El viaje de la Intervención social centrada en soluciones - Marta Soldevilla - E-Book

El viaje de la Intervención social centrada en soluciones E-Book

Marta Soldevilla

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Beschreibung

En palabras de Mark Beyebach quien prologa este viaje de la intervención social, el lector encontrará en esta obra un texto necesario, valiente, relevante, e inspirador. NECESARIO porque apenas existen obras en castellano que aborden la intervención social desde un planteamiento colaborativo, centrado en los usuarios, sistémico y centrado en soluciones como el que ofrecen sus autoras. VALIENTE porque se abordan todo tipo de contextos, desde la gestión de recursos hasta la protección de menores, pasando por la intervención en violencia en la pareja o la dependencia. No es fácil examinar de forma crítica la práctica profesional propia, pero tampoco lo es decidirse a modificarla sabiendo que las alternativas son imperfectas y su resultado, incierto. Y es, no solo valiente, sino también honesto compartir un itinerario de este tipo en primera persona. RELEVANTE porque no se enreda en disquisiciones teóricas o en planteamientos grandilocuentes, sino que está escrito para la práctica y desde la práctica. Desde su labor diaria como trabajadoras sociales, educadoras sociales y psicólogas. INSPIRADOR porque invita a la reflexión, pero sobre todo a probar prácticas nuevas, a salir de la zona de confort y ampliar el ejercicio profesional con herramientas en buena medida novedosas.

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Tema: Técnicas terapéuticas

Marta SOLDEVILLA, Diana SOLDEVILLA, Andrea ORTIZ,Vega NIETO, Lucía FERNÁNDEZDE TEJADA, Laura CAÑAS y Yolanda DE BLAS

El viaje de la intervención social centrada en soluciones

Fundada en 1920

Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

www.edmorata.es

El viaje de la intervención social centrada en soluciones

Por

Marta SOLDEVILLA, Diana SOLDEVILLA, Andrea ORTIZ,Vega NIETO, Lucía FERNÁNDEZDE TEJADA, Laura CAÑAS y Yolanda DE BLAS

© Marta Soldevilla, Diana Soldevilla, Andrea Ortiz, Vega Nieto, Lucía Fernández de Tejada, Laura Cañas y Yolanda de Blas

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Equipo editorial:

Paulo Cosín Fernández

Carmen Sánchez Mascaraque

Ana Peláez Sanz

© EDICIONES MORATA, S. L. (2024)

Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

www.edmorata.es

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-19287-84-7

ISBNebook: 978-84-19287-85-4

Depósito Legal: M-12.783-2024

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón

[email protected]

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECÉ Industrias Gráficas, S. L. (Madrid)

Diseño de la cubierta de Ana Peláez Sanz con ilustración de © Bárbara Ortiz Jiménez. Reproducida con autorización.

Nota editorial

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.

Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea agradable así como que el proceso de compra sea sencillo.

Le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.

Bienvenido a nuestro universo digital, ¡ayúdenos a construirlo juntos!

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Contenido

Prólogo, por Mark BEYEBACH

Introducción

CAPÍTULO 1. Buscando el rumbo

Del asistencialismo a la búsqueda del cambio.—Perdidas en la intervención social.

CAPÍTULO 2. Encontrando el rumbo

De la ruta “establecida”...,.—... a los caminos alternativos.—GPS de la intervención social centrada en soluciones.

CAPÍTULO 3. Manual de instrucciones del autobús

Las gafas de conducir.—El cuadro de luces.—La mecánica del cambio.—El uso del lenguaje para engrasar la relación de ayuda.

CAPÍTULO 4. Arrancamos el viaje hacia la colaboración

Construyendo un proyecto de trabajo: la construcción de la demanda.—¿Cómo seguir avanzando?

CAPÍTULO 5. Rutas a la carta

Informando sobre recursos.—Situación de dependencia.—Violencia de género.—Situación de urgencia.—Abordaje de la inserción socio-laboral.—Caso en situación cronificada.—Intervenciones en el ámbito de protección a la infancia.

CAPÍTULO 6. Atascos, retenciones y final del trayecto

Herramientas ante el atasco.—Cierre de la intervención.

CAPÍTULO 7. Cuaderno de bitácora

Informes centrados en soluciones.—Cartas.

Epílogo. Áreas de descanso: el autocuidado del profesional

Sobre las autoras

Bibliografía

Prólogo

Mark BEYEBACH

Profesor Titular

Universidad Pública de Navarra

El Sistema Público de Servicios Sociales es sin duda una de las mayores conquistas de la democracia española. Miles de profesionales bien cualificados, integrados en servicios diferentes y en diversos dispositivos con un alto grado de especialización dedican su trabajo a promover el bienestar de las personas, especialmente de aquellas en situaciones de mayor vulnerabilidad social. Resulta difícil, si no imposible, imaginarse un Estado de Bienestar viable sin la existencia de esta amplia red de protección social y la contribución valiosísima de estos profesionales. Pero también resulta difícil ignorar que este sistema, en tantos sentidos encomiable, presenta también lagunas e insuficiencias, y que a veces parece estar manteniendo e incluso perpetuando algunos de los problemas que pretende solucionar. Por eso el libro que tengo el honor de prologar me parece un texto necesario, valiente, relevante, e inspirador. Me gustaría dedicar estas líneas a justificar por qué empleo precisamente estos cuatro adjetivos para describir “El viaje de la intervención social”.

Me parece un libro necesario porque apenas existen obras en castellano que aborden la intervención social desde un planteamiento colaborativo, centrado en los usuarios, sistémico y centrado en soluciones como el que ofrecen sus autoras. Este planteamiento, esta “mirada” centrada en soluciones, es precisamente una de las aportaciones fundamentales del texto, que permite repensar las prácticas de la intervención social y ofrecer alternativas viables.

Es también un libro valiente. Por una parte, porque las autoras son ambiciosas y no se limitan a analizar un ámbito particular de la intervención social, sino que abordan todo tipo de contextos, desde la gestión de recursos hasta la protección de menores, pasando por la intervención en violencia en la pareja o la dependencia. Y lo hacen además analizando las diferentes fases de los procesos, desde la acogida inicial hasta la terminación de la intervención o la redacción de informes. Por otra parte, porque las autoras —todas ellas profesionales experimentadas y de larga trayectoria— se atreven a compartir un “viaje” profesional que es también muy personal, un proceso de crecimiento no exento de dificultades, de momentos de duda e incluso de fracasos. No es fácil examinar de forma crítica la práctica profesional propia, pero tampoco lo es decidirse a modificarla sabiendo que las alternativas son imperfectas y su resultado, incierto. Y es no solo valiente sino también honesto compartir un itinerario de este tipo en primera persona.

Es además un libro relevante, que no se enreda en disquisiciones teóricas o en planteamientos grandilocuentes, sino que está escrito para la práctica y desde la práctica. Por algo sus siete autoras hablan “desde las trincheras”, desde su labor diaria como trabajadoras sociales, educadoras sociales y psicólogas, con el objetivo de que lo que proponen sea útil e incluso transformador para los profesionales que lo lean y por tanto también para sus usuarios. Y con la certeza, basada en su práctica y respaldada por la investigación, de que las técnicas y habilidades de entrevista que ofrecen son perfectamente aplicables en nuestro contexto y pueden tener efectos beneficiosos.

El viaje de la intervención social me parece, finalmente, un libro que será inspirador para sus lectores. De forma directa, porque invita a la reflexión, pero sobre todo a probar prácticas nuevas, a salir de la zona de confort y ampliar el ejercicio profesional con herramientas en buena medida novedosas. De forma indirecta, porque el ejemplo y la actitud de las autoras transmite un mensaje de esperanza y de confianza en las posibilidades de mejorar la intervención social, de hacerla aún más respetuosa a la par que más empoderadora y eficaz.

Quisiera terminar expresando mi agradecimiento a las autoras, no solo por la invitación a escribir este prólogo sino sobre todo por darme la oportunidad de acompañarlas a distancia durante el proceso de reflexión y escritura. Un proceso laborioso y exigente porque, si ya es una tarea ardua escribir un libro, es un empeño titánico hacerlo “a catorce manos”, compaginando obligaciones profesionales y familiares, y además con una pandemia por medio. Para mí ha sido fascinante observar cómo han sabido combinar el entusiasmo de su juventud con la perspectiva que dan sus ya largas trayectorias profesionales, y cómo han ido consiguiendo que sus siete voces —con la riqueza de matices que aportan— suenen como una sola. Queda para los lectores sacar el máximo provecho de ello.

Introducción

Un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada.

(Franz Kafka).

Las autoras de este libro somos siete mujeres, profesionales de la intervención social que, entusiasmadas en la búsqueda de nuevas formas de trabajar, nos pusimos en carretera dentro de una furgoneta, con destino a aprender sobre Intervención Sistémica Breve Centrada en Soluciones, en la que compartimos y debatimos sobre el trabajo, la familia y la vida.

Emprendimos el viaje buscando simplemente nuevas herramientas de trabajo y acabamos encontrando, de la mano de Mark Beyebach y Marga Herrero de Vega, una forma distinta de mirar y de actuar con nuevas rutas y destinos, que ahora queremos compartir con los profesionales del ámbito de la intervención social.

A lo largo de las páginas de este libro los lectores podrán conocer todo lo que aprendimos durante ese viaje y cómo lo hemos ido poniendo en práctica en las intervenciones y situaciones que nos encontramos día a día en nuestros trabajos.

Veremos cómo se puede transitar por diferentes caminos para recorrer el trayecto que va desde el territorio del problema hasta el territorio de las soluciones. Se trata de un viaje de largo recorrido, con muchas paradas y baches en el camino, aunque también con paisajes y experiencias que vale la pena disfrutar.

Partiendo de la idea de que todo cambio implica un viaje y que todo viaje precisa de un vehículo, un conductor y uno o diversos pasajeros, hemos construido una metáfora que va a servir de guía en el transcurrir de este libro El viaje de la intervención social, en el que hacemos nuestro propio viaje en autobús.

Este medio de transporte permite viajar junto a un copiloto profesional que nos apoye y complemente en la conducción. Dispone de numerosas plazas a ocupar por diversos pasajeros, cuenta con grandes maleteros en los que guardar el equipaje cargado de las experiencias de las personas con las que trabajamos y permite realizar paradas para que se puedan apear e incorporar nuevos pasajeros. Un autobús puede transitar por diversas calzadas, caminos y carreteras generando trayectos alternativos para llegar a un mismo lugar. Esta diversidad de vías nos permite elegir entre diferentes rutas en el supuesto de que aparezcan situaciones imprevistas en el camino.

Quizá lo más importante a la hora de emprender cualquier viaje sea la elección de un destino. No cabe duda de que el destino debe ser aquel elegido por el pasajero, si bien un buen conductor debe conocer las rutas por las que transcurrirá su trayecto, sirviéndose de mapas y GPS que le ayuden a situarse en el camino. La improvisación en carretera, sin medios que nos guíen, puede ser una experiencia muy poco satisfactoria.

Todos estos aspectos contribuirán al éxito en nuestro viaje hacia el cambio y nos permitirán transportar a los pasajeros a su lugar elegido.

Los profesionales que incorporen este libro a su equipaje podrán usarlo como más les convenga. Podrán encontrar y poner en práctica nuevas herramientas que utilicen puntualmente, y apearse del autobús en cualquier momento del viaje; o podrán llegar hasta el final del trayecto, y dar un enfoque global a su trabajo añadiéndolo al importante bagaje de experiencia y conocimiento que ya portan en sus maletas.

Antes de subir a bordo queremos aclarar ciertas cuestiones sobre el uso del libro:

— Estas páginas van dirigidas a todas las profesionales que comparten la intervención social como profesión: trabajadoras sociales, educadores sociales, psicólogos, integradoras sociales, etc., adaptándolas cada uno a su ámbito de intervención y contexto de trabajo.

— Durante este viaje vamos a utilizar un lenguaje de género inclusivo utilizando indistintamente el femenino o el masculino genérico.

— Ponemos en conocimiento de los lectores que hablamos de “persona usuaria” o “personas” para referirnos a las familias a las que dirigimos nuestro trabajo; así como de “profesionales” para integrar a los diferentes profesionales de la intervención social.

— En los ejemplos de casos reales, tanto el nombre de las personas como las distintas situaciones han sido modificados para preservar su privacidad.

Antes de comenzar tenemos que mencionar a Cristina, compañera de viaje que tuvo que apearse para conciliar su vida familiar y profesional.

Y también, cómo no, nos gustaría agradecer:

A Mark por todo lo que ha compartido con nosotras, y por embarcarse y animarnos en esta aventura. Por confiar en nosotras.

A la paciencia de nuestros compañeros de formación de Pamplona y Vitoria, por acaparar las sesiones formativas con nuestros casos y dudas.

A Chuchi por ofrecernos la furgoneta, porque sin el tiempo que pasamos juntas en los trayectos, no hubiese surgido este libro.

Y a nuestras familias por soportar nuestras inquietudes ilimitadas sin cuestionarlas.

CAPÍTULO

1

Buscando el rumbo

Si usted no sabe dónde va con sus pacientes, terminará en cualquier otra parte.

(O’Hanlon y Weiner-Davis).

Nuestro lugar, la intervención social

Tratando de identificar el punto de partida, parece necesario acotar el término “intervención social”. Es un término cuya amplitud nos puede llevar a verlo como una amalgama de organizaciones, sistemas y profesionales que dirigen sus esfuerzos a propiciar cambios que minimicen el sufrimiento derivado de una multitud de situaciones.

La complejidad de esta definición viene marcada desde dos situaciones distintas. Por un lado, la proveniente de quien ejerce la ayuda y, por otro lado, de quien la recibe.

Si nos centramos en las personas que ejercen la ayuda, la elasticidad del concepto de intervención social, nos permite utilizarlo con matices, en los siguientes contextos y disciplinas:

En el ámbito de los Servicios Sociales, el cual ocupa un lugar nuclear. Entendemos que incluye a las organizaciones del Tercer Sector, empresas y Administraciones Públicas que operan en el Sistema de Servicios Sociales.

— En otros sistemas de protección (sanidad, educación, justicia) como consecuencia del carácter transversal, y en ocasiones residual, que ha acompañado tradicionalmente a los Servicios Sociales.

— Dentro de la intervención social se dan diversos perfiles profesionales provenientes del trabajo social, la educación social, la psicología y la integración social. Cada profesión aporta un área de conocimiento.

Este carácter híbrido y mestizo (Fantova, 2014) que identifica a la intervención social, obliga necesariamente a tener una perspectiva integrativa, adaptativa, conciliadora y mediadora, cualidades que definen, a su vez, a los profesionales que en ella operan con independencia de su disciplina de procedencia.

Si nos centramos en las personas a las que van dirigidos los esfuerzos de organizaciones y profesionales, la situación adquiere un grado de mayor complejidad. Por un lado, teniendo en cuenta el alcance de las intervenciones, encontramos actuaciones de tipo individual, familiar, grupal y de tipo comunitario. Por otro lado, si consideramos las dificultades que dan origen a nuestras atenciones, nos encontramos con una multitud de problemáticas segmentadas, con tantas variaciones como personas diferentes existen.

Por último, estaría el elemento formado por la propia concepción de la relación entre estos protagonistas que puede darse desde postulados más asistencialistas (necesidad-recurso), otros más de tipo promocional/terapéuticos (acompañamiento) o desde la función más estrictamente protectora (control).

Así, podemos decir que esa amalgama puede ser vista como un sistema formado por organizaciones, profesionales y personas en continua interacción y movimiento. Este sistema tiene por finalidad el cambio en las dinámicas generadoras de desigualdad y sufrimiento. La forma en la que se relacionan estos tres elementos y las herramientas que se utilizan para ello, determinarán en gran medida la consecución de este cambio.

Del asistencialismo a la búsqueda del cambio

El origen de los Servicios Sociales viaja paralelo a la evolución histórica, tanto política como sociológica, del ansiado Bienestar Social y a los distintos términos utilizados para denominarlo. En este proceso, los Estados han afrontado los problemas sociales de distintas maneras según el influjo de las diferentes corrientes, y por cómo las disciplinas del ámbito social han ido adoptando los estilos de sus intervenciones.

A continuación, vamos a realizar un breve trayecto por esta (re)evolución social. A través de distintos ejemplos conoceremos los avances de la intervención social en el transcurso de este viaje.

Se asiste al necesitado, desde una posición de voluntariado y arrastrado por la moral

La caridad, con fuerte raíz religiosa, es el concepto más antiguo en referencia a la atención social. Las intervenciones movidas por la caridad intentan desde sus orígenes reducir las manifestaciones de pobreza, nunca afrontando las causas que la ocasionaban. Se va dando paso a la beneficencia pública y comienzala acción social: se ofrecen prestaciones en favor de los necesitados de forma discrecional y gratuita, financiada con fondos públicos y privados. Sin embargo, todo ello no genera derecho a obtener la prestación.

Profesional (P): Buenos días, Antonio, ¿tienes algo para comer?

Persona usuaria (PU): No.

P: Pues toma algo de comida.

Durante mucho tiempolas intervenciones sociales se basaron en paliar las necesidades primarias del sujeto.

Se organiza el Sistema Público y la intervención se dota de técnicos

Aparece el concepto de asistencia social cuyo fin es ayudar en las situaciones de especial necesidad, con la diferencia que intenta superar la simple acción coyuntural de cada caso concreto y la intervención social se dirige a la atención de necesidades básicas y de seguridad (Maslow, 1943).

Durante unos años coexisten la beneficencia y la asistencia social. Los Estados se ponen en marcha y trabajan desde el Intervencionismo.La cuestión social va a convertirse en un asunto central, se estudian los problemas sociales, resultando la legislación social y asistencial posterior.

P: Buenos días, Antonio, ¿qué necesitas? ¿Por qué vienes a verme?

PU: No tengo dinero y paso hambre.

P: Toma unos vales de comida, ven cuando necesites más y si tenemos te doy, pero hay que pensar qué vamos a hacer contigo.

Comienza a tejerse la red de profesionales de la intervención social

Se empieza a entrever el Estado del Bienestar, para ello se habla de prevención y de dar calidad a la vida de la ciudadanía. El papel creciente de los Servicios Sociales y la intervención del Estado se hace más evidente.

El reconocimiento del Sistema Público de Servicios Sociales es el punto de inflexión, junto con la voluntad de aproximarlos al ámbito geográfico donde se encuentran las necesidades. Se planifican principios, actuaciones y prestaciones, promoviendo una red de equipamientos y servicios, así como la pluralidad de los profesionales que atienden los servicios.

P: Buenos días, Antonio, ¿qué tal estás?

PU: Mal, no tengo ganas de nada y no me llega el dinero para todos los gastos que tengo, paso hambre.

P: ¿No crees que si buscaras un trabajo tendrías más dinero?

PU: Sí, puede ser...

P: Lo que vamos a hacer es derivarte a un recurso de búsqueda de empleo a ver si pueden hacer algo contigo.

Los profesionales conducen la intervención, asumiendo una posición de experto y tratando de llevar a la persona usuaria hacia donde ellos han decidido que debe ir

Se emprende la profesionalización especializada. Las diferentes leyes de Servicios Sociales van integrando recursos, acciones, prestaciones que ponen a disposición de las personas y grupos para lograr su pleno desarrollo, así como la prevención, tratamiento y eliminación de las causas que conducen a la marginación.

P: Buenos días, Antonio, ¿qué tal estás?

PU: Mal, no tengo ganas de nada y no me llega el dinero para todos los gastos que tengo, paso hambre.

P: ¿No crees que si buscaras un trabajo tendrías más dinero?

PU: Sí, puede ser.

P: Y entonces, si sabes que eso lo arreglaría, ¿por qué no lo haces?

PU: Porque no sé por dónde empezar y no hay trabajo...

P: ¿Crees que si te planifico la búsqueda sería más fácil para ti?

PU: A lo mejor...

P: Vale, pues vas a venir todos los lunes y hacemos el plan semanal de los currícu-los que vas a entregar y dónde. Cuando vayas respondiendo con las citas veremos el tema de las ayudas, pero tenemos que constatar que tienes motivación para ello.

El profesional busca colaborar con la persona hacia un destino común

Buscando otros horizontes aflora una nueva corriente de pensamiento, que busca el bienestar de la persona, dirigida hacia una intervención más colaborativa con la persona usuaria a partir de la co-construcción de una demanda conjunta. El profesional de la intervención social abandona la posición de experto para ir de la mano de la persona.

P: Buenos días, Antonio, ¿qué tal estás?

PU: Mal, no tengo ganas de nada, no me llega el dinero para todos los gastos que tengo y paso hambre.

P: Por lo que cuentas la situación es crítica y es normal que te encuentres mal... ¿En qué te podríamos ayudar?

PU: Pues si me dieses unos vales para el comedor, sería de gran ayuda.

P: Ah, ¿con esos vales, ¿qué sería diferente?

PU: Pues tendría menor desgana porque no tendría hambre y estaría más animado, de mejor humor, quizás.

P: Y entonces al encontrarte más animado, de mejor humor, ¿qué harías?

PU: Pues quizás podré pensar en cómo conseguir más dinero.

P: Ah, y ¿cómo podrías conseguir más dinero?

PU: Pues, buscando trabajo, que con la ayuda no me llega.

P: ¡Buscando trabajo! Sí, esa es muy buena opción, y ¿cómo lo harías?

PU: Pues yendo a la oficina de empleo, supongo, o a las ETT...

Como indica García (2006), los Servicios Sociales nacieron para convertir la ayuda puntual, de carácter asistencial, en procesos sostenidos, con carácter preventivo y promocional. El tiempo de la ayuda es rápido y puntual; el proceso, por el contrario, requiere de tiempos largos y estrategias planificadas. Pasar de las emergencias a las estrategias es el propósito esencial de los Servicios Sociales modernos (p. 207).

Este es el enfoque que a nuestro modo de ver debería perseguir la intervención social desde la praxis profesional. Sabemos que no es nada fácil llevarlo a cabo pues requiere provocar un cambio que mire hacia nuevos horizontes.

Perdidas en la intervención social

Según la RAE, “perdido” significa:

1. Que no tiene o no lleva un destino determinado. 2. Que se siente confundido y sin capacidad para avanzar en la resolución de un problema o una dificultad.

En el momento en el que nos encontramos, una parte importante de los profesionales que operan en la intervención social coinciden en un mismo criterio: algo está fallando. Los recursos, servicios y también muchos de nuestros esfuerzos, no están produciendo las respuestas esperadas.

Los recursos y servicios que prescribimos desde las organizaciones están siendo consumidos de forma vertiginosa. Cada vez más recursos para cada vez más necesidades. De esta forma estamos dando salida a parte de las necesidades planteadas, principalmente aquellas de carácter puntual o finalista. Sin embargo, no estamos alcanzando una mejor relación del individuo con su entorno ni un mayor nivel de autonomía en muchos de los casos en los que intervenimos. Surge así una cuestión básica, ¿por qué los cambios que perseguimos no se están materializando en la medida deseada?

Es fácil encontrar a personas usuarias y a profesionales cada vez más cansados. Una parte de las personas con las que trabajamos sienten que su vida no ha cambiado, no ha mejorado y siguen dependiendo de organismos y profesionales; no obtienen la respuesta que esperan o reclaman. Por otro lado, los profesionales ven frustradas sus expectativas respecto a lo que “ellos” suponen que los “otros” deberían hacer o comprender. Se establece así, un círculo vicioso de la acciónque se repite una y otra vez, en el que unos y otros justifican el proceso en el que se encuentran inmersos, generando una dinámica relacional negativa dentro de los Servicios Sociales, en la que cada una de las partes mantiene su expectativa sobre el cambio o la adaptación del contrario.

Las personas usuarias de los servicios sociales y los profesionales que trabajamos en ellos padecemos conjuntamente las consecuencias del sistema. Hemos venido estableciendo unas relaciones del tipo proveedor-cliente, interventor-intervenido, profesional-cliente, que la gestión de recursos, servicios y prestaciones demandan. Este tipo de relaciones asimétricas han generado una mayor distancia entre las partes, aunque también han permitido llegar a pequeños acuerdos y consensos con los que hemos ido funcionando.

En este escenario, los profesionales de la intervención social hemos articulado mecanismos de defensa con los que hemos sobrevivido dentro de nuestros sistemas. Un primer intento de adaptación nos ha llevado a protocolizar parte de las actuaciones, intentando captar toda la información posible a través de un sinfín de documentos y en un hacer casi compulsivo. Sin duda, hemos trabajado duro y hemos conseguido dar salida al volumen de trabajo, a través de infinitos procesos burocráticos que, por desgracia a veces, parecen más un fin en sí mismos que un medio con fines concretos.

Estas relaciones persona usuaria-profesional transcurren, a su vez, en las organizaciones en las que trabajamos, grandes sistemas que precisan vivir en situaciones de equilibrio y estabilidad para funcionar de una forma fluida, y a los que una situación de desajuste-crisis pueden abocar a un auténtico caos organizativo. La experiencia nos ha enseñado que cuanto más centralizado, ordenado y estructurado es un sistema, más rígido es su comportamiento y, por tanto, más difícil su capacidad de adaptación a los constantes cambios sociales.

Y en este intento por mantener su estabilidad, la burocratización se convierte en un “aliado perfecto” de dichas organizaciones al objeto de poder adaptar las necesidades sociales a los recursos disponibles. Tal y como defiende Celiméndiz:

La prescripción se reduce a cumplimentar los trámites necesarios para que el ciudadano acceda al recurso que ha elegido, entre aquellos a los que tiene derecho, en una confusa aplicación del principio de autodeterminación.

(2017, p. 8).

De esta manera, el modo “piloto automático” se cuela en nuestras actuaciones, siendo aquel que nos dice que a tal necesidad le corresponde tal recurso, y con ello, orientamos a que la persona usuaria elija aquel servicio que nosotros valoramos como el más adecuado; en un verdadero lecho de Procusto en el que son las personas las que tienen que adaptarse a las exigencias de la institución.

La intervención social se encuentra legitimada por las instituciones como fórmula de respuesta para la cobertura de determinadas necesidades sociales. Durante mucho tiempo identificar qué necesidades formaban parte de nuestro encargo como sistema de protección ha constituido todo un cisma que ha costado discernir. Desde los Servicios Sociales hemos venido dando cobertura a las necesidades más básicas para la subsistencia, hemos intentado compensar y reparar situaciones generadoras de desigualdad, hemos dado cobertura a las necesidades vinculadas con el mal trato, especialmente en situaciones de vulnerabilidad, hemos sido proveedores de cuidados e incluso hemos paliado los déficits del resto de sistemas de protección: sanidad, educación y pensiones. Esta suma de encargos ha mantenido a los profesionales y a las personas usuarias confundidos sobre lo que se espera. Finalmente, hemos logrado definir y acotar nuestro objeto y parece que existe cierto consenso en poner en valor y proteger las relaciones humanas y de las personas con su entorno más próximo desde lo micro a lo macro.

Por otro lado, esta suma de encargos y necesidades han sido definidas de forma tradicional como PROBLEMAS, las personas usuarias acuden a los Servicios Sociales a resolver situaciones-problemas casi de cualquier índole, siendo habitual que iniciemos nuestras conversaciones señalando las dificultades como problemas: Coméntame, ¿cuál es el problema que te trae hoy aquí?

Además, resulta paradójico que los profesionales encargados de la resolución de estos problemas desarrollen sus actuaciones dentro de las instituciones que contribuyen a la estabilidad de las dificultades. En esta línea, Fantova (2008) señala:

Quienes nos dedicamos a la intervención social vivimos en muchas maneras esa cierta trampa (si se me permite la expresión) que supone recibir el encargo y el apoyo por parte de un sistema, del que somos parte y que es el mismo sistema que desencadena, en cierto modo, los problemas o retos que, supuestamente, tenemos que resolver o abordar.

Como vemos, el profesional de la intervención social debe mantener el equilibrio entre organizaciones y personas usuarias en una misión ciertamente compleja.

La situación aún se complica más cuando entra en juego la respuesta institucional a los “problemas” de mayor complejidad (personas y familias), en cuyo caso el encargo puede ser tratar de controlar e incluso vigilar a quienes (supuestamente) ayudamos. Se trata del contexto basado en el control de las necesidades relacionales y de cuidado que deben enmarcarse dentro de unos límites socialmente aceptables. Este contexto coloca, a su vez, a los profesionales en un rol ambiguo respecto a la forma en la que ejercemos nuestra ayuda.

La intervención desde un contexto de control supone iniciar nuestro trabajo cuando el problema lo ha inundado todo y ha tenido consecuencias, bien para uno mismo o para un tercero. Supone iniciar un trabajo cuando los recursos de las personas o familias han fallado, no han funcionado. Supone propiciar cambios que mejoren la vida de las personas y que a su vez satisfagan a la organización de la que recibimos el mandato. Siendo este el punto de partida, a nadie se le escapa la complejidad de la encomienda, y por ello, las intervenciones bajo este contexto ocupan una parte importante de las inseguridades y dificultades profesionales.

Sin embargo y en medio de esta dificultad e incluso bajo los contextos más complicados se producen relaciones de ayuda que dan sentido a nuestro trabajo. Intervenciones en las que las personas encuentran refugio/cobijo, y logran emprender su viaje al destino deseado. La idea de encontrar la “fórmula” de estas intervenciones exitosas, de convertir la excepción en regla y de sistematizar y privilegiar esas buenas prácticas es la que nos llevó a activar nuestra búsqueda de esos caminos alternativos al modelo tradicional. Para ello necesitábamos conocer qué era todo aquello que ya estábamos haciendo bien y ampliar nuestros recursos profesionales. Queríamos que las personas usuarias se implicaran más en las intervenciones, que fueran más protagonistas y con ello favorecer su autonomía y minimizar su dependencia de los Servicios Sociales en los que la mayoría de nosotras ejercemos nuestro trabajo.

Viaje por los caminos del cambio. “Del cambio propio al ajeno”

La lucha por la calidad del trabajo es una lucha por el sentido de lo que uno hace.

(Oriella Savaldi).

Así es como en medio de este escenario decidimos ponernos en marcha hacia actuaciones más operativas, para “con ellos” y para “con nosotras”, y comenzamos la búsqueda de otras prácticas con cabida en nuestro campo de trabajo: la intervención social.

El campo de la intervención social dentro de los Servicios Sociales se encuentra fuertemente condicionado por el marco institucional y jurídico que a su vez delimitan una parte de las funciones de los profesionales. Este puede ser uno de los motivos por los que durante algún tiempo esperamos que los cambios se produjeran a nivel organizativo e institucional, esperamos que fueran otras instancias las que propiciasen esas mejoras y que con ello pudiéramos mejorar la relación con las personas usuarias.

Sin embargo, y paradójicamente, la inacción que conlleva cualquier espera ha llegado en este caso acompañada de una pequeña acción, “la queja”, una queja constante que se ha colado en nuestra cotidianidad. De esta forma hemos decidido construir todo un relato en torno a la insatisfacción, relato que claramente dificulta nuestro cometido y que por otro lado contribuye a la homeostasis institucional a la espera de “tiempos mejores”. En este sentido es importante tener en cuenta que la forma en la que describimos nuestro hacer y los resultados que obtenemos, dificulta considerablemente la forma en la que los demás nos ven y, por ende, en que se aproximan a nosotros, contribuyendo a una imagen poco favorable de nuestros servicios. Por último, esta posición de espera nos golpea en parte de nuestra identidad pro-activa sin darnos cuenta de la posibilidad de poder re-significar nuestros lugares de trabajo a través de nuestro propio cambio.

En nuestro caso, la búsqueda de estos caminos alternativos nos llevó hacia la formación técnica, con una idea clara: “no se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho”; afirmación que ha formado parte de la tradición en nuestro campo de intervención, puesto que la mayoría de las actuaciones tienen su origen en la identificación y descripción precisa de los problemas y sus causas. En un primer tiempo tratamos de acumular conocimientos sobre problemáticas asociadas a sectores de población: mujer, infancia y adolescencia, violencia, exclusión, etc. Estas cualificaciones nos han facilitado mayores cotas de seguridad en las intervenciones, nos han ayudado a entender mejor la secuencia de los problemas e incluso a poder prevenir determinadas situaciones de peligro/inseguridad. Sin embargo, conocer lo que ocurría o por qué ocurría no era suficiente para lograr los cambios deseados.

Comprobamos cómo esta forma de intervención fragmentada, centrada en problemáticas concretas, nos puede llevar a privilegiar la visión patologizante de las personas, puesto que vemos aquello que conocemos, que sabemos identificar y así lo manifestamos en nuestras conversaciones de trabajo o incluso describimos en nuestros documentos (principalmente informes diagnósticos), que son determinantes en las vidas de las personas. Goolishian (1991), uno de los pioneros de la Terapia Familiar, describe que el uso de ese lenguaje del déficit “creó un mundo de descripciones donde solo se comprende lo que está mal, lo que falla, lo que está ausente o es insuficiente...” usando una metáfora que él denominó del agujero negro, “donde las fuerzas son tan poderosas que es imposible huir de él hacia otras realidades”. Por otro lado, observamos cómo una validación exhaustiva del sufrimiento puede generar relaciones de dependencia en intervenciones no finitas.

El siguiente paso, una vez que conocimos el porqué de los problemas, fue indagar en el cómo resolverlos a través de diversas metodologías, con especial relevancia las del modelo sistémico. Este modelo permite tener una fotografía más exhaustiva de las familias y de las relaciones entre sus miembros, así como conocer algunas técnicas muy valiosas. Pese a ello no dejamos de buscar. La aplicación de los conocimientos aprendidos nos estaba mostrando cómo, en un marco tan ecléctico como la intervención social, muchos modelos metodológicos tenían cabida incluso dentro de una misma intervención. Comenzaba a acecharnos la idea de poder adaptar lo mejor, lo más útil de cada modelo, alejándonos de una visión única de los problemas y sus respectivas soluciones.

Y es de esta manera como llegamos a los modelos integrativos como el de la Terapia Breve Centrada en Soluciones (TBCS). Además, este modelo era novedoso para nosotras puesto que la introducción de la palabra “breve” en el contexto de la intervención social supone toda una revolución, nos libera de la carga del problema en busca de las posibles soluciones, privilegiando aquellos aspectos positivos tanto de las personas usuarias como nuestras cualidades como profesionales, propicia un cambio en el discurso tradicional y supone recuperar el aspecto terapéutico y relacional en nuestro contexto de intervención social, postergando a la práctica prescriptiva.

Tal y como refieren estos autores (Beyebach y Herrero de Vega, 2018):

La terapia centrada en soluciones se puede considerar no solo como un modelo de terapia, sino como un procedimiento general aplicable a cualquier contexto. De hecho, existen multitud de publicaciones no solo sobre terapia breve centrada en soluciones, sino también sobre trabajo social centrado en soluciones, protección de menores centrada en soluciones, coaching, counseling y mediación centrados en soluciones....

Como ya hemos dicho, la complejidad del campo de la intervención social, ubicada dentro del Sistema de Servicios Sociales, supone una importante diferencia respecto a otras intervenciones enmarcadas en contextos más estrictamente terapéuticos. Aspectos como el posicionamiento inicial de las personas usuarias, que conlleva a menudo la falta de voluntariedad, las intervenciones realizadas bajo mandatos legislativos de control, las relaciones organización-profesional-persona usuaria, la dispensa de recursos económicos y otros servicios, etc., marcan una diferencia respecto a otros contextos de ayuda. Estas diferencias nos suscitaron algunos interrogantes durante nuestra formación en TBCS del tipo: “Sí, pero eso con las personas con las que trabajamos quizás no sea posible”. “Sí, pero muchos vienen sin querer venir...”. “Sí, pero no tenemos tiempo de hacer todo eso en las citas...”.

Teníamos la sensación de que en nuestro caso algunas técnicas centradas en soluciones encajaban mal con la idiosincrasia de nuestro sistema de intervención, y en la práctica comprobamos cómo necesitábamos actuar de forma “algo distinta” al modelo original de TBCS para llegar al mismo lugar, y flexibilizar algunas de las herramientas y adaptarlas a nuestro contexto de trabajo. Y de este proceso de adaptación y experimentación nació este libro.

CAPÍTULO

2

Encontrando el rumbo

De la ruta “establecida”...

Tercera entrevista de la mañana. Entra en el despacho de la Trabajadora Social un chico joven de no más de 30 años, con aspecto de haber dormido en la calle y con olor a alcohol. Lleva una gorra, con la que casi no se le ven los ojos. Se sienta en la silla con posición “desafiante”, desde que ha entrado por la puerta del centro ha mostrado una actitud inapropiada. La profesional, recordando un consejo del curso de defensa personal, retira la grapadora de la mesa.

P: Hola buenos días, ¿cuál es el motivo de la cita?

PU: Si por mí fuera no estaría aquí pidiendo, pero estoy en la calle, no tengo un duro y hasta el día 10 no cobro, así que necesito vales de comedor y alojamiento.

P: (Confirmo que solo han pasado 15 días desde que cobró la prestación, así que le pregunto con tono neutro para que no se sienta atacado). ¿Qué has hecho con el dinero de la prestación?

PU: Si te parece vives tú con 400€, si pudiera no estaría así, que a mí no me gusta pedir nada a nadie.

P: (La conversación se vuelve tensa, tengo que valorar si le apoyo o no, y para eso, necesito saber que ha hecho con el dinero, pero claro, no quiero tener bronca). Sí claro, te entiendo, pero tienes que saber que las ayudas no son un derecho, tenemos que valorar tu situación y para eso necesito saber qué ingresos tienes y en qué los gastas.

PU: Yo he venido porque me ha dicho un colega de la calle que aquí me podéis ayudar, creo que en unos días encontraré trabajo y entonces ya no necesitaré nada.

P: ¿Llevas mucho tiempo en la ciudad?

PU: Bueno, vine hace unos meses porque me ofrecieron un trabajo, pero la cosa no fue bien y al final me echaron y me he quedado sin nada.

P: ¿Cuánto ganaste en ese trabajo?

PU: Unos 1000 € más o menos.

P: ¿Y no has ahorrado nada, para tener que necesitar ahora vales de comedor?

PU: Pues ten claro que, si no, no estaría aquí. Me robaron el dinero que tenía ahorrado en la habitación donde vivía y, claro, monté bronca y me echaron también de la habitación.

P: Hombre, lo importante hubiera sido mantener la habitación porque eso te hubiera dado más estabilidad.

PU: Sí, pero es que me llamaron ladrón y, eso, a mí nadie me lo llama, que yo siempre he sido muy honrado y, claro, me lie a puñetazos con el del piso.

P: (Mientras me relata esto valoro que alguien con esa impulsividad y con problemas de alcohol, va a tener muchas dificultades de inserción. Quizás sería bueno derivarlo al comedor social y, de ahí, ver si se puede incorporar en algún programa de “crónicos” dada la trayectoria que me está contando). ¿Tienes familia o amigos en la ciudad?

PU: No, mi familia está en mi ciudad, perdí la relación con ellos cuando mis padres se separaron porque mi padre era un borracho. Dejé de tener relación con él y mi madre se echó un novio que no me quería en casa así que me largué en cuanto tuve trabajo. Con mi hermana algo, pero poco. Con poco más de 18 años ya estaba buscándome la vida.

P: ¿Tienes formación en algo?

PU: Bueno, no acabé la ESO. Hice varios cursos en el INEM de fontanería y electricidad que se me daban bien, pero nunca me han servido para nada. Luego, me dediqué a la pintura con un primo que me enseñó y, de ahí, he ido tirando.

Finalmente, decido darle los vales para unos días y así, poder ir conociéndole más e ir convenciéndole de que acepte una plaza en el centro de crónicos para que le ayuden a tener habilidades laborales básicas, con la inestabilidad laboral y personal que presenta es “carne de cañón” para acabar en la calle. Le doy los vales y le recuerdo que, si no hace uso de ellos, no le renovaré, porque eso indicará que no los necesita. Le explico que quizás habría posibilidad de que entre en un taller prelaboral como contraprestación, que le puede venir bien para conocer gente y no estar en la calle, aprender alguna cosa. Él no quiere, probablemente por el tema del alcohol. Le insisto en que sería bueno para él dejarse ayudar, y seguro que una vez que empiece, va a ver sus ventajas. Él me dice que cree que no va a ser necesario porque está pendiente de un trabajo en un pueblo cercano. Parece que no tiene muchas ganas de cambiar, hablaré con el compañero del comedor para ver cómo se relaciona allí, si va, que tengo mis dudas...

... a los caminos alternativos

Tercera entrevista de la mañana. Entra en el despacho de la Trabajadora Social un chico joven de no más de 30 años, con aspecto de haber dormido en la calle y con olor a alcohol. Lleva una gorra, con la que casi no se le ven los ojos. Se sienta en la silla con posición “desafiante”, desde que ha entrado por la puerta del centro ha mostrado una actitud inapropiada. La profesional, recordando un consejo del curso de defensa personal, retira la grapadora de la mesa.

P: ¿Cómo estás Ángel?

PU: Pues jodido, ¡cómo voy a estar! Estoy sin un puto duro y he tenido que dormir en la calle.

P: Vaya, no me imagino como tiene que ser eso, además hoy no ha hecho muy buena noche. ¿Es la primera vez que estás en una situación así? (Preguntamos desde la curiosidad, posición de no experto).

PU: No, ya me ha tocado dormir varias veces en la calle. De hecho, cuando era más jovencillo pasé varias semanas en un albergue porque estaba en la calle sin saber adónde ir.

P: Joe, que duro, ¿eso con cuántos años te pasó?

PU: Pues con 18 que me fui de casa porque no aguantaba al novio de mi madre. Pero bueno, una vez allí me ayudaron y enseguida encontré curro y pude alquilarme algo.

P: Vaya, eras muy joven para tener que vivir una situación así. ¿Y qué es lo que más te ayudó en ese momento a poder salir adelante? (Buscamos fortalezas que puedan ser útiles para el momento actual).

PU: Buff, no sé, igual el orgullo que siempre he tenido de que nadie me tenga que ayudar. Bueno, y porque no quería verme en ese sitio. Yo tenía ganas de viajar y de hacer otras cosas en la vida.

P: ¿Y qué otras cosas más has hecho desde entonces? (Buscamos excepciones al problema).

PU: Bueno, pues luego estuve trabajando en lo que me salía y también hice algún curso de formación que me ayudó a conseguir trabajo en la construcción y poder tener un piso para mí. ¡Pero al final todo a la mierda!

P: ¿Y qué pasó?

PU: Pues nada, que llegó la crisis y me quedé sin trabajo y me he tenido que buscar la vida como he podido, trabajando en lo que me salía.

P: Bueno, veo que no has tenido una vida fácil, que has tenido que pelear duro, ¿no? (Hacemos elogios, destacamos cualidades).

PU: Sí, bueno tampoco te creas, también he tenido mala cabeza a veces y, la gente, que te suele dar una puñalada cuando menos lo esperas.

P: Y, ¿qué te trae aquí?, ¿en qué te podemos ayudar? (Preguntamos por la demanda de la persona).

PU: Pues es que me he quedado sin curro y no he podido pagar la habitación este mes y me han dicho que aquí podríais ayudarme con esto. Y... bueno, te voy a ser sincero, tuve bronca con el casero, me acusó de robarle dinero, y claro eso no lo voy a consentir, estoy harto de que todo el mundo me acuse.

P: Sí, aquí podríamos valorar apoyarte con vales de comedor social y plaza en el albergue, ¿es esto lo que querrías?

PU: Bueno, querer, realmente lo que me gustaría es poder quedarme en la ciudad, encontrar empleo y poder asentarme de una vez porque llevo varios años así y ya me estoy rayando y hay veces que me dan ganas de tirar la toalla y no levantarme de la cama.

P: Y, ¿qué idea tienes tú de cómo podría ayudarte en eso? (Mantenemos una posición de no experto, escuchamos el destino al que la persona le gustaría llegar).

PU: Pues no sé, porque creo que en estos días puede que me salga un trabajo y ya pueda apañármelas yo solo otra vez.

P: Y hasta que te llamen y puedas empezar a trabajar y así puedas volver a apañártelas tu solo, ¿qué cosas se te ocurren que te podrían ayudar a que estuvieras un poco mejor?

PU: Pues no sé... eso me lo tienes que decir tú, ¿no? Hombre, si pudiera dormir en el albergue y ocuparme en algo durante el día, yo creo que me ayudaría a alejarme de cierta gente que está por ahí que yo creo que no me ayuda porque acabo haciendo cosas que no van conmigo, aunque sea unos días que yo tampoco aguanto ahí con tanta norma y esos horarios...

P: Y en vez de esas cosas que no van contigo, ¿qué es lo que te gustaría hacer?, ¿que sí que vaya un poco más contigo? (En lugar de profundizar en lo que hace que no es adecuado).

PU: Pues no sé, me gustaría estar entretenido para tener la cabeza ocupada y no pensar mucho... en algo que me haga concentrarme, no sé, cualquier cosa, manualidades o cocina o qué sé yo, algún curso que me enseñen algo...

P: Eso te gustaría, ¿poder estar en el albergue y también en algún curso o taller por las mañanas que te mantenga ocupado hasta que te salga trabajo?

PU: Sí, eso estaría bien.

P: Vale Ángel, pues entonces me queda claro que te facilitamos vales y albergue y hablo con las compañeras para que te manden a los talleres a la mañana y de esta forma estás algo más entretenido hasta que puedas comenzar a trabajar, ¿es así?

PU: Sí, estaría bien la verdad.

P: ¿Qué otra cosa te gustaría hacer?

PU: Nada, de momento ya vale, ya nos vemos en unos días y te voy contando cómo estoy.

P: Muy bien Ángel, pues te doy otra cita y me vas contando.

Ruta establecida

Camino alternativo

→ Elaboramos hipótesis y diagnósticos desde una posición de experto.

→ Desconfiamos de la capacidad de la persona usuaria debido a sus antecedentes, historia familiar...

→ Responsabilidad de cambio en el profesional.

→ “Venta” de recursos como principal forma de mejorar la situación de la persona.

→ En vez de hipotetizar, preguntamos desde una posición de curiosidad.

→Confiamos en las capacidades y las fortalezas de la persona usuaria.

→Responsabilidad de cambio en la persona usuaria; el profesional colabora con él para facilitarlo.

→Búsqueda de excepciones como forma de encontrar lo que ya funciona y ampliarlo.

GPS de la intervención social centrada en soluciones

Todo viaje requiere preparación. Por eso cuando lo emprendemos buscamos diferentes guías de viaje y diversos tipos de mapas que nos ayuden a movernos mejor por el territorio que queremos recorrer y a encontrar las rutas más adecuadas, según queramos llegar a un destino o a otro. En el viaje que hemos emprendido, hemos ido experimentando rutas y caminos alternativos por los que conducir, abriendo nuevas posibilidades metodológicas para el cambio e incorporando estas rutas al GPS que nos guía en la intervención social, algunos de ellos son modelos altamente conocidos como el ecológico sistémico de Bronfenbrenner (1987) y el sistémico-relacional de la familia, y otros más novedosos en nuestro ámbito como la Terapia breve centrada en soluciones, que siguiendo el modelo integrativo de Mark Beyebach y Marga Herrero, hemos ido adaptando al contexto de la intervención social, integrando también medios y herramientas más centradas en el trabajo con el problema.

Mapas sistémicos del territorio de la intervención social

Cuando queremos recorrer un territorio, es muy útil conocer su geografía, así podemos saber de antemano dónde están las zonas más llanas y dónde las más accidentadas, qué extensión tiene, qué fronteras lo delimitan, etc. Los mapas sistémicos, con su visión de la persona en interacción con los distintos contextos de su entorno, nos ayudan a tener una mirada más amplia para entender y abordar las dificultades de las personas con las que trabajamos y para aprovechar estos contextos como recursos para el cambio. Utilizamos estos modelos a modo de mapas geográficos que describen a la perfección el territorio en el que operamos los profesionales de la intervención social.

La teoría ecológico sistémica (Bronfenbrenner, 1987) describe al individuo en desarrollo “inserto en un conjunto de estructuras seriadas, donde cada una contiene a la anterior, a modo de las muñecas rusas” (p. 23).

Las redes familiares y sociales de contacto directo (amigos, vecinos, conocidos...) constituyen las redes de apoyo social a la persona o microsistema. En nuestro ámbito de intervención a menudo estas estructuras son insuficientes, están dañadas o ha habido un corte o interrupción en la relación. Nos parece importante ayudar a las personas a recuperar y mantener las relaciones que ellos deseen, y facilitarles contextos de relación donde obtener apoyos nuevos. Estas redes pueden ser de gran ayuda para potenciar cambios en la persona.

No menos importantes son los “entornos formales” con los que la persona o familia están en contacto: escuela, centro de trabajo, asociaciones, centros comunitarios del pueblo o barrio, centro de salud, etc. Constituyen lo que la teoría denomina mesosistema. Cuanto mayor sea el número de entornos en los que participa la persona, más rico será su desarrollo y más oportunidades tendrá para desarrollar competencias y lazos de pertenencia, de ahí la necesidad de potenciar la integración de las personas en dichos entornos. Por otra parte, en estos entornos las personas con las que trabajamos entran en contacto con profesionales y agentes sociales que también alcanzan un gran valor de ayuda para el cambio cuando trabajamos en red.

Finalmente, el exosistema con los recursos comunitarios y condiciones de vida del barrio o ciudad que habitamos, y el macrosistema, con las creencias, las reglas sociales y las normas legales de las sociedades en donde vivimos, también tienen gran incidencia en nuestro desarrollo. No es lo mismo que en mi barrio haya guarderías y luz eléctrica, por ejemplo, a que no las haya. Y también es muy diferente si en mi entorno se sanciona ética y legalmente la violencia de género, a que se justifique e incluso se ampare. Estas cuestiones nos interpelan como ciudadanos, pero también como interventores sociales en nuestra responsabilidad de señalar necesidades y hacer propuestas en materia de planificación de recursos y políticas sociales.

Este modelo es realmente importante en el campo de la intervención social. Conocer estas estructuras y sus interrelaciones es necesario para poder favorecer el bienestar, integración y participación de las personas en su medio relacional.

Por otro lado, el análisis sistémico relacional de la familia aporta claves muy interesantes para entender e intervenir sobre el complejo entramado de relaciones entre sus miembros, tanto desde un punto de vista sincrónico, en el aquí y ahora, como desde un punto de vista diacrónico, a través de su historia. Igualmente, para observar cómo operan dichas relaciones en el funcionamiento familiar.

Cuando intervenimos tanto a nivel individual como familiar, es muy útil trabajar con las personas su historia familiar. Nos permite construir con ellos el recorrido por los acontecimientos y figuras relevantes y su relación con la situación de dificultad actual, al mismo tiempo que ponemos de relieve los recursos que les han servido para superar momentos difíciles. También observamos cómo se organiza la familia en torno a dicha dificultad en el momento actual, cuáles son las dinámicas relacionales que contribuyen a que las dificultades se mantengan, y contextualizamos con ellos ese funcionamiento teniendo en cuenta el momento del ciclo vital familiar en que se encuentran.

Guía de viaje centrada en soluciones, una guía construccionista para la búsqueda del cambio

La Terapia breve centrada en soluciones creada originariamente por Steve De Shazer e Insoo Kim Berg, se inscribe, al igual que otras terapias sistémicas, en la corriente de pensamiento constructivista, posición epistemológica desarrollada en diversas orientaciones científicas, que sostiene que no existe la realidad en cuanto a objetividad, sino que está mediatizada por quien la percibe. Y más en concreto, adopta los principios del constructivismo social o construccionismo, que parte de la premisa de que las interpretaciones que hacemos sobre la realidad se construyen en el marco de la interacción con los demás (Macnamee y Gergen, 1996). Desde esta posición construccionista, entendiendo la terapia como un espacio de interacción entre terapeuta y consultantes donde construir realidades alternativas a través de la comunicación y el lenguaje, De Shazer y Kim Berg se dedicaron a investigar junto con su equipo del Brief Family Therapy Center en Milwaukee, qué tipo de foco, que conversaciones y qué preguntas propiciaban más el cambio. (Herrero de Vega, 2011; Beyebach, 2014; Ochoa de Alda, 1995).

De Shazer mantiene que es más importante centrarse en la naturaleza de las soluciones frente a la de los problemas, “si quieres abrir la puerta es más importante encontrar la llave que abre la puerta que la naturaleza de la cerradura”.

Esta frase nos muestra el punto de partida del modelo centrado en soluciones, que en lugar de ver cómo se origina el problema, o los factores que lo mantienen, se centra en construir junto con la persona usuaria las posibles soluciones y la manera de llegar a ellas.

En términos generales este sería el proceso que sigue el modelo: