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Sherlock Holmes y el Dr. Watson resolverán un nuevo misterio. Una historia de amor da como resultado el trágico asesinato del Coronel James Barclay. Su esposa fue la única persona presente en la escena del crimen, lo que la hace la principal sospechosa en esta turbia situación.Sorpresivamente, este matrimonio no representaba amenaza alguna para la experimentada vida del Coronel, su matrimonio era largo y estable pero su vida se apago tras una discusión con su mujer. ¿Qué tan vulnerable se puede llegar a ser bajo la influencia del amor? ¿Fue el desamor lo que fulminó la vida del viejo Coronel?-
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Seitenzahl: 37
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Arthur Conan Doyle
Saga
La aventura del jorobadoOriginal titleThe Adventure of the Crooked Man
Cover design: Breth Design www.brethdesign.dk Copyright © 1893, 2019 Arthur Conan Doyle and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726462951
1. e-book edition, 2019
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
«Poned a Urías frente a lo más reñido de la batalla y retiraos de detrás de él para que sea herido y muera.»
II Samuel 11, 15
Una noche de verano, pocos meses después de casarme, estaba sentado ante mi chimenea, fumando una última pipa y dando cabezadas sobre una novela, pues mi jornada de trabajo había sido agotadora. Mi esposa había subido ya, y el ruido al cerrarse con llave la puerta de entrada, un rato antes, me indicó que también los sirvientes se habían retirado. Había abandonado mi asiento y estaba vaciando la ceniza de mi pipa, cuando oí de pronto un campanillazo.
Miré el reloj. Eran las doce menos cuarto. A una hora tan tardía no podía tratarse de un visitante. Un paciente, desde luego, y posiblemente toda la noche en vela. Torciendo el gesto, me dirigí al recibidor y abrí la puerta. Con gran asombro por mi parte, era Sherlock Holmes quien se encontraba en la entrada.
—Vaya, Watson —dijo—, ya esperaba yo llegar a tiempo para encontrarle todavía levantado.
—Adelante, por favor, mi querido amigo.
—¡Parece sorprendido y no me extraña! ¡Y aliviado también, diría yo! ¡Hum! ¿O sea que todavía fuma aquella mezcla Arcadia de sus tiempos de soltero? Esta ceniza esponjosa en su chaqueta es inconfundible. Es fácil observar que estaba usted acostumbrado a vestir uniforme, Watson; nunca se le podrá tomar por un paisano de pura raza mientras conserve el hábito de guardar el pañuelo en su manga. ¿Puede darme alojamiento por esta noche?
—Con mucho gusto.
—Me dijo que tenía una habitación individual para soltero, y veo que en este momento no hay ningún visitante varón. Así lo proclaman los ganchos para sombreros en su perchero.
—Me complacerá mucho que se quede.
—Gracias. Llenaré, pues, un colgador vacante. Lamento ver que ha tenido un operario británico en casa. Los envía el demonio. ¿No sería un problema de desagües, espero?
—No, el gas.
—¡Ah! Ha dejado dos marcas de clavos de su bota en su linóleo, precisamente allí donde da la luz. No, gracias, he cenado algo en Waterloo, pero gustosamente fumaré una pipa con usted.
Le ofrecí mi bolsa de tabaco y él se sentó frente a mí; durante un rato fumé en silencio. Yo sabía perfectamente que sólo un asunto de importancia podía haberle traído a mi casa a semejante hora, de modo que esperé con paciencia que decidiera abordarlo.
—Veo que en estos momentos está muy ocupado profesionalmente — comentó, dirigiéndome una mirada penetrante.
—Sí, he tenido un día atareado —contesté—. Tal vez a usted le parezca una necedad —añadí—, pero de hecho no sé cómo lo ha podido deducir.
Holmes se rio para sus adentros.
—Tengo la ventaja de conocer sus costumbres, mi querido Watson —dijo —. Cuando su ronda es breve va usted a pie, y cuando es larga toma un coche de alquiler. Ya que percibo que sus botas, aunque usadas, nada tienen de sucias, no me cabe duda de que últimamente su trabajo ha justificado tomar el coche.
—¡Excelente! —exclame.