El paje del duque de Saboya - Alejandro Dumas - E-Book

El paje del duque de Saboya E-Book

Alejandro Dumas

0,0
2,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Una novela histórica que nos ubica en la época que reinan Enrique II en Francia, María Tudor en Inglaterra, y Carlos V en España, Alemania, Flandes, Italia y las dos Indias.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



I

EL CAMPAMENTO DE CARLOS V Y SUS ALREDEDORES

Trasladémonos sin prólogo ni preámbulo a la época en que reinan Enrique II en Francia, María Tudor en Inglaterra, y Carlos V en Es-paña, Alemania, Flandes, Italia y las dos Indias, o lo que es igual, en la sexta parte del mundo.

Empieza la escena en el día 5 de mayo de 1555, cerca de la pequeña ciudad de Hesdin-Fert, recién reedificada por Manuel Filiberto, príncipe del Piamonte, para reemplazar la de Hesdinle-Vieux, por él tomada y destruida en el año anterior; y, por lo tanto, nos hallamos en la parte de la Francia antigua, que a la sazón llamaban Artois, y en el día denominamos departamento del Paso de Calais. Decimos Francia antigua, porque el Artois estuvo unido por poco tiempo al patrimonio de nuestros reyes por Felipe Augusto, vencedor de San Juan de Acre y de Bouvines. Transmi-tido en 1180 a la casa de Francia y cedido en 1237 por San Luis a Roberto, su hermano menor, perdióse en manos de Mahaud, Juana I y Juana II, pasando luego al conde Luis de Mâle, cuya hija lo transmitió con los condados de Flandes y Nevers, a la casa de los duques de Borgoña. Por último, muerto Carlos el Te-merario, el día en que María de Borgoña, última heredera del famosísimo nombre y de los innumerables bienes de su padre, unióse con Maximiliano, hijo del emperador Federico III, fue a unir su nombre y riquezas al dominio de la casa de Austria, los que desaparecieron en él como un río en el océano.

Gran pérdida fue para Francia, pues Artois era una provincia rica y hermosa, y hacía tres años que con caprichosa fortuna Enrique II y Carlos V luchaban cuerpo a cuerpo, pie a pie y cara a cara; éste para retenerla y aquel para quitársela. Durante esta guerra encarnizada, en que el hijo hallaba al antiguo enemigo de su padre y como éste debía tener su Marignan y su Pavía, cupiéronles a entrambos días prósperos y adversos, victorias y derrotas. Francia vio que el desordenado ejército de Carlos V levantaba el sitio de Metz, y apoderóse de Mariemburgo, Bouvines y Dinan, y entretanto el imperio, por su parte, tomó por asalto a Therouanne y Hesdin, y exasperado por su derrota de Metz, redujo a cenizas la una y destruyó la otra.

No exageramos al comparar a Metz con Marignan, puesto que un ejército de cincuenta mil infantes y catorce mil caballos diezmados por el frío, por la enfermedad y, digá-

moslo también, por la bizarría del duque Francisco de Guisa y de la guarnición francesa, desvanecióse como el humo, dos mil tiendas y ciento veinte piezas de artillería. Era tal el desaliento, que los fugitivos, ni aún trataban de defenderse, y persiguiendo Carlos de Borbón un cuerpo de caballería española, el capitán que lo mandaba hizo alto y se dirigió al jefe enemigo, diciéndole:

––Quien quiera que seas, príncipe, duque o simple caballero, si te bates por la gloria, busca otra ocasión, pues hoy matarías a hombres que ni pueden huir ni resistirse.

Envainó Carlos de Borbón la espada, mandando que hiciese lo mismo su gente, mientras que el capitán español proseguía con la suya la retirada sin ser acosado. Lejos de imitar esta clemencia, tomada Therouanne, mandó Carlos V que la saqueasen y arrasa-ran, destruyendo así los edificios profanos como las iglesias, los monasterios y los hospitales, no dejando, en fin, la menor señal de muralla; y temeroso de que quedara piedra sobre piedra, mandó que los habitantes de Flandes y del Artois dispersaran los restos de la ciudad. Como la guarnición de Throuanne había causado poderosos daños a las poblaciones del Artois y de Flandes, acudieron éstas con palas y picos, y la ciudad desapareció como Sagunto bajo las plantas de Aníbal, y como Cartago al furor de Escipión.

Igual suerte cupo a Hesdin, la que pudo a lo menos reedificarse sobre sus ruinas gracias a Manuel Filiberto, general en jefe de las tropas imperiales en los Países Bajos, quien en pocos meses llevó a cabo esa inmensa obra, viendo alzarse como por ensalmo una ciudad nueva a un cuarto de legua de la antigua.

Situada entre los pantanos del Mesnil y junto al Canche, la nueva ciudad tenía excelentes fortificaciones que a los ciento cincuenta años todavía causaron la admiración de Vauhan, no obstante haberse variado ya completamente el sistema de defensa de las plazas.

Para que la ciudad se acordara de su origen, nombróla su fundador Hesdin-Fert, cuyas últimas cuatro letras son las mismas que con la cruz blanca concediera el emperador de Alemania después del sitio de Rodas a Amadeo el Grande, duodécimo conde de Saboya, y significaban: Fortítudo ejus Rhodum tenuit, o sea: Su esfuerzo salvó a Rodas.

No será ese el único milagro debido a la promoción del joven general a quien Carlos V

acababa de entregar el mando del ejército.

Merced a la rígida disciplina que había restaurado, comenzaba a respirar el desventu-rado país que desde hacía tres años era teatro de la guerra: Manuel Filiberto dictó severísimas órdenes prohibiendo el robo y el merodeo, conminando con la pena de muerte a los soldados cogidos in fraganti y a los jefes contraventores con la de arresto más o menos largo en sus tiendas a la vista de todo el ejército; de lo que resultaba que como el invierno de 1554 a 1555 casi había puesto término a las hostilidades, los habitantes del Artois acabaron de pasar cuatro o cinco meses que juzgaron dignos de figurar en la edad de oro, comparados con los tres años pasados entre el sitio de Metz y la reedificación de Hesdin.

De cuando en cuando aún se veía algún castillo incendiado, alguna casa saqueada, ya por los franceses que dueños de Abbeville, Doullens y Montreuil-sur-Mer, hacían correrí-

as en territorio enemigo, bien por los ladrones incorregibles que pululaban en el ejército imperial; sin embargo, era tan activo Manuel Filiberto en perseguir a los franceses y tan riguroso en castigar a los imperiales, que ca-da día eran más raras tales catástrofes.

Así, pues, hallábanse las cosas en la provincia de Artois y particularmente en los alrededores de Hesdin-Fert el día en que da comienzo nuestra narración, o sea el 5 de mayo de 1555.

Descrita la situación moral y política del país, pasemos a dar una idea de su aspecto material, muy diferente del que hoy día ofrece, merced a las innovaciones de la industria y agricultura.

Cualquiera que a cosa de las dos de la tarde de dicho día se hubiese encontrado en la torre más alta de Hesdin, vuelto de espaldas al mar, hubiera abarcado el horizonte extendido en semicírculo desde la punta septentrional de la cordillera, tras la cual se oculta Bethune, hasta la última cresta meridional de la misma, al pie de la cual elevábase Doullens; habría visto estrecharse hacia las orillas del Canche la hermosa y sombría selva de Saint-Pol-sur-Ternoise, cuya vasta alfombra verde, tendida como un manto sobre las colinas, bañaba su orla al pie de la opuesta vertiente en las fuentes del Scarpe, pues en cuanto al Escalda es lo que el Saona al Róda-no y el Mosela al Rhin.

A la derecha de la selva, y por lo tanto, a la izquierda del observador, a quien suponemos situado en la torre más elevada de Hesdin-Fert, hubiera percibido también en medio de la llanura y al abrigo de las mismas colinas que cierran el horizonte, las aldeas de Hen-chin y Fruges entre azuladas humaredas que, envolviéndolas como en transparente gasa o diáfano velo, denotaban que a pesar de los primeros días de primavera, los frioleros habitantes de aquellas provincias aún no se habían despedido del fuego, alegre cuanto benigno amigo en invierno.

Más allá de las dos aldeas y semejante a un centinela que se hubiera atrevido a salir de la selva y mal tranquilizado no hubiese osado apartarse de la linde, alzábase un hermoso edificio, granja y castillo en una pieza, llamado el Parcq. Cual dorada cinta flotante sobre la verde llanura, distinguíase el camino que partiendo de la puerta de la granja se dividía luego en dos brazos, uno de los cuales llevaba en derechura a Hesdin, y dando el otro vuelta a la selva, revelaba las relaciones entabladas entre los habitantes del entabladas y las aldeas de Prevent, Auxyle-Château y Nouvion en Ponthíeu.

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!