Espacios de supervisión - Fernando Vicente Gómez - E-Book

Espacios de supervisión E-Book

Fernando Vicente Gómez

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Beschreibung

La supervisión es, como todo espacio relacional, el encuentro entre aquel o aquellos a quienes se les reconoce un saber y aquellos otros que desean acceder al mismo y exponen sus prácticas para profundizar en su desarrollo. No solo la transmisión de un saber sino también un lugar de creación de saber y conocimiento. No siempre entendida así, muchas veces —desde una posición de control y de un saber autoritario— la supervisión actúa como control por parte de una institución para garantizar la ortodoxia y minimizar las críticas. En el campo del psicoanálisis la supervisión ha sido, y quizás siga siéndolo, un lugar de control para reunir los méritos de acceso al reconocimiento por parte de una institución. El supervisor como guardián del buen hacer y asegurar un control de lo que se hace; posición de sometimiento muy lejana del proyecto liberador que es el psicoanálisis. Fernando Vicente nos ofrece un texto que ayuda a la comprensión de una manera de hacer (en) el espacio de supervisión. No es una guía más ni pretende entrar en litigios con otras maneras de entender las prácticas de acompañamiento en las tareas profesionales. Tampoco un intento de presentar el psicoanálisis como la incuestionable vía para la práctica de supervisión. El lector accederá a muchos de los principios del psicoanálisis, sentirá la compasión del autor con los sufrimientos de los profesionales en el desarrollo de sus difíciles tareas y su apuesta concreta por ayudar en el mejor desarrollo de las mismas. Un texto que estimula la implicación, la reflexión y el cambio, imprescindibles para que el espacio de supervisión se convierta en un instrumento de transformación de las prácticas y de los sujetos que en ellas participan.

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ESPACIOS DE SUPERVISIÓN

Clínica institucional y clínica del sujeto

FERNANDO VICENTE GÓMEZ

Prólogo de José Leal RubioyMª Rosa Verdaguer Rosàs

Colección Schreber

Créditos

Colección Schreber

Título original

Espacios de supervisiónClínica institucional y clínica del sujeto

© Fernando Vicente Gómez, 2022

© De esta edición: Pensódromo SL, 2022

Diseño de cubierta:Cristina Martínez Balmaceda - Pensódromo

Editor: Henry Odell

e–mail: [email protected]

ISBN print: 978-84-124848-5-4

ISBN e-book: 978-84-125592-9-3

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Índice

AgradecimientosPrólogosPrólogoPor José Leal RubioPrólogoPor Mª Rosa Verdaguer RosàsEspacios de supervisiónPrimera parteIntroducciónBreve recorrido por la historiaDefiniciónCoachingLa supervisiónTransferenciaLa demandaSegunda parteReflexión personal como pricoanalista en el campo de la supervisiónY para concluir...BibliografíaAcerca del autor

A mi familia por estar y a Mathias por haber llegado.

Agradecimientos

No puedo citar a cuantas instituciones, equipos y profesionales, han contribuido a lo largo de estos años a mi formación continua como psicoanalista-supervisor. Pero sí una mención especial para el Dr. Marcel Ventura y Carmen Busquets quienes, a través del Centre d’Educació Especial Vil•la Joana hicieron posible mi llegada a Cataluña. A ellos y al conjunto del equipo, gracias.

También un agradecimiento especial a quienes han colaborado en la encuesta elaborada por mí, procurándome con ello un rico material donde apoyar mi reflexión y análisis para este libro.

Al CPB SSM, dando las gracias póstumas a su fundador, el Dr. Pep Fàbregas, y a su esposa, la Dra. Mª Rosa Verdaguer por seguir en la tarea, y a todo el equipo pluridisciplinar por la confianza y paciencia en nuestra mutua colaboración que aún continúa.

A todos cuantos trabajan en la Comunidad Terapéutica del Maresme, con sus responsables los Drs. Valentín Agustí y Guillermo Homet a pesar de nuestros discontinuos encuentros.

Al equipo de la Clínica Galatea y a su jefa de servicios la Dra. Mª Dolores Braquehais.

Al del Centro de Higiene Mental de Badalona, y en especial a Xavier Ametller.

Al equipo de terapeutas-analistas de la Diputación de Barcelona, supervisores en los servicios sociales de dicha institución.

Al CERPE (Centre d’Études et de Rechoncho pour la Petite Enfance) de París, a su equipo directivo y al conjunto de profesores que lo componen.

A los miembros de la Fundación Maisons des Champs de París.

A la Asociación Aurore de París, en especial a sus responsables, Leon y Dorothée.

Al servicio SA-VS del Hospital de Sainte Anne de París y en especial a su responsable Carole Lepagnot.

Al IMP y Hospital de día en Toulouse.

Agradecimiento especial para Henry Odell, mi editor, y Salvador Foraster, por su acogida y apoyo a mis proyectos desde el inicio y haciéndolos posibles.

A Alicia Cabezas y Joan Mateos por sus oportunas pinceladas.

Y a mi hijo, Yorgui Vicente, quien con mucha paciencia, leyó, corrigió y mejoró así la lectura de estas líneas.

Prólogos

Prólogo

por José Leal Rubio

Es de agradecer la sinceridad de un texto en el que su autor informa desde el principio sus objetivos con claridad.

Cuando Fernando Vicente, en el segundo párrafo de la Introducción dice abierta y sinceramente:

No quisiera llenar estas páginas con citas y reflexiones de otros especialistas en la materia. Sólo lo haré en la medida que lo crea necesario para esclarecer mi propio camino,

está marcando, de alguna manera, los cauces por los que puede transitar el prólogo y también las ulteriores reflexiones de quienes lean su trabajo.

Por lo tanto, nos encontramos ante un texto que es básicamente la narración de una práctica hecha de un modo personal. Es sobre dicho modo particular de su hacer la tarea de supervisor de lo que quiere hablar y contar. Y lo hace con mucha precisión porque es un texto que yo diría es prácticamente autobiográfico. Por tanto, quien lo lea va a encontrar un conjunto muy interesante de reflexiones acerca de la propia práctica y, creo, sin la pretensión de hablar de otros modos posibles, que existen, de llevarla a cabo. Solo se detiene en una crítica amplia —y creo razonable— sobre esa actividad llamada coaching, que viene a ser el modelo opuesto a la práctica de la que él nos va a hablar.

Felizmente para el lector, muy prontamente incumple la promesa de no llenar las páginas con citas de otros siendo esa la ocasión para el disfrute de una serie de citas de autores, tanto para explicar qué es la supervisión, los diversos significados del término y los orígenes de esa práctica que va de los peripatéticos, alumnos y seguidores de Aristóteles, quien transmitía sus enseñanzas caminando por los jardines cubiertos que rodeaban el Liceo donde enseñaba en las afueras de Atenas (y que muchos de los que hemos alcanzado cierta edad hemos vivido en nuestras formaciones adolescentes), hasta autores cercanos como es Tosquelles. Es verdad, hay que decirlo, que cumple con su condición de solo citar a aquellos necesarios para esclarecer su propio camino, básicamente psicoanalistas franceses e ingleses. Razón esta que hace que se le pueda atribuir descuido al dejar fuera a otros muchos psicoanalistas, en especial sudamericanos, como Pichón-Riviere, Bleger, Bauleo, Caparrós, Rodrigué, etc., de los que otros muchos psicoanalistas en tareas de supervisión hemos aprendido.

Se sitúa en un marco conceptual y metodológico, el psicoanálisis, que describe como la razón por la que es reclamado para las tareas de supervisión. Por tanto, a la explicitación y desarrollo de conceptos importantes como son la transferencia y el inconsciente dedica una parte importante de su esfuerzo. Es coherente con el marco que define y riguroso en la aplicación del mismo hasta el punto de señalar que el objetivo principal de la supervisión es «comprender los mecanismos inconscientes que están en juego» en la práctica asistencial. Tema interesante de resaltar porque acota con precisión un campo importante de la tarea de supervisor que luego retomaremos.

Hay ya una cierta bibliografía acerca de la supervisión planteada desde diversos marcos teóricos y metodológicos pero conozco pocos textos que aborden la cuestión desde la propia práctica y de una práctica no exenta de autocrítica. Esto es especialmente valorable porque no es muy frecuente encontrar textos que muestren las dificultades, las limitaciones y las contradicciones de lo que se hace. Por eso, entre otras muchas razones, hay que celebrar este trabajo de Fernando Vicente que encara, con mucha precaución la tarea de supervisión tal como él la ha entendido y ejercido durante años.

Este trabajo es, por tanto, un dar cuenta de una práctica y, como hemos dicho, de los fundamentos o marcos conceptuales que la sostienen.

La supervisión es, como todo espacio relacional, el encuentro entre aquel o aquellos a quienes se les reconoce un saber y aquellos otros que desean acceder al mismo y exponen sus prácticas para profundizar en su desarrollo. No ha de ser solo la transmisión de un saber literal ya construido y estático sino que es, a la vez, un lugar de creación de saber y conocimiento. No de otra manera puede ser la relación de aprendizaje que siempre ha de ser multidireccional. Pero no siempre ha sido entendida así, lo que ha dado pie a prácticas de la supervisión como control de una institución ostentadora de saber para garantizar que el mismo no sufre riesgos de que triunfen las críticas o la heterodoxia. Es una posición de control y una posición de un saber autoritario. Hay que reconocer que en el campo del psicoanálisis la supervisión ha sido, y quizás siga siéndolo, un lugar de control para reunir los méritos de acceso al reconocimiento por parte de dicha institución. El supervisor pasa a ser el guardián del buen hacer al modo de asegurar un control de calidad de lo que se hace. En muchas ocasiones lleva a una posición de sometimiento que, en mi criterio, está muy lejana del proyecto liberador que es el psicoanálisis. Eso perturba lo que debe ser una experiencia de acompañamiento en el descubrir, para convertirse en un espacio definidor de lo que debe ser hecho para poder recibir el sello y el visto bueno de la institución, supuesta depositaria de un saber inequívoco, casi sacro.

Este riesgo, en el que no cae la práctica que narra el texto que nos ocupa, conviene señalarlo porque sabemos que la fantasía de imponer un determinado modo de hacer, está presente en muchas situaciones en las que interviene el supervisor y que pueden funcionar a modo de resistencias para el desarrollo de la tarea.

De alguna manera lo señala Fernando cuando relata algunas experiencias propias en las que ha tenido que hacer frente a la incomprensión, cuando no ataque, de una parte del colectivo o la organización en la que desarrollaba su trabajo. Queda muy bien detallado en el texto. Este, como vengo señalando, es el relato de una experiencia de años, contada de un modo muy directo y casi diré mediante la vía asociativa, atrevimiento nada desdeñable de aquel que proclama y reitera que su práctica, su enfoque y la razón principal por la que ha recibido pedidos como supervisor es por su modalidad psicoanalítica.

Esto habla mucho y bien de él que decide mostrar su práctica, que es un modo de mostrarse porque nuestra práctica, nuestro modo de pensar y hacer las tareas no puede estar disociado del modo en que somos, del modo en que vivimos al otro y de los modos de hacer frente a la ayuda. Por eso señalo que el método empleado en el texto me sugiere mucho la libre asociación, un instrumento también valioso en la práctica psicoanalítica y que estimulamos no solo en la práctica clínica sino en los otros espacios en los que hay que facilitar que circule y se exprese el sujeto.

Cuando señalo que el trabajo que tengo la satisfacción de prologar no es un tratado sobre la supervisión sino la historia honesta, con aciertos y errores, de una práctica, como el propio autor confiesa, lo que hago es valorar ese esfuerzo por transmitir uno de los muchos modos en que puede realizarse la práctica de acompañamiento y cuidado de profesionales a lo largo de su compleja tarea.

Y a la explicación de dicha complejidad y de lo delicado del campo del cuidado, en especial y en su caso en servicios de salud mental, dedica muy interesantes reflexiones. Estas vienen a ser una buena justificación de la supervisión como espacio necesario para el buen desarrollo de aquellas tareas que, para ser bien hechas, requieren la implicación y la puesta en juego de uno mismo como instrumento. Por eso insiste en la transmisión del concepto «transferencia», necesario para reconocer las diversas movilizaciones personales que sienten los profesionales y que son las que llevan a la construcción del vínculo y su singularidad.

Superada la idea de la supervisión como control ejercido por la institución, lo que resulta es un espacio para la ayuda realizada de modo compartido cuando es grupal y para el aprendizaje.

En ese contar sincero sobre su práctica desliza temas tan importantes como es la relación entre la supervisión y la formación. La «supervisión puede ser individual o en grupo, pero siempre con el objetivo de formación». Creo que el autor se refiere a los tres pilares que sostienen la formación psicoanalítica (el estudio, la práctica y la supervisión de la misma por parte de un docente de la institución que controla dicha formación). Puede ser extensiva dicha idea a los objetivos de la tarea de supervisión en la institución aunque, en mi criterio, habría que considerar el aprendizaje como el efecto de toda reflexión sobre la práctica con el ánimo de transformarla cuando ello sea necesario.

Pero es que el supervisor no garantiza nada más que la apertura, desde el exterior, a una lectura complementaria de lo que está pasando en el espacio clínico o en cualquier otro lugar donde se desarrolla la supervisión. El concepto «copensor» que procede del pensamiento de Pichón-Riviere me parece en este contexto mas definidor de la función de aquel que corrientemente llamamos supervisor. Para que tenga efecto lo que se habla es necesario que haya un vínculo de confianza, respeto, libertad y reconocimiento. Por eso la supervisión es un espacio de pensar, y también de sentir juntos. Lo que importa es que el otro pueda seguir pensando y no quede atrapado en la dificultad ni en la búsqueda de un saber inequívoco, el supuesto de la institución y del supervisor. Pero lo que dice el supervisor también es objeto de cuestionamiento en el mismo espacio. Y ello es así porque lo que lanzamos son hipótesis, no certezas incuestionables. Por tanto, es un espacio para que la práctica no quede bloqueada por las certezas, inexistentes, y abone siempre la posibilidad del cuestionamiento y la búsqueda. La supervisión deviene espacio formativo sin ser un lugar docente, al igual que deviene terapéutico sin ser un espacio psicoterapéutico. Deviene espacio de efectos formativos y psicoterapéuticos por la modalidad de dinámica participativa y horizontal que crea, alejada de un poder clásica, y erróneamente, atribuido al experto. De hecho, Fernando abunda en ello cuando cita a Balint y dice que para este el leader del grupo no es un profesor que viene para impartir un saber, sino más bien un animador que ayudará a que la palabra circule. Esa circulación de la palabra, que tanto recalca nuestro autor, ha de ser entendida, creo, como el valor reconocido a toda palabra de cualquiera de los participantes por el hecho de pronunciarse y, al hacerlo, comprometerse con una búsqueda a partir de lo dicho y no quedarse atrapado en las certezas. Tampoco el supervisor debe ostentar certezas y por ello, el objetivo de formación que dicho espacio promete es producto de lo que se habla, no de lo que el supervisor transmite como dogma. Es la circulación de una palabra que busca saber y que sabe que este se construye por los conocimientos aprendidos en el tiempo reglado de formación pero, fundamentalmente, a través de la práctica y de la práctica pensada con otros que expresan saber pero también ignorancia y dudas. De esa situación no lo saca el supervisor sino el diálogo y las palabras que fluyen en búsqueda de sentido y de verdad que es la que se pone en juego en toda relación asistencial o de cuidados.

Está muy acertado el autor cuando reitera la importancia de la relación en la tarea asistencial, desarrolla el concepto transferencia como central en la relación terapéutica y expresa nítidamente que es por la carga emocional de dicha situación que se hace imprescindible el espacio de supervisión.

Pero, como ya hemos dicho que es un lugar necesario y al mismo tiempo delicado y complejo, nos parece difícil y a veces imposible mantenerse en dicho lugar solo y aislado, sobre todo en el medio institucional con enfermos y patologías graves. Por eso creo que, para sostenerse en dicha posición terapéutica, es imprescindible un lugar como la supervisión o espacio similar, para poder poner palabras a lo insoportable que encontramos en nuestro trabajo.

Esta cercanía a los profesionales y a la comprensión de su dificultad para sostener una práctica con personas y grupos más que vulnerables, vulnerados, queda patente a lo largo del texto y recalca la importancia del soporte a su función para lo cual ese espacio de supervisión es muy importante. De las diversas modalidades de supervisión, expresa:

Lo que con frecuencia encontramos en común a todas ellas es que aparecen como un lugar de análisis, de reflexión y también como lugar de regulación de una práctica

Esta «regulación de la práctica» es, de nuevo, un punto interesante de repensar y, en mi criterio, está muy influenciado por la supervisión entendida como transmisión del saber y el control del mismo por parte de las escuelas y diversas organizaciones psicoanalíticas. En las tareas que no tienen como objetivo transmitir el psicoanálisis de manera formal y reglada convendría matizar el alcance de dicha regulación.

De todos modos conviene resaltar la importancia del espacio de supervisor como lugar de aprendizaje compartido. El aprendizaje es efecto, no solo de la escucha del saber que tiene el supervisor por edad, experiencia y externalidad, sino también por la curiosidad y el interés por todo y todos los que en dicho espacio participan. Al desarrollo de esa función contribuye el supervisor o copensor.

El grupo facilita el aprendizaje y también la contención de aquellos aspectos inquietantes que despiertan las prácticas y las situaciones tan dolorosas y complejas que se producen a través de la escucha y la mirada cuando esta es atenta.

No he dicho aún que el texto está organizado en dos partes. Una primera en la que busca el modo de explicitar lo que el autor entiende como orígenes y marcos conceptuales de la supervisión desde su perspectiva psicoanalítica. Como ya he señalado se entrega a ello con mas interés del que parecía señalar al principio del texto. Aspecto este que es de agradecer porque es necesario, a mi parecer, transmitir el marco conceptual que sostiene los modos de hacer. Este es el punto de partida para el viaje ulterior que cada uno ha de hacer respetando el marco de procedencia, sin que ello sea obstáculo para su crítica e incluso para su modificación. Porque las teorías, para no ser dogmas, han de ayudar a la transformación de los lugares donde se ponen en juego pero, a su vez, ser transformadas para incorporar lo nuevo que se viene descubriendo.

Y hay una segunda parte, cuyos objetivos son claramente expresados.

En esta segunda parte quisiera apoyar mi reflexión, no solamente sobre mi experiencia sino también sobre la de los profesionales que han tenido la amabilidad de responder a una encuesta que yo mismo preparé a tal efecto.

Es una idea interesante formular preguntas a aquellos que forman el espacio grupal; sus respuestas orientarán las reflexiones posteriores para hacer frente así a sus propios interrogantes sobre los modos, contenidos y, en general, las vicisitudes de un tan interesante y complejo espacio.

Pero esa segunda parte tiene, en mi criterio, como uno de sus principales valores la sinceridad con que aborda diversas situaciones por las que se muestra descontento, decisiones que tomó en relación con alguna demanda o con la asunción de algún rol inadecuado. Aquí es donde el texto retoma una dirección muy personal y se tiñe abiertamente de esa propuesta que formuló al inicio, ser un espacio de reflexión de su modo personal de llevar a cabo esa tarea de supervisor.

El texto está hecho desde la libertad de una cierta asociación libre tal como, ya señalé, ocurre en la técnica psicoanalítica. Su personal manera de contar sus experiencias, y aquellas que cree que no fueron bien son, a mi parecer, un mensaje para sí mismo pero quizás también van dirigidas a aquellos a quienes, en algún momento, no entendió y con quienes parece querer «hacer las paces». Lo refleja bien cuando dice que lo que está haciendo es «unos análisis muy personales de situaciones en las que yo estaba implicado como supervisor». Dicho análisis de uno acerca de uno mismo casi siempre, por no decir siempre, necesitan de otro. Tal vez el lector pueda cumplir esa función en la medida en que vaya siendo movido por afirmaciones difícilmente refutables porque corresponden al modo de sentirlas de quien escribe.