Insomnes - Jordi Moreno - E-Book

Insomnes E-Book

Jordi Moreno

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Beschreibung

Keltso y Lucas Balz comparten mucho más que sus genes: a padre e hijo les encanta escribir, y son insomnes crónicos propensos al sonambulismo. Mediante una innovadora terapia de autohipnosis impartida por sus médicos en la clínica del sueño, tratarán de borrar sus miedos más primigenios para intentar dormir cada noche. Pero una serie de amenazantes correos electrónicos provocará que se abra entre ellos una enorme brecha, un entramado de culpa, rencor y desconfianza, donde su pasión por la literatura se fusionará con sus terrores más extremos, para conformar esta intensa y delirante aventura pesadillesca llena de suspense, que alterará tus sentidos y conseguirá arrebatarte el sueño.

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INSOMNES

JORDI MORENO

Primera edición. Septiembre 2023

© Jordi Moreno

© Editorial Esqueleto Negro

© Diseño de Portada: Javier Moreno

www.esqueletonegro.es

[email protected]

ISBN Digital 978-84-126549-7-4

Queda terminantemente prohibido, salvo las excepciones previstas en las leyes, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y cualquier transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual según el Código Penal.

A Marc y Joel por enseñarme el significado de la felicidad, por convertir en magia cada momento, por ser mi verdad, por ayudarme a soñar despierto.

«Los sueños revelan una realidad más poderosa que la imaginacion»

Franz Kafka.

Indice

Prólogo

1.La raíz

2.La salida

3.El regalo

4.La sombra

5.Como aves en acuarios

6.El cambio

7.Mara

8.Cáliz amargo

9.El interrogatorio

10.Adrenalina

11.El portal

12.Tras la sombra

13.El templo del sueño

14.La vídeollamada

15.Agua bendita

16.El hallazgo

17.NS

18.Adiós inesperado

19.Solo

20.Mira al tuerto

21.Palabras despiertas

22.El giro

Epílogo.Nuevos sueños

Prólogo

Los sueños, no solo sueños son

Como un bebé, a pierna suelta, boca arriba, de lado, en posición fetal, con las extremidades abiertas ocupando toda la cama, abrazados a la almohada o cubriéndonos la cabeza con ella: diversas manías y posturas que a todos y cada uno de los seres humanos nos sirven para disfrutar del placer de dormir, de sumergirnos en la delicada y sosegante aura que toma el control de nuestro cuerpo y mente cada noche.

En los primeros minutos de descanso los músculos se relajan y la respiración se ralentiza. Lentamente las ondas cerebrales se mantienen en largos y pausados movimientos hasta que vamos dejando de lado el mundo consciente. Transcurridos noventa minutos el cerebro genera impulsos eléctricos, y se crean en su interior nuevas ondas que suben y bajan al compás del anárquico movimiento que ejercen los ojos bajo los párpados. Ese es el momento en que las experiencias oníricas que escapan a nuestro entendimiento cogen las riendas y desvirtúan a su antojo las formas, el espacio, el tiempo... el momento en que estamos más cerca de traspasar el límite entre la realidad consciente y la inconsciente, ese momento de falsa paz y seguridad mental que da paso a la vulnerabilidad del cuerpo, el peor de los momentos para ser despertado.

Algunos tienen la virtud de recordar a la mañana siguiente hasta el más mínimo detalle. Otros, en cambio, tienen una visión mucho más difusa y apenas logran enlazar una historia con sentido dentro de esa inconexa utopía llena de flashes que surgen sin orden aparente, y que interceden en el innumerable compendio de estímulos que nuestra psique recibe al cabo del día.

Pero, ¿qué sucede cuando no conseguimos dormir de manera prolongada? ¿Qué le ocurre a nuestro cerebro si no dormimos, si no soñamos? Tanto una cosa como la otra son necesarias y, en contra de lo que se tiende a creer, no van unidas por un mismo nexo. De hecho, no dormir no implica directamente dejar de soñar, ya que el estado de vigilia permanente provoca microsueños que interceden en nuestro cerebro, descargando en él parte de la información que este no es capaz de asimilar por la falta de descanso. Alucinaciones, paranoia, manía persecutoria, convulsiones... son algunas de las terribles consecuencias a las que nos exponemos, si no somos capaces de tener una rutina satisfactoria que nos conduzca a un sueño reparador.

Y es que, por desgracia, no todo el mundo tiene la suerte de ser abrazado por Morfeo sin que ello le suponga un calvario. Este es el caso de las personas que sufren las diversas anomalías del sueño, las cuales, a pesar de no considerarse graves, pueden provocar en el caso de no ser debidamente tratadas, importantes alteraciones en la personalidad y en el comportamiento de quienes las sufren. Pero si existe un enemigo radical del sueño ese es el insomnio, y es en él donde se vertebra el núcleo del resto de alteraciones. Más de un veinte por ciento de la población mundial lo padece o lo ha padecido alguna vez en su vida. En la gran mayoría de los casos este problema emerge a causa de los problemas diarios: el dinero, el trabajo, las relaciones personales... pero, en algunos pacientes, el insomnio permanente subyace del interior y es arraigado por las fobias y terrores más íntimos.

La ausencia del sueño prolongado puede dar pie a agresivas manifestaciones del subconsciente en el plano real que conocemos, y también puede que el otro lado de nuestro yo interno, aquel que no se deja ver si no es dentro de nuestro cerebro, aquel que camina siempre de la mano de la oscuridad, aparezca como una delirante pesadilla para ser el dueño y señor de nuestros más ocultos pensamientos.

Muchas de las personas que viven o han vivido largos periodos de insomnio, son más propensas a experimentar fases muy intensas de sonambulismo cuando por fin consiguen dormir. Este problema no sería tal si los actos en dicho estado fueran siempre benévolos e inofensivos. Pero, si no siempre procedemos según las normas cívicas estando despiertos, ¿quién nos asegura que haremos lo correcto estando dormidos?

Es una verdad irrebatible que en la mayoría de ocasiones, no le damos la importancia necesaria a lo que sucede cuando entramos en el mundo de los sueños, en esa inconsciente locura de acontecimientos (vulgarmente tratados como pura fantasía) que parecen creados por un ser ajeno a nosotros, y que de vez en cuando necesita salir de su letargo para demostrar que esa otra realidad confluye con la física; que es tan válida, tan enriquecedora, tan poderosa como la consciente, donde cada recuerdo juega al gato y al ratón con nuestra memoria, donde la más mínima fisura es capaz de convertir el concepto mismo de la vida en una feliz, triste o, tal vez... terrorífica ensoñación.

1

La raíz

Urbanización Eipurtu, Bileia

18 de mayo de 2016, 03:00 a.m.

Lucas, cuando lograba dormir, lo hacía de lado, colocando su brazo izquierdo en la espalda a modo de tirador de esgrima.

Keltso conseguía dormir unos pocos minutos, quizá alguna hora completa, tumbado boca arriba, con la cabeza ladeada a la derecha y las manos rodeando su nuca.

La sombra llegó y se coló en la casa. Segura de sí misma, imperturbable, dispuesta a corromper el descanso de quienes yacieran durmiendo en sus camas. Paseó por las habitaciones destilando su aura caliente y vaporosa, y apoyó su peso en los colchones que ocupaban cada uno de los dos dormitorios. Pronto se deshizo de su mayor impedimento tras anular la atención de uno de los integrantes de la familia, sepultándolo en el abandono y el gozo de su propia ensoñación.

Su apariencia resultaba imposible de definir; envuelta en una densa tela negra y pomposa, con la cabeza encapuchada y guantes oscuros que ocultaban sus manos.

No parecía ser real, sino una especie de visión proyectada en el proceso de duermevela, en esa extraña sensación que alimenta las dudas de aquel que no cree haberse quedado dormido, o no haberse despertado del todo. Pero sentían su calor, aquella profunda respiración a su lado, amordazando sus pensamientos, maniatando sus acciones como si de burdas marionetas se tratasen. Su incursión provocó esa primera noche el inicio de la indescriptible inquietud que azotaría el descanso de toda la familia.

Clínica Ameizak, Bileia

23 de mayo de 2016, 18:45

Keltso repasaba en su teléfono móvil el correo que había enviado hacía varias semanas a una nueva editorial. Era la primera vez que escribía una historia extensa y su ilusión por ser publicado aumentaba aún más si cabe su falta de sueño. Tenía un innato talento para la escritura. Ese fuego vivo por la creación le impulsaba a generar ideas constantes, que irrumpían de manera febril de su mente y no podía evitar plasmarlas sobre el papel.

Lucas lo miraba con una mezcla de admiración y envidia. Aquello supuso para él una barrera silenciosa que no era capaz de superar, y que añadió otra piedra más a su repentino insomnio. Por una parte se sentía orgulloso de que su padre se atreviera a probar suerte y entregar un manuscrito que iba más allá de una recopilación de relatos. Pero por otro lado, él también tenía en el fondo de su corazón ese gusanillo de ser aceptado por una editorial. Ambos escribían, de forma independiente, múltiples cuentos que luego enviaban a concursos con la esperanza de recibir en el futuro algún tipo de mención o recompensa. Aunque fue Keltso quien había puesto su pie con fuerza en el mundillo tras ser seleccionado hasta en tres ocasiones con tres relatos distintos en certámenes de cierta importancia.

Envueltos en la perturbadora ansiedad de sus noches eternas, de sensaciones de presencias inciertas que oscilan entre el mundo terrenal y espiritual, del intenso recuerdo de pesadillas recurrentes originarias de la infancia, Keltso y Lucas entraron a Ameizak con la intención de ser tratados con métodos de relajación e hipnosis, para limpiar de alguna manera sus cerebros y así poder conciliar el sueño a diario.

La marea había subido y bañaba las enormes rocas que vestían la imponente y majestuosa clínica del sueño de la costa de Bileia. Construida en lo más alto de la ciudad, de diseño vanguardista y una pulida estructura hexagonal, Ameizak lucía custodiada por la inmensidad de un mar que embellecía la reluciente blancura de su fachada. El lugar suponía un centro de culto para los expertos en el misterioso campo de los diversos trastornos que impedían dormir a sus pacientes. Tres plantas inundadas de referencias oníricas, con reputados neurólogos, psiquiatras, psicoanalistas, y estudiosos investigadores del incierto mundo del sueño que ocupaban las más de veinte consultas.

El más mediático de aquellos especialistas, el doctor en neurología y psiquiatría Néstor Sals, era el encargado, junto a su inseparable compañera Érika, de tratar el insomnio de los que se convertirían en sus dos pacientes más peculiares. Néstor no parecía a simple vista un médico que predicara con el ejemplo de persona saludable. Su elegante y corto pelo negro ya casi había perdido el color por unas canas que poco a poco le fueron ganando la batalla. Su delgadez, sumada a su endémico aspecto mostraban un acelerado envejecimiento: ojeras y señales en el rostro de una extraña languidez que denotaban claramente una alimentación poco cuidada. Sus ojos revelaban una expresión cansada y atormentada, que los compañeros de su alrededor asociaban con el cúmulo de intervenciones neurológicas que había tenido que realizar.

Pese a todo, daba la sensación de conservar cierta agilidad cuando se le veía recorrer los pasillos de la clínica bañado por la blanca iluminación de cada rincón del edificio. Apenas se escuchaban sus pasos, como si sus pies hubieran sido fabricados con una especie de lana que le hacían caminar con sigilo. Hacía años que había renunciado a ponerse bata para ejercer en su consulta y siempre vestía ropa cómoda e informal, lo cual provocaba que sus clientes vieran en él a una persona cercana, algo que en resumidas cuentas, les ayudaba a superar mejor sus trastornos del sueño.

El doctor delegaba en Érika gran parte del trabajo. A sus cuarenta años, era quince más joven que él y su mano derecha. Contar con su destreza en la clínica suponía poseer un gran baluarte en el mundo de la hipnosis y la neurología. Ella era la que más aportaba en aquella especie de experimento innovador que enfrentaba los traumas de cara. La doctora vestía siempre para la consulta aquella fría bata blanca de rigor que le llegaba hasta las rodillas, pero su aspecto jamás lo descuidaba; un sutil maquillaje resaltaba el dorado bronceado de su piel. Sus profundos ojos negros como dos piedras preciosas, casaban perfectamente con su sugerente melena oscura recogida en un gancho, que dejaba caer en la frente un liso flequillo de tinte purpúreo dándole un excéntrico toque de distinción y modernidad.

Néstor solía dormir con un antifaz negro cubriendo sus ojos, y con el cuerpo posicionado de forma oblicua invadiendo toda la cama.

Érika dormía de lado y semidesnuda, ocultando cada zona de su piel con la sábana subida hasta el cuello.

—Buenas tardes. ¿Es aquí la consulta del doctor Sals? —preguntó tímidamente Keltso al ver la puerta entreabierta. Lucas se mantenía detrás de él, observando los detalles que regalaban a su mirada los elementos de aquel templo del sueño.

—Sí, aquí es. Adelante, por favor —reclamó Néstor con amabilidad.

Los dos insomnes entraron despacio y se sentaron en las dos sillas que había frente a la mesa del doctor. Érika corrió las cortinas para evitar que el sol les deslumbrara y apartó la vista de forma extraña del agua del mar rompiéndose en la arena. La doctora enseguida reconoció el rostro de Keltso y mostró una más que sincera admiración.

—¿Eres Keltso Balz? ¿El escritor?

—Érika, por favor, no aturulles a nuestro paciente —protestó Néstor.

—No, no se preocupe. La verdad es que me sorprende que me reconozcan. He de admitir que me siento halagado. ¿Puedo preguntar cómo me has reconocido? —preguntó Keltso con los ojos clavados en ella.

—Soy una lectora acérrima de relatos y sigo habitualmente varias revistas digitales que publican antologías. Tu foto y tu biografía aparecen junto a algunas de ellas. Escribes realmente bien.

Lucas no pudo evitar sentir cómo los celos le corroían por dentro.

—Muchas gracias, de verdad. Hago lo que puedo —dijo Keltso con humildad.

—Siento interrumpiros. Es muy beneficioso que haya buenas migas entre nosotros, y más todavía que se utilice la escritura para transcribir los sentimientos, aunque sea en una obra de ficción. Estoy seguro de que la mejor historia siempre es aquella que nace de las propias experiencias, pero se hace tarde y debemos empezar cuanto antes —dijo Néstor intentando parecer lo más agradable posible.

Keltso meditó aquel comentario sobre escribir dejando que las experiencias se transformen en palabras. Los doctores, sin duda, se habían convertido para él en dos personajes de lo más sugerentes.

—Discúlpeme doctor, ha sido culpa mía. Son todo suyos —dijo Érika mientras se retiraba un tanto sonrojada, y lanzaba una mirada cariñosa a Lucas que este recibió con gratitud.

—En fin, vosotros diréis. ¿Cuál es vuestro problema? —preguntó Néstor sin tapujos.

—Pues verá, desde hace unos días, sentimos la presencia de alguien merodeando por nuestras habitaciones. No sabría cómo explicarlo. Parece una pesadilla real, palpable. Percibimos a una especie de sombra que nos rodea y nos hace vivir nuestros malos sueños provocando que nos levantemos de la cama en mitad de ellos. Yo tuve bastantes episodios de sonambulismo cuando era niño, pero en esta ocasión es algo mucho más agresivo, algo que, en mi opinión, escapa a la razón y a la lógica. Lo más extraño es que Clara, mi esposa, no ha notado nada raro más allá de vernos caminar dormidos por toda la casa.

Néstor tecleaba con energía toda aquella información, sin dejar de observar con el rabillo del ojo al más joven de los insomnes. El doctor parecía nervioso; el sudor empezó a brotar de su frente mientras que con las manos temblorosas se frotaba reiteradamente la comisura de sus labios. Tenía la boca seca.

Trató de relajarse. Respiró hondo y se concentró en el silencio de Lucas, en la tristeza de su rostro, y en el hecho de que solo hubiera asentido con la cabeza tras escuchar cada frase emitida por su padre.

—En principio todo apunta a que estáis sufriendo los llamados terrores nocturnos, un trastorno habitual que tiene relación directa con el sonambulismo. Si este problema se extiende en el tiempo, es muy probable que derive en insomnio. Decidme: ¿cuánto habéis dormido desde que sentís esa presencia?

—Alguna hora suelta, en mi caso —contestó Keltso, presionando con la mirada a su hijo para provocar que por fin se escuchara su voz.

—Yo un poco más. Pero me desvelo enseguida y me entra ansiedad.

—Bien —dijo Néstor aliviado tras apreciar un poco de cooperación en su paciente más joven—. Lo que vamos a hacer es induciros por hipnosis a una regresión de vuestros miedos ocultos, es decir, aquellos que os han marcado en vuestra vida como ningún otro. Todos tenemos o hemos tenido fobias a algún animal, elemento, personaje o cualquier cosa que nos ha hecho perder el control. ¿Es posible que hayan regresado esas fobias desde que percibís a esa sombra?

Keltso miró sorprendido a Néstor. Había dado justo en el clavo.

—La verdad es que ha acertado de pleno, doctor.

—¿Y contigo, Lucas? ¿También he acertado? —la pregunta iba cargada de cierto aire de impaciencia por el comportamiento tan pasivo que el chico estaba demostrando.

—Totalmente —contestó Lucas exhalando un suspiro—. ¿Nos ayudará, verdad?

Un inaudito brote de ternura invadió a Néstor, quien cambió por un instante sus sensaciones respecto al chico. Se le veía frágil, tenso y agotado.

—Está bien. Contadme con detalle el origen de vuestros miedos y haremos una pequeña sesión de hipnosis. Keltso, por favor, empieza tú.

Keltso respiró profundamente y empezó a relatar con calma aquello que el doctor le había pedido:

—Sufro de Eisoptrofobia, o miedo a los espejos, Durante toda mi vida he tenido que escapar de mi fobia de mil maneras inimaginables. Resulta sorprendente la cantidad de lugares donde alguien puede verse reflejado. Los espejos son la punta del iceberg. Un reflejo puede aparecer en el agua de un río, en las botellas vacías, en las pantallas apagadas, en las lunas de los coches... Por fortuna, pude acostumbrarme a muchos de ellos y soportar esas repentinas sensaciones de pánico con relativa facilidad. La raíz de mi miedo irrumpió en los años ochenta. Una tarde acudí junto a mis tíos a un pequeño museo vanguardista. Allí se exhibían distintas obras de pintura, escultura, e incluso diseños con todo tipo de objetos y espacios donde los artistas se explayaban libremente en sus diversas artes. Uno de aquellos lugares me marcaría para siempre. Se trataba de una sala ovalada con espejos cubriendo las paredes laterales y el techo. Algunos de ellos modificaban la imagen reflejada, y devolvían a quien allí se encontraba su propio aspecto alterado con multitud de distintas deformaciones. El objetivo de la mayoría de los que visitaban la sala era el de echarse unas risas, pero, por desgracia, yo viví una auténtica pesadilla al perder de vista a mis tíos y quedarme completamente solo ante mi propia imagen multiplicada y transformada. Me sentía observado por mí mismo allá donde mirara. Decenas de ojos, de mis ojos de niño sumiéndome en una especie de duda interior. No me fiaba de mi propio reflejo. Como si los dobles que fijaban la vista en mí no quisieran formar parte de mi vida, como si estuviera rodeado de seres con mi mismo aspecto que querían usurparme la identidad. Solo pasaron unos segundos después de que mis tíos se percataran de mi ausencia y entraran a buscarme, pero fue tiempo suficiente para que se me asentara una intenso miedo que parece haber regresado con más fuerza que nunca, como un maligno recordatorio.

Néstor había trasladado cada palabra a la pantalla de su ordenador demostrando una frialdad y profesionalidad apabullantes. Y Érika, como si hubiera estado esperando el momento de regresar a la consulta agazapada al lado de la puerta, entró portando un pequeño monitor con un amasijo de electrodos conectados entre sí.

—Lucas, por favor, sal y espera fuera. Acabaremos enseguida —pidió Néstor.

Keltso le instó a hacerlo con un suave gesto moviendo la cabeza.

—No te preocupes, chaval. Hipnotizar no siempre significa hacer que alguien se comporte como una gallina o algo parecido, aunque cuando llegue tu turno podemos hacértelo, si te apetece —dijo Érika guiñándole un ojo y sacando al fin una sonrisa de sus labios adolescentes. La buena química entre ambos había empezado.

Una vez que Lucas había salido de la consulta, Érika se acercó a Keltso y lo llevó de la mano hacia un diván rojo de grandes dimensiones. Le invitó a tumbarse en él y le colocó suavemente los electrodos en la cabeza: dos en la frente, otros dos en las sienes, y dos más en la parte superior del cuello. La doctora conectó los cables al monitor por los extremos, y lo puso en la mesa de Néstor para controlar desde allí el nivel de sus ondas cerebrales. Luego encendió una grabadora digital y le dio al rec. Esperó unos segundos y buscó con la mirada a Néstor para obtener su confirmación. Este asintió y enseguida los dedos de la neuróloga acariciaron los ojos de su paciente. Con una sutil caricia, le bajó con suavidad los párpados para empezar a narrar las evocadoras palabras que le indujeron lentamente al estado de hipnosis.

«Concéntrate en el silencio. Tu mente viaja mecida en una nube hacia el pasado. No huyas de tu miedo, no lo escondas. Descríbelo. Soy yo, a mí puedes contármelo. Haz un esfuerzo y vacía el más oscuro de tus recuerdos».

A los pocos segundos, la respiración de Keltso se tornó larga y profunda, y sus ondas cerebrales empezaron a moverse con aleatoriedad según se iban intensificando sus recuerdos más intensos.

Solo en compañía de sus reflejos, y perdido en mitad de un diáfano espacio en blanco, percibió que todos le estaban mirando de arriba abajo. Eran decenas, cientos de rostros con su misma apariencia dirigiendo la mirada en torno a su cuerpo. En cada camino que su mirada intentaba trazar se topaba con más dobles. Unos reían, otros lloraban, o gritaban, o simplemente jugaban a perseguirle sin que él pudiera hacer nada, sin que pudiera huir corriendo para volver a la seguridad que tanto anhelaba. Su intención de imprimir velocidad en la huida era neutralizada por una especie de tela invisible, pegajosa; con esa nerviosa tardanza que distingue a las pesadillas de los sueños. El grupo de clones pronto organizó una especie de fuerte a su alrededor que le impidió mover un solo músculo, haciendo imposible que no se cruzasen sus miradas con la suya. El sudor quemaba. El aire se le escapaba en cada aliento que surgía de su boca. Quería despertar, tenía que despertar...

—¡No son yo! ¡Ellos no son yo!

El sudor hizo que la ropa se le quedara pegada a su piel. Había gritado a pleno pulmón en mitad de aquella traumática regresión. Así fue como Keltso supo que no se trataba de un simple mal sueño, sino de la persistente angustia de su fobia más profunda que se manifestaba perturbando violentamente su conciencia.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Érika mientras le quitaba los electrodos con delicadeza.

—Liberado, un poco al menos. Muchas gracias.

—Perfecto. Ahora puedes salir y asearte un poco en el servicio, yo avisaré a Lucas para que entre.

Keltso se metió en el baño de la clínica para limpiarse el sudor de la frente. Siempre llevaba consigo un pequeño espejo de mano. Había aprendido a vivir con ello dotado de la maestría que le había otorgado su problema durante tantos años, el cual solo era mitigado por ese utensilio de reducidas dimensiones que le permitía peinarse, lavarse los dientes, o afeitarse dignamente sin caer en el pánico.

—Adelante, Lucas. Siéntate en el diván y cuéntame el suceso que provocó tu fobia por primera vez.

Lucas miró a su alrededor, ganando tiempo para tratar de explicarlo todo sin dejarse ningún detalle.

—Lo que a mí me ocurre se llama Hagiofobia, es el miedo a las imágenes religiosas. Creo que empezó cuando tenía nueve años. Un día, en plena procesión de la Semana Santa, empezó a llover muy fuerte. Había una virgen recién pintada que se mantenía alzada a duras penas por los costaleros. Intentaban que el paso fuera a más velocidad de lo habitual para que no se mojara, pero no funcionó. El agua provocó que el color de su rostro se diluyera lentamente hasta dibujarse en sus facciones un blanquecino y monstruoso deterioro. La figura parecía mirarme mientras su expresión se tornaba más y más lánguida. Su piel figurada se deshacía, se mezclaba en sucios borrones de claroscuros que simulaban el efecto de un pedazo de carne humana abrasándose en el fuego. Observé aquella enorme y terrorífica representación de la virgen junto a mis padres en primera fila. Me temblaron las piernas. Mis ojos se pusieron en blanco. Se me agarrotaron los dedos de las manos y, de forma abrupta, empecé a sufrir violentas sacudidas en mi cuerpo que me hicieron perder el equilibrio y caer al suelo desmayado ante los ojos de cientos de personas. Tras un examen superficial en el centro de salud, los médicos atribuyeron mi shock a una simple lipotimia provocada por el agobio de sentir una gran afluencia de gente a mi alrededor.

Lucas tragó saliva y se estremeció cuando volvieron a su cabeza aquellas terribles imágenes, y Néstor y Érika repitieron el procedimiento para que de su mente fueran apareciendo sus terrores más profundos. En solo un minuto, sus ondas cerebrales empezaron a moverse.

Oraciones superpuestas resonaban en su cabeza como si alguien hubiera reproducido en bucle el sermón de un número indeterminado de monjes gregorianos. Desnudo y repleto de heridas producidas por la punta de un látigo, atravesaba el pasillo que dividía el camino hasta un atril envuelto en llamas. Allí, con el rostro ennegrecido y leyendo un libro calcinado con dos voces rotas saliendo de una sola garganta, la imagen de una virgen escupía palabras sin sentido mientras a su alrededor rodaban las cabezas de cada uno de los santos que poblaban esa imposible iglesia de paredes ensangrentadas. El sudor quemaba. El aire se le escapaba en cada aliento que surgía de su boca. Quería despertar, tenía que despertar...

No hubieron gritos, sino convulsiones violentas que hicieron tambalear el diván. Lucas temblaba de terror. Estaba exhausto. Érika se apresuró a despojarle de toda la parafernalia que rodeaba su cabeza y hacerlo volver en sí.

—Respira... respira. Eso es, despacio —le susurraba Érika al oído para tratar de calmarlo.

Lucas regresó poco a poco a su previo estado de serenidad y se quedó mirando fijamente a la doctora. No le salieron las palabras, pero sus ojos de agradecimiento lo decían todo. Comprendió entonces que solo afrontando su miedo más intenso y perturbador, podría deshacerse de ese calvario para emprender su propio viaje hacia la paz interior que tanto necesitaba.

—Lo has hecho muy bien, chico —dijo Néstor—. Ahora le diremos a tu padre que entre y os explicaré la terapia que vamos a impartiros. Solo será un momento.

Érika se retiró y enseguida se trajo con ella a un Keltso que lucía un mejor aspecto que el que mostró al principio de la consulta.

—Vamos a ver —murmuró Néstor mientras cogía un libro de uno de los cajones de su escritorio—. Este pequeño libro contiene instrucciones muy precisas sobre la hipnosis autoimpartida, o mejor dicho, la autohipnosis.

Keltso y Lucas se miraron sorprendidos. No entendían qué quería decir con eso.

—Debéis liberar aquello que os oprime: el miedo innato que origina la clave real de vuestro insomnio, y debéis hacerlo por vosotros mismos, pues solo de esa manera lograréis la estabilidad mental en vuestra propia zona de confort, sin doctores, electrodos ni monitores. Coged este libro y leedlo atentamente. No os llevará demasiado tiempo. Para cualquier duda ya sabéis que podéis contactar con nosotros. Espero que la sesión de hoy os haya aliviado un poco. Mucha suerte y que durmáis bien.

Keltso y Lucas se llevaron el libro y se despidieron en silencio de los especialistas.

Después de la primera consulta, y tras haber escuchado y monitoreado aquellas terribles pesadillas, Néstor y Érika planificaron en el calendario varias reuniones a través de vídeollamadas, para instarles a que se abrieran en la intimidad y rebuscar en aquello que les mantenía despiertos, en el origen mismo de su tormento. Poco a poco les irían mostrando el camino para realizar sus propias sesiones de autohipnosis, y así poder avanzar y detener su insomnio de la manera más natural posible.

Los doctores se reafirmaban en que la llave maestra que abriría la puerta de los cerebros de padre e hijo para detener su problema, no era otra que el miedo. Estaban convencidos de que abordar con valentía sus dos fobias primigenias les podría ser de gran ayuda en el proceso de viaje al mundo oscuro de los sueños que acababan de experimentar. Insistían en que solo si vaciaban sus miedos más profundos lograrían la cura definitiva; una conclusión esperanzadora y rompedora, pero vista desde fuera, totalmente pretenciosa.

De vuelta a su urbanización de Bileia, padre e hijo caminaban despacio por el enorme puente que les separaba de su domicilio; dos kilómetros de una moderna estructura roja sujeta por pilares y estribos negros, que fue construida con la idea de cruzar toda la ciudad en tan solo unos minutos.

—¿Qué tal te sientes? —preguntó Keltso.

—No lo sé. Es extraño. Debería estar relajado y sin embargo me siento más activo que nunca. Tengo ganas de llegar a casa y ponerme a leer un rato sobre este tema —dijo Lucas levantando el libro.

—Bueno, es algo nuevo para los dos. Habrá que acostumbrarse a esta terapia tan peculiar. La verdad es que se nos va a hacer muy raro tratar de hipnotizarnos nosotros solos. A ver si resulta que les voy a tener que pagar una pasta por hacer su trabajo.

Aquel comentario provocó la carcajada de Lucas, y Keltso recordó con nostalgia cuando le hacía reír siendo niño.

—Cambiando de tema —dijo Keltso acariciando el cabello de su hijo— ¿Crees que me aceptarán la novela?

Lucas frunció el ceño y tras varios segundos en silencio, respondió:

—Sí. Es magnífica —contestó con sequedad.

—¿Qué te pasa? Sé que no estoy muy atento a tus nuevos escritos últimamente, pero tengo que volcarme al cien por cien en este proyecto. ¿Lo entiendes, verdad?

—Sí, papá. No me hagas caso. Puede que me haya cambiado el carácter. No sé si has notado que desde hace algún tiempo me cuesta dormir.

En aquel momento fue Keltso quien rio con energía, a pesar de que el tono de Lucas era complicado de definir. Casi podía decirse que escondía una frase entre líneas, una frase que se había vuelto dolorosamente recurrente en sus pensamientos durante meses: «Tú y tu libro, eso es lo que te importa».

Keltso Balz olvidó su problema en el mágico instante en que llegaron a su casa y volvió a revisar la bandeja de entrada de su correo electrónico. Lo había conseguido. Empezó a saltar eufórico por toda la casa tras recibir el sí rotundo a la edición de su libro. Lucas apartó de su conciencia aquella inútil carga de ego y orgullo, y corrió a abrazar a su padre con fuerza como si se tratara de su propio logro.

Clara Lugano, esposa de Keltso y madre de Lucas, se sentía tan orgullosa que fue corriendo a la nevera para descorchar una botella de champán. Bailaba por el pasillo demostrando su pasión y talento en ese arte que durante años había quedado relegado a un sueño oculto por cumplir. Pero no le importaba. Ella se mostraba inmensamente feliz leyendo, criticando y maravillándose con cada nuevo cuento que nacía de la mente de su familia. Sería la primera vez que podría coger con sus manos una obra publicada por uno de ellos.

Clara dormía de lado muy cerca de su mesilla de noche, siempre con calcetines y las rodillas ligeramente flexionadas hacia su estómago.

2

La salida

Urbanización Eipurtu, Bileia

8 de septiembre de 2016, 02:30 a.m.

Habían transcurrido casi cuatro meses desde su visita a la clínica, y los dos especialistas seguían fascinados e incrédulos ante el comportamiento de los insomnes en las sucesivas sesiones de hipnosis a distancia. Descubrieron que, cuando conseguían dormir, sufrían episodios de sonambulismo que se manifestaban solo en la fase REM: las siglas en inglés de rapid eyes movement, que en español se traduce como MOR: movimiento ocular rápido; una fase del sueño con intensos picos en las ondas cerebrales, que produce un acelerado movimiento bajo los párpados dando acceso a visiones extremadamente vívidas y reales.

Estas experiencias para los doctores suponían un hecho insólito, pues el sonambulismo siempre es manifestado en el momento de mayor placidez del sueño; cuando las ondas son mucho más lentas y estables, cuando las acciones del dormido ocurren de forma espontánea y la mayoría de veces, inofensiva. La caprichosa mente de Keltso y Lucas logró soterrar a la lógica, y pronto empezarían a diseñar su propia realidad guiada por el misterioso mundo de los sueños, pues al insomnio que había vuelto de repente para consumirlos por dentro, se le unieron peligrosos episodios de sonambulismo en fase REM de un potencial alarmante.

Keltso fue quien más había sufrido de niño múltiples salidas nocturnas que en aquella época sobrellevó como pudo. Sus padres le llenaban la casa de obstáculos inofensivos para tratar de hacerle retroceder a su habitación: cojines, peluches, mantas enrolladas..., todo un arsenal de objetos que distorsionaban la estética de la casa convirtiéndola en una especie de campo de minas infantil. Cuando al fin caía en un placentero descanso, el cerebro manejaba su cuerpo para hacer que sus sueños, que sus fantasías, que sus pesadillas, cobraran un inquietante protagonismo coqueteando de manera inocente con el mundo de la vigilia.

Ya de adulto, rompiendo la regla de la mayoría de las personas sonámbulas que no vuelven a sufrir aquellos trances, fue cuando más agresivos empezaron a manifestarse al llegar la noche. A menudo sus músculos se agitaban impulsivamente, cambiaba de postura en la cama angustiado por cualquier sonido que se manifestara en la habitación: su propio colchón, el crujir de la madera en los muebles, la respiración de Clara, incluso le atormentaba escuchar el ritmo de los latidos de su corazón... todo parecía unirse en una aterradora orquesta de nerviosas sensaciones, que le hacían levantarse y pulular por el interior de su casa. Daba vueltas interminables de una habitación a otra y recorría el estrecho pasillo en un interminable bucle, para acabar quedándose de pie e inmóvil frente al televisor apagado durante horas en el umbral de la noche.

A pesar de haberse puesto a hacer ejercicio cada día, o de atiborrarse de infusiones de valeriana, nada parecía hacer el deseado efecto terapéutico en su organismo. Había reducido notablemente la presencia de espejos en su casa para minimizar su fobia y el rechazo que le dominaba, en un intento desesperado de volver a disfrutar de un sanador y reconfortante descanso nocturno. Aquel extraño temor le impedía mantener la tranquilidad cuando se encontraba en una habitación donde el espejo fuera uno de los muebles de mayor amplitud. Ese era su miedo a limpiar y aún no había encontrado la manera definitiva de conseguirlo. Su cerebro empezaba a resentirse poco a poco y su consciencia carecía del raciocinio y la calma suficientes como para dejarse llevar por el cansancio y no pensar en lo mucho que le costaba dormir.

Lucas había heredado de su padre el sonambulismo, aunque este siempre se había manifestado de manera más liviana y corta en el tiempo. Empezó a dejar de dormir en los albores de su adolescencia, cuando la pasión por la lectura de libros de terror y suspense nació como un ferviente bálsamo para sus sentidos. Sus episodios caminando dormido apenas habían causado extrañeza para la joven pareja, y el chico, a sus diecisiete años, tampoco había encontrado la solución para eliminar su miedo y tratar así de erradicar el insomnio poco a poco. Estudiaba con ahínco el pequeño libro de iniciación a la hipnosis que el doctor les había entregado. Pretendía aplicarse con esfuerzo a esas directrices impartidas en la clínica del sueño. Trataría de exprimir al máximo los conocimientos sobre la autohipnosis y relajación mental que se explicaban con detalle en aquellas páginas. Quería aprenderse a fuego la cantidad exacta de fármaco que tenía que administrarse a sí mismo y a su padre para hacer más fácil su inmersión en la mente dormida. El Temazepan, un líquido transparente envasado en un diminuto frasco, tenía que ser inhalado durante varios segundos antes de empezar. Su efecto en pequeñas dosis proporcionaba al paciente cierto sosiego y desinhibición que aumentaban las posibilidades de caer en el sueño.

Después de leer durante varias horas, apagó la luz y cerró los ojos intentando pensar en momentos agradables del día para hallar esa ansiada tranquilidad que le cobijara entre las sábanas. Con el único y calmado sonido de su propia respiración, logró encontrar el lugar en su mente donde tendría que ejercer una nueva sesión de hipnosis junto a su padre. Para encontrar juntos el sendero de la relajación y el sosiego, para quedar atrapados por la mágica enredadera de los sueños tejidos por Morfeo.

03:00 a.m.

Cuando Keltso y Lucas por fin lograron dormir, se levantaron de la cama y salieron de su domicilio sumidos en un profundo episodio de sonambulismo. La sutilidad y delicadeza con la que se deslizaron de su lecho, como entes fugaces y silenciosos, hicieron que Clara no advirtiera su salida. La marcha la iniciaron al unísono y vestidos de forma idéntica: con una simple sudadera negra con capucha y unos pantalones del mismo color. Su conexión en ese estado del sueño era total, y su manera de moverse en la penumbra y elegir el vestuario para salir parecía haber sido coreografiada.

El verano llegaba a su fin, y la ligeramente fría aunque agradable temperatura de la ciudad de Bileia, hicieron que un cierto número de personas, la mayoría muy jóvenes, regresaran ruidosamente de la playa con claros síntomas de embriaguez a causa de la ingesta de alcohol y otras sustancias. El grupo de chicos y chicas que rondaba los veinte años, se acercó a la urbanización y vio caminar despacio a aquellos dos individuos sin rumbo sobre la hierba de su jardín. Al principio las risas del grupo apaciguaron la extraña visión de esas dos personas aturdidas que deambulaban alrededor de su propia casa, pero pronto la inquietud envolvió el ambiente.

Keltso escuchó el ruido de la multitud y se quedó plantado frente a ellos girando levemente su cabeza hacia un lado con la mirada perdida. Su cara, incólume, tersa y blanquecina, parecía haber sido esculpida por algún artista especializado en modelos de rostros fúnebres. Con la pose tensa y su baja estatura, con el brillo de sus ojos verdes y su capucha negra cubriéndole la cabeza y haciendo casi invisible su rostro, alimentó que la desinhibición de todos los allí presentes se detuviera para dar paso a una terrible intimidación; pensaban en que quizá ese hombre sería capaz de saltar sobre ellos en cualquier momento.

Lucas se situó al lado de Keltso y parecía un verdadero clon de su padre; su tez lucía impasible, alargada y pálida. Y en un arrebato de viento la capucha desapareció de su cabeza dejando ver una pequeña mata de pelo rubio que ondeó salvajemente sobre su frente movida por la brisa marina. Tenía sus dos enormes ojos azules muy abiertos y caminaba torpemente de puntillas, como un macabro y delgado títere de hilos rotos. A medida que se acercaba a aquellos jóvenes, se le fue formando en su rostro una delirante mueca perturbadora, infantil, siniestra... terriblemente parecida a la de un payaso. Su torso delgado y huesudo, se agitaba frenéticamente arriba y abajo en una acelerada y desconcertante respiración. Lucas se acercó aún más a su padre y ladeó la cabeza imitando esa enfermiza mirada hacia la nada. Poco tardó el grupo en dispersarse tras observar aterrado aquel incoherente comportamiento que ponía los pelos de punta.

Mientras Lucas permanecía en el jardín quieto como una estatua, los lentos y solitarios pasos de Keltso fueron iluminados por la luz cortante de las tenues farolas que rodeaban aquel acomodado barrio familiar de Bileia. Atravesó el límite que separaba la civilización de un extenso bosque repleto de frondosos arbustos y ramas secas. Durante el camino, tan aturdido como curiosamente excitado, tuvo la extraña sensación de que alguien seguía sus pasos. El cielo seco de la tarde, que tiñó los elementos del paisaje de un apagado tono polvoriento y desértico, le pasó el testigo a una noche oscura y limpia, tan solo salpicada por la imponente luz de la luna llena. El aire salía expulsado de su boca dibujando un fino vapor que actuaba como un fantasmal indicador de su presencia. El sonido de los grillos y el tímido susurro que emitían las ondas del río, rivalizaba con el crujir de sus pies hundiéndose en la tierra. Percibía un reverberante latido en su interior mientras la glacial mirada de las estrellas cubría con su centelleante brillo la falda de las montañas.

La mezcla de hojas y piedras diminutas en el sendero pronto cubrió por completo las plantas de sus pies, formando una especie de película que endureció y dotó de firmeza a su torpe caminar. Al cabo de casi media hora llegó hasta la aldea de Leraiko. Situada a menos de cinco kilómetros, era el lugar más cercano a la ciudad; un montañoso rincón natural pegado a un pequeño río, un lugar donde apenas quedaban en él un puñado de habitantes. Entonces su pensamiento se diluyó fundiéndose en un negro profundo y aterrador y, a los pocos minutos, dio media vuelta convencido de que un hecho, un acto perpetrado a la perfección, le había ayudado a limpiar y curar su alma. Pues algo muy extraño sucedió aquella noche, algo que en el corazón de Keltso parecía crecer hasta oprimirle el pecho; una sensación que se manifestó en su piel de vuelta a su domicilio: el calor de una temblorosa y sudorosa mano que apretaba la suya con fuerza.

Regresó a su casa de Bileia con los pies sucios de barro, y entró en su dormitorio para introducirse en la cama. Keltso jamás pensó en informar a Clara de aquella incomprensible escapada a la aldea; estaba seguro de que podría asustarla y crear un aura de tensión que no necesitaba. Además, en su fuero interno estaba convencido de que seguramente habría sufrido alguna alucinación provocada por la falta de descanso, que le llevó a caminar sin rumbo y a imaginar un suceso que no había ocurrido en realidad, algo que resulta muy común en los insomnes crónicos.

Pero durante la mañana siguiente, las huellas del suelo y las marcas de suciedad en la cama fueron pruebas demasiado poderosas para obviar lo sucedido. Pese a ello Clara decidió no preguntar adónde había ido durante la noche. Se sentía tan extrañamente cansada y aturdida aquella mañana que la falta de energía venció a la preocupación al verlo sano y salvo junto a ella.

Tras esa experiencia nocturna las inexpresivas miradas de Keltso y Lucas, sin aparente juicio ni razón, se cruzaron durante las siguientes noches de vigilia intentando recordar qué motivó su salida. En el caso de Keltso, nació en su espíritu una vertiente más inquietante y peligrosa: sin recordar absolutamente nada, presentía que se había dirigido hacia ese lugar para hacer algo muy concreto. Aquello le carcomía por dentro, pues normalmente un insomne solo actúa así como sonámbulo después de tener sueños recurrentes; si estos se repiten una y otra vez, si hubiera tenido relación con alguien que estuviera allí, si algún amigo o familiar le comentara ese lugar horas antes del episodio, si había escuchado alguna noticia referente a la aldea... pero Keltso no conservaba ningún recuerdo que le provocara sufrir ese vívido estado de sonambulismo.

Tan solo esa mutua afición de padre e hijo por escribir les ayudaba a mantener ligeramente el control mental; una actividad ejercida por ambos con la misma pasión. Lucas seguía intentando abrirse camino escribiendo cuentos de diversa índole, mientras que Keltso estaba a punto de dar un paso de gigante en el ámbito para convertirse en un escritor profesional. Una nueva historia, su primera novela que por fin estaba a punto de ver la luz, fluyeron la sangre creativa que corría por sus venas durante las últimas semanas, dándole más sentido que nunca a su insomnio permanente. Se acercaba el día en que sus letras traspasarían el muro de su imaginación, para ser compartidas con el resto del mundo.

3

El regalo

Biblioteca municipal de Bileia

15 de septiembre de 2016, 19:45

Los asistentes aplaudieron durante casi tres minutos al autor de una novela que había superado todas las expectativas. La presentación de la obra resultó tremendamente completa, amena y satisfactoria. Keltso se sintió como pez en el agua, y disfrutó como un niño desvelando los entresijos de la historia detrás de la enorme mesa negra donde descansaban decenas de ejemplares.

Nadie podía imaginar horas antes que la presentación iba a tener tanto éxito siendo su primer libro. «Persiguiendo el silencio» logró reunir la dosis exacta de suspense, terror, tensión y diversión; se trataba de una novela inspirada en los años noventa sobre un chico que escuchaba un programa nocturno de audiorelatos en la radio. Dicho programa tenía la particularidad de aparecer en las ondas hercianas después de un prolongado silencio, al cual se le unía el continuo e insólito hecho de que, misteriosamente, la emisora cambiaba de dial cada noche. Durante el transcurso de la historia el protagonista se da cuenta de que es el único oyente, y de que la voz que escucha esconde un apasionante pasado que se ve obligado a descubrir. Los lectores acompañan a este solitario personaje en una trepidante persecución oscura llena de secretos y emociones, que acaban dando como resultado una fascinante e inesperada revelación.

La biblioteca completó su aforo mucho antes de lo previsto, y decenas de personas tuvieron que esperar fuera para tener la oportunidad de llevarse un ejemplar firmado. Las estanterías rebosantes de libros de todo tipo vestían de cultura y color la madera de nogal que predominaba en los muebles del interior. El suelo de parqué rojizo se avivaba con decenas de lámparas ovaladas revestidas en madera, que irradiaban una iluminación brillante y confortable, perfecta para la lectura. Delgadas columnas blancas estratégicamente ubicadas para no restar de amplitud el diáfano espacio, dividían con clase los diversos bloques por géneros y autores.

Sentada en la primera fila, radiante y sorprendida por aquel momento tan especial, se hallaba Clara Lugano, quien se jactaba de ser la verdadera musa del escritor; pues Keltso bebía mucho de los miedos internos de su mujer que se convertían en el germen de ideas nacidas de sueños delirantes y perturbadores que juntos compartían, y que acababan resultando claves en el periodo de iniciación de su trabajo. Clara contribuyó a llenar la biblioteca trayendo consigo al evento varias compañeras de su trabajo en una pequeña guardería, cuyas parejas quedaron cautivadas por su precioso vestido negro que realzaba su figura y provocaba que sus ojos verdes y su pelo cobrizo, cobraran un flagrante protagonismo estético que dejó sin aliento a la mayoría de los presentes.

Unas filas más atrás, sentado a un extremo de la biblioteca, se encontraba Sergio Balz, hermano del autor y médico forense en el hospital general de Bileia. Su sola presencia llenaba de elegancia y belleza el recinto por el gran estilo y atractivo que destilaba. Había escogido un entallado traje gris con camisa blanca que resaltaba su dorado bronceado y su media melena de color castaño.

Sergio dormía todas las noches boca arriba con la pierna izquierda separada y dejando su pie desnudo fuera de las sábanas.

Keltso había elegido un vestuario mucho más discreto e informal que su hermano. Vestía un pantalón negro ajustado y zapatillas también negras con la suela blanca, junto a un moderno y fino jersey de color granate, que le estilizaba el torso y le ayudaba así a suplir en parte su baja estatura. Desde hacía varios años había decidido raparse el pelo con máquina y dejarse una fina barba que en su conjunto hacía que destacaran sus enormes ojos verdes. Escritor y editor tuvieron largas conversaciones respecto a su primer libro, y también sobre su vida personal, un hecho que provocó que saliera impulsivamente de su boca el relato de sus antiguos problemas con el sueño, y de su reciente salida nocturna junto a Lucas.