Trampa peligrosa - Julia James - E-Book

Trampa peligrosa E-Book

Julia James

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Beschreibung

Se acostaría con ella... y después la destruiría…   Lissa trabajaba al máximo para darle a su hermana la vida que merecía y, si para conseguirlo tenía que ponerse unas pestañas postizas y tratar bien a aquellos ricachones, no dudaría en hacerlo… Xavier Lauran no había podido dejar de mirar a Lissa desde el momento que había entrado al casino y ella lo sabía. Lo último que necesitaba en su ya complicada vida era caer en los brazos de aquel seductor francés… pero no pudo resistirse.  Lo que Lisa no sospechaba era que había caído en una peligrosa trampa…  

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2008 Julia James

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Trampa peligrosa, n.º 1836 - octubre 2024

Título original: BEDDED, OR WEDDED?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

Imagen inferior de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 9788410742277

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Xavier Lauran, presidente y accionista mayoritario de la empresa de artículos de lujo XeL, comprobó sus correos electrónicos. Leyó lo que le contaba Armand desde Londres.

 

…es la mujer de mis sueños, Xav… ella todavía no lo sabe, ¡pero me voy a casar con ella!

 

Xavier se puso tenso. Miró el paisaje parisino que disfrutaba desde la ventana. Sabía que debía salir de su despacho y marcharse a su casa para cambiarse y así poder llevar a Madeline a la ópera… y después al apartamento de ella para que terminaran la noche como solían hacer. El acuerdo que tenía con aquella mujer le venía bien. Madeline de Cerasse, al igual que todas las demás mujeres que elegía para divertirse, sabía lo que él quería de una relación y se lo otorgaba… una compañía sofisticada en los numerosos actos sociales a los que él tenía que asistir. Y, en privado, una misma sofisticación en los placeres que le proporcionaba. Placeres físicos. Xavier no buscaba ni deseaba intimidad emocional con nadie. Él no dejaba que su corazón mandara sobre su cabeza.

Al contrario que su hermano.

Armand siempre se dejaba llevar por su corazón… y la última vez que había ocurrido había sido un desastre. Se había enamorado de una mujer que se había aprovechado de él… hasta que Xavier, con su habitual afán de protección sobre su hermano menor, había hecho que la investigaran. Lo que había descubierto había sido que la mujer había estado mintiendo para ganarse la simpatía y el dinero de Armand, que se había quedado muy desilusionado.

Pero la fe del pequeño de los hermanos en la bondad de la gente, en especial en la de las mujeres, no mermaba y, en aquel momento, estaba hablando de matrimonio.

 

Esta vez estoy siendo cauteloso, Xav, como a ti te gusta. Ella ni siquiera sabe que yo tengo algo que ver contigo ni con XeL… no se lo he dicho a propósito. ¡Quiero que sea una maravillosa sorpresa!

 

Pero al leer el final del correo electrónico, se desvanecieron las esperanzas iniciales de que Armand hubiese actuado correctamente.

 

Sé que habrá problemas, pero no me importa si a ti no te parece que ella es la novia ideal que yo debería tener… la amo y eso es suficiente…

 

Xavier se quedó mirando la pantalla con tristeza. Aquello no era algo bueno… en absoluto. Armand estaba admitiendo que habría problemas y que su novia no era la ideal.

Pero aun así hablaba de matrimonio.

La preocupación se apoderó de él. Si aquella mujer resultaba ser tan desastrosa como la última, apartar a su hermano de ella iba a ser mucho más difícil si se casaban.

Y también mucho más caro… ya que Armand no era de los que consideraban realizar un contrato prematrimonial. Armand era su hermanastro y no había heredado la empresa fundada por el abuelo de Xavier, llamado también Xavier Lauran, empresa que tenía un gran éxito mundial en la venta de relojes y otros artículos de lujo. Armand trabajaba para la empresa con un cargo directivo y su padre, Lucian Becaud, con quien la madre de Xavier se había casado tras haber quedado viuda cuando Xavier había sido muy pequeño, tenía mucho poder y riqueza. Armand era un muy buen partido.

 

Xav… esta vez confía en mí. Sé lo que estoy haciendo y tú no puedes hacerme cambiar de idea. Por favor, no te metas… es demasiado importante para mí.

 

Al leer el final del correo electrónico, Xavier suspiró. Quería confiar en su hermano… pero se preguntó qué pasaría si estaba equivocado… qué pasaría si ella era una cazafortunas…

No, no podía correr el riesgo. No cuando estaba en juego la propia felicidad de su hermano. Tenía que descubrir quién era aquella mujer. A regañadientes, tomó el teléfono de su escritorio. Iba a realizar algunas averiguaciones discretas a través de su equipo de seguridad.

Mientras esperaba a que su jefe de seguridad respondiera el teléfono, pensó que quizá estaba reaccionando de forma exagerada, preocupándose innecesariamente.

Eso deseaba… realmente lo deseaba.

Pero en veinticuatro horas supo que sus esperanzas habían sido en vano. Mientras miraba seriamente el dosier que tenía delante de él, dosier que le acababa de entregar su equipo de seguridad, supo que, sin duda, había un problema.

Armand había tenido razón… la chica no era la novia ideal, pero claro… ¿quién iba a pensar que una muchacha que trabajaba como chica de alterne en un casino del Soho lo sería?

Habían seguido a Armand el día anterior cuando salió de las oficinas de XeL en Londres, desde donde había tomado un taxi que le había llevado a una zona del sur de la ciudad donde nadie viviría si tuviera elección. Allí había sido recibido por una mujer joven en un piso situado en un edificio ruinoso, donde había permanecido hasta medianoche. Cuando se despidió en la puerta, Armand le había susurrado algo en el oído a la muchacha. Entonces el equipo de seguridad había espiado a la mujer, que en media hora había abandonado el piso, y se había dirigido al Soho… al casino que se nombraba en el dosier, donde les habían confirmado que trabajaba allí.

Xavier no se podía creer que aquélla fuese la mujer con la que Armand pretendía casarse.

Respirando profundamente, abrió el sobre donde aparecía escrito un nombre; Lissa Stephens.

Sacó una fotografía y se quedó mirándola. Era una fotografía que había sido tomada en el casino y la chica no podía haber tenido peor aspecto. Tenía el pelo rubio y cardado, llevaba una gruesa capa de maquillaje e iba vestida con un barato vestido muy corto. Era muy vulgar…

Se preguntó si Armand sabría que ella trabajaba en un casino del Soho.

Sintió asco ante todo aquello. Volvió a mirar por la ventana y pensó que tendría que ir a investigar por él mismo. Tenía que juzgar a la mujer que tenía en sus manos la felicidad de su hermano…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Lissa sofocó un bostezo y, poniendo toda su fuerza de voluntad, lo transformó en una sonrisa, susurrándoles un cumplido a los dos hombres que estaban sentados en la mesa con ella. El cansancio se había apoderado de su cuerpo como una ola debilitadora. Se preguntó cuándo volvería a dormir las suficientes horas. Sabía que debía estar agradecida por aquel trabajo… aunque lo que estaba haciendo era humillante, moralmente discutible y estaba acabando con su sensibilidad.

Pero necesitaba el dinero. Lo necesitaba muchísimo. Lo suficiente como para trabajar de secretaria durante el día y en el casino por la noche.

Necesitaba ganar cuanto más dinero pudiese en el menor tiempo posible. No había escapatoria… ¿o sí?

Armand.

Armand y su dinero podrían hacer que todo ocurriese tan, tan rápido. Durante unos tentadores momentos se permitió soñar despierta… todo sería muy fácil.

Pero no debía permitirse tener esperanza. Hacía varios días que no sabía nada de él y tenía que plantearse la posibilidad de que tal vez se hubiese imaginado su interés.

La decepción era dura, pero siempre había tenido que afrontar el hecho de que el interés de él hubiese sido sólo por la novedad, algo temporal. No podía contar con ello. No podía contar con él.

Se forzó en centrarse en los dos empresarios que tenía delante. Pero ambos estaban charlando sobre negocios y ella se evadió de nuevo.

Pero entonces algo llamó su atención.

Alguien acababa de entrar al bar del casino. Alguien que sobresalía de entre todas las demás personas que allí había. Era un hombre extremadamente atractivo, con una bonita piel bronceada.

Tenía aspecto de ser… rico. Muy rico. Sintió cómo le daba un vuelco el estómago. Tenía el aspecto que, a veces, también tenía Armand. Tenía una innata elegancia que no se podía aparentar.

Aquel hombre tenía algo más en común con Armand… no era inglés. Era obvio debido a su sofisticada elegancia y masculinidad.

Pero Armand tenía una cara amigable, mientras que el hombre que acababa de entrar al bar era el tipo más irresistible que ella había visto nunca.

Tenía los rasgos perfectamente esculpidos y unos preciosos ojos oscuros.

Volvió a sentir cómo le daba un vuelco el estómago y pensó que nunca antes había visto a un hombre como aquél.

Enfadada consigo misma, apartó la mirada. Aquel hombre… simplemente era un jugador. Observó cómo el manager del casino se acercaba al recién llegado para saludarle, seguramente encantado de tener a un cliente tan rico. Entonces, le hizo señas a la mejor chica de alterne del local. Lissa no se sorprendió. Tanya era una voluptuosa rubia eslava que se acercó al recién llegado, dirigiéndole una sensual sonrisa. El hombre la miró, frunciendo levemente el ceño.

Pero entonces, alguien, tomándola por el brazo, captó su atención.

–Me apetece bailar –le dijo uno de los dos hombres que estaban en su mesa.

Lissa, ocultando su pesar, sonrió como si estuviese encantada y se levantó. Al principio la música era rápida y moderna, con lo que no tuvieron que bailar agarrados, pero en un par de minutos cambió y pusieron una balada. Su acompañante la abrazó entonces de la cintura. Trató de no estremecerse, aunque odiaba bailar agarrada con los jugadores.

En ese momento, repentinamente, alguien más se les unió.

 

 

Xavier permitió que la rubia siguiera agarrándolo de la manga, pero no le prestó ni la más mínima atención. Tenía toda su atención centrada en su objetivo.

Lissa Stephens.

No era diferente a la fotografía que había visto de ella y, por un momento, la cólera se apoderó de él al pensar cómo una mujer tan vulgar podía haber camelado a su hermano.

–Me encanta bailar –dijo la chica que tenía al lado.

Pero entonces él se acercó a Lissa.

–Es mi turno –dijo.

El hombre que estaba bailando con ella se volvió y lo miró con agresividad.

–¿Hacemos un cambio? –sugirió entonces Xavier.

El hombre miró a la bella mujer eslava que acompañaba a Xavier.

–Está bien –dijo el hombre, sonriendo abiertamente al acercarse a Tanya.

–¿Bailamos? –le dijo entonces Xavier a Lissa, tomándola del brazo sin esperar respuesta.

Ella se estremeció, sorprendiendo a Xavier, ya que no era una reacción típica que ella debiera tener. Instintivamente se echó para atrás.

–¿Qué ocurre? –preguntó él.

Vio algo reflejado en los ojos de ella, pero al instante se borró. Lissa sonrió abiertamente.

–Hola… soy Lissa –dijo, ignorando la pregunta de él.

Entonces sonrió más abiertamente. Xavier posó sus manos en la cintura de ella, sintiendo su cuerpo a través del barato vestido. Al analizar su cara vio que no había dureza reflejada en su expresión en aquel momento. En vez de ello, su rostro reflejaba oscuridad.

De cerca, la densa capa de maquillaje que llevaba era atroz, y sintió asco. ¡Ninguna mujer de las que conocía… y conocía a muchas… jamás se habría hecho lo que aquella chica se había hecho en la cara! El desprecio se reflejó en sus ojos.

Pero entonces lo disimuló, ya que mostrarlo no le ayudaría en sus planes.

–Así que, Lissa… ¿crees que me darás buena suerte en las mesas?

Sonrió de manera alentadora, sintiendo cómo ella se ponía tensa durante un segundo.

–Estoy segura de que tendrá suerte –dijo ella, sonriendo.

–Entonces de acuerdo –dijo Xavier–. Vamos.

La soltó y ambos se dirigieron hacia la zona de juego. Sus peores sospechas se estaban confirmando. Lissa Stephens tenía el aspecto de lo que había temido que fuera… una mujer con la que él nunca podría permitir que su hermano se casara.

Al llegar a una de las mesas de juego, Lissa se dejó caer en una silla, preguntándose qué demonios le pasaba. Tenía el corazón revolucionado y le faltaba el aliento. Desesperada, trató de aclararse las ideas… pero no lo consiguió. Lo único que podía hacer era quedarse allí sentada y seguir fingiendo.

Pero era duro… muy duro.

El hombre al que estaba acompañando la afectaba mucho… la dejaba sin aliento y no podía dejar de mirarlo.

Pero quedarse mirando era lo que no tenía que hacer. Aunque la necesidad de hacerlo era agobiante. Tenerlo al lado la agobiaba.

Agarró los reposabrazos de la silla con fuerza, sintiendo cómo una ola de excitación se apoderaba de su cuerpo. Aquello estaba mal. Estaba mal y era horrible. Quería salir corriendo y esconderse debido a la vergüenza que sentía.

Trató de recuperar la compostura, diciéndose a sí misma que, si aquel hombre estaba allí, significaba que, aunque fuese muy atractivo, no dejaba de ser un jugador.

Entonces se percató de algo; fuera cual fuera la razón por la que había cambiado a Tanya por ella, no era porque quisiera mirarla. No había indicado en ningún momento que la encontrara atractiva.

Esbozó una mueca. Ningún hombre con el aspecto de él podía sentirse atraído por ella. Pensó que si pudiera verla con el aspecto que podía llegar a tener las cosas serían distintas…

Apartó rápidamente aquel pensamiento. La chica que ella había sido un día, la chica que disfrutaba de la vida y que le había sacado partido a los atributos con los que había nacido, ya no existía. No existía desde que el chirrido de las ruedas y el nauseabundo sonido de metal chocando contra metal habían destruido todo lo que ella había dado por hecho hasta aquel momento. Su vida se había convertido en una dura e implacable pesadilla por lograr conseguir el objetivo para el cual había dedicado su vida desde entonces.

En relación con su aspecto… bueno, gracias a él había conseguido aquel trabajo, y debía estar agradecida. El maquillaje que tenía que emplear era como una máscara que ocultaba su verdadero aspecto.

Se percató de que el hombre que estaba a su lado estaba perdiendo al blackjack. Frunció el ceño, ya que el tipo no parecía un perdedor, sino todo lo contrario.

Pero su único trabajo era conseguir que él bebiera cuanto más champán mejor.

–Estoy segura de que, si bebe un poco de champán, cambiará su suerte –se atrevió a susurrar. Pero sintió asco ante todo aquello.

Aquél era un trabajo sórdido. Era chabacano, de mal gusto y vulgar… pero necesitaba el dinero. Sonrió e inclinó la cabeza de manera incitante. De reojo, vio a Jerry, uno de los camareros que iba y venía con copas de champán.

El hombre que estaba a su lado se enderezó y la miró. Durante un momento, ella sintió como si la estuvieran examinando con un láser, pero entonces, de repente, la expresión del hombre cambió y se encogió de hombros.

–¿Por qué no? –dijo, haciéndole señas al camarero y tomando dos copas. Le dio una a Lissa.

Con cuidado, ella la tomó, asegurándose de no tocar los dedos del hombre al hacerlo. Pero, aun así, sintió cómo se le agarrotaba el estómago.

–¿Crees que debo probar suerte en la ruleta?

El acento galo de aquel atractivo hombre provocó que un escalofrío le recorriera a ella la espina dorsal. Bebió champán, como si fuese a ayudarla a calmar los nervios, y sonrió forzadamente.

Se dijo a sí misma que no le mirara a los ojos. Que simplemente lo mirara, pero que no lo hiciera a los ojos, que fingiera que era uno más de los jugadores que pasaban por allí.

–¡Oh, qué buena idea! –exclamó con necedad–. Estoy segura de que ganará en la ruleta –dijo, levantando su copa–. Por la suerte –brindó alegremente, bebiendo más champán.

Mientras trabajaba bebía lo menos posible, pero en aquel momento necesitaba toda la ayuda necesaria para superar aquella dura prueba.

Al poner la copa en la mesa se percató de que él no había bebido nada. Dada la mala calidad del champán no le sorprendía… pero se preguntó para qué lo había pedido.

Cuidadosamente se levantó de la silla, tratando de no hacer un gesto de dolor al posar sus doloridos y cansados pies en el suelo.

La ruleta le hizo pasar una experiencia muy mala. Tuvo que sentarse de nuevo al lado de él, demasiado cerca, para observarlo jugar. En aquella mesa ganó de vez en cuando, pero jugaba sin prestar atención, como si no le importara para nada el ganar o perder.

Pudo observar cómo Tanya, que estaba delante de ellos, estaba tratando de excitarlo con la mirada… sin lograr nada.

Cuando hubo terminado la partida, el hombre se dirigió a ella.

–Tant pis –dijo, encogiéndose de hombros para quitarle importancia a las veces que había perdido.

Lissa se forzó en sonreír.

–Ha sido mala suerte –dijo.

–¿Eso crees? Yo creo que cada uno crea su propia suerte en la vida, ¿n’est ce pas?

Los ojos de Lissa se ´oscurecieron y se preguntó si eso era cierto, o si no era que el destino simplemente era arbitrario y cruel, trasformando la felicidad en tragedia en pocos instantes.

Un giro brusco de las ruedas de un coche, la velocidad, un segundo de distracción. Un instante, una tragedia devastadora… tragedia que destruye en un momento la felicidad de todos. Pero no sólo destruye la felicidad… sino que también destruye muchas más cosas.

Su mirada se oscureció.

Xavier se percató del cambio de expresión en la cara de ella, pero todo lo que provocó en él fue dureza. Lissa Stephens, al igual que la chica rusa, o cualquiera de las demás mujeres que trabajaban allí, era una mujer que creaba su propia suerte… y era a costa de un hombre.

Pero lo que no iba a permitir era que fuese a expensas de su vulnerable hermano.

Se dijo a sí mismo que seguramente su hermano no sabía lo que «la mujer de sus sueños» hacía para ganarse la vida.

Había mandado a Armand a visitar las oficinas de los minoristas de XeL en Dubai, con instrucciones de volar después directamente a Nueva York desde los Emiratos para hacer lo mismo en aquella ciudad. Había elaborado todo aquello para así poder tener la oportunidad de realizar una investigación objetiva y a conciencia de quién era en realidad Lissa Stephens.

Y, mientras que en aquel momento estaba convencido de que tenía todas las pruebas que necesitaba para condenar a la muchacha, iba a seguir adelante con su plan como había planeado. Miró su reloj.

–Hélas, tengo que marcharme. Tengo una reunión mañana temprano. Bon soir, mademoiselle… y gracias por tu compañía.

Esbozó una sonrisa educada y superficial, tras lo cual se marchó. Lissa observó cómo lo hacía, restregándose la frente. Estaba cansada y sentía como una especie de presión sobre su cabeza. Estaba agotada y deprimida.

El sentimiento de culpa se apoderó de ella. Se preguntó cómo se atrevía a quejarse de su situación cuando en realidad no tenía nada de lo que mereciera la pena lamentarse. Nada se podía comparar a…

Se forzó a dejar de pensar en aquello. El increíblemente perturbador hombre francés había logrado una cosa; había conseguido que el tiempo pasara muy deprisa y ya se podía marchar a casa.

Diez minutos después, vestida con su ropa normal, peinada sin cardados ni laca y con la cara lavada, salió a la calle en la noche londinense.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Hacía frío y chispeaba, pero no le importó. Después de estar oliendo a tabaco, a alcohol y a perfume barato en el casino, el contaminado aire londinense olía a fresco y limpio. Respiró profundamente, levantando la cara. Iba vestida con unos pantalones vaqueros y un jersey, conjuntados con unas botas planas. Llevaba su largo pelo arreglado en una coleta.

Andaba rápido, no sólo porque era lo aconsejable a aquella hora de la noche en aquella parte de Londres, sino porque no quería perder el autobús que la llevaría a casa.

Mientras se acercaba a la parada de autobús, comenzó a llover con fuerza. Esperó impaciente para poder cruzar a la acera de enfrente, ya que veía al autobús aproximarse, pero entonces vio un gran coche pasar muy cerca de ella, salpicándole agua y empapándole los pantalones. Gritó enfadada y se echó para atrás instintivamente, pero lo que más la enojó fue ver que el coche se detenía. Le impedía cruzar al otro lado y tuvo que bordearlo. El autobús estaba casi en la parada. No iba a llegar a tiempo para que parara para ella y, a no ser que otra persona fuera a bajarse en aquella parada, lo que nunca ocurría, el conductor seguiría adelante.