Escándalo en Bohemia/A Scandal in Bohemia - Arthur Conan Doyle - E-Book

Escándalo en Bohemia/A Scandal in Bohemia E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

Holmes es llamado por un caballero enmascarado. Se presenta como el conde Von Kramm, un agente de un cliente adinerado, pero Holmes deduce rápidamente que se trata de Wilhelm Gottsreich Sigismond von Ormstein, gran duque de Cassel-Felstein y rey hereditario de Bohemia. El rey, arrancándose la máscara, lo admite.El caso es el siguiente: el rey está prometido con Clotilde Lothman von Saxe-Meningen, una joven y aburrida o divertida, según la persona, princesa escandinava, pero los suegros del rey tendrían una opinión muy mala de él si alguna prueba de su relación formal con una cantante de ópera llamada Irene Adler, originaria de Nueva Jersey, se les fuera revelada. Desafortunadamente, eso es lo que la dama está intentando hacer, aunque aparentemente no por dinero, ya que los agentes del rey han intentado comprar la prueba. También han allanado la casa de Irene Adler para intentar encontrar la prueba.La prueba es una foto descrita a Holmes como de tamaño exposición, y por lo tanto demasiado grande para poder llevarla encima, que muestra al rey (entonces era el príncipe heredero) e Irene Adler. El rey le da a Holmes 1000 libras (83.000 libras de 2008)1 para cubrir cualquier gasto, aunque dice que le daría una provincia de su reino por recuperar esa fotografía. Holmes queda con Watson en el 221 de Baker Street a las tres de la tarde del día siguiente.While the currently married Dr. Watson is paying Holmes a visit, a visitor arrives, introducing himself as Count Von Kramm, an agent for a wealthy client. However, Holmes quickly deduces that he is in fact Wilhelm Gottsreich Sigismond von Ormstein, Grand Duke of Cassel-Felstein and the hereditary King of Bohemia. Realizing Holmes has seen through his guise, the King admits this and tears off his mask.It transpires that the King is to become engaged to Clotilde Lothman von Saxe-Meiningen, a young Scandinavian princess. However, five years previous to the events of the story he had a liaison with an American opera singer, Irene Adler, while she was serving a term as prima donna of the Imperial Opera of Warsaw, who has since then retired to London. Fearful that should the strictly principled family of his fiancée learn of this impropriety, the marriage would be called off, he had sought to regain letters and a photograph of Adler and himself together, which he had sent to her during their relationship as a token. The King's agents have tried to recover the photograph through sometimes forceful means, burglary, stealing her luggage, and waylaying her. An offer to pay for the photograph and letters was also refused. With Adler threatening to send them to his future in-laws, which Von Ormstein presumes is to prevent him marrying any other woman, he makes the incognito visit to Holmes to request his help in locating and obtaining the photograph.

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Veröffentlichungsjahr: 2014

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Colección Biblioteca Clásicos bilingües

Escándalo en Bohemia/A Scandal in Bohemia

 

©Ediciones74,

www.ediciones74.wordpress.com

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Valencia, España

Diseño cubierta y maquetación: Rubén Fresneda

Imprime: CreateSpace Independent Publishing

ISBN: 978-1502424761

 

1ª edición en ediciones74, septiembre de 2014

Título original de la obra: A Scandal in Bohemia

Obra escrita en 1891 por Arthur Conan Doyle

Traducida al castellano en por Vicente García Aranda.

Vicente García Aranda (1825 Alicante - 1902 Valencia)

Esta obra ha sido obtenida de www.wikisource.org

Esta obra se encuentra bajo dominio público

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de su titular, salvo excepción prevista por la ley.

Arthur Conan Doyle

 

 

 

 

 

Escándalo

en Bohemia

A Scandal

in Bohemia

Las aventuras de Sherlock Holmes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

biblioteca clásicos bilingües

 

 

 

Arthur Conan Doyle

Escándalo en Bohemia

 

 

 

Para Sherlock Holmes, ella es siempre la mujer. Rara vez le oí mencionarla de otro modo. A sus ojos, ella eclip-sa y domina a todo su sexo. Y no es que sintiera por Irene Adler nada parecido al amor. Todas las emociones, y en especial ésa, resultaban abominables para su inteligencia fría y precisa pero admirablemente equilibrada. Siempre lo he tenido por la máquina de observar y razonar más perfecta que ha conocido el mundo; pero como amante no habría sa-bido qué hacer. Jamás hablaba de las pasiones más tiernas, si no era con desprecio y sarcasmo. Eran cosas admirables pa-ra el observador, excelentes para levantar el velo que cubre los motivos y los actos de la gente. Pero para un razonador experto, admitir tales intrusiones en su delicado y bien ajustado temperamento equivalía a introducir un factor de distracción capaz de sembrar de dudas todos los resultados de su mente. Para un carácter como el suyo, una emoción fuerte resultaba tan perturbadora como la presencia de arena en un instrumento de precisión o la rotura de una de sus po-tentes lupas. Y sin embargo, existió para él una mujer, y esta mujer fue la difunta Irene Adler, de dudoso y cuestionable recuerdo.

Últimamente, yo había visto poco a Holmes. Mi matrimonio nos había apartado al uno del otro. Mi completa felicidad y los intereses hogareños que se despiertan en el hombre que por primera vez pone casa propia bastaban para absorber toda mi atención; mientras tanto, Holmes, que odiaba cualquier forma de vida social con toda la fuerza de su alma bohemia, permaneció en nuestros aposentos de Baker Street, sepultado entre sus viejos libros y alternando una semana de cocaína con otra de ambición, entre la modorra de la droga y la fiera energía de su intensa personalidad. Como siempre, le seguía atrayendo el estudio del crimen, y dedicaba sus inmensas facultades y extraordinarios poderes de observación a seguir pistas y aclarar misterios que la policía había abandonado por imposibles. De vez en cuando, me llegaba alguna vaga noticia de sus andanzas: su viaje a Odesa para intervenir en el caso del asesinato de Trepoff, el esclarecimiento de la ex-traña tragedia de los hermanos Atkinson en Trincomalee y, por último, la misión que tan discreta y eficazmente había llevado a cabo para la familia real de Holanda. Sin embargo, aparte de estas señales de actividad, que yo me limitaba a compartir con todos los lectores de la prensa diaria, apenas sabía nada de mi antiguo amigo y compañero.

Una noche ––la del 20 de marzo de 1888–– volvía yo de visitar a un paciente (pues de nuevo estaba ejerciendo la medicina), cuando el camino me llevó por Baker Street. Al pasar frente a la puerta que tan bien recordaba, y que siempre estará asociada en mi mente con mi noviazgo y con los siniestros incidentes del Estudio en escarlata, se apoderó de mí un fuerte deseo de volver a ver a Holmes y saber en qué empleaba sus extraordinarios poderes. Sus habitaciones esta-ban completamente iluminadas, y al mirar hacia arriba vi pa-sar dos veces su figura alta y delgada, una oscura silueta en los visillos. Daba rápidas zancadas por la habitación, con aire ansioso, la cabeza hundida sobre el pecho y las manos juntas en la espalda. A mí, que conocía perfectamente sus hábitos y sus humores, su actitud y comportamiento me contaron toda una historia. Estaba trabajando otra vez. Había salido de los sueños inducidos por la droga y seguía de cerca el ras-tro de algún nuevo problema. Tiré de la campanilla y me condujeron a la habitación que, en parte, había sido mía.

No estuvo muy efusivo; rara vez lo estaba, pero creo que se alegró de verme. Sin apenas pronunciar palabra, pero con una mirada cariñosa, me indicó una butaca, me arrojó su caja de cigarros, y señaló una botella de licor y un sifón que había en la esquina. Luego se plantó delante del fuego y me miró de aquella manera suya tan ensimismada.

––El matrimonio le sienta bien ––comentó––. Yo diría, Wat-son, que ha engordado usted siete libras y media desde la última vez que le vi.

––Siete ––respondí.

––La verdad, yo diría que algo más. Sólo un poquito más, me parece a mí, Watson. Y veo que está ejerciendo de nuevo. No me dijo que se proponía volver a su profesión. ––Entonces, ¿cómo lo sabe?

––Lo veo, lo deduzco. ¿Cómo sé qué hace poco sufrió usted un remojón y que tiene una sirvienta de lo más torpe y des-cuidada?

––Mi querido Holmes ––dije––, esto es demasiado. No me cabe duda de que si hubiera vivido usted hace unos siglos le habrían quemado en la hoguera. Es cierto que el jueves di un paseo por el campo y volví a casa hecho una sopa; pero, dado que me he cambiado de ropa, no logro imaginarme cómo ha podido adivinarlo. Y respecto a Mary Jane, es incorregible y mi mujer la ha despedido; pero tampoco me explico cómo lo ha averiguado.

Se rió para sus adentros y se frotó las largas y nerviosas manos.

––Es lo más sencillo del mundo ––dijo––. Mis ojos me di-cen que en la parte interior de su zapato izquierdo, donde da la luz de la chimenea, la suela está rayada con seis marcas casi paralelas. Evidentemente, las ha producido alguien que ha raspado sin ningún cuidado los bordes de la suela para desprender el barro adherido. Así que ya ve: de ahí mi doble deducción de que ha salido usted con mal tiempo y de que posee un ejemplar particularmente maligno y rompebotas de fregona londinense. En cuanto a su actividad profesional, si un caballero penetra en mi habitación apestando a yodo-formo, con una mancha negra de nitrato de plata en el dedo índice derecho, y con un bulto en el costado de su sombrero de copa, que indica dónde lleva escondido el estetoscopio, tendría que ser completamente idiota para no identificarlo como un miembro activo de la profesión médica.

No pude evitar reírme de la facilidad con la que había ex-plicado su proceso de deducción.

––Cuando le escucho explicar sus razonamientos ––comen-té––, todo me parece tan ridículamente simple que yo mis-mo podría haberlo hecho con facilidad. Y sin embargo, siempre que le veo razonar me quedo perplejo hasta que me explica usted el proceso. A pesar de que considero que mis ojos ven tanto como los suyos.

––Desde luego ––respondió, encendiendo un cigarrillo y dejándose caer en una butaca––. Usted ve, pero no observa. La diferencia es evidente. Por ejemplo, usted habrá visto muchas veces los escalones que llevan desde la entrada hasta esta habitación.

––Muchas veces.

––¿Cuántas veces?

––Bueno, cientos de veces.

––¿Y cuántos escalones hay?

––¿Cuántos? No lo sé.

––¿Lo ve? No se ha fijado. Y eso que lo ha visto. A eso me re-fería. Ahora bien, yo sé que hay diecisiete escalones, porque no sólo he visto, sino que he observado. A propósito, puesto que está usted interesado en estos pequeños problemas, y dado que ha tenido la amabilidad de poner por escrito una o dos de mis insignificantes experiencias, quizá le interese esto ––me alargó una carta escrita en papel grueso de color rosa, que había estado abierta sobre la mesa––. Esto llegó en el último reparto del correo ––dijo––. Léala en voz alta.

La carta no llevaba fecha, firma, ni dirección.

«Esta noche pasará a visitarle, a las ocho menos cuarto, un caballero que desea consultarle sobre un asunto de la máxima importancia. Sus recientes servicios a una de las familias reales de Europa han demostrado que es usted persona a quien se pueden confiar asuntos cuya trascendencia no es posible exagerar. Estas referencias de todas partes nos han llegado. Esté en su cuarto, pues, a la hora dicha y no se tome a ofensa que el visitante lleve una máscara.»

––Esto sí que es un misterio ––comenté––. ¿Qué cree usted que significa?

––Aún no dispongo de datos. Es un error capital teorizar antes de tener datos. Sin darse cuenta, uno empieza a defor-mar los hechos para que se ajusten a las teorías, en lugar de ajustar las teorías a los hechos. Pero en cuanto a la carta en sí, ¿qué deduce usted de ella?

Examiné atentamente la escritura y el papel en el que estaba escrita.

––El hombre que la ha escrito es, probablemente, una per-sona acomodada ––comenté, esforzándome por imitar los procedimientos de mi compañero––. Esta clase de papel no se compra por menos de media corona el paquete. Es espe-cialmente fuerte y rígido.

––Especial, ésa es la palabra ––dijo Holmes––. No es en ab-soluto un papel inglés. Mírelo contra la luz.

 

Así lo hice, y vi una E grande con una g pequeña, y una P y una G grandes con una t pequeña, marcadas en la fibra mis-ma del papel.