Entre el espesor histórico, la liberalización de la mirada masculina - Fernando Franulic Depix - E-Book

Entre el espesor histórico, la liberalización de la mirada masculina E-Book

Fernando Franulic Depix

0,0

Beschreibung

Este es el tercer libro del autor, publicado por Del Aire Editores y, en esta oportunidad, también por MAGO Editores. Y es el primero donde el escritor reúne sus textos pertenecientes al género ensayo; varios de estos ya publicados en distintos medios digitales o revistas. Su lectura es imprescindible para quien desee soltar las ataduras de la mirada convencional y fragmentaria de la realidad occidental y, en especial, de la sociedad chilena. Fernando Franulic ofrece un pleno retrato, de la sociedad actual, sin concesiones y, al mismo tiempo, sin renunciar a la belleza. El lector y la lectora viajarán por realidades versátiles: desde filmes y documentales, pasando por los espacios de encierro del Chile dieciochesco, así como por las falaces identidades construidas por el neoliberalismo, hasta retornar al remanso revelador de un claro del bosque. Les deseamos un muy buen viaje.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 324

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



ENTRE EL ESPESOR HISTÓRICO, LA LIBERALIZACIÓN DE LA MIRADA MASCULINA ©Fernando Franulic Depix Primera edición: Octubre 2022 © Del Aire Editores Editores: Gerardo Quezada y Oscar Mancilla © MAGO Editores Director: Máximo G. Sáez De esta edición: Max. G. Sáez MAGO Editores Merced Nº 22 Ofic. 403, Santiago de Chile Tel.: (56-2) 2664 [email protected] Del Aire editores Altair 02095, Temuco, Chile Tel: (56) 9 73 91 93 [email protected] Fan Page: Del Aire editores Registro de Propiedad Intelectual: N° 2022-A-7232 ISBN: 978-956-317-702-2 Diseño y diagramación: Sergio Cruz Imagen de Portada: Edición electrónica: Sergio CruzLa sublimación de la imagen. Ilustración digital, 2021 ©Daniel Sanz Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

Índice

Nota PreliminarPrólogo Más allá de la comunidadPrimera parte: La irrupción de una para-sociedadSeres que piden mercancías para ser: breve antropología de la sociabilidad imperanteLos buenos y los pobres: sobre el círculo virtuoso de la pobreza en Chile neoliberalLo queer… o los dos lados del discurso clínicoCrítica de la razón periodística: brevísimas notas ideológicasLa liberalización de la mirada masculina: esbozo semiótico de una identidad sexual en la sociedad chilena de consumoLa psiquis del “no lugar”Segunda parte: Bordes y desbordes de la miradaLas huellas que quedan en el océano: a propósito del documental TánanaEl pejesapo: sobre los márgenes estigmáticos que (no) se ven“Es un hombre rústico, un gañán de tercera categoría (...)” A propósito de El Chacal de NahueltoroTercera parte: Las cargas secularesCuando aún creían en la aritmética: un simulacro del poderoso en América Latina. Discurso utópico y espacio disciplinario.Aproximación para la investigación históricaMetáfora y mercancía:sobre el espacio del confinamiento y el surgimiento de la clase menesterosa (Santiago de Chile, siglos XVIII y XIX)Las escisiones de la mercancía: sobre el signo objetual en Chile contemporáneoEpílogoSobre la palabra del bosque

Nota Preliminar

Fernando Franulic Depix publica este libro, cuyo título sintetiza muy bien el sentido de este conjunto de ensayos libres que abarca más de una década. Los textos van situados con el año en que el autor escribió la primera versión de cada uno, respondiendo a sus descubrimientos, intereses y lecturas de cada momento. Asimismo, podemos observar sus movimientos y transformaciones al ritmo de sus reflexiones, experiencias y prácticas de escritura.

Con cada ensayo, aporta una visión profunda e histórica de la sociedad occidental, en general, y de la chilena, en particular, desarticulando sus falsedades, jerarquías y estratagemas de poder. Lo hace con una pluma libre, y a ratos también literaria, llevando más allá los contenidos de las disciplinas con las que trabaja: semiótica, historia, sociología. Conviene, al lector y a la lectora, llegar a las últimas líneas de cada escrito, porque se hallará, cada vez, con un final espléndido.

Es importante señalar que el autor no usa el falso genérico androcéntrico, que se pretende neutro y universal. El predominio, en algunos textos, del uso del morfema de género gramatical masculino se refiere al sujeto hombre propiamente tal, mostrándolo en sus actitudes, comportamientos, representaciones culturales, modelos teóricos, lenguajes disciplinares o interpretaciones de la realidad. De esta manera, el escritor apuesta por una diferencia masculina libre de patriarcado.

El morfema femenino, en cambio, se manifiesta en la prosa para nombrar la existencia de las mujeres en determinados contextos, especialmente en los descritos por los ensayos históricos, pero, sobre todo, se expresa para atisbar que la diferencia femenina libre, autónoma e irreductible, desborda las jaulas y los errores epistemológicos de las sociedades patriarcales y neoliberales.

Este es el tercer libro del autor, publicado por Del Aire Editores y, en esta oportunidad, también por Mago Editores. Y es el primero donde el escritor reúne sus textos pertenecientes al género ensayo; varios de estos ya publicados en distintos medios digitales o revistas. Su lectura es imprescindible para quien desee soltar las ataduras de la mirada convencional y fragmentaria de la realidad occidental y, en especial, de la sociedad chilena.

Fernando Franulic ofrece un pleno retrato, de la sociedad actual, sin concesiones y, al mismo tiempo, sin renunciar a la belleza. El lector y la lectora viajarán por realidades versátiles: desde filmes y documentales, pasando por los espacios de encierro del Chile dieciochesco, así como por las falaces identidades construidas por el neoliberalismo, hasta retornar al remanso revelador de un claro del bosque. Les deseamos un muy buen viaje.

Andrea Franulic Depix

En el invierno de 2022

Prólogo Más allá de la comunidad

En los mundos posibles de la fantasía, las cosas van mejor. Umberto Eco, Los Límites de la Interpretación, 1990.

Desde las entrañas de la cultura vigente, parece imposible hallar una salida: avasallados por las imágenes y los símbolos de cada época, de cada sociedad, de cada cultura, los individuos deben buscar estrategias para escapar de los arbitrios y de los dominios. Explotados, expulsados, oprimidos, sometidos: los individuos participan de unas situaciones sociales que van en contra de sus (posibles) auténticas realizaciones, de sus propios deseos, de sus íntimas libertades, pero ¿cuáles serían aquellas ansias y aquellas creaciones que la sociedad se encarga de cooptar y de aplacar en un gesto de coacción y sumisión? ¿Acaso siempre fue así? ¿No es quizá una regularidad dentro de todo conjunto social?

Se ha dicho en múltiples ocasiones y se ha escrito en variados textos que la sociedad surgida de las políticas económicas y sociales que instalaron el modelo neoliberal en Chile, trajo como resultado un fraccionamiento de los vínculos sociales, una pérdida del sentido colectivo, una creciente inestabilidad en los sectores marginales y una frustración cultural que, de tanto en tanto, explota en singulares eventos tumultuosos. ¿Existirá algo definido socialmente que busquen los individuos y que se expresa en esta insatisfacción? ¿De qué se tratará ese algo? Pareciera que por todos lados y en cada lugar se intenta definir la problemática que está detrás de ese algo, pareciera, incluso, que la sociedad entera se manifiesta en ese algo que, sin embargo, se esconde, se hurta, se escapa a la definición, a la reflexión, en suma, a la mirada y al pensamiento.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el término “algo” implica una realidad indeterminada cuya identidad no se conoce o no se especifica. “Algo” proviene del latín “aliquod”, que es el neutro de “aliquis-qua-quid”: palabra latina que posee los significados de “algún, alguno, alguna”. De esta significación nació en la Edad Media “alguien”, bajo el influjo de “quien” y de “nadie”. Extendiendo esta breve etimología, se podría decir que “algo” se encuentra entremedio de “nada” y de “todo”. Por tanto, esta palabra indica la imposibilidad de una delimitación clara del objeto en cuestión, aunque, a diferencia de la “nada”, el sujeto percibe e intuye la presencia del objeto: está presente el artefacto, sin embargo, sustraído y rehuido en su determinación y descripción.

En esta indefinición misma, el problema que acompaña al establecimiento de la sociedad neoliberal, expresado en las subjetividades refractarias, queda, al parecer, impreciso y, entonces, aparece como ilimitado: se presiente, pero este se escabulle, sobre todo al análisis de los tecnócratas y de los intelectuales. ¿Será cuestión del conflicto de clase y de la persistencia tan abrumadora de la desigualdad social? ¿Será, en cambio, un problema que atañe a las motivaciones y las aspiraciones que nacen de la internalización de nuestra cultura? ¿Estará posiblemente comprometida la construcción de los discursos colectivos? ¿Se tratará de la ausencia de referentes históricos para forjar una identidad social? ¿Será un efecto de la mundialización de los patrones sociales y culturales?

La sociología conceptuó, justamente, este problema. Hace casi dos siglos, en medio de la avalancha de cambios que traía consigo la sociedad capitalista, en Europa occidental, algunos pensadores forjaron una teoría que pretendía explicar las transformaciones, pero a poco andar dicha teoría quedaba anclada en uno de los postulados principales de las ciencias histórico-sociales: la sociedad es una totalidad organizada que sobrepasa las libertades y los deseos individuales. La entidad social, bajo cualquiera de sus acepciones y significados, siempre tiene este componente de obligatoriedad, de corrección, de sometimiento y de norma. Siempre presente, siempre densa, siempre estructurante, la organización de la vida social no deja de poseer esta cualidad impregnante, la que traspasa a las subjetividades, arrojándolas a un destino enceguecido, a una situación estancada, a un malestar generalizado. Es, entonces, la interioridad del sujeto que se encuentra en juego: bregando en pos de su felicidad, este se sitúa en la generalidad social que le dictamina y le atraviesa sus zonas más personales. ¿Qué sucede en el fondo íntimo del individuo cuando es avasallado por los productos de la inequidad económica y cultural?

Esta colección de ensayos se interroga sobre ese algo que se intenta constantemente definir y explicar desde distintos marcos de conocimiento. No obstante, estos ensayos, influidos por la sociología y la historia social, los que, a su vez, pongo en tensión, no pretenden entregar ninguna respuesta definitiva, solo algunos senderos, algunos esquemas, ciertas tentativas. Escritos acumulados con el tiempo, algunos redactados hace casi dos décadas, otros publicados en revistas académicas, esta recopilación fundamentalmente plantea un nexo que me ha parecido elemental, sobre el que he recabado escritos y reflexiones a lo largo de un amplio margen temporal: este enlace se expresa conceptualmente en la forma de una sociedad que genera una liberalización y una flexibilización de los lazos disciplinarios. Pienso que esta es la estrategia que ha utilizado nuestra sociedad para continuar en el cumplimiento de su rol de control social, aunque en el marco del capitalismo de consumo: los vínculos de una sociedad disciplinaria periférica se mantienen y se refuerzan, no obstante, emergen una serie de mecanismos que permiten una plasticidad y una elasticidad de las identidades para, gracias a ello, consolidar diferentes modos de participar en el mercado.

Así, se trata de una sociedad disciplinaria –distintiva y propia de la realidad histórica chilena– que se halla atravesada y amoldada por las dinámicas del mercado: es el nexo entre sumisión y consumo. Primero, la cultura neoliberal, con sus sesgos y sus rasgos propios de un capitalismo tardío periférico, con sus identidades mudables gracias al consumo, con sus trayectorias vinculadas a un mercado que parece prometer el bienestar, es un tipo de sociedad que (al parecer) ha relajado los antiguos vínculos de raigambre disciplinaria. Por otro lado, la sociedad disciplinaria que nació en los albores del siglo XIX, que tuvo sus especificidades en la densidad histórica de la sociedad capitalista chilena, que sometió a los individuos de esa época con sus discursos y dominios, es un tipo de sociedad que (al parecer) persiste en la larga duración. Me parece que es en el cruce entre ambos patrones sociales y culturales, entre el espesor histórico y la novedad neoliberal donde se posibilita una cuestión esencial de estudiar y de reflexionar.

Esta colección de ensayos se divide en ciertas secciones que me han parecido sugerentes por su calidad interpretativa de esta conexión. Por ejemplo, he tomado la vida de dos personajes marginales, tal como aparecen en dos filmes chilenos, para de este modo introducir la problemática desde la subjetividad atravesada por el sistema social. También, efectué un análisis histórico-social de la instauración de la categoría de la pobreza, tan persistente en la sociedad chilena, tan arraigada en la ruta al capitalismo como asimismo en la consolidación del mismo. Además, he realizado algunas breves interpretaciones de las sexualidades divergentes en Chile, puesto que constituyen sendas maneras de estudiar la conformación de la sociedad del consumo y las modificaciones que esta produce en las identidades sociales. Y siguiendo con el problema de la identidad, desarrollé algunas reflexiones sobre la penetración de los intercambios capitalistas en la sociedad, ya sea en el marco de la vida cotidiana como en el plano de la industria televisiva (como una industria que encauza, en parte, estas interacciones sociales). Asimismo, presento unas pequeñas investigaciones que desean atisbar algunas respuestas a la pregunta (situada en lo local): ¿existió una sociedad disciplinaria chilena?

Por último, sería óptimo avizorar una problemática que se intuye en los textos: ¿es posible salir del marco de la sociedad que se impone? Eso es lo que se desliza en los ensayos: es otroalgo que se trata de definir socialmente, que surge de esa situación indefinida que inyecta en los individuos y los grupos aquel malestar de la sociedad actual, que se pierde en los agentes sociales y sus interioridades, a la vez que injerta en las comunidades la descomposición y el desencanto: este “otro algo” del que hablo, está constituido por la necesidad imperiosa de encontrar una escapatoria frente al desajuste social y cultural.

Toda participación en una comunidad societaria y política implica una entrega de parte de sus integrantes de un trozo desí mismos1: una obligatoriedad que traspasa los intercambios sociales, puesto que la vida en común, la vida en sociedad, extiende un pesado manto de normas que remiten a una entrega no solo de trabajos y de servicios hacia la colectividad, sino que también permiten, aquellas normas sociales, una concesión de las subjetividades. Las subjetividades ofrendadas al sistema social, constituyen, por tanto, los cimientos más sólidos de la dominación en la sociedad: ¿cómo escapar de un modelo societal, si todos nosotros estamos atravesados, desde la interioridad, por toda aquella sociedad? ¿Cómo ir más allá de la comunidad, creando una comunidad diferente y libre? ¿Existe algo distinto donde afirmar la realización y el trabajo para una nueva comunidad?

Ante la caída de los grandes relatos de la sociedad y de los paradigmas de orientación marxista, pareciera que las salidas a la situación dominante se encuentran selladas: puertas cerradas, ventanas ocultas, pasillos confinantes, y lo único que se vislumbra es una pequeña abertura –la evasión individual y la desafiliación personal, quedando lo colectivo como una desembocadura ciega. Habrá, entonces, que rastrear y explorar los discursos representados por las mujeres heterodoxas, los que pueden ofrecernos algunas luces escudriñadoras, atisbos de una felicidad pasajera, o probablemente duradera: una alternativa, algo más allá de la comunidad.

En mi caso, en el compromiso de escribir, en el ejercicio de la escritura, sobre todo en este libro de ensayos, intento establecer y esclarecer la posibilidad del escape. Durante el siglo XIX y en gran parte del siglo XX, el escritor se situaba en su espacio privado, representado en el imaginario del “escritorio” o de la “mesa de trabajo”, y allí encontraba un remanso fuera del mundo, donde podía desplegar la escritura para hallar las verdades y las interrogantes del mundo que se encontraba en el afuera, en el espacio de lo público2. Actualmente, esta imagen del escritor-artista, que vive su proceso de escritura en la soledad de su despacho, está en crisis: las fuerzas del acontecer social revolucionan el modo de trabajo del escritor, el cual debe hacer frente, con el arte de la palabra, a la indeseable persistencia de la realidad social.

Según los conceptos de Roland Barthes3, en el escritor fluye de su cuerpo la necesidad de escribir producto de su propia estructura orgánica. Creo que, con esto, dicho autor quiere decir que todo cuerpo humano es un cuerpo histórico y socializado, por ende, las experiencias, tanto psíquicas como culturales, son, a veces, vitalmente problemáticas –tambien, traumáticas. Entonces, es desde aquel trauma –que, en general, es la misma vida en la sociedad– que surge la escritura. Cada autor tiene su estilo, y este es aquello que brota casi automáticamente, casi inconscientemente: arcilla de cuencas desconocidas, fabricadas de aguas y de tierras ignoradas, fuego interno que arde hasta que la noche devora toda esa diseminación estética que el escritor no puede dejar de plantear –y no puede dejar de plantearlo puesto que la escritura está completa únicamente cuando el escritor mira hacia la Historia patriarcal, y con ello se enfrenta a la espesura de la historicidad de su cultura, y a la vez imagina hablar a una comunidad diferente, heteróclita, distendida, donde el deseo por el saber y por el escribir será una mezcla de sensaciones, libertinas sin duda, es decir, liberadas de las reglas de toda disciplina en un sentido utópico, radical, absurdo quizás.

1 Esposito, Roberto, Communitas. Origen y destino de la comunidad, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2003.

2 Cerda, Martín, Escritorio, Santiago, Tajamar Editores, 2005.

3 Barthes, Roland, El grado cero de la escritura, México, Siglo XXI Editores, 1997.

Primera parte:La irrupción de una para-sociedad

Seres que piden mercancías para ser: breve antropología de la sociabilidad imperante

(2013)

El verbo “pedir” proviene del verbo latino peto-petitum, el que denota diferentes tipos de acciones: a) intentar llegar a, dirigirse a o hacia; b) atacar; c) acercarse a; d) proponerse, obtener, buscar; e) solicitar, pedir; f) exigir, reclamar. En términos etimológicos, entonces, el acto de pedir implica no solamente el sentido restrictivo de demandar a alguien que entregue cierta cosa o que haga cierta acción, sino que también incluye en su campo semántico una intencionalidad y una direccionalidad de la actividad, la que se expresa en dos sentidos: por un lado, el significado de movimiento y de la fuerza del movimiento, el que se configura como una dimensión espacial del obrar y, por otro lado, el significado volitivo de querer, apetecer y buscar, el cual puede transformarse fácilmente en un requerimiento y una exigencia. Aunque, para los efectos de este escrito, el plano físico y el plano psíquico de este significado se confunden metafóricamente.

Así, el pedir entra en una trama semántica donde el individuo queda direccionado; el que pide es un sujeto que se encuentra en curso de llegar a un destino, a un objetivo: el sujeto emprende un camino para llegar a un lugar, y ese es un lugar impregnado de deseos.

El lugar de ese individuo demandante y voluntarioso es también un lugar social: el sujeto que pide se mueve, se desplaza, desea y quiere, puesto que el lugar al que se propone llegar está valorado socialmente. En este punto, salgo de la consideración semántica y entro en la interpretación sociológica. Puede darse el caso, sin duda, de que un individuo busque un lugar social totalmente marginal. Sin embargo, la masa de individuos comparte unos objetivos, unos deseos, unas direcciones que, a causa de la sociedad dominante, se han transmutado en estatus y en poder.

Me gustaría llamar como el sistema de los pedidores al conjunto de individuos que se conduce según los parámetros de la sociedad dominante: el poder del consumo y la cultura mercantilizada. Es decir, aquellos sujetos que el lugar social que quieren y a que se dirigen está marcado por los rasgos más imperantes y representativos de la sociabilidad que dirige al contexto cultural chileno: ellos constituyen los pedidores de la sociedad actual –es un conjunto de individuos socializados en el capitalismo neoliberal y neoconservador.

Ahora bien, para realizar la crítica a este sujeto social dividiré este breve texto en tres partes: la primera, tratará de la génesis individual y social del sujeto pedidor; la segunda, de las implicancias culturales de esta sociabilidad; y la tercera, intentará cerrar conclusivamente con una reflexión política.

1.- Personalidad, sistema, mercancía

El individuo de la sociedad del consumo es aquel que desenvuelve sus acciones en el marco de un sistema capitalista, y este le permite avanzar en su búsqueda voluntariosa y deseante: el objetivo es acceder al mundo de las mercancías. Me parece que el punto fundamental es el siguiente: es a través de la mercancía que se cumple y se cierra el ciclo del movimiento del pedir.

Pero, ¿por qué el pedidor tiene que realizarse en el universo de las mercancías? En la respuesta a esta pregunta está la clave para entender este fenómeno sociológico: la sociedad de los pedidores mantiene una relación profunda –existencial, se podría decir– con la mercancía. Será necesario, entonces, desenmarañar esta relación.

En las sociedades antiguas de la época moderna, es la familiaridad, la manipulación y el uso de un objeto o una cosa, lo que permite definir el estatus de propietario4. El resultado de las acciones sobre una cosa produce una situación social que, recursivamente, posibilita el establecimiento y la modificación del estatus jurídico, político o socioeconómico del que actúa. En este sentido, la acción es la que define el estatus de la persona.

En cambio, en las sociedades contemporáneas capitalistas, el camino es inverso: el Yo que actúa es el que define la actividad y sus resultados estratégicos en el plano del estatus social y político, puesto que los principios antropológicos de la modernidad han postulado la continuidad psíquica y cultural del individuo. El agente social, según los conceptos del triunfante funcionalismo contemporáneo, está determinado por una socialización que le entrega las normas y los valores, lo cual, a su vez, le permite ejercer los roles sociales en el marco de esta cultura internalizada. Es decir, se produce una personalidad que decide, a partir de sus motivaciones y de sus deseos, el proceso y el destino de la acción para, de este modo, realizar sus roles sociales y, así, lograr aumentar el estatus sociocultural.

Ahora bien, en la acción del pedidor –la que, en principio, sigue el esquema “funcionalista”– se produce un nivel profundo de la individualidad: es la elección existencial que se anuda entre el Yo que pide y la acción de pedir. Esta relación profunda está relacionada con la posibilidad de engendrar una identidad por medio de las mercancías. El Yo desea ser, por tanto, emprende acciones que le permitirán serlo: estas acciones, así, buscan unas mercancías que serán definidas por un proyecto o una concepción de identidad.

En este sentido, las acciones de los individuos están sumergidas en la historia del capitalismo, culturizadas en el mercado, situadas en la propiedad privada; entonces, estos individuos pueden regular los lazos sociales en torno a la posesión y al consumo: he aquí el punto que permite que la dirección de la acción sea compartida, colectiva y societaria, o sea, que se conforme un sistema de los pedidores. Este sistema genera un conjunto de interacciones sociales, las que se basan en unas reglas articuladoras que permiten el acceso al estatus y al poder: dentro del sistema se desenvuelven las acciones y sus consiguientes valoraciones alrededor del beneficio capitalista.

Por tanto, la sociedad capitalista produce la cultura necesaria para que los individuos desarrollen sus acciones hacia la posesión y el consumo y, a la vez, los individuos establecen la posesión y el consumo para una proyección de ser, para una fantasía de identidad. Entonces, el resultado será una identidad fabricada con los mismos materiales históricos del capitalismo. Por ende, la sociedad todo lo engloba, todo lo colectiviza, todo lo mercantiliza, aunque entremedio se produce un pliegue interior: es la existencia, es el movimiento psíquico, es la dirección profunda de la elección individual, pero que se encuentra anudada –íntima y colectivamente– a la historicidad del capitalismo. Es, en realidad, una circularidad, más que una línea.

2.- Los límites mercantiles y normativos de la identidad

La identidad del sujeto se constituye, por tanto, como un gran cúmulo de mercancías: mercancías buscadas por el ser, que son siempre mercancías socializadas por la cultura capitalista. Poco importa el valor de cambio, es decir, el precio: la identidad puede construirse sobre objetos de poca monta, como también sobre el lujo. La mercancía que busca el pedidor es aquella que él ha definido, previamente, como parte esencial e ineludible de su proyecto de identidad. En este sentido, el valor de uso no está conformado por una utilidad material que presta la mercancía, más bien, se trata de una necesidad cultural –o simbólica– que estos bienes pueden ayudar a cubrir, gracias a la valoración que la personalidad otorga de acuerdo a las reglas objetivas del sistema.

La clave de la mercantilización de la identidad radica en la posibilidad que existe de acumular privadamente: principio y fin del sistema capitalista. Por un lado, la sociedad capitalista ofrece las mercancías para la acumulación –a través de los medios de comunicación, la publicidad, la moda, la educación, etcétera. También, estas mercancías presentan momentos de intercambio y de posesión, lo que es propio de una lógica de mercado –aunque sean estas simbólicas. Por otro lado, el individuo puede actuar en la interacción social como si se tratara de unos comercios, de unos beneficios, de unas estrategias, de unas competencias. Entonces, la mercancía ofrecida pasa a ser una mercancía poseída y consumida para un objetivo existencial, vital, subjetivo.

Sin embargo, existe otra razón que induce al individuo a embarcarse en la competencia y en el beneficio: la posibilidad de experimentar una identidad codificada, por tanto, aprehensible, reconocible y admirable por los otros, ya que, como ha señalado Jean Baudrillard5, toda mercancía es, a la vez, un signo: signo de su intercambio, de su posesión y de su consumo.

La mercancía-signo “poseída” es la que constituye aquella identidad concebida y proyectada por el sujeto. Pero, es una identidad frágil, puesto que aquellos signos constituyen, básicamente, unos significantes compartidos por el sistema de los pedidores. Así, como se trata de signos colectivos que se ofrecen en el mercado, la repetición del sentido, y la frecuencia del uso significante, permiten que no exista la deseada identidad única y la diferenciada estrategia para adquirir estatus. Se requieren acciones para traspasar el juego de significantes, para, de este modo, poseer una identidad especial y diferente. De esta manera, es posible entender también la acción ineludible, de parte del sujeto, de la acumulación de significantes, de mercancías: es el modo de intentar fijar su identidad. Asimismo, existen maneras de distinguir aquella identidad por medio de signos difíciles de obtener.

La fragilidad de aquella identidad y su intento de fijación lleva, entonces, a lo que se podría denominar la normatividad de la identidad: el individuo debe, a cada momento, a cada instante, establecer límites normativos, puesto que la frágil acumulación de sus significantes, que conforman su identidad, pueden desestructurarse. Entonces, la normatividad que establece el individuo es, ciertamente, poner límites, pero no en lo que respecta a su propia identidad, sino en lo que concierne a la identidad de los otros: el individuo se arroja el derecho de evaluar la identidad de los otros, como una manera de defender y de controlar la frágil acumulación que lo define y lo constituye.

El sujeto procede estableciendo la equidad, una equidad relativa a la manera por la cual el resto de los sujetos ha construido sus identidades: él es el que acredita y desacredita. Y, también, es el que desacredita de forma absoluta, es decir, frente a aquellos que no participan de este mercado, por tanto, que presentarán tachas, marcas y señales, todas ellas no deseadas por la sociedad de los pedidores6.

Así, acumulación y normatividad son las claves para fijar una identidad proyectada, deseada y fabricada; por su parte, la cultura que emerge de estas acciones incesantes de intercambio y de limitación se podría definir como anti-estigmática, es decir, que se pretende “perfecta” y “exitosa”.

Es una cultura que no acepta la diferencia y la divergencia, que constantemente expulsa a aquellos que presentan una identidad indeseada, que incesantemente controla las identidades para decir qué es lo aceptable; cualquiera, además, puede ejercer este rol de reglamentación cultural: hablamos, por ende, de una culturamuerta, o sea, que se basa en la muerte –factual y simbólica– de aquellos que no piden, de aquellos que son el contrario, de aquellos individuos naturales.

3.- No hay comunidad: la infra-historia

¿Quién es el pedidor? El pedidor es, obviamente, alguien que “pide” en toda su dimensión semántica, vale decir, que busca, que exige, que solicita, que desea, que brega, que se desplaza –o sea, compite en el mercado. En este sentido, el término “pedidor” es, sin duda, peyorativo y connotado, puesto que en toda esta búsqueda del sujeto pedidor, jamás habrá reciprocidad ni solidaridad ni generosidad: lo que se encuentra es oportunismo y aprovechamiento. El pedidor es, básicamente, un sujeto idéntico al arribista, al que progresa por medios rápidos y sin escrúpulos. El pedidor es, también, un sujeto idéntico al discriminador: clasista, racista, masculinista.

Con un individuo que cultiva este tipo de identidad fabricada, con una cultura que se ha establecido sobre la base de la estigmatización, con un mercado que ofrece una acumulación que no tiene un significado ni un contenido, no hay, por tanto, comunidad. No hay comunidad societaria, no hay comunidad política.

Lo que vivimos, lo que padecemos, en la etapa actual del capitalismo, son pseudo-comunidades: espectros de una sensibilidad auténtica y de una sociabilidad verdadera, es decir, conjuntos sociales que están engendrados, como los mismos individuos, de formas y no de contenidos.

La etapa actual del capitalismo ha producido un tal acopio de mercancías, que el individuo también ha acumulado una masa enorme de valores y de significantes para, de esta manera, fijar una forma individual que es, finalmente, una identidad que busca la superioridad: empoderamiento del sujeto que sostiene, desde lo profundo, al sistema social.

Ambos, individuo y sistema, mantienen este equilibrio de poder sociopolítico. El pedidor es la figura de carne y hueso, la encarnación maldita de las peores éticas que han existido desde el surgimiento del capitalismo: una ruina, un colapso, un artefacto feroz. El capitalismo de consumo, entonces, necesita de individuos que acumulen desde el punto de vista económico, aunque requiere, más aún, de una cultura identitaria que excluya, que desafilie y que desacredite la otredad: es el modo imperante de cooptar la vida que fluye y de dirigirla hacia los acantilados de una muerte prometida, la que siempre se cumple, que se cumple en los silencios de la naturaleza humana.

Para María Zambrano7, cuando los sueños de poder de los sujetos se transforman en un endiosamiento, es una señal clara de una crisis histórica, de un peligro político. Así, Zambrano dice: “es una caída, un abismo que se abre en la historia, y que devora alucinatoriamente siglos enteros –toda una civilización por momentos– sumiéndola en una situación pre-histórica, más bien infra-histórica”.

En otro texto, María Zambrano8 señala que la salida a la infra-historia será “la pérdida de los últimos rastros de un imperio que fue inmenso, una liberación entonces (…) una suerte de desnudez que por sí misma hace sentir que se está renaciendo, pues como se nació desnudo, sin desnudez no hay renacer posible; sin despojarse o ser despojado de toda vestidura, sin quedarse sin dosel, y aun sin techo, sin sentir la vida toda como no pudo ser sentida en el primer nacimiento; sin cobijo, sin apoyo, sin punto de referencia”.

Entonces y solo entonces, tendrá fin la circularidad cruel de esta forma de interacción en la sociedad del consumo.

4 Cerutti, Simona, Étrangers. Étude d’une condition d’incertitude dans une société d’Ancien Régime, París, Bayard, 2012. Cf. Conte, Emanuele, “Cose, persone, obbligazioni, consuetudini. Piccole osservazioni su grandi temi”, Faron, Olivier y Hubert, Étienne (ed.), Le sol et l’immeuble, Lyon, Presses universitaires de Lyon, 1995.

5 Baudrillard, Jean, Crítica de la economía política del signo, México, Siglo XXI, 1985.

6 Goffman, Erving, Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.

7 Zambrano, María, Persona y democracia. La historia sacrificial, Madrid, Siruela, 1996.

8 Zambrano, María, Claros del Bosque, Madrid, Cátedra, 2011.

Los buenos y los pobres: sobre el círculo virtuoso de la pobreza en Chile neoliberal

(2012)

Me ha alegrado saber que por lo menos tienen una lata de Nescafé. Siempre que una persona tiene una lata de Nescafé me doy cuenta de que no está en la última miseria; todavía puede resistir un poco. Julio Cortázar, El Perseguidor, 1959.

En el contexto de la sociedad chilena post-dictadura, la pobreza ha sido una pieza clave en la articulación de la transición democrática y en la institucionalidad político-social del Estado neoliberal. La pobreza se ha constituido en una base de la sociedad, la base necesaria para una estratificación social, la silenciosa base de una pirámide social. Esta base sirve para que los políticos, ya sean de la derecha conservadora o de la centroizquierda, establezcan un consenso amplio sobre la necesidad de su superación. Entonces, la pobreza se ha transformado en un argumento discursivo frente a la crisis chilena de los grandes paradigmas sociológicos, posibilitando un proyecto de país.

La pobreza vista como base estática de la sociedad no conforma una clase social, sino más bien un colectivo que padece un vasto conjunto de políticas enfocadas en la ayuda. La base pobre de la sociedad chilena neoliberal se visualiza, por ende, como pasiva: es el ganado que se encuentra esperando el turno para ser procesado en las industrias del neoliberalismo impecable chileno. No obstante, es una base que se rebela, puesto que posee una experiencia política y cultural que los discursos dominantes no logran capturar.

Posterior al gran terremoto del 27 de febrero de 2010 en la zona centro-sur de Chile, los estratos populares saquearon supermercados y multitiendas. Ante el impacto personal por dichos acontecimientos, nació el deseo de escribir este pequeño ensayo. Mi impacto no se refería al hecho mismo de los saqueos, sino al hecho de que todo aquello sucedía televisado en vivo y con los ejércitos en la calle. Represión y televisión: me parecía que la militarización del espacio público conjugada con una mediatización exagerada, producía una población cautiva, un aprisionamiento de una población sobreexpuesta que, finalmente, era una categoría social en imagen y en movimiento. En estas notas, deseo analizar los mecanismos de formación de la categoría social del pobre en el Chile neoliberal, con el fin de criticar sus efectos ideológicos y sus cargas simbólicas.

Se podría plantear una pregunta básica respecto de la pobreza: ¿quiénes son los pobres? El discurso oficial permite dos respuestas científicas. Por un lado, la estadística socioeconómica chilena se articula en torno a la abundancia o la carencia de determinados bienes: es una línea de ingresos bajo la cual se está en la pobreza, es una fina y tensa línea que permite entrar y salir, caer y subir, estar arriba o abajo, pero siempre la diferencia es arbitraria y engañosa. Así, el pobre es aquel que ha caído por un salto manipulado. Por otro lado, los científicos sociales complejizan la mirada agregando análisis y conceptos que lograrían explicar el mundo de la pobreza desde un punto de vista sociocultural: así nacen y se aplican nociones como capital social, solidaridad de grupo, redes sociales, economía informal, etcétera. En este caso, el pobre es aquel que, prefigurado por una trama conceptual, habría de tener un comportamiento y una cultura que se separa (ampliamente) del resto de la sociedad.

El trabajo de estadísticos, tecnócratas, policías y científicos sociales ha creado, desde los inicios de la transición democrática, un conocimiento del mundo de la pobreza que permitió y permite ordenar (teórica y prácticamente) a los pobres en curvas, gráficos, relaciones sociales, imaginarios, redes vecinales y barriales, entidades locales y estatales, entre otros modelos.

En este sentido, ¿cuál es la atracción que ejerce la pobreza para los investigadores sociales y los políticos modernizados? Más ampliamente –lo que constituye la pregunta central de este escrito–, ¿cuál es el atractivo ideológico de la categoría de la pobreza en la sociedad chilena neoliberal? Y creo que las respuestas a estas preguntas no se resuelven solo indicando que se trata de populismo, que se debe salir del subdesarrollo o que son los mandatos de la OECD.

El pobre como objeto: punto de arranque metodológico

Georg Simmel, en un lúcido ensayo de principios del siglo XX9, establece dos situaciones sociales que contribuyen a definir a los pobres dentro de la comunidad societaria. De un lado, el pobre se constituye en pobre en tanto que es objeto de una asistencia social; la limosna cayendo en las manos de un pordiosero transforma al individuo que la recibe en un simple receptáculo de unas prácticas o de una institucionalidad. De otro lado, el pobre participa limitadamente en la sociedad, tiene el derecho a pedir las migajas, a acogerse en el asilo, a suplicar por la justicia celeste y terrestre, pero su sitial político se limita solamente a esa demanda de las sobras de la sociedad dominante y, por tanto, no existe el reconocimiento de cualquiera de sus acciones políticas y sociales.

Estas afirmaciones de Simmel, claramente, son anteriores a la construcción histórica del Estado de compromiso, donde el bienestar social y económico se constituyó en un derecho. Sin embargo, las conclusiones de su estudio bien valen para la caridad neoliberal. La asistencia social dada a los pobres tiene el objetivo político de paliar o de subsanar las distorsiones sociales que produce el capitalismo, por lo que se trata de un mecanismo estratégico para la mantención global de la estructura social10.

El pobre es aquel que experimenta la ajenidad en el seno de su propia sociedad, como si fuera un extranjero o un maldito; entonces, los pobres han sido, a lo largo de la historia, sometidos a diferentes regímenes de asistencia (y también a otros regímenes jurídicos y políticos): constituyen la población de esas instituciones, y es el modo, por tanto, en que se visibiliza y verbaliza la pobreza.

La pobreza puede ser interpretada como una objetivación a partir de estrategias institucionales, donde, en primer lugar, se encuentra la asistencia social. Una asistencia social que no cambia la estructura socioeconómica, sino más bien la reifica. No obstante, durante el Medioevo, la primera modernidad y la época colonial americana (y, también, más allá), la transformación en pobre que realiza la institución produce una inversión temporal y, en todo caso, simbólica del lugar social de los pobres11: los individuos que constituyen la población periférica de la sociedad (masa anónima, rústica, arrabalera, miserable, minoritaria, etcétera) entran, por medio de las aparatos institucionales, al centro de la sociedad, sin dejar por ello de pertenecer a la periferia. Y dicho centro de la sociedad está marcado sagradamente: es el sitio de los grandes discursos jurídicos, políticos y religiosos que los poderosos y los ricos utilizan en esos momentos de inclusión para dar cuenta de su bondad.

Centro y periferia: crítica a la bondad

Las acciones políticas sobre una población periférica que se termina categorizando como pobre ha sido una constante en la historia de la sociedad chilena, basta considerar la época de los conventillos (es decir, la cuestión social de principios del siglo XX), donde las familias proletarias eran constantemente intervenidas por la policía sanitaria y la caridad extramuros, por tanto, eran convertidos en el populacho insalubre y delincuencial. Sin embargo, es en el período post-dictadura donde aparece clara y nítidamente esta dinámica, producto de las políticas deliberadas, del mercado y de los poderes sociales.

Posterior a las políticas de erradicación de los barrios marginales desarrollada por la dictadura, cuyo objetivo era limpiar los barrios burgueses de aquellos elementos distorsionadores y, luego, a la privatización de los programas de vivienda social, se ha consolidado espacialmente una periferia en Santiago de Chile. Se trata de comunas del Gran Santiago: dentro de las comunas, se trata de barrios; dentro de los barrios, se trata de block de apartamentos o de casas (ambos construidos como vivienda social). Entonces, se podría decir que la población periférica habita en una doble clausura12.