Escándalo en la nieve - Jessica Lemmon - E-Book
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Escándalo en la nieve E-Book

Jessica Lemmon

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Beschreibung

El multimillonario Chase Ferguson solo se arrepentía de una cosa: haber abandonado a Miriam Andrix para protegerla del escrutinio público al que él estaba sometido. Cuando una tormenta de nieve dejó a Miriam atrapada en su mansión en las montañas de Montana, la pasión entre los dos volvió a desatarse, imposible de resistir. Pero la realidad y el escándalo les obligaron a enfrentarse al presente. Chase ya había renunciado a ser feliz en una ocasión. ¿Se atrevería ahora a luchar por lo que realmente quería?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2018 Jessica Lemmon

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Escándalo en la nieve, n.º 2124 - abril 2019

Título original: A Snowbound Scandal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-817-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

El mejor amigo del alcalde Chase Ferguson y jefe de su equipo de seguridad entró en el despacho con una hoja de papel en la mano.

–¿Ocupado? –preguntó Emmett.

–Muchísimo –respondió Chase. Llevaba veinte minutos con los ojos fijos en un punto en la pared mientras pensaba en cómo responder al correo electrónico del gobernador.

–No te robaré mucho tiempo –Emmett no sonreía, pero Chase sabía que su amigo estaba de buen humor. Emmett le conocía mejor que nadie, en ciertos aspectos, incluso mejor que su propia familia.

Emmett dejó el papel encima del escritorio y Chase agarró la foto en color impresa con la imagen de una delgada y delicada mujer que parecía estar gritando al tiempo que sostenía una pancarta. En la pancarta había una foto con un pájaro chorreando un líquido negro y, alrededor de la foto, estaba escrito: «El petróleo mata». Al fondo se veían pancartas similares, pero fue la mujer lo que realmente le impactó.

Un cabello oscuro suave y ondulado, buenos pómulos y labios pronunciados. A pesar de los años que habían transcurrido, no le costó recordar ese elegante y delgado cuerpo pegado al suyo. Mimi Andrix era tan delgada como una modelo, con pequeños pechos y delicadas curvas. Los años habían sido generosos con ella, a juzgar por la foto.

–¿De cuándo es esta foto? –preguntó Chase.

–De hace tres años, en Houston.

–¿Cómo es que ha caído en tus manos?

–Me avisó una de las personas que trabajan en la campaña. La enviaron por correo a la oficina acompañada de una carta amenazando con enviársela también Jaime Holland.

El adversario de Chase. Un tipo desagradable, con vínculos con ciertos magnates de Texas de dudosa reputación e involucrado en numerosas actividades ilegales.

–Estamos intentando averiguar quién la ha enviado, pero de momento no tenemos nada –dijo Emmett.

Chase lanzó un gruñido. Ah, el periodo de la campaña electoral. Quería seguir en su puesto durante todo el tiempo que la ciudad se lo permitiera. No solo era el alcalde más joven en la historia de Dallas, también era uno de los pocos políticos que ocupaban ese cargo que no se dejaban sobornar. Como miembro de la familia Ferguson y propietario de un tercio de Ferguson Oil, a Chase le sobraba el dinero. No ansiaba poder ni prestigio, sino justicia. Seguir de alcalde le permitiría luchar contra los políticos corruptos, como Jaime Holland, por ejemplo.

–La he reconocido inmediatamente –Emmett había acompañado a Chase durante un largo viaje de tres meses en el que Chase había conocido a Mimi. Emmett era una de las pocas personas que sabían lo que había habido entre los dos aquel verano años atrás, lo bueno y lo malo.

–Debería saber que está expuesta a todo tipo de publicidad.

Mimi odiaba la política. No soportaría verse arrastrada por el fango durante la campaña electoral si se descubría y salía a la luz la relación que había tenido con él.

–He estado investigando y he descubierto que vive en Bigfork. Tienes previsto un viaje a Montana pronto, ¿verdad? ¿Por qué no vas a verla y hablas con ella en persona? –su amigo sonrió irónicamente.

–Dudo mucho que me recibiera con los brazos abiertos –la última vez que se habían visto, en Dallas, Chase la había metido en un avión en dirección a Bigfork. Enrojecida, con una mezcla de enfado y desesperación, le había detestado y dudaba que sus sentimientos por él hubieran cambiado.

–Trabaja en una organización dedicada a la conservación del medioambiente. Un grupo ecológico. En su página web se habla de «salvar el planeta».

Chase sonrió. Mimi era sumamente generosa y tenía un gran corazón. Hasta que fue a Dallas con él, no se había enterado de lo involucrado que él estaba en, según las palabras de Mimi, «uno de los mayores enemigos del medioambiente». La industria del petróleo era la industria de su familia.

Pero, al enterarse, no había roto con él. A Chase le había sorprendido que Mimi, sabiendo que los miles de millones que él había heredado de la misma industria que causaba tanto estrago según ella, hubiera seguido con él. Con lágrimas en los ojos, le había dicho que no le culpaba de ello, que llegarían a un acuerdo y que lo único que importaba era lo que sentían el uno por el otro.

Había sido él quien había roto la relación y le había causado un gran sufrimiento.

–¿Te has preguntado alguna vez qué habría pasado si os hubierais casado? –dijo Emmett dirigiéndose hacia la puerta.

–No –Chase nunca se cuestionaba las decisiones que tomaba.

–Al ver la foto, me he preguntado si ella se habría doblegado a ti y se habría conformado con ser la esposa de un político o si, por el contrario, tú te habrías dejado convencer y habrías acabado manifestándote contra las grandes compañías petrolíferas.

A Chase se le revolvió el estómago. No le gustaba pensar en lo que podría haber sido y no fue.

–Lo primero –respondió Chase.

Por eso era por lo que la había dejado. Mimi era demasiado buena para verse arrastrada a la esfera política. El deseo de protegerla había sido lo que le había hecho obligarla a subirse a ese avión. Un corte tajante era lo mejor y así se le había dicho en su momento.

Emmett cerró la puerta tras sí, dejándole a solas con unos pensamientos a los que no quería dedicarles tiempo. Había tenido numerosas relaciones amorosas durante los últimos diez años, a partir de su ruptura con Mimi. No sabía si por la edad de ambos entonces, él veintiséis y ella, veintitrés, o por ser un romance de verano, pero tenía grabada a Mimi en la memoria.

En aquel tiempo, Chase no era tan conservador como era ahora, se parecía más a su padre, Rider. Pero su madre, Eleanor, se había encargado de moderar el comportamiento de sus hijos. Lo había conseguido con él, pero Zach, a pesar de trabajar en la empresa familiar, seguía siendo una persona indómita.

Chase había cambiado después de ver claros sus intereses políticos. Por suerte, contaba con Emmett.

Aunque Emmett estaba a cargo del equipo de seguridad, sus obligaciones abarcaban todo lo que tuviera que ver con el cargo de él como alcalde. La lealtad era un lujo de valor incalculable en el campo de la política, por lo que se consideraba muy afortunado de contar con un amigo de toda la vida guardándole las espaldas.

Chase abrió el cajón superior del escritorio y guardó la foto. Sí, tenía buenos recuerdos de aquel verano. Como el día que entraron a escondidas en la enorme propiedad con vistas al lago. La casa, arrogante en su posición, tenía ocho dormitorios, seis cuartos de baño y, en su totalidad, mil cuatrocientos metros cuadrados.

Lo sabía porque había pasado años con los ojos puestos en dicha propiedad, a la espera de que el elusivo propietario muriera o se marchara.

El propietario había puesto a la venta la propiedad tres años atrás, y Chase la había comprado por dieciséis millones. La había remodelado y ahora, la casa, contaba con múltiples chimeneas, piscina interior climatizada, jacuzzi y bodega, entre otras muchas cosas.

La compra también le había hecho propietario de una buena parte de la orilla del lago Flathead. Desde la adquisición de la mansión, había estado allí cuatro veces, hacía lo posible por ir una vez al año como mínimo. Cuando iba, pensaba en Mimi solo de pasada. No era propio de él obsesionarse con el pasado. ¿Qué sentido tenía?

Se levantó y, a través de los cristales, contempló la ciudad. Dallas en otoño. Aún faltaban dieciocho meses para las elecciones, ya se estaban preparando para la campaña electoral, pero todavía las cosas estaban tranquilas.

El viaje a Bigfork que tenía previsto quizá fuera la última oportunidad que tendría de salir de la ciudad y descansar de la política durante unos días. Si ocurría lo peor, si Mimi se veía envuelta en algún escándalo político, sería mejor que él estuviera en Dallas, no en la ciudad donde ella vivía.

 

 

–Stefanie, por favor –Eleanor Ferguson amonestó a su hijo, sentada al otro lado de la mesa del comedor.

Stefanie alzó la mirada al techo, harta de que su madre la tratara como si fuera una niña siempre que se reunían durante las vacaciones. O minivacaciones, como era el caso. Después, desvió los ojos hacia sus hermanos. Chase, con traje y corbata, había venido directamente del trabajo, tarde, como de costumbre. Su hermano le respondió alzando una ceja, pero no dijo nada. Zach, sentado al lado de su esposa, Penelope, estaba demasiado ocupado con su hija de diez años para prestar atención a su hermana y a su madre. El resto de los comensales no formaban parte de la familia. Emmett Keaton, el jefe del equipo de seguridad de Chase y su mejor amigo, estaba sentado a la cabeza de la mesa, frente a su padre. Comía en silencio y la observaba con expresión neutral, como de costumbre.

Ese hombre la exasperaba. No le había quitado el ojo desde aquel desafortunado incidente con uno de los enemigos políticos de Chase.

–Esta no es la comida del día de Acción de Gracias –declaró Stef dejando la servilleta en la mesa–, todavía faltan dos semanas.

Emmett murmuró algo parecido a una carcajada contenida y Stef le lanzó una furiosa mirada.

–¿Por qué está aquí? –preguntó Stef a todos los comensales.

–Rider –Elle miró a su marido–. Dile a tu hija que en esta casa no se permite la mala educación.

–Stef, cielo, todos debemos hacer sacrificios –Rider sonrió a su hija–. ¿Crees que a mí me apetece pasar mis vacaciones preferidas en un barco?

–Es un crucero –corrigió Elle.

–Emmett está aquí porque jamás rechaza una invitación a comer –comentó Chase en broma.

Emmett volvió a gruñir. Steff supuso que era la forma que tenía de mostrarse de acuerdo con su amigo.

Emmett era un neandertal.

–No me parece bien que todos estéis por ahí el día de Acción de Gracias –era un sacrilegio.

¿Acaso seguir una tradición solo le importaba a ella? Chase iba a pasar esos días de vacaciones en Montana, solo. Zach y Pen, con su hija, iban a Chicago a ver a los padres de Pen; al menos, era una excusa válida. Y sus padres iban a estar flotando en medio del Atlántico en bañador bebiendo mai tais.

–Yo voy a quedarme aquí –comentó Emmett.

–¡Vaya suerte la mía! –Stef prefería calentarse un plato precocinado en el microondas a comer pavo con Emmet.

–Stef, si quieres venir a Chicago con nosotros, mis padres estarían encantados –dijo Pen al tiempo que levantaba a su hija de la trona.

La esposa de su hermano, Penelope, era una mujer dulce, reflexiva e inteligente, y hermosa. Y aunque le encantaba salir con Pen, no quería entrometerse. Ese iba a ser el primer día de Acción de Gracias que los padres de Pen iban a pasar con su nieta Olivia.

–Te lo agradezco, pero no es necesario –Stef sonrió a su cuñada–. Estaré bien. Me dedicaré a hacer los preparativos para Navidad.

–De todos modos, si cambias de idea, no tienes más que decirlo –Pen pidió disculpas para salir del comedor y atender a Olivia.

–¿Necesitas que te ayude? –preguntó Zach poniéndose en pie.

–No, no te preocupes, puedo arreglármelas sola –Pen dio un beso a su marido y él le dedicó una sonrisa de adoración.

–No me pidas que te invite a ir a Montana conmigo porque no voy a hacerlo –dijo Chase echándose más puré de patatas en el plato.

–No pasaría el día de Acción de Gracias contigo por nada del mundo –bromeó Stef.

–Estupendo –respondió Chase.

Stef siempre había podido contar con su hermano mayor. Sabía que, si quisiera ir a Montana con Chase, él la llevaría. Pero Chase también se merecía un descanso. Aquella noche, le veía cansado, lo notaba en sus ojos.

–¿Qué vas a hacer tú esos días, Emmett? –preguntó Elle.

–Estaré de guardia, por si se me necesita para algo. Los de seguridad nunca descansamos.

Stef miró subrepticiamente a Emmett. No le conocía muy bien, solo sabía que Chase y él eran amigos desde hacía años. Suponía que, tras esas enormes espaldas y el permanentemente fruncido ceño de ese hombre, se escondía un individuo solitario que trabajaba las veinticuatro horas del día todos los días de la semana, y poco más. Su vida parecía reducirse a todo lo relacionado con la familia Ferguson y nada más.

Stef suspiró con resignación. No estaba acostumbrada a estar sola, pero eso no significaba que no pudiera. Ese año iba a pasar el día de Acción de Gracias sola. Le ayudaría a madurar.

Ya era hora de que su familia empezara a dejar de considerarla una niña. Al fin y al cabo, tenía veintinueve años.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Envuelta en un abrigo verde que le llegaba hasta la rodilla, Miriam Andrix, cruzó el aparcamiento con la cabeza baja para protegerse del gélido viento. Había nacido y se había criado en Montana, pero cada vez toleraba menos el frío. Lo que era ridículo, solo tenía treinta y tres años, no los setenta y cinco de su abuela, que ponía el termostato de la calefacción a veintiséis grados.

Se dirigía al mercado de productos orgánicos para comprar los ingredientes para un pastel de batata, tal y como su madre le había mandado. Era la primera vez que la habían dejado a cargo del postre.

A la entrada del mercado, las puertas se abrieron y lo primero que notó fue el olor a sidra caliente con especias. Pero también olió sándalo, pino, cuero… Algo que le resultó familiar. Sin embargo, fue una voz lo que le golpeó con fuerza.

–Mimi…

Mimi alzó el rostro y se encontró delante de un hombre bastante más alto que ella, el ceño fruncido en un increíblemente hermoso rostro, con ojos verde grisáceo y el cabello revuelto, igual que diez años atrás, el único rasgo indomable de Chase Ferguson.

–Hola, Chase.

Una semana atrás había recibido, por correo certificado, una foto acompañada de una carta de la alcaldía de Dallas firmada por una mujer. Después de leer los dos párrafos de la carta, la había tirado a la basura. En la misiva se le comunicaba que su nombre podía verse mencionado durante la campaña electoral de Chase Ferguson y que quizá, en el futuro, necesitaran ponerse en contacto con ella para pedirle su cooperación.

Pero el hecho de haber tirado la carta a la basura no había borrado de su memoria el recuerdo de Chase. Había pasado una semana entera reflexionando sobre el verano que habían pasado juntos.

–No esperaba verte –dijo Chase con la misma voz profunda y aterciopelada de siempre.

–Lo mismo digo –respondió ella con una sonrisa forzada.

–Sí, supongo que tú tampoco esperabas verme –dijo él sujetando una bolsa de papel con comestibles.

–¿Qué estás haciendo en Montana?

–Todos años vengo de vacaciones, a descansar del bombo y platillo de la política.

¿Todos los años?

–He recibido una carta de ese bombo y platillo.

–Bien. Solo queríamos que lo supieras. Tenemos la sospecha de que uno de mis contrincantes ha estado hurgando y la ha encontrado.

–¿Dónde te hospedas?

–Tengo una casa aquí.

–¿Que tienes una casa aquí? –eso era nuevo.

–Sí, en el lago Flathead.

Un recuerdo la asaltó: ella animándole a bañarse desnudos en el lago, en la orilla del lago de una propiedad privada una cálida noche de julio. Había acabado convenciéndole.

Se quedó mirando los anchos hombros de Chase, su cuerpo, su altura. Seguía gustándole, desgraciadamente.

–En Pinecone Drive –añadió él.

–¿Te refieres a… la casa de la colina con todos esos ventanales?

–La misma. La compré hace unos años. Siempre me ha gustado. Desafortunadamente, no vengo tanto como me gustaría.

–¿Y has venido con… tu familia? –¿Esposa? ¿Niños?

–No, he venido solo. Mis padres se han ido de crucero por las Barbados y mi hermano Zach ha ido a Chicago con su esposa y su hija.

–Así que Zach se ha casado, ¿eh? –sonrió al pensar en el hermano menor de Chase casado y con una hija. Solo le había visto una vez, pero tenía un buen recuerdo de aquel tipo rubio de ojos verdes. También había conocido de pasada a la hermana menor de Chase, Miriam–. ¿Y Stefanie?

–Está bien. Soltera. Mejor para ella.

–Sí. Yo también me alegro de estar soltera –declaró Miriam.

–Y yo.

–Bueno, será mejor que me ponga en marcha. Tengo que comprar los ingredientes para un pastel de batata, mi contribución a la comida del día de Acción de Gracias.

–Ah, me encanta el pastel de batata, es uno de mis postres preferidos.

–¿En serio?

–Sí. Lo he buscado en los congeladores, pero no lo he encontrado –Chase rebuscó en la bolsa de la compra y sacó un pastel de cerezas congelado; después, sacó una pizza congelada también.

–No puedo creerlo. ¿Vas a comer pizza el día de Acción de Gracias?

–Pero tengo buen vino en casa.

Él también estaba muy bueno. Desde los relucientes zapatos al elegante traje y la corbata debajo del abrigo oscuro. Resultaba difícil imaginar a Chase tomando comida precocinada acompañada de una botella de vino de mil dólares.

–Y si me resulta demasiado trabajoso preparar la pizza, tengo un buen pan aquí en la bolsa y tres tipos diferentes de queso cheddar –añadió él con una sonrisa.

–Bien. En fin, que disfrutes con el queso y el vino, o lo que sea –Mimi asintió y, sin más palabras, se volvió para marcharse.

–Mimi, espera –dijo Chase, deteniéndola. Entonces, le ofreció una tarjeta–. Aquí tienes mi número de móvil, por si surge algún problema y necesitas ponerte en contacto conmigo. No dudes en llamarme, por favor.

Mimi aceptó la tarjeta, asintió y se alejó de él sin volver la vista atrás.

Se detuvo delante de la verdulería, pero ya no quedaban batatas, solo boniatos. Emitió un chasquido con la lengua, había ido allí en mal momento, tanto para la compra de batata como por el hecho de haberse topado con un exnovio que debería tener un aspecto mucho menos tentador.