiado pequeño.
–Es el que le han asignado –Mike se encogió de hombros–. Háblelo con el jefe.
Kat apretó los dientes. Si al menos supiera quién era el jefe…, pero no podía preguntárselo al hombre en aquel momento.
–Creo que no comprende que…
–No, creo que la que no entiendes eres tú –la interrumpió el maquinista con brusquedad–. Al jefe le gusta que el personal trague y guarde silencio. Por eso paga tan bien.
–Pero yo no formo parte del personal –protestó ella–. Soy una invitada.
El hombre entornó los ojos y luego se rió como si hubiera dicho alguna especie de chiste.
–Me temo que no. O al menos no es eso lo que me han dicho a mí.
Kat sintió el primer temblor de pánico.
–¿De qué está hablando?
Mike dirigió la vista hacia la prenda que había captado la atención de Kat al entrar, la sacó de la percha y se la tendió. Kat miró sin entender.
–¿Qué es esto?
Tardó un instante en darse cuenta, ya que no era una prenda con la que estuviera familiarizada.
–¿Un… un delantal? –preguntó apretando con fuerza la tela–. ¿Qué diablos está pasando aquí?
–Será mejor que vengas conmigo –Mike frunció el ceño.
¿Qué otra cosa podía hacer, sacar de la maleta toda su carísima ropa y tratar de colgarla en aquel agujero? O quizá debería seguir su instinto, que le decía que se bajara de aquel maldito barco y olvidara la idea de unas vacaciones en el mar.
Siguió a Mike a través de un laberinto de pasillos forrados en madera hasta que llegaron a unas puertas dobles y Kat suspiró aliviada. Aquello sí se parecía más a lo que debía ser.
La estancia en la que entraron era el polo opuesto del diminuto camarote que le acababan de enseñar. La habitación tenía las dimensiones amplias a las que ella estaba acostumbrada: un gran salón-comedor de líneas casi palaciegas. En el techo estaban encendidas unas luces encastradas, pero quedaban eclipsadas por la luz natural que se filtraba a través de las puertas acristaladas que daba a cubierta. En la mesa cabrían cómodamente sentadas doce personas, aunque Kat se dio cuenta de que sólo se habían utilizado dos plazas. Había varias botellas situadas sobre la brillante superficie de madera y cera de vela que había goteado sobre una bandeja de porcelana. En el centro había un frutero de cristal azul con frutas exóticas, al lado de una copa de champán y un envoltorio de chocolate.
Kat frunció los labios en gesto desaprobación, preguntándose por qué ningún miembro de la tripulación se había molestado en limpiar.
–Qué desastre –observó.
–¿Verdad? –Mike se rió–. Al jefe le gusta divertirse.
Así que al menos ahora Kat sabía que «el jefe» era un hombre desordenado. Con un repentino ronroneo de sus poderosos motores, el barco comenzó a moverse y ella abrió los ojos como platos, sorprendida. Antes de que pudiera analizar el inexplicable pánico que le producía que estuvieran zarpando tan pronto, ocurrió algo que le dejó la mente en blanco.
Primero fue la visión de la parte de arriba de un biquini, una prenda minúscula de lycra dorada y brillante, tirada en el pulido suelo de roble. Era un símbolo claro de decadencia y sexo, y durante unos segundos la sangre se le agolpó en las mejillas antes de concentrarse en la segunda imagen.
Era la fotografía de un hombre. A Kat le latió con fuerza el corazón mientras la miraba. El hombre de la foto apenas acababa de salir de la adolescencia, pero ya tenía el rostro sombrío y endurecido por la experiencia. Sus ojos negros desafiaban directamente al objetivo de la cámara y sus sensuales labios estaban curvados en una expresión firme.
Llevaba puesta una chaqueta ricamente bordada, pantalones ajustados y una especie de sombrero negro. La imagen no le resultaba familiar, pero la reconoció al instante: era la vestimenta tradicional de un torero, un traje de luces. Sin embargo, eso no era relevante al lado del horror que la embargó.
Estaba mirando la imagen de un Carlos Guerrero joven.
–¿A quién pertenece este barco? –preguntó girándose hacia Mike mientras trataba de controlar el temblor de las manos.
Mike señaló con su rubia cabeza hacia la foto y sonrió.
–A él.
–¿Ca-Carlos Guerrero? –el mero hecho de pronunciar su nombre le provocaba escalofríos.
Del mismo modo que el recuerdo de sus ásperas palabras todavía tenían el poder de herirla.
–Claro, ¿no lo sabías? –Mike adquirió una expresión de curiosidad.
Por supuesto que no lo sabía. En caso contrario, no habría puesto jamás el pie en aquel maldito barco, pero de ninguna manera iba a contarle a aquel maquinista burlón sus recelos ni las razones que tenía para ellos. Necesitaba volver a tierra firme.
–Creo que ha habido una especie de malentendido –dijo con un tono suave que no correspondía al fuerte latido de su corazón–. Y me gustaría volver a tierra. Por favor.
–Me temo que eso no va a ser posible.
–¿De qué está hablando? –Kat entornó los ojos.
–Bueno, Carlos me dijo que iba a llegar una nueva doncella y que su nombre era Kat Balfour.
Una de las palabras resonó por la habitación y ella volvió a repetirla por si había entendido mal.
–¿Doncella? –repitió con incredulidad.
–Así es. Tú eres Kat Balfour y hay seis miembros hambrientos de la tripulación a bordo –sonrió–. Y necesitamos alguien que limpie y nos haga la comida.
Durante un instante, Kat pensó que le estaban gastando una broma extremadamente pesada, pero al mirarlo se dio cuenta de que hablaba completamente en serio. ¿Qué diablos estaba pasando?
–¡Quiero bajar de este maldito barco! –afirmó, sintiendo una repentina oleada de pánico–. ¡Ahora mismo!