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En los primeros años del siglo en que nos hallamos, el vulgo no conocía en el Norte mas héroe que Carlos XII. Su valor personal, mas propio de un soldado que de un rey, y el esplendor de sus victorias -e incluso de sus derrotas- impresionaban a todos, cuyos ojos se fijan con facilidad en estos grandes acontecimientos, y no ven las labores largas y útiles. Voltaire.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
En los primeros años del siglo en que vivimos, el vulgo no conocía en el Norte más héroes que Carlos XIL Su valor personal, mucho más propio de un soldado que de un rey; el brillo de sus victorias, y aún de sus desastres, hería vivamente los ojos de todo el mundo, que veía fácilmente estos grandes acontecimientos, y no veía, en cambio, las labores largas y útiles. Los extranjeros duda-ban entonces hasta de que las empresas del zar Pedro I pudiesen sostenerse; sin embargo, han subsistido y se han perfeccionado bajo las emperatrices Ana e Isabel; pero, sobre todo, bajo Catalina II, que tan lejos ha llevado la gloria de Rusia. Hoy este imperio está incluido entre los Estados más florecientes, y Pedro, en la categoría de los más grandes legisladores. Aunque sus empresas no necesitasen del buen éxito a los ojos de los sabios, sus resultados han afirmado para siempre su gloria. Se juzga hoy que Carlos XII merecía ser el primer soldado de Pedro el Grande. Uno no ha dejado más que ruinas; el otro es un fundador en todos los órdenes. Yo me atreví a emitir un juicio análogo hace treinta años, cuando escribí la historia de Carlos. Las Memorias que me han proporcionado hoy sobre Rusia me ponen en situación de hacer conocer este imperio, cuyos pueblos son tan antiguos, y donde las leyes, las costumbres y las artes son de creación moderna.
La historia de Carlos XII era amena; la de Pedro I es instructiva.
Descripción de Rusia.
El imperio de Rusia es el más vasto de nuestro hemisferio; su extensión, de Occidente a Oriente, es de más de dos mil leguas comunes de Francia, y tiene más de ochocientas leguas de Sur a Norte, en su mayor anchura. Limita con Polonia y el mar Glacial; toca a Suecia y a la China. Su longitud desde la isla de Dago al occidente de Livonia, hasta sus confines más orientales, comprende cerca de ciento setenta grados; de suerte que cuando es mediodía en el occidente es casi media noche en el oriente del imperio. Su anchura es de tres mil seiscientas verstas de Sur al Norte, lo que equivale a ochocientas cincuenta de nuestras leguas comunes.
Conocíamos tan poco los límites de este país en el siglo pasado, que cuando en 1689
supimos que los chinos y los rusos estaban en guerra, y que el emperador Canihi, de un lado, y del otro los zares Iván Y Pedro enviaban, para terminar diferencias, una embajada a trescientas leguas de Pequín, en el límite de los dos imperios, calificamos primeramente este acontecimiento de fábula.
Lo que está hoy comprendido bajo el nombre de Rusia o de las Rusias es más vasto que todo el resto de Europa y como no lo fue nunca el imperio romano, ni el de Darío, conquistado por Alejandro, pues contiene más de un millón cien mil leguas cuadradas. El imperio romano y el de Alejandro no tenían cada uno más que unas quinientas cincuenta mil, y no hay ningún reino en Europa que sea la do-zava parte del imperio romano. Para conseguir que Rusia fuese tan populosa, tan abun-dante, tan llena de ciudades como nuestros países meridionales, serían todavía necesarios siglos y zares tales como Pedro el Grande.
Un embajador inglés que residía en 1733
en Petersburgo y que había estado en Madrid dice en su relato manuscrito que en España, que es el reino de Europa menos poblado, se pueden calcular cuarenta personas por cada milla cuadrada, y que en Rusia no se pueden contar más que cinco; en el capítulo segundo veremos si este ministro se ha engañado. Se dice en el Diezmo, falsamente atribuido al mariscal de Vauban, que en Francia cada milla cuadrada contiene aproximadamente doscientos habitantes una con otra, Estas eva-luaciones no son nunca muy exactas, pero sirven para mostrar la enorme diferencia de la población de un país a la de otro.
Aquí haré observar que de Petersburgo a Pequín apenas si se encuentra una gran montaña en el camino, que las caravanas podrían tomar por la Tartaria independiente, por las llanuras de los calmucos y por el gran desierto de Cobi; y es de notar que de Arcángel a Petersburgo y de Petersburgo a los confines de la Francia septentrional, pasando por Dantzig, Hamburgo, Amsterdam, no se ve ni una colIna un poco alta. Esta observación puede hacer dudar de la verdad del sistema que sostiene que las montañas no se han formado más que por el acarreo de las olas del mar, suponiendo que todo lo que es hoy tierra ha sido mar hace mucho tiempo. Pero
¿cómo las olas que, en esta hipótesis, han formado los Alpes, los Pirineos y el Taurus, no han formado también alguna colina elevada desde la Normandía a la China, en un espacio tortuoso de tres mil leguas? La geogra-fía así considerada podría auxiliar a la física, o al menos plantearle problemas.
En otro tiempo hemos llamado a Rusia con el nombre de Moscovia, porque la ciudad de Moscú, capital de este imperio, era la residencia de los grandes duques de Rusia; hoy, el antiguo nombre de Rusia ha prevalecido.
No debo investigar aquí por qué se han llamado a los países desde Smolensko hasta más allá de Moscú la Rusia blanca, y por qué Hubner la llama negra, ni por qué razón Kiev debe ser la Rusia roja.
Puede ser cierto también que Madies el Escita, que hizo una irrupción en Asia cerca de siete siglos antes de nuestra era, haya llevado sus arenas a estas regiones como han hecho después Gengis y Tamerlán y como probablemente se había hecho mucho tiempo antes de Madies. Todas estas antigüedades no merecen nuestras investigaciones; las de los chinos, indios, persas, egipcios, están comprobadas por monumentos ilustres e in-teresantes. Estos monumentos suponen todavía otros muy anteriores, puesto que es preciso un gran número de siglos antes de que se pueda siquiera establecer el arte de transmitir sus pensamientos por signos permanentes y que todavía es necesaria una multitud de siglos anteriores para formar un lenguaje regular. Pero nosotros no tenemos tales monumentos en nuestra Europa, hoy tan civilizada; el arte de la escritura fue durante mucho tiempo desconocido en todo el Norte; el patriarca Constantino, que escribió en ruso la historia de Kiovia, confiesa que en estos. países no se usaba la escritura en el siglo V.
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