Foucault y la medicina. La verdad muda del cuerpo - Salvador Cayuela Sánchez - E-Book

Foucault y la medicina. La verdad muda del cuerpo E-Book

Salvador Cayuela Sánchez

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La verdad muda del cuerpo ofrece tanto una aproximación multidisciplinar a las herramientas y conceptos legados por Michel Foucault a los conocidos como estudios sociales de la medicina, como una visión de conjunto sobre la centralidad de la propia medicina y la psiquiatría y su influencia en la obra del pensador francés. Este compendio proporciona así una panorámica crítica sobre algunos de los temas siempre recurrentes en el corpus foucaultiano: las estrechas líneas que separan la enfermedad mental de la cordura; la medicina como un agente privilegiado de control social en nuestras sociedades; las construcciones sobre lo normal y lo patológico, tantas veces emanadas de concepciones morales ocultadas por el discurso médico; la connivencia entre las ciencias del cuerpo y la mente y las estrategias capitalistas; etc. De la mano de algunos de los mejores conocedores del pensamiento de Foucault, historiadores y filósofos de la medicina, antropólogos de la salud y sociólogos médicos, este libro aspira así a achicar ese inmenso espacio, el que se refiere a Foucault y la medicina, que en lengua española no encontraba hasta hoy una obra de referencia.

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Salvador Cayuela Sánchez y Paula Arantzazu Ruiz Rodríguez (Eds.)

 

 

Foucault y la medicina. La verdad muda del cuerpo

 

 

 

© 2022 Salvador Cayuela Sánchez y Paula Arantzazu Ruiz Rodríguez (Eds.)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transfor­mación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

 

 

 

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© EDICIONES MORATA, S. L. (2022)

Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3.º C

28231 Las Rozas (Madrid)

www.edmorata.es

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-18381-90-4

ISBNebook: 978-84-18381-91-1

Depósito legal: M-4214-2022

Compuesto por: MyP

Printed in Spain — Impreso en España

Imprime: ELECE Industrias Gráficas, S. L. Algete (Madrid)

 

Diseño de la portada: Equipo Táramo.

 

Nota de la editorial

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Por eso le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.

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CAPÍTULO 1. La influencia de Michel Foucault en los estudios sociales de la medicina: a modo de introducción, por Salvador Cayuela Sánchez y Paula A. Ruiz Rodríguez

PARTE I. SOBRE LA LOCURA Y LA PERVERSIÓN

CAPÍTULO 2. Brujería, medicina y procesos de subjetivación. La tarea de fundamentar una moral laica de la ciudadanía, por Fernando Álvarez-Uría Rico

Introducción.—Las brujas y su mundo.—La medicalización de la carne.—Procesos de subjetivación.—Reflexiones finales: hacia una moral laica de la ciudadanía.—Bibliografía.

CAPÍTULO 3. Foucault y la Medicina de las perversiones, por Francisco Vázquez García

Introducción. ¿Una arqueogenealogía de las perversiones sexuales?—¿El discurso sobre las perversiones como ejemplo de medicalización normalizadora de las conductas?—¿Una historia vertical e intelectualista?—¿Es la homosexualidad el paradigma conceptual de todas las perversiones? La importancia de atender a las diferentes tradiciones culturales de scientia sexualis.—Coda final.—Bibliografía.

CAPÍTULO 4. La locura, el sueño y la existencia. El joven Foucault y la psicopatología fenomenológica, por Enric Novella

Introducción.—La enfermedad y la existencia.—El sueño y la existencia.—Del análisis existencial a la ontología histórica.—Bibliografía.

PARTE II. Sobre la biopolítica y la bioética

CAPÍTULO 5. Covid-19, entre el riesgo, la biopolítica y la medicalización. El caso de Cataluña, por Josep M. Comelles y Joan Guix Oliver

El proceso de medicalización, el hospitalo-centrismo y el self-help.—Entre el “riesgo” y la “biopolítica” en la “sociedad líquida”.—Biopolítica ¿Cómo se gestiona esto desde el poder?—Política, riesgo, alarma y mediascapes.—Estallido.—Self-help, autoatención y ethnoscapes.—A modo de conclusiones.—Bibliografia.

CAPÍTULO 6. La política de la salud en el movimiento libertario lusófono: Portugal y Mozambique, 1910-1935, por Richard Cleminson

Introducción.—Foucault, la medicina social y la política de la salud.—Medicina y Antimedicina.—Anarquismo y salud.—Salud, colonialismo e historia.—El movimiento obrero en Mozambique y Portugal.—La salud en Portugal y Mozambique.—Nutrición, clase y salud.—Alcoholismo y tuberculosis.—Hospitales y prestación de servicios médicos.—Prácticas sanitarias alternativas, reproducción y enfermedades venéreas.—Consideraciones finales.—Bibliografía.

CAPÍTULO 7. Bioética: una perspectiva a través de la obra de Michel Foucault, por Diego José García Capilla

Medicina, ética médica y bioética en la obra de Michel Foucault.—Genealogía de la bioética.—La dimensión epistemológica de la bioética (la bioética como saber).—La dimensión institucional de la bioética (la bioética como poder).—Bibliografía.

PARTE III. Sobre la norma, la desviación y la discapacidad

CAPÍTULO 8. Foucault y losDisability Studies: aproximaciones a una relación conflictiva, por Melania Moscoso Pérez

Introducción.—Hacia un planteamiento foucaultiano de la discapacidad. La discapacidad como categoría biopolítica.—Pero, ¿qué es una norma?—Los Disability Studies entre el activismo y la academia.—Bibliografía.

CAPÍTULO 9. Un silencio que interpela. Interpretación biopolítica de la desviación física, por Salvador Cayuela Sánchez y Paula A. Ruiz Rodríguez

¿Por qué hablar de Foucault y la discapacidad física?—Entre disciplinas y biopoderes: discapacidad física y desarrollo capitalista.—La discapacidad en el contexto de la biopolítica interventora.—La discapacidad entre el nazismo y la socialdemocracia.—La invención de la discapacidad.—La discapacidad y la condición biopolítica del mundo contemporáneo.—Bibliografía.

Autores

La influencia de Michel Foucault en los estudios sociales de la medicina: a modo de introducción

En una serie de entrevistas concedidas a Claude Bonnefoy en 1968 y publicadas en español en 2012 con el sugerente título de Un peligro que seduce (Madrid, Cuatro), Michel Foucault hablaba de su relación con la ­medicina y la psiquiatría, en un tono íntimo y personal absolutamente excepcional en su trayectoria intelectual y académica. Confidente, sincero, introspectivo a veces, el filósofo de Poitiers se proponía ahora “cantar la palinodia”, retractarse de lo dicho y escrito por él hasta entonces y voltear su lente analítica hacia sí mismo, hacia su propio sentir y sus frustraciones más constantes, trazando el camino que, oculto tras sus obras, le llevó a hablar de la locura, la enfermedad, la desviación, la marginalidad. Y es precisamente en ese detour de la mirada, en su crueldad analítica, donde encontramos esa obsesión por el personaje del médico, conformado y sacralizado según él en el siglo XIX, tan constante en la propia vida de Foucault, hijo, nieto y biznieto de médicos y cirujanos. Al margen del trastorno y la conmoción familiar que debió de suponer que el joven Paul Michel quisiera cambiar el bisturí y el quirófano por el archivo y las aulas, confiesa aquí el entonces ya aclamado intelectual la presencia constante de esa mirada médica que escudriña el cuerpo y la mente, en busca de la verdad muda y oculta a los ojos del profano. Como el médico que escucha, pero no habla, que palpa, interviene, que descubre la lesión en el cuerpo adormecido y cuyas únicas palabras son las parcas frases de diagnóstico y terapéutica, así también afrontaba Foucault sus propios temas de análisis. Con esa vieja herencia familiar, confesaba el francés haber transformado el escalpelo en pluma, haber sustituido la cicatriz sobre el cuerpo por el grafiti sobre el papel, lo indeleble de la sutura por el signo perfectamente borrable y tachable de la escritura, tomando la hoja de papel como el cuerpo de los demás.

No es de extrañar, pues, que la medicina haya constituido sin duda un elemento central en la obra de Foucault. Desde su tesis doctoral, publicada en 1961 como Histoire de la folie à l’âge classique —donde analizaba la transformación desde el siglo XVI de la locura en enfermedad mental—, hasta sus escritos de mediados de los años setenta sobre biopolítica, el nacimiento de la medicina social o las disciplinas hospitalarias, o sus últimos trabajos sobre la conformación del discurso médico sobre la sexualidad, la medicina y su historia se encuentran siempre en el foco de los trabajos foucaultianos. En este sentido, su particular concepción arqueológico-genealógica de la historia, de proclamada inspiración nietzscheana, rescataba la distinción canguilhemiana de lo normal y lo patológico para ofrecer una novedosa aproximación a muchas de las cuestiones centrales de los estudios sobre la medicina: la locura y la enfermedad mental, las metáforas de la enfermedad, la creación y el funcionamiento de la institución hospitalaria, los discursos científicos sobre la sexualidad, la generación de los discursos médicos en su conexión con las estructuras de poder, la medicina social, la teoría de la higiene social, etc.

Estos trabajos y aproximaciones han situado a Foucault como uno de los autores más citados e influyentes en la filosofía y la historia de la medicina, la antropología de la salud o la sociología médica, fuente aparentemente inagotable de conceptos, aproximaciones y metodologías de estudio. Desde los trabajos de los anglofoucaultianos de la History of the Present Research Network —Nikolas Rose, Andrew Barry, Vikki Bell, Mitchel Dean o Paul Rabinow—, hasta los estudiosos italianos de la biopolítica —Roberto Esposito, Giorgio Agamben o Antonio Negri—, o la escuela francesa —Philippe Artières, Frédéric Gros, Guillaume le Blanc o el propio Bruno Latour—, toda una plétora de estudiosos de la medicina se ha nutrido de forma más o menos ortodoxa de la obra foucaultiana, explorando sus líneas de investigación, ampliando sus conceptos, o simplemente criticando sus análisis. En este punto, y además de los propios trabajos individuales de los diferentes autores, se han publicado varias monografías colectivas sobre estas cuestiones, como es el caso de: Foucault. Health and Medicine, editado por Alan Paterson y Robin Bunton, y publicado por primera vez en 1997 en la editorial Routledge; Michel Foucault et la médicine. Lectures et usages, publicado por la editorial francesa Kimé en 2001 bajo la dirección de Philippe Artières y Emmanuel Da Silva; o Foucault and the Government of Disability, editado por Shelley Tremain y aparecido en 2005 en la University of Michigan Press, especialmente dedicado a la influencia de la obra del francés en los conocidos como Disability studies.

Todos estos autores y escritos dan buena muestra de la influencia de la obra de Foucault en este terreno; influencia que se ha sentido también de forma notable en España e Iberoamérica. Ejemplo de ello son los tempranos trabajos de Fernando Álvarez-Uría sobre la enfermedad mental —Miserables y locos. Medicina mental y orden social en la España del siglo XIX, Barcelona, Tusquets, 1983— y de Josep María Comelles sobre la asistencia psiquiátrica en España —La razón y la sinrazón: asistencia psiquiátrica y desarrollo del Estado en la España contemporánea, Barcelona, PPU, 1988—, o los más recientes análisis de Salvador Cayuela —Por la grandeza de la patria. La biopolítica en la España de Franco, Madrid, FCE, 2014—, Enric Novella —El discurso psicopatológico de la modernidad: Ensayos de historia de la psiquiatría, Madrid, Catarata, 2018—, Francisco Vázquez —Pater infamis. Genealogía del cura pederasta en España (1880-1912), Madrid, Cátedra, 2020— o Ricardo Campos —La sombra de la sospecha. Peligrosidad, psiquiatría y derecho en España (siglos XIX y XX), Madrid, Catarata, 2021—.

Con todo, no existe en nuestro país —y tampoco en el mundo hispanoamericano— una obra de referencia que ofrezca una muestra de conjunto de esta patente influencia de los trabajos de Foucault en los estudios sobre la medicina y la psiquiatría; carencia que la obra que aquí se introduce pretende en parte solventar. Para ello, hemos diferenciado tres grandes temáticas que agrupan y ordenan los distintos textos que componen este compendio, el primero de los cuáles se titula Sobre la locura y la perversión, donde encontramos los textos de Fernando Álvarez-Uría, Francisco Vázquez y Enric Novella. Así, en el capítulo primero, “Brujería, medicina y procesos de subjetivación. La tarea de fundamentar una moral laica de la ciudadanía”, el profesor Álvarez-Uría nos propone una lectura de la obra de Foucault más relacionada con los planteamientos sociológicos y de ciencia política, preguntándose por las funciones sociales que la medicina y la psiquiatría heredaron del viejo pensamiento religioso, sus preceptos morales y sus normas sancionadoras. Siguiendo a Max Webber, el Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid parte de la hipótesis que vincula la modernidad con los procesos de secularización, con el desencantamiento del mundo, explicando cómo la medicina moderna, y más concretamente la llamada psiquiatría científica, al asumir determinadas desviaciones religiosas como patologías mentales, adquiere un aurea de progresismo emancipador. Así ocurrió por ejemplo con los fenómenos de brujería y con las posesiones diabólicas que alienistas como Jean-Martin Charcot —uno de los fundadores de la neurología moderna— pasaron a interpretar en términos de desequilibrios psíquicos, asociándolos con la histeria. Desde esta interpretación, Álvarez-Uría propone una lectura crítica de varios textos e intervenciones de Michel Foucault, en los que el filósofo francés adoptó una mirada próxima a la de los psiquiatrizados y medicalizados, no ya en términos de ruptura o continuidad entre inquisidores y alienistas, sino planteándose históricamente la cuestión de las metamorfosis de los poderes sobre las poblaciones vulnerables.

El segundo de los capítulos que componen este primer apartado tiene como título “Foucault y la Medicina de las perversiones”, y corre a cargo de Francisco Vázquez García. En este texto, el Catedrático de Filosofía de la Universidad de Cádiz plantea una reflexión sobre los discursos en torno a las “perversiones” en el escenario actual, donde tiene plenamente sentido interrogarse por los elementos de aclaración que puede aportar la arqueo-genealogía de las perversiones sugerida por Michel Foucault, y por la nutrida historiografía de las perversiones promovida desde la década de los 70, en prolongación o respuesta crítica a la contribución del filósofo francés. Esa historiografía, elaborada principalmente desde la epistemología histórica —Lantèri-Laura, Huertas, Davidson, Mazaleigue, Doron, Singby— o desde la historia cultural —Birken, Bullough, Chauncey, Oosterhuis, Nye, Chaperon, Rosario, Roudinesco—, obliga a revisar muchos de los supuestos del planteamiento foucaultiano, convertido, gracias a su difusión en los ámbitos de la antipsiquiatría, los Gender Studies, los LGTB Studies o la Teoría Queer, en una verdadera vulgata.

Este primer apartado se cierra con el capítulo “La locura, el sueño y la existencia. El joven Foucault y la psicopatología fenomenológica”, firmado por Enric Novella, Profesor Titular de Historia de la Ciencia de la Universidad de Valencia. En este texto, el profesor Novella ofrece un análisis de la influencia inicial y la duradera impronta de la fenomenología y el análisis existencial en el desarrollo del pensamiento de Michel Foucault. Desde un análisis detenido de sus escritos de juventud en torno a los problemas de la psiquiatría y la psicología, y atendiendo particularmente al contenido de algunos cursos y textos inéditos recuperados en los últimos años, se aborda la posición del francés con respecto a las premisas conceptuales de la medicina mental, señalando a la vez las insuficiencias que detectó en las principales corrientes de la psicopatología de su tiempo, y examinando críticamente su interés por la aproximación del psiquiatra suizo Ludwig Binswanger. Posteriormente, se determina el papel del análisis fenomenológico de la enfermedad mental y de la problemática del sueño en la cristalización de los planteamientos que, al cabo de un tiempo, encontrarían una forma más acabada en su Historia de la locura en la época clásica (1961). Por último, se muestra cómo fueron perfilándose en su producción de aquellos años, y gracias a su singular lectura y reelaboración de los presupuestos de la psicopatología fenomenológica, algunos de los elementos que condicionarían e imprimirían un sello distintivo al conjunto de su obra.

El segundo apartado, titulado Sobre la biopolítica y la bioética, se abre con el texto de Josep M.ª Comelles y Joan Guix Oliver “Covid-19, entre el riesgo, la biopolítica y la medicalización. El caso de Cataluña”. En este capítulo, los doctores Comelles y Guix Oliver proponen una actualización de los conceptos de riesgo, biopolítica y medicalización, centrales en la obra de Michel Foucault, para aproximarnos a la pandemia provocada por la extensión mundial del virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad conocida como covid-19. Así, partiendo de un análisis cualitativo de base empírica o etnográfica, los autores analizan las narrativas llevadas a cabo por profesionales sanitarios, divulgadores científicos, politólogos, filósofos o sociólogos en torno a la pandemia, reinterpretada en clave foucaultiana y desde una perspectiva crítica. Surgida en plena “tercera fase del proceso de medicalización”, la nueva “sindemia” hace emerger todo un conjunto de nuevas estrategias biopolíticas y disciplinarias, tergiversadas en muchos casos por folkmedicinas locales y creencias individuales, nutridas por los procesos exacerbados de sobre-información tan propios de la era global. Todo ello será finalmente especificado en el caso catalán, en una magistral utilización del andamiaje conceptual y teórico foucaultiano —entendido siempre, insistimos, desde una perspectiva crítica— sobre un análisis concreto.

En este segundo apartado encontramos también el capítulo de Richard Cleminson “Las políticas de la salud en el movimiento libertario lusófono: Portugal y Mozambique, 1900-1935”. En él, el profesor de la Universidad de Leeds analiza, a través de la lente foucaultiana, la política de salud a principios del siglo XX en dos países vinculados por el colonialismo y la lengua portuguesa: Portugal y Mozambique. Se discuten los discursos sobre salud brindados por el movimiento obrero, específicamente el movimiento obrero libertario o anarquista, sobre temas como el saneamiento, la provisión de atención médica, la nutrición y los remedios naturales para la salud. Con el pensamiento de Foucault sobre las relaciones de poder intrínsecas que operan dentro de los discursos y prácticas de la salud como punto de partida, el capítulo analiza cómo el movimiento libertario no jerárquico abordó estos problemas, a menudo subvirtiéndolos desde dentro desde una perspectiva de clase, rastreando al tiempo el grado en que este movimiento se liberó de ciertas concepciones colonialistas de la salud. El texto, así, se alimenta de la creciente literatura sobre la salud y el colonialismo como prácticas de poder, y busca ampliar nuestra comprensión tanto de las potencialidades del pensamiento foucaultiano como de las ideas libertarias sobre estos temas.

El apartado se cierra con el texto de Diego García Capilla titulado ­“Bioética: una perspectiva a través de la obra de Michel Foucault”. En este capítulo, el profesor de la Universidad de Murcia comienza señalando precisamente la ausencia de algo así como una reflexión sobre la bioética en la obra de Foucault, para mostrar después su pertinencia en la compresión del desarrollo y asentamiento de esta nueva disciplina. De este modo, y sobre el famoso par foucaultiano saber/poder, el filósofo y médico murciano traza un recorrido histórico y conceptual señalando las transformaciones que, a lo largo del siglo XX, nos permiten explicar la génesis y el desarrollo de la bioética. En este sentido, tanto el desarrollo epistemológico de la nueva disciplina como la conformación de sus principales organismos institucionales parecen servir en efecto como la mejor muestra de esa mutua imbricación entre el saber médico y el poder institucional que tan a menudo lo acompaña. De nuevo, como sucederá en el caso de las discapacidades físicas, las herramientas conceptuales foucaultianas vuelven a mostrar aquí su ingente capacidad hermenéutica incluso en cuestiones no tratadas directamente por el pensador francés, pero que entroncan sin duda con sus más centrales temas e interrogantes.

El tercer y último apartado del compendio que aquí se introduce, Sobre la norma, la desviación y la discapacidad, se abre con el capítulo “Foucault y los Disability Studies: aproximaciones a una relación conflictiva”, a cargo de Melania Moscoso Pérez. Aquí, la profesora del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid, nos propone un debate crítico entre la obra de Michel Foucault y los conocidos como Disability Studies, ese conjunto de investigaciones, desarrolladas principalmente en el mundo anglosajón, que han tomado desde sus inicios la obra del francés como punto de referencia infranqueable. Así, en este texto la profesora Moscoso se propone explorar la discapacidad como uno de los “modos de subjetivación” a los que se refiriera el pensador de Poitiers, trazando una genealogía del sujeto discapacitado preocupada por mostrar los orígenes de este concepto en ciertos saberes que reclaman para sí el estatuto de científicos, como la biología de los siglos XVIII-XIX o la medicina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En este recorrido, la discapacidad es caracterizada además como una categoría específicamente biopolítica, insistiendo en la importancia estructural de la distinción ­canguilhemiana entre lo normal y lo patológico. Todo ello, además, queda concluido con una crítica fundada a determinadas perspectivas de los estudios de la discapacidad, reclamadas del pensamiento foucaultiano, pero carentes a menudo de las más básicas premisas y precauciones epistemológicas contempladas siempre por el pensador francés.

Conectado con lo anterior, tanto este apartado como el libro que aquí se introduce se cierra con el texto firmado por Salvador Cayuela y Paula A. Ruiz “Un silencio que interpela. Interpretación biopolítica de la desviación física”. En este capítulo, los profesores de Murcia parten de la ausencia de la discapacidad física en la obra de Foucault para interrogarse preci­samente sobre su utilidad en la interpretación de esta patología y su pertinencia en el ámbito de los Disability Studies. Para tratar de dar respuesta a esta interrogante, los autores plantean un recorrido histórico y conceptual desde las nociones foucaultianas de disciplinas y biopoderes, conectadas con el nacimiento de la discapacidad física en el marco del desarrollo capitalista. Así, desde comienzos del siglo XIX, la conformación de las distintas gubernamentalidades —en la acepción foucaultiana de “conducción de conductas”— y sus respectivas formas de biopolítica —desde la liberal clásica hasta la neoliberal, pasando por la interventora o la biopolítica del Estado del bienestar—, habrían condicionado tanto las concepciones sociales y políticas sobre la discapacidad física, como sus propias estrategias y tecnologías de gobierno. En este sentido, la discapacidad, en sus acepciones y significados actuales, vendría pues determinada por la propia evolución de las distintas formas de gobierno y sus formas de biopolítica.

Como se ha podido observar, los textos que aquí se compendian ofrecen tanto una aproximación multidisciplinar a las herramientas y conceptos legados por Michel Foucault a los conocidos como estudios sociales de la medicina, como una visión de conjunto sobre la centralidad de la propia medicina y la psiquiatría y su influencia en la obra del pensador francés. Así, y como ya quedó señalado al inicio de estas páginas, La verdad muda del cuerpo proporciona una panorámica crítica sobre algunos de los temas siempre recurrentes en el corpus foucaultiano: las estrechas líneas que separan la enfermedad mental de la cordura; la medicina como un agente privilegiado de control social en nuestras sociedades; las construcciones sobre lo normal y lo patológico, tantas veces emanadas de concepciones morales ocultadas por el discurso médico; la connivencia entre las ciencias del cuerpo y la mente y las estrategias capitalistas; etc. De la mano de algunos de los mejores conocedores del pensamiento de Foucault, historiadores y filósofos de la medicina, antropólogos de la salud y sociólogos médicos, este libro aspira así a achicar ese inmenso espacio, el que se refiere a Foucault y la medicina, que en lengua española no encontraba hasta hoy una obra de referencia.

Parte I

PARTE I

Sobre la locura y la perversión

Brujería, medicina y procesos de subjetivación. La tarea de fundamentar una moral laica de la ciudadanía

Introducción

La obra intelectual que Michel Foucault desarrolló a lo largo de su vida ha marcado profundamente la historia de las ideas del siglo XX, y forma ya parte activa del patrimonio común de la humanidad. El pensador francés nos legó un conjunto muy valioso de contribuciones intelectuales, sobre todo a través de libros y artículos, pero también a través de los cursos que impartió, especialmente en el Colegio de Francia. El gran número de ediciones y de traducciones que han conocido sus escritos, cursos, conferencias, entrevistas y seminarios, pone bien de manifiesto el amplísimo interés que han despertado, y continúan aún suscitando en la actualidad. Sin embargo, Michel Foucault murió en París el 15 de junio de 1984 cuando tan sólo contaba 57 años de edad y nos ha dejado una obra inacabada centrada en el momento de su muerte en los procesos de subjetivación, una obra que es preciso analizar, someter a crítica, y también desarrollar y remodelar en función de las urgencias de nuestro tiempo.

En 1976 Foucault publicó el primer tomo de la Historia de la sexualidad titulado La voluntad de saber. En 1984, coincidiendo prácticamente con su muerte, se publicaron otros dos volúmenes de la Historia de la sexualidad titulados respectivamente El uso de los placeres y El cuidado de sí. Muchos años después, en febrero del año 2018, la editorial Gallimard publicó de forma póstuma el cuarto y último tomo de la Historia de la sexualidad titulado Las confesiones de la carne. En este último libro, presentado y editado por Fréderic Gros, se ponía bien de manifiesto cómo a través de los santos padres del cristianismo, y más concretamente a través de San Agustín, el deseo sexual entró a formar parte de la ética sexual de los cristianos, una innovación que marcó profundamente la moral del Occidente cristiano (Roudinesco, 2018: 1).

Con demasiada frecuencia abundan las lecturas de la obra de Michel Foucault reducidas a una colección de ideas estereotipadas, una especie de catecismo para especialistas y divulgadores de su obra que no cesan de ejercer sobre ella toda serie de exégesis rabínica, como si se tratara de una verdad revelada de la que se pueden extraer comentarios inagotables. Convierten así un pensamiento vivo, unas investigaciones lúcidas, en materiales manidos, en una ortodoxia, en una nueva escolástica alejada de los mundos sociales y desprovista de aristas y limitaciones. Muchos apologistas y detractores de Foucault, lejos de dejarse interrogar por sus producciones, por sus errores y por sus hallazgos, y también por sus intuiciones y sus propuestas, parten de apriorísticos juicios de valor, tanto favorables como desfavorables, que sirven en unas ocasiones para entronizar su obra en el olimpo intelectual, y en otras para invalidarla y descalificarla en bloque. Entre los especialistas unos prefieren al Foucault epistemólogo, estudioso de las condiciones de posibilidad de las ciencias humanas; otros optan por el Foucault filósofo; otros abogan por el Foucault más político que denuncia la violencia de cárceles y manicomios; y no faltan en fin los que hacen de él un gran abogado de las sexualidades periféricas, un obseso de las llamadas perversiones de la carne.

Personalmente me interesa sobre todo la obra de Foucault más relacionada con los planteamientos sociológicos y de ciencia política, una línea de investigación que hizo suya durante muchos años. Por ejemplo, en 1970, con motivo de un viaje a Japón, en una entrevista los entrevistadores japoneses lo presentaron como un filósofo de reconocido prestigio a lo que Foucault respondió que no se consideraba en absoluto un filósofo. Y más adelante señaló: “Los análisis que he querido desarrollar hasta aquí apuntan esencialmente hacia los análisis sociológicos de las diferentes instituciones” (Foucault, 1994b: 104-128). Creo que es preciso leer las contribuciones foucaultianas a la cuestión moral precisamente en este marco a la vez sociológico e institucional.

En el breve espacio de mi contribución a este libro colectivo, me gustaría hacer de la obra de Michel Foucault una caja de herramientas, es decir, asumir el uso de sus producciones intelectuales propuesto por el propio Foucault, con el fin de que sus ideas permanezcan vivas y sigan resultando operativas para indagar determinados problemas que hoy nos preocupan. La problematización que me gustaría abordar aquí es precisamente cómo podemos avanzar hoy hacia una ética progresista, propia de una ciudadanía universal, desarrollar una moral social anclada en vínculos de solidaridad que favorezca las prácticas de libertad.

A finales de los años setenta Michel Foucault, en una entrevista que tuvo lugar en los Estados Unidos, señalaba la necesidad de abordar un análisis de la subjetividad desde una perspectiva socio-política:

Considero que desde los años sesenta la subjetividad, la identidad y la individualidad, constituyen un problema político fundamental. Me parece peligroso considerar la identidad y la subjetividad como si fuesen componentes profundos y naturales que no están determinados por factores políticos y sociales. Debemos liberarnos del tipo de subjetividad con el que operan los psicoanalistas, es decir, la subjetividad psicológica. Vivimos prisioneros de determinadas concepciones de nosotros mismos y de nuestra conducta. Debemos liberar nuestra subjetividad, nuestra relación con nosotros mismos (Foucault, 1994f: 801-802).

Las fuerzas confrontadas de las relaciones de poder y de las relaciones de libertad se encontraban en el centro del proyecto intelectual emprendido a partir de la Historia de la locura, un proyecto del que Foucault fue consciente especialmente a partir de mayo del 68, a partir de los movimientos contestatarios protagonizados por los movimientos estudiantiles. En este sentido se podría decir que una gran parte de su obra intelectual responde a una voluntad deliberada de dar cuenta de forma reflexiva de la constitución del sujeto en la trama histórica, es decir, de poner de manifiesto el tejido de relaciones complejas existentes entre el capitalismo y las modernas formas de subjetividad con el fin de contribuir al cambio social.

¿Cómo los factores políticos, sociales, institucionales, han pesado en el pasado, y continúan condicionando en el presente nuestra subjetividad, nuestra identidad, nuestra individualidad, nuestro modo de ser sujetos? Michel Foucault consideraba que proporcionar líneas de respuesta a esta cuestión, objetivar los grandes dispositivos que han operado y operan en la conformación de las formas modernas de subjetivación podría ayudar a sentar las bases de una genealogía del individuo moderno que nos permitiese desasirnos de nosotros mismos y de las sujeciones que nos hemos visto obligados a incorporar y que conforman nuestra identidad. Como señalaba en Por qué estudiar el poder: la cuestión del sujeto, un texto incorporado al libro sobre la obra de Foucault escrito por Dreyfus y Rabinow,

el problema a la vez político, ético, social y filosófico que se nos plantea a nosotros en la actualidad no es intentar liberar al individuo del Estado y de los modos de individualización vinculados al Estado. Debemos promover nuevas formas de subjetividad mediante el rechazo del tipo de individualidad que se nos ha impuesto durante siglos (Dreyfus y Rabinow, 1984: 308).

Para abrir caminos a las prácticas de libertad, a nuevos modos de ser y de relacionarnos, a nuevas formas democráticas de vivir y de convivir, es preciso objetivar todo un conjunto de saberes, poderes, y prácticas que se han ido sedimentado en nuestras sociedades a lo largo de la historia y que han incidido y siguen incidiendo de forma coactiva en los modos de subjetivación que conforman nuestras identidades.

En los tiempos de hegemonía de los poderes eclesiásticos las políticas de normalización desplegadas por las organizaciones religiosas adquirieron un especial protagonismo en la lucha violenta contra brujas y endemoniados, es decir, contra las artes maléficas desplegadas por los poderes asociados con la nocturnidad. A medida que avanzó el proceso de secularización, es decir, en la génesis de la modernidad, la psiquiatría y la medicina modernas han jugado un importante papel en la gestión de los cuerpos, en la normalización de la sexualidad, en el gobierno de las poblaciones. En la actualidad tanto los individuos como los movimientos sociales precisamos una nueva ética de la ciudadanía, asumir el reto de un nuevo modo de ser sujetos para avanzar hacia sociedades de semejantes, sociedades más libres y más iguales en las que el espíritu de solidaridad prevalezca sobre el espíritu del capitalismo.

Como ya he señalado Michel Foucault vio truncado por una muerte temprana su proyecto de investigación formulado en el primer volumen de la Historia de la sexualidad centrado en el estudio general de las técnicas políticas de control y de normalización de la vida. Su objetivo era elaborar una ontología crítica de nosotros mismos a partir del análisis histórico de los límites impuestos a nuestra subjetividad. Y sin embargo nos ha legado materiales preciosos, aunque inacabados, y un tanto dispersos, que pueden ayudarnos a prolongar ese proyecto a la vez intelectual y político que nos permita transgredir los límites que nos impiden poder pensar y vivir de otro modo. Brujería, medicina y procesos de subjetivación, o si se prefiere, ética para el desarrollo de las prácticas de libertad, tal es la línea que, a partir sobre todo de los escritos y los cursos de Michel Foucault, pero también de sus conferencias y entrevistas, voy a intentar bosquejar a continuación de forma necesariamente esquemática.

Las brujas y su mundo

El antropólogo norteamericano Marvin Harris, en un librito de éxito titulado Vacas, cerdos, guerras y brujas señaló que “entre los siglos XV y XVII se estima que 500.000 personas fueron declaradas culpables de brujería y murieron quemadas en Europa”. Y añade:

Sus crímenes: un pacto con el diablo; viajes por el aire hasta largas distancias montadas en escobas; reunión ilegal en aquelarres; adoración del diablo; besar al diablo bajo la cola; copulación con íncubos, diablos masculinos dotados de penes fríos como el hielo; copulación con súcubos, diablos femeninos. A menudo se agregaban otras acusaciones más mundanas: matar la vaca del vecino; provocar granizadas; destruir cosechas; robar y comer niños. Pero más de una bruja fue ejecutada solo por el crimen de volar por el aire para asistir a un aquelarre (Harris, 2001: 188).

Sin duda la persecución de los acusados de practicar la brujería no es un hecho exclusivo de Europa occidental pero, como señaló Marvin Harris, la locura de la brujería europea fue más feroz, duró más tiempo, y causó más víctimas que cualquier otro brote similar (Harris, 2001: 188 y 193). Otros estudiosos de la brujería reducen la cifra de medio millón de brujos y brujas condenados a muerte a 100.000 ejecuciones. Un 80% de las víctimas eran mujeres.

La geografía de la violencia contra los acusados de ser aliados y adoradores del demonio adquirió un macabro protagonismo sobre todo en los países protestantes del norte de Europa, mientras que en los países católicos del sur, como España e Italia, la violencia contra las brujas fue muchísimo mas débil. Como señaló Geoffrey Scarre “el celo oficial por exterminar a las brujas se había disipado ampliamente en España y en Italia incluso antes de que comenzase a aparecer en otras tierras” (Scarre, 1987: 22). ¿Cómo se explica en todo caso el encarnizamiento de los poderes inquisitoriales y de los jueces civiles contra los acusados, y especialmente contra las acusadas de practicar la brujería en el lapso de tiempo que va desde los siglos XV al XVIII? Marvin Harris explica la caza de brujas, que coincide con el auge de los movimientos mesiánicos, como una estrategia de desplazamiento puesta en marcha por los grandes poderes medievales para responsabilizar de todos los males sociales y políticos a un chivo expiatorio, una especie de secta maligna de varones, y sobre todo de mujeres, aliados de los demonios. Así fue como “los pobres llegaron a creer que eran víctimas de brujas y diablos en vez de príncipes y papas”. Así fue como la Iglesia y el Estado hicieron responsables de la crisis de la sociedad medieval a “demonios imaginarios con forma humana”. Y así fue también como “la manía de la brujería dispersó y fragmentó todas las energías latentes de protesta” (Harris, 2001: 213). La llamada caza de brujas se explicaría de este modo como una especie de parapeto protector de los poderes institucionales mediante la estigmatización y la destrucción de falsos culpables.

La explicación de Marvin Harris de por qué se desencadenó la persecución contra los acusados por brujería sería más convincente si estuviese fundada en comprobaciones históricas. De hecho son muchos los historiadores y sociólogos que se ocuparon del problema y que han apuntado otras líneas de explicación, pero el trabajo de Marvin Harris no se agotó en denunciar la caza de brujas como una página negra de las políticas de control social pues dedicó un capítulo de su libro a el retorno de las brujas, es decir, al renacer en los años sesenta del siglo XX de una contracultura promovida en los países ricos por jóvenes de clase media que apelaban a una nueva conciencia y a un prístino mundo interior alejados tanto de los intereses materiales como del espíritu del capitalismo:

La contracultura —escribe Harris— celebra la vida supuestamente natural de los pueblos primitivos. Sus miembros llevan collares, cintas en la cabeza, se pintan el cuerpo y se visten con ropas andrajosas llenas de color; anhelan ser una tribu. Creen que los pueblos tribales no son materialistas, sino espontáneos, y se hallan en contacto reverente con fuentes ocultas de encantamiento (Harris, 2001: 219).

No faltan en el interior de esta contracultura personajes claves en los rituales de iniciación como el indio Don Juan, chamán yaqui, proveniente del Estado mexicano de Sonora, con quien se encontró el antropólogo Carlos Castañeda y con quien emprendió un ascético camino de aprendizaje que lo llevó a consumir yerba del diablo, humito y otras sustancias alucinógenas. Castañeda, siguiendo las enseñanzas de Don Juan, se encontró con Mezcalito, y con diableros, y “aprendió a desenredar los secretos del poder y del conocimiento”.

Los historiadores de la brujería subrayan con razón que la mayor parte de los ajusticiados, casi en una proporción del 80%, eran mujeres. Geoffrey Scarre, a partir del examen de toda una serie de estudios, nos presenta las principales características de las víctimas de la brujería perseguidas y condenadas a morir en la hoguera entre los tiempos de publicación de la Bula del papa Inocencio VIII titulada Summis desiderantes affectibus, del 5 de diciembre de 1484, y el pánico desencadenado en Salem, Massachusetts en 1692. El tipo ideal de la víctima acusada de practicar la brujería en Europa es una mujer, proveniente mayoritariamente del mundo rural, y más concretamente de zonas montañosas o costeras de difícil acceso, de edad avanzada (en ocasiones la media de edad de las ajusticiadas era de 60 años), predominantemente pobre, viuda o soltera, con una mala reputación en la comunidad, con una cierta autonomía económica y personal, y entregada a una vida solitaria. ¿Por qué los inquisidores, las autoridades eclesiásticas y los jueces civiles desarrollaron contra estas mujeres una especial persecución violenta, sanguinaria, tan extensa a lo largo del tiempo?

Uno de los primeros escritos sobre la brujería de Foucault fue la ponencia que presentó en el Coloquio Herejías y Sociedades que se celebró en Royaumont entre los días 27 y 30 de mayo de 1962. Su intervención se titulaba precisamente Las desviaciones religiosas y el saber médico y está recogida, junto con el coloquio que siguió a la presentación, en las actas del congreso prologadas por el historiador Jacques Le Goff (Foucault, 1968: 19-29). Foucault comienza por afirmar que en cada época y en cada sociedad existe algo así como un sistema de transgresión que demarca los límites entre lo permitido y lo prohibido, entre el bien y el mal. Señaló además en su ponencia que en nuestras sociedades “para delimitar lo irregular, lo desviado, lo irrazonable, lo ilícito y también lo criminal” la conciencia moderna tiende a recurrir a la distinción entre lo normal y lo patológico. Sin embargo esa distinción lejos de ser natural, eterna, universal, data en el mundo occidental de los tiempos del médico francés Xavier Bichat, es decir, se produjo en íntima relación con el nacimiento de la clínica, en el tránsito del siglo XVIII al XIX. Durante milenios existió por tanto una medicina que no reposaba en una conciencia de la enfermedad, una medicina en la que lo normal y lo patológico no constituían sus categorías fundamentales. Para ejemplificarlo Foucault recurre a las desviaciones religiosas que tuvieron lugar en torno al siglo XVI y más concretamente a la creencia en una alteración de los poderes físicos del hombre provocados por el efecto de una intervención demoníaca. Se detiene en el papel de algunos médicos en relación con la brujería, y se centra concretamente en las posiciones de Ulrich Molitor en el siglo XV y de otros galenos como Johann Weyer y Thomas Erastus en el siglo XVI. Todos ellos suelen ser presentados erróneamente como adalides de una mayor indulgencia con las brujas, sin embargo el principal denominador común que los une es que lejos de cuestionar la existencia del demonio y su presencia entre los hombres nos proponen mostrar cómo actúan los demonios amparándose del juego complejo de apariencias. Los demonios son los guardianes de los sueños, actúan sobre los seres humanos más frágiles, por lo que sienten una especial predilección por las mujeres. Los demonios intervienen sobre todo lo que se encuentra en los límites del alma, más allá de la imagen, el fantasma, y el sueño, actúan sobre los sentidos y los nervios de la cabeza de sus víctimas, actúan sobre la imaginación, sobre la parte más material de las facultades del alma. Son ellos quienes enraizaron lo demoníaco en el cuerpo. Brujos y brujas están sometidos a los demonios del mismo modo que se puede estar sometido al error. Estos médicos han operado una medicalización de la experiencia para-religiosa de tal modo que el lugar “real” de la transgresión se ha convertido en el fantasma y en todas las formas de lo irreal.

En la discusión que siguió a la presentación de la ponencia Jacques Le Goff alabó la fecundidad del concepto de sistema de la transgresión introducido por Foucault, y Robert Mandrou, autor de un importante libro sobre magistrados y brujas, señaló la presencia de médicos en procesos por brujería del siglo XVII requeridos por los jueces para determinar si los presuntos brujos y brujas eran portadores en sus cuerpos de marcas visibles y zonas insensibles gravadas a fuego por los demonios. Foucault por su parte añadía también en el coloquio que a finales del siglo XVII la Iglesia convocó en ocasiones a los médicos para que evaluasen si los acusados de tener pactos con el diablo sufrían exclusivamente fenómenos extraños, tales como visiones y alucinaciones.

Años más tarde Michel Foucault volvió de nuevo a abordar la cuestión de la brujería y las posesiones diabólicas en relación con la medicina en un artículo publicado en la revista Médecine de France en el que planteaba el siguiente problema: “¿Cómo los personajes de brujos y poseídos que estaban perfectamente integrados, incluso en esos rituales que los excluían y los condenaban, pudieron convertirse en objeto de una práctica médica que les confería un estatuto muy diferente y los excluyó insertándolos en otro mundo?”. Foucault establecía en este texto una especie de hilo rojo, una línea continua, que va desde la persecución religiosa a la reducción patológica. Y concluye: “Fue la propia Iglesia quien exigió al pensamiento médico este positivismo crítico que iba un día a intentar reducir toda la experiencia religiosa a la inmanencia psicológica” (Foucault, 1969:121-128).

La medicalización de la carne

¿A través de qué procesos la brujería, que implicaba el pacto de brujos y brujas con los diablos, pasó a ser explicada a partir de códigos médico-psiquiátricos y psicológicos? ¿Cuándo y cómo se produjo en Occidente la transición entre un sistema cultural vertebrado por los valores cristianos a otro sistema predominantemente secular en el que la medicina y la medicalización de la vida pasaron a cobrar un especial protagonismo? El temprano cese de la persecución por brujería en España, como señaló Henry Charles Lea, y posteriormente Julio Caro Baroja y Gustav Henningsen, se debe sobre todo al papel destacado de uno de los inquisidores del tribunal de Logroño, Alonso de Salazar Frías, pues fue él quien protagonizó “un viraje decisivo en la historia de la brujería española” (Henningsen, 1983: 340). Salazar y la Junta Suprema de la Inquisición argumentaron racionalmente con rigor, con antelación a las Meditaciones metafísicas de Descartes, que si el demonio, príncipe de la mentira, anda suelto por el mundo, y actúa a sus anchas, es imposible la comprobación de la verdad, de tal modo que la incertidumbre generada por sus ficciones y simulacros invalidaría la capacidad misma de juzgar de la propia Inquisición (Álvarez-Uría, 1993: 43-60).

En la Historia de la locura, un libro que se publicó en la versión original francesa en 1961, Michel Foucault puso bien de manifiesto cómo la percepción social de la locura en el mundo medieval y renacentista distaba de la concepción médico-psiquiátrica de la enfermedad mental promovida por los alienistas europeos en el siglo XIX y sujeta a observación en las instituciones cerradas de los manicomios. Sin embargo en el curso que impartió en el Colegio de Francia sobre losanormales, más concretamente en la lección impartida el 26 de febrero de 1975, avanzó una línea de explicación sobre el proceso de medicalización tanto de la brujería como de las posesiones demoníacas.

Es preciso no confundir la brujería con las posesiones diabólicas a pesar de que en ambas experiencias se concede al diablo un especial protagonismo. Mientras que la brujería surgió como consecuencia de la intensificación de las prácticas de recristianización en la periferia de las sociedades cristianas, en las zonas rurales, la posesión afectaba sobre todo a mujeres cristianas urbanas, y más concretamente a las religiosas que, en su camino de perfección, eran guiadas por el confesor o por el padre espiritual. Mientras que las brujas se entregaban en cuerpo y alma al diablo, las poseídas lo resistían y se oponían a él con todas sus fuerzas, como ponían bien de manifiesto todo tipo de contracciones corporales y paroxismos. “La convulsión —señalaba Foucault— es la forma plástica y visible del combate en el cuerpo de la poseída”. Y un poco más adelante, tras hablar de temblores, agitaciones, sofocos, ahogamientos, desmayos..., añade: “La convulsión es esta inmensa noción-araña que extiende sus hilos tanto del lado de la religión y del misticismo como del lado de la medicina y de la psiquiatría. Es esta convulsión la que va a ser el enclave de una batalla importante, durante dos siglos y medio, entre la medicina y el catolicismo” (Foucault, 1999: 197-198).

Foucault señala que en el siglo XVIII, a pesar de los anticonvulsivos desplegados por la Iglesia, la convulsión se va a convertir en un objeto médico privilegiado, de modo que el sistema de nervios pasó a desplazar al enorme protagonismo que los tratados morales elaborados por eclesiásticos habían otorgado a la concupiscencia. Progresivamente los fenómenos relacionados con la brujería y con las posesiones diabólicas se transformaron en fenómenos patológicos susceptibles de ser tratados exclusivamente por la medicina mental. A medida que la medicina confiscaba las convulsiones que brotaban en el interior de la Iglesia de la Contrarreforma ésta se iba desembarazando de ellas para hacer frente al empuje médico-psiquiátrico con las apariciones. Las apariciones por excelencia fueron en el siglo XIX las apariciones de la Virgen María, objeto de la mirada angélica de pastorcillos, de niños a la vez candorosos e inocentes, es decir, incapaces de mentir. Así fue como la cristiandad se pobló de santuarios marianos en donde se prodigaban curaciones milagrosas.

Apuntemos tan sólo que la Iglesia católica, sobre todo a través del incremento exponencial del poder clerical, lanzó a partir del Concilio de Trento una ofensiva pastoral sin precedentes con el fin de apropiarse, entre otras cosas, de la educación cristiana de niños y niñas en los colegios regentados por religiosos y religiosas, y también para asumir la dirección espiritual de las familias cristianas. Michel Foucault fue sensible al poder pastoral de la Iglesia, pero a la vez se interesó por los procesos de modernización pues el proceso de secularización está íntimamente relacionado con el empuje de la ciencia moderna y con la formación de los Estados administrativos modernos. En una entrevista realizada en Brasil por J. G. Merquior y S. O. Rouanet, Foucault señalaba que:

La idea de una ciencia de la brujería, de un conocimiento racional, positivo de la brujería, era algo absolutamente imposible en la Edad Media. (...) Todo el sistema cultural del saber de entonces excluía que la brujería se convirtiese en un objeto del saber. Y sin embargo he aquí que a partir de los siglos XVI y XVII, con la aquiescencia de la Iglesia, e incluso como respuesta a su demanda, el brujo se convirtió en un objeto de conocimiento posible entre los médicos: se les pregunta a los médicos si el brujo es o no un enfermo. Todo esto es muy interesante y se encuentra en el marco de lo que yo quiero hacer (Foucault, 1994c: 173).

A diferencia de los poderes eclesiásticos, los poderes médicos no apelan, como la teología moral, a una legitimidad carismática, sino a una presunta racionalidad científica. Esta nueva vía de legitimación, que entronizó a la razón en el puesto de mando, permitió a la medicina moderna contribuir a una tecnología del sexo completamente innovadora en el siglo XVIII. Como señaló el propio Foucault en el primer tomo de la Historia de la sexualidad, “por mediación de la medicina, la pedagogía y la economía hizo del sexo no solo un asunto laico, sino un asunto de Estado; aún más, un asunto en el cual todo el cuerpo social, y casi cada uno de los individuos era instado a someterse a vigilancia” (Foucault, 2005: 124). Y en otro lugar añade: “El poder médico se encuentra en el centro de la sociedad de normalización. En todos sitios vemos aparecer los efectos de poder de la medicina: ya se trate de las familias, la escuela, la fábrica, los tribunales, la sexualidad, la educación, el trabajo, el mundo del delito” (Foucault, 1994a: 76).

Tanto en el estudio de los manicomios, como en el del sistema penal y de los procesos de medicalización, la anatomía de las instituciones de normalización, la microfísica del poder, el análisis de la bio-política de las poblaciones se integran bien en el interior de una sociología histórica del orden social capitalista que permite no solo describir las relaciones de poder que conforman ese orden, sino también analizarlas y explicar cómo se des­pliegan en el interior de nuestras formaciones sociales. El análisis de cómo operan los poderes en el campo social puede ayudar a un despliegue estratégico de las resistencias y por tanto contribuir a promover cambios sociales progresistas.

Michel Foucault emprendió la tarea de escribir una Historia de la sexualidad especialmente porque en nuestras sociedades determinada pendiente nos ha conducido en unos siglos a formular al sexo la pregunta acerca de lo que somos. En el primer tomo de esta Historia de la sexualidad nos presenta las grandes líneas a través de las cuales se desarrollará su programa: La histerización del cuerpo de la mujer; la pedagogización del sexo de los niños; la socialización de las conductas procreadoras; en fin, por último, la psi­quiatrización del placer perverso, ámbitos, atravesados todos ellos por el dispositivo de sexualidad. En el análisis del proceso de medicalización en Occidente se produjo un momento importante cuando la medicina del sexo se separó de la medicina general del cuerpo para especializarse en las llamadas perversiones sexuales. Richard Krafft-Ebing, autor de Psychopathia sexualis, el mago Charcot y más tarde el Dr. Freud prolongaron esta senda. Como señaló el propio Foucault en las últimas páginas de La voluntad de saber, cada uno de nosotros en Occidente debe pasar por el sexo, “ese punto imaginario fijado por el dispositivo de sexualidad”, para acceder a su propia inteligibilidad, a la totalidad de su cuerpo, a su propia identidad (Foucault, 2005: 165).

Procesos de subjetivación

Las investigaciones de Michel Foucault, al igual que la mayor parte de las investigaciones de sociólogos críticos, como Norbert Elias, Erving Goffman, Robert Castel, Jacques Donzelot y otros, respondían a demandas sociales formuladas más o menos explícitamente por determinados colectivos sociales. Foucault fue sensible al poder de la razón sobre la locura, al poder de la medicina sobre los enfermos, al poder del aparato judicial sobre los delincuentes, al poder de los expertos del sexo sobre la sexualidad de los individuos; fue sensible al punto de vista de los internos en los manicomios; al sufrimiento de quienes padecían el régimen de vida impuesto por el sistema punitivo carcelario; fue sensible también, a mediados de los años setenta del pasado siglo, al empuje del psicologismo y del psicoanalismo, que crecieron al amparo del dispositivo de sexualidad. Como señaló en la ya citada conversación con Dreyfus y Rabinow “los recientes movimientos de liberación sufren por el hecho de que no consiguen encontrar un principio sobre el cual fundar una nueva ética” (Foucault, 1985a: 187). El primer volumen de La historia de la sexualidad surgió en este sentido en el marco de la búsqueda y el desarrollo de una ética laica de la ciudadanía, una ética para la libertad, una ética a contracorriente de la identidad que nos ha sido impuesta. Para encontrar experiencias susceptibles de inspirar una ética laica Foucault consideró que era preciso realizar una historia de la sexualidad sin renunciar a una analítica de las relaciones de poder.

Por subjetivación entiende los procesos a través de los cuales se constituye un sujeto. Me parece que en el desarrollo de los análisis foucaultianos sobre los procesos de subjetivación íntimamente relacionados con la sexualidad la publicación en 1978 del libro sobre Herculine Barbin llamada Alexina B, es decir, la experiencia biográfica de un hermafrodita, supuso un paso importante. En un texto que escribió para la edición norteamericana de Herculine Barbin, titulado El sexo verdadero, un texto que ha sido recogido en la edición española del libro, se afirmaba explícitamente que:

Las teorías biológicas sobre la sexualidad, las concepciones jurídicas sobre el individuo, las formas de control administrativo en los Estados modernos han conducido paulatinamente a rechazar la idea de una mezcla de los dos sexos en un solo cuerpo y a restringir, en consecuencia, la libre elección de los sujetos dudosos. En adelante, a cada uno un sexo y uno solo. A cada uno su identidad sexual primera, profunda, determinada y determinante; los elementos del otro sexo que puedan aparecer tienen que ser accidentales, superficiales, o incluso simplemente ilusorios. Desde el punto de vista médico esto significa que ante un hermafrodita no se tratará ya de reconocer la presencia de dos sexos yuxtapuestos o entremezclados, ni de saber cuál de los dos prevalece sobre el otro, sino de descifrar cual es el sexo verdadero que se esconde bajo apariencias confusas. De alguna manera el médico tendrá que desnudar las anatomías equívocas hasta encontrar, detrás de los órganos que pueden haber revestido las formas del sexo opuesto, el único sexo verdadero (Foucault, 1985b: 12-13).

La historia trágica de Alexina dio alas a numerosos estudios comprometidos con la subversión de la identidad de género, pero también a análisis más matizados que se inscriben en la senda abierta por los trabajos de Michel Foucault, como por ejemplo el libro de Julia Varela titulado Nacimiento de la mujer burguesa que se publicó por vez primera en 1997 y que ha sido recientemente objeto de una nueva edición corregida y aumentada. En este libro las propuestas foucaultianas se ven complementadas con las aportaciones de otros sociólogos para contribuir a la puesta a punto del modelo genealógico de análisis. En paralelo con el dispositivo de sexualidad Julia Varela se sirve del concepto de dispositivo de feminización para mostrar de forma imaginativa como se conformó históricamente la imagen de marca del eterno femenino, el ideal de la mujer burguesa, cómo se impuso un estereotipo de feminidad destinado a asegurar la relegación de las mujeres al espacio de lo privado, lo íntimo, lo emocional, el espacio de la familia cristiana. El estudio de los cambiantes desequilibrios de poder entre los sexos en la historia occidental es analizado a partir de la desposesión del poder de las mujeres en la Iglesia, un poder monopolizado por una jerarquía formada en exclusiva por clérigos que desde el papa, hasta obispos, cardenales, curas y frailes, pastorean los rebaños de fieles y relegan a las mujeres a una posición de total subordinación. Pero se analiza también cómo se gestó la imposición del matrimonio canónico indisoluble, la institucionalización de la prostitución en Occidente, la génesis de las universidades cristiano-escolásticas y la expulsión de las mujeres de los centros de formación y transmisión de los saberes legítimos de la época, la formación, en fin, diseñada por los humanistas en el siglo XVI, de la perfecta mujer cristiana en eterna pugna contra las malas mujeres, tales como alcahuetas, hechiceras, brujas, endemoniadas, prostitutas, mujeres vagantes y ladronas... A través del dispositivo de feminización autoridades religiosas y civiles han tratado de diseñar para las mujeres una nueva identidad sexual y moral. El resultado de esta estrategia es no solo asignar identidades sino también la formación de un nuevo imaginario social, una especie de inconsciente simbólico y sexual que ha requerido históricamente esfuerzo y violencia para asegurar la dominación masculina, una dominación que ha encontrado a su vez resistencias y formas de insubordinación en el interior de procesos de cambio social ­(Varela, 2019: 70-71).

Julia Varela, siguiendo la senda frecuentada por Norbert Elias y Michel Foucault, muestra por qué es preciso inscribir en la historia los procesos de subjetivación. Los equilibrios y desequilibrios de poder entre varones y mujeres son cambiantes a lo largo del tiempo y en cada sociedad, de modo que es preciso dar cuenta de ellos a partir de materiales históricos. De hecho, por ejemplo, el peso jurídico del Canon episcopi, compuesto en el año 906 por encargo del arzobispo de Tréveris para que sirviese a los obispos como guía disciplinaria en materia de brujería, en el que se defendía que los actos de brujería eran simplemente soñados o imaginados, pero no reales, se vio desplazado en el siglo XV por la bula ya mencionada promulgada por Inocencio VIII, que data de 1484, Summis desiderantes affectibus en la que se defendía la realidad de los vuelos de brujas y la materialización de aquelarres, lo que facilitó la gran ofensiva de jueces e inquisidores contra las maléficas brujas. El estatuto de las mujeres cambió drásticamente cuando se puso en marcha el dispositivo de feminización