La aventura del colegio Priory - Arthur Conan Doyle - E-Book

La aventura del colegio Priory E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

En el colegio Priory estudia la crema innata de la sociedad Inglesa del siglo XIX. Cuando el joven Saltire, el hijo del duque de Holdernesse desaparece junto con su maestro Alemán, el desespero invadirá al duque, quien terminará ofreciendo seis mil libras esterlinas por su paradero.Esta jugosa recompensa llamará la atención de Sherlock Holmes y el Dr. Watson, ellos empezarán una insaciable búsqueda hasta descubrir no solo el paradero del joven Saltire y su profesor, sino que adicionalmente una oscura e inimaginable verdad sobre el mismo Duque de Holdernesse.-

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Seitenzahl: 58

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Arthur Conan Doyle

La aventura del colegio Priory

Saga

La aventura del colegio PrioryOriginal titleThe Adventure of the Priory SchoolCover design: Breth Design www.brethdesign.dk Copyright © 1904, 2019 Arthur Conan Doyle and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726462838

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

La aventura del colegio Priory

Hemos tenido algunas entradas y salidas dramáticas en nuestro pequeño escenario de Baker Street, pero no logro acordarme de ninguna más repentina y alarmante que la primera aparición de Thorneycroft Huxtable, M. A., Ph. D., etc. Su tarjeta, que parecía demasiado pequeña para sobrellevar el peso de sus distinciones académicas, lo precedió unos segundos, y, entonces, entró él: hasta tal punto enorme, solemne y pomposo que parecía la encarnación misma del aplomo y la entereza. Y, sin embargo, su primer acto, cuando se cerró la puerta tras él, fue tambalearse hasta la mesa, cuyo apoyo perdió cayendo al suelo, y allí se quedó aquella figura majestuosa postrada y sin conocimiento sobre nuestra alfombra de piel de oso delante de la chimenea.

Nos pusimos de pie de un salto, y, por unos instantes, miramos con callado asombro a aquel pesado pecio, que nos hablaba de alguna tormenta repentina y funesta lejos de allí, en el océano de la vida. Entonces, Holmes corrió con un cojín para la cabeza y coñac para los labios. El rostro recio y pálido estaba surcado por arrugas de preocupación, las bolsas que colgaban de los ojos cerrados eran del color del plomo, la boca sin fuerza caía tristemente hacia las comisuras, la redondeada barbilla estaba sin afeitar. El cuello y la camisa sufrían la suciedad de un largo viaje, y el cabello se encrespaba desgreñado en la cabeza bien proporcionada. Ante nosotros yacía un hombre gravemente conmocionado.

—¿Qué tiene, Watson? —preguntó Holmes.

—Agotamiento absoluto…, posiblemente nada más que hambre y cansancio —dije con un dedo sobre su débil pulso, cuya corriente vital fluía escasa y exigua.

—Un billete de ida y vuelta desde Mackleton, norte de Inglaterra —dijo Holmes, sacándolo del bolsillo del reloj—. Todavía no son las doce. Desde luego, ha salido temprano.

Los párpados fruncidos habían empezado a estremecerse, y enseguida dos ojos grises ausentes dirigieron su mirada hacia nosotros. Un momento después, el hombre se ponía en pie con dificultad y la cara roja de vergüenza.

—Disculpe esta flaqueza, señor Holmes, he estado un poco tenso. Gracias, si pudiera darme un vaso de leche y una galleta, sin duda me encontraría mejor. He venido personalmente, señor Holmes, para asegurarme de que regresa conmigo. Temía que ningún telegrama le convenciera de la urgencia imperiosa del caso.

—Cuando se encuentre lo bastante recuperado…

—Ya me encuentro bien otra vez. No puedo imaginar cómo he llegado a estar tan débil. Señor Holmes, deseo que venga a Mackleton conmigo en el próximo tren.

Mi amigo negó con la cabeza.

—Mi colega, el doctor Watson, puede decirle que ahora mismo estamos muy ocupados. Me veo retenido por ese caso de los documentos Ferrers, y se va a presentar el asesinato Abergavenny ante el tribunal. Solo una cuestión muy importante podría sacarme de Londres ahora mismo.

—¡Importante! —Nuestro visitante se llevó las manos a la cabeza—. ¿No ha oído nada del secuestro del único hijo del duque de Holdernesse?

—¡Cómo! ¿El que fuera ministro del gobierno?

—Exacto. Había tratado de mantenerlo lejos de los periódicos, pero se rumoreaba algo en el Globe de esta noche. Pensé que podía haber llegado a sus oídos.

Holmes estiró bruscamente su brazo largo y delgado y escogió el volumen H en su enciclopedia de referencia.

—«Holdernesse, sexto duque de, K. G., P. C.» [K. G.: Knight of the Garter, caballero de la orden de la Jarretera. P. C.: Privy counsellor, consejero privado de la reina], ¡medio alfabeto!; «barón de Beverly, conde de Carston», ¡madre mía, vaya lista!; «lord lugarteniente de Hallarnshire desde 1900. Casado con Edith, hija de sir Charles Appledore, 1888. Heredero y único hijo: lord Saltire. Posee unos doscientos cincuenta mil acres. Minas en Lancashire y Gales. Reside en: Carlton House Terrace; Holdernesse Hall, Hallamshire; Carston Castle, Bangor, Gales. Lord del Almirantazgo, 1872; ministro de…». Vaya, vaya, ¡desde luego, este hombre es uno de los súbditos más importantes de la Corona!

—El más importante y tal vez el más rico. Soy consciente, señor Holmes, de que adopta una actitud muy elevada en lo relacionado con su profesión y que está dispuesto a trabajar por amor al trabajo. Debo decirle, no obstante, que su Excelencia ya ha anunciado que le será entregado un cheque de cinco mil libras a la persona que pueda decirle dónde está su hijo y otras mil a quien le dé el nombre del individuo, o individuos, que lo hayan raptado.

—Principesca oferta —dijo Holmes—. Watson, creo que deberíamos acompañar al doctor Huxtable de vuelta al norte de Inglaterra. Y, ahora, doctor Huxtable, cuando se haya terminado esa leche, podría contarme lo que ha pasado, cuándo pasó, dónde pasó, cómo pasó y, por último, lo que el doctor Thorneycroft Huxtable, del colegio Priory, cerca de Mackleton, tuvo que ver con el asunto, y por qué viene tres días después de los hechos —el estado de su afeitado nos proporciona la fecha— a solicitar mis humildes servicios.

Nuestro visitante se había terminado su leche con galletas. Había recobrado el brillo de los ojos y el color de sus mejillas cuando empezó a explicar, con mucha energía y lucidez, la situación.

—He de informarles, caballeros, que en el colegio Priory, del que soy fundador y director, preparamos a los chicos para secundaria. Es posible que mi nombre les venga a la memoria por el Glosas a Horacio de Huxtable. El Priory es, sin excepción alguna, el mejor y más selecto colegio preparatorio de Inglaterra. Lord Leverstoke, el conde de Blackwater, sir Cathcart Soames: todos me han confiado a sus hijos. Pero creí que mi colegio había alcanzado su apogeo cuando, hace tres semanas, el duque de Holdernesse me envió al señor James Wilder, su secretario, con el anuncio de que el joven lord Saltire, de diez años de edad, su único hijo y heredero, estaba a punto de quedar a mi cargo. Ni se me pasaba por la cabeza que fuera el preludio de la desgracia más abrumadora de mi vida.