Estudios sobre la fobia en Lacan - Jonathan Rotstein - E-Book

Estudios sobre la fobia en Lacan E-Book

Jonathan Rotstein

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Beschreibung

¿Puede negarse el estatuto neurótico de la fobia y, a su vez, sostenerse en forma plena los desarrollos del ultimísimo Lacan? Que la remisión de la angustia venga a cancelar la fobia no parece ya tan seguro, al menos si tenemos en cuenta la perspectiva según la cual el síntoma, y por intensión la estructura, conforman un nudo. Problematizar lo que se entiende por fobia, y hacerlo sin recurrir a ideas preconcebidas sobre los empujes y avances que el mismo Lacan fue decantando en su enseñanza, será empresa del lector y estudioso que se acerque hasta estas páginas donde podrá palpar, de modo directo, las diferentes lecturas que los veinte autores aquí reunidos han escrito alrededor de muchas de las aristas que en la fobia hacen acto de presencia. Lecturas sobre la fobia que, sin embargo, no deben ser entendidas como la superación de unas sobre otras en el pensamiento de Lacan sino, más bien, como una topología propia que la fobia delinea en la enseñanza misma de Lacan. Problematizar, entonces, y comprobar que, pese a todo, la fobia aún no ha entregado sus misterios.

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ESTUDIOS SOBRE LA FOBIA EN LACAN

Patricio Álvarez

Juan Pundik

Gerardo Battista

Jonathan Rotstein

Juan Citlaltemoc

Susana Schaer

Lucia D'Ángelo

Graciela Sobral

Irene Domínguez

Nieves Soria

Fabián Fajnwaks

Silvia Elena Tendlarz

Ana Lía Gana

Kepa Torrealdai

Mario Ízcovich

Mónica Unterberger

Fernando Martín Aduriz

Carlos Varela

Ariel Pernicone

Raúl A. Yafar

Compilados por Jonathan Rotstein

CONEXIONES

Créditos

Colección: ConeXiones

Título original:

Estudios sobre la fobia en Lacan

Compilador: Jonathan Rotstein

© Los derechos de cada capítulo corresponden a cada uno de los autores que participan en esta compilación.

© De esta edición: Pensódromo SL, 2022

Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions

Diseño de cubierta:

Cristina Martínez Balmaseda - Pensódromo

Editor: Henry Odell

e–mail: [email protected]

ISBN print: 978-84-125932-5-9

ISBN ebook: 978-84-126731-6-6

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Índice

PresentaciónDISQUISICIONES SOBRE LA ANGUSTIANeurosis de angustia y captura fantasmática'Troumatisme – Tropmatisme'Angustia – FobiaLo que la tontería nos enseñaUbicación clínica de las fobiasPERSPECTIVAS NODALESLos nombres de la fobiaLa oclusión y el sentidoLas vías del laberinto fóbicoAproximación topológica a la cuestión de la fobiaRECORRIDOS EN TORNO A LA FOBIALo que enseña la operación fóbica de Hans acerca del falo y elLa placa giratoriaObjeto fóbico – objeto feticheLa solución de la fobiaAlgunas notas para pensar la fobiaDESARROLLOS CLÍNICOS Y BIOGRÁFICOSSe equivocó la palomaBreves notas acerca de Max GrafLa fobia en singularHerbert Graf, el gran 'regisseur'De pegan a un niño a matan a un padreLa curiosa fobia del pequeño HansSobre los autores

Presentación

A diferencia de otras materias, la fobia parece recibir poca atención de parte de la comunidad analítica, mucho más entregada al pensamiento y elaboración clínica de otras temáticas, como son por ejemplo: el amor, el cuerpo o las psicosis. Esto es fácilmente comprobable por la escasa literatura existente en torno a la fobia; y a la vez desconcertante si tenemos en cuenta la extraordinaria panorámica que nos ofrece. Ninguna otra estructura interroga al psicoanálisis tan profunda, extensa y críticamente como lo hace la fobia.

No obstante esta carencia, en la literatura analítica existen diversos historiales clínicos como el paciente del Fly-Tox de Ruth Lebovici, la pequeña Sandy de Anneliese Schnurman, el analizante de Helen Deutch con su fobia a las gallinas, además del hombre de los lobos en Freud y, por supuesto, también el pequeño Hans, donde poder leer ese inmenso cruce de caminos que solo la fobia es capaz de tramitar.

Así, se trate de la fobia como significante o síntoma, como placa giratoria o nudo, como pesadilla o impasse, como estrategia deseante o conducta evitativa, dentro del amplio abanico de aspectos que pueden ser pensados, las diversas lecturas que emergen desde la fobia no pueden evitar transitar los puntos mayores sobre los cuales se asienta el edificio analítico: el deseo y el objeto, el narcisismo y la castración, la pulsión y el sentido, la sexualidad y la angustia, el goce y la falta, el trauma y el cuerpo o la función paterna y la defensa, por citar sólo algunos de ellos.

A raíz de este carácter transfronterizo, límite y multiforme, el presente volumen se ofrece como un intento por sacar a la fobia del museo en el cual parece habérsela abandonado; más si cabe, hoy en día, cuando se frecuenta la impresión de navegar entre ideas y conceptos deudores de tiempos pasados donde la Ley, bien encarnada por el padre, aún ejercía sus efectos.

En este sentido, tal vez resulte pertinente interrogar qué estatuto conviene dar a la fobia en esta época caracterizada por la progresiva carencia, abierta desde distintos ángulos, del Nombre del Padre, incluso, si los recientes cambios experimentados en la conformación del núcleo familiar, con todas sus distintas modalidades, no augura para las próximas décadas una explosión de fobias por venir.

No por nada el debate acerca de su estatuto continúa en pie. ¿Acaso la fobia define, por contrapunto, lo que entendemos por neurosis? ¿Puede negarse el estatuto neurótico de la fobia y, a su vez, sostenerse en forma plena los desarrollos del ultimísimo Lacan?

Quizá la distinción entre síntoma y sinthome o, para el caso, entre fobia-síntoma y fobia-sinthome ayude a repensar dicho debate. Que la remisión de la angustia venga a cancelar la fobia no parece ya tan seguro, al menos si tenemos en cuenta la perspectiva según la cual el síntoma, y por intensión la estructura, conforman un nudo.

Problematizar lo que se entiende por fobia, y hacerlo sin recurrir a ideas preconcebidas sobre los empujes y avances que el mismo Lacan fue decantando en su enseñanza, será empresa del lector y estudioso que se acerque hasta estas páginas donde podrá palpar, de modo directo, las diferentes lecturas que los veinte autores aquí reunidos han planteado alrededor de muchas de las aristas que en la fobia hacen acto de presencia.

Lecturas sobre la fobia que, sin embargo, no deben ser entendidas como la superación de unas sobre otras en el pensamiento de Lacan sino, más bien, como una topología propia que la fobia delinea en la enseñanza misma de Lacan.

Así, esta veintena de textos transita aspectos como son: la captura fantasmática, el fetichismo, la orientación por lo real, la nominación, la histeria de angustia, la metonimia del objeto, la superposición de registros, la topología del espacio, la madre fálica, los tiempos lógicos del Edipo, el deseo por una mujer, el troumatismo, la disyunción entre saber y poder, la exigencia pulsional, la neurosis infantil, los estilos de crianza, el regalo de Freud a la familia Graf, la vida adulta del pequeño Hans, así como, también, diversos abordajes clínicos.

Problematizar, entonces, y comprobar que, pese a todo, la fobia aun no ha entregado sus misterios.

Gracias a Henry Odell por su incansable labor editorial al frente de Xoroi Edicions, a Juan Pundik por haberme enseñado tanto, a Fabián Schejtman por su soporte, a mis compañeros de Cartel nodal que tanto Sergio Larriera como Nieves Soria saben llevar con entusiasmo y diligencia como Más Uno y, por supuesto, a todos y cada uno de los analistas, amigos y docentes, que han hecho posible estos Estudios sobre la fobia en Lacan.

Jonathan Rotstein

DISQUISICIONES SOBRE LA ANGUSTIA

PATRICIO ÁLVAREZ BAYÓN

SUSANA SCHAER

GRACIELA SOBRAL

MÓNICA UNTERBERGER

RAÚL A. YAFAR

Neurosis de angustia y captura fantasmática

Patricio Álvarez Bayón

En el presente texto quiero abordar un tipo especial de fobias atípicas que no conllevan las características habituales de la fobia clásica, la cual consiste en la construcción de un objeto fóbico, el parapeto fóbico, y las medidas de evitación.

El término fobias atípicas es de Freud, y está presente en el texto sobre las neurosis de angustia1. A diferencia de la fobia clásica, las neurosis de angustia tienen tres formas habituales de presentación en la clínica del psicoanálisis con niños:

Fobias difusas, con predominio de una expectativa angustiada, pero sin constituir un objeto fóbico claro. Toman la forma de un temor generalizado, pero sin tener miedo a algo específico.Fobias fijas y monocordes, a un objeto específico, que no conlleva ninguna asociación, solo se presentan repetitivamente.Angustias desbordantes, con un monto que puede compararse con lo que en los adultos es el ataque de pánico, que suceden de modo sorpresivo sin que el niño pueda dar cuenta claramente qué le pasa o ante qué objeto se sitúa su angustia.

Las tres formas presentan un rasgo común: no es la angustia de castración lo que las caracteriza, como a las fobias clásicas. Para diferenciarlas en su oposición, observemos las características de las fobias clásicas.

En ellas, lo que Freud llamó el complejo paterno, y que Lacan teorizó en sus seminarios 4 y 5 sobre la función del padre como agente de la castración, está en primer plano en la tramitación simbólica del objeto fóbico: el niño ubicado en la posición de falo imaginario materno propia del primer tiempo del Edipo, se confronta con la operación de castración propia del segundo tiempo, pero no en todos los casos logra localizar la función del agente de la castración.

Esa función, que Lacan sitúa en la temporalidad del instante, debe ser ocupada por alguien que la encarne. Lacan plantea que el padre debe encarnar aunque sea durante un momento el lugar del dios del trueno, es decir que por un momento el niño le tema. De este modo aparecerá en función de agente de la castración haciendo funcionar el segundo tiempo del Edipo. Si el niño no logra localizar esa función en un agente determinado, sea el padre o un sustituto, la fobia aparece supliendo esa función.

En los tiempos actuales, esa función que Lacan asignaba al padre se ha modificado en relación a las diversas configuraciones posibles: familias monoparentales, homoparentales, multiparentales, etc. De este modo, no necesariamente debe ser el padre de la familia clásica quien encarne esa función, que puede ser ocupada por otro, sea del género que sea y en opción variable de configuración familiar que sea. La cuestión es que alguien encarne, por un instante, el lugar del agente de la castración.

Por ello, el paradigma de estas fobias clásicas es el caso Hans, dado que en este el padre no ocupa el lugar del agente —sino que, como dice Lacan, se empeña en no querer castrar, de modo que el niño debe construirse una suplencia a esa función, lo que en consecuencia constituye su fobia, mediante la figura de un caballo que muerde, es decir la figura del agente que sí opera la castración. El trabajo del análisis de Hans consistirá en poner a punto a ese agente, y de hecho en la única sesión que Hans tiene con Freud, Lacan plantea que Freud le da un pequeño empujón al padre para hacerle producir esa operación. Freud le pregunta qué rasgos teme de los caballos, a lo que Hans responde: lo negro que tienen alrededor de su boca y sus ojos, y Freud interpreta, haciendo un claro forzamiento, sugiriendo que el temor de Hans, tiene que ver con aquello que se asemeja a los anteojos y los bigotes de su padre. Parafraseando a Lacan, podríamos decir que esta interpretación es inexacta, pero verdadera, dado que justamente el padre no funcionaba como castrador, pero la interpretación lo inscribe en tanto agente de la castración.

El caballo, objeto fóbico de Hans, es de este modo una metáfora del padre, un significante que cumple la función de castración.

Pero existen casos donde el objeto fóbico no se constituye con las mismas características. En esos casos, el niño permanece capturado en una dimensión que no alcanza a constituirse como fobia, sino como una angustia sin ligazón. Para situar más claramente esa captura, ubicaremos el concepto que Lacan llama captura fantasmática.

La captura fantasmática

Hay dos momentos donde Lacan señala una captura a lo largo de su enseñanza: la del niño capturado en posición de falo imaginario, y la del niño en posición de objeto del fantasma materno. El concepto de captura fantasmática articula las dos posiciones.

En relación con la primera captura, se pone en juego una dimensión materna que trabaja Lacan en el seminario 4. En el capítulo «El falo y la madre insaciable», Lacan pone en juego una especie de subtiempo del primer tiempo del Edipo —aún no ha formalizado sus tiempos del Edipo, pero sin embargo hace aquí varias formulaciones que los adelantan—2.

Esos dos tiempos que señala —que llamamos los dos subtiempos del primer tiempo del Edipo— se ubican de este modo:

Un primer tiempo donde el niño simboliza la presencia/ausencia materna y por ello constituye a la madre como agente simbólico, en la medida en que entra en la dimensión del grito y el llamado: simboliza la ausencia de la madre como la presencia de un significante.

Un segundo tiempo donde Lacan señala que el niño hace un viraje, desde la presencia-ausencia, hacia ubicar a la madre en un lugar diferente. El viraje consiste en ubicar a la madre no como madre simbólica, sino como madre real: aquí se pone en juego lo que llama la potencia materna.

Lacan ubica el primer momento de este modo:

[…] la madre es algo distinto que el objeto primitivo, no aparece propiamente desde el inicio, sino como Freud lo subrayó a partir de esos primeros juegos del fort-da que constituyen el par presencia/ausencia, articulado de forma extremadamente precoz por el niño3.

y luego el segundo:

[…] la cuestión ahora es la siguiente —¿cómo concebir el momento de viraje en que la relación primordial con el objeto real se abre a una relación más compleja? ¿Cuál es el momento decisivo en el cual la relación madre-hijo se abre a elementos que introducirán lo que hemos llamado una dialéctica? Creo que podemos formularlo de manera esquemática planteando la siguiente pregunta— ¿qué ocurre si el agente simbólico, el término esencial de la relación del niño con el objeto real, la madre en cuanto tal, no responde? ¿Si ya no responde a la llamada del sujeto? Demos nosotros mismos la respuesta. Cae. Si antes estaba inscripta en la estructuración simbólica que hacía de ella un objeto presente-ausente en función de la llamada, ahora se convierte en real. ¿Por qué? Hasta entonces existía en la estructuración como agente, distinto del objeto real que es el objeto de la satisfacción del niño. Cuando deja de responder, cuando de alguna manera responde a su arbitrio, se convierte en real, es decir se convierte en una potencia. Esto, advirtámoslo, es el esbozo de la estructuración de toda la realidad en lo sucesivo. Correlativamente, se produce un vuelco en la posición del objeto. Mientras se trata de una relación real, el seno —tomémoslo como ejemplo— puede considerarse tan cautivador como se quiera. Por el contrario en cuanto la madre se convierte en una potencia y como tal en real, y de ella depende manifiestamente para el niño su acceso a los objetos, ¿qué ocurre? Estos objetos se convierten por intervención de esa potencia en objeto de don4.

De este modo, en el viraje de este segundo subtiempo, se producen dos modificaciones:

el pasaje del lugar materno desde la presencia-ausencia hacia la omnipotencia real, el objeto deja de ser un objeto real, el seno, y se produce un viraje a la dimensión del don: lo que la madre da se convierte en un don de amor, y en un signo de reconocimiento hacia el sujeto, de modo que el don de amor funciona como signo de existencia para el sujeto.

Lacan dice:

¿Es concebible que el niño tenga la noción de omnipotencia? […] Esa omnipotencia es de la madre5,

y esa omnipotencia implica que su ley funciona como la que determina al sujeto en su existencia, dado que la madre es ese ser todopoderoso que puede dar o no dar, y todo objeto de don que dé va a entrar en la dimensión de un reconocimiento a la existencia del sujeto. Es decir que lo que la madre da o no da implica la existencia del sujeto o la no existencia del sujeto.

Por otro lado, el niño, en relación a esta omnipotencia materna, queda ubicado en posición de súbdito. Lacan usa un término en francés, asujet —que es a la vez un juego de palabras para oponerlo a sujet, el sujeto del inconsciente—, cuya traducción al español se usa de dos modos: por un lado súbdito, en el sentido del que está sometido al arbitrio del rey, pero también sujetado, el niño sujetado al arbitrio materno.

Ante ese arbitrio materno, se pone en juego una dimensión de la angustia que es la del ser capturado en relación a la presencia real de la madre. Es importante resaltar que Lacan plantea que esa posición de asujet no es sin angustia, y que el atrapamiento del niño en relación a esa posición de la omnipotencia materna implica que está capturado en una dimensión angustiante, y que se vive en el nivel de lo que Lacan sitúa como los fantasmas de devoración en relación a la dimensión de esta presencia real.

Esa angustia está en el plano de la frustración en la medida en que todo lo que aparezca como don amoroso da existencia al sujeto, y cuando el don amoroso es rehusado, el niño entra en el plano de la frustración. Lacan lo ubica así; dice:

[…] esa madre insaciable, insatisfecha, a cuyo alrededor se construye toda la ascensión del niño por el camino del narcisismo, es alguien real, ella está ahí, y como todos los seres insaciables, busca qué devorar, querens quem devoret. Lo mismo que el propio niño había encontrado en otro momento para aplastar su insatisfacción simbólica, vuelve a encontrárselo tal vez frente a él como unas fauces abiertas6.

Las fauces abiertas, a su vez, remiten a la conocida cita del seminario 17 sobre la boca del cocodrilo. Se trata del estrago que es el goce materno para todo niño o niña en el Edipo, pero en un momento muy específico que es este segundo subtiempo del primer tiempo del Edipo.

Años después, Lacan habla de otra captura, que llama captura fantasmática, en la cual un niño queda ubicado en posición de objeto. En la «Nota sobre el niño» y en la «Alocución sobre la psicosis en el niño» Lacan habla del niño en posición de objeto del fantasma materno. La captura fantasmática es definida de este modo:

[…] la distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada del deseo de la madre, si ella no tiene mediación (normalmente asegurada por la función del padre), deja al niño abierto a todas las capturas fantasmáticas7.

El ideal del yo, resultado de la estructuración de los tiempos del Edipo, se construye a partir de la identificación a los títulos paternos. La parte tomada del deseo de la madre, es aquella parte de su deseo en la que el niño está como objeto. Si entre ellos no hay mediación —la cual está asegurada por la función paterna—, esto deja al niño abierto a todas las capturas fantasmáticas.

Este plural, todas las capturas fantasmáticas, indica que no hay una única. La captura que más conocemos es la propia de la psicosis, pero hay otras, como veremos.

Luego, Lacan explica qué es esta captura:

[…] deviene el «objeto» de la madre, y ya no tiene otra función que la de revelar la verdad de este objeto. El niño realiza la presencia de lo que Jacques Lacan designa como objeto a en el fantasma. Satura, al sustituirse a este objeto, el modo de carencia en el que se especifica el deseo (de la madre), cualquiera que sea su estructura especial: neurótica, perversa o psicótica. […] el niño en la relación dual con la madre le da, inmediatamente accesible, lo que le falta al sujeto masculino: el objeto mismo de su existencia, apareciendo en lo real»8.

Lo que le falta al sujeto masculino, ya sea el hombre, o el padre, quiere decir que este solo puede darle un semblante, el semblante fálico. Pero ese semblante fálico no es nada comparado con lo que le aporta el niño: él mismo, como objeto de su existencia, apareciendo en lo real. Y continúa:

De ello resulta que a medida que algo de lo real él presenta, está ofrecido a un mayor soborno en el fantasma9.

El mayor soborno en el fantasma, otro modo de llamar a la captura fantasmática, pone en juego otra dimensión, la dimensión gradual, donde puede haber una mayor o menor captura, ocupando el lugar de objeto.

Ahora bien: no solo en la psicosis y la debilidad mental se ubica la captura fantasmática, tal como suele leerse esta cita junto con el seminario 11. También la neurosis puede quedar capturada.

Para la neurosis, el concepto de captura fantasmática tiene el interés de unificar las dos capturas: la posición de falo imaginario y la posición de objeto a se articulan en la captura fantasmática. Pese a que está inscripta la función del Nombre del Padre y por lo tanto está presente la neurosis, el sujeto no logra hacer uso de esa función en la captura fantasmática.

De esto da testimonio otra referencia que Lacan hace en el seminario 12, donde ubica en un caso clínico cómo un niño neurótico queda ubicado en posición de objeto. Sobre el caso no podremos extendernos por razones de espacio, pero nos interesa remarcar lo que dice de él:

[…] las tinieblas son tan espesas sobre las exigencias infantiles, que el analista no entrevé hasta lo que, sin embargo, está articulado de todas maneras en su observación, esto es que, en ese caso, y por relación a su padre, un padre depresivo, es decir en cuya economía el objeto parcial tiene una importancia prevalente, esto es, que el paciente, como todo niño, pero más que otros justamente en razón de esa estructura del padre, el paciente, lo repito, como todo niño en grados diversos, el paciente es, él mismo, ese objeto a, la captura del niño sobre el adulto y todo lo que hay en el mito del niño —como lo expresaba la analista en lo concerniente a su toda-potencia […] no hay otra fuente de la toda-potencia infantil, y no diré de las ilusiones que ella engendra de su realidad, que el niño es el único objeto a, auténtico, real; inmediatamente a este título, él contiene al objeto a deseante10.

Lo que nos interesa de la cita es el punto donde Lacan menciona al niño como objeto a de la madre, pero donde señala una dimensión cuantitativa, por la cual todo niño puede ubicar la posición de objeto a, pero algunos más que otros. «como todo niño, pero más que otros», «en grados diversos», dado que las posibilidades graduales de captura del niño en posición de objeto a son diversas. Y en algunos casos como en este, en razón de que no puede servirse del padre porque este está caído, ocupa el lugar de objeto a más que otros niños.

De modo que podemos situar tres modalidades de la captura fantasmática:

La posición estructural por la que el niño queda definitivamente situado en la posición de objeto del fantasma materno en la medida en que no realiza la operación de separación. Ya sea del lado del autismo o la psicosis, o la debilidad mental, el niño queda definitivamente en posición de objeto en la medida en que no se produce la extracción del objeto a.El momento transitorio donde el niño queda capturado durante el primer tiempo del Edipo como falo imaginario, donde el objeto extraído se faliciza en tanto perdido, y produce la angustia propia del segundo tiempo del Edipo. Durante un momento está capturado en el lugar de falo para la madre y solo puede salir mediante la operación de la castración. Esta salida es propia de todas las neurosis: ya sea la fobia clásica donde el padre se suple mediante el objeto fóbico, o bien la histeria, o bien la neurosis obsesiva.Por último, el caso que interesa a nuestra investigación, el niño ubicado en la posición de captura fantasmática, donde no puede salir de esa captura, aunque estructuralmente estén inscriptos el Nombre del Padre y el falo, pero hay algo que le impide esa salida. Tiene esos recursos «en potencia», pero no puede utilizarlos, tal como Lacan plantea en el seminario 12. Porque ese «como todo niño, pero más que otros niños» pone en juego que algunos sujetos tienen menos recursos del lado paterno, o bien algunos niños están más capturados del lado del objeto, y en esa medida pueden hacer poner en juego sus recursos de un modo menos efectivo que los casos de la neurosis clásica.

En el segundo caso, el niño atraviesa los tiempos del Edipo, puede salir de esa captura fantasmática, y por eso el objeto a pasa por la dimensión del -ϕ, y se construye un fantasma. Pero en el tercero, ese proceso queda impedido.

Por eso resulta interesante la referencia de Lacan a los grados de captura fantasmática, porque no lo ubica como algo absoluto, sino como algo gradual: se puede estar más o menos capturado. Así lo demuestran esas referencias a lo gradual que mencionamos: «como todo niño, pero más que otros», «grados diversos», «un mayor soborno en el fantasma», «todas las capturas fantasmáticas», porque no es algo que ocurra de una vez para siempre, sino que puede modificarse: las contingencias de la vida pueden modificarlo, o también el análisis puede modificarlo. Esto es significativo, porque pone en juego la dimensión de cómo los niños están capturados, pero tienen los recursos estructurales para responder, es decir que algo a nivel de la función de la castración no está puesto en función, por lo cual, quizás una operación en el análisis les permita salir de esa captura poniéndola en función.

La época y la angustia

Una vez ubicado el concepto de captura fantasmática, lo articularemos con la dimensión de la angustia en los niños. Para ello, deberemos retomar la conceptualización de Freud.

En su texto sobre las neurosis actuales, Freud sitúa una dimensión de la angustia que no tiene articulación con las representaciones, que no tiene traducción psíquica. De este modo se ponen en juego en las neurosis de angustia las tres vías que citamos al comienzo: las angustias difusas, las fobias monocordes o rígidas, y el pánico como desborde de angustia. En los tres casos, esa angustia no está ligada a representaciones, es decir a significantes, y también en los tres, la angustia puede manifestarse como tal, o bien percibirse en forma de síntomas somáticos, que Freud sitúa en las áreas respiratoria, cardíaca, digestiva y sexual.

Esta es la primera versión de la angustia freudiana, que es reformulada por Freud en dos momentos, de modo que en total pueden ubicarse tres teorizaciones de Freud sobre la angustia:

La de las neurosis de angustia citadas, que ha dado en llamarse angustia tóxica porque se trata de la libido no descargada que produce el efecto de una sobrecarga de angustia sin una ligazón a representaciones.En la segunda teorización, la angustia de las neurosis, que se presenta en la fobia, la histeria y la obsesión, Freud sitúa el movimiento opuesto: no es la libido no descargada la que produce la angustia, sino que es la represión la que impide la descarga, causando la angustia. En este caso, la angustia sí se liga a representaciones en la medida en que esas representaciones están reprimidas, de modo que es tramitada simbólicamente. En la tercera versión, la de Inhibición, síntoma y angustia, Freud la ubica como angustia señal, como motor de la represión, en la cual la angustia funciona ligada a las representaciones que señalan un acercamiento al objeto prohibido, activando la represión.

En la segunda y tercera versión, de 1914 y 1926, la angustia propia de las neurosis está ligada a representaciones y entonces tiene traducción psíquica, de modo que se puede hacer un tratamiento simbólico de la angustia: el síntoma, sea en su forma fóbica, histérica u obsesiva, es el modo simbólico de tratar la angustia. Pero por otro lado, Freud plantea que un núcleo de neurosis actual siempre queda presente en las neurosis (sugiero revisar esta oración, resulta confusa).

Es la primera versión la que nos interesa por la dimensión de la angustia no ligada, como presencia de la angustia bajo sus formas ya mencionadas, la angustia difusa, la fobia rígida y el pánico, sin estar asociados a significantes, sin tramitación simbólica.

Por su parte, Lacan, en su seminario 10, define a la angustia como la presencia del objeto a, tomando como punto central la dimensión de la falta. Si la angustia en Freud, en su última definición, se trataba de la castración, la angustia lacaniana está más allá, en la medida en que articula la castración al funcionamiento del deseo y la falta.

De este modo, mientras hay deseo, hay falta, que funciona como motor del deseo. Y cuando la falta se obtura —cuando falta la falta—, hay angustia. La falta es operada por la castración, y en la infancia, es el agente de la castración quien asegura esa función. De modo que, si por diversas razones, esa función no actúa, el sujeto no logra hacer operar la función de la falta, y por lo tanto permanece angustiado.

Una vez presentados estos modos de la angustia, podemos retornar al concepto de captura fantasmática, para observar qué ocurre en un doble movimiento: por efecto de la captura, la falta está obturada, y a la vez, el Nombre del Padre no vehiculiza una tramitación simbólica de lo real.

De este modo, podemos ubicar un modo de dificultad muy presente en la clínica actual, que no se refiere a la insuficiente función del agente de la castración tal como Lacan lo presenta en Hans, sino lo que situamos como la captura fantasmática, como podemos ubicar en toda una serie de síntomas infantiles en los que el niño, aún teniendo inscripto el Nombre del Padre, no puede hacer uso de él.

Allí, en la dimensión más angustiante para el sujeto, donde falta la falta, y donde el niño queda capturado en posición de súbdito, de sujetado, y a la vez de objeto, puede encontrar o no la salida que le permite la dimensión del operador de la castración.

Y en este contexto, es fundamental la referencia que Lacan hace ya desde el inicio de su enseñanza, pero mantiene hasta el final, en relación con la declinación de la función paterna.

La configuración de los síntomas contemporáneos articulada a la declinación del padre en la época es uno de los factores que inciden principalmente en que el niño no encuentre esa salida.

La consecuencia, si el niño no logra ubicar la función del operador de la castración, es la continuación de la dimensión de la madre ubicada en posición de potencia real. Queda capturado en la posición de súbdito en relación a la madre insaciable, sin acceder a la falta y a la angustia de castración, sino que queda en otra dimensión que es la angustia de los fantasmas de devoración —en el caso Hans también hay un momento donde aparecen los fantasmas de devoración, pero su fobia al caballo le permite una salida de eso. En estos casos, no hay caballo ni ninguna otra suplencia de la función de castración—.

Si la operación paterna se produce, se efectiviza al segundo tiempo del Edipo, pasaremos a la tramitación simbólica de la angustia, que será la de la angustia ligada, ya sea la angustia de la fobia, cuando un sujeto se consigue una suplencia del padre como Hans, o ya sea la angustia de los síntomas obsesivos e histéricos propios de la neurosis.

Pero en esta época, es cada vez más frecuente ver niños atrapados en ese otro momento subjetivo, sin la posibilidad de salir de esa posición de captura, y cada vez más frecuente observar manifestaciones de la angustia difusas, que no logran constituir ni siquiera una fobia como modo de suplir al operador de la castración.

Y con esto no nos situamos en ninguna posición de nostalgia del padre: se trata de la función de la castración, que puede ser encarnada por cualquier agente, más allá del género y los roles, tal como situamos al comienzo con las familias monoparentales, homoparentales, multiparentales.

A modo de conclusión

En las neurosis de angustia infantiles, diferenciadas de las fobias clásicas, se observan los puntos donde la angustia se presenta constantemente como la falta de la falta —es decir, no episódicamente—, y el sujeto está capturado en su posición subjetiva en esa posición de súbdito, de sujetado, de objeto, porque algo de la operación de la castración ha sido fallido, por lo cual el sujeto permanece situado en relación a una posición permanentemente angustiada, ya sea bajo la forma de la angustia difusa, el pánico, o las fobias rígidas, incluyendo en esas angustias a los síntomas corporales.

En sus tres formas, esta angustia que no se liga a representaciones está dada por la carencia en ubicar al operador de la castración, que tampoco cumple la función de operar, por lo tanto, el mecanismo de la represión. La angustia, necesita de la función de la represión para articularse a significantes. Si no hay operación de la castración, por lo tanto represión, tampoco hay significantes a los que ligarse. Por efecto de la declinación del padre, el operador de la castración no logra localizarse, de modo que la angustia no se liga a significantes. De este modo, la angustia ante la captura fantasmática toma la forma de una angustia constante y no ligada a significantes.

La función del analista, en estos casos, consiste en la puesta en función de la operación de la castración. Ya sea bajo la forma de la pérdida, de la falta, del no, de la referencia a lo imposible, los distintos modos de operar a nivel de la táctica de la interpretación o de la estrategia de la transferencia, deben dirigirse hacia hacer operar esa función de castración que, al no poder inscribirse, deja al sujeto en una posición no situada, no localizada, y tampoco permiten a su angustia ligarse a alguna representación. Si el análisis logra hacer funcionar la dimensión de la falta, se producirá una localización de la angustia, que a veces puede tomar la forma de la fobia clásica, o a veces la forma de síntomas histéricos u obsesivos. Lo importante es que en cualquiera de esos síntomas, la operación de lo simbólico sobre lo real ya se está efectuando, y son el testimonio de que algo de la operación de la castración se ha asegurado.

Troumatisme – TropmatismeLa fobia, una provisoria y singular solución ante la experiencia de lo real

Susana Schaer

Fue el encuentro con sus pacientes y el interés vivo por develar los secretos del acontecer psíquico lo que despertó en Sigmund Freud su temprana inquietud hacia la primera infancia, siendo sobre ella que monta sus principales elaboraciones en las que se evidencia el carácter actual, permanentemente actual, de ese factor infantil que parecía retornar, hacerse presente, en cada caso, en cada síntoma, en cada manifestación, en cada sufrimiento llevado a la consulta.

En su deseo por aportar al campo de la ciencia un entendimiento acerca de las enfermedades nerviosas, estableció Freud una nosología entre la que se le dificultaba ubicar a las fobias, dado que estas parecían no pertenecer a ningún grupo preestablecido, sino más bien marcaban un momento crucial en la infancia de apaciguamiento de la angustia, que también fue señalado por Jacques Lacan en su seminario 161.

Ambas, tanto la angustia como la fobia, aparecen asociadas desde los inicios del psicoanálisis. Me limitaré a señalar dos aspectos que Freud trabaja a lo largo de su obra, dos dimensiones de la angustia, para finalmente remitirme a una de ellas. Podemos hallar, por un lado, la angustia señal, la angustia de castración causante de la represión, ligada a representaciones en la medida en que tales representaciones están reprimidas, es decir, tramitadas por lo simbólico. Y, por otro lado, la angustia traumática, que se manifiesta ya no como señal, sino como angustia pura, como repetición amenguada del trauma, donde aparece un real despojado de lo simbólico y que ubica como aquello que no tiene traducción psíquica, por ejemplo, la angustia difusa del pánico, que describe como un desborde no ligado a representaciones.

Victoria Horne señala que,

[…] en el camino de sentido inverso a la vida que constituye un análisis, partimos de las consecuencias, los síntomas, afectos, defectos para luego remontarnos poco a poco hacia lo que funcionó como núcleo traumático, tratando de dilucidar cuáles fueron las coordenadas y contingencias de la percusión de los significantes en el cuerpo. Descifrar el Inconsciente significa tratar de encontrar los caminos trazados por el cifrado del goce para llegar a las marcas de los primeros troumatismos que han afectado al parlêtre, y así poder leer el sinsentido del goce que se alberga en el síntoma2.

Tal el camino que emprenden Freud y el padre de Juanito respecto de la fobia que presentó este niño. Un caso crucial en el devenir del psicoanálisis y que Lacan retoma en varias ocasiones a lo largo de su enseñanza.

El Juanito de 1975

Sin la pretensión de realizar una cronología me remitiré particularmente a la Conferencia de Ginebra de Lacan sobre el síntoma del año 19753.

Lacan plantea en un inicio que en el seno de algo armado se produjo una especie de ruido de agujero, similar al que acontece cuando se tira de la cadena del excusado, donde «eso» se engulle en el hueco. Esto para establecer a través de una metáfora lo que la IPA realizaba con el pensamiento freudiano, pero también, a mi entender, para plantear aquello que se arma alrededor de eso que hace hueco, agujero, fuerza de gravedad, trou4, ubicando a su enseñanza, sus escritos, a su escritura, como lo que se establece y se conserva a partir de ese resto que queda del remolino de las palabras, del enredo imaginario del pensamiento.

Establece así que es allí, en este enredo imaginario que está el riesgo, ya que, por tener un cuerpo, el hombre es captado profundamente por su imagen, imagen que tiene un privilegio tal, que su unwelt, lo que hay alrededor de él, lo corpo-reifica, lo hace cosa a imagen de su propio cuerpo, con la paradoja de que, a su vez, de su cuerpo, él no tiene la menor idea de lo que le pasa. Siendo por la vía de la mirada que ese cuerpo toma su peso, señala que, la mayoría de lo que el hombre piensa se enraíza allí. Y aquello que adviene —evocando el Soll Ich Werden freudiano— Lacan lo articula con algo del orden de la indigencia, una indigencia a mi entender ante lo real, ante lo que hace acontecimiento.

Señala de este modo que es con la ayuda de las palabras, con este único y pobre recurso, que el hombre piensa y es en el encuentro de esas palabras con el cuerpo que alguna cosa tiene la posibilidad de dibujarse, de trazarse, algo se dessine. Aquí Lacan articula dessine-d’inne, trazo-innato, ubicando en este encuentro algo del orden de lo primario, algo del orden del ser —si es que puede llamarse así—. Plantea: «si no hubiera palabras ¿de qué podría testimoniar el hombre?»5

Pero ¿de qué estofa son aquellas palabras que percuten el cuerpo? Plantea Lacan, retomando a los filósofos estoicos, que el lenguaje, que no tiene absolutamente ninguna existencia teórica, posee una materialidad, un moterialisme6, que interviene siempre bajo la forma de algo que llamó lalengua7. Establece que no es por azar que, de la lalengua, cualquiera que ella sea, se haya recibido como primera impronta una palabra que es equívoco, un «no» que es nudo y permite un paso. Primera impronta que determina que algo a continuación se arme y retorne en sueños, tropiezos, formas de decir. Motérialisme en que reside la captura del inconsciente, eso singular que hace que cada uno no haya encontrado otra manera de sustentar eso que llamó, dirá Lacan, el síntoma.

El aporte freudiano que hace referencia al sentido que tienen los síntomas, muestra que el sujeto deja, suelta un trozo, un pedazo, que en función de sus primeras experiencias, tiene que ver con la realidad sexual.

En el caso Juanito, aquello que él llama el Wiwimacher, ese resto que queda del remolino imaginario de las palabras, eso que él no sabe cómo nombrar de otro modo, se introduce en su circuito. De las primeras erecciones, de un primer goce que se manifiesta en cualquiera y se verifica en algunos, bastará con esto, dirá Lacan, con eso que hace hueco, que hace trou, para construir algo al respecto, algo que tenga la más estrecha relación con el inconsciente. Ahí está la agudeza del aporte freudiano. El inconsciente es una invención, «un descubrimiento, ligado al encuentro que tienen ciertos seres con su propia erección»8.

Para Vicente Palomera, la moción sexual primitiva previa a la formación de síntomas señalada por Freud desde sus primeros escritos, se relaciona con lo que establece Lacan en su seminario «RSI»9, contemporáneo a la Conferencia de Ginebra, como inconsciente real.

Es decir, hay una moción sexual primitiva antes de las formaciones del inconsciente, antes de que haya un desciframiento posible, tratándose de un suceso, un acontecimiento de la niñez temprana, que se experimenta como lo más hétero. Se trata de un goce no reconocido, un cuerpo extraño que el sujeto no tiene cómo significar y que posteriormente será necesario sintomatizar, arreglarse con ello.

La angustia en el pequeño Juanito tiene que ver con esto que lo despierta y lo atormenta, la erección. Tiene una erección y su síntoma viene a ser el rechazo, refiere Lacan, de eso que goza en el cuerpo, sin entender de qué se trata, sin saber qué pasó. Situación totalmente solitaria, para la que no tiene respuesta, no tiene palabra, esto es, no sabe ni tiene cómo arreglárselas con ese goce. Vicente Palomera planteará así que lo traumático no es la sexualidad como tal, sino el hecho de que esa sexualidad se revela como un agujero en el saber. Lo que dice Freud sería entonces que en el sujeto siempre va a haber un punto irreductible, un cuerpo extraño, con el que tendrá que arreglárselas.

Es decir, su síntoma se monta alrededor de esto que hace agujero, que hace trou, lo que prueba que hay en él alguna cosa, un colador que se atraviesa, por donde la corriente del lenguaje, el remolino de palabras, deja algunos vestigios, algunos detritos con los cuales él, el parlêtre deberá arreglárselas. Es esto lo que le deja toda esta actividad no reflexiva: los desechos a los que más tarde, porque él es prematuro, se adjuntarán —sumarán, dirá Lacan—, los problemas de aquello que va a temer, gracias a lo cual él va a hacer la coalescencia de esta realidad sexual y del lenguaje.

Señala Lacan que el goce extranjero que resulta de este Wiwimacher, esto que hace agujero en el saber, lo encontramos al principio de su fobia.

Fobia quiere decir que él tiene miedo, trouille. La intervención del profesor Freud mediada por el padre es todo un truquaje10, artificio, truco, que no tiene más que un mérito, el de haber tenido éxito. Él llegará a hacer sostener la pequeña colita por algún otro —a saber, dirá Lacan—, en este caso por su hermanita11.

Su mérito, el de Freud, no tapar el agujero.

La fobia se manifiesta entonces en este caso como una solución temporal, ya que libera un cierto número de objetos, que funcionan como significantes, como señales, que delinean límites, umbrales interiores y exteriores. La fobia desangustiaría, ya que cumpliría allí la función de reestructuración significante del mundo, previa a la constitución de la neurosis infantil.

Carácter fóbico

Otra modalidad respecto de la fobia es aquel modo que transmite Victoria Horne a propósito de su propia experiencia de análisis y que se propone esclarecer.

Horne señala que, siempre respondemos a la contingencia del real que nos cae encima, con el estilo, con la singular manera de cada quien de gozar y vivir la pulsión.

Se propone esclarecer el núcleo de angustia —vía de acceso a lo real— que constituyó el verdadero insoportable de su infancia. La angustia y los miedos, señala, fueron el hueso más duro de roer de su neurosis infantil.

En su familia decían que era fóbica, pero ese semblante fóbico, tenía la particularidad, de no fijarse a ningún objeto en particular. Padecía en su primera infancia de enigmáticas fobias y temores como el miedo a la oscuridad, a lo extraño, y sobre todo a quedarse sola. Angustias que acontecían preferiblemente durante la noche, cuya dificultad para dormir señala, se articulaba de manera más real a la relación compleja con su madre. Nada de ello se lograba cristalizar —a diferencia de Juanito— en un objeto de verdadera fobia, que viniera a extraer de ese sin límite angustiante algo que hiciera borde y permitiera un apaciguamiento del goce que empujaba. Siendo más bien bajo la forma de ese carácter fóbico que cristalizó una parte de su angustia.

Confrontada a la inconsistencia del Otro, algo del sin límite materno y su propia vacilación subjetiva la dejaban en un «f lu» angustiante. La angustia propia del desamparo Hilflosigkeit del infans, que necesita del Otro para su supervivencia hacía vibrar la incertidumbre.

Señala Horne que los síntomas y los temores nocturnos actuaban como un Fort-Da —lo que podría entenderse como un ordenamiento en cierto sentido—, en el que la madre era el carretel que de niña manipulaba. En esa repetición establece, iteraba ya un goce opaco. A partir de allí, fue en ciertas contingencias y no otras, donde vinieron a inscribirse las marcas traumáticas. Ubica al nacimiento de su hermana como el primer evento importante de su vida, que contribuyó a cristalizar en neurosis infantil aquellas angustias y miedos de su primera infancia. A este momento se sumaron otros dos sucesos, a partir de los cuales establece lo que ubica como su programa de goce: el nacimiento de su segunda hermana y una escena a los 12 años, que transcurre en la época de la separación de los padres cuando el padre parte al exilio donde se mezcla allí una escena de seducción. Estaban los tíos y el padre se burla, la deja en ridículo. La invade la vergüenza. En ese momento, siente que pierde el soporte del Otro.

Podría establecerse a mi entender, que es a partir de la última escena que se devela para Victoria Horne, un trop, un demasiado, un tropmatisme12 en el que irrumpe una significación sexual imposible de procesar, donde lo real del goce hace agujero en lo simbólico. Los sentimientos de ridículo y vergüenza y el desengaño de la creencia de contar para el Otro y de completarlo, abrieron una grieta en la que Victoria percibía, el borde de su fantasía erotómana y detrás de esta angustia y desamparo.

Ambos casos, cada uno a su modo, uno con cierta posibilidad de localización, de ligazón, en el caso de Juanito, o este modo difuso, no ligado, que Horne nombra como carácter fóbico, nos conducen a lo que Lacan planteó a propósito de que el miedo en definitiva se refiere al cuerpo.

El miedo al miedo

En su charla sobre la «Angustia como miedo al cuerpo»13 Emilio Vaschetto plantea que existe una angustia que revivifica la dialéctica del deseo, pero también señala que hay otra que pone de relieve la dimensión del goce, una angustia que no se visita habitualmente —que no es solamente la angustia psicótica— y que Lacan nombra como angustia como efracción de goce o como acontecimiento.

En consonancia con ello, Lacan plantea en «La Tercera» que ya no se trata de la angustia ante el deseo del Otro, el qué me quiere.

Con todo es del malestar que en alguna parte Freud observa, del malestar en la cultura [civilización], de donde procede nuestra experiencia. Lo que es sorprendente es que el cuerpo [...] contribuya a ese malestar de una manera con que sabemos muy bien animar —animar, por así decirlo— animar a los animales con nuestro miedo. ¿De qué tenemos miedo? Ello no quiere decir simplemente: ¿a partir de qué tenemos miedo? ¿De qué tenemos miedo? De nuestro cuerpo. Es lo que manifiesta ese fenómeno curioso sobre el cual hice un seminario durante un año entero y que denominé La angustia14 La angustia es, precisamente, algo que se sitúa en otra parte, en nuestro cuerpo, es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos embarga de que nos reducimos a nuestro cuerpo. Como de todos modos es muy curioso que esta debilidad [mental] del parlêtre haya logrado llegar hasta aquí, en definitiva, ¿no es cierto?... resulta que nos hemos dado cuenta de que la angustia no es el miedo de cosa alguna con la que el cuerpo pueda motivarse. Es un miedo al miedo15.

Antes de esta cita, señala Vaschetto, Lacan plantea a la angustia como síntoma tipo, de todo acontecimiento de lo real. Pero ¿por qué efracción de goce, por qué acontecimiento?

En los años cincuenta y sesenta, había un armado del cuerpo en función del estadio del espejo y del Otro, había una mortificación del significante. Luego, en los años setenta, Lacan propone que nuestro cuerpo no está asegurado, postulando que ese es el gran problema.

Mientras la histeria freudiana da cuenta de un cuerpo que habla, donde el lenguaje produce una mortificación del organismo, Vaschetto señala que aquí Lacan plantea el misterio del cuerpo hablante, como un cuerpo que se halla a merced de lo sonoro de la palabra, podría decirse del motérialisme, de la materialidad sonora de lalengua.

Lalengua es lalengua