Imaginación y verdad. Escritos sobre literatura hispanoamericana - Carla Cordua - E-Book

Imaginación y verdad. Escritos sobre literatura hispanoamericana E-Book

Carla Cordua

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Beschreibung

La escritura de Carla Cordua transita con sutileza y lucidez por los espacios de encuentro entre la literatura y la filosofía, donde los desafíos de la imaginación, de las ideas y del estilo se ponen en juego y muestran, muchas veces, la irreductible y maravillosa singularidad poética. En este libro, que recopila parte fundamental de sus escritos sobre literatura hispanoamericana, la filósofa chilena ensaya modos diversos de pensar la escritura de una docena de autores –de Rubén Darío a Juan Luis Martínez, de Gabriela Mistral a Jorge Luis Borges, de César Vallejo a Juan José Saer– deteniéndose en claves estéticas, biográficas e interrogándolos en motivos relevados en las obras, como las fronteras entre verdad y ficción, y la capacidad de esta última para adentrarse en la turbulencia de la realidad. En este trayecto literario por nuestro continente nos encontramos con revelaciones que, sin dogmatizar, permiten comprender las preferencias que la han llevado a ocuparse de estas obras notables, y que invitan, felizmente, a leer y releer los originales.

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Carla Cordua / Imaginación y verdad. Escritos sobre literatura hispanoamericana

Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2022, 1ª edición, 320 pp. , 13x21 cm.

Dewey: 860.9

Cutter: C796

Colección Humanidades

Textos publicados en revistas académicas y periódicos de circulación nacional sobre figuras literarias, tales como: Rubén Darío, César Vallejo, Manuel Rojas, José Santos González Vera, Jorge Luis Borges, José María Arguedas, Juan José Saer, Mauricio Wacquez, Juan Luis Martínez, Claudio Bertoni y Raúl Zurita.

Materias:

Prosa chilena.

Literatura hispanoamericana. Siglo XX. Historia y crítica.

Autores latinoamericanos.

Cordua, Carla, 1925-

IMAGINACIÓN Y VERDAD

ESCRITOS SOBRE LITERATURA HISPANOAMERICANA

CARLA CORDUA

© Carla Cordua, 2022

© Ediciones Universidad Diego Portales, 2022

Primera edición: noviembre de 2022

ISBN: 978-956-314-539-7

ISBN digital: 978-956-314-561-8

Universidad Diego Portales

Dirección de Publicaciones

Av. Manuel Rodríguez Sur 415

Teléfono: (56 2) 2676 2136

Santiago – Chile

www.ediciones.udp.cl

Diseño: María Fernanda Pizarro

Imagen de portada: Campo de cerezas (Rimbaud). ©Juan Luis Martínez, 1974

Edición y selección de textos: Sebastián Astorga y Felipe Gana

Diagramación digital: ebooks [email protected]

ÍNDICE

Nota a la edición

Rubén Darío (1867-1916)

Víctima superior

Gabriela Mistral (1889-1957)

Recoger gente

Convivialidad exagerada

Sobre el mar

Gabriela y Victoria

César Vallejo (1892-1938)

César Vallejo

Guardar un día para cuando no haya

Vallejo esencial

Manuel Rojas (1896-1973)

Una fortaleza sin puente levadizo

José Santos González Vera (1897-1970)

Falta de ignorancia

Jorge Luis Borges (1899-1986)

La imaginería metafísica de Borges

Borges y los servicios de la palabra

Ceguera de Borges

Asombro irónico

Neruda sobre Borges

José María Arguedas (1911-1969)

Una pegazón de la muerte

Juan José Saer (1937-2005)

Saer: Nadie nada nunca

Oscuridad del mundo

Juan José Saer

Mauricio Wacquez (1939-2000)

Excesos

Frente a un hombre armado

Juan Luis Martínez (1942-1993)

Variedad poética de la negación

El anzuelo y la bolsita de tierra

Más de Juan Luis Martínez

Adiós a la poesía

Algunas preguntas

Claudio Bertoni (1946)

Una estrella danzante

Raúl Zurita (1950)

Poesía y verdad

Procedencia de los textos

NOTA A LA EDICIÓN

En Luces oblicuas (1997), Carla Cordua, hace una confesión que sirve de guía para adentrarse en este libro: “No he leído obras literarias como profesional sino como diletante; pero como he dado libre curso a esta afición toda mi vida puedo establecer una diferencia entre los escritos que me han retenido ocasionalmente y aquellos que se me volvieron indispensables, resultaron ser amores duraderos”. Los ensayos, notas, digresiones e, incluso, una contratapa reunidos en este volumen hablan de ese “amor duradero” por los autores aquí tratados. La lectura no profesional y apasionada se nota en los puntos de vista singulares y en la diversidad de perspectivas al momento de tratar las obras de su elección: aparecen en una frase, en una impresión o en un ensayo de más largo aliento. Notables son las disquisiciones sobre la “oscuridad del mundo” en Juan José Saer, la conversación en Jorge Luis Borges o en cómo relacionarse con los otros en Gabriela Mistral. Todos los textos aquí antologados hablan de una pasión y de una búsqueda, la de encontrar algo más que solo lo “… meramente entretenido o una manera de pasar el tiempo”, sino que, en sus palabras, “lo que me despertaba el seso”. Esto es, la literatura como una forma vital de imaginación y pensamiento.

Hemos elegido el título Imaginación y verdad de “Borges y los servicios de la palabra”, aquí incorporado y publicado originalmente en Nativos de este mundo (2004), donde señala: “Lo que encontramos en los escritos de Borges [...], es una reflexión sobre el contraste tajante que él acostumbra a establecer entre realidad y fantasía, entre ficción e información, entre imaginación individual creativa y vida social compartida, entre lo cotidiano y lo mágico, entre el sueño y la vigilia, entre imaginación y verdad”. En este lugar, descubrimos algo similar, ideas contrapuestas y en tensión que más que confundirnos iluminan el acercamiento a la feliz complejidad del fenómeno literario.

En el trayecto vemos a un victimizado Rubén Darío; unos versos que sirven de excusa para Vallejo; a Hijo de ladrón comparado con la novela autobiográfica póstuma de Albert Camus; cómo una frase de José Santos González Vera nos sirve para entender la ineptitud humana; o un extraordinario recorrido sobre la poesía de Juan Luis Martínez, entre otros autores y obras.

Imaginación y verdad fue organizado cronológicamente, tanto por los años de nacimiento de narradores y poetas incluidos, como por los años de publicación de cada uno de los artículos seleccionados.

RUBÉN DARÍO

VÍCTIMA SUPERIOR

Rubén Darío aborda en su autobiografía los sufrimientos de su adolescencia, y en su poesía, los de toda su vida. Cultiva sus diferencias con los demás, separado de todo el mundo. ¿Cuál será la raíz de sus sufrimientos, de su soledad? No faltan quienes prefieren la explicación supersticiosa; habría heredado una mezcla de sangres: negra, india y española. ¿Aclara algo este punto de vista animal? No creo. Rubén Darío creció feliz entre parientes que lo acogieron con solicitud y cariño cuando le faltaron sus padres. Pero el niño precoz no supo a tiempo que quienes lo criaban no eran sus padres. Cuando se lo dijeron continuó fingiendo por años que era verdad lo que él antes había creído sobre su nacimiento. Es decir, él adoptó a quienes lo habían tratado como hijo. Nunca comentó con nadie su propia suerte de allegado. Pero se supo diferente y esto lo convertirá en el solitario que será en adelante.

Comienza a leer y a escribir muy temprano. En su Autobiografía dirá de sí: “Fui algo niño prodigio. A los tres años sabía leer, según me han contado”. También empieza pronto a escribir y descubre que la versificación se le da con naturalidad. Pregunta: “¿A qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente, pero ello fue harto temprano”. “Yo nunca aprendí a hacer versos; ello fue en mí orgánico, natural, nacido. Acontecía que se usaba entonces –y creo que aún persiste– la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros, “epitafios”, en que los deudos lamentan los fallecimientos, en versos en general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme que pusiese su duelo en mis estrofas”. Un periódico le publica a los doce años algunos versos de este tipo luctuoso que él declarará ser “de primerizo, rimados en ocasión de la muerte del padre de un amigo”.

En sus reflexiones de joven adulto elabora la noción general del poeta como una figura victimizada por la sociedad. Él tiene, sin embargo, una clara conciencia de sus dotes extraordinarias, las que le fueron reconocidas por otros desde su preadolescencia. La nostalgia de su religiosidad infantil simple lo mantiene fiel al catolicismo, a pesar de su falta de fe. Busca un camino entre este sentimiento de pérdida y su incontenible sensualidad. Viajó toda su vida por todo el continente y por Europa. Tal como Rilke, su inquietud no encontró el lugar donde tranquilizarse. No pertenecen a grupo, tierra o nación alguna: son poetas, y entienden esto como una obligación superior con la belleza que les impulsa a rechazar otras incorporaciones. Cuando llega a Chile no tiene sino veinte años y su genio. Lo otro son la pobreza, las dificultades y la soledad. De Santiago se muda a Valparaíso y de allí, de vuelta a Santiago. Bebiendo, enamorándose, escribiendo sin detenerse poesía y prosa, se hace conocido en todo el continente: pero a él lo episódico lo deja sintiéndose culpable y desilusionado. Seguro de su fuerza para lamentar la pérdida de un reino que debió ser suyo –dice su “Nocturno”– sufre pensando que hubo un momento en que pudo haber evitado nacer. ¿Cómo imaginar esta posibilidad? No sabemos hacerlo, pero el oscuro deseo de no haber sido ya fue expresado varias veces por otras víctimas superiores, a partir, probablemente, de su común dificultad de ser.

GABRIELA MISTRAL

RECOGER GENTE

Hablar con desconocidos en la calle, ceder al impulso de contar cosas personales a quien apenas conocemos, confiar en cualquiera, aceptar al otro de inmediato, ofrecer ayuda sin haber sido invitado a darla, es un impulso frecuente en algunas pocas personas y una debilidad que otras se reprochan. En inglés hay una expresión para tales conductas que, como resulta comprensible en una cultura de la privacidad, las desaprueba. Se dice “to pick up people”, esto es, literalmente, “recoger gente”. No sé si capto bien el matiz de la frase inglesa pero creo que designa algo que en aquel idioma resulta más cuestionable que lo que he descrito en español. Pues en alguno de sus usos en inglés llega a significar “ligar”, cosa que no se hace sin intención ulterior, nos parece. De manera que la expresión en inglés se extiende más allá del impulso impensado a que me refiero.

A pesar de esta diferencia de matiz, Gabriela Mistral dice, hablando de sí misma en su diario íntimo: “Mi mayor flaqueza de chilena y de mujer tal vez sea esta: busco la familiaridad inmediata, quiero la buena fe; pido, como todos los errantes, la casa tibia en que entrar, pues llevo años de ruta helada y de viento y polvo en el rostro. Gracias a cada niño que me dijo, sin más, Gabriela, y a cada maestra que vio su oficio en mis gestos”. Esta no es, sin embargo, la postura permanente de Gabriela Mistral frente a los demás. Tal vez lo de recoger gente no sea nunca, tampoco en otros, más que una iniciativa ocasional que nos toma de sorpresa a nosotros mismos cuando nos descubrimos llevándola a cabo. La poeta confiesa tener muchas y frecuentes dificultades con la gente y es cuidadosa de proteger una soledad que le resulta necesaria en más de un sentido.

En el extranjero anota: “Yo no me muevo sino entre extraños [...]. Yo no fui querida nunca, cuando quise. Y no he podido querer a los que dicen que me han querido [...]. Cultivo un poco (un poquito chico) de desdén. Y no dejo a los intrusos entrar en mi vida y empañar lo que Dios me ha dado. Y no concedo derecho a entristecerla, sino a los sucesos definitivos de la vida”. Conceder derechos a los sucesos pero no a las personas, es una manera de hablar algo oscura, muy rara en esta escritora clara y exacta como nadie. Pues, ¿qué sería un suceso, definitivo o no, con derechos? Oscura y también amenazante porque, en la medida en que la frase tiene sentido, este no puede menos que asustar. Pues los sucesos definitivos de la vida nunca ocurren de acuerdo a derechos; más bien, de querer hablar así, se los toman todos sin consultarnos y tampoco esperan tener una justificación para caer sobre nosotros con todas sus consecuencias. Esto lo sabía Gabriela de sobra. Lo que ella dice, en definitiva, al hablar de derechos es que no le concede a la gente en general el de recogerla a ella.

Cuando nos negamos al impulso de fraternizar sin propósito, es seguro que sabemos por qué lo hacemos y cómo explicarlo. Gabriela Mistral lo pone así: “Viene lo peor, viene el veneno de la gente. Tengo yo una susceptibilidad que la llamaría trágica. Me duele horriblemente que me maltraten en lo que me importa más: en mí misma, no en mis versos, que he abandonado hace tiempo a las lancetas [...]. Yo soy todavía tan tonta, que le pido perfección a la gente [...]. Les exijo que sean ricos interiormente para no aburrirme; que tengan una vida, como intereses espirituales, afectivos. Todo esto es demasiado pedir, lo reconozco...”.

CONVIVIALIDAD EXAGERADA

En las notas íntimas de Gabriela Mistral, la poeta se describe de muchas maneras. La reflexión sobre sí misma y el impulso de poner por escrito en sus cuadernos reservados las conclusiones que proceden de la meditación forman parte del contenido de Bendita mi lengua sea, publicado por Jaime Quezada. En los diversos lugares del extranjero donde residió, viviendo sola la mayor parte del tiempo, a veces acompañada, sobre todo a medida que avanza en edad, Gabriela Mistral registra en sus cuadernos lo que ocurrió en el día, los trabajos diplomáticos, las lecturas, las personas que va conociendo, las cartas recibidas y enviadas. En el trasfondo de estas intimidades, Chile, inolvidable, lejano, voluntariamente evitado y digno de serlo. “Yo tengo en Chile demasiados seres que me odian, una verdadera riqueza de antipatías sin causa”. “Hace no más de un año la prensa de mi patria me ha arrastrado por el barro, en una campaña de injurias”. El diario íntimo consigna el peligro de lo que ocurre allá para su posición, las intrigas que no puede controlar, los anónimos insultantes que recibe y los vaivenes políticos, la mezquindad del sueldito de gobierno por su trabajo, su persistente pobreza chilena arrastrada por el mundo.

Gabriela se pinta por su origen nortino, por su herencia paterna aindiada, dice, por el recuerdo de los años juveniles trabajados en modestas escuelas de enseñanza pública, por la inspiración bíblica, tanto religiosa como literaria, que le legó su abuela Villanueva, por el amor a la madre y a la hermana, por el rencor hacia el padre que deserta de la casa familiar cuando ella es todavía bien pequeña, por la simpatía hacia el pueblo sufriente del que dice ser parte y del que sostiene no querer diferenciarse en nada, por su falta de suerte en amores. Y también, muy importante, se define por el recuerdo persistente de las ofensas recibidas: “Yo tengo, para mi mal, fiel la memoria de la desgracia”. Conmueve este uso tan chileno, amplísimo, de la palabra “desgracia”, que caracteriza entre nosotros el habla de los desvalidos y que figura en esta misma acepción en un verso temprano de Neruda: “No quiero para mí tantas desgracias”.

Algunos de los autorretratos de Gabriela Mistral poseen rasgos convincentes, otros menos. Ella gusta de verse más humilde, más común de lo que es, como “la pobre mujer sola”, aunque amiga de Vasconcelos, de Aguirre Cerda, la cónsul vitalicia, la premio Nobel. Una individualidad poderosa, preferencias y ambiciones bien definidas y una gran energía no solo poética sino también moldeadora de su propia vida la caracterizan de hecho, aunque ella no suele describirse así. El poder de sus letras y la claridad de su inteligencia la expresan mejor que los rasgos que se asigna. Una característica que llama la atención del lector del diario íntimo es la intolerancia de Gabriela Mistral hacia la convivialidad excesiva. Como otros cosmopolitas, rechaza las costumbres provincianas en cuanto incluyen una sociabilidad exagerada y forzosa, impuesta por el aburrimiento de los pueblos pequeños más que por la afinidad e interés mutuo de las personas. En particular la exasperan los habladores incontinentes. Los sufre en España y en casi todas partes; también expresa su hastío con las visitas, demasiado frecuentes, repetidas y que no acaban nunca de marcharse. A veces son, incluso, malevolentes: “Es frecuente el que las visitas, sin cortesía alguna, me den largas informaciones sobre el ‘odio general que existe hacia mí en Chile’”.

Hace diez meses que estoy en el consulado madrileño [...]. La oficina sin ayudante me lleva todo el día. No la oficina, el horrible, el desventurado visiteo de estas extrañas criaturas que se quedan hablando de cinco a siete horas, y que se vuelven para mí más que un desagrado, un puro castigo, una desesperación [...]. No puedo seguir viviendo atollada en gentes, porque nunca me soporté cosa parecida a esta oficina de conversación empalagosa, que comienza a las nueve y acaba a medianoche...

Vivo aquí muy infeliz, sin ninguna alegría, cargada de visitas ociosas, que no dejan trabajar, oyendo bobadas de política o jacobina o sacristanera...

En cuanto al legítimo hablar bien, una cosa es hablar y otra es pronunciar, y aún más otra, escribir. Se han engañado creyendo que diluviar palabras muy bien pronunciadas pero muy mal reunidas (porque apilan y abruman) sea dominar la claridad y disponer la belleza. Me reventaban la cabeza hablándome en la oficina consular…

Pero no es solo en España que la cansa la cháchara. “No me gustan los intelectuales mexicanos [...]. Están más divididos que los chilenos, se odian más”. “Los literatos no han sido mi círculo: como en todas partes tienen bandos feroces y no son gratos de tratar para las gentes como yo, poco literatas”. Siete años vivió como profesora en Los Andes. “Viví aislada en una sociedad analfabeta... Es verdad, sí, que me entiendo más con italianos y norteamericanos que con los míos... la cursilería del chileno me empalaga, los orgullitos, la soberbia y la malediciencia ociosa y temeraria”. En el “Cuaderno de Nápoles” anota: “Todo el día fue de visitas y unos chilenos de Rancagua me tuvieron consigo hasta la 1 o 2 de la madrugada... Estoy cansada de mi día con esos chilenos de ayer”. En Italia se queja: “Hay sobre mí un diluvio constante de cartas y otro de visitas. A veces 16 por día”. En el “Cuaderno de Nueva York”: “Mi vida es, a la vez, un tumulto de visitas y una gran soledad interior”. “Veo muy mal y tengo días en que leer es un suplicio. Y crece el dolor de cabeza, el dolorazo que me aprendí en España cuando me hablaban a gritos por horas y horas [...] gentes sin noción alguna del tiempo ajeno y sin ninguna humildad”. En una carta enviada desde Niteroi: “Yo tengo un visiteo tremendo, a pesar de la distancia de Río en que estoy, y la gente me lleva dos tercios de mi tiempo”.

Es obvio que después del Nobel el acoso indeseado de los curiosos e impertinentes se agravó mucho. Gabriela Mistral tuvo muy buenos amigos, cuya compañía añoraba. Además de las personas cercanas siente que la reclaman los libros, para no decir nada de la propia escritura. “Fue la lectura lo que hizo de mí una escritora, una lectora solitaria”. “El hecho de haber yo preferido Rapallo a Nápoles fue la cercanía a los libros franceses... Y los libros franceses son mi pan”. El que lee y piensa prefiere, tal como Gabriela Mistral, su propia compañía. Conversar a gusto no puede ser sino consigo, con un amigo o con un libro. Las tres cosas tienen mucho en común, sobre todo, la intimidad de la relación y el interés espontáneo que las personas han invertido en ella.

SOBRE EL MAR

Muchas veces la admiración diversa y sensitiva de la naturaleza de Gabriela Mistral se detiene y elabora modos de decir sobre los campos, los bosques, el paisaje, las semillas, los pequeños insectos inquietos. Rara vez, en cambio, apunta la palabra sobre el mar, el Pacífico nuestro, ese personaje tan independiente y grandioso, que con sus incansables pétalos lame casi en silencio la tierra pedregosa de las montañas. Es que él es tan entero e independiente que por lo apartado y hasta señorial cuesta incluirlo en la naturaleza, la que a nosotros tiende a parecernos principalmente lo que tenemos debajo de los pies. Sin embargo, cuando Gabriela se dispone a elogiar, es ella la que decide, la dueña y señora de la palabra de autoridad. Verán entonces cómo trepa el mar a las alturas espirituales de la fe religiosa y del deseo urgente de pureza necesario para volver a vivir con alegría contemplativa la libertad sin culpa. Dice:

De nuevo el mar, el mar cantado y eternamente inédito, otra vez su luz grande en mis ojos y su don de olvido.

El mar lava del pasado como la comunión lava de su miseria al creyente, el mar de la única libertad perfecta. Viene de él un verdadero estado de gracia, es decir, de inocencia y de alegría.

Olvida el hombre su oficio y sus limitaciones, deja caer el dolor y la alegría que le dio la tierra como cosas vergonzantes que se destiñen en el mar, que tienen existencia solamente sobre las costras de la tierra. Cuánto hay en él de circunstancial, cuánta cosa es producto de la hora y del lugar, todo eso se desbarata sobre el agua maravillosa. Somos solamente el ser desnudo, hombre o mujer, sin otro nombre de contingencia. Somos el cuerpo que ama los yodos y las sales, y nació para ellos; el ojo que goza sobre el horizonte y el oído que recibe ritmos. Nada más.

Es una redención que vuelve a perderse –como la otra– en un puerto, redención de las ciudades viles y de las acciones torpes, del sucio tejido de la vida que, por misericordia, podemos a veces cortar en un tajo, dejando caer como túnica vieja que se desgarra en los hombros.

GABRIELA Y VICTORIA

La relación entre Victoria Ocampo y Gabriela Mistral probablemente se extendió desde comienzos de la década de los treinta hasta la de los cuarenta. Cruzaron muchas cartas a lo largo de casi dos décadas, tratándose primero de “usted”, luego tuteándose. Ambas nacieron, con un año de diferencia, el 7 de abril; Gabriela en 1889, Victoria el año siguiente. Se conocieron en Madrid en 1930. Aparte de todas las diferencias entre ellas, ambas lucharon contra una sociedad en la que las mujeres estaban sometidas a absurdas normas de conducta, como bien explica M.E. Vásquez en su libro sobre Victoria Ocampo. Aquí se cuenta que el primer encuentro de las amigas se convirtió en una ocasión muy desagradable debido a la aspereza inicial de Gabriela.

No obstante, tanto el deseo de conocerse mejor y la admiración mutua de ambas prolongaron sus relaciones epistolares y personales. Gabriela le escribe: “Ha sido descomunal mi sorpresa de hallarla a usted criolla, tan criolla como yo, aunque más fina”. Más adelante le dice: “A mí no me importaría mucho su caso si tuviese la deshonestidad de los y las literatoides que le niegan a usted categoría de escritor. Pero desde que leí su primer libro [...] supe que usted entraba en la escritura literaria con cuerpo entero. Si yo creyese con los mismos envidiositos, que su radio de influencia no es sino un grupo de señores snobs, no perdería mi tiempo escribiéndole. La casta de los snobs me importa menos que el gremio de los filatélicos. Pero yo sé que, a través de Surprincipalmente, Ud. llega y obra sobre nuestros mozos sudamericanos”. La amistad entre las dos mujeres fue más que fraternal. Se cuentan y se ofrecen mutuamente ayuda en asuntos muy personales. Gabriela durante una enfermedad le pide a Victoria que cuide y recoja a su sobrino Yin Yin de 14 años si ella muere, pues no tiene a nadie más en el mundo que a ella. Victoria le corresponde planteándole sus problemas más íntimos; recibe de vuelta una carta de 19 carillas con toda clase de consejos y que termina así: “Perdone a su Gabr. que le ha traído aspereza y agriura. No se la dan los otros. Yo tengo que dársela. Es mi triste encargo. G.”.

Dice la otra

Quienes escriben sobre la amistad de Gabriela Mistral con Victoria Ocampo son mayormente argentinos interesados en la existencia de su gran señora de sociedad, rica e inteligente, centro de la vida social durante un período glorioso de la intelectualidad nacional. Gabriela Mistral por su parte, además de sus cartas a Victoria, le dedica a la amiga un ensayo en un libro póstumo que reúne sus trabajos feministas (RIL, 1998). ¿Cómo la ve la poetisa una vez que abandona la primera reacción de rechazo y desconfianza que le inspira Victoria, que se convertirá en su amiga? Dice de ella: “Esta Victoria criolla es dueña de todas las holguras y desenvolturas que dan el nombre y las riquezas para vivir, y sin embargo, ella es hasta tímida consumada para lo que no es el vivir, para lo que es el decir [...]. Las literaturas grandes que ella frecuenta, óptima en lo clásico y en lo moderno, le han dado, respecto al derecho de escribir y del texto literario, una especie de respeto supersticioso y un miedo parecido al que sentimos las mujeres y los niños hacia las maquinarias complejas [...]. Así me tengo que explicar yo, que soy una atarantada y una atrevida dentro del gran oficio, el camino larguísimo y la escandalosa espera que Victoria Ocampo ha hecho hasta convencerse de que tiene un tesoro suyo que ofrecer y derramar, ancho como el Paraná en avenida [...]. Victoria en el negocio de escribir es la miedosilla [...]. Su ‘cuco’ hacía su reverencia sobrada de los Maestros y hasta un cierto fetichismo sudamericano que da la cultura de libro. De aquí su caminar en zigzag, sus consultas a diosecillos de pega, la desconfianza de sus intenciones, su recelo de usar la lengua de su raza, porque no le fue enseñada en la infancia, etcétera”.

CÉSAR VALLEJO

CÉSAR VALLEJO

Vallejo escribió en 1915, entre los 22 y los 23 años de edad, una tesis académica sobre El romanticismo en la poesía castellana, para optar al grado de bachiller en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Libertad de Trujillo. Cerca de la mitad de su corta vida, 21 años, habían trascurrido en Santiago de Chuco, su lugar de nacimiento, y en el Colegio Nacional de Huamachuco, en la alta sierra peruana. Allí concibió la ambición de hacer estudios universitarios. Santiago de Chuco era un pueblo pequeño, de creación reciente, situado a 3115 m de altitud, a cuatro días a caballo de Trujillo, la capital del departamento. Fundado por españoles exploradores que buscaban minas en la región del Chuco en el macizo de los Andes. En 1892 nace allí, en el aislamiento más completo, César Abraham Vallejo, hijo de una familia muy pobre aunque de cierta distinción en el pequeño pueblo. Se destaca respecto de otras debido a que tanto el abuelo paterno como el materno de César Vallejo eran sacerdotes españoles. Ambos, don José Rufo Vallejo, mercedario, y don Joaquín de Mendoza, también sacerdote, procrearon en mujeres indígenas al padre y a la amada madre del poeta.

En la modesta casa de la familia se conservaban, recuerda Vallejo, algunos bienes heredados, entre los cuales se encontraba una colección considerable de libros religiosos, que alimentaron la pasión de la lectura del niño. Sus familiares esperaban que el niño, tan lector del Nuevo Testamento y del Kempis y tan bondadoso, acabaría ocupando un importante cargo en la jerarquía eclesiástica. En Trilce, el poeta hace una referencia irónica a tales expectativas familiares, según las cuales él podría llegar a ser, “si Dios quería, Obispo, Papa, Santo”, en la línea de los abuelos.

De Trujillo, donde se queda cinco años dedicado a sus estudios universitarios, pasa a Lima en 1918. Asimila, con la rapidez sorprendente de su gran inteligencia, los tremendos cambios históricos y culturales que separan la alta montaña de la capital peruana. Prosigue en esta última sus estudios universitarios en Ciencias Naturales. En su período trujillano ya había publicado sus primeros versos y tenía una idea bien definida del sentido de la poesía. Aunque lo atrae el idealismo de la poesía romántica, como dice la primera parte de su tesis académica, él mismo, en parte debido a su poderosa originalidad, en parte por influencia de Rubén Darío y otras lecturas es, desde un comienzo, más modernista que romántico. Llaman la atención, en particular, las libertades que se toma con el lenguaje y también la afirmación extremista de las facultades de la voluntad artística. Más tarde convertirá su práctica de la libertad poética en una posición teórica relativa a la naturaleza y los derechos de la poesía. En un escrito de comienzo de la década de los años 30 defiende como sigue su propia manera de pensar:

La gramática como norma colectiva en poesía carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede cambiar en cierto modo la estructura literal y fonética de una misma palabra, según los casos. Y esto, en vez de restringir el alcance socialista y universal de la poesía, como pudiera creerse, lo dilata al infinito.

La vida de César Vallejo es breve pero muy inquieta, itinerante y asimiladora de enormes diferencias epocales. Muere en 1938 a los 46 años. De Lima se había ido a España; luego vivió muy pobremente como periodista en París. Hace dos viajes a Rusia, en 1928 y 1931. Aunque admirador de Whitman y de Nietzsche, se había hecho comunista. Se instala con naturalidad en la mente de la Europa de la primera mitad del siglo xx. En 25 años, él y su poesía alcanzan a asimilar la manera del surrealismo francés. Vallejo combina con soltura en su obra los asuntos del surrealismo con temas e intereses realistas provenientes de su infancia y juventud en la sociedad en algunos sentidos decimonónica, en otros intemporal, de la sierra peruana.

A través de los incesantes cambios de su existencia, el poeta mantiene una gran fidelidad al oficio de decir adecuada y diversamente la muerte. La de un hermano, la de la madre, la de la España en guerra civil, la propia prevista y tantas otras. Concebida a menudo como primer principio y precedente incluso de la vida: “La vida es la muerte de la muerte”. “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”. “Padre polvo, biznieto del humo...”.

No es un ser, muerte violenta,

sino, apenas, lacónico suceso;

más bien su modo tira, cuando ataca,

tira a tumulto simple, sin órbitas ni cánticos de dicha.

Que la muerte es un ser sido a la fuerza,

cuyo principio y fin llevo grabados

a la cabeza de mis ilusiones,

por mucho que ella corra el peligro corriente

que tú sabes

y haga como que hace que me ignora.

GUARDAR UN DÍA PARA CUANDO NO HAYA

“Cuando haya o cuando no haya”, dice en verso César Vallejo el 21 de noviembre de 1937, y pide disculpas: (“Así se dice en el Perú –me excuso”). Cuando haya noches, cuando no haya más días, son partes de un poema suyo que comienza: “Ello es que el lugar donde me pongo”. El poeta se encuentra en París, enfermo, dedicado a componer un poemario sobre España ya que no puede ir de voluntario a luchar en la guerra civil, como era su intención. Pues en ese momento, aunque reside en París, Vallejo tiene el alma y la mente en España, donde a tantos españoles y voluntarios, a los que Vallejo quería unirse, cada día les va disminuyendo la provisión de sus días (cuando deje de haberlos). Al sentir que le salen versos dichos a la peruana, el poeta se excusa allí mismo, en el poema, representándose por un momento la infaltable incomodidad de los españoles cuando les toca oír el castellano adaptado de América. Dice por ello “me excuso”, pero siente que la verdadera desgracia reside en no estar allá en la guerra como el voluntario que quiso ser, donde se juega lo que de veras importa, cualesquiera sean las palabras y las maneras de usarlas.

Potenciales guerreros

sin calcetines al calzar el trueno,

satánicos, numéricos,

arrastrando sus títulos de fuerza,

migaja al cinto,

fusil doble calibre: sangre y sangre.

¡El poeta saluda al sufrimiento armado!

VALLEJO ESENCIAL

Al comparar dos períodos de la obra de Vallejo, por un lado la obra de juventud que precede a la publicación de Trilce, por otro el contenido de este libro y algunas composiciones posteriores próximas al gran poemario, nos sorprenden las profundas diferencias que separan a estos términos. Se trata, en verdad, de un variado conjunto de diferencias, que caracterizan no solo a la poesía sino también a la persona del poeta, su situación vital y su ubicación personal en el país, sus tratos con otros, sus lecturas y educación en general, el desarrollo de su genio y su original relación con el lenguaje, con los dos lenguajes en juego. Para este efecto, ofrezco una descripción muy general de la situación de la que parte la escritura de Vallejo y de la obra que representa, con el fin de servir a su comparación con los resultados y las circunstancias de Trilce, el carácter de esta obra, las ambiciones de su autor y otros aspectos de los escritos maduros del poeta. Un gran poeta transita de una de sus épocas a la siguiente, cambiando y dejando de ser como antes hasta encontrarse viviendo una plenitud que establece, de una vez por todas, su propia manera de ser y la de su obra. Se trata de la llegada del poeta a quien será en adelante, al que se va a Europa a mediados de 1923 para no volver.

Su educación formal primaria la recibe Vallejo entre 1900 y 1905 en la escuela municipal de Santiago de Chuco, pueblo situado a 3115 metros de altura de la sierra peruana; la escuela media de cuatro años, en el Colegio Nacional de Huamachuco. Se sabe que tuvo acceso a la biblioteca religiosa heredada de los dos abuelos, sacerdotes españoles que, con dos madres indígenas, procrearon a su madre y su padre. La metafísica de la teología cristiana, presente en todas sus obras, procede tal vez más de aquellos primeros libros que de las lecturas posteriores. A los dieciocho años de edad se traslada a Trujillo e intenta estudiar en la Facultad de Letras de la Universidad de La Libertad. Pero debe abandonar este plan y regresar al pueblo serrano por no haber encontrado un empleo que lo sustentara. En 1911, trabajando como preceptor de niños de una familia de mineros, se traslada a Lima y se matricula en la Facultad de Ciencias de la Universidad de San Marcos. Trabaja de ayudante de contador el año siguiente; ya tiene veinte años y la falta de recursos lo devuelve, en 1913, a Trujillo, donde se inscribe en la Facultad de Filosofía y Letras de la universidad local.

La pobreza de su familia, los padres y sus once hijos, la variedad de trabajos que César, el menor de todos, ha de asumir para financiar sus estudios, el aislamiento de los pueblos provincianos de la sierra, forman el medio del joven que comienza escribir y a publicar. Sus primeros poemas “Fosforescencia” y “Traspiración vegetal”, de alrededor de 1913, son de intención didáctica y aparecen en la revista Cultura infantil. El año siguiente publica otros poemas en la prensa local. El año quince se gradúa de Bachiller en Letras de la Universidad de Trujillo con una tesis sobre El romanticismo en la poesía castellana. Siguen “A mi hermano Miguel”, “Sauce”, “Aldeana”, “Noche en el campo”, “Fiestas aldeanas”, “Bordas de hielo”. Desde 1915 y todavía en la misma universidad de Trujillo, estudia jurisprudencia. En 1917 se enamora de Zoyla Rosa (Soy la rosa), una quinceañera, a la que su grupo llama Mirtho, un nombre literario que reaparece en numerosas composiciones de Losheraldos. Enseguida algunos versos de este periodo.

¡América Latina! ¡Mitad del Universo!

¡Te crispas en el globo como gesto de Dios,

y siento que te agitas con el divino apresto

de un minúsculo infinito que va a empañar el sol!

(de “¡América Latina!”).

¡En la enlutada casa paterna aún perdura

un mundo de memorias de ti, que has muerto!... ¡Ay!

Aún en mi alma tiembla la luz de tu ternura

como una golondrina que viene y que se va…

(de “A mi hermano muerto”).

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo los sufrido

se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

(de “Los heraldos negros”).

¡Linda-regia! pasan tus ojos cual pasan

dos hostias divinas en rito estelar;

¡cual dos querubines azules me abrazan,

yo al verlos tan puros me pongo a llorar!

(de “Linda-regia”).

Ya ha leído a otros poetas más convencionales de lo que él llegará a ser más bien pronto. Sus sentimientos son intensos y previsibles por el momento, están dedicados, primero a la madre, a los seis hermanos, a las cuatro hermanas, a la familia que lo llama “Abrancito” o “Cesítar”. De acuerdo con lo más probable, se enamora de una sobrina y con ello accede de inmediato a un lirismo que apela a lo divino, a las estrellas y al llanto de amor. Se atreve a mencionar el odio de Dios, una insolencia, ciertamente, pero todo sea en honor a la libertad poética. Apenas compuestas, las poesías son enviadas a revistas y periódicos locales que las publican. El desarrollo de su genio sigue un itinerario dramático: tanto azar, casualidades, tropiezos y complicaciones, pero unitario y progresivo, a pesar de todo. El joven que no sabe todavía lo que tiene por delante actúa, en un sentido principal, como si lo adivinara ya de algún modo. Trabaja persistentemente para tener el dinero necesario para seguir educándose más y más en un medio áspero, provinciano, poco estimulante, falto de modelo y de facilidades, dominado por la pobreza. Letras, jurisprudencia, filosofía, libros, lecturas, para el preceptor, el ayudante de contador, el profesor improvisado de botánica y de economía, el conferencista ocasional y recitador de lo propio, el poeta.

Ya en 1915, en la Universidad de Trujillo cultiva amistades intelectuales. Es compañero allí de Víctor RaúlHaya de La Torre, y amigo de intelectuales y escritores, como Antenor Orrego, José Eulogio Garrido y otros. Es el año de la muerte de su hermano Miguel en Santiago de Chuco, el más íntimo de todos los hermanos que desde la niñez compartía: es una pérdida que nunca olvidó y que menciona muchas veces lúgubremente en su poesía posterior. Cuando vuelve a Santiago de vacaciones llega a casa con un título de Bachiller y con varios libros regalados como premio oficial de reconocimiento al estudiante dedicado. Escribe y publica abundantemente, se enamora otra vez y sufre de ello, su poesía se ensombrece: “Para el alma imposible de mi amada”, “Nostalgias imperiales”, que contienen cuatro sonetos, “El pan nuestro”, “El poeta a su amada”, “Estrella vespertina”. Además, por ese entonces –en 1911– le salen críticos burlones y anticuados que lo atacan en la revista Variedades de Lima.

A fines del año diecisiete Vallejo se traslada a Lima. Esta mudanza es el comienzo de un nuevo período en su vida y en su escritura. Una vez en la capital inicia sus actividades periodísticas y establece relaciones amistosas con personas activas en la escena literaria, como Valdelomar, Eguren y González Prada. Encuentra empleo como profesor en el Colegio Barros, más tarde Instituto Nacional, del cual Vallejo llega a ser director. Lo afecta profundamente la noticia de la muerte de su madre, una experiencia que asoma frecuentemente en su poesía posterior (cf. “Absoluta”, “Desnudo en barro”, “Líneas”). “Mas ¿no puedes, Señor, contra la muerte / contra el límite, contra lo que acaba?”. Otilia Villanueva, un nuevo amor, le trae problemas de difícil solución: se niega a casarse con la joven embarazada y pierde el empleo y la dirección del Instituto. En estas circunstancias externas que caracterizan a los años 1918 y 1919 comienza la escritura de lo que llegará a ser el contenido de Trilce.

En artículos de periódicos del año 1918, declara Vallejo sus deudas filosóficas. Nombra expresamente a dos grandes filósofos a propósito de González Prada, el maestro peruano, cuya labor “no es de hojarasca literaria, del mero buen hablar, sino del incorruptible bronce inmortal como la de Platón y Nietzsche”. Esta alta distinción que incluye a Nietzsche está relacionada con la admiración que Vallejo siente por Zaratustra, por las ideas de una transformación posible del hombre, su capacidad de superarse, de refundar la vida en términos superiores; la idea del eterno retorno. Las ideas políticas e ideológicas que desarrolla Vallejo durante su estadía en Europa y las esperanzas que asocia con una posible salida venturosa de la guerra civil española en la década de los años treinta están estrechamente ligadas con las ideas nietzscheanas de una humanidad futura que superará los tiempos presentes y sus miserias. “¡Dios mío, eres piadoso, porque hiciste esta nave / donde hacen estos brujos azules sus oficios!”. (Simbolista en “Espergesia”). “¡Oh unidad excelsa! ¡Oh lo que es uno por todos! / ¡Amor contra el espacio y contra el tiempo! / Un latido único de corazón: un solo ritmo: Dios!” (“Absoluta”, ibid.).

Hay tendida hacia el fondo de los seres,

Un eje ultranervioso, honda plomada.

¡La hebra del destino!

Amor desviará tal ley de vida,

hacia la voz del Hombre;

y nos dará la libertad suprema

en transubstanciación azul, virtuosa,

contra lo ciego y lo fatal.

(“Líneas” en Truenos).

Y cuándo nos veremos con los demás, al borde

de una mañana eterna, desayunados todos.

Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde

yo nunca dije que me trajeran.

(“La cena miserable”, ibid.).

La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios,

curvado en tiempo, se repite, y pasa, pasa

a cuestas con la espina dorsal del Universo.

(“Los anillos fatigados”, ibid.).

De 1926 a 1927 data la adhesión de Vallejo el marxismo. Sus convicciones filosóficas previas perdieron la dimensión religiosa que las distinguía de sus fuentes en Platón y Nietzsche. En España, aparta de mí este cáliz la esperanza es la superación de la humanidad actual se ha convertido de transubstanciación en teoría de la historia progresista. Y el poeta místico y creyente, en un revolucionario. David Sobrevilla estudia la influencia de Mariátegui sobre el poeta y concluye que es el marxismo de este el que adopta Vallejo: una manera no exclusivamente economicista, sino interesada también en lo supraestructural. Vallejo, informado acerca de la lucha política entre Trotsky y Stalin y de las consecuencias de la dictadura estalinista, se puso primero del lado de Trotsky, luego se aproximó a Stalin, para terminar estableciendo sus diferencias con este. En su último tiempo Vallejo renunció también a la imagen ideal que tuvo del Imperio incaico, para reemplazarla por un concepto diferente: lo presenta como una sociedad colectivista, clasista y esclavista.

El carácter hermético de la poesía de Vallejo no es el producto casual de una deficiencia de habilidades literarias del poeta. Es el resultado de ciertos hábitos, preferencias, aspiraciones y circunstancias bibliográficas de la persona que fue César Abraham. Es la decisión de manifestarse libremente, de entregarse a la poesía sin ponerle condiciones. La polisemia concentrada de la palabra que elige al darle un nombre a su notable poemario titulado Trilce