Exploraciones orientales - Fernando Hidalgo Nistri - E-Book

Exploraciones orientales E-Book

Fernando Hidalgo Nistri

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Beschreibung

La Amazonía nunca ha dejado indiferente a quienes se han internado en sus bosques o a quienes por lo menos han tenido la ocasión de ilustrarse sobre ella en los libros o en los modernos soportes visuales. Como si fuera su vocación, siempre ha sido una gran provocadora y siempre ha estado excitando la imaginación. Su condición de remota, su diversidad, sus rarezas y su gigantismo son algunos de los rasgos que le han conferido buena parte de esa aurea de misterio y de esa capacidad de fascinación hasta hoy vigentes.En el Oriente se daba la circunstancia de que se había borrado la línea que separaba lo real de lo imaginario, siendo este un ecosistema donde la maravilla era posible. Para los objetivos de este estudio dos son las imágenes icónicas que han venido marcando los ciclos mitológicos de la Amazonía y que han logrado seguir vigentes: El Dorado y el Paraíso. La primera, como se sabe, movilizó a cientos de ilusos a internarse en las selvas orientales en su afán de enriquecerse y saciar su sed de oro. La convergencia entre la mitología americana y el mito europeo que aseguraba como bajo la equinoccial se "criaba oro" en abundancia, quedaron configuradas las primeras versiones fantásticas de la región. Por extraño que parezca, El Dorado no tiene raíces americanas: el mito hunde sus raíces en tiempos medievales cuando los sabios sostenían que bajo la línea, la perpendicularidad de los rayos solares engendraban vetas auríferas. Del mismo modo se apunta a poner de manifiesto cómo se proyectaron sobre la Amazonía conceptos relacionados con el nacionalismo y, al contrario, cómo la Amazonía alimentó la pasión nacionalista. Este libro destaca y explica la aparición del moderno pensamiento orientalista. Lo cierto es que a partir de la década de 1880 las reflexiones en torno a la Amazonía se intensificaron dramáticamente.El ámbito cronológico que abarca el estudio se centra sobre todo en un momento comparativamente corto pero que se caracterizó por haber sido una etapa en las que, como dijimos, las preocupaciones amazónicas alcanzaron cotas máximas de intensidad. Los topes de este período coinciden aproximadamente con las cinco décadas que median entre 1880 y 1930. Lo que lleva al interés  por esta etapa es el contraste con respecto de la situación de marginalidad y de olvido que había tenido con anterioridad a estos años. Un punto sobre el cual se va a incidir es en el papel que desempeñaron las ciencias en la Amazonía. Si su participación en la formación de las nuevas naciones fue notoria, también lo fue a la hora de representar los extensos territorios orientales. Sobre todo las actividades que desarrollaron los exploradores y los cartógrafos hay que entenderlas como una praxis política al servicio del Estado y de sus proyectos e, incluso, como un rasgo de la identidad cultural y política del Ecuador.Este trabajo constituye un esfuerzo editorial con miras a recuperar toda una serie de informes, descripciones y documentos referidos a la Amazonía y que son poco conocidos o de muy difícil acceso.

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ABREVIATURAS

Agradecimientos

Exploraciones orientales: Ciencia y política al encuentro de lo salvaje

2. Antecedentes:

3. Nacionalismo y patriotismo

4. La empresa colonizadora

5. La utopía de la patria deseada

6. Las ciencias y los fines del Estado

7. La figura del explorador

8. Haciendo el camino

BIBLIOGRAFIA

UNA EXCURSIÓN A GUALAQUIZA

UNA EXCURSIÓN A GUALAQUIZA I

II De Cuenca a La Portada

III De La Portada a Chigüinda

IV De Chigüinda a Gualaquiza

V Gualaquiza

VI Porvenir de Gualaquiza

ITINERARIO DE VICTOR PROAÑO

ADVERTENCIAS

V

ITINERARIO DE LA NAVEGACION DEL RIO MORONA POR EL CORONEL DON VICTOR PROAÑO

INFORME DE LA MISIÓN CIENTÍFICA TUFIÑO-ÁLVAREZ,

LICTO

PUNGALA

HACIA EL RIO CULEBRILLAS

HACIA HUAMBOYA

HACIA LAS JIBARIAS DEL CHIGUAZA

EL TUNACHIGUAZA

HACIA HUILCA

HACIA CHANALÁ

HACIA HATILLO

HACIA CEBADAS Y LICTO.- FIN DE LA EXPLORACIÓN

APENDICE

UNA HOYA HIDROGRÁFICA DESCONOCIDA

EL YACU–CHINGARI

EXPLORACIONES DEL ORIENTE ECUATORIANO

EL VIAJE EN EL INTERIOR DEL ORIENTE

RECONOCIMIENTO DEL RIO ANZU

EL ESTABLECIMIENTO DEL NAPO

LEVANTAMIENTO DEL RIO NAPO DESDE PUERTO NAPO HASTA EL RIO COCA

DE NAPO A ARCHIDONA POR EL SENDERO DE PAPALLACTA

RECONOCIMIENTO DEL NAPO A CANELOS

RECONOCIMIENTO DE CANELOS A ALAPICOS

MACAS, LA PRINCIPAL POBLACION DEL ORIENTE

RESUMEN TOPOGRAFICO

CLIMA

DECLINACIÓN MAGNÉTICA

VIDA ANIMAL EN EL BOSQUE

POBLACION

EN EL PAIS DE LA CANELA: UN VIAJE AL ECUADOR ORIENTAL

PLANES PARA EL TRABAJO DE LEVANTAMIENTO

DE QUITO AL VALLE DE QUIJOS

CAMBIO DE RUTA AL NAPO

NUEVA VISITA A ARCHIDONA, TENA Y NAPO

DESCENSO POR EL NAPO HASTA EL COCA

SUBIDA DEL COCA

EL REVENTADOR

VIAJE DE REGRESO

LA EXPLORACIÓN AL REVENTADOR

IANTECEDENTES

II LA EXPLORACIÓN

DEL REVENTADOR A QUITO

III CONCLUSIONES

IV OBSERVACIONES

LOS VOLCANES DEL ECUADOR

EL SANGAY, TERROR FLAMÍGERO DE LOS ANDES

EL PROBABLE “PROPIETARIO” DE VOLCÁN SANGAY SE PRESENTA A SÍ MISMO

LOS VIANDANTES CANSADOS SON RECIBIDOS HOSPITALARIAMENTE

LOS INDIOS PRESTAN AFANOSA AYUDA

LA BUENA SUERTE GUÍA LOS PASOS DE LA EXPEDICIÓN

LA PRIMERA TENTATIVA DE ASCENSO

UN MUNDO MARAVILLOSO Y SILENTE

¡CEGUERA DE LA NIEVE Y HERMOSO TIEMPO!

A CUATROCIENTOS PIES DE LA CIMA

EL CAMINO AL TUNGURAHUA

UNA TEMPESTAD REPENTINA DETIENE EL PRIMER ASCENSO

LAS ESTRELLAS ILUMINAN EL CAMINO

MIRANDO HACIA ABAJO, A LA BOCA DEL MONSTRUO

EL MUERTO VUELVE A LA VIDA: LA FURIA DEL TUNGURAHUA

SENTADOS EN UN VOLCÁN CUANDO SALTA EL CORCHO

LA RETIRADA FRENTE A FRENTE DEL LODO Y LA NIEVE

EL MISTERIOSO SUMACO HACE SEÑAS DESDE LA AMAZONÍA

LOS INDIOS MIGRATORIOS HACEN DIFÍCIL EL VIAJE

CAVAMOS MADRIGUERAS EN LA MONTAÑA PARA DORMIR

UNA DEMORA FUNESTA

CONFERENCIA

CONFERENCIA

FUNDACION DE LA SOCIEDAD DE ORIENTALISTAS

“SOCIEDAD DE ORIENTALISTAS:

ABREVIATURAS

AGI Archivo General de Indias (Sevilla).

AHCSE Archivo Histórico de la Comunidad Salesiana del Ecuador (Quito).

CSIC Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid).

FECYT Fundación Española de Ciencia y Tecnología (Madrid).

ICCTA Informe de la Comisión Científica Tufiño-Álvarez.

MUNA Museo Nacional (Ministerio de Cultura).

Agradecimientos

Ante todo, quiero expresar mi agradecimiento a las autoridades de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en especial a su Rector, el Dr. Fernando Ponce León S.I., al Vicerrector, Fernando Barredo S.I. Asimismo, vayan mis agradecimientos a Santiago Vizcaíno, Director del Centro de Publicaciones de la PUCE, y a mi buena amiga Gaby Costa, entusiasta y eficiente coordinadora de este centro. Estos mismos reconocimientos van dirigidos a María Antonieta Vázquez y a Silvia Larrea, quienes llevaron a cabo la ardua tarea de transcribir los textos que se adjuntan en este libro. Desde luego, esta lista estaría incompleta si no mencionara a mi amigo Juan Diego Pérez, quien con su gran profesionalidad, fue el responsable de procesar buena parte del material fotográfico que contiene este libro. Mis agradecimientos también van a Ingrid Bejarano por su ayuda en la revisión y corrección de los textos. Finalmente debo expresar mis reconocimientos a José Rubio Cañizares funcionario del archivo fotográfico del Instituto de Patrimonio Cultural, a Carlos Morales, curador del Archivo Jijón-Caamaño, a Angélica Almeida curadora del Archivo fotográfico de la comunidad Salesiana y a Soraya Larrea. Sin la valiosa colaboración de todas estas personas e instituciones, este libro no habría sido el mismo.

Fernando Hidalgo Nistri

Exploraciones orientales: Ciencia y política al encuentro de lo salvaje

Fernando Hidalgo Nistri

La Amazonía nunca ha dejado indiferente a quienes se han internado en sus bosques o a quienes por lo menos han tenido la ocasión de ilustrarse sobre ella en los libros o en los modernos soportes visuales. Como si fuera su vocación, siempre ha sido una gran provocadora y siempre ha estado excitando la imaginación. Su condición de remota, su diversidad, sus rarezas y su gigantismo son algunos de los rasgos que le han conferido buena parte de esa aurea de misterio y de esa capacidad de fascinación hasta hoy vigentes. “El laberinto de la selva -decía Tomás Vega Toral- imprime en el ánimo del que penetra en ella una especie de encantamiento, mezclado de temor y de hechizo y la fantasía y lo fantástico ejercen influencias desconocidas e inexplicables que sería difícil traducir al lenguaje humano.”1 Pío Jaramillo Alvarado, un intelectual socialista y con pretensiones de moderno, también había caído presa de sus hechizos. “Fantasma, sortilegio, integridad cósmica”, etc., son términos que empleó para poner de manifiesto de condición de excepcionalidad y su incuestionable la densidad mitológica.2 Esta percepción de la selva no nos debe extrañar demasiado ya que en la tradición occidental, desde siempre, el bosque ha supuesto una suerte de otro mundo muy aparte de la geografía real. Traspasar ciertos puertos de montaña como Papallacta o Baños era tanto como entrar en una especie de más allá, en otra dimensión donde las cosas eran y funcionaban de otra manera. En el Oriente se daba la circunstancia de que se había borrado la línea que separaba lo real de lo imaginario. Este era un ecosistema donde la maravilla era posible. Aunque podríamos hilar más fino, para los objetivos de este estudio dos son las imágenes icónicas que han venido marcando los ciclos mitológicos de la Amazonía y que han logrado seguir vigentes: El Dorado y el Paraíso. La primera, como se sabe, movilizó a cientos de ilusos a internarse en las selvas orientales en su afán de enriquecerse y saciar su sed de oro. La convergencia entre la mitología americana y el mito europeo que aseguraba como bajo la equinoccial se “criaba oro” en abundancia, quedaron configuradas las primeras versiones fantásticas de la región.3 Por extraño que parezca, El Dorado no tiene raíces americanas: el mito hunde sus raíces en tiempos medievales cuando los sabios sostenían que bajo la línea, la perpendicularidad de los rayos solares engendraban vetas auríferas. De hecho, hay quienes han distinguido en la leyenda rasgos del mito del vellocino de oro. La otra imagen, la de El Paraíso con su claro sesgo religioso, provino de las temerarias elucubraciones de Antonio de León Pinelo, un intelectual barroco del siglo XVII, quien aseguró que el Paraíso se hallaba situado en plena Amazonía.4 Iluminado como era, determinó que este jardín coincidía nada más y nada menos que con la región de Mainas. Para más señas sostuvo que El Edén era un círculo que abarcaba un total de nueve grados de diámetro y ciento sesenta leguas de circunferencia. Pero no contento con esto también tuvo la audacia y el desparpajo de proporcionar detalles aún más precisos cuando “reveló” que los volcanes andinos no eran sino los ángeles con la espada de fuego que custodiaban la entrada a este divino jardín. Tanto en un caso como en otro, ambas imágenes no hacían sino proyectar aquello que durante mucho tiempo había sido objeto de deseo por los españoles: acumular oro y lograr la salvación. Es por esto por lo que, parafraseando a Alfonso Reyes, podemos decir que la Amazonía fue una región deseada antes que encontrada.

Tal como destacamos, esta mitología antes que desaparecer continuó estando presente bajo nuevos ropajes. Y es que, si algo tienen los mitos, es que son estructuras mentales muy tozudas y que insisten en mantenerse vivas en el tiempo. Su estrategia, si de ello podemos hablar, consiste en modificar sus formas para de esta manera acomodarse mejor a las nuevas realidades y a las nuevas demandas. De alguna manera nos recuerdan a Proteo, ese personaje de la literatura clásica, que tenía el don de cambiar de rostro cuando las circunstancias así lo exigían.5 Al igual que en los casos anteriores, la modernidad hizo del territorio un mito y lo representó como un lugar de la abundancia. Ahí parecía que todo era posible, incluso las empresas más descabelladas.6 Sus hechizos atrajeron a viajeros, exploradores, científicos, comerciantes y aventureros venidos de todas partes del mundo. Curiosamente el saber científico amplificó aún más la capacidad del bosque tropical de generar fantasías. A medida que se sucedían los descubrimientos se renovaba el imaginario y se diversificaban los caminos de la ilusión. Asímismo, conforme los intrépidos exploradores incursionaban en tierras extrañas, las puertas de la credibilidad se abrían de par en par. Por otra parte, el enorme poder de fascinación que ejerció la Amazonía fue el combustible que alimentó a todas esas constelaciones utópicas que aparecieron en el siglo XIX y que permanecieron vigentes hasta bien entrado el siglo XX. Sobre todo, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y parte del siguiente, estas selvas fueron tenidas como un lugar apto para que la humanidad empezara una nueva era más dichosa, más próspera y más armónica. Tanto el viejo acervo mitológico como el prestigio de sus maravillas inspiraron un país de la abundancia en dónde todo estaba dispuesto para que finalmente los desposeídos de la tierra encontraran esa felicidad que en otros lugares les había sido negada. Ahí parecía que iban a resolverse todos esos desajustes entre la realidad vivida y los ideales de justicia propuestos. Las imágenes que se proyectaron de un suelo extremadamente fértil hicieron pensar el Oriente en términos de un nuevo El Dorado o de un País de la Cucaña en donde todo era abundancia y donde todo se producía de manera espontánea y sin esfuerzo.7 Doscientos años más tarde, el explorador James Orton ironizaba refiriéndose a estos territorios como el Edén de los ociosos, dado que ahí “se podía vivir sin esfuerzo”.8 Lo utópico, junto con las categorías de espera y de escatología, formaron parte principalísima de la reflexión en torno a la Amazonía. Reputados escritores del continente, a la cabeza de los cuales destacó el mexicano José Vasconcelos, todo un gurú de la intelectualidad latinoamericana, vaticinaron que la zona se convertiría en el nuevo centro gravitatorio del planeta. Sobre todo, su libro La raza Cósmica, fue una obra cuyo influjo se sintió hasta por lo menos los años cuarenta del siglo pasado. Reactualizando el concepto de translatio imperi, un mito de larga data y del cual ya se había valido la rama observante de los franciscanos que colaboraron con Colón, sostuvieron que el foco de la errabunda civilización, que ahora estaba instalada en Europa, parecía que estaba a punto de dar el salto a la gran cuenca. Por último, incluso son detectables unas cuantas ensoñaciones filo rousseonianas: hubo quienes lograron distinguir en las selvas primigenias restos de ese mundo armónico de los comienzos donde las cosas funcionaban conforme los dictados de la naturaleza. Esta especie de “nostalgia por el paraíso”, que ya había afectado a los ilustrados y a los románticos, siguió estando presente y no hacía sino mostrar un deseo de volver a reiniciar la historia y retornar a la beatitud de los primeros tiempos. Pero esto, desde luego, fue retórica y en ningún momento significó romper con las certidumbres y con el poder que conferían las ciencias.

Finalmente, y ya situados en la actualidad, esta vez han sido sobre todo los biólogos quienes han rehabilitado la visión mítica de la Amazonía. Con la irrupción del saber científico, en la selva tropical encontraron nuevos argumentos que permitían revalidar una vez más su efecto fascinador. Valiéndose de conceptos como los de biota máxima, reserva ecológica de la humanidad o pulmón del planeta, la gran cuenca logró reactualizar su porte mitológico. La Amazonía quedó, pues, convertida en el epicentro mundial de la biodiversidad y, en definitiva, en el paraíso de los naturalistas y de los colectivos ambientalistas. Todo esto, desde luego, en una versión auténticamente intramundana y en ocasiones salpicada con unos toques New Age.9 El que los biólogos hayan descubierto el papel que desempeña la Amazonía en la regulación de los ciclos del clima o en los procesos de captación del dióxido de carbono, le ha conferido actualidad y le ha convertido en uno de los puntos calientes del interés científico mundial. La región de todas maneras ya no solo es un asunto de exclusiva incumbencia de científicos sesudos y especializados que escriben en revistas indexadas, sino que también es un imán que atrae las miradas de un público mucho más amplio y heterogéneo. Medios de comunicación generalistas, como es el caso de la revista National Geographic Magazine, han contribuido a intensificar el poder de atracción de la selva tropical. Documentales de la BBC británica, de la Deutsche Welle alemana y de otras corporaciones han hecho de la Amazonía un auténtico icono de culto. A ello, incluso, han contribuido las agencias de viaje que hoy hacen su agosto vendiendo a los turistas esos nuevos productos de consumo que son lo salvaje y lo exótico. Por último, las alarmas que actualmente provocan los severos procesos de deforestación y de sobrexplotación de recursos que acusa la región, la han puesto en el punto de mira. Las encendidas y enconadas polémicas que de aquí se han derivado, han terminado en la protesta callejera. Para muestra ahí están las acciones de los Yasunidos, ese colectivo fuertemente comprometido con la defensa de los bosques tropicales y del medioambiente en general. A diferencia de otros tiempos, la Amazonía ya no solo es una fuente de inquietudes económicas, sino también de preocupaciones éticas relativas a la conservación de la biodiversidad del gran ecosistema amazónico. Actualmente es tenida como un hot point, como un oasis intocado y de pureza primigenia que permite la reconexión de la humanidad con lo salvaje. En un mundo arrasado por las biocenosis provocadas por la avidez de la moderna economía, las selvas tropicales parecían ser el lugar de salvación, un lugar en donde el hombre podía recuperar el sentido cósmico de la vida.

Desde luego, todo hay que decirlo, las visiones gloriosas, optimistas y amables no siempre han sido la regla. La Amazonía también ha sido ambigua y ha ofrecido otras caras no propiamente melifluas como las que se asociaban a lo paradisíaco o a los reinos de la abundancia. Para unos cuantos, el bosque tropical resultaba una auténtica pesadilla muy difícil de tolerar: era un no lugar, un fenómeno turbio que se hacía muy difícil de pensar. Siguiendo una tradición muy arraigada en la cultura occidental, hubo muchos que asociaron la selva a una situación de caos, de confusión y de locura. Tales eran los recelos que producía que incluso podía remitir a lo demoníaco y a lo manifiestamente inferior. De hecho, hubo alguno que para definirla utilizó el término de “mansión de los horrores y de la muerte” y otro el de “Olimpo del Averno”. Para gentes acostumbradas a vivir en una zona de confort cercana, conocida y controlable, el encuentro con la alteridad les generaba recelos y un fuerte sentimiento de inseguridad. Esto no nos debe llamar la atención puesto que lo distante y lo lejano han sido, por lo general, elementos generadores de inquietudes y de desasosiego. Desde siempre, lo monstruoso, y el miedo que venía aparejado, eran categorías que iban manifestándose conforme uno se alejaba de sus puntos de referencia. Atraídos más bien por sus aspectos más sombríos, el bosque tropical fue catalogado como un “infierno verde” en dónde todo era muerte y destrucción. En muchos de los diarios de viaje, esta imagen fue todo un clásico.10 El clima excesivamente húmedo, las pertinaces nubes de mosquitos y las alimañas venenosas mostraban la selva como un lugar hostil y poco apto para albergar a la civilización. Sin lugar a dudas, esta visión negativa de la Amazonía derivaba de los viejos prejuicios que los philosophes, durante casi dos siglos, habían utilizado para denigrar lo americano y particularmente las zonas tropicales. Lo húmedo y lo excesivamente acuoso despertaron la sospecha de que en tales sitios solo se podían engendrar especies inferiores y degradadas. Durante mucho tiempo la imagen que se proyectó de las selvas americanas fue la de un gran pantano en donde lo único que se criaba bien eran renacuajos, sapos, reptiles y bichos venenosos. Incluso no se podía descartar que hubiera algún que otro monstruo, uno de esos seres que no coincidían con los prototipos ontológicos.11 Pese a que influyentes autoridades como la de Humboldt y de otros exploradores más modernos ya habían renegado de semejantes patrañas, estos prejuicios siguieron estando activos en lo más profundo del imaginario europeo y norteamericano. Serán precisamente todas estaspeculiares formas de entender los bosques ecuatoriales las que alimentarán el modernos concepto de tropicalidad y todas sus derivas.

Un punto sobre el cual vamos a incidir es en el papel que desempeñaron las ciencias en la Amazonía. Si su participación en la formación de las nuevas naciones fue notoria, también lo fue a la hora de representar los extensos territorios orientales. Sobre todo las actividades que desarrollaron los exploradores y los cartógrafos hay que entenderlas como una praxis política al servicio del Estado y de sus proyectos e, incluso, como un rasgo de la identidad cultural y política del Ecuador. Desde el momento mismo en que los politécnicos irrumpieron en la escena, estas se convirtieron en grandes impulsoras de las reformas del gobierno y de las formas de gobernar. En un momento dado los científicos se vieron a sí mismos como los llamados a implementar un principio de orden en el caótico panorama de la república. Pero no todo quedó reducido a esto, las ciencias también mostraron ser un poderoso mecanismo de legitimación con claras derivas políticas. En este sentido, uno de los propósitos de este trabajo será el de poner de manifiesto el papel que jugó el explorador, ese nuevo actor que empezó a participar activamente en la aventura amazónica. Intentaremos explicar cómo en un momento dado llegó a convertirse en una pieza indispensable para la práctica del poder, en un gran impulsor del diálogo entre lo propio y lo extraño, y entre lo nuevo y lo viejo. Del mismo modo también vamos a intentar ver el papel que las ciencias desempeñaron en los procesos de invención de la Amazonía. Como todo lo que ha caído bajo la lupa de los hombres, la imagen que se popularizó de la región fue una construcción intelectual, expresión de mentalidades, de valores y de coyunturas concretas. Las diversas visiones de la selva tropical que difundieron testigos acreditados no fueron, pues, un reflejo exacto de la realidad, sino más bien representaciones y construcciones en el sentido más amplio de la palabra. Si algo hizo la ciencia moderna fue elaborar una idea de naturaleza segregada de la experiencia popular. Dicho de otra forma, los naturalistas transformaron la naturaleza en cultura acomodada a sus intereses o al de quienes financiaban el viaje. La imagen del bosque tropical, por lo tanto, fue un producto que derivó del encuentro entre ciencia y política.12

Del mismo modo nos hemos interesado en poner de manifiesto cómo se proyectaron sobre la Amazonía conceptos relacionados con el nacionalismo y, al contrario, cómo la Amazonía alimentó la pasión nacionalista. Nuestra intención es destacar y explicar la aparición del moderno pensamiento orientalista. Lo cierto es que a partir de la década de 1880 las reflexiones en torno a la Amazonía se intensificaron dramáticamente. Ella proveyó todo un acervo de relatos y de narrativas que terminaron configurando la imagen de la nación emergente. Muy a diferencia de lo que había ocurrido en épocas anteriores, lo “patriótico”, lo “heroico” y hasta lo “bélico” irrumpieron con fuerza en la discursividad. Incluso se gestó una bien elaborada retórica, que se generó en torno a la cuenca amazónica. No hace falta más que hacer un repaso de la literatura orientalista para ver los alcances y las dimensiones que tuvieron estos actores de nuevo cuño. Una profusión de alegatos jurídicos, proclamas altisonantes e incluso llamados a la guerra para mantener incólumes las fronteras fueron el denominador común de la época. Aquello de “Tumbes, Marañón o la guerra” fue un grito de guerra insistentemente repetido por el rabioso y sobrexcitado mundo de los orientalistas. Aquí, desde luego, hay que tener presente cómo a la larga este exacerbado patriotismo mostró su lado perverso en la media en que derivó en un potente foco de frustraciones, de amarguras e, incluso, de complejos. Como es suficientemente conocido, la demarcación de las fronteras y los reveses en las disputas con sus vecinos generó severos trastornos en la autoestima de los ecuatorianos. Estas patologías, lejos de menguar, fueron incrementándose con el tiempo sobre todo gracias a la conocida asignatura “Historia de límites”. Sus lecciones terminaron por convertirse en un auténtico suplicio que dejó graves secuelas psicológicas en unas cuantas generaciones de bachilleres. La Amazonía, en este sentido, ha mostrado dos caras: por un lado, ha sido fuente de grandes esperanzas y, por otro, de grandes decepciones. Aquí, sin embargo, hay que destacar un detalle que no deja de tener su importancia. La oleada nacionalista y patriótica no solo produjo literatura sino también un nuevo tipo de sociabilidades y de formas de expresión política: las Juntas Orientalistas y otras organizaciones del mismo estilo. Estos colectivos tienen su importancia en la media en que dieron voz a un público muy variopinto que nunca antes se había involucrado en política. Resulta interesante comprobar cómo las primeras protestas callejeras que aparecieron en el Ecuador vinieron motivadas por los ardores de la pasión nacionalista. La huelga general de Guayaquil de noviembre de 1922 fue muy posterior.

El ámbito cronológico que abarca nuestro estudio se centra sobre todo en un momento comparativamente corto pero que se caracterizó por haber sido una etapa en las que, como dijimos, las preocupaciones amazónicas alcanzaron cotas máximas de intensidad. Los topes de este período coinciden aproximadamente con las cinco décadas que median entre 1880 y 1930. Lo que nos llevó a interesarnos por esta etapa es el contraste con respecto de la situación de marginalidad y de olvido que había tenido con anterioridad a estos años. Las especiales circunstancias por las que atravesó el Ecuador de la post Independencia no permitieron la creación de un clima mental y político adecuado como para reflexionar y actuar sobre la región. Por entonces el foco de atención de los políticos se hallaba centrado en los procesos de resolución de conflictos de un país convulsionado por las revoluciones que lo mantenían en un permanente estado de zozobra. En realidad, cuando el Oriente empezó a concitar un interés más acusado fue hacia las últimas décadas del siglo XIX. A partir de estas fechas fue cuando la Amazonía pasó de ser una tierra ignorada a una tierra deseada. Este cambio hay que achacarlo a los procesos de consolidación de la nación ecuatoriana y de su derivado, el moderno fenómeno de la pasión patriótica. La gran diferencia con las viejas iniciativas amazónicas radicó en el hecho de que ahora se produjo un discurso coherente y sobre todo en que brotó un fuerte sentimiento de afecto y de pertenencia respecto de estos territorios.

Digamos unas palabras en relación con el material literario que ahora publicamos. Este trabajo constituye un esfuerzo editorial con miras a recuperar toda una serie de informes, descripciones y documentos referidos a la Amazonía y que son poco conocidos o de muy difícil acceso. Empecemos por decir que los textos seleccionados son únicamente una muestra representativa del amplio repertorio de una literatura orientalista que bien podría decirse que posee el estatus de género aparte. El interés que reviste este material radica en que fueron el canal de expresión de una cultura científico-exploradora y de un grupo de intelectuales que se dedicaron a visibilizar las regiones amazónicas. Gracias a estos relatos fue como un público muy determinado logró ampliar y diversificar las miradas, circunstancia esta que permitió romper con una visión muy restrictiva del país. Pero aquí también está contenido el material con el que varias generaciones de ecuatorianos construyeron el imaginario amazónico. La aventura del viaje fue un vehículo cognoscitivo que permitió que los lectores se convirtieran en espectadores de unas tierras incógnitas y reflexionaran sobre ellas. El explorador tenía la capacidad de hacer partícipe al lector de las peripecias del viaje y de seducirlo a través de la fenomenología de lo exótico. A semejanza de lo que habían hecho personajes como Marco Polo, Colón o Fernández de Oviedo, estos describieron para un público ávido de novedades las maravillas de territorios extraños y desconocidos. El explorador era el que arrancaba la alteridad del caos y de la ignorancia, permitiendo que la ciencia impusiera su visión particular de la naturaleza. Como pocos sitios, la selva tropical o los altos picos de los Andes invitaban a abrir los ojos para así poder captar todo ese caudal de sorpresas que ahí yacían ocultas. Gracias a un buen manejo del lenguaje, los exploradores lograron crear la ilusión de estar frente a frente con una naturaleza lejana y situada en un “más allá” no conocido. Aquí el virtuosismo descriptivo y retórico cumplía la función de hacer presente lo ausente. En este sentido, y tal como ya han hecho notar otros autores, el explorador hizo de intermediario entre un mundo y otro. Tanto la literatura de viajes como otros dispositivos culturales son los que ahora nos permiten ver cómo y en qué condiciones circuló y se recibió el discurso sobre la Amazonía. Así, pues, al tiempo que los viajeros describían un país nuevo, también construían una imagen para consumo de científicos y de un público no especializado. A través de este tipo de literatura se transportaron ideas, sensaciones, proyectos políticos y, hasta, por último, experiencias personales.

Grupo de misioneros y grupo Shuar. AHCSE.

Misioneros con el P. Albino de El Curto. AHCSE.

Indios Shuar con misioneros italianos. AHCSE.

P. Ángel Rouby y el Sr. Bigatti en el río Mangosisa en dónde encontraron la muerte en el cumplimiento de su misión. 20 de agosto de 1939. AHCSE.

Si hacemos un repaso de los textos veremos claramente cómo los contenidos y las fórmulas literarias que se utilizaron no fueron las mismas. Los diversos estilos narrativos no hacían sino reflejar los propósitos que habían animado a los viajeros y el deseo de satisfacer las demandas que imponía un público determinado. Esto, sin embargo, no supuso separaciones radicales al interior de los textos, siendo más bien que la narrativa combinó temáticas muy diversas tales como lo científico, lo costumbrista, lo etnológico y la omnipresente reflexión política. En nuestro caso hemos escogido materiales que fueron elaborados con fines distintos y cuyos estilos literarios difieren mucho entre sí. En Una excursión a Gualaquiza de Luis Cordero o en Una hoya hidrográfica desconocida de Francisco Talbot se aprecia fácilmente un regusto muy romántico, así como también reflexiones y disquisiciones muy personales. Por su parte el Diario del General Víctor Proaño, que permaneció largo tiempo inédito, es un texto que describe paso a paso todos los pormenores de la aventura y las peripecias de su viaje a lo largo del curso del salvaje Morona. También están los escritos de Telmo Paz y Miño y del tándem Tufiño-Álvarez que claramente se inscriben dentro de la categoría del informe oficial y rendición de cuentas a las autoridades que ordenaron el viaje. En el primero de los casos, la narración se enmarca casi exclusivamente dentro del ámbito científico, mientras que el segundo también fusionó consideraciones de índole económica y política. Un aspecto muy a destacar es la rica colección fotográfica que incluye el Informe Tufiño-Álvarez. Tales imágenes cumplieron en la práctica el papel de llenar el vacío entre el trabajo de campo y el laboratorio o el despacho de los ministros. No obstante, tanto el Informe como los escritos de Andrade Marín acusan rasgos del viejo proyectismo español, ese género que se dedicó a hacer una crítica integral a la política y a plantear soluciones creíbles y posibles. Los textos científicos de Sinclair-Wasson, por su parte, fueron elaborados dentro del ámbito de la empresa privada y con el fin de localizar yacimientos petrolíferos en la Amazonía. Ambos geólogos estuvieron durante años al servicio de la Leonard Petroleum Company. En sus escritos se percibe una economía de la representación que buscaba en todo momento la transparencia y la eliminación de todo lo que resultaba superfluo, ambiguo y confuso. Estos autores no querían poetizar mostrando las maravillas del Oriente, sino describir minuciosamente lo que se revelaba a sus ojos. Desde luego aquí también hay que poner de relieve el caso especial de George Dyott, el famoso explorador anglo-norteamericano que se dedicó a divulgar entre el gran público sus aventuras en lugares salvajes e inhóspitos. El texto que inicialmente apareció publicado en el número de enero de 1929 de la conocida revista National Geographic Magazin, fue reproducido en los años cuarenta en el Boletín de Obras Públicas. Su descripción de la Amazonía se enmarca más propiamente dentro de ese nuevo momento del género viajero que irrumpió ya bien entrado el siglo XX. El interés que ofrece su narración no es propiamente científico, sino en sus peculiares formas de tratar y de entender lo salvaje y lo exótico. La mirada que proyectó al paisaje buscaba dar relieve al espectáculo de la naturaleza más que otra cosa. No se trataba, pues, de una mirada experta y selectiva como la que caracterizaba a los científicos. Sus escritos, que también incluyen un libro extenso, On the Trail of the Unknown. In the wilds of Ecuador and the Amazon, son un excelente testimonio de cómo se hizo percibir al gran público norteamericano la alteridad de la wilderness de los países sudamericanos. Si por algo son importantes reportajes como los de Dyott, ello se debe a que consagraron buena parte de todos esos estereotipos, prejuicios y exageraciones relativas a las selvas americanas y que estos aún están plenamente vigentes. Muy a diferencia de los textos científicos, los de Dyott fueron concebidos para hacer divagar la mente en horizontes lejanos y para deleitar a un público muy amplio. En la media en que estaban destinados a la distracción, tenía un punto en común con los relatos de Le Tour du monde. Este intrépido viajero también dirigió y produjo dos películas un tanto sensacionalistas centradas en el Ecuador. La una fue un reportaje sobre las erupciones del Tungurahua y otra, la célebre The magic Vault, un curioso documental sobre nuestras regiones orientales.

2. Antecedentes:

Empecemos por hacer un resumen de la situación de la Amazonía con anterioridad al período que nos proponemos estudiar. Es un hecho perfectamente constatable cómo en las décadas inmediatamente posteriores a la Independencia el Ecuador mostró escaso interés por la región. Durante todo este tiempo, la debilidad del Estado y la retahíla de conflictos internos impidieron que las instancias de gobierno se fijaran en la región. Este desentendimiento profundizó aún más el vacío que ya venía produciéndose desde el día en que los Jesuitas abandonaron las misiones.13 A partir de ese momento una noche profunda envolvió a este mar de selvas, una situación que dificultó durante mucho tiempo la posibilidad de que el Oriente ocupara un lugar en el imaginario territorial ecuatoriano. Después de la salida de los misioneros, estos territorios perdieron buena parte de su vínculo con Quito y fueron prácticamente ignorados por las autoridades como por la propia sociedad civil. Al respecto dice mucho cómo los textos constitucionales apenas si hicieron alguna mención a estos territorios.14 Para colmo, la población blanca y mestiza allí establecida y que era la más proclive a involucrarse en las actividades colonizadoras, sufrió un fuerte declive demográfico.15 El Obispo Plaza informó a las autoridades de cómo las incursiones de los indios Shuar en la población de El Rosario habían dado lugar a que la población de cien habitantes decayera a tan solo tres familias y con Gualaquiza había ocurrido algo parecido.16 Una señal inequívoca de la marginalidad de la región es que ni siguiera el presidente García Moreno, un estadista con indiscutible don de mando, con gran visión política y con fama de forjador de la república, llegó a entender a cabalidad la importancia de esos territorios.

La Iglesia, asimismo, no tuvo una presencia significativa, al punto que Osculati reveló cómo los párrocos prácticamente habían desaparecido del Napo.17 Más aún, precisó que los curas rehuían cualquier posibilidad de ir al Oriente.18 Recién el primer intento serio de reorganizar las misiones fue una iniciativa del Concilio Provincial quitense del año 1863 que acordó el establecimiento de los jesuitas, pero estos no llegaron a instalarse sino en 1869. Pese a que en un inicio hicieron progresos notables y se internaron en zonas remotas fundando reducciones como la de Yaquipe, en uno de los tributarios del Upano, los regulares terminaron abandonando el territorio. Ya en 1884 se habían retirado de la emblemática Macas, luego de haber permanecido ahí catorce años. Del mismo modo, el poco peso específico que tuvo la Amazonía quedó muy bien reflejado en la deficiente cartografía de la región. Si algo deja entrever el “fantasioso” mapa de Villavicencio, esto es el escaso conocimiento que se tenía de estos territorios. Su carta no solo contenía errores notables, sino que además representaba la Amazonía de una manera muy homogénea, con muchos espacios en blanco, una circunstancia que no hacía sino revelar la falta de información y la ausencia de trabajo de campo. Algo más o menos parecido ocurrió con la cartografía de Teodoro Wolf que, pese a que llevó la trigonometría a su máximo esplendor, el mapa contiene múltiples inexactitudes y vacíos debido a que su autor nunca llegó a pisar el Oriente.Un detalle que muestra gráficamente la condición de la Amazonía como territorio aparte y no bien integrado en el cuerpo de la nación es como en su mapa la región quedó relegada a un simple recuadro, sin vinculación orgánica con el resto del territorio. Del mismo modo, una evidencia que pone de manifiesto la marginalidad del Oriente es el Atlas Geográfico del Ecuador de Felicísimo López, un trabajo publicado en 1907 y que todavía seguía etiquetando la Amazonía con una leyenda que lo dice todo: “Regiones poco conocidas y habitadas por indios salvajes”. En realidad, los primeros mapas exactos y fidedignos de la totalidad del Oriente recién van a aparecer en la década de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Imbuidos de un clima de apatía, muy pocos se atrevieron a incursionar por la región y lo cierto es que, hasta comienzos del siglo XX, el Estado nunca se dedicó a organizar un proyecto sistemático de exploración. Esta dejadez contrastaba con las potentes actividades que en este sentido estaban llevando a cabo los gobiernos peruano y colombiano.19 Durante todo este lapso de tiempo la actividad exploradora en el Oriente ecuatoriano fue un asunto que más concitó el interés de los científicos extranjeros. Solo por citar unos cuantos nombres, ahí están Osculati, Jameson, Spruce, Orton o la comisión científica española. Estos personajes fueron en realidad los que lograron redescubrir la región y los que más rigor científico imprimieron a los estudios amazónicos. No obstante, todo hay que decirlo, por lo menos en lo que se refiere al siglo XIX, los resultados de sus trabajos no tuvieron mayor resonancia en el Ecuador. Lo cierto es que la mayoría de estos informes no llegaron a circular por el país sino tardíamente y muchos ni siquiera llegaron a ser conocidos. Solo unos pocos privilegiados lograron acceder a esta rica fuente de información.

Pese a lo dicho, durante estos primeros treinta o cuarenta años de vida republicana, se pueden contar unos cuantos intentos de penetración en el Oriente. En 1836 la Sociedad de Amigos del País de Cuenca organizó una expedición a la zona de Gualaquiza con la intención de establecer colonias agrícolas.20 También está el caso de una “comisión” exploradora llevada a cabo en 1846, que se dirigió de Ambato a la zona de Canelos.21 En la década de 1850 el Obispo de Cuenca, Juan Manuel Plaza se destacó como un gran entusiasta de las regiones orientales, al punto que pasó más de treinta años evangelizando a las tribus del Ucayali.22 Una de sus grandes proezas fue la de pacificar a los levantiscos Shuar de Zamora y de Macas, que habían iniciado una escalada de violencia.23 El celo que mostró el prelado por la Amazonía le valió para que José Félix Proaño lo llamara “apóstol de las regiones orientales”. En la década de 1850, Francisco Dávila, en su calidad de gobernador del Azuay, organizó una expedición para localizar la ruta más corta que debía conectar Gualaceo con Gualaquiza.24 Las autoridades de Baños no se quedaron rezagadas y llevaron a cabo varias “entradas” a la región de Canelos con el propósito de encontrar un lugar apto para construir un puerto fluvial a orillas del Napo.25 El jefe de la empresa fue un tal Matías Álvarez, un supuesto conocedor de la selva. Aquí asimismo habría que considerar toda una serie de empresas que se constituyeron para lavar oro en los ríos orientales. El explorador italiano Gaetano Osculati dio noticias de una compañía, integrada en su mayor parte por franceses, pero que resultó un fracaso completo, al punto de que algunos de sus integrantes murieron de forma trágica.26

Un análisis de estas empresas muestra perfectamente como esta cultura exploratoria no tuvo los alcances de un proyecto nacional. Casi todas las intentonas que se llevaron a cabo fueron iniciativas muy locales y no pasaron de ser meros brotes de entusiasmo que jamás lograron superar la órbita de lo informal. Por lo general se trataba de proyectos que lo que buscaban era satisfacer deseos e intereses privados, más que fortalecer la presencia del Estado. Buena prueba de ello fue que la legislatura del año 1875 negó la construcción de un camino de Latacunga al Napo, aduciendo “que solo serviría a una familia”. Pero además había otra circunstancia: todos estos intentos de penetración se redujeron a tomar posesión de enclaves en las áreas inmediatas al pie de la cordillera. No hubo pues la intención de ir más allá, esto es de internarse en lo más profundo de los territorios amazónicos. Por último, aquí hay que hacer mención del famoso tratado Ycaza-Pritchett del año de 1858, un acuerdo por medio del cual el Ecuador cedía a unos inversionistas ingleses tierras en la región oriental, en el Pailón de San Lorenzo, en Zaruma y en la actual provincia de Los Ríos. Más allá de cualquier consideración, este contrato no hacía sino reconocer tácitamente la imposibilidad material que tenía el país de controlar la región. A la larga, el acuerdo no llegó a cumplirse.

Dentro de este primer momento, sin embargo, hay que mencionar dos casos que marcaron la diferencia: el de Manuel Villavicencio y el del General Víctor Proaño, el gran explorador de la Amazonía meridional. En realidad, se trataba de dos figuras desde todo punto de vista excepcionales. Aunque no fueron científicos al uso, sino hombres hechos a sí mismos, mostraban unos rasgos característicos que los aproximaban a los exploradores de nuevo cuño. En ellos se distingue un fuerte deseo de descubrir y de saber más. Pese a sus evidentes limitaciones, mostraron su pasión por aumentar los conocimientos geográficos y por el esclarecimiento de territorios ignotos. A diferencia de otros, ellos se atrevieron a ir más allá de sus predecesores y sobre todo lograron combinar esa moderna dupla que años más tarde va a dar mucho que hablar: ciencia y patriotismo. En este sentido, Villavicencio y Proaño merecen ser reconocidos como precursores de esa nueva forma de pensar y actuar sobre la provincia de Oriente.27 Tal como se desprende de sus respectivos escritos, en sus exploraciones ya se detectan intenciones que fueron propias de los proyectos amazónicos del entre siglo. En el caso de Villavicencio, su exploración contó con el auspicio del presidente Roca, quien le encomendó recorrer el Napo a fin de encontrar una salida al Amazonas.28 Viendo las cosas en perspectiva, ésta bien puede ser tenida como la primera iniciativa estatal de toma de posesión de los territorios orientales. Hasta por lo menos finales del siglo XIX fue el ecuatoriano que mejor conoció el curso de este río. También fundó Laguano y otros poblados de existencia efímera.29 Adelantándose a los futuros orientalistas del entre siglo, Villavicencio propuso la construcción de cinco caminos a la región oriental: Latacunga-Napo, Baños-Canelos, Riobamba-Macas, Cuenca-Gualaquiza y Loja-Zamora. De todas formas, el respaldo que tuvo del gobierno fue algo muy puntual y no fue posible darle continuidad. Proaño, por su parte, fue el gran conocedor de la Amazonía meridional y el que aclaró la hidrografía de la cuenca del Morona. Sus exploraciones hicieron época y fueron el detonante de muchas polémicas. De otro lado no hay que perder de vista que tanto la vida intelectual como la científica de Villavicencio y de Proaño estuvieron en buena medida confinadas al ámbito privado. Buena prueba de ello es que su Geografía fue publicada con fondos que le fueron donados por Juan Gutiérrez, un comerciante residente en Guayaquil. Con Proaño fue aún peor: no solo que no contó con el apoyo del gobierno ecuatoriano, sino que durante un buen tiempo fue un exiliado y un perseguido político. Fue más bien el gobierno peruano el que se fijó en él y lo contrató como explorador. A tal punto se valoraron sus servicios que en un momento dado el congreso de ese país llegó a rendirle honores oficiales y hasta otorgarle una pensión vitalicia.

La manifiesta debilidad del Estado dio lugar a que sitios tales como Papallacta, Baños o Gualaceo se convirtieran en fronteras de facto. Y es que, a partir de estos lugares, la autoridad del Estado se iba diluyendo progresivamente a medida que la distancia se iba incrementando. Si uno se internaba más en la selva, ya ni siquiera la moneda ecuatoriana era formalmente reconocida. Las únicas formas de presencia del Estado quedaron reducidas al nombramiento de gobernadores y de jefes políticos. En todos los casos, estas dignidades fueron meramente nominales más que reales. Como se denunció de manera reiterada, el título de gobernador y de otras autoridades subalternas no eran más que prebendas o privilegios que se solía conceder a un amigo o aliado con el que había que cumplir. Sus poderes eran muy limitados y normalmente solían durar pocos años en el cargo. Para rematarlo, muchos de ellos eran borrachos empedernidos. Luis A. Martínez ya advirtió con sumo pesar cómo esos “agentes subalternos del ejecutivo [...] habían sido reclutados en garitos y tabernas”.30 Karsten, por su parte, se refería a ellos como “funcionarios vagos e ineptos.”31 Estos sujetos altamente corrompidos no ejercían sus funciones más que en beneficio propio y a lo único que se dedicaban era a explotar y a extorsionar a los indígenas. El aliciente que les llevaba al Oriente era la posibilidad de traficar con oro y formar un capital con el que, más pronto que tarde, poder volver a la ciudad. En la práctica, fueron los curas misioneros los que se hicieron cargo de las funciones que debían ser realizadas por la administración estatal. James Orton, el viajero norteamericano que visitó el Ecuador en 1869, describió muy bien la situación. “En realidad son los misioneros jesuitas los que han establecido un Obispado y tres curatos los que controlan los asuntos espirituales, políticos y comerciales”.32 Si esto decimos de las autoridades civiles y eclesiásticas, no se diga lo que ocurrió con los cuerpos militares. El ejército brilló por su ausencia a lo largo del siglo XIX y cuando a comienzos del siguiente establecieron algunos puestos de mando, su situación y su equipamiento fueron de lo más precario.33

Las preocupaciones del Estado en torno a la Amazonía, sin embargo, ya empezaron a experimentar un giro sustancial a partir de la década de 1880. Fue por estas fechas cuando influyentes hombres públicos adquirieron conciencia de la importancia estratégica que significaba tomar posesión del Oriente. Este fue el momento en el que realmente se empezó a reflexionar y a construir un discurso más moderno y más consistente sobre la región.34 Es muy significativo cómo las elites guayaquileñas, tradicionalmente muy desentendidas de estos territorios, llegaron a interesarse por el asunto. De estas fechas data la aparición de ese pelotón de insignes orientalistas como fueron Francisco Andrade Marín, Luis Cordero, Remigio Crespo Toral, Luis Tufiño, Eudófilo Álvarez, Enrique Vacas Galindo, los Martínez de Ambato, etc. Sus escritos buscaron intensificar los procesos de incorporación de la Amazonía al imaginario territorial ecuatoriano. Por estos años fue cuando se empezó la construcción de un tendido férreo que debía conectar la sierra central con un puerto en las riberas del Curaray. Por último, aquí también habría que agregar a otras figuras menos conocidas del orientalismo como de la exploración tales como Julián Fabre, Vicente Bravo, Federico Páez y el Obispo de Guayaquil, Juan Manuel Riera. Esta nueva generación se propuso tomar posesión de la Amazonía de una manera más formal y sobre todo institucionalizada. De hecho, sus integrantes dieron un importante impulso a dos elementos que anteriormente habían sido marginales: el factor proyecto nacional y su apéndice, el sentimiento patriótico. De este modo, pues, las nuevas iniciativas amazónicas fijaron un antes y un después. Aquí, sin embargo, no hay que perder de vista a otro grupo de exploradores que hicieron su aparición hacia la década de 1910 y cuyas preocupaciones fueron más bien de orden estrictamente científico. Este tipo de empresas marcaron otro punto de inflexión en la historia de las exploraciones. Aquí su principal cometido fue describir correctamente y con precisión la geografía de la región oriental. El contenido de sus investigaciones estuvo en buena medida dedicado a rendir culto a la exactitud, a rectificar viejos errores y a priorizar el hecho del descubrimiento. El foco de interés giró en torno a la posibilidad de resolver cuestiones tales como determinar la existencia o no de la tercera cordillera,35 reconocer las cuencas hidrográficas o bien establecer la ubicación de esos todavía desconocidos volcanes de la región: el Reventador y el Sumaco. Un buen ejemplo de ello son los informes de Telmo Paz y Miño y de Luciano Andrade Marín. Desde este mismo marco, también hay que destacar las exploraciones de los geólogos Joseph Sinclair, Theron Wasson y del más moderno, el suizo Heinrich Goldschmidt. Tal como ya lo adelantamos, buena parte del material que produjeron estos científicos procedía de las prospecciones geológicas que desarrollaron las compañías Leonard Petroleum Company y Shell.

3. Nacionalismo y patriotismo

Sobre todo, a partir de la década de 1880, tanto la reflexión como las nuevas actitudes en torno a la Amazonía hay que entenderlas dentro del contexto de los complejos procesos de construcción y de consolidación, tanto de la nación como de la identidad ecuatoriana. Este vuelco de las sensibilidades con respecto a la región vino en buena medida determinado por un repunte del discurso identitario patriótico-nacionalista que por esas épocas ya había empezado su fase de despegue y apogeo. Esta nueva forma de conciencia fue el acicate que instó a intelectuales, a políticos y a figuras relevantes del clero a redescubrir y a tomar posesión de las desconocidas regiones orientales. Las preocupaciones amazónicas fueron a más, en la medida en que el concepto de ecuatorianidad empezó a ser un valor en alza y a adquirir prestigio. Tal y como últimamente han puesto de manifiesto los historiadores, el Ecuador fue hasta muy tarde un concepto muy vago y difuso que no incitaba mayores lealtades ni entusiasmos.36 Para ser exactos, con anterioridad a estas fechas, la patria coincidía con el entorno más próximo, esto es con la patria chica.37 De hecho el momento de más apogeo del regionalismo desembocó en ese annus horribilis de 1859 en el que el país virtualmente llegó a desaparecer presa de los poderes locales. Como se sabe, las cuatro regiones históricas, Quito, Guayaquil, Cuenca y Loja se disgregaron y formaron sus propias repúblicas independientes. Con esta forma tan restringida de entender la nación, el gran proyecto amazónico tenía difícil encaje dentro de esos imaginarios patrios, cuyo punto de anclaje era la región. Si en algún momento las elites locales mostraron algún interés por el Oriente, este quedó reducido a las zonas más inmediatamente adyacentes tales como Archidona, Gualaquiza o Macas.

Shuar mostrando sus adornos. AHCSE.

Misioneros cruzando el río Upano. Provincia de Morona Santiago. AHCSE.

Paisajes de El Oriente. Río Méndez. AHCSE.

El nacionalismo, en tanto que voluntad de crear una nación, no solo implicaba construir una literatura propia y establecer rasgos identitarios concretos sino también fijar con claridad y distinción un espacio y un territorio. En este sentido, los procesos de invención del Ecuador no solo contemplaban el relato histórico, sino también los procesos de conocimiento geográfico. La pasión por la patria y el deseo de poseerse a uno mismo exigían un vuelco de la mirada escrutadora hacia la naturaleza física del Ecuador. De hecho, si algo caracterizó al pensamiento nacionalista, esto fue su propensión a pensar espacialmente.38 Conforme los paradigmas vigentes en la época, la geografía se constituyó en el complemento del relato histórico. A la final, entre ambos polos era donde se tensaba la conciencia nacional. Con esta manera de razonar, una de las grandes iniciativas que cobraron fuerza fue la de integrar la Amazonía al cuerpo del territorio nacional. Había que lograr que la población se sintiera identificada y afecta con una región que, por no formar parte de su entorno inmediato, les resultaba completamente lejana y extraña. Lo suyo era que los ecuatorianos reforzaran la conciencia de pertenencia a “esos” territorios. Sin un sustrato físico perfectamente aclarado, tipificado, delimitado y reconocido, el país difícilmente podía llegar a configurarse. Así, pues, los progresos de la conciencia nacionalista iban en paralelo a los procesos de configuración de la imagen del territorio nacional. Detrás de esa forma de entender las cosas se distinguen categorías estéticas procedentes de la tradición agustiniana y escolástica. Un Ecuador bello y elegante solo podía ser una amalgama entre el splendor formae, el splendor ordinis y el explendor veri. Semejante estado solo se conseguiría en el momento en que todas sus partes lograran integrarse entre sí y formar un todo estable y coherente. Un Ecuador no completo o desgarrado, resultaba un Ecuador deforme y feo. Bajo las prescripciones de una visión orgánica del mundo que fue dominante en los círculos intelectuales, un país desprovisto de su región oriental era tanto como hablar de un país mutilado. Las fronteras en este sentido cumplieron la función de encerrar espacios concretos a fin de que ahí tuviera lugar la producción y reproducción de eso que bien podemos llamar, la ideología nacional. Dicho de otra forma, la identidad ecuatoriana solo podía cobrar cuerpo dentro de un receptaculum perfectamente definido, delimitado y a salvo de cualquier fluctuación. Sin lugar a dudas el Ecuador había llegado a un momento tal de madurez que era preciso reconocerle su espacio, establecer su geometría y sus puntos de referencia. Sin ello resultaba muy difícil que lograra visibilidad en los atlas del mundo. Si García Moreno había hecho la proeza de reunir los cuatro principales departamentos, Quito, Guayaquil, Azuay y Loja, ahora lo que procedía era rematar la tarea incorporando a la esquiva “provincia de Oriente”.

Para los recién conversos al nacionalismo era una verdad inapelable que, sin linderos claros y precisos, la nación no era viable. El hecho de que hasta bien entrado el siglo veinte las líneas fronterizas no estuvieran trazadas y fueran muy fluctuantes, resultaba enormemente perturbador. Más grave aún, esta falta de claridad respecto del territorio atentaba contra el tan valorado principio de soberanía. Remigio Crespo Toral, uno de los comandantes en jefe del ejército nacionalista, fue contundente cuando dijo que el Ecuador no sería del todo independiente hasta que las fronteras no quedaran bien cerradas.”39 Esta voluntad de consolidar el país es lo que explica la preocupación que manifestaron los estadistas de la época por tratar de redefinir territorialmente al Ecuador, esto es por establecer los linderos patrios con Colombia, Perú y hasta con el Brasil. Urgía recomponer el fragmentado mapa de la república imaginada; recuperar la identidad territorial de ese mítico país cuyos linderos coincidían con aquellos que había prescrito la célebre Real Cédula de 1563 que creó la Audiencia de Quito y los mapas de los Jesuitas. La cartografía que se elaboró a comienzos del siglo XX, como la de Vacas Galindo, la de Gualberto Pérez y no digamos la de Morales y Eloy, no eran sino un compendio de los mitos que sustentaban a la nacionalidad ecuatoriana.40 Sus preocupaciones, por lo tanto, no fueron de orden científico, sino las de plasmar en sus mapas unos derechos históricos legalmente determinados.41 En realidad, a partir del momento en que se viralizó la pasión nacionalista, entonces la historia del país también pasó a ser la historia del desplazamiento de sus fronteras y de los procesos de definición del territorio. El nacionalismo, en este sentido, se convirtió en una ideología territorial y en un territorialismo ideologizado.42 No es casual que para estas fechas aparecieran publicados más de treinta alegatos centrados en la espinosa cuestión de límites del Ecuador. A este momento cumbre del nacionalismo también corresponde la publicación, entre 1902 y 1903, de la monumental Colección de documentos sobre límites ecuatoriano-peruanos de Vacas Galindo.

Esta necesidad de establecer con exactitud lo que era y lo que no era el Ecuador, llevó al país a situaciones prebélicas y de hecho se produjeron varias escaramuzas que dejaron un reguero de víctimas. Las acciones de Solano y Angoteros que tuvieron lugar en el año de 1904 a orillas del río Napo, se saldaron con la muerte de veinte y cuatro militares ecuatorianos a manos de un comando peruano.43 Este acontecimiento ahora poco conocido tuvo una enorme repercusión en la opinión pública de comienzos del siglo XX. En el plano simbólico, el desastre bien puede ser tenido como la partida de nacimiento de la moderna pasión patriótica que hasta el día de hoy hace vibrar a los ecuatorianos. Las exequias fúnebres celebradas en honras de los caídos rozaron lo apoteósico. No faltaron elocuentes discursos y encendidas proclamas proferidas por lo más granado de la intelectualidad quiteña. Incluso la prestigiosa y recién fundada Sociedad Jurídico Literaria homenajeó a los caídos dedicándoles un número extraordinario de la revista.44 Pero no todo quedó ahí, años más tarde tendrán lugar toda una serie de escaramuzas con el Perú que provocaron multitudinarias manifestaciones públicas en las principales ciudades del país. De estas fechas data el célebre discurso de González Suárez... “si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca...” Lo más significativo de todo esto fue que la propaganda nacionalista logró generar una pasión hasta entonces inédita por los territorios Amazónicos. Durante estas jornadas hubo momentos en los que se produjo de manera espontánea el milagro de la unanimidad.45 El efervescente espíritu patriótico conquistó a un público muy diverso y sobre todo dio lugar a que entrara en escena la naciente clase media que leía y que se ilustraba. Los intelectuales y sujetos de relieve público animaron a emprender la colonización e instaron de manera reiterada a la apertura de vías de comunicación. Las autoridades, por su parte, se comprometieron a tomar cartas en el asunto y acometer acciones dirigidas a conservar el dominio sobre las selvas orientales. Incluso insignes miembros de la Iglesia se involucraron en el asunto, al punto de que un religioso como Enrique Vacas Galindo, en su afán por explorar, se vio envuelto en un rocambolesco affaire en una prisión de la localidad peruana de Yurimaguas 46 Los Salesianos también apoyaron estas iniciativas y colaboraron directamente con el gobierno en todo cuanto fue necesario para mantener la soberanía sobre el territorio.

Un hecho que conviene destacar es el espíritu manifiestamente “anti yanqui” que creció al calor del nacionalismo ecuatoriano. Entre las ensoñaciones que produjo la Amazonía, una fue la idea de establecer un contrapoder que hiciera frente al expansionismo norteamericano ya en curso. La doctrina Monroe, que fue atentamente estudiada, provocó buenas dosis de inquietud entre unas elites políticas que valoraban sobremanera el concepto de soberanía. Ella parecía una seria amenaza al “porvenir de la raza latinoamericana”. El sueño de los orientalistas ecuatorianos era de altos vuelos: no solo se reducía a un proyecto netamente ecuatoriano, sino que fue pensado en términos de la posibilidad de configurar un hispanismo latinoamericano que por entonces estaba muy en boga. El deseo de ser uno mismo y de lograr una plena soberanía les llevó a mantenerse alertas ante las intenciones del “principio egoísta del actual pueblo del Norte.” Para Tufiño y Álvarez, el establecimiento de una ruta hacia el Amazonas era un asunto clave para mantener incólume la autonomía del país. Sin este componente de raíz claramente nacionalista, el Ecuador era inviable.47 Por lo menos dentro del ámbito del orientalismo, Víctor Proaño fue el primero que planteó los proyectos amazónicos como un medio para hacer frente al expansionismo norteamericano. A su modo de ver, una buena manera de evitarlo era formar una gran nación a efectos de equilibrar los poderes con la gran nación del norte. Con profunda añoranza de la vieja Gran Colombia que no había podido ser, formuló la posibilidad de una confederación amazónica. “Usted... está persuadido como pocos de que los pueblos comprendidos entre los confines del Ecuador hacia el sur y los de Venezuela por el norte, entre el gran océano por el occidente y el gran río hacia el oriente, son los que están llamados a formar una magnífica confederación...”48 Pero las ideas de Proaño, lejos de ser meras ocurrencias, tuvieron continuidad. A comienzos del siglo XX, Daniel Hidalgo, un olvidado intelectual positivista y decidido partidario del darwinismo, proponía cosas parecidas. En uno de sus libros más importantes, expuso lo siguiente: “¿Porque no formamos nosotros habitantes de la antigua Colombia un Amazonas-nación al lado del Amazonas?”49 Conviene tener muy presente que este sentimiento “anti yanqui” tuvo mucho predicamento en el Ecuador del entre siglo y sobre todo contó con el placet de un mundo conservador obsesionado con mantener intactas las esencias del país.50 Desde luego este espíritu también se popularizó mucho, debido por un lado a los esfuerzos de una intelectualidad española ansiosa por recomponer la unidad hispanoamericana y por otro gracias a las ideas que en su día vertió el influyente intelectual mexicano José de Vasconcelos. Más tarde, sobre todo a partir de la década de 1950, los sentimientos “anti yanqui” serán monopolizados por los movimientos de la izquierda ecuatoriana y latinoamericana en general.

4. La empresa colonizadora

La empresa colonizadora se inscribió claramente dentro de esa especie de regeneracionismo criollo que irrumpió en el Ecuador del entre siglo. Los escritos de los exploradores y en general de los orientalistas están repletos de moralinas y de crítica social. Sus quejas hicieron ostensible una especie de “vergüenza moral” que ponía de manifiesto lo anticuado e injusto que era el presente y la desidia de los ecuatorianos. El orientalismo, vale decir, llevó a cabo una especie de examen de conciencia que hizo aflorar las miserias del país. Digamos que dio pie a un debate crítico que mostró el estado de la cuestión. La conmoción que provocó el régimen dictatorial de Veintimilla, con todos sus absurdos, dieron lugar a un amplio proceso de reflexión con miras a emprender el ordenamiento definitivo del país a efectos de transformarlo en un escenario de trabajo y de productividad. Pero al mismo tiempo que puso el dedo sobre la llaga, también planteó las posibles soluciones. Algunos llegaron incluso a ostentar una vena justiciera que denunciaba los abusos y atropellos cometidos desde tiempos inmemoriales.51 Pero no nos engañemos, la colonización también fue una forma sutil y sofisticada de tomar posesión sin esos dos componentes que lo afeaban todo: la dominación y la violencia. Entre las cabezas más destacadas del orientalismo fue notorio el afán por hacer un inventario exhaustivo del fardo de maleficios que arrastraba el país y que lo mantenían en un estado de confusión permanente. Aunque hay antecedentes, esta crítica ya quedó muy bien patentizada una vez más en el importantísimo ensayo de Francisco Andrade Marín sobre el Oriente. La originalidad de sus comentarios estriba en que fueron una disección quirúrgica del alma ecuatoriana. Con un sorprendente grado de lucidez desgranó una por una las “miserias” que encerraban los ecuatorianos. Andrade Marín, todo un convencido de las bondades del ethos capitalista y del moderno espíritu de empresa, achacó a sus paisanos una falta de voluntad para instituir una economía más dinámica y más acorde con los tiempos.52 Sus opiniones fueron tajantes: los ecuatorianos eran muy eficaces a la hora de hacer revoluciones y de matar al prójimo en nombre de la libertad, pero manifiestamente inútiles para formar un tejido empresarial próspero y capaz de producir grandes excedentes y en definitiva, abundancia.53 Décadas más tarde, Remigio Crespo Toral también ponía el dedo sobre la llaga empleando términos parecidos. «Aquí nos debatimos a caza de empleos, en la esterilidad universitaria, en el fracaso de las profesiones, que ya son una hidalguía de gotera y un efectivo proletariado de levita».54 Pero las cosas eran más complicadas. A su juicio los ecuatorianos no solo eran patológicamente desidiosos, sino que no tenían noción del valor del tiempo ni tampoco habían asumido la cultura del mundo de los negocios. Sus opiniones no eran nuevas y más bien coincidían con las que en su día vertieron Friedrich Hassaurek y James Orton sobre el Ecuador. Con este diagnóstico de por medio no había más opción que romper con las inercias que imponía el pasado. Los ecuatorianos estaban abocados a acometer el reto de reconocer y de superar sus debilidades espirituales. Tenían que atreverse a soñar y a deshacerse de ese pesimismo estructural que los dominaba de pies a cabeza.55 Urgía recuperar el viejo entusiasmo y “las primeras audacias” de los antiguos misioneros jesuitas que se habían atrevido con los bosques amazónicos.56 Aquí, sin embargo, las llamadas de atención no solo se limitaron a censurar a la vieja cultura política sino que también incidieron en las formas de ser y en los comportamientos propios de población. Andrade Marín llegó al punto de sostener que los males que afectaban a los ecuatorianos tenían un origen fisiológico. Probablemente bajo la influencia de la biología darwiniana, creyó en la hipótesis involucionista y afirmó que nuestras “inercias” eran una “enfermedad orgánica” y que desde luego la raza había degenerado respecto de los “esforzados castellanos” de tiempos de la conquista.57 Esta forma de entender los problemas fue lo que llevó a unos cuantos orientalistas a sugerir que la colonización debía contar con el “elemento” anglosajón. Este, por ejemplo, es el caso de Luis A. Martínez, que sostuvo que un ejército de “razas fuertes era lo único que podía garantizar la conquista de las selvas amazónicas.”58