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Bianca 3009 Su escandalosa afirmación ¡Y la venganza del italiano! Ariana Killane necesitó todo su valor para presentarse en la boda de su prima y confesar que después de pasar una noche con Luca Farnese, el prometido, llevaba a su hijo en el vientre. Ella sabía que aquella mentira desataría la ira del multimillonario. Aun así, era la única manera de ayudar a su prima a escapar de ese matrimonio no deseado… ¡Luca estaba furioso! Ariana tendría que enfrentarse a las consecuencias por haberle arruinado su plan. No obstante, ir a su lado fue un camino salvaje e incontrolable, porque por mucho que Luca racionalmente buscara vengarse, su cuerpo le pedía que se encontrara con Ariana en el único lugar en el que parecían ponerse de acuerdo… En su cama.
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Seitenzahl: 166
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Julia James
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Precio de una confesión, n.º 3009 - mayo 2023
Título original: The Cost of Cinderella’s Confession
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411417969
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
LA cálida luz del sol bañaba la iglesia medieval situada en la cima de la ciudad antigua del centro de Italia. No obstante, el sol no calentaba a Ariana. Únicamente experimentaba una sensación de frío que casi la hacía tiritar. O una sensación parecida.
Miedo.
Miedo por lo que estaba a punto de hacer… Lo que se atrevía a hacer… Se forzaba a hacer.
Ocultándose tras el pequeño velo que caía del sofisticado sombrero que llevaba, y que iba a juego con el traje ceñido, caro y elegante, que se amoldaba a su figura, caminó hacia le entrada de la iglesia.
La misa ya había comenzado y el coro estaba cantando cuando ella se sentó en el fondo de la nave. Deseaba escapar, pero debía hacerlo.
Inclinó la cabeza como si estuviera rezando, aunque lo que pretendía era evitar mirar a las personas que se habían reunido o que estaban en el altar. Una vez más, el miedo se apoderó de ella al pensar en la magnitud de lo que estaba a punto de hacer.
¡Pero no había otra manera!
Cuando terminó el himno, el cura comenzó a celebrar la ceremonia.
Ariana sintió que la cabeza le daba vueltas, y que el corazón comenzaba a latirle muy deprisa. Tenía que medir bien cada instante, hasta el momento temido.
El momento temido…
Entonces, llegó el momento. Las palabras que nunca habían recibido respuesta en ninguna de las bodas a las que había asistido, la recibirían ese día.
–No hay otra opción… ¡Por mucho que desee no hacerlo!
Oyó que el cura pronunciaba las palabras… Era su señal. Oyó la pausa que se hizo a continuación. Se puso en pie y salió al pasillo. Avanzó hacia delante, impulsada por una fuerza de voluntad que superaba al sentimiento de repugnancia que sentía por lo que estaba haciendo.
Lo que estaba a punto de hacer.
Comenzó a hablar, forzando las palabras que debía decir, entrometiéndose como un sacrilegio en el sacramento de un matrimonio.
Palabras que harían que se detuviera en el momento.
–¡Sí! ¡Tengo una objeción! ¡Este matrimonio no puede celebrarse!
Vio que la gente volvía la cabeza y oyó la exclamación de asombro de los congregados mientras se dirigía hacia las dos personas que estaban en el altar.
La novia, con el rostro oculto tras un largo velo de encaje, no se movió. El novio sí. Y Ariana vio cómo se giraba despacio, como si fuera un jaguar que había oído algún movimiento detrás. El movimiento de una presa, o de un depredador.
Al sentir aquella mirada sobre su cuerpo, se quedó helada y deseó escapar.
No escaparía. No podía. Debía hacer aquello y continuar hasta el final.
Él la fulminó con la mirada mientras se acercaba. Y sus ojos eran lo único que ella podía ver.
No veía al hombre que había entregado a la novia, ni a la novia, que permanecía quieta como una estatua. Tampoco al padrino, ni a las damas de honor, ni a todos aquellos que la observaban boquiabiertos.
Ni siquiera al cura que la miraba con preocupación. El cura se disponía a preguntarle cuál era el motivo de su objeción, pero ella se adelantó. Deteniéndose a unos pasos del altar, se retiró el velo.
En ese instante, vio que la mirada del novio cambiaba por completo.
Aquellos ojos expresaban reconocimiento.
Por un segundo, ella vio un resplandor en sus ojos color obsidiana. Una llama negra…
Después desapareció y la mirada se volvió cortante como un cuchillo afilado.
Él dio un paso adelante, pero ella ya había comenzado a hablar. Su voz clara estaba siendo escuchada por todos los asistentes. Por la novia, que permanecía inmóvil y de espaldas a ella. Por el novio, en quien la tensión se había apoderado de todo su cuerpo.
Ella señaló con la mano mientras hablaba, rezando para que no le temblara. Una mano acusadora dirigida hacia el novio. El hombre cuya boda debía detener en ese mismo instante.
–¡Él no puede casarse con ella! –exclamó–. ¡Llevo a su hijo en mi vientre!
Tres meses antes…
Ariana contempló su reflejo en el espejo del aseo del hotel de Manhattan. Sus ojos color tierra, herencia de su padre, resaltaban gracias al maquillaje y sus labios generosos brillaban gracias al pintalabios.
Su abuelo habría dicho que parecía una prostituta, pero a ella no le importaba, él siempre pensaba mal de ella. Nada de lo que hacía lo complacía. Ni siquiera cuando intentaba vestir de manera recatada. Era demasiado alta, demasiado rellenita y voluptuosa. Y lo peor de todo, demasiado sincera. Siempre llamando la atención de la forma equivocada.
No como su prima Mia.
Era Mia la nieta que él aceptaba. Mia, pequeña, delgada, con el cabello largo y rasgos angelicales. Mia, dulce y amable. Discreta, dócil y tímida. Tal y como debía de ser una mujer.
Esa era la opinión de su abuelo y él no hacía nada por ocultarla.
Ariana llevaba toda la vida escuchándola, y a pesar de que debería haberse acostumbrado a ella, todavía le resultaba molesta.
Bueno, ¡esa noche no! Esa noche estaba muy lejos del palazzo que su abuelo tenía en Umbria y estaba dispuesta a disfrutarlo. Acababa de terminar la reforma de la casa nueva que su madre se había comprado en Florida, con su quinto marido, y había volado a Nueva York para reunirse con otros clientes norteamericanos, incluida la anfitriona del evento que se celebraba esa noche: la adinerada Marnie van Huren, una amiga de la madre de Ariana, que era alegre, sociable y casamentera.
–Ven a mi fiesta, cariño, ¡y consíguete un buen hombre! ¡Las profesionales como tú siempre estáis demasiado ocupadas para el amor!
Ariana había sonreído ante el comentario, pero no dijo nada. Estaba centrada en su carrera por un motivo, y no era para compensar la falta del amor en su vida. Lo hacía para escapar del control económico que su abuelo ejercía sobre ella.
Era un control que no solo era económico, sino también emocional… Un control que él siempre había tratado de ejercer sobre la familia. Lo había hecho con el tío de Ariana, el padre de Mia, que hasta el día de su muerte nunca había roto las normas, igual que tampoco las rompía Mia. Aquel terrible día en el que los tíos de Ariana se mataron en un accidente de coche, cuando Mia tenía siete años y ella nueve. La tragedia asustó a todos ellos y provocó que la tiranía del abuelo se volviera todavía más sofocante. El hombre pretendió conseguir que Ariana se volviera como la dulce Mia, e intentó encadenar a sus nietas a su lado, sin permitir que tuvieran nada de dinero que no fuera el que él les había dado.
Ariana había prometido que nunca dependería de nadie, y que no permitiría que su abuelo la dominara como hacía con su prima Mia. Y también que no reaccionaría ante ese fuerte control como había hecho su madre. Que a los diecinueve años se escapó con un chico que pronto la abandonó, recién casada y embarazada, chantajeado por su suegro para que no lo volvieran a ver. Ni siquiera su hija Ariana.
A partir de ahí, su madre había contraído varios matrimonios, intercalados con numerosas aventuras amorosas, y su abuelo había mostrado su desaprobación en todos ellos. Por fortuna, todas sus relaciones habían sido con hombres adinerados.
Ariana no tenía intención de copiar la solución que su madre había encontrado para lidiar con la tiranía de su abuelo. Nunca dependería de la generosidad de un hombre. Ella ganaría su propio dinero, utilizando su talento.
No le había resultado fácil, y sus esfuerzos por destacar en el mundo del diseño de interiores tampoco habían sido aprobados por su abuelo. No obstante, ella había sido persistente y, por fin, a los veintisiete años podía considerar que habían tenido éxito.
Por supuesto, con el éxito tampoco se había ganado la aprobación de su abuelo, pero sí ganaba suficiente dinero para vivir cómodamente. Lo malo era que toda su vida estaba dedicada a su carrera profesional. Y, aunque salía con hombres de vez en cuando, nunca eran su prioridad. Cuando tuviera tiempo para el amor, encontraría una relación de verdad. Permanente. No sería como su madre. Ella sería diferente. Encontraría al amor de su vida, a un hombre con el que pasaría el resto de sus días.
«¡Algún día lo encontraré! El hombre con el que compartiré mi vida significará todo para mí. ¡El único hombre del mundo que mantendrá viva la llama del amor durante toda mi vida!».
Eso sucedería algún día y, entretanto, tendría que trabajar y socializar como aquella noche.
Una vez más, miró su reflejo en el espejo. El vestido que llevaba resaltaba las curvas de su cuerpo, algo que su abuelo no habría aprobado tampoco. Con un gesto desafiante, sacudió la cabeza y agitó su melena castaña. Mirándose por última vez, salió hacia la fiesta con sus zapatos de tacón.
Luca Farnese estaba en un lateral del salón de actos contemplando a la multitud. No estaría mucho tiempo en aquel evento de la alta sociedad, solo lo suficiente para mantener la conversación que quería tener con el anfitrión, y después escaparía.
Aunque sabía que las mujeres lo miraban, gracias a su cuerpo musculoso, y a su rostro atractivo de rasgos italianos, esa noche no tenía ganas de coquetear. Ni nunca. Ya había encontrado a la mujer de sus sueños y ella tenía todo lo que él buscaba en la mujer con la que quería compartir su vida.
La imagen de ella en el otro lado del océano, esperando a que él regresara y le declarara su amor, invadió su cabeza. De rostro angelical, cabello claro, ojos de color azul celeste, boca delicada y voz melodiosa, lo había cautivado nada más conocerse, unas pocas semanas atrás. Ella era lo que él siempre había soñado, una mujer serena y tranquila.
Y sabía por qué.
Al pensar en décadas atrás se puso tenso. Gritos, portazos. La voz de su padre, suplicante y apaciguadora, el tono enfadado de su madre, sus quejas y críticas imparables. Después, un último portazo y el silencio. Opresivo y resonante.
Él siendo un niño, agarrado a la barandilla del rellano con manos temblorosas. Regresando a su habitación desolado, con un nudo en el estómago y el corazón acelerado, metiéndose en su cama, pero incapaz de quedarse dormido. Mirando al techo con los puños cerrados a ambos lados del cuerpo, tratando de bloquear el eco de los gritos y las palabrotas.
Deseaba que su madre no estuviera siempre discutiendo con su padre, gritándole, montando numeritos allí donde estuvieran, delante de todo el mundo, sin importarle que la gente estuviera mirando, o que su hijo y su marido estuvieran avergonzados. Sin embargo, por muy mal que se comportara su madre, su padre parecía cautivado por ella, permitiendo que continuara con sus arrebatos.
De niño había sido incapaz de comprender por qué, pero de adolescente y de adulto comenzó a entender el poder que su madre tenía sobre su padre. El poder de su sexualidad, algo a lo que su padre nunca había sido capaz de resistirse.
Después de vivir todo aquello, Luca había tomado una decisión para él. Su matrimonio no se parecería en nada al de sus padres. Nunca se entregaría a una mujer como había hecho su padre, y tampoco buscaría una esposa exigente y egocentrista como su madre, que nunca se había preocupado por su marido y su hijo.
No, la mujer de la que él se enamoraría sería justo lo contrario. Tranquila y gentil, dulce y amorosa, y nunca levantaría la voz a nadie. Y le gustaría hacerla feliz, entregándole su devoción y su riqueza.
La riqueza que él había conseguido por sí mismo, en el despiadado mundo de las finanzas. Una riqueza que todavía anhelaba y para lo que quería reunirse con el financiero Charles van Huren, a quien estaba buscando entre los invitados.
La agenda laboral de Charles estaba tan llena como la suya propia, y puesto que Luca regresaba a Italia a la mañana siguiente, eso significaba que esa noche, durante la fiesta de cumpleaños de la esposa de Charles, sería la única oportunidad que tendría de hablar sobre la inversión conjunta que estaban contemplando.
Se separó de la pared tratando de encontrar al anfitrión. Al mirar hacia el lado izquierdo de la habitación, donde sonaba música de baile, algo llamó su atención.
Una mujer bailando sola.
Ariana sintió el ritmo lento de la música y empezó a murmurar la letra de la canción con una medio sonrisa.
Se dirigió hacia la pista y comenzó a bailar, sin darle importancia a tener que bailar sola. Comenzó a mover las caderas, los brazos, y agachó la cabeza de forma que su melena sedosa se movió sobre sus hombros. Perdiendo la sensación del tiempo, se fusionó con la música, atrapada por su ritmo seductor.
Entonces, la canción terminó y las luces se volvieron más potentes. Ella levantó la vista y respiró hondo. Justo enfrente, había un hombre mirándola desde el borde de la pista.
Luca permaneció inmóvil, mirándola. ¿Por qué diablos se había detenido al verla?
Sabía exactamente por qué.
Aquella mujer era alta, y los tacones que llevaba acentuaban su estatura. Lucía un vestido rojo oscuro que resaltaba las curvas de su cuerpo y hacía que sus piernas parecieran muy largas. Su cabello largo, caía sobre su espalda y enmarcaba aquel rostro de ojos azules y boca sensual.
La mujer que había dejado de bailar habría llamado la atención de un santo.
Y él no era un santo…
Notó que su cuerpo reaccionaba rápidamente. Trató de controlarlo. No estaba en el mercado para tener una aventura. Y menos con una mujer como la que estaba mirando.
Antes, cuando deseaba a una mujer, la elegía con cuidado. Mujeres bellas, que trabajaran en el mismo campo que él y con quienes fuera sencillo conversar. Mujeres discretas que lucieran el vestido de noche como si fuera un traje de negocios, cabello bien peinado y maquillaje discreto. Mujeres bellas, pero que controlaran su vida de forma rigurosa, tal y como él controlaba la suya.
La mujer que él estaba mirando no estaba controlando su vida para nada. Había permitido que la música la controlara a ella. Se había fusionado con la melodía, moviendo los brazos y el cuerpo de forma sinuosa, y la cabeza agachada, como perdida ante el mundo.
Un mundo al que había regresado en cuanto paró la música y se detuvo.
Durante un instante, lo miró directamente con sus ojos grandes y oscuros. Después, giró la cabeza de repente y levantó las manos detrás de la nuca para recoger su melena oscura. Era un gesto muy espontáneo y sensual…
Luca entornó los ojos. El movimiento de la mujer había provocado que se levantaran sus senos y quedaran pegados a la tela del vestido, enfatizando su generoso escote. Una vez más, él notó que su cuerpo reaccionaba contra su voluntad…
La rabia se apoderó de él. No contaba con aquello.
Se alejó de allí y vio que Charles van Huren estaba al otro lado de la sala. Se miraron y cuando vio que el hombre asentía, se dirigió hacia él. Momentos más tarde, ambos hombres entraron en una habitación vacía y comenzaron a hablar de negocios.
Luca tuvo que esforzarse para no pensar en la mujer morena que había visto bailar de manera sensual.
Ariana soltó su melena sobre los hombros y se giró hacia la entrada de la pista de baile. Suspiró aliviada. Él se había marchado.
Ese instante, breve como una mirada casual, había sido de todo menos casual. Aquel hombre la había estado observando mientras bailaba.
Ella estaba acostumbrada a que los hombres la miraran, pero no un hombre como aquel…
Sintiendo un vacío en el estómago se acercó al extremo de la pista de baile y buscó una pared en la que apoyarse. Tenía el rostro de aquel hombre grabado en la retina.
Era un hombre muy atractivo, de pómulos prominentes y nariz aguileña. Los ojos los tenía de color obsidiana y mirada penetrante.
Ella respiró hondo para tratar de borrar la imagen de su cabeza, alegrándose cuando lo consiguió. No estaba allí para ligar.
Momentos más tarde, se dirigió al salón principal para socializar y relajarse. Cuarenta minutos más tarde estaba conversando con una pareja de mediana edad, conocida de su madre, cuando le presentaron a una mujer que, según le contó, estaba muy aburrida de la decoración de su apartamento. Ariana le entregó su tarjeta y, sin presionar, se marchó a por una copa de champán.
Marnie se acercó a ella y le dijo:
–Ariana, ¡necesito que me ayudes! ¡Uno de mis invitados está intentando escapar!
Ariana notó que la agarraban del brazo y estiraban de ella hacia donde el marido de Marnie estaba hablando con un hombre.
El hombre se volvió hacia ellas y, por segunda vez, ella sintió que la miraban de manera penetrante.
Ariana notó que se le formaba un nudo en el estómago.
–¡Dile a tu compatriota que no puede marcharse todavía! –oyó que Marnie le decía.
–¿Compatriota? –preguntó sin pensar.
–Es italiano, como tú –le confirmó Marnie.
Preguntándose si era posible que el hombre que había estado hablando con Charles van Huren no hablara inglés a la perfección, se sintió obligada a responder a la petición de su anfitriona.
–La señora van Huren le pide que la acompañe en el día de su cumpleaños con sus más sinceros deseos –le dijo en italiano.
Le resultaba estresante mirar a aquel hombre, pero no tenía más remedio. Su presencia la inquietaba.
–Gracias por la traducción –repuso él–, pero lo he entendido a la primera –añadió en perfecto inglés.
Marnie soltó una carcajada, y el marido negó con la cabeza como resignado.
–Cariño, Luca ha venido solo porque se lo he pedido. Teníamos que hablar de negocios. Ahora tiene que marcharse.
Su esposa levantó las manos a modo de protesta.
–¡No, no, no! ¡No le dejaré marchar!
Agarró una copa de champán de la bandeja de un camarero y se la entregó al invitado. Él la aceptó con resignación. Ariana aprovechó el instante para escabullirse, pero Marnie la agarró por la muñeca.
–No te irás hasta que os haya presentado. Señorita Killane, el señor Farnese –nada más pronunciar sus nombres, sonrió–. Ahora que ya os he presentado, he de continuar. ¡Charles!
Soltó el brazo de Ariana y se llevó a su marido, dejando allí a Ariana.
–Me alegro de conocerlo, señor Farnese –sonrió–. Si me disculpa… –se alejó de él y empezó a charlar animadamente con aquellos que conocía.
Al cabo de unos instantes, decidió que aquella fiesta había terminado para ella. Si Marnie van Huren pretendía emparejarla, ella no quería pasar la velada escabulléndose. Dejó la copa de champán, recogió el abrigo del guardarropa y se dirigió al ascensor.