El retiro - Sarah Pearse - E-Book

El retiro E-Book

Sarah Pearse

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Beschreibung

Vienen a disfrutar de unas vacaciones, pero alguien busca venganza… En la isla inglesa de Reaper's Rock se acaba de abrir un retiro de bienestar que promete descanso y relax a todos sus huéspedes, pero se rumorea que la isla está maldita y que tiempo atrás fue el patio de recreo de un asesino en serie. La detective Elin Warner acude al retiro cuando el cuerpo de una joven aparece en las rocas bajo el pabellón de yoga en lo que parece ser una trágica caída. Lo extraño es que la víctima no estaba alojada en el retiro. Cuando al día siguiente un huésped se ahoga en un incidente de buceo, Elin empieza a sospechar que no hay nada accidental en estas muertes. Pero ¿por qué alguien tendría como objetivo a los huéspedes? ¿Y quién más está en peligro?

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El retiro

Sarah Pearse

Traducción de Azahara Martín para Principal Noir

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Capítulo 69

Capítulo 70

Capítulo 71

Capítulo 72

Capítulo 73

Capítulo 74

Capítulo 75

Capítulo 76

Capítulo 77

Capítulo 78

Capítulo 79

Capítulo 80

Capítulo 81

Capítulo 82

Capítulo 83

Capítulo 84

Capítulo 85

Capítulo 86

Capítulo 87

Capítulo 88

Capítulo 89

Capítulo 90

Capítulo 91

Capítulo 92

Capítulo 93

Capítulo 94

Capítulo 95

Capítulo 96

Capítulo 97

Capítulo 98

Capítulo 99

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

El retiro

V.1: marzo de 2023

Título original: The Retreat

© Sarah Pearse Ltd, 2022

© de la traducción, Azahara Martín, 2023

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2023

Todos los derechos reservados.

Diseño de cubierta: Pedro Viejo

Corrección: Marta Araquistain y Alicia Álvarez

Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.principaldeloslibros.com

ISBN: 978-84-18216-56-5

THEMA: FHX

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

El retiro

Vienen a disfrutar de unas vacaciones, pero alguien busca venganza…

En la isla inglesa de Reaper's Rock se acaba de abrir un retiro de bienestar que promete descanso y relax a todos sus huéspedes, pero se rumorea que la isla está maldita y que tiempo atrás fue el patio de recreo de un asesino en serie.

La detective Elin Warner acude al retiro cuando el cuerpo de una joven aparece en las rocas bajo el pabellón de yoga en lo que parece ser una trágica caída. Lo extraño es que la víctima no estaba alojada en el retiro. Cuando al día siguiente un huésped se ahoga en un incidente de buceo, Elin empieza a sospechar que no hay nada accidental en estas muertes. Pero ¿por qué alguien tendría como objetivo a los huéspedes? ¿Y quién más está en peligro?

«Sarah Pearse se ganó el corazón de los lectores con El sanatorio y El retiro es igual de maravilloso, con otro escenario inolvidable y una compleja red de secretos.»

Flynn Berry, autora de En la tormenta

«Recuerda a las tramas de Agatha Christie en sus momentos más oscuros.»

A. J. Finn, autor de La mujer en la ventana

Autora best seller del New York Times y del Sunday Times

Para mi madre

«Puedes ser rey o barrendero,

pero todos bailan con la Parca.»

Últimas palabras del asesino

convicto Robert Alton Harris

Prólogo

Verano de 2003

El grito de Thea atraviesa el claro y provoca una estampida de pájaros asustados.

El sonido no es humano; es agudo y desesperado, el tipo de grito que hace que se te retuerza el estómago y que te ardan las orejas. 

Tendría que haber esperado hasta que regresaran para acampar. Él le dijo que esperara.

Pero Thea insistió. Media hora y tres cervezas después de que se escabulleran de la zona de acampada para estar a solas, no aguantó más:

—No me mires así, es culpa tuya por traer tantas latas. Grita si se acerca alguien…

Se alejó unos pasos mientras se reía y se situó cuidadosamente en un lugar desde el que Ollie solo podía ver las puntas de sus deportivas blancas llenas de arena y el fino rastro de líquido que ya serpenteaba por el suelo polvoriento.

El grito se hace más fuerte.

Ollie se queda inmóvil por un momento, pero el instinto entra en acción: se tambalea y se vuelve hacia ella. Casi al instante, se detiene levantando una nube de arena y hojarasca.

Atisba un movimiento: alguien emerge de la maraña de ramas.

La roca del acantilado que se eleva sobre ellos, y que comparte nombre con la isla, los envuelve en sombras, pero Ollie se da cuenta de inmediato de que el recién llegado no pertenece al campamento. No lleva pantalones cortos ni camiseta, como los niños, ni el uniforme del llamativo color verde de los encargados del campamento. Lleva ropa oscura y sin forma.

La mirada de Ollie se desvía hacia Thea. La ve retorciéndose entre la densa maleza de forma frenética.

Quiere moverse, hacer algo, pero su cuerpo no reacciona. Lo único que es capaz de hacer es mirar mientras el corazón se le acelera y le golpea con fuerza las costillas.

De repente, un violento movimiento precede a un sonido estremecedor: el ruido agudo y líquido de algo que revienta y se rompe.

Un sonido que nunca antes había escuchado.

Ollie cierra los ojos. Sabe que es Thea, pero, en su cabeza, la ha convertido en otra cosa. Una marioneta. Un maniquí. 

Cualquier cosa menos ella.

Abre los ojos de par en par y entonces lo ve: el rastro acuoso ahora es más oscuro, más denso.

«Sangre».

El rastro se bifurca, como si se tratase de la lengua de una serpiente.

De nuevo, se oye un golpe: esta vez más fuerte, más rápido, pero Ollie apenas lo oye, como tampoco oye el segundo grito de Thea (abombado, cortado, como si se le hubiera atascado en la garganta) porque ya está corriendo.

Se lanza al bosque y se dirige hacia la cala que Thea y él encontraron el día anterior mientras los demás estaban encendiendo un fuego. A la vez que ambos fingieron que se habían detenido simplemente a hablar o beber, aunque era obvio que iban a hacer más cosas.

Su mano sobre la suave franja de piel que asomaba por encima de los pantalones cortos, su boca contra la de él…

El recuerdo es demasiado intenso; acelera el paso. Es como si corriera a ciegas, cegado por el brillo del sol poniente que se filtra entre las copas de los árboles sobre él. No ve nada, excepto un borrón de sombras verdes y el marrón grisáceo de la alfombra de hojas. El suelo seco, resbaladizo como el barro, hace que sus deportivas resbalen.

Ramas puntiagudas se le enganchan en la camisa. Una le alcanza el brazo y le corta la suave piel del interior de la muñeca hasta hacerlo sangrar, un arañazo del que brota una línea de diminutas perlas rojas.

Es como si ya lo hubiera hecho antes. Le asalta un extraño déjà vu, como si de una pesadilla se tratase, de esas angustiosas en las que te despiertas sudando y jadeando. El tipo de pesadilla que no olvidas en mucho tiempo.

El bosque clarea unos metros más allá, el lecho de hojas da paso a la arena, bajo la cual se encuentra la plana piedra caliza polvorienta, arrugada como la piel de un elefante. Ha llegado a los escalones que encontró Thea el día anterior, unos simples peldaños de madera clavados en la tierra. El impulso lo hace precipitarse escaleras abajo y se ve obligado a echarse hacia atrás para evitar caerse.

Cuando llega a la base, salta a la arena y corre hacia el pequeño saliente donde él y Thea se tumbaron la noche anterior, acompañados por unas botellas de contrabando.

Ollie se pone a cuatro patas y ahueca la espalda para meterse debajo. Una vez en el interior, se sienta en posición fetal, con las rodillas a la altura de la barbilla, y se concentra en respirar. Inspirar y espirar. Inspirar y espirar. Completamente inmóvil. En silencio.

Pero su cuerpo no colabora: le recorren unos incontrolables espasmos de arriba abajo.

Se agarra la cabeza con las manos para intentar expulsar con la presión el grito que todavía le retumba en los oídos. Pero ahora no es solo el sonido, sino también la visión: el cuerpo de Thea doblándose, quebrándose, como si fuera una marioneta y un titiritero hubiera tirado violentamente de los hilos.

Golpea con la mano la roca que hay sobre su cabeza. La golpea una y otra vez hasta que la piel se le desgarra y sangra.

Tiene los nudillos ensangrentados y un dolor agudo lo atraviesa. Trata de aferrarse al dolor para distraerse, pero no funciona.

No puede ignorar la verdad.

La he abandonado. He huido.

Ollie coloca la cabeza entre las piernas y respira de forma profunda y temblorosa.

Pasa un minuto, pero nadie se acerca. Sabe que se está haciendo tarde. El sol prácticamente se ha puesto y la arena frente a él está ya sumida en la sombra.

Decide esperar un poco más e intentar regresar al campamento. A medida que pasa el tiempo, Ollie se convence de que ha sido una broma, una travesura que los chicos le han hecho a Thea. Se aferra a la idea de que, cuando regrese al campamento, ella estará allí, riéndose de él porque ha salido corriendo como un niño.

Unos minutos más tarde, se arrastra hasta emerger del saliente. Se endereza, echa un vistazo con cuidado a su alrededor, pero la playa está desierta, no hay nadie.

Mientras regresa corriendo por el bosque, todavía sigue obstinado en la idea de que es una broma, que Thea está bien. Pero en cuanto llega al claro, lo sabe. El rastro oscuro de antes ahora es un riachuelo de sangre que cae cuesta abajo formando un camino sinuoso.

Ollie intenta contemplarla, pero no se atreve a alzar la mirada más allá de sus deportivas blancas, ahora totalmente inmóviles y salpicadas de rojo. 

No es real. No es Thea. No puede ser ella…

Se da la vuelta mientras la bilis le sube por la garganta.

En ese momento, se da cuenta de que hay algo en el suelo, encima de la hojarasca polvorienta.

Una larga piedra de unos treinta centímetros. La superficie está prácticamente erosionada, con pequeñas marcas y ondulaciones por la acción de las olas y la arena, pero también tiene zonas suaves y los bordes redondeados.

Ollie se agacha y la coge. Está caliente y áspera. Le da vueltas lentamente entre los dedos mientras piensa que le resulta familiar.

Entonces lo recuerda y deja de examinarla de manera súbita.

Inclina la cabeza, alza la vista hacia la roca del acantilado que hay detrás y vuelve a mirarse la mano.

Ollie mira a un lado y a otro hasta que se le nubla la vista.

Se da cuenta de que lo que tiene en la mano no es una simple piedra.

Las sutiles curvas y los bordes se asemejan a la roca que se cierne sobre él.

«La roca de la Muerte».

Jueves, 10:00, 2021

@exploralosalvajeconjo

—Aquí está la actualización que prometí… Estamos en la playa, esperando un barco que nos llevará al retiro, pero no me había dado cuenta de lo lejos que está la isla de Cary… Hay que hacer un viaje en barco de al menos veinte minutos desde aquí. —Jo se aparta el teléfono de la cara para mostrar el mar y un atisbo de la isla que se ve en la distancia—. Muchísimas personas me están preguntando por LUMEN, así que voy a explicar de qué se trata. LUMEN es un retiro de lujo situado en la preciosa isla que acabáis de ver, frente a la costa de South Devon. El arquitecto se inspiró en la leyenda mexicana Luis Barragán, así que estamos hablando de coloridas villas de lujo enclavadas en un bosque con vistas al mar. Cuenta con algunas cosas muy especiales: un pabellón exterior de yoga, una piscina con el fondo de cristal y un columpio de cuerda increíble sobre el agua… desde el que te puedes tirar directamente al mar. Uno de los alojamientos más espectaculares que ofrece es una increíble villa en una isleta privada, que seguro que os encanta a los recién casados. No pude echarle el guante porque ya estaba reservada, pero parece impresionante. Luego os enseñaré las piraguas, pero, para que os hagáis una idea, entre las actividades que ofrecen están el surf de remo, la meditación, el piragüismo y el hidroala, entre otras. 

Se detiene. 

—Ahora voy a contar la parte espeluznante: me encanta la historia que hay detrás de este lugar. El saliente rocoso del lateral de la isla, que casi se puede ver desde aquí, le da a la isla su nombre: la roca de la Muerte. Da miedo, ¿verdad? Y, según muchos lugareños, la isla está maldita. Al parecer —baja la voz hasta convertirla en un susurro—, se dice que la roca es una manifestación de la muerte. Durante la peste, ponían a los enfermos allí en cuarentena y los dejaban morir. Según cuenta la leyenda, sus almas todavía vagan por la roca, y solo descansarán en paz cuando la Muerte tome a una nueva víctima. Si te quedas demasiado tiempo, serás la siguiente… —Jo vuelve a girar la cámara hacia ella para mostrar su expresión de pretendido terror—. ¿No es escalofriante? Pero eso no es todo. Antes, en la isla había una escuela, pero se quemó. Quedó abandonada hasta que el ayuntamiento la utilizó como sede para la ONG Outward Bound en la década de los noventa. Todo iba bien hasta que un grupo de adolescentes fueron asesinados a manos del cuidador de la isla, Larson Creacher, en 2003. —Vuelve a bajar la voz—. ¿Está mal decir que todas esas historias aterradoras le dan más atractivo a la isla?

1

Día 1

El aire que envuelve a Elin Warner mientras corre es tan pegajoso como si de un chicle se tratase, y se le adhiere a los ojos y al cabello.

Solo son las seis de la mañana, pero el calor ya emana del pavimento y de las firmes paredes asentadas sobre este, y no corre ni una triste brisa que lo mitigue.

El camino que está siguiendo forma parte de la ruta de la costa suroeste, bordeada de casas y con lujosas villas victorianas e italianas que ribetean la ladera boscosa. Los rayos del sol rebotan en las ventanas, donde su figura se refleja en los cristales junto a los que pasa: una chica de cabello rubio y corto que se agita con cada paso que da para después enmarcar de nuevo su rostro.

El calor da a las casas un aspecto exterior frágil. Sus contornos parecen borrosos. En cuanto a los arcenes, son de un color amarillo reseco; la hierba no solo ha dejado de crecer, sino que está marchita y mustia, y tiene zonas calvas que parecen heridas.

Ha habido otros veranos calurosos antes, pero no como este: ya van semanas de sol abrasador y temperaturas que han alcanzado cifras récord. Los periódicos publican un sinfín de imágenes de carreteras resquebrajadas, así como el cliché de huevos friéndose en los capós de los coches. Los meteorólogos habían previsto una tregua unas semanas atrás, pero nunca llegó. Solo hubo más sol. Todo el mundo tiene los nervios de punta, la gente parece que va a estallar.

Elin está a punto de detenerse, pero su paisaje interior es todo lo contrario al mundo exterior. Con cada día de calor abrasador que pasa, en su interior ocurre exactamente lo contrario: las frías garras del miedo la atenazan de manera sigilosa.

Eso es lo que le quita el sueño, esos pensamientos que se repiten en bucle. Y ello da lugar a estrategias de control, como correr o hacer ejercicio de forma implacable. En las últimas semanas, ha ido en aumento: sus carreras empiezan más temprano, son más largas y secretas. Autoflagelación.

Y todo porque su hermano, Isaac, mencionó que su padre se había puesto en contacto con él.

Unos metros más adelante, las casas de la izquierda dan paso a la vegetación. La ruta de la costa discurre por detrás, pegada al borde del acantilado.

Abandona el pavimento y se abre paso entre la vegetación para llegar al camino.

Se le encoge el pecho.

No hay ninguna valla. Tan solo un metro de tierra la separa de una caída de cuarenta metros hacia las rocas, pero le encanta: es la verdadera ruta de la costa, sin casas que se interpongan entre el mar y ella. Allí tiene amplias vistas: Brixham a la derecha y Exmouth a la izquierda. Todo lo que ve es azul, aunque el mar es de un tono más oscuro que el azul pastel, casi blanquecino, del cielo matutino.

A cada paso, siente que el calor que emana del suelo le atraviesa las suelas de las deportivas. Por un instante, se pregunta qué sucedería si siguiera moviéndose: si en algún momento implosionaría, como un motor sobrecalentado, o si simplemente no se detendría. Es tentador continuar hasta dejar de pensar, hasta no tener que tratar de aferrarse a algo más. Porque eso es lo que parece a veces: que tiene que aferrarse con demasiada fuerza a la normalidad. Como si un leve resbalón le bastara para caer.

Cuando llega a lo alto de la colina, Elin disminuye la velocidad mientras sus muslos se quejan, cargados de ácido láctico. Al presionar la pausa en el Fitbit, se da cuenta de que hay un coche gris acercándose a la cima. Va a gran velocidad, haciendo rugir el motor que dispersa a las gaviotas que picotean los restos de un animal aplastado en la carretera.

Al fijarse en la forma y el color del vehículo, se da cuenta de que es el coche de Steed, sin lugar a dudas. El encargado de ayudarla con el traslado. Pasa a toda velocidad, un borrón de aleación polvorienta que levanta una nube de grava. Elin llega a ver el perfil de Steed: una nariz algo torcida, un mentón prominente y mechones de cabello rubio impregnados de gel fijador para poder someterlos. Tiene algo en la expresión que le quita el último aliento. Inmediatamente lo reconoce: la tranquila intensidad de alguien cargado de adrenalina.

«Está trabajando. En un caso».

El coche se detiene al pie de la colina. Steed abre la puerta de golpe y sale corriendo en dirección a la playa.

Elin saca el teléfono de los pantalones cortos y echa un vistazo a la pantalla. La sala de control no ha llamado. «Hay un caso al final de la calle y han llamado a Steed en vez de a mí».

Resurgen antiguas preocupaciones, las mismas que la han consumido desde que Recursos Humanos y Anna, su jefa, decidieron que no estaba lista para trabajar en plenas funciones después del descanso que se había tomado.

Steed es una mota en la distancia que se mueve hacia la playa. Elin cambia el punto de apoyo de un pie a otro. Sabe que lo correcto es ceñirse al plan: correr a casa para desayunar y estar con Will. Pero el orgullo se apodera de ella.

Corre cuesta abajo, pasa junto al coche de Steed y cruza la carretera. No hay más coches, solo un gato que se desliza por el asfalto, por el chasis de rayas rojas que casi roza el suelo. Elin cruza el camino lleno de maleza que conduce a la playa vacía. Ni rastro de Steed.

Mientras camina hacia la izquierda, bordeando la orilla, pasa por delante del restaurante con pilares de metal ubicado justo sobre la playa. Un cobertizo de aspecto rústico, con el nombre tallado en madera encima de la puerta. La Langostera. Está cerrado. La noche anterior, la terraza fue un hervidero. Guirnaldas de luces iluminaban las botellas de vino colocadas en cubiteras, así como las cestas de relucientes mejillones y las patatas fritas.

Un poco más adelante, lo encuentra. Está allí, debajo del voladizo del restaurante. Está arrodillado en la arena y los tensos músculos se le marcan bajo la tela de la camisa. En lo primero en lo que se fija siempre Elin de Steed es en su imponente físico, pero es una dicotomía: el cuerpo duro y afilado queda desmentido por la suavidad de sus rasgos, con ojos entrecerrados de mirada sensual y boca grande de labios carnosos. Es ese tipo poco frecuente de hombre: el tipo con el que las mujeres se sienten al mismo tiempo protegidas y protectoras.

Mantienen una relación de trabajo cómoda. Él es más joven que ella, no llega a los treinta, pero no tiene nada que ver con algunos bravucones de su edad. Es astuto, tiene la habilidad de hacer las preguntas correctas y una inteligencia emocional que no es, en absoluto, habitual.

A su lado, hay una mujer, de pie. Parece tener cuarenta y tantos, es alta y con un cuerpo bien definido. Lleva un gorro azul de natación, del mismo tono que su bañador. La delgada capa de goma enfatiza la forma de su cráneo. A pesar del calor, está temblando y da golpecitos con los pies marcando un ritmo nervioso.

Steed se gira y, al hacerlo, Elin lo ve: una pierna extendida contra la arena, una pantorrilla pálida con trozos de algas adheridas a la piel.

Se encuentra dando un paso hacia delante para conseguir un mejor ángulo.

Una adolescente. Tiene heridas horribles, con cortes en la cara, el pecho y las piernas. La ropa está prácticamente hecha trizas. El polo que lleva está roto por la costura, a lo largo del torso.

Se acerca un poco más y se le difumina la visión. La pegajosa neblina que flota en el aire parece cubrir la escena con un fino velo. Cuando da otro paso, la reacción se convierte en reconocimiento.

Respira profundo.

Steed se vuelve hacia ella tras escucharla, con los ojos abiertos de par en par a causa de la sorpresa.

—¿Elin? —vacila—. ¿Estás…?

Pero el resto de las palabras se desvanece en el aire. Elin empieza a correr. Ahora sabe por qué han llamado a Steed en lugar de a ella.

«Por supuesto».

2

Hana Leger y su hermana, Jo, están esperando en el embarcadero al barco que las llevará a la isla con las maletas y los bolsos apilados a su alrededor. Hana se frota la nuca. Parece que el sol estuviera apuntando directamente a ese trozo de piel, como un rayo láser.

El agua está llena de gente: remeros, nadadores, botes en movimiento, figuras solitarias que trazan el horizonte en tablas de surf de remo… Los niños chapotean en las aguas poco profundas, salpicando agua por doquier. Los brazos de un niño gordito golpean la espuma.

A Hana le da un vuelco el corazón, pero se obliga a volver a mirar al niño, que está en cuclillas.

«No apartes la mirada». No puede estar ciega eternamente.

—¿Estás bien? —Jo la mira a través de sus gafas de aviador y sopla hacia arriba. El movimiento levanta los finos mechones de pelo rubio platino que se le han salido de la coleta.

—Tengo calor, eso es todo. No esperaba que hiciera tanto calor aquí abajo. Con la brisa marina y todo eso. —El cabello oscuro de Hana, corto y desaliñado, está húmedo y se le pega a la nuca. Lo alborota con las manos.

Jo hurga en la mochila. Es una de esas técnicas, ligera y llena de cremalleras y bolsillos. Saca una botella de agua, bebe y luego se la ofrece. Hana la acepta: está caliente y sabe a plástico.

Su hermana tiene una figura llamativa. Es alta y morena, con lo que consigue elevar el vestido playero de algodón blanco y las sandalias Birkenstock con estampado de leopardo, un tanto desgastadas por el uso, a la categoría de espontáneamente moderno. Cada músculo bien definido de Jo se debe a una rutina de yoga, esquí y running.

Hana la sigue hasta el extremo del embarcadero con los ojos entrecerrados. La isla es un borrón, una sombra ante el brillante círculo del sol. Tan solo la infame roca que sobresale de la parte superior izquierda de la isla se distingue con claridad: el perfil que se asemeja a una figura encapuchada y una protuberancia con forma de guadaña.

A Hana se le encoge el pecho. La visión ha sido como sentir un puñetazo en la boca del estómago.

—No esperaba que se pareciese de verdad a…

—¿La Parca? —Jo se da la vuelta y la coleta le roza el rostro.

—Sí. —A pesar de llevar gafas de sol, cada vez que Hana parpadea puede ver una sombra oscura en la roca. No tiene nada que ver con lo que se podía ver en el folleto, con sus playas de arena blanca y su vegetación exuberante.

—Pero ¿te apetece? Me refiero a las vacaciones. —Jo levanta la voz por encima del zumbido de una moto de agua.

—Claro. —Hana esboza una sonrisa, aunque, secretamente, ha estado temiendo este viaje.

De hecho, la primera vez que Jo la llamó, se negó. La idea de unas vacaciones con Bea, su hermana mayor, y Maya, su prima, con novios incluidos, le parecía extraña. No se habían visto en meses, después de haberse ido distanciando cada vez más en los últimos años. Cuando Jo le explicó que la intención era «volver a acercarse a ellas», Hana trató de hallarle sentido. ¿Por qué ahora, después de todo este tiempo?

Ofreció lo que pensaba que era una buena excusa: sin Liam no le parecía bien ir. Pero Jo no cejó en su empeño; la llamaba, le mandaba mensajes e incluso se presentó en su piso, algo que apenas hacía, con una copia impresa del folleto del retiro.

Jo la convenció por pesada, ya que hizo sentir a Hana vieja y remilgada al mismo tiempo por rechazar la oferta. Ese era el modus operandi de Jo: es una líder, no de manera mandona, sino por la pura fuerza de su personalidad. De alguna forma, te atrapa en su estela sin siquiera ser consciente de ello.

Aquello nunca había molestado a Hana tanto como a Bea. Bea era una chica muy introvertida y amante de la literatura, que encontraba abrumadoras la energía y la extroversión de Jo. Tal vez le gustaba más Hana porque tenía una personalidad intermedia: era académica, pero no al nivel de Bea. Era deportista, pero no una atleta, como Jo.

—Voy a publicar las vistas de la isla desde aquí… —Jo toma una fotografía.

Hana se aleja. Le molesta esta constante documentación de cada movimiento que hacen, pero no puede quejarse. Este viaje es el resultado de la frenética actividad de Jo en las redes sociales: como influencer de viajes, le pagan en especies con vacaciones gratuitas. Tiene casi cuatrocientos mil seguidores a los que les gusta que sea natural, que mencionan a menudo que se sienten «identificados» con ella: con su boca demasiado grande o su nariz torcida, a lo Streisand.

—Ese no puede ser el nuestro. —Jo vuelve a guardar el móvil en el bolsillo—. Todavía no. 

Un barco atraviesa el agua y deja un rastro de espuma blanca a su paso. Hana echa un vistazo a las letras en bloque del lateral. LUMEN. Jo mira su Fitbit. 

—En realidad, solo quedan cinco minutos. ¿Dónde está todo el mundo? —Se vuelve hacia la playa—. Hablando del tema, creo que ese de ahí es Seth…

Hana sigue la dirección de su mirada.

—¿Sí?

—¿Sí? —La imita Jo y niega con la cabeza—. Ponle un poco de entusiasmo, Han. Sé que no te gusta mucho. Es demasiado «arriesgado» —Hace las comillas con los dedos— para ti, ¿no? Ojalá nunca te lo hubiera contado —añade poniéndose seria—. No fue precisamente grave.

Una gota de sudor se desliza entre los omóplatos de Hana. Jo es experta en darle la vuelta a todo.

—Tener antecedentes penales es grave. Simplemente estábamos preocupadas por ti.

—Se relacionó con la gente equivocada. Fin. —Los ojos de Jo echan chispas—. ¿Sabes? No todo el mundo es perfecto, no todos pueden pasarse el día cantando cancioncitas y enseñando a sumar a los niños.

Hana le clava la mirada. «Ahí está. El aguijón de la cola». Esta es la razón por la que estas vacaciones son una mala idea. Porque Jo, como de costumbre, es capaz de destrozarla con unas pocas palabras. Lo peor de todo es que no es solo una burla, sino que es exactamente lo que la familia piensa de ella: el típico cliché de que el trabajo de una maestra se reduce a estar cubierta de plastilina y pasar lista con una canción.

Nunca se imaginarían la realidad: los dedos pegajosos y punzantes de los niños en los suyos, las maquinaciones minuciosas de sus cerebros que salen disparadas por sus bocas, sin filtro, ni cómo, después de un tiempo con ellos, Hana podía saber exactamente en qué tipo de personas se convertirían.

Jo levanta una mano a modo de saludo y vuelve a sonreír mientras Seth se aproxima. «Y ahora cambia de actitud». 

—¡Yuju! —grita—. ¡Estás aquí!

Hana lo observa con atención. El hombre, fornido, vestido con pantalones cortos y camiseta, camina hacia ellas. La altura, la forma de andar, la gorra de béisbol calada hasta las cejas le resultan desgarradoramente familiares. Le cuesta distinguir su cara, las extrañas similitudes, con el sol dándole en los ojos. A pesar de lo que le dice su mente racional, el corazón le da un vuelco antes de toparse de bruces con la realidad.

«Claro que no es él. Liam no volverá. Está muerto, muerto, muerto».

Traga saliva y se recompone. Es entonces cuando se da cuenta de que hay otra figura, más delgada, detrás de Seth. Es Caleb, el novio de Bea. Pero Bea no está con ellos. Entonces le pregunta a Jo:

—¿Dónde está Bea?

—Se ha rajado. —La voz de Jo se eleva una octava—. Te lo dije, ¿no?

—No —responde Hana con rigidez—. ¿Cuándo ha ocurrido eso?

—La semana pasada. Creo que le ha surgido algo en el trabajo. Un viaje a Estados Unidos. 

Bea se ha rajado. No debería ser una sorpresa. Siempre ha sido una adicta al trabajo, pero, en los últimos años, lo ha llevado a otro nivel.

—Así que ha enviado a Caleb en su lugar. Un sustituto —dice Hana.

Jo se encoge de hombros:

—Así podremos conocerlo mejor.

—¿No quisiste aplazarlo para cuando Bea pudiera venir?

—No. Era demasiado tarde y, además, lo necesitamos, Han. —Jo la mira con determinación—. Necesitamos reconectar. 

Antes de que Hana pueda responder, Jo empieza a caminar por el embarcadero a grandes zancadas: 

—Voy con ellos. —Pero cuando pasa junto a Hana, tira su mochila, que estaba encima de la maleta. Al tener la cremallera abierta, se desparrama su contenido: un cepillo para el cabello, un diario y un monedero. Una botella medio vacía de agua se desliza por el embarcadero—. Mierda… —Jo la recoge y vuelve a meterlo todo en la mochila antes de reanudar su camino hacia Seth.

Hana está a punto de seguirla cuando se da cuenta de que Jo ha olvidado algo: un trozo de papel arrugado. Se agacha para recogerlo. Lo recorre con la mirada.

Dice «Hana» y luego la misma frase corta tres veces, pero las dos primeras están tachadas.

«Lo siento. Lo siento. Lo siento».

3

Elin llega al piso empapada en sudor. Tiene un círculo de humedad en el cuello del chaleco, que ahora es de un tono azul más oscuro. Le arde la piel, pero no por el ejercicio, sino por la conversación que ha tenido con Anna mientras subía por la colina. Ha sido una charla trivial, pero Elin sabía la verdadera razón de su llamada. Steed se había puesto en contacto con Anna y le había dicho que había visto a Elin.

Elin repite la conversación en su cabeza:

—Steed te ha mandado un mensaje, ¿no?

—Sí, estaba preocupado…

—Se trata de Hayler, ¿verdad? Ha vuelto.

El nombre resuena en su cabeza: «Hayler, Hayler». El primer caso que se abrió paso en su interior como un parásito y la carcomió por dentro hasta dejarla vacía. Hayler asesinó a dos chicas jóvenes, ató los cadáveres a un barco y dejó que las hélices hicieran el resto. Ella lo dejó escapar y eso la destrozó: el caso Hayler había desencadenado la caída en picado de su carrera, así como el despido instantáneo y brutal del Equipo de Investigación de Delitos Graves, el EIDG, el trabajo que adoraba. Aquel fue el inicio de sus ataques de pánico y de su ansiedad. 

Solo después de encontrar al asesino de la prometida de su hermano, en Suiza, pudo liberarse un poco de la oscuridad que la atenazaba. La experiencia fue devastadora, pero le sirvió para responder a la pregunta que se había hecho durante meses: todavía quería ser detective. Tomó la decisión de regresar, pero también lo había hecho Hayler. Ha escogido el peor momento posible: su paulatino regreso al EIDG se volverá eterno. Nadie la querrá cerca de…

Tenía la boca pastosa y las palabras le salieron a trompicones:

—Puedo lidiar con ello, Anna. Si regreso al equipo, no tengo por qué estar en el caso. Puedo quedarme al margen.

Silencio sepulcral. «Anna está avergonzada».

—No, no es Hayler. El chico que viste en la playa llevaba desaparecido varios días. Ha sido un suicidio. Ya estaba muerto cuando el barco le pasó por encima. 

«No ha sido Hayler».

Se había lanzado a la piscina y había llegado a una conclusión errónea. Entró en pánico, como siempre. Elin no puede deshacerse del pensamiento, pero lo aparta mientras abre la puerta.

Recorre el pasillo del piso. Todavía no lo considera su hogar, ya que siente que tiene que tratarlo con cuidado, como si fuera algo valioso que le perteneciera a otra persona, y sabe que eso no está bien. Lleva ya dos meses viviendo allí; debería sentirlo como suyo.

No es culpa del piso. Es amplio, bonito. Es de estilo regencia, con forma de medialuna y vistas al mar. Lo decoraron juntos: diseño sencillo, de tonos neutros, con mobiliario suave elegido minuciosamente, un sofá en forma de L, una alfombra de yute y una butaca de dos plazas color yema de huevo.

Elin había tirado la casa por la ventana. Quería hacer alarde de su versatilidad, demostrarle a Will que había pasado página y que esta vez no iba a mirar atrás. Pero está mirando atrás, no puede evitarlo. Extraña su casa: el sofá viejo y mullido, contemplar la lluvia caer en el piso de al lado, leer sin interrupciones durante la comida. 

Will está sentado en el sofá con el portátil abierto. Elin solo pilla partes de frases: «Preparación del premio es ahora la prioridad…». Tiene el teléfono en la oreja y habla en voz baja y apremiante.

Will es arquitecto. Para él, su trabajo es tanto su carrera como su pasión. El amor por lo que hace es una de las cosas que a ella más le gustan de él: percibe el mundo de una forma distinta, con un nivel de belleza que siempre estará fuera del alcance de Elin. Camina hacia la cocina y se sirve un vaso de agua.

Unos segundos después, Will se vuelve:

—Has llegado pronto.

—He decidido terminar antes. —Da un sorbo al agua—. ¿Quién era?

—Jack. El proyecto de Stoke Gabriel ha superado las expectativas. —Ladea la cabeza y la escudriña—. ¿Ocurre algo?

La conoce demasiado bien.

—Puede ser. —Le tiembla la voz—. He hecho un poco el ridículo. 

Le explica lo que ha sucedido: que ha seguido a Steed y la incómoda conversación telefónica con Anna.

La expresión del rostro de Will se suaviza.

—Yo no me preocuparía. Hayler fue tu último caso. Lo raro sería que no pensaras en ello.

—Pero no ha sido solo eso. He entrado en pánico… Me he acordado de Sam.

—Elin, obtuviste las respuestas que necesitabas. Puedes pasar página. 

Will tiene razón, pero ni en sus pensamientos más oscuros se habría imaginado las respuestas que obtuvo sobre la muerte de su hermano mayor: que Isaac, no estaba con Sam cuando este murió de niño, tal como ella había creído. La que estaba allí era ella. Cuando Sam cayó al agua y se golpeó la cabeza con una piedra, fue ella quien se quedó petrificada. No hizo nada para ayudarlo.

—Nadie te culpa. Eras una niña.

—Pero… creo que mi padre sí… —Se le entrecorta la voz—. Isaac dijo que mi padre estaba planeando visitarnos. Eso me recordó algo que en aquel entonces me pasó desapercibido, pero ahora…

—¿El qué? —pregunta Will suavemente.

—El día que mi padre se marchó, había planeado trepar a esas rocas desde las que puedes saltar al mar. Yo no pude hacerlo, me puse a llorar cuando llegué a lo alto y lo eché todo a perder. Después, mi padre me dijo: «Eres una cobarde, Elin. Una cobarde». Esas fueron las últimas palabras que me dedicó. Poco después, mis padres discutieron y, una noche, él se marchó.

—Pero lo que dijo no tenía nada que ver con Sam…

—Sí, lo tenía todo que ver. Ese es el verdadero motivo por el que se marchó, y tenía razón. Soy una cobarde. Hoy he salido corriendo.

—No lo eres. Estás progresando. Poco a poco.

Elin asiente con la cabeza, pero piensa que su antigua yo no necesitaba ir poco a poco. Era aguda, ambiciosa. Alcanzaba sus metas. A la antigua Elin no la habrían destinado a Torhun. Coordinar los interrogatorios a domicilio, las declaraciones de los testigos y el registro de las cámaras de seguridad es un trabajo repetitivo y agotador. No tiene chicha.

—Sé que no es lo mismo —dice él con suavidad.

Ella se encoge de hombros.

—Nada lo es. 

Sería difícil igualar el nivel del EIDG, el ritmo frenético del centro de investigaciones, el rigor intelectual necesario para desmenuzar las sutilezas de un caso, e identificar las estrategias y el plan de ataque. Nada se le parece, pero ¿y si ahora todo eso la sobrepasa?

Will examina el teléfono.

—Mi última reunión es a las cuatro. ¿Te apetece salir a cenar? Así lo hablamos tranquilamente. 

—Suena bien. Por cierto, te he oído mencionar algo sobre un premio. Buenas noticias…

El rubor le tiñe las mejillas.

—Oh, han preseleccionado un proyecto para un premio.

—Eso es fantástico. —Elin se sorprende al verse obligada a forzar una sonrisa. Una minúscula parte de ella lo envidia. Cree que su carrera debería estar avanzando como la de él, pero no es así. Will es el que avanza, con el motor a sus espaldas, mientras ella tan solo se mantiene a flote.

Él se estira en un intento por parecer indiferente y eso hace que se le suba el dobladillo de la camiseta. Entonces, lo ve claro como el agua. «Está tratando de quitarle importancia». Eso es peor que si se mostrara indiferente.

—¿Qué proyecto?

—El retiro LUMEN. —Sonríe, lleno de orgullo—. Algo totalmente inesperado.

LUMEN. Es la creación más preciada de Will: un retiro de lujo diseñado en una isla a pocos kilómetros de la costa. El retiro le ha dado a la isla un lavado de cara. La firma de Will ha arrasado con su pasado gracias a una combinación audaz de arquitectura de bloques de inspiración modernista y colores mexicanos. Es un proyecto apasionante, una de las primeras cosas que mencionó cuando se conocieron: «Nos estamos reinventando, pero también hemos trabajado con el paisaje: hemos usado piedra de la antigua escuela, extraída de la isla…».

—Un premio nacional pondrá a la firma en el mapa. —«No solo eso, piensa Elin. También es un reconocimiento creativo, la prueba de que la visión de Will ha cambiado la percepción que la gente tiene de la isla»—. Enhorabuena. No tienes que restarle importancia por mí. Mis problemas no deberían frenarte. Tengo que aprender a lidiar con ellos.

—Sé que es más fácil decirlo que hacerlo. —Sonríe Will—. ¿Te apetece un café rápido? Tengo tiempo para tomarme uno entre llamada y llamada.

—Sí. Deja que apunte mis marcas; solo he hecho la primera mitad, pero… —Elin coge su cuaderno de la mesita. Su reloj ya registra sus marcas, aun así le gusta escribirlas. Es la única parte de su vida en la que está haciendo progresos tangibles.

Elin levanta la mirada al sentir los ojos de Will puestos en ella. La está mirando con compasión.

Al verse descubierto, desvía la vista al suelo, avergonzado.

4

Las palabras que acaba de leer retumban en la mente de Hana mientras observa cómo la embarcación, que va dejando una estela de espuma blanca a su paso, aminora la velocidad a medida que se aproxima al muelle.

«Lo siento. Lo siento. Lo siento».

Tenía razón: el viaje no solo era para reunir de nuevo a la familia. Jo lo ha organizado por un motivo y Hana está segura de que tiene que ver con la nota que se le ha caído del bolso.

—¿Jo Leger? —El patrón del barco salta a tierra y el movimiento provoca que la embarcación se balancee contra el muelle.

Mientras lo amarra, les saluda y ofrece una sonrisa entusiasta y practicada. Es joven, puede que no llegue a los treinta, y lleva un polo blanco almidonado, pantalones cortos y unas gafas de sol polarizadas.

—La misma que viste y calza. —Jo da un paso adelante con una sonrisa en los labios. Hana se siente aliviada que se hayan acabado los saludos forzados e incómodos. Cuánta diferencia hay entre los exagerados abrazos de oso de Jo con Caleb y el intento de abrazo silencioso de Hana.

—Soy Edd. —El patrón camina hacia ellos.

Seth da un paso adelante, sonriendo, y le estrecha la mano con firmeza mientras saca pecho. Típico de Seth. «Un atleta, pero uno guapo», piensa Hana mientras observa los definidos músculos de su brazo.

Hana recuerda la primera vez que se vieron en una cafetería cerca de casa. Seth se presentó, todo falsa modestia, y luego se puso a flirtear con su madre y sus hermanas. Les sostenía la mirada demasiado tiempo y les dedicaba cumplidos. Estaba claro que esperaba que lo encontraran atractivo y, aunque lo es (alto, con barba y musculoso) y ella así lo pensaba, ese engreimiento, su vanidad, la repelía.

Hana lanza una mirada a Caleb cuando finalmente Seth y el patrón terminan el apretón de manos, y se sonríen.

Es la primera vez que lo mira con atención. Lleva unos pantalones cortos estilo safari combinados con una camiseta desteñida de Pac-Man que muestran la deliberada indiferencia de un friki de la tecnología de Silicon Valley. La verdad es que va con él. Caleb es un académico, mayor que los demás, pero conserva un aire estudiantil.

En cuanto al físico, es el polo opuesto de Seth: delgado, de rasgos marcados, con el tipo de cabello castaño anodino que lo hace confundirse con la multitud. Hana todavía recuerda la sorpresa que se llevó su madre cuando Bea se lo presentó el año anterior. Sus anteriores novios siempre habían sido, como dice su madre, «robustos y saludables».

La opinión que su madre dio sobre él unos días después fue imprecisa: tenía algo de moralista. Esa misma noche, tras la cena, vieron señales de ello: comentarios sobre política y educación que pasaron desapercibidos por el alcohol. A Hana no le molestaba. Admiraba la seguridad con la que expresaba cosas con las que ella estaba de acuerdo, pero que nunca había pronunciado en voz alta. Siempre le había importado demasiado lo que la gente pensara de ella.

Cuando volvieron a verse, esta vez solo las hermanas y Caleb, le gustó incluso más. Tiene una inteligencia aguda, un humor seco y el tipo de seguridad relajada que a menudo se pasa por alto cuando se tiene al lado a alguien como Seth, dándose golpes de pecho. Caleb podía igualar en intelecto a Bea y no temía retarla. La mayoría de la gente sí. El despiadado cerebro de Bea intimidaba casi a todo el mundo: los dejaba mudos o a la defensiva.

—Entonces, ¿a cuántos estamos esperando? —pregunta el patrón del barco.

—Solo a una —se ríe Jo—. De hecho, aquí está.

Maya camina hacia ellos a paso rápido por el muelle. Una de sus gastadas zapatillas de lona lleva los cordones desatados y le arrastran por el suelo. Luce su típico atuendo: un vestido gris, fino y holgado, que cubre su cuerpo bronceado y fibroso, y un pañuelo rosa con estampado de piñas blancas que lleva con un nudo flojo en la cabeza, lo suficiente para domar su masa de rizos negros.

—Casi nos marchamos sin ti. —El rostro de Jo se ilumina con una sonrisa—. Yo… —No ha terminado la frase cuando Maya se estrella contra ellas. Su intención es tirar de Jo y luego de Hana para abrazarlas, pero chocan y se dan un codazo. El abrazo es raro; parece que el saludo se ha oxidado por poco uso. Cuando Maya da un paso atrás, se le cae el bolso del hombro, un maltrecho bolso de viaje negro que parece sospechosamente ligero y pequeño.

Jo entrecierra los ojos.

—¿Estás segura de que lo llevas todo?

Hana reprime una sonrisa. Jo les envió una exhaustiva lista de lo que tenían que llevarse para el viaje. «Camiseta térmica, gorra, escarpines, protector solar…». La enumeración continuaba.

—Por supuesto. He seguido la lista al pie de la letra. —Maya le guiña el ojo a Hana. 

—De acuerdo, vámonos. —El patrón ya va de camino hacia el barco.

Cuando Hana sube a bordo, se escucha un estruendo. Da un brinco. A un par de metros, unos adolescentes están saltando al mar desde el muro que hay junto al restaurante. Al caer en picado, los pantalones cortos se les hinchan con el aire. Hana puede sentir el fuerte crujido cuando los chicos chocan con el agua.

—¿Estás bien? —Jo se sienta junto a ella e inclina la cabeza para acercarla a la de Hana. Lo dice en tono amable, pero está mezclado con algo más. ¿Molestia? ¿Frustración?

—Claro. Es solo que esos niños me han asustado.

—¿Seguro que ya no padeces…?

—¿El qué? —pregunta Hana de manera brusca.

Jo se encoge de hombros, pero Hana sabe lo que está pensando. «¿Ya no padeces ansiedad?».

Según Jo, su comportamiento el año anterior y su incapacidad de pasar página y volver a la normalidad la han dejado defectuosa, rota. Jo cree que, de alguna manera, está así porque quiere, ya que a estas alturas Hana ya debería haberse recuperado.

Lo que más recuerda Hana del año anterior, después del accidente de Liam, es a Jo mirándola sin una pizca de empatía, solo examinándola, como si estuviera intentando encontrar una grieta en su dolor, algún tipo de señal que le dijera que todo eso era temporal. 

De hecho, a Jo todavía le cuesta referirse a ello y en su lugar utiliza eufemismos: después del «accidente» de Liam, quería que Hana se «recuperase» cuanto antes. Podría utilizar un millón de palabras distintas, pero todas tienen el mismo significado: «supéralo».

El barco se aleja del muelle. Al acelerar, da una sacudida repentina y Jo sonríe de oreja a oreja cuando choca con Hana.

De nuevo, ha recuperado su fachada.

Hana observa a su hermana con un intenso odio.

No debería haber venido. Ha sido una mala idea.

5

—Ya falta poco. —Edd eleva la voz por encima del sonido del motor—. Quedan unos minutos.

Hana mira el reloj, cuya esfera está salpicada ligeramente por el agua salada. Han pasado más de veinte minutos. Vuelve la vista al mar; la superficie de madera del muelle apenas se distingue. El ajetreo del lugar ya parece lejano.

Jo saca el teléfono y les hace gestos a Hana y Maya para que se acerquen.

—Vosotras dos, mirad hacia el mar.

Obedecen. Con el movimiento del barco, sus cabezas chocan de manera suave.

—Primero recorreremos la parte trasera de la isla —dice el patrón—. Nunca han construido nada allí. El bosque es demasiado espeso.

Caleb deja escapar un silbido por lo bajo. Hana entrecierra los ojos y, al ver el denso follaje, siente un poco de ansiedad. Sabe lo oscuro que debe ser aquello: la luz del sol reducida hasta prácticamente nada en los lugares donde las ramas de los árboles se superponen como dedos entrelazados y ocultan el cielo.

—Ha pasado demasiado tiempo. —Maya se vuelve hacia Hana—. Lo hemos hecho como el culo intentando mantener el contacto, ¿verdad?

—Lo sé. —Hana observa a su prima. De repente, su rostro, de cerca,le resulta desconocido. No recordaba lo guapa que era Maya, con el cabello salvaje y rizado, y la piel morena, herencia de su madre italiana. Todavía parece joven, al menos a ojos de Hana. Aunque probablemente nunca la vea mayor. Maya es seis años más joven que ella y, durante muchos años, fue una niña a la que Hana cuidaba. Había algo ambiguo en ella; no se trataba solo de su personalidad. Era como si todavía no supiera con exactitud el lugar que ocupaba en el mundo. Maya parecía ir a la deriva, viajando ligera de un sitio a otro, de una persona a otra.

—No debería hablar en plural —continúa Maya—. He sido yo quien lo ha hecho como el culo. 

—No pasa nada —responde Hana, pero, como las palabras suenan duras, hace un esfuerzo por suavizar el tono—. No esperaba que todo el mundo me llevase de la mano para siempre.

Porque eso es lo que hizo Maya durante meses después de la muerte de Liam. El accidente las había vuelto a unir, aunque de forma temporal. Maya fue su roca, una roca silenciosa y totalmente de fiar cuando todos los demás regresaron a sus vidas. A día de hoy, Hana no sabe si el resto de la familia se aburrió de su tragedia o simplemente se olvidó, debido a los problemas cotidianos de la vida. La sensación de estar sola en el momento en el que más necesitaba estar rodeada de gente ha sido una de las cosas más difíciles por las que ha pasado después de la muerte de Liam.

—¿Cómo te encuentras ahora? —Maya le lanza una mirada—. Liam…

—Lo echo de menos. No sabía que la sensación sería tan… física. —No tiene palabras para describir lo que siente; el horrible nudo en la garganta cuando contempla su lado de la cama, el agujero en el pecho cuando piensa en el futuro que nunca compartirán.

Todo lo que han perdido. Porque eso es el duelo: una pérdida.

Hana lo ha perdido todo: la perpetua sombra de barba de tres días de Liam, la forma en la que hacía que las cosas cobraran vida cuando hablaba del mundo de esa manera tan visceral, que era como si estuviera extendiendo un mapa en su cabeza. Para Liam, la vida era una gran aventura. Los ríos en los que hacer piragüismo, las colinas por las que bajar en bicicleta. Llenaba el mundo de color y sin él es un lugar oscuro. Ella está a oscuras, y no sabe cómo volver a lo de antes.

El patrón interrumpe sus pensamientos.

—A la izquierda, podéis ver las villas.

Tiene razón: entre los árboles, se vislumbran los edificios, ángulos rectos de color rosa recortados contra el azul del cielo, una gran ventana en forma de cuadrado y la luz del sol iluminando la superficie.

El retiro se alza sobre la playa y se comunica con esta a través de una serie de escalones serpenteantes, que comienzan en la cala y ascienden por la colina. Hay varios edificios grandes y de baja altura pintados con otros colores vivos, como azul y melocotón. Abajo a la derecha, algo desplazada, hay una piscina con el fondo de cristal que sobresale de entre las rocas.

—Vaya, lo que se está perdiendo Bea, ¿eh? —Seth le da un codazo a Caleb.

—Así es. —Caleb se encoge de hombros—. Tendremos que venir en otra ocasión. 

Hana observa la reacción de Seth, cómo examina sutilmente a Caleb. Está claro que le molesta el lenguaje corporal de Caleb, o más bien la falta de este, el hecho de que no está tratando de ser su colega.

Maya se inclina y dice en voz baja:

—¿Qué piensas de eso? Cuando Bea canceló el viaje, creí que él también lo haría.

—¿Sabías que no iba a venir? —Hana nota que Maya ha hablado en pasado.

—Sí. Jo me mandó un mensaje para decírmelo hace unas semanas.

Hana asiente con la cabeza y se da cuenta de que la razón por la que Jo no se lo ha dicho no ha sido un descuido, sino que le ha ocultado la información de forma deliberada para que Hana no se rajara también. No estaba segura de que Hana iría si sabía que Bea no lo iba a hacer. Siempre habían necesitado a las tres hermanas para mantener el equilibrio. 

Bea y Jo eran los dos extremos: el silencio frente al ruido, la introversión frente a la extroversión, los estudios frente al deporte. Hana estaba en el centro, y sentía que estar con una sin la otra no era correcto. Era como si la empujaran hacia uno de los extremos.

—Me alegro de que hayas venido —murmura Maya—. Sigo pensando que hemos dejado a un lado nuestra promesa, ¿no?

La promesa era permanecer unidas. No olvidarlo nunca. Hana se estremece ante la ingenuidad de la frase. Hicieron la «promesa» cuando eran pequeñas, después del incendio en casa de Maya durante una fiesta de pijamas. Un fuego que arrasó no solo con la casa, sino también con la familia. Todas lograron escapar, excepto Sofia, la hermana pequeña de Maya. Su habitación estaba vacía cuando la registraron, por lo que sus padres asumieron que ya había salido. Cuando se dieron cuenta de que no era así, trataron de volver a entrar, pero los bomberos los detuvieron. Ellos fueron los que la encontraron, escondida y asustada, debajo de la cama, pero para cuando dieron con ella, las quemaduras eran tan graves que habían terminado por provocar un derrame cerebral. Las secuelas que había sufrido, y los cuidados que necesitaba, superaron a los padres de Maya. Ahora, Sofia vive en una residencia a las afueras de Bristol.

La promesa era permanecer unidas, las tres hermanas y Maya, pero ese vínculo, que una vez había sido inquebrantable, no sobrevivió a la adolescencia.

—¡Ya estamos aquí! —Jo está recogiendo las maletas mientras el barco se aproxima al muelle. Un miembro del personal se encuentra de pie, esperando, con una bandeja cargada con vasos largos de zumo anaranjado—. Qué buena pinta, justo lo que necesitamos antes de practicar piragüismo.

Maya la mira con curiosidad.

—¿Piragüismo? Acabamos de llegar.

—He hecho una reserva para todos —Jo desvía la mirada hacia el Fitbit— de una sesión de media hora.

—¿Qué hay de deshacer las maletas?

—Pensé que estaríais ansiosos por meteros en el agua.

Maya asiente con la cabeza, con el rostro impasible.

Cuando el barco se detiene unos minutos más tarde, Jo es la primera en bajarse.

Se da la vuelta y le tiende una mano a Hana.

—Siento lo que dije antes. Eso de preguntarte si estabas bien —murmura mientras la ayuda a bajar al muelle—. Solo quiero que esto salga bien…

La expresión de Jo refleja vulnerabilidad mientras observa el rostro de Hana en busca de alguna reacción. Normalmente no hace eso de mostrar sus sentimientos, y mucho menos disculparse, por lo que Hana empieza a dudar de sus suposiciones tras leer la nota que ha encontrado. Tal vez solo era eso: una disculpa por no haber estado a su lado. Nada más.

Pero cuando Jo enlaza un brazo con el suyo, Hana no puede evitar ponerse rígida.

Debería cerciorarse antes de bajar la guardia.

6

Elin picotea sin ganas los restos de pollo a la plancha que tiene en el plato antes de apartarlo. Aunque las puertas de la terraza del restaurante están abiertas, no entra ni una brizna de aire y el lugar está a rebosar, por lo que el calor aprieta. Hay tres o cuatro grupos grandes junto a la barra y el salón está desbordado.

Will le da un apretón en la mano y le sonríe. Da la sensación de que están en una de sus primeras citas: el sabor agridulce del vino en la lengua, el ritual y la alegría de salir a comer, la elección de la bebida y la comida, observar a la gente…

—Ey, marca paquete a la vista —dice Will, señalando la puerta trasera del restaurante.

Elin lo sigue con la mirada. Un hombre de unos sesenta años camina por la playa, vestido con un bañador tipo slip de color verde. Es una broma que comparte con Will cada verano. Se han convertido en expertos evaluando esos bañadores; los puntúan según el corte del trasero, la altura de la cinturilla, el color y la transparencia.

—¿Qué me dices? ¿Un nueve?

—Nah… Un siete —responde inexpresiva—. Le cubre las zonas clave.

Will se ríe, pero, cuando deja de hacerlo, ella siente que hay tensión en su expresión.

—Cambiando a un tema más serio, hay algo que quiero preguntarte.

Elin coge la copa de vino.

—Suena inquietante.

—No lo es. Quería mostrarte esto —coge el teléfono e inclina la pantalla hacia ella—. Un mensaje de Farrah. Dice que no puede quedar este fin de semana. Tiene trabajo.

Farrah, la hermana mayor de Will, trabaja en LUMEN como gerente. Siempre parece demasiado interesada en los asuntos ajenos, algo que a Elin le resulta un poco raro. La incomoda que se lleve tan bien con su pareja pero, al fin y al cabo, es la familia de Will. Se pasa el día mandándole mensajes y llamándolo.

—¿Y? Antes has dicho que esta temporada ha sido ajetreada.

—Lo sé, pero últimamente está rara. No parece ella. Mis padres me han dicho que la semana pasada, cuando se pasó por allí, estaba distraída. Le he preguntado, pero ya sabes cómo es. Nunca muestra ninguna debilidad.

«Sé cómo sois todos», le corrige mentalmente Elin. Como familia, aunque hacen alarde de transparencia, con reuniones familiares, conversaciones profundas durante el almuerzo y demás, con el tiempo ha aprendido que esa transparencia es selectiva. Les cuesta decir cualquier cosa que los ponga en desventaja.

—¿Puede que tenga problemas de pareja?

—No lo creo. —Will se toca el gastado anillo de plata con los dedos—. No ha habido nadie desde Tobias. —Se detiene—. A veces ,me pregunto si confiaría en alguien que no fuera de la familia. —Vuelve a vacilar y Elin sabe lo que está a punto de decir—: Nunca salisteis a tomar esa copa, ¿no?

Ella se acerca su plato de nuevo, lentamente, como táctica dilatoria.

—¿Esa copa?

—¿No mencionó Farrah la última vez que la vimos que quería ir a tomarse una copa contigo?

Elin asiente con la cabeza. Sabe que debería hacer un esfuerzo, pero no lo ha logrado. No ha sido una relación sencilla, ha sido incómoda desde el principio, desde que se vieron por primera vez para almorzar, varias semanas antes de que conociera a los padres de Will.

«Te va a gustar», le había dicho Will mientras esperaban en la cafetería para prepararla. «Le gusta el deporte y es divertida, como tú». Pero lo único que Elin recuerda es la mirada escrutadora de Farrah y la sensación inmediata de que había encontrado lo que buscaba. Elin sabía lo que era: un mensaje. «No eres adecuada para mi hermano».

Desde entonces, ella y Farrah se han relacionado con cautela. Se hablan por cumplir: hacen un montón de promesas vacías sobre futuras reuniones que nunca se materializan, porque ella sospecha que ninguna de las dos quiere quedar en realidad.