El Valle del Terror - Arthur Conan Doyle - E-Book

El Valle del Terror E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

Narrado en distintos tiempos, El valle del terror está basado en la verdadera historia sobre los Molly Maguires. El cuento empieza con un mensaje encriptado del archienemigo de Sherlock Holmes, el malvado profesor Moriarty.Días después del contacto de Moriarty, la policía inglesa necesitará la ayuda de la mejor pareja de detectives, debido al asesinato del Sr. John Douglas en Sussex. Sherlock Holmes y el Dr. Watson tendrán la tarea de descubrir el asesino y las razones que lo llevaron a cometer este grave delito.Basado en una historia real norte americana y ambientado en Inglaterra con los famosos detectives del siglo XIX, atrévete a escuchar como deducen las pistas para resolver este misterio.-

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Seitenzahl: 289

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Arthur Conan Doyle

El Valle del Terror

Saga

El Valle del TerrorOriginal titleThe Valley of Fear

Copyright © 1915, 2019 Arthur Conan Doyle and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726302134

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tanto que los derechos de autor, según la legislación española han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio a sus clientes, dejando claro que:

La edición no está supervisada por nuestro departamento editorial, de forma que no nos responsabilizamos de la fidelidad del contenido del mismo.
Luarna sólo ha adaptado la obra para que pueda ser fácilmente visible en los habituales readers de seis pulgadas.
A todos los efectos no debe considerarse como un libro editado por Luarna.

www.luarna.com

PRIMERA PARTE

LA TRAGEDIA DE BIRLSTONE

Capítulo I

LA ADVERTENCIA

- Estoy inclinado a pensar… - dije.

- Yo debería hacer lo mismo - Sherlock Holmes observó impacientemente.

Pienso que soy uno de los más pacientes de entre los mortales; pero admito que me molestó esa sardónica interrupción.

- De verdad, Holmes - dije con severidad - es un poco irritante en ciertas ocasiones.

Estaba muy absorbido en sus propios pensamientos para dar una respuesta inmediata a mi réplica. Se recostó sobre su mano, con su desayuno intacto ante él, y clavó su mirada en eltrozo de papel que acababa de sacar de su sobre. Luego tomo el mismo sobre, tendiéndolo contra la luz y estudiándolo cuidadosamente, tanto el exterior como la cubierta.

- Es la letra de Porlock - dijo pensativo -. Me quedan pocas dudas de que sea su letra, aunque la haya visto sólo dos veces anteriormente. La e griega con el peculiar adorno arriba es muy distintiva. Pero si es Porlock, entonces debe ser algo de primera importancia.

Hablaba más consigo mismo que conmigo; pero mi incomodidad desapareció para dar lugar al interés que despertaron aquellas palabras.

- ¿Quién es ese Porlock? - pregunté.

- Porlock, Watson, es un nom-de-plume, una simple señal de identificación; pero detrás de ella se esconde una personalidad deshonesta y evasiva. En una carta formal me informó francamente que aquel nombre no era suyo, y medesafió incluso a seguir su rastro entre los millones de personas de esta gran ciudad. Porlock es importante, no por sí mismo, sino por el gran hombre con quien se mantiene en contacto. Imagínese usted al pez piloto con el tiburón, al chacal con el león, cualquier cosa que sea insignificante en compañía de lo que es formidable: no sólo formidable, Watson, pero siniestro, en el más alto nivel de lo siniestro. Allí es cuando entra en lo que le estoy diciendo. ¿Me ha oído usted hablar del profesor Moriarty?

- El famoso científico criminal, tan famoso entre los maleantes como…

- ¡Por mi vida, Watson! - murmuró Holmes en tono desaprobatorio.

- Estaba a punto de decir, como desconocido para el público.

- ¡Un poco! En cierto modo - dijo Holmes -. Está desarrollando un inesperado pero cierto sentido agudo del humor, Watson, contra el que debo aprender a cuidarme. Pero al llamar criminal a Moriarty está expresando una difamación ante los ojos de la ley. ¡Y es precisamente allí donde yace la gloria y maravilla de esto! El más grande maquinador de todos los tiempos, el organizador de cada maldad, el cerebro que controla el sub-mundo, un cerebro que puede haber construido o destruido el destino de las naciones, ése es nuestro hombre. Pero tan lejos está de sospechas, tan inmune a la crítica, tan admirable en sus manejos y sus “actuaciones”, que por esas palabras que acaba de pronunciar, lo podría llevar a la corte y hacerse con su pensión anual como una reparación a su personalidad ofendida. ¿No es él el aclamado autor de Las Dinámicas de un Asteroide, un libro que asciende a tan raras cuestiones de matemática pura, que se dice que no hay individuo en la prensa científica capaz de criticarlo? ¿Es éste un hombre que delinque?  ¡Doctor mal hablado y profesor calumniado, esos serían sus respectivos roles! Eso es ser un genio, Watson. Pero si soy eximido por gente de menor inteligencia, nuestro día seguramente vendrá.

- ¡Espero estar ahí para verlo! - exclamé con devoción -. Pero estábamos hablando de este hombre, Porlock.

- Ah, sí, el así llamado Porlock es un eslabón en la cadena a poco camino de su gran obsesión. Entre nosotros, Porlock no es un eslabón real. Es el único defecto en esa cadena hasta donde he podido observarla.

- Pero ninguna cadena es más fuerte que su enlace más débil.

- ¡Exacto, mi querido Watson! Aquí esta la extrema importancia de Porlock. Guiado por aspiraciones rudimentarias hacia el derecho, y estimulado por un ocasional cheque por diez libras enviado para él a través de métodos indirectos, me ha dado una o dos veces informaciónavanzada que ha sido de valor, del más grande valor, puesto que anticipa y previene más que vengar el crimen. No puedo dudar de ello, si tuviéramos la clave, encontraríamos que esta comunicación es de la naturaleza que digo.

Otra vez Holmes aplastó el papel contra su plato intacto. Yo me levanté e, inclinándome hacia él, observé detenidamente la curiosa inscripción, que decía lo siguiente:

534  C2  13  127  36  31  4  17  21  41 DOUGLAS  109  293  5  37  BIRLSTONE

26  BIRLSTONE  9  47  171

- ¿Qué saca de esto Holmes?

- Es obviamente un intento de transmitir información secreta.

- ¿Pero cuál es el sentido de un mensaje en cifras sin la clave?

- En este momento, no del todo.

- ¿Qué quiere decir con “en este momento”?

- Porque hay muchos números que yo leeré tan fácil como la apócrifa al final de una columna de avisos: Medios tan crudos entretienen a la inteligencia sin siquiera fatigarla. Pero esto es diferente. Es claramente una referencia a las palabras de la página de algún libro. Hasta que me diga qué página y qué libro no puedo hacer nada.

- ¿Pero por qué “Douglas” y “Birlstone”?

- Obviamente porque dichas palabras no están en la página en cuestión.

- ¿Entonces por qué no ha indicado el libro?

- Su agudeza innata, mi querido Watson, esa astucia que es el deleite de sus amigos, lo prevendría de colocar la clave y el mensaje en el mismo sobre. En caso que se extravíe, estaríaincompleto. Por ello, ambos deben ir por distintos rumbos antes que algún peligro los amenace. Nuestra segunda pista está atrasada, y estaría sorprendido si no nos trae o una explicación más detallada de la carta, o, lo que es más probable, el mismo volumen a lo que estos números se refieren.

Los cálculos de Holmes se realizaron en pocos minutos con la aparición de Billy, el botones, con la carta que estábamos esperando.

- La misma letra, - me indicó Holmes, al abrir el sobre - y esta vez está firmada - añadió con interés mientras abría la epístola -. Vamos, ya estamos llegando, Watson -. Sin embargo, su frente se nubló al fijarse en el contenido.

- ¡Por Dios!, estoy es muy decepcionante. Me temo, Watson, que todas nuestras expectativas chocaron con nada. Confió en que este hombre, Porlock, saldrá sin problemas de esto.

“Estimado Mr. Holmes [decía]:

“No iré más lejos en el asunto. Es demasiado peligroso, el sospecha de mí. Puedo ver que él sospecha de mí. Vino inesperadamente luego de que escribiese la dirección en el sobre con la intención de enviarle la clave del cifrado. Fui capaz de esconderla. Si la hubiera visto, me hubiera ido realmente mal. Pero puedo leer la desconfianza en sus ojos. Por favor queme el mensaje en cifras, que ahora ya no puede ser útil para usted.”

Holmes se sentó por un momento retorciendo esta misiva entre sus dedos, frunciendo las cejas, mientras se detenía junto al fuego.

- Después de todo – dijo finalmente – puede que no haya nada en él. Puede ser sólo su conciencia culpable. Conociéndose a sí mismo como traidor, puede haber leído una acusación en los ojos de los demás.

- La otra persona a la que se refiere, presumo, que es Moriarty.

- ¡Nada menos! Cuando cualquiera de esa sociedad habla de “él” uno sabe a quién se refiere. Hay un “él” predominante entre todos ellos.

- ¿Pero qué puede hacer él?

-¡Hum! Ésa es una gran pregunta. Cuando tienes a uno de los primeros cerebros de Europa en tu contra, y todos los poderes de la oscuridad tras él, hay infinitas posibilidades. De cualquier manera, el amigo Porlock está evidentemente asustado por encima de todas las sensaciones. Cuidadosamente compare la escritura en la nota con la del sobre, que fue hecha, él nos lo dijo, antes de esa inesperada visita. Ésta es clara y firme, la otra es difícilmente legible.

- ¿Pero por qué escribió después de todo? ¿Por qué no simplemente tiró la nota?

- Porque temía que yo hiciera algunas investigaciones sobre él en ese caso, y le llevara muchos problemas.

- Sin duda – dije -. Por supuesto - había levantado el cifrado original y doblé mi frente hacia él -. Es un poco sorprendente saber que un importante secreto pueda yacer en este pedazo depapel, y que penetrar en él está más allá de los poderes humanos.

Sherlock Holmes había apartado su desayuno sin probar y encendió su pipa sin sabor que era su compañía en sus profundas meditaciones.

- Me pregunto… – dijo, recostándose y observando el techo -. Tal vez hay puntos que hayan escapado su pensamiento maquiavélico. Consideremos el problema en la luz de la razón pura. La referencia de este hombre es un libro. Ése es nuestro punto de partida.

- Uno algo vago.

- Veamos si lo podemos acortar. A la par que concentro mi mente en ello, éste se vuelve en algo un poco menos impenetrable. ¿Qué indicaciones tenemos acerca de este libro?

- Ninguna.

- Bueno, bueno, seguramente no es tan malo como eso. El mensaje comienza con un gran 534, ¿no es así? Podemos tomar como una hipótesis que el 534 es la página en particular a la que el cifrado se refiere. Así, nuestro libro se ha convertido en un gran libro, que ya es algo. ¿Qué otras indicaciones tenemos sobre la naturaleza de este gran libro? El siguiente signo es C2. ¿Qué saca de eso, Watson?

- Segundo capítulo, sin duda.

- Eso es muy difícil, Watson. Usted, estoy seguro, estará de acuerdo conmigo en que si se nos ha dado la página, el número del capítulo ya no tiene relevancia. También que si la página 534 recién está en el segundo capítulo, la longitud de la primera debe ser bastante intolerable.

- Columna – exclamé.

- Brillante, Watson. Está muy despierto esta mañana. Si no significa columna, entonces estoy completamente engañado. Ahora, ve usted, comenzamos a vislumbrar un gran libro, impreso en columnas dobles que son de considerable extensión, pues una de las palabras está indicada en documento como la doscientos noventa y tres. ¿Ya hemos llegado a los límites que la razón nos puede proveer?

- Me temo que ya los hemos tocado.

- Ciertamente comete una injusticia consigo mismo. Un centelleo más, mi querido Watson, sólo un poco más de esfuerzo cerebral. Si el volumen hubiera sido una rareza, me lo habría enviado. En lugar de eso, él quiso, antes que sus planes se derrumbaran, enviarme las pistas en ese sobre. Él lo dice en la nota. Esto quiere decir que el libro es uno el cual él piensa que no tendré dificultad alguna en encontrarlo por mí mismo. Él lo posee, y se imaginará que yo poseo uno también. En resumen, Watson, este es un libro muy común.

- Lo que dice suena muy plausible.

- Así, hemos reducido nuestro campo a un libro extenso, impreso en dobles columnas y de uso cotidiano.

- ¡La Biblia! – pronuncié triunfante.

- ¡Bien, Watson, bien! ¡Aunque no, si puedo decirlo, lo suficiente! No podría nombrar otro volumen que se asociara tan poco con los hombres de Moriarty. Además, las ediciones de las Sagradas Escrituras son tan numerosas que difícilmente supondrá que dos copias tendrán los mismos números de página. Éste es claramente un libro que está estandarizado. Da por seguro que su página 534 se corresponderá con mi página 534.

- Pero pocos libros tienen esas características.

- Exacto. He ahí nuestra salvación. Nuestra búsqueda se ha reducido a libros estandarizados que cualquiera puede tener.

- ¡Bradshaw!

- Hay ciertas dificultades, Watson. El vocabulario de Bradshaw es nervioso y lacónico, limitado. La selección de palabras vagamente se prestaría para enviar mensajes generales. Eliminaremos Bradshaw. El diccionario es, me temo, inadmisible por la misma razón. ¿Qué es lo que queda?

- ¡Un almanaque!

- ¡Excelente, Watson! Hubiera estado equivocado si no hubiera tocado con ese punto. ¡Un almanaque! Consideremos los servicios del Whitaker’s Almanac. Es de uso común. Tiene el número de páginas requerido. Está en dos columnas. Aunque reservado en su vocabulario al inicio, se convierte, si mal no recuerdo, en algomuy locuaz hacia el final – cogió el volumen de su carpeta –. He aquí, página 534, segunda columna, una substancial columna sobre las relaciones de estampados, me parece, con el comercio y recursos de la India Británica. ¡Apunte las palabras, Watson! El número trece es “Mahratta”. Me temo que no es un comienzo muy prometedor. Número ciento veintisiete es “Gobierno”, lo que al menos tiene sentido, aunque algo irrelevante para nosotros y el profesor Moriarty. Ahora, intentemos de nuevo. ¿Qué es lo que hace el Gobierno de Mahratta? La siguiente palabra es “cerdas”. ¡Estamos acabados, mi querido Watson! ¡Se terminó!

Había hablado en sentido burlón, pero la contracción de sus pobladas cejas anunciaba su decepción e irritación. Me senté sin poder ayudar y descontento, observando el fuego. Un largo silencio fue roto por una súbita exclamación de Holmes, que corrió al armario del queemergió con un segundo volumen color amarillo en su mano.

- ¡Pagamos el precio, Watson, por están tan al corriente con las fechas! – exclamó –. Lo estamos, y sufrimos los castigos usualmente. Siendo sólo el 7 de enero, hemos confiado a ciegas en el nuevo almanaque. Es muy probable que Porlock tomara su mensaje del anterior. No hay duda de que nos lo habría dicho de haber escrito su nota de explicación. Ahora veamos que nos aguarda la página 534. Número trece es “Hay”, lo que es mucho más prometedor. Número ciento veintisiete es “un”. “Hay un” – los ojos de Holmes brillaban de excitación y sus delgados y nerviosos dedos temblaban mientras pronunciaba las palabras. “Peligro”, ¡Ha, ha! ¡Importante! Ponga eso, Watson. “Hay” “un” “peligro” “puede” “venir” “muy” “pronto” “uno”. Luego tenemos el nombre “Douglas” “rico” “hombre del campo” “ahora” “en”“Birlstone” “House” “Birlstone” “confidencia” “es” “urgente” (“There” “is” “danger” “may” “come” “very” “soon” “one” “Douglas” “rich” “country” “now” “at” “Birlstone” “House” “Birlstone” “confidence” “is” “pressing”). ¡Lo tenemos, Watson! ¿Qué piensa de la razón pura y su fruto? Si el tendero tuviera algo así como una corona de laureles, debería enviar a Billy inmediatamente por una.

Me quedé mirando fijamente el mensaje que había garabateado, mientras él lo descifraba, en una hoja de papel oficio en mi rodilla.

- ¡Qué rara y enmarañada manera de expresar su significado! – dije.

- Por el contrario, lo ha hecho de una forma muy notable – dijo Holmes –. Cuando uno busca en una columna palabras para precisar un significado, difícilmente puedes hallar todas las que quisieras. Estás obligado a dejar algo para la inteligencia de tu correspondiente. El significado está perfectamente claro. Una maldad se está tramando en contra de un tal Douglas, que quien quiera que sea, es un rico caballero campestre. Está seguro, “confidencia” fue lo más cerca que pudo tener a “confidente”, que es apremiante. He allí nuestro resultado, y un trabajo muy bien elaborado en análisis terminó siendo.

Holmes tenía la alegría imprecisa de un verdadero artista en su mejor trabajo, incluso mientras se lamentaba oscuramente cuando caía debajo del gran nivel al que él aspiraba. Aún se reía muy discretamente cuando Billy abrió la puerta y el inspector MacDonald de Scotland Yard fue conducido al cuarto.

Esos eran los primeros días a finales de los 80’s cuando Alec MacDonald estaba lejos de haber alcanzado la fama nacional que ahora ha alcanzado. Era un joven, pero confiable, miembro del departamento de detectives, que se había distinguido en varios casos que se le habíanencomendado. Su alta y huesuda figura daba rasgos de excepcional fuerza física, que su gran cráneo y profundos, lustrosos ojos hablaban no menos de su filosa inteligencia que chispeaba de sus frondosas cejas. Era un callado y preciso hombre con un temperamento serio y un fuerte acento de Aberdeen.

Dos veces en su carrera le ayudó Holmes en alcanzar el éxito, siendo su única recompensa el disfrute intelectual en los problemas. Por esta razón, la inclinación y el respeto del escocés hacia su colega amateur eran profundos, y los demostraba con la franqueza con la que consultaba a Holmes en cada dificultad. La mediocridad no conoce nada más allá de ella, pero el talento instantáneamente reconoce a los genios, y MacDonald tenía talento suficiente para su profesión para permitirle percibir que no había humillación en buscar la asistencia de alguien que ya se erguía entre toda Europa, tanto en sus dones como en su experiencia. Holmes noestaba predispuesto a la amistad, pero era tolerante con el gran escocés, y sonrió al aparecer su figura.

- Usted es un pájaro madrugador, Mr. Mac – dijo él –, le deseo suerte con su gusano. Me temo que esto significa que hay alguna diablura en marcha.

- Si dijera “espero” en lugar de “me temo”, estaría más cerca de la verdad. Estoy pensando, Mr. Holmes - el inspector respondió con una sonrisa -. Bien, tal vez un pequeño trago disipará el frío de la cruda mañana. No, no fumaré, gracias. Deberé esforzarme mucho, pues las horas más tempranas de un caso son las más preciosas, como no sabe otro hombre mejor que usted. Pero…, pero…

El inspector se había detenido de repente, y miraba fijamente con absoluto asombro un papel que había sobre la mesa. Era la hoja sobre laque yo había garabateado el enigmático mensaje.

- ¡Douglas! – balbuceó - ¡Birlstone! ¿Qué es esto, Mr. Holmes? ¡Hombre, eso es una brujería! ¿Dónde, en nombre de todos los dioses, consiguió estos nombres?

- Es un código que el Dr. Watson y yo tuvimos oportunidad de resolver. ¿Pero por qué, qué hay de extraño con esos nombres?

El inspector nos miraba al uno y al otro con sorpresa confundida.

- Sólo esto – dijo –, que Mr. Douglas de Birlstone Manor House fue horriblemente asesinado anoche.

Capítulo II

SHERLOCK HOLMES HACE UN DISCURSO

Era uno de esos dramáticos momentos por los que mi amigo existía. Hubiera sido una exageración decir que estaba alterado o incluso excitado por el increíble aviso. Sin tener una pizca de crueldad en su singular composición, era indiscutiblemente duro a partir de una larga sobreestimulación. Aún así, si sus emociones eran opacas, sus percepciones intelectuales eran excesivamente activas. No había ni rastro del horror que yo sí había sentido con esa cruda declaración, pero su rostro mostró, en su lugar, la quieta e interesada postura del químico que ve los cristales cayendo de su posición inicial por la solución sobresaturada.

- ¡Extraordinario! – dijo - ¡Extraordinario!

- No se ve muy sorprendido.

- Interesado, Mr. Mac, pero apenas sorprendido. ¿Por qué debería estarlo? Recibo un mensaje anónimo de un origen que sé que es importante, advirtiéndome que un peligro amenaza acierta persona. En una hora me entero que este peligro ya se ha materializado y que la persona está muerta. Estoy interesado; pero, como observa, no estoy sorprendido.

En pocas cortas oraciones explicó al inspector los hechos acerca de la carta y el cifrado. Mac-Donald se sentó con su mentón en sus manos y sus grandes y rojizas cejas juntadas en un embrollo amarillo.

- Me iba a dirigir a Birlstone esta mañana – dijo -. Vine a preguntarle si le interesaba venir conmigo, usted y su amigo aquí. Pero por lo que dice podríamos quizá hacer un mejor trabajo en Londres.

- Más bien pienso que no – señaló Holmes.

- ¡Mire bien esto, Mr. Holmes! – exclamó el inspector -. Los periódicos estarán llenos del misterio de Birlstone en un día o dos; ¿pero dónde está el misterio si hay un hombre en Londresque profetizó el crimen antes de que ocurriera? Solamente debemos echar el guante a ese hombre, y el resto vendrá por sí solo.

- Sin duda, Mr. Mac. ¿Pero cómo se propone echar el guante al tal Porlock?

MacDonald volteó la carta que Holmes le había alcanzado.

- Echada en Camberwell… eso no nos ayuda mucho. El nombre, usted dice, es falso. No hay mucho para avanzar, de verdad. ¿No dijo que le había enviado dinero?

- Dos veces.

- ¿Y cómo?

- En cheques a la oficina de correos de Camberwell.

- ¿Alguna vez se molestó en ir a ver quién los cobraba?

- No.

El inspector se vio estupefacto y un poco sacudido.

- ¿Por qué no?

- Porque siempre mantengo la fe. Le prometí cuando escribió por primera vez que no intentaría rastrearlo.

- ¿Piensa que hay alguien tras él?

- Sé que lo hay.

- ¿El profesor que lo oí mencionar?

- ¡Exactamente!

El inspector MacDonald se sonrió, y su párpado se estremeció mientras observaba hacia mí.

- No se lo ocultaré, Mr. Holmes, pero en la División de Investigaciones Criminales creemosque siente algo así como una abeja en su sombrero cuando habla sobre este profesor. He hecho averiguaciones al respecto por mí mismo. Parece ser una clase de hombre muy respetable, ilustrada y talentosa.

- Me alegro que haya ido tan lejos como para reconocer su talento.

- ¡Hombre, no puede sino reconocerlo! Después de ver su punto de vista hice que mi tarea fuera ir a verlo. Tuve una conversación con él sobre los eclipses. Cómo la charla fue hacia ese camino, no lo sé; pero con una linterna de reflexión y un globo terráqueo lo aclaró todo en un minuto. Me prestó un libro; pero no me preocupa decir que está un poco avanzado para mí cabeza, a pesar que tengo una buena educación de Aberdeen. Él hubiera sido un gran ministro con esa delgada cabeza y gris cabello y manera de hablar solemne. Cuando puso su mano en mi hombro al despedirnos, fue como la bendiciónde un padre antes de ir a un mundo frío y cruel.

Holmes dejó ver una risita y frotó sus manos.

- ¡Estupendo! – dijo - ¡Estupendo! ¿Dígame, amigo MacDonald, esta agradable y conmovedora entrevista fue, me imagino, en el estudio del profesor?

- Así es.

- Una bonita habitación, ¿no es cierto?

- Muy bonita… muy elegante mejor dicho, Mr. Holmes.

- ¿Se sentó frente a su escritorio?

- Justo lo que dice.

- ¿El sol caía en los ojos de usted y la cara de él estaba en sombras?

- Bueno, ya era de tarde; pero recuerdo que la lámpara estaba dando a mi rostro.

- Debería estarlo. ¿Pudo ver una pintura encima de la cabeza del profesor?

- No me pierdo de mucho, Mr. Holmes. Quizás aprendí ello de usted. Sí, vi la pintura… una mujer joven con su cabeza en sus manos, asomándose de lado a lado.

- Ese cuadro está hecho por Jean Baptiste Greuze.

El inspector se esforzó en verse intrigado.

- Jean Baptiste Greuze – Holmes continuó, juntando la punta de sus dedos y recostándose en su silla – fue un artista francés que floreció entre los años 1750 y 1800. Aludo, verdaderamente, su carrera artística. La crítica moderna ha hecho más que respaldar la alta opinión que tenían de él sus contemporáneos.

Los ojos del inspector se agrandaron abstractamente.

- No sería mejor… - manifestó.

- Lo estamos haciendo – Holmes lo interrumpió

-. Todo lo que estoy diciendo tiene un lazo muy directo y vital con lo que usted ha llamado el Misterio de Birlstone. De hecho, puede ser en un sentido el mismo centro de él.

MacDonald sonrió débilmente, y me miró como buscando mi apoyo.

- Sus pensamientos se mueven demasiado rápido para mí, Mr. Holmes. Deja un eslabón o dos, y no puedo cruzar la brecha. ¿Cuál en todo el grande y ancho mundo puede ser la conexión entre este fallecido pintor y lo acontecido en Birlstone?

- Todo conocimiento es útil para el detective – remarcó Holmes -. Incluso la certeza trivial queen el año 1865 un cuadro de Greuze titulado “La Jeune Fille a l’Agneau” alcanzó un millón doscientos mil francos, más de cuarenta mil libras, en la venta de Portalis puede comenzar un tren de reflexiones en su mente.

Era claro que lo logró. El inspector se vio honestamente atraído.

- Puedo recordarle – continuó Holmes – que el salario del profesor puede ser averiguado en varios libros confiables de referencias. Es de setecientos al año.

- Entonces cómo pudo comprar…

- ¡Así es! ¿Cómo pudo?

- Hey, eso es sorprendente – dijo el inspector consideradamente -. Diga más, Mr. Holmes. Lo estoy disfrutando. ¡Es grandioso!

Holmes sonrió. Siempre se entusiasmaba por una genuina admiración, la característica del real artista.

- ¿Qué hay acerca de ir a Birlstone?

- Tenemos tiempo aún – contestó el inspector, mirando su reloj -. Tengo un taxi en la puerta y no nos tomará ni veinte minutos en llegar a Victoria. Pero sobre esta pintura: Pensé que me había dicho una vez, Mr. Holmes, que nunca se hubo encontrado con el profesor Moriarty.

- No, nunca lo he hecho.

- ¿Entonces, cómo conoce sus habitaciones?

- Ah, ése es otro punto. He estado tres veces en sus aposentos, dos de ellas esperándolo bajo diferentes pretextos y retirándome antes que regrese. Una vez… bueno, difícilmente puedo contarle sobre esa vez a un detective oficial. Fue en la última ocasión que me tomé la libertad derebuscar entre sus papeles… con los más inesperados resultados.

- ¿Halló algo comprometedor?

- Absolutamente nada. Eso fue lo que me impresionó. Sin embargo, ha visto ahora el motivo de hablar de la pintura. Demuestra que es un hombre muy pudiente. ¿Dónde adquiere sus riquezas? Es soltero. Su hermano menor es un director de estación en el oeste de Inglaterra. Su cátedra vale setecientas al año. Y tiene un Greuze.

- ¿Bueno?

- Seguramente la inferencia sencilla.

- ¿Quiere usted decir que posee un gran ingreso y que debe obtenerlo de la manera ilegal?

- Exacto. Obviamente tengo otras razones para pensar en ello… docenas de pequeños hilos que nos llevan vagamente hacia el centro de la telaraña donde la venenosa, inmóvil criatura está al acecho. Sólo mencioné al Greuze porque lleva al asunto al rango de su propia observación.

- Bueno, Mr. Holmes, admito que lo que dice es cautivante: es más que cautivante… es soberbio. Pero vamos a hacerlo un poco más despejado si usted puede. ¿Es falsificación, acuñación de monedas falsas, robos… de dónde proviene el dinero?

- ¿Ha leído alguna vez sobre Jonathan Wild?

- Bueno, el nombre me suena familiar. Un personaje de novela, ¿no es así? Yo no sé mucho de detectives de novelas… sujetos que hacen las cosas y nunca te dejan ver cómo las hicieron. Eso es sólo inspiración: no es mi negocio.

- Jonathan Wild no fue un detective, y no pertenece a una novela. Era un maestro criminal, y vivió en el siglo pasado… 1750 o en sus alrededores.

- Entonces no tiene ningún uso para mí. Soy un hombre práctico.

- Mr. Mac, la cosa más práctica que pueda hacer en su vida es encerrarse por tres meses y leer doce horas al día los anales del crimen. Todo viene en círculo, incluso el profesor Moriarty. Jonathan Wild era la fuerza oculta de los criminales de Londres, por lo que vendía sus cerebros y su organización por una comisión del quince por ciento. La vieja rueda se vuelve, y el mismo discurso se repite. Todo ya ha sido hecho antes, y lo será de nuevo. Le diré una o dos cosas acerca de Moriarty que le podrían atraer.

- Desde luego que me atraerá, ya de por sí.

- Yo sé quién es el primer eslabón en su cadena… una cadena con este Napoleón envilecido a un lado y un ciento de peleadores arruinados, ladronzuelos, chantajistas y fulleros al otro, con cualquier clase de crimen en medio. Su jefe deestado mayor es el coronel Sebastian Moran, tan reservado y guardado e inaccesible a la ley como él mismo. ¿Cuánto cree que le paga?

- Me gustaría escucharlo.

- Seis mil al año. Eso es pagar por cerebros, ve usted, el principio de negocios americano. Conseguí ese detalle casi por casualidad. Es más de lo que gana el Primer Ministro. Eso le da una idea de las ganancias de Moriarty y la escala en la que trabaja. Otro punto: Hice que mi trabajo fuese seguir algunos de los cheques de Moriarty últimamente… sólo comunes e inocentes cheques con los que paga las facturas de su renta. Estaban girados en seis distintos bancos. ¿Eso hace alguna impresión en su mente?

- ¡Singular, ciertamente! ¿Pero qué obtiene de ello?

- Que no quiere esparcir comentarios sobre su riqueza. Ningún hombre debe saber lo que tiene. No dudo de que tenga veinte cuentas bancarias; el grueso de su fortuna en el exterior en el Deutsche Bank o el Credit Lyonnais es probable. Alguna vez cuando tenga un año o dos para disponer le recomendaría el estudio del profesor Moriarty.

El inspector MacDonald se mostraba firmemente más impresionado a la par que la conversación procedía. Se había perdido en su fascinación. Ahora, su práctica inteligencia escocesa lo trajo de vuelta con un chasquido al asunto en cuestión.

- Se puede observar, de todos modos – prorrumpió -. Nos tuvo desviados con sus curiosas anécdotas, Mr. Holmes. Lo que realmente cuenta es su indicación de que hay una conexión entre este profesor y el crimen. Eso lo sabe por la advertencia recibida a través del hombre Porlock. ¿Podemos, por nuestras necesidades prácticas presentes, ir más lejos de ello?

- Podemos formar una concepción sobre los motivos del crimen. Es, como lo percibo por sus primeros comentarios un inexplicable, o por lo menos inexplicado, crimen. Ahora, asumiendo que el origen del crimen es quien sospechamos, puede haber dos motivos diferentes. En primer lugar, debo decir que Moriarty gobierna con una barra de hierro sobre su gente. Su disciplina es tremenda. Sólo hay un castigo en su código. Es la muerte. Entonces podemos suponer que este hombre asesinado, este Douglas cuya próxima suerte fue conocida por uno de los subordinados del archicriminal, hubo de alguna manera traicionado al jefe. Su castigo siguió a ello, y debió ser sabido por todos… tal vez solamente para poner terror de muerte sobre todos ellos.

- Bueno, eso es una sugestión, Mr. Holmes.

- La otra es que fue maquinado por Moriarty en el ordinario curso de sus trabajos. ¿Hubo algún hurto?

- No lo he oído.

- Si lo hay, estará, por supuesto, en contra de la primera hipótesis y a favor de la segunda. Moriarty pudo ser contratado para dirigir eso con la promesa de repartir el botín, o pudo haber sido pagado lo suficiente para encargarse de ello y nada más. Cualquiera es posible. Pero cualquiera que sea, o si es una tercera combinación, es en Birlstone donde debemos hallar la solución. Conozco a nuestro hombre lo suficiente para saber que ha dejado algo allí que nos llevará el camino hacia él.

- ¡Entonces a Birlstone iremos! – gritó MacDonald saltando de su silla -. ¡Dios mío! Es más tarde de lo que creía. Les puedo dar, caballeros, cinco minutos para que se preparen, y eso es todo.

- Y es bastante para ambos – respondió Holmes mientras se incorporaba y se apuraba en cambiar su batín por su abrigo -. Mientras estemosen la ruta, Mr. Mac, le pediré que sea bueno y nos diga todo sobre el problema.

“Todo sobre el problema” resultó ser decepcionantemente poco, y sin embargo era lo suficiente para asegurarnos que en este caso valía la pena atraer la atención más grande del experto. Se animó y restregó sus delgadas manos mientras escuchaba los escasos pero importantes detalles. Una larga serie de semanas estériles yacía detrás de nosotros, y por fin había un apropiado objeto para esos increíbles poderes que, como todos los dones especiales, se volvían tediosos para su propietario cuando no se usaban. Ese afilado cerebro se despuntaba y oxidaba con la inacción.

Los ojos de Sherlock Holmes relucían, sus pálidas mejillas tomaban un matiz más cálido, y su ansioso rostro brillaba con una luz interior cuando le llegaba la llamada al trabajo. Reclinándose hacia delante en el taxi escuchó, atentamente a MacDonald el pequeño esbozo del problema que nos esperaba en Sussex. El inspector dependía, como nos explicó, de una cuenta garabateada y dirigida a él por el tren de la leche en las tempranas horas de la mañana. White Mason, el oficial local, era un amigo personal, y por lo tanto MacDonald había sido notificado más prontamente de lo usual para Scotland Yard cuando los provincianos requieren su asistencia. Es un rastro muy frío sobre el cual el experto metropolitano es generalmente solicitado para actuar.

“Estimado inspector MacDonald [decía la carta que nos leyó]: “La requisición oficial de sus servicios está en otro sobre. Esto es para su ojo privado. Telegrafíeme sobre el tren que en la mañana lo llevará hacia Birlstone, y lo recibiré… o lo haré recibir si estoy muy ocupado. Este caso es muy penoso. No desperdicie ni un momento en comenzar. Si puede traer a Mr. Holmes, por favor hágalo; porque él de seguro encontrará algo tras su propio corazón. Pensaríamos que todo ha sido arreglado para un efecto teatral si no hubiera un hombre muerto en medio de todo. ¡Por Dios! Es muy penoso.”

- Su amigo no parece ningún tonto – remarcó Holmes.

- No, señor, White Mason es un hombre muy enérgico, si se me puede considerar un juez.

- Bueno, ¿tiene algo más?

- Sólo que nos dará todos los detalles cuando nos reunamos con él.

- ¿Entonces cómo sabe lo de Mr. Douglas y el hecho que fue horriblemente asesinado?

- Eso estaba en el cubierto informe oficial. No decía “horrible”: ése no es un término oficialreconocido. Daba el nombre de John Douglas. Mencionaba que sus heridas fueron en la cabeza, por la descarga de una escopeta. También mencionaba la hora de la alarma, que fue cerca de la medianoche de anoche. Añadía que el caso era indudablemente uno de asesinato, pero que ningún arresto había sido hecho, y que el caso era uno que presentaba algunos detalles perplejos y extraordinarios. Eso es absolutamente todo lo que tenemos al presente, Mr. Holmes.