El tres letras: historia y contexto del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) - Sergio Salinas - E-Book

El tres letras: historia y contexto del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) E-Book

Sergio Salinas

0,0

Beschreibung

La violencia política ha sido una realidad en la historia contemporánea de Chile y de América Latina. Sin embargo, ello no siempre estuvo acompañado de una investigación rigurosa al respecto: este libro constituye un notable aporte en dicho sentido. El autor se centra en el período fundacional, de consolidación y de inicio de la lucha armada desarrollada por el MIR. Se trata de la etapa en la que se pasa del discurso a la acción, porque es allí cuando se establecen los rasgos fundamentales de toda organización política. «El tres letras» era el nombre silencioso, apenas susurrado, con el que se denominaba al Movimiento de Izquierda Revolucionaria durante la época de la dictadura militar. Había vivido desde su concepción y etapa embrionaria un profundo debate en torno a la recepción y apropiación del contexto intelectual y político de la época, y luego continuó con una nueva discusión: la de su propio camino para establecer una justificación para la lucha armada.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 574

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice
Introducción
Capítulo 1. Los hitos históricos: los hechos portadores de futuro
1.1 Estados Unidos en la Guerra Fría: entre la Alianza y la seguridad nacional
1.2 Fin del estalinismo
1.3 El tercermundismo
1.4 Nace una teoría económica para la Nueva Izquierda Revolucionaria
1.5 Las revueltas estudiantiles: de París, Praga a Tlatelolco
1.6 La generación beat: la alucinación al poder
1.7 The New Left en Gran Bretaña
1.8 Los cambios en la Iglesia y el nacimiento de la teología de la liberación
Capítulo 2. El contexto regional: la revolución llega a Latinoamérica
2.1 La Revolución Cubana
2.2 El foquismo como praxis para alcanzar la revolución
2.3 Diferencia del foquismo con la insurrección leninista
2.4 La nueva izquierda revolucionaria y su expansión en América Latina
2.4.1 La olvidada guerrilla venezolana
2.4.2 Las primeras guerrillas en el Perú
2.4.3 El Che Guevara en Bolivia
2.4.4 Los guerrilleros urbanos en Brasil
2.4.5 Los tupamaros en Uruguay
2.4.6 La guerrilla peronista y trotskista en Argentina
2.5 Diferencia del foquismo con la guerra popular maoísta
2.6 El ejemplo de un cristiano en la guerrilla
2.7 El mesianismo en el imaginario en las oleadas guerrilleras
Capítulo 3. El contexto chileno
3.1 Chile: entre la polarización y los cambios
3.2 Coyuntura económica y cambios socioculturales
3.3 El gobierno de Eduardo Frei y «la revolución en libertad»
3.4 La vía chilena al socialismo y el triunfo de Salvador Allende
3.5 Contexto general en las ciencias sociales
3.6 Movilización estudiantil: quiebres políticos y reforma universitaria
3.7 Iglesia, cristianos de base y revolución en Chile
3.8 Ámbito cultural: la Nueva Canción chilena
3.9 Ámbito cultural: el Nuevo Cine chileno
Capítulo 4. Subjetividades y contextos. La formación del imaginario político en el MIR
4.1 Nacimiento y primeros pasos del MIR
4.1.1 El MIR y sus primeras reflexiones políticas
4.1.2 El MIR y la Unidad Popular
4.1.3 El golpe militar y el inicio de la resistencia
Capítulo 5. Subjetividades: de la radicalización ideológica a la radicalización política en los militantes del MIR
5.1 La radicalización ideológica en el MIR
5.2 La radicalización política
5.2.1 El inicio de la militancia
5.2.2 Radicalidad política en el sentimientos, sacrificios y abandonos MIR:
Conclusiones
Referencias

El tres letras

RIL editores

bibliodiversidad

Sergio Salinas Cañas

El tres letras

Historia y contexto del Movimiento de Izquierda Revolucionaria(MIR)

El tres letras.

Historia y contexto

del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)

Primera edición: noviembre de 2013

© Sergio Salinas Cañas, 2013

Registro de Propiedad Intelectual

Nº 230.013

© RIL® editores, 2013

Av. Los Leones 2258

cp 7511055 Providencia

Santiago de Chile

Tel. (56-2) 22238100

[email protected] • www.rileditores.com

Composición y diseño de portada: RIL® editores

Derechos reservados.

Este libro está dedicado a mi familia.

Gracias por al apoyo y paciencia que me han entregado estos últimos años. En especial, a mi padre por sus consejos y ayuda,

y a Félix, quien sigue presente en nuestros recuerdos.

La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia

del pasado. Pero no es quizás menos vano el hecho de preocuparse

en comprender el pasado si no se sabe nada del presente.

Marc Bloch1

La historia no va donde uno quiere, pero lo que uno quiere

puede influir sobre el curso histórico,

máxime cuando ese uno es el pueblo organizado...

Ignacio Ellacuría2

El Bío-Bío ocultaba sus voces en su mar de sangre hacia el mar,

las novias marineras bailaban cueca de lilas para distraer al enemigo, lanzaban las gaviotas cautivas de su seno a la cielumbre...

Julio Huasi

1Marc Bloch,Apología de la historia, Barcelona, Editorial Empúries, 1984. 37 p.

2Jesuita y rector de la Universidad Centroamericana, José Simeón Cañas, asesinado junto a otros cinco religiosos y dos mujeres en 1989. Ferrán Cabrero,El camino de las armas: visiones de la lucha guerrillera y civil en América Latina, Donostia, Gakoa Liburuak, 1998, p. 15.

Introducción

A los violentos enfrentamientos que se registraron el 2011 en Europa, África y Asia, y que recibieron nombres tan diversos como «la primavera árabe», «revolución democrática árabe» o «el movimiento de los indignados», se les han sumado nuevas y más violentas protestas este año en Grecia y España. Estas últimas movilizaciones han dejado al descubierto las dificultades que enfrenta la Unión Europea para salir de la recesión que vive y una crisis política variable en intensidad y magnitud según el país que se trate.

En algunas de estas movilizaciones se han presentado una serie de características comunes, la capacidad de autoconvocatoria vía redes sociales, la participación de jóvenes, cesantes, de fuerzas sindicales y de inmigrantes. Junto con aquellas, se presenta asimismo un sentimiento en contra de la representación partidista tradicional y su modo de hacer política. No obstante, la que se comparte en todas ellas es el uso de la violencia política, como instrumento para la satisfacción de demandas político-económicas o, incluso, para alcanzar el poder político.

La violencia política constituye un concepto límite en la modernidad occidental que ha sido poco estudiado, quizá debido al peso fundamental que tiene el Estado-nación en el pensamiento político. En la construcción del Estado-nación la articulación con la violencia fue fundamental. Max Weber, en su obra Economía y Sociedad3, concebía el Estado como aquel ente que se otorgaba a sí mismo «el monopolio de la violencia legítima». La racionalidad política moderna ha negado la violencia política, expulsándola fuera de su universo simbólico, en tanto que su aceptación implicaría una disolución del ente soberano.

Solo aquellos autores que han mantenido una posición crítica con el proyecto moderno (Sorel, Lenin, Benjamin, entre otros) han desarrollado una reflexión sustantiva acerca de la misma. El fenómeno de la violencia política emerge tras cada uno de los conceptos fundamentales que forman la arquitectura conceptual del imaginario político moderno. La génesis del Estado-nación, la separación de poderes, el reconocimiento de los derechos fundamentales, los derechos sociales y el derecho de autodeterminación de los pueblos serían impensables sin la guerra de treinta años, la Revolución Inglesa, la Revolución Francesa, las convulsiones sociales del siglo XIX, las dos guerras mundiales y las luchas por la descolonización constituyen su ambiente habilitador. La violencia podemos verla también en los mecanismos represivos de la autoridad como forma de control social.

Asimismo, durante toda la historia política de América Latina, la violencia ha estado presente. Sin embargo, solo en la década del sesenta se apoderó del imaginario de miles de personas, la creencia en que la vía armada era el único camino para alcanzar el poder y realizar las grandes transformaciones estructurales de la sociedad. No cabe duda de que la Revolución Cubana fue un factor desencadenante, pero no el único. Cuba había demostrado que para realizar las grandes transformaciones sociales y políticas que se requerían, la revolución era legítima y posible.

Esta praxis política, si bien presenta diferencias contextuales y por cierto de magnitud, afectó la gobernabilidad y estabilidad de democracias que eran frágiles4, con un modelo económico en crisis y que se veían desbordadas por las demandas de cambio político y social. Los discursos rupturistas provenían de un lado y otro del espectro político, del lado revolucionario y del lado contrarrevolucionario. Finalmente, fue este último el que se impuso, con dictaduras militares que se instalaron en media docena de países, con los resultados por todos conocidos.

A escala internacional, la Guerra Fría es un componente esencial de este cuadro. América Latina no escapó, y no podía escapar, al enfrentamiento planetario entre los dos proyectos geopolíticos entonces dominantes.

La llegada del autoritarismo y las dictaduras militares a un número importante de países de América Latina y la consecuente represión contra el «enemigo interno», provocó –además de las derrotas parciales de los primeros grupos partidarios de la vía armada– el inicio de la crisis de esta opción de cambio, la que se alargaría y se ahondaría en los procesos de transición a la democracia.

En ese momento, el balance de la lucha –puesta en marcha en medio del fervor revolucionario– era dramático para sus participantes. Miles de muertos, desaparecidos, exiliados y un imaginario político hecho trizas. No se puede hablar de la historia de América Latina en los últimos 75 años5 sin analizar esta experiencia.

En el caso chileno, el golpe de Estado de 1973 igual rompió dramáticamente algunos de los mitos6 de su historia política: la tradición democrática del sistema político y las fuerzas armadas respetuosas del orden constitucional y sin injerencia en la política contingente. «Desde ese mismo día 11, con el simbólico bombardeo de la casa de los Presidentes de Chile, las fuerzas armadas dejaron en claro que Chile no había escapado de la oleada autoritaria que azotaba a América Latina, y que se instauraba una dictadura militar al igual como había pasado antes en Brasil, Argentina, Uruguay y Bolivia»7.

Por otra parte, la mayoría de los grupos pertenecientes a la nueva izquierda revolucionaria (NIR) consideraban inevitable el enfrentamiento armado, sobre todo en Latinoamérica, donde los golpes de Estado eran la respuesta más habitual a la cuestión de la lucha por el poder. Régis Debray calificó a los «golpes» como «un rito esencialmente latinoamericano que se había enraizado en la historia desde las luchas por la independencia»8.

El tres letras, como casi en silencio, apenas susurros, se denominaba al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)9 durante la época de la dictadura militar, había vivido desde su concepción y etapa embrionaria un profundo debate en torno a la recepción y la apropiación del contexto intelectual y político de la época. Luego vivió un nuevo debate, esta vez en torno a su propio camino para establecer una justificación de la violencia política. Porque, incluso si el zeitgeist10 era propicio, la lucha armada era una opción y no una necesidad histórica.

A través de un fuerte debate interno, desde su fundación el 15 de agosto de 1965, hasta mediados de 1969, se da una primera etapa: «Justificación interna de la violencia armada». Posteriormente, viene una segunda etapa: «Paso a la acción», que se representa con la irrupción en la escena política pública del MIR con los asaltos a bancos. En otras palabras, el paso de la radicalización ideológica a la radicalización política, es decir, vivir la revolucionariedad en el día a día.

Este «paso a la acción» escapa del debate interno y se agrega al debate más general que se desarrollaba en el seno de la izquierda. «El MIR debió también enfrentar las dificultades materiales y los límites culturales, que se hacía necesario desde ya tomar en cuenta. En el plano interno, por otra parte, las dificultades suscitadas por el paso a la acción no fueron menores. Lo político y lo militar que la dirección mirista se obstinaba en hacer coexistir en cada militante, devinieron fuente de incesantes debates internos, de oposiciones y de divisiones»11.

Pese a que no se reconocía abiertamente, esta generación de militancia en la nueva izquierda revolucionaria latinoamericana, reflejada en la figura del Che, enfatizaba el «voluntarismo»12, entendido como la capacidad de los seres humanos de «construir» su propia historia y no esperar el cumplimiento de leyes objetivas del desarrollo de la naturaleza y de la sociedad tal como lo afirmaba el materialismo histórico. Citando a uno de los poetas favoritos de Ernesto Guevara, León Felipe: «en la aventura de parirse a sí mismo»13.

Esta decisión trágicamente los colocaba en un camino sin vuelta atrás que, por una parte, les permitía anticipar –a partir de sus análisis– la inevitabilidad del enfrentamiento armado, probablemente a través de los golpes de Estado y, por otra, tener la conciencia de que no estaban en condiciones político-militares para enfrentarlo. De cierta manera, no podían escapar de la predestinación de su destino, no en el sentido religioso, sino que por su propia elección racional. Y políticamente, no les quedaba más que confirmar en el discurso y la acción el camino escogido.

Además, estaba presente la necesidad de reclutar militantes y convertirlos en cuadros político-militares casi en una carrera contra el tiempo. A lo que se suma –como afirma Jame Petras– el problema de la intervención política y la educación «para crear al sujeto revolucionario, condición básica para una revolución social»14.

Este dilema fue muy bien expresado por el escritor argentino Abelardo Castillo, en la editorial «Matar la muerte» de la revista El Escarabajo de Oro, de noviembre de 1967, dedicada a Ernesto Guevara:

Ustedes no han matado a nadie: han resucitado a un hombre. Y a algo más. Hasta el 8 de octubre se podía dudar [de] que haya seres capaces de pelear por los otros, hacer una revolución, alcanzar el poder, abandonarlo todo y comenzar de nuevo: renunciar a lo temporal, que es lo mismo que negar el tiempo. Elegir y acatar un destino15.

Es por las razones anteriormente expuestas, que en este libro nos centraremos, utilizando la metodología que han seguido otras investigaciones similares realizadas principalmente en Europa, en el período fundacional, de consolidación y de inicio de la lucha armada. Esta etapa, el salto del discurso a la acción, del MIR, porque es en ese momento cuando se establecen los rasgos fundamentales de toda organización política. Estos primeros pasos en el camino de la lucha armada marcaron a este partido tal como los primeros años determinan el carácter y personalidad de un niño. Este es el objetivo de este libro16.

Este período va entre 1965 y 1973 (nacimiento y período de afianzamiento como partido revolucionario en construcción) y entre 1973 y 1975 (contrarrevolución, lucha por la sobrevida, muerte de Miguel Enríquez y resistencia popular). No obstante, no enfrentaremos de forma rígida y esquemática estos lapsos, ya que ciertos hechos pueden tener nacimiento fuera de las fechas establecidas.

Así este libro presenta como propuesta teórica una historia social comprensiva que incluye el estudio de lo «subjetivo» de la acción social. Interesa, por una parte, saber cómo se forjó el sentido subjetivo que guió la acción de los militantes del MIR y, por otra, conocer las causas «estructurales»17 de la violencia política armada en Chile. La intención es establecer una relación entre el conocimiento histórico-social objetivo y el análisis de los mecanismos de formación, distribución y consumo de sentidos socialmente construidos que realizan los actores en su vida cotidiana. Con ello se pretende demostrar «la existencia de una realidad histórica, tanto socio-real como socio-simbólica imprescindible para interpretar y analizar la violencia política armada»18.

Como sostiene Roberto Sancho19, entender las racionalidades de los actores individuales, colectivos y del propio conflicto, supone superar las perspectivas maniqueas, de los buenos y los malos, y pensar integralmente los problemas de la sociedad y relacionarlos con el conflicto.

Cabe recordar que en América Latina los estudios sobre la violencia20política en las décadas de 1960 y 1970 se ajustan principalmente a dos perspectivas: aquellos que examinan la izquierda revolucionaria y los que abordan el tema de la «memoria», centrados en las víctimas del terrorismo de Estado.

Hay que aclarar que usaremos como categorías centrales de este libro los conceptos de «violencia política» o «violencia política armada». Por violencia política21 entenderemos, tal como lo entiende Julio Aróstegui, «toda acción no prevista en reglas, realizada por cualquier actor individual o colectivo, dirigida a controlar el funcionamiento del sistema político de una sociedad o a precipitar decisiones dentro de ese sistema»22. Por su parte, «violencia política armada» ha sido utilizado en diversas investigaciones, en variadas disciplinas, principalmente en Europa. Es abarcador, ya que permite no solo la comprensión de una organización, sino que además la comparación con otros grupos, de modo que es posible el entendimiento del fenómeno político-social de donde estas derivan. «De la misma manera, permite interpretar que toda política tiene una dosis de violencia, llegando en algunos casos a la vía armada»23.

Entendemos por «violencia política armada» la acción de imponer la voluntad política propia a otro, por medio del uso sistemático de la fuerza armada para producir un orden social y político determinado. «Este concepto pretende retomar los postulados clásicos de Weber frente al poder, así como la perspectiva foucaultiana de que el poder sólo existe en el acto, y éste es ante todo una relación de fuerza entre las partes en conflicto»24. Ambos conceptos tienen un carácter de «medio alcance» y la función es caracterizar la naturaleza del MIR.

En relación a las dos perspectivas principales de los estudios sobre la violencia política en América Latina (aquellos que examinan la Izquierda Revolucionaria y los que abordan el tema de la «memoria»), es necesario señalar algunas precisiones25.

Como dice María Matilde Ollier en referencia al caso argentino, la reflexión en torno a los dos enfoques mencionados, suma una larga lista de textos académicos, periodísticos, de testigos materiales, de protagonistas, etcétera. Aunque se trate de conjuntos bibliográficos diferentes, ambas perspectivas enfrentan a muchos investigadores con un problema ético-político: los integrantes de la Izquierda Revolucionaria fueron las víctimas centrales del terrorismo de Estado. Lo que por sí solo dificulta la indagación del pasado reciente, ya que «extraer conclusiones negativas sobre la izquierda revolucionaria significa promover posiciones favorables al terrorismo de Estado»26.

En el caso chileno, los trabajos vinculados a la memoria, principalmente los realizados por organizaciones que participaron en el apoyo a los familiares de víctimas a los derechos humanos han tenido un mayor desarrollo. Una interrogación nodal ha sido: ¿de qué forma debe tratar una sociedad el tema de la memoria y el olvido de los traumas sociopolíticos?, grave dilema que se plantea a los individuos y a la sociedad. Para comprender este complejo proceso, hay que tomar en cuenta las dimensiones sociales, políticas, culturales y de significado que lo conforman.

Algunos de estos artículos afirman que se han realizado diversas propuestas para enfrentar el tema de la memoria y el olvido de las violaciones de derechos humanos. En términos sociales, la propuesta de «olvidar» ha estado sustentada en la ilusión de que de este modo se facilitaría la paz y la armonía de las relaciones sociales.

«El olvido ha sido planteado por algunos sectores sociales como una condición para lograr consensos y así exorcizar el temor generalizado de nuevas confrontaciones. Estos mismos sectores son los que han intentado la instalación de una ‘memoria oficial’, término que usamos parafraseando el concepto de ‘historia oficial’ planteado por Martín-Baró. Una ‘memoria oficial’ ha pretendido silenciar, ocultar, olvidar y manipular acontecimientos, promoviendo de esta forma un particular contexto político-social, que escamotea la violencia vivida. Terminada la dictadura en Chile fueron necesarios catorce años para levantar el silencio forzado sobre esta forma de represión política, la tortura, que estaba pendiente. Se ha dicho que ésta es una tarea que enfrentan todas las democracias en transición, dado que las dictaduras mantienen a sus pueblos en una realidad disociada, en que la experiencia social queda fragmentada»27.

Por otra parte, Chile ha construido un imaginario nacional que sigue vigente hasta hoy, pero que cada vez es más cuestionado. Como señala Eugenia Palieraki, no es la oportunidad para analizar si esto corresponde a una verdad histórica o a una construcción, fundada tanto a partir de los trabajos de politólogos extranjeros como de los mitos de la historiografía nacional: Chile es «un país de orden y con una larga tradición democrática y republicana; un país donde la búsqueda de consensos ha sido por largo tiempo –y sigue aún considerándose– como la fuerza motriz de su historia»28.

Eugenia Palieraki, doctora en ciencia política griega afirma que pese a que en los últimos años la historiografía chilena muestra un claro interés por sujetos complejos y polémicos (Unidad Popular y en menor medida los años sesenta), esto no ha significado la emergencia de un verdadero debate y las lecturas que se realizan están –muchas veces– sometidas a consideraciones ideológicas o políticas. En cambio en Europa no que existen estas consideraciones en los trabajos sistemáticos de estudio y de conceptualización de la violencia política.

Pese a que existen pocas obras sobre estudios acerca de la violencia política en Chile, normalmente vinculadas a una posición política, cuatro principales interpretaciones se destacan:

La primera consiste en negar prácticamente la existencia de la violencia política: los «extremistas» (de izquierda, siempre) serían asimilados a los criminales, a los delincuentes comunes. Esta interpretación, defendida en el terreno de las ciencias políticas y de la sociología por Talcott Parsons, ha hecho su aparición en Chile sobre todo a través de los medios de comunicación de centro y de derecha, y ello a partir de finales de los años sesenta29.

La segunda interpretación ve en la utilización de la violencia política en Chile una imitación de modelos extranjeros: la Revolución Cubana y la guerrilla guevarista. Curiosamente, ella fue concebida y defendida con fervor por los intelectuales del Partido Comunista, en las décadas de 1960 y 1970, y retomada por los intelectuales ligados a la dictadura de Pinochet. «Para los defensores de esta teoría, la violencia política era extranjera a las costumbres nacionales y su adopción no podía ser sino una influencia maléfica de otros países, deseosos de entrometerse en los asuntos nacionales»30.

La tercera interpretación, a menudo vinculada a la anterior, atribuye la violencia política a los extremos: a la aparición simultánea en los dos extremos y que se retro-alimenta, o bien como la violencia de la extrema derecha en tanto respuesta a la violencia de extrema izquierda (la encontramos en los escritos y la prensa del Partido Comunista y de la Democracia Cristiana). Se trata de una versión chilena de la «teoría de los dos demonios». En el caso argentino, ella ha sido formulada y defendida por el presidente de laComisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep),Ernesto Sábato, en el Informe Final, también llamadoNunca Más. Esta es la más difícil de tratar, puesto que es la más repetida y la que se ajusta mejor a la versión nacional de una «historia de consenso». En una interpretación donde los dos extremos se juntan, esta ultraizquierda extremista –que por su radicalismo es vista como alejada de la historia y el temperamento chileno– es presentada a la vez como colaboradora de la extrema derecha, el movimiento menos significativo de la izquierda chilena, y al mismo tiempo principal responsable de la crisis de 1970-1973 y de la caída de Allende31.

En un registro completamente diferente, la cuarta interpretación encarna la violencia política a través de dos actores que se oponen sin tregua desde el alba de los tiempos: el Estado, por una parte, y por otra los dominados; la violencia de las clases dominantes contra la del bajo pueblo. Esta interpretación concibe la violencia como una constante de la historia chilena, ocultando toda dimensión temporal. En este marco interpretativo, la violencia del MIR llega a ser la traducción de la violencia popular; y la represión después del golpe de Estado, «la repetición del ciclo violencia popular-violencia del Estado. Teniendo el mérito de integrar al actor-Estado en el debate sobre la violencia, esta interpretación es a pesar de todo algo esquemática»32.

Eugenia Palieraki concluye que en las interpretaciones de la violencia política de los años sesenta, la izquierda revolucionaria es a menudo considerada como actor principal de la violencia política. En segundo lugar, las otras corrientes políticas son raras veces tomadas en cuenta y el Estado menos aún. En tercer lugar, las conclusiones son más dictadas por los fines ideológicos que por un estudio histórico basado en las fuentes. Por último, la violencia política es imaginada como una táctica propia de ciertos movimientos o partidos políticos, una práctica innata, sin que las razones que hayan conducido a su adopción y el rol específico que cumple sean examinados.

Por estas razones –siguiendo a Roberto Sancho–, este libro se posiciona frente a la disciplina histórica desde la constatación del carácter eminentemente político, discursivo y comunicativo de la historia y de las formas de comunicar el pasado, ya que la experiencia histórica no es traducción directa y objetiva de una realidad externa a las subjetividades de los individuos, así como a las relaciones de poder que se establecen en una sociedad. «Con ello la historia, para nosotros debe recurrir también a métodos interpretativos y comprensivos que se acerquen no solamente a las condiciones materiales que constituyen las sociedades»33.

Como afirma Miguel Ángel Cabrera, «se hace imprescindible reconstruir las creencias, las intenciones y el universo mental de los sujetos, única manera de calibrar los efectos de la mediación simbólica sobre su práctica porque el ser social es el ser percibido, pues es en éste, y no en el primero, donde están inmediatamente enraizadas la identidad y las acciones de los individuos»34.

De la misma forma, siguiendo a la historiadora Cristina Moyano, podemos afirmar que la historia política está de vuelta. «Detrás de la afirmación taxativa hay también una tesis clave: la historia política ha comenzado a recuperar un sitial clave en la producción historiográfica, no sólo nacional sino que también en otros espacios latinoamericanos y anglosajones, así como en la tradición de la escuela francesa de los annales»35.

En cuanto al marco metodológico, este libro se enmarca dentro del campo de los estudios sobre memoria social, área que se ha enriquecido en los últimos años en América Latina a partir de los estudios sobre el pasado reciente, la violencia política y la experiencia dictatorial principalmente.

La memoria social es una perspectiva multidisciplinaria que aporta una visión analítica –entre otros temas– para interpretar las luchas y conflictos entre las diferentes versiones del pasado y entre las múltiples relaciones tejidas entre pasado, presente y futuro; las distintas maneras de conmemorar y rememorar; las diversas relaciones que se establecen entre memoria e identidad; los múltiples lenguajes y narrativas con las que el pasado reciente se relata; los diversos actores e instituciones que se encargan de la gestión de esas memorias; los lugares físicos y simbólicos en los que esas referencias al pasado se instalan en la ciudad y en la sociedad; entre otras muchas temáticas.

La memoria social36se presenta, en este sentido, como marco de interpretación, como proceso social a ser estudiado, o como fuente de herramientas metodológicas para abordar otros objetos y procesos.

Sin embargo, no es esta la única temática que los estudios sobre memoria abordan actualmente. En los últimos años, este campo se ha enriquecido con aportes de investigaciones que trabajan sobre problemáticas diversas vinculadas con la identidad y el recuerdo de la militancia política en distintos momentos de la historia37.

Además, en este libro pretendemos redimensionar la importancia que tuvieron factores como el papel del «contagio» ideológico y de las formas de lucha que se dio en muchos países y en cientos de ciudadanos en un período relativamente corto. Paradojalmente mientras que en la historiografía sobre el tema de la violencia prima lo nacional, en la decisión de iniciar el camino de las armas primó el ambiente revolucionario internacional.

Respecto de las fuentes hay que señalar que en este texto se utilizaron fundamentalmente fuentes escritas, una exhaustiva revisión de libros, documentos y tesis, algunas de las cuales contienen entrevistas a militantes. Algunas de estas fuentes escritas usadas son muy poco conocidas y pocas veces citadas. Dentro de las fuentes se emplearon documentos del MIR; su órgano de difusión El Rebelde (MIR); el archivo 1965-1973 de revista Punto Final (MIR); el boletín informativo de la Agencia Informativa de la Resistencia (AIR) y comunicados oficiales del período. Cabe señalar que hay que leer a los autores citados pensando en el año en que escribieron, ya que muchos de ellos han cambiado sus reflexiones, discursos y posiciones políticas.

Además, se utilizaron fuentes audiovisuales, como entrevistas a Miguel Enríquez, películas nacionales y extranjeras que mostraban el espíritu de la época y transmisiones radiales, como las clandestinas realizadas por Radio Liberación a principios de la década de los ochenta, que espero sea tema de un próximo trabajo.

Y por último, se recurrió a fuentes orales38, en el entendido de que en los últimos años la historia oral se ha convertido en una herramienta al servicio de la comunidad científica, con una metodología susceptible de ampliar la base de estudio de la historia social. Cabe recordar que la historia oral es una técnica de investigación histórica de carácter cualitativo y basada en la memoria.

Es necesario explicar que solo algunas de las entrevistas realizadas se citaron en este libro, ya que correspondían al rango etario de los fundadores y primeros militantes, dejando de lado otras que fueron realizadas a personas que iniciaron su militancia luego del golpe de Estado, a pesar de que sus aportes enriquecieron este trabajo.

Es importante afirmar que el uso de testimonios de vida como instrumento de análisis social introdujo elementos nuevos que reordenaron el discurso político jerarquizando a los protagonistas y desalojando de su lugar preferente a las élites de poder. «Asimismo la primacía del estudio cuantitativo, series de precios, salarios, conflictos..., fue cediendo terreno en favor del estudio más cualitativo de biografías anónimas en donde aparecían temas nuevos como la emoción, utilizada como una categoría nueva de reflexión y toma de conciencia. Los/las historiadores/as orales fueron los primeros en prestar una atención académica seria a la significación de las motivaciones emocionales, en la formación de imágenes del pasado»39.

Sin embargo, pese al «efecto democratizador y socializador de este método, enfatizando su capacidad de rescatar el mundo de las experiencias y de las estructuras de sentimientos»40, hay que tomar ciertas precauciones en su aplicación. La historia oral trae aparejado algunos problemas, «lo que vuelve a las razones del escepticismo de muchos historiadores hacia el método»41.

Ronald Greele habla en este sentido de la polarización entre un populismo entusiasta, en el que el historiador/a desaparece para dar la voz al pueblo y una concepción tradicional de historiografía objetiva en la que el historiador-a/autor-a asume una posición privilegiada como intérprete de los testimonios de sus entrevistados42.

Otro peligro que puede afectar a este tipo de estudios es el memorialismo, definido por Dora Schwarzstein43como la mera recolección anecdótica y contraproducente para lograr una voz polifónica para la disciplina. «Es decir, no se trata sólo de recopilar, sino también de interpretar, para no caer en el culto a la anécdota pintoresca, en la memoria por la memoria y sin perspectivas generalizadoras»44.

En relación a las fuentes orales, el método a seguir fue el de entrevistas estructuradas, con preguntas preparadas y basadas en conocimiento previo. Las preguntas estuvieron dirigidas, fundamentalmente, a captar información sobre las motivaciones personales que tuvieron los entrevistados para optar por la vía armada y ver qué elementos del contexto mundial y nacional impulsaron esta decisión, ejes fundamentales de este libro.

Además, cabe señalar que en los últimos años se han realizado variadas tesis académicas, reflexiones de exmilitantes o cercanos, y compilaciones sobre discursos de sus dirigentes o sus documentos oficiales referidas al MIR.

Por otro lado, existen libros e investigaciones sobre el MIR y la violencia política en Chile, llenas de estigmas y satanización derivadas de diferencias políticas y, por otra parte, cubiertas de una visión heroica, cuasi mítica de la historia del MIR –debido a que fueron realizadas por exmilitantes– que cuentan con una carga política emocional muy fuerte. «Lo que complejiza aún más este panorama, es que además de vivir el crepúsculo revolucionario, estos historiadores y exmilitantes, terminaron muchos de ellos en sendas distintas, producto de la división y atomización del partido»45. Como señala el profesor Mario Garcés, «sin querer desmerecer esos intentos, la mayor parte sólo se quedan en especificidades y recalcando lo bueno, sin un balance autocrítico de la primavera –los 60 y la UP– y el otoño de la izquierda revolucionaria, la dictadura y los gobiernos concertacionistas»46.

En torno a la bibliografía del MIR, esta no es muy amplia si la comparamos con la de otros partidos de izquierda de Chile, como el Comunista y Socialista. Sin embargo, se puede mencionar algunos interesantes textos como Carlos Sandoval: MIRuna historia (tres capítulos); Julio Pinto (editor): Su Revolución contra nuestra Revolución; Luis Vitale: Contribución a la historia delMIR; Pedro Naranjo y Mario Garcés: Miguel Enríquez y el Proyecto Revolucionario; y Mario Amorós: La memoria rebelde: testimonios sobre el exterminio delMIRde Pisagua a Malloco (1973-1975). Otros son el artículo de Cristián Pérez: Si quieren guerra, guerra tendrán, e Igor Goicovic, con el libro Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Colección América, Editorial Escaparate, 2012) y los artículos: Teoría de la violencia y estrategia de poder en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, 1967-1986 y El contexto en que surge elMIR.

Con respecto a tesis de investigación, resaltan las tesis de Sebastián Leiva, tanto en su trabajo de pregrado, llamado La política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) durante la Unidad Popular y su influencia sobre los obreros y pobladores de Santiago; y en la de magíster, Teoría y práctica del poder popular: los casos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR, Chile, 1970-1973) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP, Argentina, 1973-1976); Marlene Martínez, con La experiencia política de los militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR): motivaciones, práctica partidaria y división de la militancia. Chile (1973-1988). Otra centrada en la memoria y los testimonios de Tamara Vidaurrázaga con Mujeres en rojo y negro. Reconstrucción de memoria de tres mujeres miristas (1971-1990); Pedro Valdés Navarro, con Elementos teóricos en la formación y desarrollo delMIR, 1965 y 1970, y José Palma Ramos, con Violencia política, estrategia político-militar y fragmentación partidaria en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile. 1982-1988.

En el plano internacional, destacan los dos avances de la tesis doctoral de Eugenia Palieraki, con La opción por las armas. Nueva izquierda y violencia política en Chile 1965-1970, primera y segunda parte.

Este libro se estructuró de la siguiente manera: la Introducción, donde se presenta el problema de investigación; el Capítulo 1: Los hitos históricos: los hechos portadores de futuro, donde se analiza los más importantes acaecidos en el marco de la Guerra Fría y los debates y cambios que comienzan a darse en la izquierda tradicional; el Capítulo 2: El contexto regional: la revolución llega a Latinoamérica, en el cual se analiza el debate ideológico, estratégico y táctico que se comienza a dar en la Nueva Izquierda Revolucionaria; el Capítulo 3: El contexto nacional, donde se analiza la situación política nacional y los cambios producidos en las décadas de 1960 y 1970, como también el ámbito cultural que se vivía en esa época; el Capítulo 4: Subjetividades y contextos. La formación del imaginario político en el MIR, en el cual se describe el nacimiento y primeros pasos del MIR; sus primeras reflexiones políticas; el MIR y la Unidad Popular y el golpe de Estado y el inicio de la resistencia armada; el Capítulo 5: Subjetividades: de la radicalización ideológica a la radicalización política en el MIR, donde se analizan los sentimientos, sacrificios y abandonos que tuvieron que realizar los militantes de un partido revolucionario, los cuadros político-militares de tiempo completo, y finalmente un apartado con las conclusiones finales.

Finalmente, quiero agradecer al doctor Igor Goicovic, por su guía, su aporte intelectual y los consejos que me ayudaron a culminar con éxito mi tesis doctoral en estudios latinoamericanos, base fundamental de este libro. A mis profesores del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile. A mis amigos-académicos, en especial a Gilberto Aranda del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile por impulsarme a escribir y a mi compañero de la Universidad Autónoma de Barcelona, Ferrán Cabrero, un intelectual viajero por el mundo. Y por último, a mis profesores en el diplomado de cultura de paz Cátedra UNESCO de la Universitat Autònoma de Barcelona, quienes aportaron a mi conocimiento, un mundo nuevo: Vicenç Fisas, Johan Galtung y John Paul Lederach, entre otros.

Bautista van Schouwen y Miguel Enríquez.

Declaración de principios del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Santiago, septiembre de 1965.

3Véase Max Weber,Economía y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1969.

4«La estabilidad del sistema, a diferencia de la gobernabilidad, dice relación con la vigencia de la institucionalidad democrática. La estabilidad apunta a la permanencia y proyección del sistema democrático por sobre los cambios de gobierno a que dé lugar la alternancia en el poder, demostrando la capacidad de absorber, canalizar y resolver por medio de los mecanismos institucionales los diversos conflictos societales que se dan en su interior. Siendo distintos los conceptos de gobernabilidad y estabilidad, entre ellos hay una estrecha relación en cuanto a que el primero se cimentará en el segundo». Sergio Salinas, «Consolidación democrática, gobernabilidad y violencia política en América Latina», Centro de Estudios Miguel Enríquez, 1997: <http://www.archivochile.com/America_latina/al_vg/america_latina_dg_00023.pdf> (consultado el 1 de octubre de 2012).

5Algunos autores como Habermas denominan a este período como «un breve sigloXX». Ver Jürgen Habermas, «Nuestro breve siglo»,RevistaNexos, n° 248, agosto 1998, MéxicoDF, p. 41.

6Véase con respecto a los mitos y la política, Gilberto Aranda y Sergio Salinas, «Cronotopos y parusía: las identidades míticas como proyecto político»,RevistaPolis, n° 27, vol. 9, Santiago, Universidad Bolivariana, 2010.

7Rolando Álvarez,Desde las sombras. Una historia de la clandestinidad comunista (1973-1980), Santiago, Lom Ediciones, Santiago, 2003, p. 9.

8Véase Régis Debray, «El castrismo»,Cuadernos de Ruedo Ibérico. Suplemento 1967,Madrid: <http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/debray/debray0002.pdf> (consultado el 20 de septiembre de 2012).

9De aquí en adelante se utilizará solo la siglaMIR.

10Término alemán que literalmente significa «espíritu de la época». Alude a la atmósfera intelectual y cultural de un período histórico.

11Eugenia Palieraki, «La opción por las armas. Nueva izquierda revolucionaria y violencia política en Chile (1965-1970)»,Revista Polis, n° 19, Santiago, Universidad Bolivariana, 2008: <http://www.revistapolis.cl/19/pali.htm> (consultado el 21 de septiembre de 2012).

12«Al rechazar el voluntarismo, el marxismo-leninismo señala el carácter relativo del libre albedrío, examina la voluntad de las personas como derivada de las leyes objetivas del desarrollo de la naturaleza y de la sociedad (Factores objetivos y subjetivos de la historia)». Definición de «voluntarismo» enDiccionario Rosenthal-Yudin(XXIICongresoPCUS): <http://diamat.es/> (consultado el 21 de septiembre de 2012).

13Véase Sergio Ramírez, «Consecuencia  revolucionaria: Desmitificar al Che para que siga combatiendo»: <http://www.lafogata.org/che/nuevos/che_10-3.htm> (consultado el 21 de septiembre de 2012).

14James Petras, «Latinoamérica: 30 años después del Che Guevara»,América Libre, n° 11, Buenos Aires, 1998: <http://www.nodo50.org/americalibre/anteriores/11/index.htm> (consultado el 20 de septiembre de 2012).

15Citado en Hugo Biagini,La contracultura juvenil. De la emancipación a los indignados, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012, 252 p.

16 Véase en el caso argentino a María Matilde Ollier. La autora, para mostrar las fuentes del aprendizaje radical de los sobrevivientes, analizó la formación de la identidad temprana a partir de presentar: 1) las imágenes que internalizaron las experiencias ocurridas en ámbitos privados, públicos y políticos sobre la política argentina como antinomia irresoluble, peronismo/antiperonismo y 2) la estructura afectiva-valorativa cuyos ejes eran libertad, justicia y verdad, que aprendieron en lo privado y en lo público. Ambas volvieron creíble el discurso revolucionario. En algunos casos, los protagonistas también aprendieron el discurso revolucionario en las esferas privadas y públicas durante la niñez y adolescencia. Cualquiera haya sido el caso, todos ellos sufrieron un proceso de radicalización ideológica previo ingreso a la Izquierda Revolucionaria (IR). «En este capítulo trato de señalar el proceso y las esferas donde la radicalización ideológica se produjo. Con ese ecléctico mundo de ideas revolucionarias y movidos por su vocación de intervención en el espacio público, decidieron entrar en la IR, es decir, comenzaron su radicalización política. En este libro, planteo que el pase de su radicalización ideológica a su radicalización política fue producido por su vocación de intervención en el espacio público. Finalmente, describo el universo político de la IR para ver cómo su discurso político temprano es resignificado desde el paradigma de la IR». María Matilde Ollier, «El aprendizaje radical: lo público, privado y lo político»: <www.cholonautas.edu.pe> (consultado el 3 de mayo de 2008).

17También se puede utilizar como sinónimo los conceptos de violencia estructural y cultural, tal como lo han definido algunos autores, como mis profesores en la Escola de Cultura de Pau de la UniversitatAutònomade Barcelona, Vicenç Fisas y Johan Galtung: violencia estructural como la violencia indirecta originada por la injusticia y la desigualdad como consecuencia de la propia estructura social, ya sea dentro de la propia sociedad o entre el conjunto de las sociedades (alianzas, relaciones entre Estados, etcétera) y violencia cultural: aspectos de la cultura, materializados por medio de la religión y la ideología, el lenguaje y el arte, y las ciencias en sus diferentes manifestaciones, que justifican o legitiman la violencia directa o la estructural. Este tipo de cultura hace que los otros dos tipos de violencia parezcan correctos o al menos no equivocados.

18María Matilde Ollier, «El aprendizaje radical...».Op.cit.

19Roberto Sancho Larrañaga, La Encrucijada de la violencia política armada en la segunda mitad del sigloXXen Colombia y España:ELNyETA. Zaragoza, Tesis Doctoral, Zaragoza, Departamento de Historia Moderna y Contemporánea, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Zaragoza, 2008, p. 22.

20La violencia contiene y responde a factores etológicos (biológicos), psicológicos (mentales), psicosociales, simbólico-culturales, políticos, éticos e históricos, cuando menos. De ahí que muchas disciplinas tengan algo o mucho que decir sobre ella.

21Véase Julián Aróstegui, «Violencia, sociedad y política: la definición de la violencia»,Revista Ayer, n° 13, Madrid, Asociación de Historia Contemporánea, 1994: <http://www.ahistcon.org/docs/ayer/ayer13_02.pdf> (consultado el 3 de junio de 2011).

22Eugenia Palieraki,op.cit.

23Roberto Sancho Larrañaga,op.cit.

24Ibid., p. 14.

25Diversas recientes tesis en Europa y Latinoamérica utilizan alguna de estas dos categorías. Entre ellas, destacan la de Eugenia Palieraki (La opción por las armas. nueva izquierda y violencia política en Chile 1965-1970), de la Universidad de París I; la de Roberto Sancho Larrañaga (La encrucijada de la violencia política armada en la segunda mitad del sigloXXen Colombia y España:ELNyETA), de la Universidad de Zaragoza; la de Miren Alcedo (Militar enETA: historias de vida y de muerte), Universidad del País Vasco; y la de Javier Cervantes Mejía (Raíces, aparición e impacto del levantamiento armado delEZLN, una aproximación a la historia de la guerrilla en México, 1960-1994), que si bien es tesis de licenciatura, trabaja en profundidad esta temática, Universidad Autónoma del Estado de México.

26María Matilde Ollier, «Partidos en armas: Las tensiones entre la lógica contestataria y la obediencia debida», San Martín, Escuela de Política y Gobierno, Universidad de San Martín: http://www.unsam.edu.ar/escuelas/politica/centro_historia_politica/Ollier.pdf (consultado el 16 de agosto de 2010).

27Cristián Barría, Elena Gómez e Isabel Piper, «La construcción de la memoria del trauma sociopolítico en el espacio intersubjetivo»:<ww.ilas.cl/articulos/ilas_4/art_6.DOC>(consultado el 20 de marzo de 2010).

28Eugenia Palieraki, op. cit: ver también en <http://www.cedema.org/uploads/Palieraki.doc> (consultado el 4 de mayo de 2008).

29Ibid.

30Ibid.

31Ibid.

32Ibid.

33Roberto Sancho,op.cit., p. 23.

34Miguel Ángel Cabrera,Historia, lenguaje y teoría de la sociedad, Madrid, Editorial Cátedra, 2001, p. 31.

35Cristina Moyano Barahona, «La historia política en el Bicentenario: entre la historia del presente y la historia conceptual. Reflexiones sobre la nueva historia política»,Revista de Historia Social y de las Mentalidades, vol. 15, nº 1, Santiago, Departamento de Historia, Universidad de Santiago, 228 p.

36Véase J. Fentress y C. Wickham,Memoria social, Madrid, Editorial Cátedra, 2003.

37En América Latina se han desarrollado varias jornadas internacionales de estudio sobre militantismo, como la desarrollada en Santiago el 5, 6 y 7 de julio de 2007, organizada por el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile,IDEA-USACH, Arcis,ICAL, llamada «De las movilizaciones obreras al termundialismo. Europa y América Latina, siglosXXyXXI».

38El interés de usar estas fuentes recae en la resignificación y en la legitimación de voces, en un período donde estas no podían dejar otro tipo de registro, por su carácter de enemigo interno y clandestino, y que en la memoria oficial están cargadas de satanización y estigmas impuestos por quienes detentaban el poder de la época.José Palma Ramos, Violencia política, estrategia político-militar y fragmentación partidaria en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile. 1982-1988. La guerra popular de la vanguardia del pueblo, Memoria para optar al título de profesor de historia, geografía y educación cívica, Santiago, Departamento de Historia y Geografía, Facultad de Historia Geografía y Letras, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, 2009, p. 13.

39Pilar Díaz Sánchez y José María Gago González, «La construcción y utilización de las fuentes orales para el estudio de la represión franquista»: <http://hispanianova.rediris.es/6/dossier/6d006.pdf> (consultado el 10 de marzo de 2010).

40Andreas Doeswijk, «Algunas reflexiones sobre la construcción y el uso de fuentes orales en historia»: >http://www.dhi.uem.br/publicacoesdhi/dialogos/volume01/vol5_atg3.html> (consultado el 13 marzo de 2010).

41Al respecto véase Paul Thomson, «La historia oral y el historiador»,History Today, nº 7, vol. 33, traducción de Tomás Austin 1990. Junio de 1983: <http://www.lapaginadelprofe.cl/OralHistory/historiaoral.htm> (consultado el 13 de marzo de 2010).

42Pilar Díaz Sánchez,op.cit.

43Citado en Federico López, «Informe sobre laXConferencia de Historia Oral»,Revista Voces Recobradas, n° 2, Buenos Aires, Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, agosto de 1998.

44Andreas Doeswijk,op.cit.

45José Palma Ramos,op.cit., p. 8.

46Mario Garcés, Seminario: «ElMIRen la historiografía», Museo Benjamín Vicuña Mackenna, realizado el 9 de septiembre del 2008.

Capítulo 1

Los hitos históricos: los hechos portadores de futuro47

There’s a battle outside And it is ragin’ It’ll soon shake your windows. And rattle your walls For the times they are a-changin’.

Bob Dylan

Por los hitos históricos se entenderá aquellos sucesos a nivel internacional que se convirtieron en hechos portadores de futuro, es decir, tuvieron implicancia directa –tiempo después– en el desarrollo y consolidación de la Nueva Izquierda Revolucionaria (NIR) en América Latina. Esta selección de sucesos se desprende de los documentos y comunicados del MIR y del testimonio de los propios militantes.

Miguel Enríquez y Marcello Ferrada-Noli (1967).

1.1 Estados Unidos en la Guerra Fría: entre la Alianza y la seguridad nacional

La estrategia de Estados Unidos para enfrentar el período generado después de la Segunda Guerra Mundial, llamado la Guerra Fría48, tuvo dos proyectos claramente visibles en Latinoamérica: en lo económico, la Alianza para el Progreso y una nueva estrategia militar: la doctrina de la seguridad nacional (DSN). «Pero si por una parte la Revolución Cubana fue responsable de la internacionalización de la movilización en el continente en cuanto favoreció el desarrollo de la izquierda revolucionaria latinoamericana; por otra, lo fue en parte también su contraparte, las que en las actuales teorías de los movimientos sociales se denomina una internacionalización de la represión»49.

La doctrina de seguridad nacional «como ideología, reconoció sus orígenes en una visión bipolar del mundo desde la que, supuestamente, Occidente, liderado por los Estados Unidos, representaba el bien, la civilización, la democracia y el progreso; mientras que la entonces Unión Soviética estaba al frente del mal, el atraso y la dictadura»50.

De cierta manera, la doctrina de seguridad nacional es la adaptación de una base filosófica moral y de mitos políticos convertidos en herramienta para «los nuevos tiempos». La historia norteamericana desde la misma independencia nos muestra muchos de estos mitos fundadores, como el de la Divina Providencia presente en su «Destino manifiesto».

Otro mito se relaciona con la idea particular de Estados Unidos, influida por la ética protestante y la idea calvinista de la purificación en el trabajo: La «Gran República» y su necesaria exportación hacia otros pueblos, «para que encuentren el camino». Esta idea de los llamados padres fundadores estará presente en la Convención de Filadelfia en 1787. El imperativo básico es el de un Ejecutivo fuerte y la ampliación de las relaciones comerciales. Sin embargo, será en 1818 cuando se reafirme el supuesto del liderazgo histórico de la «Gran Nación Norteamericana», sobre la base de dos principios: «la exportación del modelo y la exclusividad de acción en el continente»51.

Posteriormente, en 1823, el presidente de EE.UU., James Monroe, planteó como respuesta a la amenaza que suponía la restauración monárquica en Europa y la Santa Alianza, lo que se conocería como la Doctrina Monroe: «América para los americanos».

Como afirma Cristián Fuentevilla «aquí se expresan por primera vez unidos los conceptos de interés nacional y de área de influencia en Latinoamérica. Su expresión concreta no es el rechazo a la negociación, pero se expresa también en la justificación del recurso de la fuerza para la ‘satisfacción del interés y el crecimiento nacional’. Y será un corolario de intervenciones en Panamá, Nicaragua, Haití y Honduras que resumen el interés económico presente en estos países»52.

La primera convocatoria de la materialización de los intereses hemisféricos en el marco de la doctrina de seguridad nacional en construcción, fue la reunión del 2 de septiembre de 1947 en Río de Janeiro, que constituyó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), también llamado Tratado de Río.

Según el artículo 3.1 de este tratado: «en caso de (...) un ataque armado por cualquier Estado contra un Estado Americano, será considerado como un ataque contra todos los Estados Americanos, y en consecuencia, cada una de las partes contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque en ejercicio del derecho inminente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas»53.

En la década de 1950 a 1960, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca estuvo asistido y convocado a lo menos 20 veces, principalmente a partir del bloqueo a Cuba y del conflicto entre Honduras y Guatemala. Este tratado además implica el desarme de las FF.AA. de Costa Rica, ya que se consideraba que el TIAR en su planteamiento cooperativo las hacía innecesarias.

Como sostiene Cristián Fuentevilla «los primeros presupuestos teóricos en función del carácter de la DSN, están sujetos a las experiencias de las guerras de Liberación Nacional, en función de crear una relación con las características contrainsurgentes de estos conflictos y las materias que definirán el tipo de enemigo que se configura en el marco de la DSN. Lo cierto y lo que se evidencia hasta aquí, es que bajo los propósitos científicos de un conflicto de contención la concepción del enemigo interno jugará un rol gravitante, bajo el manejo cognitivo de las dinámicas de resistencias a las políticas colonialistas europeas y la de EE.UU.»54.

En 1946, se crea la Escuela de las Américas, que funcionará en Panamá hasta su traslado a Georgia (1984). Uno de los objetivos de esta escuela era la de proveer de un instrumental teórico en guerra psicológica y de manejo de información en el marco de las detenciones y los posteriores interrogatorios.

Fuentevilla sostiene que «en este contexto permite además socializar las experiencias de los golpes de Estado (del francés coup d’État), en países que prematuramente estuvieron sujetos a la represión, aniquilamiento y neutralización de las diferentes expresiones de disidencia política. Por lo tanto, también sujetos a sus experiencias en estos campos de acción. Probablemente, Brasil sea el más emblemático en patentar una serie de ejercicios de torturas como el pau-de-arara y otros, pero que se comienzan a diferenciar en 1964, de otros golpes militares previos en Latinoamérica, como el de Uruguay en 1954 o el de Ecuador en 1963, Argentina en 1962 y Perú el mismo año, etc.»55.

Esta Escuela dictó cursos en español y portugués destinados a «brindar» a los militares latinoamericanos una formación que les permitiera contribuir a la seguridad de sus respectivos países. Para Édgar Velásquez «en tales escuelas los cursos inculcaron una ideología anticomunista y una filosofía contrarrevolucionaria. Estas concepciones del Pentágono dedicaron un tiempo desmesurado al anticomunismo y al adoctrinamiento pronorteamericano»56.

En septiembre de 1975 se habían graduado 33 mil 147 alumnos en la Escuela de las Américas, y muchos de ellos ocuparon altos cargos en sus gobiernos. En octubre de 1973, más de 170 graduados eran jefes de gobierno, ministros, comandantes, generales o directores de los departamentos de inteligencia de sus respectivos países. Los golpes de Estado en Perú, Bolivia, Panamá y Chile fueron llevados a cabo por los más aplicados oficiales que habían asistido a cursos en la Escuela. Velásquez Rivera sostiene que «en los pocos países de la región donde no hubo golpes de Estado, altos oficiales también egresados de la USARSA, se vieron comprometidos con la violación sistemática de derechos humanos, lo cual indujo a Organizaciones No Gubernamentales de Estados Unidos a presionar a su gobierno para que se desmontaran estos centros»57.

Por otra parte, la religión tampoco fue excluida por la doctrina de seguridad nacional: esta se presentó como defensora de la civilización cristiana contra el comunismo y el ateísmo. Ofreció a instituciones eclesiásticas favores y privilegios, prestigio y apoyo. Édgar Velásquez sostiene que «el cristianismo que la DSN promovió fue uno centrado en los mitos, ritos, costumbres y gestos de la ortodoxia judeocristiana. Un cristianismo sin compromiso popular. La DSN no concibió una Iglesia comprometida con los grandes problemas estructurales y coyunturales del pueblo latinoamericano, sino con los principios tutelares del orden, la autoridad, la defensa de la propiedad privada y, en general, con los postulados del conservadurismo. La DSN promovió la llegada de otras confesiones religiosas a América Latina desde los años 60, las cuales se convirtieron a la postre en importante base social de la derecha, con el propósito exclusivo de penetrar en aquellos sectores sociales más vulnerables económicamente y políticamente maleables y reventarles su capacidad de lucha y organización por unas mejores condiciones de vida. La DSN conspiró contra el clero comprometido social, política y evangélicamente con el pueblo58».

Un buen ejemplo del punto anterior se da en noviembre de 1976, cuando un oficial encargado del servicio de comunicaciones sociales del Gobierno chileno envió una circular a todas las instituciones nacionales para recordar a la nación que –como sostiene Rivas Nieto- «el mundo actual está en guerra. El imperialismo soviético extiende cada vez más su dominación mediante una guerra de conquista que usa todas las formas conocidas de agresión moral, espiritual y física. Y era tan peligroso porque su Dios –la dialéctica histórica– era santificado e identificado con los fines últimos de la vida. Era un enemigo con el que por vez primera en la historia no había nada en común»59.

La definición más comúnmente aceptada del concepto de seguridad nacional, especialmente por el «alcance político estratégico» de la misma, es la propuesta por la Escuela Superior de Guerra de Brasil y que señala lo siguiente según Andrés Nina: «Seguridad Nacional es el grado relativo de garantía que, a través de acciones políticas, económicas, psico-sociales y militares, un Estado puede proporcionar, en una determinada época, a la Nación que jurisdicciona, para la consecución y salvaguardia de los objetivos nacionales, a pesar de los antagonismos internos o externos existentes o previsibles»60.

En el caso chileno, la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (Anepe) definió, en 1982, a la seguridad nacional como «una necesidad vital del Estado-nación, cuya satisfacción la obtiene alcanzando el conjunto de condiciones que garanticen a la comunidad el logro de sus legítimas aspiraciones e intereses permanentes, de acuerdo con las exigencias del bien común, empleando para esta finalidad el potencial nacional»61.

Y en relación a la doctrina de seguridad nacional estadounidense, el Ejército chileno señaló: «Tiene como finalidad básica la de crear las condiciones favorables para evitar, y si ello no es posible, enfrentar, un futuro conflicto internacional cuyos efectos devastadores sin duda afectarán al territorio y la población de ese país, aun en el supuesto caso de que no se utilicen armas nucleares»62.

La doctrina de seguridad nacional en el marco de la Guerra Fría aporta a lo menos dos momentos que constituyen una primera aproximación a un silogismo: el primero se da en la década de 1950 en el contexto de la contención y el segundo se produce en la década de 1960 bajo los impulsos de la contrainsurgencia.

Por contrainsurgencia entenderemos una característica de las políticas represivas estatales, que utilizando diversas medidas legales e ilegales, tiene como objetivo detectar y destruir a los miembros y bases de apoyo de los eventuales grupos insurgentes. Esta medidas pueden ir desde las tácticas militares (las que incluirán la tortura como método de obtención de información) hasta la labor social del ejército (cortes de cabello, arreglar aparatos electrodomésticos, regalar despensas y dulces a los niños). Todas estas acciones realizadas con el objetivo de obtener información de qué fuerzas y quiénes son probables simpatizantes de las guerrillas.

La contrainsurgencia pasó a ser parte inseparable de los objetivos de la política de seguridad externa estadounidense, con la aprobación de la Ley de Ayuda Exterior en 1961 por el presidente John F. Kennedy. En este marco, Estados Unidos buscó además la cualificación de la fuerza militar especializada para este tipo de conflictos, para lo cual la Fuerza de Tarea del Comando Sur siguió bajo el patrimonio de la Escuela de las Américas. De esta manera, el mandatario pretendía frenar cualquier posibilidad de expansión de la Revolución Cubana, mientras se mantuviera en combate en Vietnam.

Recordemos que Estados Unidos justificó la guerra en Vietnam por la famosa «teoría del dominó». Se jugaba en ella el crédito del país, porque –como sostiene Pedro Rivas Nieto– «si se cedía en el Vietnam nadie creería en su determinación de defender a sus aliados contra el comunismo. Los Estados Unidos, que tras la Segunda Guerra Mundial habían ayudado a construir un nuevo orden internacional, ayudado a rehabilitar Europa y Japón, frenado la expansión soviética en Grecia, Turquía, Berlín y Corea, y firmado sus primeras alianzas permanentes en tiempos de paz, se embarcaron en una complicada aventura en Indochina. Los Estados Unidos entraron en esa guerra porque, según sus cálculos, Vietnam del Norte, controlado por China y ésta a su vez por el Kremlin, atacaba el equilibrio internacional. Indochina era además la piedra angular de la seguridad estadounidense en el Pacífico»63.

El otro proyecto estratégico norteamericano para enfrentar la Guerra Fría en América Latina, y que era la otra cara de la moneda de la doctrina de seguridad nacional, fue lo que el presidente John F. Kennedy denominó la Alianza para el Progreso (1961 y 1969). «Lo que en definitiva se traducía en la reedición de las políticas desarrollistas en materia económica en Latinoamérica»64.

Como señaló el embajador estadounidense en Chile, Charles Cole, en el aniversario de la independencia de su país: «Y si tenemos buen éxito, si nuestro esfuerzo es suficientemente audaz y decidido, el fin de la década marcará el comienzo de una nueva era en la experiencia americana. Subirá el nivel de vida de toda familia de América; todos tendrán acceso a una educación básica; del hambre no quedará recuerdo; la necesidad de ayuda exterior considerable habrá desaparecido; la mayoría de las naciones habrán entrado en un periodo en el que podrán crecer con sus propios recursos, y aunque todavía quedará mucho por hacer, cada república americana será dueña de su propia revolución de esperanza y progreso»65.

Para el presidente Kennedy algunos de los puntos iniciales principales de la Alianza para el Progreso eran los siguiente: una década de esfuerzo máximo; una reunión del Consejo Económico Social Interamericano para iniciar una planificación de la Alianza; apoyo para la integración económica latinoamericana mediante un área de libre comercio y de mercado común centroamericano; y una renovación del compromiso de Estados Unidos de defender a todas las naciones del continente.