Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Esta violenta novela, esta basada en los enfrentamientos directos entre Sherlock Holmes y su mayor adversario, el profesor James Moriarty. Holmes se enfrentará junto a su inseparable Dr. Watson a la banda criminal inglesa perteneciente al profesor Moriarty. Esta aventura los llevara fuera de Inglaterra, mientras la ley inglesa se ocupa de los problemas generados por Moriarty y su banda. Holmes y Watson irán hasta Suiza para enfrentar y derrotar de una vez por todas a su principal enemigo.¿Podrá Sherlock Holmes vencer a su mayor enemigo? ¿Que tendrá que perder la pareja de detectives mas importante de Inglaterra?Anímate a escuchar uno de los cuentos preferidos por Arthur Conan Doyle, en donde la muerte se convertirá en la principal aliada de la justicia.-
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 40
Veröffentlichungsjahr: 2020
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Arthur Conan Doyle
Saga
El problema finalOriginal titleThe Final Problem
Cover design: Breth Design www.brethdesign.dk Copyright © 1893, 2019 Arthur Conan Doyle and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726462869
1. e-book edition, 2019
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Tomo la pluma con tristeza para redactar estos pocos párrafos, que serán los últimos que yo dedicaré a dejar constancia de las singulares dotes que distinguieron a mi amigo el señor Sherlock Holmes. Me he esforzado, aunque de una manera inconexa y, estoy profundamente convencido de ello, del todo inadecuada, en relatar como he podido las extraordinarias aventuras que me han ocurrido en su compañía desde que la casualidad nos juntó, en el período del Estudio en escarlata, hasta la intervención de Holmes en el asunto de El Tratado naval, intervención que tuvo como consecuencia indiscutible la de evitar una grave complicación internacional. Era propósito mío el haber terminado con ese relato, sin hablar para nada del suceso que dejó en mi vida un vacío que los dos años transcurridos desde entonces han hecho muy poco por llenar. Pero las recientes cartas en que el coronel James Moriarty defiende la memoria de su hermano me fuerzan a ello, y no tengo otra alternativa que la de exponer los hechos tal como ocurrieron.
Soy la única persona que conoce la verdad exacta del caso, y estoy convencido de que ha llegado el momento en que a nada bueno conduce el suprimirla. Por lo que yo sé, sólo han aparecido en la Prensa tres relatos: el que publicó el Journal de Geneve el día 6 de mayo de 1891, el telegrama de Reuter que apareció en los diarios ingleses el día 7 de mayo y, por último, las cartas recientes a que antes aludí. El primero y el segundo de estos relatos son sumamente lacónicos, en tanto que el último tergiversa por completó los hechos, según voy a demostrarlo. Me toca a mí el contar por primera vez qué es lo que verdaderamente ocurrió entre el profesor Moriarty y el señor Sherlock Holmes.
Se recordará que después de mi matrimonio y de mi consiguiente iniciación en el ejercicio independiente de la profesión médica se vieron, hasta cierto punto, modificadas las íntimas relaciones que habían existido entre Holmes y yo. Siguió recurriendo a mí de cuando en cuando, es decir, siempre que deseaba tener un compañero en sus investigaciones, pero tales oportunidades fueron haciéndose cada vez más raras, como lo demuestra el que sólo conservo notas de tres casos durante el año 1890. Leí en los periódicos, durante el invierno de ese año y los comienzos de la primavera de 1891, que el Gobierno francés había comprometido sus servicios en un asunto de suprema importancia, y recibí de Holmes dos cartas, fechada la una en Narbona y la otra en Nimes, de las que deduje la probabilidad de que su estancia en el país francés iba a ser larga. Por eso me produjo cierta sorpresa el verlo entrar en mi consultorio la tarde del día 24 de abril. Me produjo la impresión de que estaba más pálido y enjuto que de costumbre.
—Sí, me he estado empleando con bastante generosidad — me explicó, respondiendo a mi mirada más bien que a mis palabras—. Los asuntos me han apremiado algo en los últimos tiempos. ¿Le causará alguna molestia si cierro los postigos de la ventana?
No había en la habitación otra luz que la que proporcionaba la lámpara colocada encima de la mesa en que yo estaba leyendo. Holmes avanzó pegado a la pared hasta llegar a la ventana, y juntando los postigos los aseguró por dentro con el pestillo.
—¿Tiene usted miedo de algo? —le pregunté.
—Lo tengo.
—¿De qué?
—De los fusiles de aire comprimido.
—¿Qué me quiere dar a entender, querido Holmes?
—Creo que usted me conoce lo bastante bien, Watson, para saber que no soy en modo alguno un hombre nervioso. Por otra parte, el cerrar los ojos al peligro cuando uno lo tiene encima es estupidez y no valentía.
—¿Me puede dar usted una cerilla?
Aspiró el humo de su cigarrillo como si recibiese con gratitud su influencia sedante.
—Tengo que pedirle disculpa por venir tan tarde, y, además, he de suplicarle que se muestre tan poco apegado a las buenas formas que me permita dentro de un rato abandonar su casa descolgándome por la pared del jardín posterior.
—Pero, ¿qué significa todo esto? —le pregunté.
Alargó la mano y pude ver a la luz de la lámpara que dos de los nudillos de sus dedos estaban reventados y sangrando.